CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 29 de noviembre de 2018).- Del 27 al 29 de noviembre, en la Pontificia Universidad Lateranense de 
Roma, el I Congreso Internacional para Rectores y Operadores de 
Santuarios sobre el tema : 
El santuario, puerta abierta a  la nueva evangelización.
 Al final de los trabajos, a las 11.45 horas, en la Sala Regia del Palacio 
Apostólico, el Papa FRANCISCO ha recibido en Audiencia a los participantes en el 
congreso y les ha dirigido el siguiente discurso:
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL I CONGRESO INTERNACIONAL 
PARA RECTORES Y OPERADORES DE SANTUARIOS
 
Sala Regia
Jueves, 29 de noviembre de 2018
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
 
Esperaba este momento que me permite conocer a muchos representantes 
de los innumerables santuarios esparcidos en todas las regiones del 
mundo. ¡Cuánto necesitamos los santuarios en el camino diario de la 
Iglesia! Son el lugar donde se reúne con más agrado nuestro pueblo  para
 expresar su fe con toda simplicidad y de acuerdo con las diversas 
tradiciones que ha aprendido desde la infancia. En muchos sentidos, 
nuestros santuarios son insustituibles porque mantienen viva la piedad 
popular, enriqueciéndola con una formación catequética que sostiene y 
refuerza la fe alimentando al mismo tiempo el testimonio de caridad. 
Esto es muy importante: mantener viva la piedad popular y no olvidar esa
 joya que es el número 48 de la  Evangelii nuntiandi, donde San 
Pablo VI cambió el nombre “religiosidad popular” en “piedad popular”. Es
 una joya. Esa es la inspiración de la piedad popular que, como dijo una
 vez un obispo italiano, “es el sistema inmunitario de la Iglesia”. Nos 
salva de muchas cosas.
  
Agradezco al arzobispo Rino Fisichella las palabras con las que ha 
introducido nuestro encuentro y que me ofrecen la oportunidad de algunas
 consideraciones.
 
Pienso, en primer lugar, en la importancia de la acogida 
reservada a los peregrinos. Sabemos que cada vez más a menudo nuestros 
santuarios son la meta no de grupos organizados, sino de peregrinos 
solos o de grupitos autónomos que se ponen en camino para llegar a estos
 lugares sagrados. Es triste cuando sucede que, a su llegada, no haya 
nadie que les dé una palabra de bienvenida y los reciba como peregrinos 
que han realizado un viaje, a menudo largo, para llegar al santuario. ¡Y
 es peor todavía cuando encuentran la puerta cerrada! No puede ser que 
se preste más atención a las necesidades materiales y financieras, 
olvidando que la realidad más importante son los peregrinos. Son ellos 
los que cuentan. El pan viene después, pero antes ellos. Con cada uno 
debemos asegurarnos de que se sienta "como en casa", como un familiar 
muy esperado que finalmente ha llegado.
 
También debemos considerar que muchas personas visitan el santuario 
porque pertenece a la tradición local; a veces porque sus obras de arte 
son una atracción; o porque se encuentra en un entorno natural de gran 
belleza y encanto. Estas personas, cuando son bienvenidas, son más 
disponibles  a abrir sus corazones y a dejar que los plasme la gracia. 
Un clima de amistad es una semilla fecunda que nuestros santuarios 
pueden arrojar al terreno de los peregrinos, haciéndoles redescubrir esa
 confianza en la Iglesia que a veces puede haberse visto decepcionada a 
causa de una indiferencia de la que han sido objeto.
El santuario es ante todo –segunda cosa-  un lugar de oración.
 La mayoría de nuestros santuarios están dedicados a la piedad mariana. 
Aquí, la Virgen María abre de par en par los brazos de su amor maternal 
para escuchar la súplica de cada uno y concederla. Los sentimientos que 
cada peregrino siente en lo más profundo del corazón son aquellos que 
encuentra también en la Madre de Dios. Aquí, ella sonríe dando consuelo.
 Aquí derramas lágrimas con los que lloran. Aquí presenta a cada uno al
 Hijo de Dios sostenido firmemente en sus brazos como el bien más 
preciado que toda madre posee. Aquí María se hace compañera de camino de
 cada persona que levanta los ojos pidiendo una gracia, convencida de 
que se le concederá. La Virgen responde a todos con la intensidad de su 
mirada, que los artistas han sabido pintar, a menudo guiados a su vez 
desde lo alto en la contemplación.
 
A propósito de  oración en los santuarios, quisiera subrayar dos requisitos. En primer lugar, alentar la oración de la Iglesia que con la celebración de los sacramentos
 hace la salvación presente y eficaz. Esto permite que cualquier persona
 presente en el Santuario  se sienta parte de una comunidad más grande 
que desde todas las partes de la tierra profesa la única fe, testimonia 
el mismo amor y vive la misma esperanza. Muchos santuarios han surgido 
precisamente por la  petición de oraciones de la Virgen María al 
vidente, para que la Iglesia no olvide nunca las palabras del Señor 
Jesús de rezar sin interrupción (cf. Lc 18, 1) y de permanecer siempre 
vigilantes a la espera de su regreso (cf. Mc 14, 28).
 
Además, los santuarios están llamados a alimentar la oración del peregrino individual en el silencio de su corazón.
 Con las palabras del corazón, con el silencio, con las  fórmulas 
aprendidas de memoria cuando era un niño, con sus gestos de piedad ... 
cada uno debe  ser ayudado a expresar su oración personal. Muchos vienen
 al santuario porque necesitan recibir una gracia, y luego regresan para
 dar gracias por haberla obtenido, a menudo por haber recibido fuerza y 
paz en la prueba. Esta oración hace que los santuarios sean lugares 
fecundos, porque la piedad del pueblo sea siempre alimentada  y crezca 
en el conocimiento del amor de Dios.
 
Nadie en nuestros santuarios tendría que sentirse como un extraño, 
especialmente cuando llega allí bajo el peso de su propio pecado. Y aquí
 me gustaría hacer la última consideración: el santuario es un lugar 
privilegiado para experimentar la misericordia que no conoce 
fronteras. Esta es una de las razones que me empujaron a querer que 
también en los santuarios hubiera una  "Puerta de la misericordia" 
durante el jubileo extraordinario. En efecto, cuando la misericordia se 
vive, se convierte en una forma de evangelización real, porque 
transforma a los que reciben la misericordia en testigos de 
misericordia. En primer lugar, el sacramento de la Reconciliación,
 que tan a menudo se celebra en los santuarios, necesita sacerdotes bien
 formados, misericordiosos, capaces de hacer que se saboree el verdadero
 encuentro con el Señor que perdona. Espero que, sobre todo en los 
santuarios, nunca falte la figura del "Misionero de la Misericordia", - 
si no la hay en algún santuario que la pida al dicasterio- como un fiel 
testimonio del amor del Padre que tiende a todos sus brazos y sale al 
encuentro feliz de haber reencontrado a los que se habían ido (cf. Lc 
15, 11-32). Las obras de misericordia, por último, piden ser 
vividas de una manera particular en nuestros santuarios, porque en ellos
 la generosidad y la caridad se realizan de manera natural y espontánea 
como actos de obediencia y de amor al Señor Jesús y a la Virgen María.
 
Queridos hermanos y hermanas,  pido a la Madre de Dios que os 
sostenga y acompañe en esta gran responsabilidad pastoral que se os ha 
confiado. Os bendigo y rezo por vosotros. Y vosotros, también, por 
favor, no os olvidéis de rezar  y de hacer que se rece por mí  en 
vuestros santuarios.
Y, antes de terminar, me gustaría hablar de una experiencia, una 
experiencia de un hermano y también mía. El santuario es un lugar, por 
así decirlo, del encuentro no solo con el peregrino, con Dios, sino 
también el encuentro de nosotros pastores con nuestro pueblo. La 
liturgia del 2 de febrero nos dice que el Señor va al santuario para 
encontrarse con su pueblo, para salir al encuentro de su pueblo, 
entender al pueblo de Dios, sin prejuicios; el pueblo dotado de ese 
 “olfato” de la fe, de esa infallibilitas in credendo de la que habla el  n. 12 de la Lumen gentium. Este encuentro  es fundamental. Si el pastor que está en el santuario 
no logra encontrarse con el pueblo de Dios, es mejor que el obispo le dé
 otra misión, porque no es adecuado para eso; y él sufrirá tanto y hará 
sufrir al pueblo. Recuerdo - y ahora vengo a la anécdota – a un profesor
 de Literatura, un hombre genial. Toda su vida fue jesuita; toda su vida
 fue  profesor de Literatura de alto nivel. Después se jubiló y le pidió
 al Provincial: "Me jubilo, pero me gustaría hacer algo pastoral en un 
barrio pobre, tener contacto con el pueblo, con la gente ...". Y el 
Provincial le confía un barrio de gente muy devota, que iba a los 
santuarios, que tenía este espíritu, pero muy pobre, más o menos un 
barrio de chabolas. Y tenía que venir una vez a la semana a la comunidad
 de la Facultad de Teología, donde era rector. Pasaba todo el día con 
nosotros, en fraternidad, y luego volvía. Así mantenía la vida en 
comunidad. Y como era genial, un día me dijo: "Tienes que decirle al 
profesor de eclesiología que le faltan dos tesis" - "¿Por qué?" - "Sí, 
dos tesis que debe enseñar" - "¿Y cuáles son?" “La primera: el santo 
pueblo fiel de Dios es ontológicamente olímpico, es decir, hace lo que 
quiere; y la segunda: es metafísicamente tedioso, es decir, aburre ". 
Había entendido en los encuentros cómo y  por qué cansa el pueblo de 
Dios. Si estás en contacto con el pueblo de Dios, te cansarás. ¡Un 
trabajador pastoral que no se cansa me deja muy perplejo! Y con respecto
 al hecho de que es "olímpico", es decir, hace lo que quiere, recuerdo 
cuando era maestro de novicios: Iba todos los años, -como Provincial 
también con los novicios-, al Santuario de Salta, en el norte de 
Argentina, a las fiestas de Señor del Milagro. Al salir de la misa, - yo
 confesaba durante la misa-, había tanta gente, y una señora del pueblo 
se acercó a otro sacerdote con algunas estampitas: "¿Padre, me las 
bendice?", Y ese sacerdote, un teólogo muy inteligente, le dice: "Pero, 
señora, ¿ha estado en misa?" - "Sí" - "¿Y Usted  sabe que en la misa hay
 el sacrificio del Calvario, está presente Jesucristo?" - "Sí, padrecito, sí" - "Y ¿sabe que todas estas cosas están más que bendecidas? "-" Sí, padrecito "-" ¿Y sabe que con la bendición final se bendice todo? "-" Sí, padrecito
 ". Y en ese momento, salió otro sacerdote y la señora dijo: "Padre, ¿me
 las bendice?" Y él  las tocó y las bendijo. Ella consiguió  lo que 
quería: Que las tocase. El sentido religioso del tacto. La gente toca 
las imágenes, "toca a Dios".
  
¡Gracias por lo que hacéis! Y ahora os doy la bendición.
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