Asmara, ERITREA (Agencia Fides,
12/01/2018) - “En Eritrea, el régimen ha comenzado a
perseguir a las confesiones religiosas y, en particular, a la Iglesia
Católica. El objetivo es claro: intentar evitar su influencia en la
sociedad: sin prohibir el culto, peor sí las actividades sociales”. Esta
alarma la ha lanzado en una entrevista con la Agencia Fides abba Mussie
Zerai, sacerdote de la eparquía de Asmara, desde hace años capellán de
los eritreos en Europa y activo en el salvar a los inmigrantes en
peligro en el Mediterráneo. “Desde 1995 - explica el religioso a Fides -
en el país está vigente una ley según la cual el Estado se adjudica a
sí mismos todas las actividades sociales. Por lo tanto, estas no pueden
ser llevadas a cabo por instituciones privadas o por instituciones
religiosas. Hasta ahora, la ley se había aplicado de forma suave y no
había afectado seriamente a la red de servicios ofrecidos tanto por los
cristianos como por los musulmanes. Sin embargo, en los últimos
meses, se ha recrudecido la situación”.
Los funcionarios públicos han decretado el cierre de cinco clínicas
católicas en varias ciudades. En Asmara, el seminario menor (que servía
tanto a la diócesis como a las congregaciones religiosas) ha sido
cerrado. También varias escuelas de la Iglesia Ortodoxa y organizaciones
musulmanas han tenido que cerrar sus puertas. Precisamente el cierre de
un instituto islámico, a finales del pasado mes de octubre ha
desencadenado las duras protestas de los estudiantes, que han sido
reprimidas con sangre.
“Al margen del daño económico a las confesiones religiosas individuales -
continúa abba Mussie -, quién más pierde es la población que ya no
tiene estructuras serias y eficientes a las que recurrir. En Xorona, por
ejemplo, cerraron el único dispensario en funcionamiento administrado
por católicos. En Dekemhare y Mendefera, las autoridades prohibieron la
actividad de los presidios médicos católicos afirmando que eran una
duplicación de los estatales. En realidad, las instalaciones públicas no
funcionan: no tienen medicamentos, no pueden funcionar porque no tienen
equipos adecuados y, a menudo ni siquiera electricidad”.
Pero, ¿cuál es la reacción de la población? “Rebelarse no es fácil”,
explica el sacerdote. “El levantamiento musulmán fue detenido con las
armas. Y hubo muchos muertos y heridos. El mes pasado, siete mil
reclutas jóvenes se unieron y, juntos, convocaron una reunión con el
presidente Isayas Afeworki para denunciar el hostigamiento de sus
oficiales. El presidente los recibió y los escuchó. Al final de las
conversaciones, los chicos fueron llevados a un campo de concentración
cerca de Nakfa y, como castigo, fueron dejados a la intemperie, bajo el
sol abrasador, con muy poca comida y agua. Muchos se han sentido mal y
se han enfermado. Después de las protestas de los padres, el régimen ha
declarado que los enviaría al cuartel para terminar el servicio militar
obligatorio. Pero, ¿bajo qué condiciones?”.