CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 21 de noviembre de 2018).- Con motivo de la Jornada Mundial de la Pesca 2018 que se celebra hoy,
21 de noviembre, la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), junto con la Misión del Observador
Permanente de la Santa Sede y el Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral, (Sección del Apostolado del Mar) han
organizado, en la sede de la FAO en Roma, una reunión-evento sobre el
tema: "Los derechos laborales son derechos humanos: trabajar juntos
por los derechos de los pescadores e intensificar la lucha contra la
trata de personas y el trabajo forzoso en el sector pesquero".
Durante el encuentro S.E. el Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson ,
Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral,
ha presentado el mensaje de la Santa Sede para la Jornada Mundial de la
Pesca 2018. S.E. Mons. Raúl R. Gallagher, Secretario para las
Relaciones con los Estados, ha pronunciado un discurso, mientras Mons.
Fernando Chica Arellano, Observador Permanente de la Santa Sede ante la
FAO, el FIDA y el PAM, ha pronunciado el discurso de clausura.
Publicamos a continuación el mensaje y los discursos pronunciados durante el encuentro.
Mensaje para la Jornada Mundial de la Pesca
El Día Mundial de la Pesca se instituyó en Nueva Delhi, India, el 21
de noviembre de 1997 cuando, por primera vez, representantes de
pescadores artesanales, en pequeña escala y trabajadores del sector
pesquero de 32 países se reunieron para fundar una organización
internacional de pescadores, y se comprometieron a apoyar políticas de
pesca y prácticas sostenibles a nivel mundial y la justicia social.
Para valorar la importancia de la celebración del Día Mundial de la
Pesca, basta con examinar los datos presentados por la FAO en 2016, que
indicaban que 59,6 millones de personas trabajaban (a tiempo completo, a
tiempo parcial u ocasional) en el sector pesquero y de la acuicultura.
Casi el 14% de estos trabajadores eran mujeres. La gran mayoría de la
población empleada en estos sectores procedía de Asia (85%), seguida de
África, América Latina y el Caribe, suministrando alrededor de 171
millones de toneladas de pescado al mercado mundial, y generando un
valor de primera venta de producción que se estima en 320 mil millones
de dólares. Las cadenas mundiales de valor del pescado, que incluyen la
producción, el procesamiento, la distribución y el comercio de pescado,
proporcionan medios de sustento a aproximadamente 820 millones de
personas. El consumo de pescado proporciona a unos 3.200 millones de
personas casi el 20 por ciento de sus proteínas animales.
Sin embargo, innumerables y persistentes cuestiones complejas se
esconden tras estas significativas cifras, que revelan la importancia y
las aportaciones de los sectores pesqueros a la seguridad alimentaria,
al crecimiento económico y al alivio de la pobreza. En los primeros
puestos de la lista, además de los abusos físicos y verbales, cabe
destacar la explotación masiva de pescadores, incluyendo numerosos casos
de trabajo forzado, la trata de seres humanos y la desaparición en el
mar. Podemos observar un vínculo directo entre todos estos abusos y el
uso de banderas de conveniencia, la Pesca ilegal, no declarada y no
reglamentada (INDNR), el crimen transnacional. Además, no debemos
olvidar el reto de la sostenibilidad de las poblaciones de peces, la
contaminación y otros problemas ambientales.
Desde esta angustiosa y dolorosa realidad, los pescadores piden ayuda
y, como Iglesia, no podemos taparnos los oídos, no podemos permanecer
en silencio.
En el 70° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos (DUDH): deseamos reafirmar el principio del Artículo 4 de “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas”. Asimismo, deseamos recordar el Artículo 23, que dispone lo siguiente:
1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de
su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la
protección contra el desempleo.
2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración
equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una
existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso
necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.
¡Estos derechos laborales fundamentales son derechos humanos y también deben ser los derechos de los pescadores!
Conscientes de las numerosas cuestiones problemáticas en materia de
pesca, los países miembros de los organismos especializados de las
Naciones Unidas[1]
han adoptado y respaldado varios instrumentos internacionales que, de
ser ratificados y plenamente implementados por todos los estados,
podrían cambiar drásticamente la vida de los pescadores, de sus familias
y el estado ambiental de los recursos pesqueros.
La industria pesquera, que es considerada por muchos como el
principal culpable de las difíciles condiciones de trabajo y de vida de
los pescadores, se compromete a resolver estos problemas con la
certificación de productos, mientras que la sociedad civil y los
consumidores están pidiendo a los minoristas que sean más responsables
en sus negocios y que actúen con la diligencia debida en toda su cadena
de suministro.
Sin embargo, al leer los informes de los medios de comunicación sobre
el tema y, sobre todo, escuchando las desgarradoras historias relatadas
por los capellanes y los voluntarios del Apostolado del Mar en todo el
mundo, parece que todos estos esfuerzos no son suficientes, porque el
número de gobiernos que ha ratificado los instrumentos internacionales
es todavía muy bajo, y en algunas zonas más pequeñas, la industria
pesquera todavía padece las consecuencias de la crueldad de los
responsables políticos, cuyo único objetivo es sacar el máximo provecho
económico.
Como Iglesia, nos gustaría recordar la exhortación del Papa
Francisco, que la persona debe tener prioridad sobre el beneficio: “... Detrás
de cada actividad hay una persona humana. [...] La centralidad actual
de la actividad financiera en comparación con la economía real no es
aleatoria: detrás de esto está la elección de alguien que piensa,
erróneamente, que el dinero se hace con dinero. El dinero, dinero real,
se hace con trabajo. Y el trabajo le da la dignidad al hombre, no el
dinero”[2].
Al celebrar el Día Mundial de la Pesca, y dado que esperamos poder
incrementar la sensibilización sobre la situación de los pescadores y
generar cambios fundamentales en sus vidas, nos gustaría hacer un
llamamiento a los organismos internacionales, que se unan dejando de
lado las diferencias, el antagonismo y la rivalidad para desarrollar una
hoja de ruta hacia una extensa ratificación e implementación de los
instrumentos internacionales. Esta cooperación debe llevarse a cabo a
nivel mundial, regional, nacional y local, y debe garantizar la
participación de la sociedad civil, la industria y los minoristas, las
ONG, los sindicatos y la Iglesia.
Trabajando juntos, podemos acabar con la trata de seres humanos y el
trabajo forzado en el mar, mejorar las condiciones laborales y la
seguridad, y luchar contra la pesca INDNR, con la esperanza de crear un
sector pesquero sostenible desde el punto de vista social, ambiental y
comercial.
Es un gran reto, pero también es la única esperanza que tenemos para reafirmar la promoción del “respeto universal y la observancia de los derechos humanos y las libertades fundamentales” [3] en la industria pesquera mundial.
Cardenal Peter K.A. Turkson
Prefecto
Intervención de S.E. Mons. Paul R. Gallagher
Señor Director general,
Excelencias,
Estoy agradecido por la invitación a participar en este evento especial
sobre el tema “Los derechos laborales son derechos humanos: trabajar
juntos para garantizar los derechos de los pescadores: combatir el
tráfico de personas y el trabajo forzoso en el sector pesquero”.
Permítanme comenzar expresando mi gratitud a la FAO, al Dicasterio por
la promoción del Desarrollo Humano Integral y la Misión Permanente de la
Santa Sede ante la FAO por brindarnos la oportunidad, con motivo de la
Jornada Mundial de la Pesca, de centrar nuestra reflexión en la
importancia del respeto a los derechos humanos fundamentales en este
sector.
El marco legal de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
proporciona un importante punto de referencia en los esfuerzos para
promover el desarrollo social y mejorar la gobernanza de la pesca en los
países en desarrollo. Si bien el sector pesquero en algunos países
carezca de un monitoreo sistemático y sostenido para identificar las
preocupaciones fundamentales acerca del respeto de los derechos humanos,
que incluyen, entre otras, desalojos forzosos, detención sin juicio,
trabajo infantil, trabajo forzado y condiciones de trabajo inseguras,
así como violencia y seguridad personal, estas cuestiones no son de
ninguna manera exclusivas de la pesca. En muchos casos, las
preocupaciones fundamentales por los derechos humanos que interesan a
las comunidades pesqueras son subestimadas y exigen un seguimiento y una
respuesta más exhaustivos.
La Santa Sede siempre ha prestado especial atención a la realidad de
los pescadores, a los marinos y sus familias. Un claro indicio de esta
participación es el Apostolado del Mar, que ha estado activo durante más
de un siglo, y en particular desde 1957, cuando se le dio formalmente
su nombre real. Esta iniciativa se dedica al bienestar pastoral, social y
material de todos los marinos y pescadores, independientemente de su
color, raza o credo[4].
En línea con esta tradición, hoy me gustaría hablar sobre la pesca,
el desarrollo sostenible, la dignidad del trabajo y de cómo no sea
posible garantizar un trabajo digno sin garantizar también el respeto de
los derechos humanos fundamentales.
Hace un año, como recordaba el Director General Adjunto de la OIT,
Sr. Moussa Oumaru, entraba en vigor el Convenio de la OIT sobre el
trabajo pesquero, 10 años después de su adopción. Fue una buena noticia
para más de 58 millones de personas que participan en el sector. Como
informan los datos de la OIT, aproximadamente el 37 por ciento trabajan a
tiempo completo, el 23 por ciento a tiempo parcial, y el resto son
pescadores ocasionales o con un status no especificado. Más de 15
millones trabajan a tiempo completo a bordo de buques pesqueros[5].
En 2016, la producción total de pescado alcanzó un máximo histórico de
171 millones de toneladas, de las cuales el 88 por ciento se utilizó
para el consumo humano directo, lo que dio como resultado un consumo
anual per cápita récord de 20,3 kg.[6]
Dichos datos indican claramente que este sector es de importancia
fundamental no solo por su impacto económico sino, más aún, por
proporcionar alimentos para millones de personas y la sostenibilidad
para miles de comunidades costeras, en particular en el mundo en
desarrollo. El objetivo del Convenio sobre el trabajo pesquero es
prevenir formas inaceptables de trabajo para los pescadores de todo el
mundo, con un enfoque especial en los pescadores migrantes. Si bien
elogiamos este importante documento, hoy estamos aquí porque queda mucho
trabajo por hacer para garantizar que todos los trabajadores de la
industria pesquera puedan disfrutar del pleno respeto de su dignidad
humana.
En las últimas décadas, la globalización ha visto el comienzo de una
mayor competición, salarios inadecuados y, a menudo, condiciones
difíciles para los trabajadores de este sector. En muchos países, las
protecciones laborales a menudo siguen siendo inadecuadas o no se
aplican, la explotación es algo corriente, así como el trabajo infantil y
la trata de personas.
Desafortunadamente, el pesquero es uno de los
sectores en el que podemos ver las condiciones de trabajo más
degradantes e inhumanas que casi siempre son seguidas por otras
repercusiones negativas, como la pobreza habitual y la falta del debido
respeto por la dignidad humana. Además, no debemos olvidar que las miles
de personas involucradas en las rutas marítimas comerciales, que
representan el 90% de la mercancía transportada a nivel mundial, a
menudo se ven obligadas a pasar semanas lejos de sus familias y
comunidades en un aislamiento casi completo. Todas estas situaciones de
las que estamos hablando afectan a comunidades enteras y, de manera
desproporcionada, a los más vulnerables y pobres, fomentando la
marginación y la exclusión.
Además, en el intento de abordar estos problemas, nos enfrentamos a
problemas transversales que aúnan no solo la explotación laboral, el
trabajo infantil y la trata de personas, sino también el cambio
climático y la seguridad alimentaria. De hecho, la sostenibilidad del
medio ambiente está en riesgo debido a la explotación excesiva de los
recursos marítimos y las prácticas de pesca ilegales o no reguladas. Si
no se abordan adecuadamente, estas prácticas pueden poner en peligro la
seguridad alimentaria de muchos países, provocando daños económicos y
problemas ambientales, así como perjudicando el futuro de las próximas
generaciones.
La Santa Sede, de hecho, apoya el enfoque presentado en el informe más
reciente de la FAO sobre "El estado mundial de la pesca y la acuicultura
de 2018" que afirma que "la pesca no se considera solo como recurso;
también es vista como fuente de sustento (por ejemplo, ingresos,
alimentos, empleo), lugar de expresión de valores culturales y
amortiguador contra los eventos desafortunados para las comunidades
pobres[7].
En efecto, para abordar cuestiones transversales, la atención debe
centrarse en la sostenibilidad y la asunción de responsabilidad, y las
organizaciones internacionales deben desempeñar un papel fundamental en
este sentido. La comunidad internacional debería impulsar un enfoque
más amplio y resuelto, teniendo en cuenta que, con demasiada frecuencia,
los pescadores en pequeña escala se quedan atrás, porque las políticas
de desarrollo han fracasado al abordar las incertidumbres estructurales
relacionadas con su situación.
Dado que muchos de los problemas de este sector están firmemente
arraigados, es difícil imaginar cómo la acción de cualquier organización
internacional, ONG o incluso gobierno pueda resolverlos por sí misma.
Lo que se necesita es la cooperación de todos estos actores, a fin de
obtener resultados efectivos y concretos que permitan un cambio en las
vidas de millones de pescadores pobres y marginados. La Declaración
Universal de los Derechos Humanos, que celebra su setenta aniversario el
10 de diciembre, representa ese tipo de enfoque "compartido", basado en
la piedra angular fundamental de todo el marco de derechos humanos que
debemos tratar de defender, implementar y generalizar.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es el primer y más
importante documento a partir del cual comenzó la discusión jurídica
internacional sobre la libertad y la dignidad humanas.
Desafortunadamente, el consenso que permitió la ratificación de ese
documento se ha debilitado y el marco de los derechos humanos se
enfrenta a nuevos desafíos y a una creciente falta de legitimidad en
todo el mundo.
Reconociendo el marco legal que ya existe, podemos identificar tres
posibles áreas de acción para facilitar un enfoque basado en los
derechos humanos en la reforma del sector pesquero: (a) fortalecer la
capacidad de este marco, aumentar la conciencia sobre el mismo y
responder a incidentes específicos de abuso de derechos humanos
fundamentales; (b) aplicar un enfoque basado en los derechos humanos
para abordar las raíces de la vulnerabilidad y la exclusión en las
comunidades dependientes de la pesca; y (c) apoyar la promoción de los
derechos humanos fundamentales como motor de la reforma del sector
pesquero. Estas prioridades de acción, si se implementan juntas, pueden
contribuir a reducir la incidencia de violaciones de los derechos de las
comunidades pesqueras y mejorar los recursos disponibles cuando existan
reclamaciones legítimas. El cumplimiento de estas prioridades lleva
aparejado necesariamente un cambio en la orientación,- o una expansión
de la esfera de atención,- de muchas iniciativas destinadas a reformar
el sector pesquero. La defensa de los derechos humanos fundamentales
puede ayudar a crear las condiciones para que las comunidades pesqueras
en pequeña escala tengan voz en las decisiones relacionadas con la
asignación de los derechos sobre los recursos, así como para defender la
justicia social de manera más amplia. Solo así podremos esperar
razonablemente que las comunidades pesqueras locales se comprometan a
poner en marcha una gestión sostenible de los recursos a largo plazo.
Las agrupaciones económicas y políticas regionales (como la Asociación
de Naciones del Sudeste Asiático, la Unión Africana y la Unión Europea),
las agencias de la ONU y otras instituciones internacionales pueden
ejercer diferentes formas de presión sobre los Estados para que actúen
de conformidad con los tratados internacionales sobre derechos humanos.
También pueden incorporar principios fundamentales de derechos humanos a
los códigos de conducta globales y acuerdos regionales, como lo ha
hecho recientemente la Unión Europea en sus nuevos acuerdos de pesca con
los países en desarrollo. Las organizaciones del sector pesquero, desde
organismos estatales hasta organizaciones de productores y
comunitarias, también pueden jugar un papel fundamental como
proponentes de la reforma, como monitores del progreso y como defensores
de las mejores prácticas para compartir con otros. Sin embargo, para
arraigar en las prioridades locales, todas estas iniciativas deben
reconocer y fortalecer los esfuerzos de aquellos cuyos derechos están
en peligro.
En conclusión, necesitamos colaborar hoy más que nunca. Debemos
proponer un enfoque más amplio e inclusivo de los problemas relacionados
con la pesca, conscientes del sufrimiento de tantos hermanos y hermanas
empleados a lo largo de toda la cadena de suministro.
En este setenta aniversario de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, deberíamos considerar el consenso que permitió la
aprobación de este documento fundamental como un ejemplo de superación
de un enfoque estrictamente económico, con el fin de enfatizar el
derecho al trabajo decente y seguro para todos. La Santa Sede apoya
firmemente los esfuerzos de la comunidad internacional para poner fin a
los abusos y las prácticas criminales que todavía existen en el sector
pesquero, elogia el trabajo realizado por la FAO y asegura su
cooperación, en la medida de lo posible, a través de la participación de
instituciones católicas. Gracias por su amable atención.
Discurso conclusivo de Mons. Fernando Chica Arellano
Señor Director General de la FAO,
Señor Vicedirector General de la OIT,
Eminencia,
Excelencias,
Señoras y señores,
Amigos y amigas todos:
Deseo concluir este encuentro con algunas breves reflexiones. Esta
mañana hemos centrado nuestra atención en la cuestión del tráfico de
personas y del trabajo forzado en el sector de la pesca, y nos hemos
detenido, en particular, en la dimensión jurídica de este problema,
denunciando que estas prácticas constituyen una violación de los
derechos humanos de los pescadores.
¿Permaneceremos nosotros indiferentes ante este drama, sobre todo este año en el que se celebra el 70° Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
No podemos contentarnos con constatar datos, aludir a estadísticas,
enumerar deseos o señalar injusticias. Estoy seguro de que nuestro
encuentro servirá de vehemente estímulo para promover acciones eficaces y
emprender un esfuerzo conjunto que ponga fin a fenómenos tan dolorosos
como los aquí referidos. Éstos no pueden quedar reducidos a meros y
fugaces titulares de prensa. Son tragedias que viven personas desvalidas
e indefensas. Ante ellas, nadie puede mirar para otro lado, evadirse
insinuando que es un problema ajeno y distante. Nadie puede sentirse
excluido de implicarse en la lucha contra una lacra que debería
extirparse cuanto antes. Merece la pena sostener esta noble causa.
Porque ciertamente existe el riesgo de circunscribirnos a recordar los
principios, afirmar las intenciones, destacar los estridentes desafueros
y formular denuncias. En cambio, para dar un peso real a las palabras
que hemos pronunciado hoy, es esencial una toma de conciencia más viva
de las desdichas que viven estas personas, hacer propio su dolor,
ponerse en su penosa situación y, con responsabilidad y firme voluntad,
dar paso a la acción, a medidas que sean vigorosas y saquen a quienes
más padecen de su postración[1]. Todos, organismos públicos y
privados, entes estatales y regionales, organizaciones
intergubernamentales y no gubernamentales, sociedad civil y sector
privado, todos hemos de sentirnos comprometidos y llamados a dejar la
retórica y los lugares comunes a un lado para dar curso a programas y
decisiones incisivas que devuelvan la dignidad a quien la ha perdido en
el sector pesquero.
De hecho, el trabajo, que es una actividad a través de la cual se expresa y se acrecienta la dignidad de las personas humanas[2],
no puede y no debe convertirse en aquello que, por el contrario, la
quita. El trabajo no puede y no debe convertirse en una realidad que
obliga a los seres humanos a vivir prisioneros en las “periferias
existenciales” de las que se hace difícil salir. El trabajo no puede y
no debe convertirse en expresión de esa cultura del “descarte”, de la
que a menudo habla el Papa Francisco, y que transforma a las personas
más excluidas y marginadas en “sobrantes”[3], es decir, en
seres humanos que se dejan atrás, olvidados inmisericordemente,
postergados y preteridos en infinidad de ocasiones.
He ahí por qué la Santa Sede, una y otra vez, alza su voz en defensa
de los pescadores que son víctimas de la trata, tráfico de personas y
trabajo forzado. Como apenas se ha evidenciado en el Mensaje para el Día mundial de la Pesca 2018, sirve sobre todo reafirmar los principios contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
preciosa hoja de ruta que nos orienta en la salvaguarda y tutela de la
dignidad humana en el mundo laboral, porque no puede existir ningún
trabajo que plenifique realmente a la persona sin el respeto de los
derechos humanos fundamentales.
Por esta razón es necesario no solo conocer o estudiar aquellos
instrumentos internacionales que puedan defender a los trabajadores
cuando ven lesionados sus derechos más básicos y fundamentales. No es
una simple cuestión de erudición. Lo que realmente hoy se precisa es una
esmerada aplicación de los mismos, y esto requiere la voluntad de las
partes involucradas.
Es igualmente esencial robustecer el papel de todos los operadores
que forman parte de las organizaciones gubernamentales y no
gubernamentales y que actúan cotidianamente para ser valedores de los
pescadores que son víctimas de crueles penalidades. Resulta perentorio
apoyar a cuantos defienden a los trabajadores, para que sigan dando lo
mejor de sí mismos y comprometiéndose con todos los medios a su alcance
para que los derechos humanos de estos últimos sean reconocidos y
tutelados.
Y también es importante subrayar otro aspecto. Tiene que ver con el
crecimiento de la responsabilidad social de las empresas dedicadas al
comercio de la pesca. Al respecto, se han dado pasos significativos,
realmente positivos, pero puede avanzarse aún más. Es un desafío siempre
presente, considerando asimismo que las situaciones que comportan
violaciones de los derechos humanos de aquellos que trabajan en este
sector se pueden verificar en todas las fases de la cadena de valores,
especialmente en el curso de las actividades que tienen que ver con la
captura, la cría y la elaboración de los productos pesqueros. En este
sentido, es imprescindible promover una cultura empresarial y financiera
que ponga en el centro a la persona humana y la calidad de las
relaciones entre personas, «de modo que cada empresa practique una forma
de responsabilidad social que no sea meramente marginal u ocasional,
sino que anime desde dentro todas sus acciones, orientándola
socialmente»[4]. En definitiva, como tantas veces han evidenciado los
ilustres oradores que hemos escuchado esta mañana, nunca será tiempo
perdido el empleado para mejorar las condiciones de quienes viven del
sector pesquero, con toda la rica vitalidad de sus componentes.
Ciertamente se perciben progresos, pero falta todavía camino por
recorrer para que se cancele cualquier fenómeno que vulnere los derechos
humanos de los pescadores. En este sentido, ayudará mucho tener en
cuenta que, al ejercer la actividad pesquera, no podemos olvidar que los
recursos naturales del planeta son limitados y que es fundamental
preservar la biodiversidad acuática, pues lo que contiene la tierra y el
mar no podemos esquilmarlo o agotarlo, arrastrados por una malsana
avidez. Es una riqueza que no nos pertenece y que debemos restituirla a
aquellos que nos la han prestado, que son las generaciones que vienen
detrás de nosotros. A éstas, no podemos restituirle un conjunto de
problemas, sino un mundo mejor, bello y armonioso. Y esto solo lo
llevaremos a cabo si nos sentimos deudores de los pobres, de los niños y
de los jóvenes.
Por este motivo, una pesca sostenible y respetuosa con el medio
ambiente no es algo opcional. Es más bien un prerrequisito para
preservar la vida y los derechos humanos de las generaciones venideras.
Pero todo esto no se dará sin el concurso de todos. Será la sinergia de
proyectos, ideas, medidas, esfuerzos, convenciones y compromisos la que
alcance tan deseable y justa meta.
Señoras y señores, no puedo concluir sin agradecer de corazón al
Prof. José Graziano da Silva, Director General de la FAO, su cortés
hospitalidad y su valiosa colaboración en la celebración de esta
Jornada. Gracias a todos los funcionarios de esta benemérita
Organización, que con gran profesionalidad han trabajado duramente para
que nosotros pudiéramos estar hoy aquí.
Vaya mi cordial agradecimiento también al Sr. Moussa Oumarou, que
representa al Director General de la OIT y que ha tenido la gentileza de
venir desde Ginebra. Con sus palabras ha testimoniado la importancia
que este Organismo otorga a esta temática.
Agradezco especialmente al señor Cardenal Prefecto del Dicasterio
para el Servicio del Desarrollo Humano Integral por la presentación del Mensaje de la Santa Sede para el Día mundial de la Pesca 2018,
así como al Excelentísimo Monseñor Secretario para las Relaciones con
los Estados de la Secretaría de Estado por la presencia en este evento y
por las agudas y atinadas consideraciones con que nos ha ilustrado a
todos los aquí presentes.
Mi agradecimiento, así como mi reconocimiento, va también a los demás
relatores que han descrito la actividad que están llevando a cabo en
sus respectivas Instituciones. En fin, deseo expresar mi más sincera
gratitud a todos ustedes que han participado en este encuentro por la
atención y el interés que han demostrado.
Muchas gracias.
_____________________
[1] Cf. San Pablo VI, Carta apostólica Octogesima Adveniens, n. 48.
[2] Cf. San Juan Pablo II, Laborem Exercens, n. 9.
[3] Cf. Francisco, Evangelii Gaudium, n. 53.
[4] Congregación para la Doctrina de la Fe y Dicasterio para el servicio del Desarrollo Humano Integral, Oeconomicae et pecuniariae quaestiones, n. 23.
[1]
Organización Marítima Internacional (OMI), Organización Internacional
del Trabajo (OIT) y la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO)
[2]
https://www.ilsole24ore.com/art/notizie/2018-09-07/intervista-papa-francesco-i-soldi-non-si-fanno-con-i-soldi-ma-con-il-lavoro-114036.shtml?uuid=AEf2V5lF
[3] Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), Preámbulo.
[4] http://www.apostolatusmaris.org/about/
[5] https://www.ilo.org/global/industries-and-sectors/shipping-ports-fisheries-inland-waterways/fisheries/lang--en/index.htm
[6] http://www.fao.org/3/i9540en/I9540EN.pdf
[7] http://www.fao.org/3/i9540en/I9540EN.pdf