S.S. Benedicto XVI acogió el nombramiento con un discurso en el que recordó como San
Juan Pablo II demostró con el ejemplo que ''la alegría de la gran música
sacra y la tarea de la participación común en la sagrada liturgia, el
gozo solemne y la sencillez de la humilde celebración de la fe podían
darse la mano''.
''En
la Constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II está escrito
con mucha claridad que se conserve y se incremente con sumo cuidado el
patrimonio de la música sacra - señaló el Papa Emérito- y por otra parte,
el texto destaca como categoría litúrgica fundamental la ''participatio
actuosa'' de los fieles en la acción sagrada. Pero lo que en la
Constitución coexistía todavía pacíficamente, en la recepción del
Concilio, ha conocido momentos de tensión dramática. Ambientes
significativos del Movimiento Litúrgico creían que en el futuro para las
grandes obras corales e incluso para las misas para orquesta sólo
habría lugar en las salas de concierto, no en la liturgia, donde el
espacio estaría reservado al canto y la oración de los fieles. Por otro
lado, había mucha preocupación por el empobrecimiento cultural de la
Iglesia que este hecho llevaría aparejado ¿Cómo conciliar las dos cosas?
Esas eran las preguntas que nos planteábamos muchos creyentes, tanto la
gente sencilla, como las personas que contaban con una formación
teológica''.
''En
estas circunstancias -prosiguió- tal vez es necesario preguntarse: ¿De
dónde viene y a qué tiende la música? Creo que se pueden localizar tres
"lugares" de procedencia. El primero es la experiencia del amor. Cuando
los seres humanos fueron capturados por el amor, se abrió ante ellos
otra dimensión del ser... que les llevó a expresarse en formas nuevas.
La poesía, el canto y la música en general nacen de este nuevo horizonte
de la vida... Un segundo origen es la experiencia de la tristeza, el
haber sido tocados por la muerte, por el dolor y los abismos de la
existencia. También en este caso se abren, en dirección opuesta, nuevas
dimensiones de la realidad que no encuentran respuesta solo en los
discursos. Por último, el tercer lugar de origen de la música es el
encuentro con lo divino, que desde el principio es parte de lo que
define lo humano. Se puede decir que la calidad de la música depende de
la pureza y la grandeza del encuentro con lo divino, con la experiencia
del amor y del dolor. Cuanto más pura y verdadera es esa experiencia ,
más pura y grande será la música que de ella nace y se desarrolla''.
''Ciertamente
la música occidental va mucho más allá del ámbito religioso y eclesial
-explicó Benedicto XVI- Y sin embargo, encuentra su fuente más profunda
en la liturgia, en el encuentro con Dios. Es evidente en Bach, para el
que la gloria de Dios era en última instancia, el fin de toda música. La
respuesta grande y pura de la música occidental se ha desarrollado en
el encuentro con el Dios que, en la liturgia, se hace presente a
nosotros en Jesucristo. Esa música, para mí, es una demostración de la
verdad del cristianismo. Donde hay una respuesta así, se ha producido un
encuentro con la verdad, con el verdadero creador del mundo. Por eso la
gran música sacra es una realidad de rango teológico y de significado
permanente para la fe de la cristiandad , aunque no sea necesario que se
interprete siempre y en cualquier lugar. Por otro lado, también está
claro que no puede desaparecer de la liturgia y que su presencia puede
ser una forma especial de participar en la celebración sagrada, en el
misterio de la fe''.
''Si
pensamos en la liturgia celebrada por San Juan Pablo II en todos los
continentes, vemos toda la amplitud de las posibilidades expresivas de
la fe en el evento litúrgico; y vemos también como la gran música de la
tradición occidental no sea ajena a la liturgia, sino que nació de ella ,
creció con ella y que así contribuye siempre a darle forma. No sabemos
el futuro de nuestra cultura ni de la música sacra. Pero hay algo claro:
allí donde se produce el encuentro con el Dios vivo, que en Cristo
viene a nosotros, allí nace y crece nuevamente también la respuesta,
cuya belleza proviene de la verdad misma'', concluyó Benedicto XVI.