DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
JUNIO 2014
A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO SUPERIOR DE LA MAGISTRATURA ITALIANA
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A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA DIOCESANA DE ROMA
Lunes 16 de junio de 2014
Ante todo, ¡buenas tardes a todos!
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO
"IMPACT INVESTING FOR THE POOR" ORGANIZADO POR EL
CONSEJO PONTIFICIO «JUSTICIA Y PAZ»
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A SU GRACIA JUSTIN WELBY,
ARZOBISPO DE CANTERBURY
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A LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO
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A LA CONFEDERACIÓN NACIONAL DE LAS MISERICORDIAS DE ITALIA
EN EL ANIVERSARIO DE LA AUDIENCIA DEL 14 DE JUNIO DE 1986
CON EL PAPA JUAN PABLO II
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Jardines Vaticanos
Domingo, 8 de junio de 2014
Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
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A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA
Sábado, 28 de Junio de 2014
Eminencia,
Querido
Hermano en Cristo,
La
solemnidad de los Santos Patronos de la Iglesia de Roma, los
Apóstoles Pedro y Pablo, me da nuevamente alegría de encontrarme
con una delegación de la Iglesia hermana de Constantinopla. Mientras
les doy una calurosa bienvenida, externo mi agradecimiento al
Patriarca Ecuménico, Su Santidad Bartolomé
I, y al Santo Sínodo, por haberles enviado a
compartir con nosotros la alegría de esta fiesta.
Está
vivo en mi mente y en mi corazón el recuerdo de los encuentros que
hemos tenido recientemente con el amado hermano Bartolomé.
Durante nuestra común peregrinación a la Tierra de Jesús, hemos
podido revivir la gracia del abrazo dado hace cincuenta años, en la
Ciudad santa de Jerusalén, entre nuestros venerables predecesores,
Atenágoras I y Pablo VI. Aquel gesto profético dio impulso decisivo
al camino que, gracias al Señor, no se detuvo nunca. Considero un
don don especial del Señor haber podido venerar juntos en aquellos
santísimos lugares, unidos en oración en el Sepulcro de Cristo,
donde podemos tocar con la mano el fundamento de
nuestra esperanza. La alegría del encuentro se renovó cuando
juntos hemos idealmente concluido esa peregrinación elevando aquí,
en la tumba del apóstol Pedro, una fervorosa invocación a Dios
pidiendo el don de la paz en Tierra Santa, junto a los presidentes de
Israel y Palestina. El Señor nos ha dado estas ocasiones de
encuentro fraterno, en las cuales hemos tenido la posibilidad de
manifestar el uno al otro el amor en Cristo que nos une, y de renovar
la voluntad compartida para continuar caminando
juntos en el camino hacia la plena unidad.
Sabemos
bien que esta unidad es un don de Dios, un don el cual el Altísimo
nos da desde ahora la gracia para obtenerlo cada vez que por la
fuerza del Espíritu Santo logremos a mirarnos los unos a los otros
con los ojos de la fe, a reconocerse para que estemos en
el plan de Dios, en el diseño de su eterna voluntad, y no por
lo que las consecuencias históricas de nuestros pecados nos han
llevado a ser. Si aprenderemos, guiados por el Espíritu, a mirarnos
siempre los unos a los otros en Dios, será entonces aún más rápido
nuestro camino y más ágil la colaboración en tantos campos de la
vida cotidiana que ya ahora felizmente nos une.
Esta
mirada teologal se nutre de fe, de esperanza, de amor; eso es capaz
de generar una reflexión teológica auténtica, que es en realidad
verdadera scientia Dei, participación a la
mirada que Dios tiene sobre sí mismo y sobre nosotros. Una
reflexión nos acercará los unos a los otros, en el camino de la
unidad, aun si partimos desde perspectivas diversas. Confío por lo
tanto, y rezo, para que el trabajo de la Comisión mixta
internacional pueda ser expresión de esta comprensión profunda, de
esta teología “hecha de rodillas”. La reflexión sobre conceptos
de primado y de sinodalidad, sobre comunión en la Iglesia Universal,
sobre el ministerio del Obispo de Roma, no será ahora un ejercicio
académico ni una simple disputa entre posiciones inconciliables.
Necesitamos todos abrirnos con coraje y confianza a la acción del
Espíritu Santo, de dejarse involucrar en la
mirada de Cristo sobre la Iglesia, su esposa, en el camino de este
ecumenismo espiritual reforzado por el martirio de tantos hermanos
nuestros que, confesando la fe en Jesucristo el Señor, han realizado
el ecumenismo de la sangre.
Queridos
Miembros de la delegación, con sentimientos de sincero respeto, de
amistad y de amor en Cristo, renuevo mi agradecimiento por vuestra
presencia aquí con nosotros. Les pido que
trasmitan mis saludos a mi venerable hermano Bartolomé y continúen
orando por mí y el ministerio que se me ha confiado. Por intercesión
de María Santísima, la Madre de Dios, de los Santos Pedro y Pablo,
los príncipes de los Apóstoles, y de San Andrés, el primero de los
llamados, Dios Omnipotente nos bendiga y nos colme de toda gracia.
Amén.
(Traducción
del original italiano por http://catolicidad.blogspot.com)
Palacio Apostólico Vaticano
Ilustres señores:
Me alegra encontrarme con vosotros al término de la International Drug Enforcement Conference. Os agradezco vuestra visita y os expreso mi aprecio por la obra que realizáis afrontando un problema tan grave y complejo de nuestro tiempo. Deseo que estas jornadas romanas marquen una etapa proficua en vuestro compromiso. En especial, deseo que alcancéis los objetivos que os habéis propuesto: coordinar las políticas antidroga, compartir las relativas informaciones y desarrollar una estrategia operativa orientada al contraste del narcotráfico. Tal vez en el narcotráfico las acciones son las que producen más dinero en el mercado. Y esto es trágico.
El flagelo de la droga sigue arreciando en modos y dimensiones impresionantes, alimentado por un mercado infame, que supera los confines nacionales y continentales. Así sigue creciendo el peligro para los jóvenes y los adolescentes. Ante tal fenómeno, siento la necesidad de manifestar mi dolor y mi preocupación.
Quisiera decir con mucha claridad: la droga no se vence con la droga. La droga es un mal, y con el mal no se puede ceder o pactar. Pensar en poder reducir el daño, consintiendo el uso de psicofármacos a las personas que siguen consumiendo droga, no resuelve en absoluto el problema. Las legalizaciones de las así llamadas «drogas ligeras», incluso parciales, además de ser cuanto menos discutible a nivel legislativo, no producen los efectos que se habían fijado. Las drogas sustitutivas, además, no son una terapia suficiente, sino un modo disimulado de rendirse ante el fenómeno. Quiero reafirmar lo que ya he dicho en otra ocasión: no a todo tipo de droga. Sencillamente. No a todo tipo de droga (cf. Audiencia general, 7 de mayo de 2014). Pero para decir este no, es necesario decir sí a la vida, sí al amor, sí a los demás, sí a la educación, sí al deporte, sí al trabajo, sí a más oportunidades de trabajo. Un joven que no tiene trabajo, pensemos en ello. Creo que la cifra es de 75 millones, en Europa. Creo, no estoy seguro, y no quiero decir una cosa que no existe. Pero pensemos en un joven: ni, ni. Ni estudia ni trabaja. Entra en esa falta de horizonte, de esperanza, y la primera oferta son las dependencias, entre las cuales está la droga. Esto... Las oportunidades de trabajo, la educación, el deporte, la vida sana: este es el camino de la prevención de la droga. Si se realizan estos «sí», no hay sitio para la droga, no hay sitio para el abuso de alcohol y para las demás dependencias.
La Iglesia, fiel al mandato de Jesús de ir a dondequiera que haya un ser humano que sufre, que esté sediento o hambriento, o en la cárcel (cf. Mt 25, 31-46), no ha abandonado a quienes han caído en la espiral de la droga, sino que con su amor creativo ha salido a su encuentro. Los ha tomado de la mano, a través del trabajo de numerosos agentes y voluntarios, para que pudiesen redescubrir la propia dignidad, ayudándoles a hacer resucitar los recursos, los talentos personales que la droga había sepultado, pero que no podía borrar, desde el momento que todo hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Pero este trabajo de recuperación es muy limitado, no es suficiente. Es necesario trabajar en la prevención. Esto hará mucho bien.
El ejemplo de muchos jóvenes que, deseosos de apartarse de la dependencia de la droga, se comprometen a reconstruir su vida, es un estímulo para mirar con confianza hacia adelante.
Ilustres señores, os aliento a continuar vuestro trabajo siempre con gran esperanza. Os deseo lo mejor y de corazón os bendigo. Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA 31 EDICIÓN
DE LA "INTERNATIONAL DRUG ENFORCEMENT CONFERENCE"
DE LA "INTERNATIONAL DRUG ENFORCEMENT CONFERENCE"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 21 de junio de 2014
Viernes 21 de junio de 2014
Ilustres señores:
Me alegra encontrarme con vosotros al término de la International Drug Enforcement Conference. Os agradezco vuestra visita y os expreso mi aprecio por la obra que realizáis afrontando un problema tan grave y complejo de nuestro tiempo. Deseo que estas jornadas romanas marquen una etapa proficua en vuestro compromiso. En especial, deseo que alcancéis los objetivos que os habéis propuesto: coordinar las políticas antidroga, compartir las relativas informaciones y desarrollar una estrategia operativa orientada al contraste del narcotráfico. Tal vez en el narcotráfico las acciones son las que producen más dinero en el mercado. Y esto es trágico.
El flagelo de la droga sigue arreciando en modos y dimensiones impresionantes, alimentado por un mercado infame, que supera los confines nacionales y continentales. Así sigue creciendo el peligro para los jóvenes y los adolescentes. Ante tal fenómeno, siento la necesidad de manifestar mi dolor y mi preocupación.
Quisiera decir con mucha claridad: la droga no se vence con la droga. La droga es un mal, y con el mal no se puede ceder o pactar. Pensar en poder reducir el daño, consintiendo el uso de psicofármacos a las personas que siguen consumiendo droga, no resuelve en absoluto el problema. Las legalizaciones de las así llamadas «drogas ligeras», incluso parciales, además de ser cuanto menos discutible a nivel legislativo, no producen los efectos que se habían fijado. Las drogas sustitutivas, además, no son una terapia suficiente, sino un modo disimulado de rendirse ante el fenómeno. Quiero reafirmar lo que ya he dicho en otra ocasión: no a todo tipo de droga. Sencillamente. No a todo tipo de droga (cf. Audiencia general, 7 de mayo de 2014). Pero para decir este no, es necesario decir sí a la vida, sí al amor, sí a los demás, sí a la educación, sí al deporte, sí al trabajo, sí a más oportunidades de trabajo. Un joven que no tiene trabajo, pensemos en ello. Creo que la cifra es de 75 millones, en Europa. Creo, no estoy seguro, y no quiero decir una cosa que no existe. Pero pensemos en un joven: ni, ni. Ni estudia ni trabaja. Entra en esa falta de horizonte, de esperanza, y la primera oferta son las dependencias, entre las cuales está la droga. Esto... Las oportunidades de trabajo, la educación, el deporte, la vida sana: este es el camino de la prevención de la droga. Si se realizan estos «sí», no hay sitio para la droga, no hay sitio para el abuso de alcohol y para las demás dependencias.
La Iglesia, fiel al mandato de Jesús de ir a dondequiera que haya un ser humano que sufre, que esté sediento o hambriento, o en la cárcel (cf. Mt 25, 31-46), no ha abandonado a quienes han caído en la espiral de la droga, sino que con su amor creativo ha salido a su encuentro. Los ha tomado de la mano, a través del trabajo de numerosos agentes y voluntarios, para que pudiesen redescubrir la propia dignidad, ayudándoles a hacer resucitar los recursos, los talentos personales que la droga había sepultado, pero que no podía borrar, desde el momento que todo hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Pero este trabajo de recuperación es muy limitado, no es suficiente. Es necesario trabajar en la prevención. Esto hará mucho bien.
El ejemplo de muchos jóvenes que, deseosos de apartarse de la dependencia de la droga, se comprometen a reconstruir su vida, es un estímulo para mirar con confianza hacia adelante.
Ilustres señores, os aliento a continuar vuestro trabajo siempre con gran esperanza. Os deseo lo mejor y de corazón os bendigo. Gracias.
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO SUPERIOR DE LA MAGISTRATURA ITALIANA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Martes 17 de junio de 2014
Martes 17 de junio de 2014
Me disculpo una vez más, de verdad. A media mañana tuve
un malestar, fiebre, y tuve que suspender las citas. Me disculpo por
ello.
Os doy mi bienvenida a vosotros, que componéis el Consejo
superior de la magistratura, a los colaboradores y a los familiares.
Agradezco al profesor Michele Vietti sus amables palabras, y dirijo un
afectuoso saludo al presidente de la República, que preside esta
institución.
La tarea que se os ha confiado al servicio de la nación
se orienta al buen funcionamiento de un sector vital de la convivencia
social. Por tanto, deseo expresaros mi estima y mi aliento por vuestra
actividad y por cuantos están comprometidos en dicho sector con recta
conciencia y profundo sentido de responsabilidad jurídica y civil.
Quiero reflexionar sobre el aspecto ético, que
encarna la función del magistrado. En cada país las normas jurídicas
están destinadas a garantizar la libertad y la independencia del
magistrado, para que pueda realizar, con las garantías necesarias, su
importante y delicado trabajo. Esto os pone en una posición de
particular relieve para responder adecuadamente a la función que os
confía la sociedad, para mantener una imparcialidad siempre irrefutable;
para discernir con objetividad y prudencia basándoos únicamente en la
justa norma jurídica y, sobre todo, para responder a la voz de una
conciencia indefectible que se funda en los valores fundamentales. La
independencia del magistrado y la objetividad del juicio que expresa
requieren una aplicación atenta y puntual de las leyes vigentes. La
certeza del derecho y el equilibrio de los diversos poderes de una
sociedad democrática encuentran su síntesis en el principio de
legalidad, en defensa del cual actúa el magistrado.
Del juez dependen decisiones que no sólo influyen en los
derechos y en los bienes de los ciudadanos, sino que también atañen a su
existencia misma. En consecuencia, el sujeto juzgante, en cualquier
nivel, debe poseer cualidades intelectuales, psicológicas y morales que
den garantía de fiabilidad para una función tan relevante. Entre todas
las cualidades, la cualidad dominante, y diría específica del juez, es la prudencia,
que no es una virtud para permanecer inmóvil: «Soy prudente: estoy
inmóvil», no. Es una virtud de gobierno, una virtud para llevar adelante
las cosas, la virtud que inclina a ponderar con serenidad las razones
de derecho y de hecho que deben constituir la base del juicio. Se tendrá
más prudencia, si se posee un elevado equilibrio interior, capaz de
dominar los impulsos provenientes del propio carácter, de los propios
puntos de vista, de las propias convicciones ideológicas.
La sociedad italiana espera mucho de la magistratura,
especialmente en el actual contexto caracterizado, entre otras cosas,
por una aridez del patrimonio de valores y por la evolución de las
estructuras democráticas. Que vuestro compromiso no sea defraudar las
legítimas expectativas de la gente. Esforzaos por ser cada vez más un
ejemplo de integridad moral para toda la sociedad. No faltan enseñanzas y
modelos de gran valor en los que inspiraros. Deseo mencionar la
luminosa figura de Vittorio Bachelet, que guió el Consejo superior de la
magistratura en tiempos de grandes dificultades y cayó víctima de la
violencia de los así llamados «años de plomo»; y la de Rosario Livatino,
asesinado por la mafia, cuya causa de beatificación está en proceso.
Dieron un testimonio ejemplar del estilo propio del fiel laico
cristiano: leal a las instituciones, abierto al diálogo, firme y
valiente al defender la justicia y la dignidad de la persona humana.
Que el Señor, Juez justo y Padre de misericordia, ilumine
vuestras vidas y vuestras acciones. Que su bendición os acompañe y os
sostenga a cada uno de vosotros y vuestro trabajo colegial, así como a
vuestros colegas magistrados y a vuestras familias. Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA DIOCESANA DE ROMA
Lunes 16 de junio de 2014
Ante todo, ¡buenas tardes a todos!
Estoy contento de estar entre vosotros.
Doy las gracias al cardenal vicario por las palabras de
afecto y de confianza que me ha dirigido en nombre de todos vosotros.
Gracias también a don Gianpiero Palmieri y a los dos catequistas Ada y
Pierpaolo, que han ilustrado la situación. Les he dicho: «¡Lo habéis
dicho todo vosotros! Yo doy la bendición y me marcho». Son buenos.
Quisiera decir una cosa, sin ninguna duda: me gustó mucho que tú, don Gianpiero, hayas mencionado la Evangelii nuntiandi.
También hoy es el documento pastoral más importante del posconcilio,
que no ha sido superado. Debemos ir siempre allí. Esa exhortación
apostólica es una cantera de inspiración. Y la escribió el gran Pablo
VI, de su puño y letra. Porque después de ese Sínodo no se ponían de
acuerdo si escribir una Exhortación, si no hacerla...; y al final el
relator —era san Juan Pablo II— recogió todos los folios y se los
entregó al Papa, como diciendo: «Arréglate tú, hermano». Pablo VI leyó
todo y, con esa paciencia que tenía, comenzó a escribir. Es
precisamente, para mí, el testamento pastoral del gran Pablo VI. Y no ha
sido superada. Es una cantera de recursos para la pastoral. Gracias por
haberla mencionado, y que sea siempre un punto de referencia.
Este año, visitando algunas parroquias, he tenido ocasión
de encontrar a muchas personas, que a menudo fugazmente pero con gran
confianza me han expresado sus esperanzas, sus expectativas, juntamente
con sus penas y su problemas. También en las muchas cartas que recibo
cada día leo acerca de hombres y mujeres que se sienten desorientados,
porque la vida con frecuencia es agobiante y no se logra encontrar su
sentido y su valor. Es demasiado acelerada. Imagino cuán agitada es la
jornada de un papá o de una mamá, que se levantan temprano, acompañan a
los hijos a la escuela, luego van a trabajar, a menudo a lugares donde
hay tensiones y conflictos, incluso a sitios lejanos. Antes de venir
aquí he ido a la cocina a tomar un café, estaba allí el cocinero y le he
dicho: «¿Cuánto tiempo necesitas para ir a tu casa?»; «Una hora y
media...». ¡Una hora y media! Y regresa a casa, están los hijos, la
mujer... Y tienen que atravesar Roma con el tráfico. Con frecuencia nos
sucede a todos nosotros sentirnos así solos. Sentir encima un peso que
nos aplasta, y nos preguntamos: ¿esto es vida? Surge en nuestro corazón
la pregunta: ¿cómo hacer para que nuestros hijos, nuestros jóvenes,
puedan dar un sentido a su vida? Porque también ellos advierten que este
modo de vivir nuestro a veces es inhumano, y no saben qué dirección
tomar a fin de que la vida sea hermosa, y por la mañana estén contentos
de levantarse.
Cuando confieso a los jóvenes esposos y me hablan de los
hijos, hago siempre una pregunta: «¿Y tú tienes tiempo para jugar con
tus hijos?». Y muchas veces escucho del papá: «Pero, padre, yo cuando
voy a trabajar por la mañana, ellos duermen, y cuando regreso, a la
noche, están en la cama, duermen». ¡Esto no es vida! Es una cruz
difícil. No es humano. Cuando era arzobispo en otra diócesis tenía
ocasión de hablar con más frecuencia que ahora con los muchachos y los
jóvenes y me daba cuenta que sufrían de orfandad, es decir de un
estado de huérfanos. Nuestros niños, nuestros muchachos sufren de
orfandad.
Creo que lo mismo sucede en Roma. Los jóvenes están huérfanos
de un camino seguro para recorrer, de un maestro de quien fiarse, de
ideales que caldeen el corazón, de esperanzas que sostengan el cansancio
del vivir cotidiano. Son huérfanos, pero conservan vivo en su corazón
el deseo de todo esto. Esta es la sociedad de los huérfanos. Pensemos en
esto, es importante. Huérfanos, sin memoria de familia: porque, por
ejemplo, los abuelos están lejos, en residencias, no tienen esa
presencia, esa memoria de familia; huérfanos, sin afecto de hoy, o un
afecto con demasiada prisa: papá está cansando, mamá está cansada, se
van a dormir... Y ellos quedan huérfanos. Huérfanos de gratuidad: lo que
decía antes, esa gratuidad del papá y de la mamá que saben perder el
tiempo para jugar con los hijos. Necesitamos el sentido de la gratuidad:
en las familias, en las parroquias, en toda la sociedad. Y cuando
pensamos que el Señor se ha revelado a nosotros en la gratuidad, es
decir, como Gracia, la cuestión es mucho más importante. Esa necesidad
de gratuidad humana, que es como abrir el corazón a la gracia de Dios.
Todo es gratis: Él viene y nos da su gracia. Pero si nosotros no tenemos
el sentido de la gratuidad en la familia, en la escuela, en la
parroquia nos será muy difícil entender qué es la gracia de Dios, esa
gracia que no se vende, que no se compra, que es un regalo, un don de
Dios: es Dios mismo. Y por ello son huérfanos de gratuidad.
Jesús nos hizo una gran promesa: «No os dejaré huérfanos» (Jn
14, 18), porque Él es el camino a recorrer, el maestro a quien
escuchar, la esperanza que no decepciona. Cómo no sentir arder el
corazón y decir a todos, en especial a los jóvenes: «¡No eres huérfano!
Jesucristo nos ha revelado que Dios es Padre y quiere ayudarte, porque
te ama». He aquí el sentido profundo de la iniciación cristiana: generar
a la fe quiere decir anunciar que no somos huérfanos. Porque también la
sociedad reniega de sus hijos. Por ejemplo, a casi un 40% de los
jóvenes italianos no da trabajo. ¿Qué significa? «Tú no me importas. Tú
eres material de descarte. Lo siento, pero la vida es así». También la
sociedad convierte en huérfanos a los jóvenes. Pensad lo que significa
que 75 millones de jóvenes en esta civilización europea, jóvenes de 25
años para abajo, no tengan trabajo... Esta civilización los deja
huérfanos. Somos un pueblo que quiere hacer crecer a sus hijos con esta
certeza de tener un padre, de tener una familia, de tener una madre.
Nuestra sociedad tecnológica —lo decía ya Pablo VI— multiplica al
infinito las ocasiones de placer, de distracción, de curiosidad, pero no
es capaz de conducir al hombre a la verdadera alegría. Muchas
comodidades, muchas cosas hermosas, ¿pero dónde está la alegría? Para
amar la vida no necesitamos llenarla de cosas, que después se convierten
en ídolos; necesitamos que Jesús nos mire. Es su mirada que nos dice:
es hermoso que tú vivas, tu vida no es inútil, porque a ti te he
encomendado una gran misión. Esta es la verdadera sabiduría: una mirada
nueva sobre la vida que nace del encuentro con Jesús.
El cardenal Vallini ha hablado de este camino de
conversión pastoral misionera. Es un camino que se hace y se debe hacer,
y nosotros tenemos la gracia aún de poder hacerlo. Conversión no es
fácil, porque es cambiar la vida, cambiar de método, cambiar muchas
cosas, incluso cambiar el alma. Pero este camino de conversión nos dará
la identidad de un pueblo que sabe engendrar a los hijos, no un pueblo
estéril. Si nosotros como Iglesia no sabemos engendrar hijos, algo no
funciona. El desafío mayor de la Iglesia hoy es convertirse en madre:
¡madre! No una ong bien organizada, con muchos planes pastorales... Los
necesitamos, ciertamente... Pero eso no es lo esencial, eso es una
ayuda. ¿A qué ayuda? A la maternidad de la Iglesia. Si la Iglesia no es
madre, es feo decir que se convierte en una solterona, pero se convierte
en una solterona. Es así: no es fecunda. No sólo engendra hijos la
Iglesia, su identidad es dar vida a los hijos, es decir, evangelizar,
como dice Pablo VI en la Evangelii nuntiandi. La
identidad de la Iglesia es esta: evangelizar, es decir, engendrar
hijos. Pienso en nuestra madre Sara, que había envejecido sin hijos;
pienso en Isabel, la esposa de Zacarías, que envejeció sin hijos; pienso
en Noemí, otra mujer que envejeció sin descendencia... Y estas mujeres
estériles tuvieron hijos, tuvieron descendencia: el Señor es capaz de
hacerlo. Pero para ello la Iglesia debe hacer algo, debe cambiar, debe
convertirse para llegar a ser madre. ¡Debe ser fecunda! La fecundidad es
la gracia que nosotros hoy debemos pedir al Espíritu Santo, para que
podamos seguir adelante en nuestra conversión pastoral y misionera. No
se trata, no es cuestión de ir a buscar prosélitos, ¡no, no! Ir a tocar
los timbres: «¿Usted quiere venir a esta asociación que se llama Iglesia
católica?...». Hay que hacer la ficha, un socio más... La Iglesia —nos
dijo Benedicto XVI— no crece por proselitismo, crece por atracción, por
atracción materna, por ese ofrecer maternidad; crece por ternura, por la
maternidad, por el testimonio que genera cada vez más hijos. Está un
poco envejecida nuestra Madre Iglesia... No debemos hablar de la
«abuela» Iglesia, pero está un poco avejentada. Tenemos que
rejuvenecerla, pero no llevándola al médico que hace la cosmética, ¡no!
Este no es el verdadero rejuvenecimiento de la Iglesia, esto no
funciona. La Iglesia se hace más joven cuando es capaz de engendrar más
hijos; se hace más joven cuanto más se hace madre. Esta es nuestra
madre, la Iglesia; y nuestro amor de hijos. Estar en la Iglesia es estar
en casa, con mamá; en casa de mamá. Esta es la grandeza de la
revelación.
Es un envejecimiento que... creo... —no sé si don
Gianpiero o el cardenal— ha hablado de fuga de la vida comunitaria, esto
es verdad: el individualismo nos lleva a la fuga de la vida
comunitaria, y esto hace envejecer a la Iglesia. Vamos a visitar una
institución que ya no es madre, nos da una cierta identidad, como el
equipo de fútbol: «Soy de este equipo, soy aficionado de la católica». Y
esto sucede cuando tiene lugar la fuga de la vida comunitaria, la fuga
de la familia. Debemos recuperar la memoria, la memoria de la Iglesia
que es pueblo de Dios. A nosotros hoy nos falta el sentido de la
historia. Tenemos miedo del tiempo: nada de tiempo, nada de itinerarios,
nada, nada. ¡Todo ahora! Estamos en el reino del presente, de la
situación. Sólo este espacio, este espacio, este espacio, y nada de
tiempo. También en la comunicación: luces, el momento, celular, el
mensaje... El lenguaje más abreviado, más reducido. Todo se hace
deprisa, porque somos esclavos de la situación. Recuperar la memoria en
la paciencia de Dios, que no tuvo prisa en su historia de salvación, que
nos ha acompañado a lo largo de la historia, que prefirió la historia
larga por nosotros, de tantos años, caminando con nosotros.
En el presente —de ello hablaré luego, si tengo tiempo—
diré una sola palabra: acogida. He aquí, la acogida. Y otra que habéis
dicho vosotros: ternura. Una madre es tierna, sabe acariciar. Pero
cuando nosotros vemos a la pobre gente que va a la parroquia con esto,
con aquello otro y no sabe cómo moverse en este ambiente, porque no va
con frecuencia a la parroquia, y encuentra una secretaria que grita, que
cierra la puerta: «No, usted para hacer esto tiene que pagar esto, esto
y esto. Y tiene que hacer esto y esto... Tome este papel y tiene que
hacer...». Esta gente no se siente en la casa de mamá. Tal vez se siente
en la administración, pero no en la casa de la madre. Y las
secretarias, ¡las nuevas «hostiarias» de la Iglesia! Pero secretaria
parroquial quiere decir abrir la puerta de la casa de la madre, no
cerrarla. Y se puede cerrar la puerta de muchas maneras. En Buenos Aires
era famosa una secretaria parroquial: todos la llamaban la
«tarántula»... no digo más. Saber abrir la puerta en el presente:
acogida y ternura.
También los sacerdotes, los párrocos y los vicarios
parroquiales tienen mucho trabajo, y yo comprendo que a veces están un
poco cansados; pero un párroco que es demasiado impaciente no hace bien.
A veces yo comprendo, comprendo... Una vez tuve que escuchar a una
señora, humilde, muy humilde, que había dejado la Iglesia siendo joven;
ahora siendo madre de familia, volvió a la Iglesia, y decía: «Padre, yo
dejé la Iglesia porque en la parroquia, siendo jovencita —no sé si iba a
la Confirmación, no estoy seguro...— vino una mujer con un niño y le
pidió al párroco el Bautismo... —esto pasó hace tiempo y no aquí en
Roma, en otra parte—, y el párroco dijo que sí, pero que tenía que
pagar... «Pero no tengo dinero». «Ve a tu casa, toma lo que tengas, me
lo traes y te bautizo a tu hijo». Y esa mujer me hablaba en presencia de
Dios. Esto sucede... Esto no significa acoger, esto es cerrar la
puerta. En el presente: ternura y acogida.
Y para el futuro, esperanza y paciencia. Dar testimonio
de esperanza, sigamos adelante. ¿Y la familia? Es paciencia. La que san
Pablo nos dice: soportaos mutuamente, unos a otros. Soportarnos. Es así.
Pero volvamos al texto. La gente que viene sabe, por la
unción del Espíritu Santo, que la Iglesia custodia el tesoro de la
mirada de Jesús. Y nosotros debemos ofrecerlo a todos. Cuando llegan a
la parroquia —tal vez me repito, porque he hecho un camino distinto y me
he alejado del texto—, ¿qué actitud debemos tener? Debemos acoger
siempre a todos con corazón grande, como en familia, pidiendo al Señor
que nos haga capaces de participar en las dificultades y en los
problemas que a menudo los muchachos y los jóvenes encuentran en su
vida.
Debemos tener el corazón de Jesús, quien «al ver a las
muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y
abandonadas como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36). Al ver a
las muchedumbres, sintió compasión. A mí me gusta soñar una Iglesia que
viva la compasión de Jesús. Compasión es «padecer con», sentir lo que
sienten los demás, acompañar en los sentimientos. Es la Iglesia madre,
como una madre que acaricia a sus hijos con la compasión. Una Iglesia
que tenga un corazón sin confines, pero no sólo el corazón: también la
mirada, la dulzura de la mirada de Jesús, que a menudo es mucho más
elocuente que tantas palabras. Las personas esperan encontrar en
nosotros la mirada de Jesús, a veces sin ni siquiera saberlo, esa mirada
serena, feliz, que entra en el corazón. Pero —como han dicho vuestros
representantes— debe ser toda la parroquia quien sea una comunidad
acogedora, no sólo los sacerdotes y los catequistas. ¡Toda la parroquia!
Debemos replantearnos cuán acogedoras son nuestras
parroquias, si los horarios de las actividades favorecen la
participación de los jóvenes, si somos capaces de hablar su lenguaje, de
captar incluso en otros ambientes (como por ejemplo en el deporte, en
las nuevas tecnologías) las ocasiones para anunciar el Evangelio.
Llegamos a ser audaces al explorar nuevas modalidades con las cuales
nuestras comunidades sean casas donde la puerta esté siempre abierta.
¡La puerta abierta! Pero es importante que la acogida siga una clara propuesta de fe;
una propuesta de fe muchas veces no explícita, sino con la actitud, con
el testimonio: en esta institución que se llama Iglesia, en esta
institución que se llama parroquia se respira un aire de fe, porque se
cree en el Señor Jesús.
Os pediré a vosotros que estudiéis bien estas cosas que
he dicho: esta orfandad, y estudiar cómo hacer recuperar la memoria de
familia; como hacer a fin de que en las parroquias haya afecto, haya
gratuidad, que la parroquia no sea una institución vinculada sólo a las
situaciones del momento. No, que sea histórica, que sea un camino de
conversión pastoral. Que en el presente sepa acoger con ternura, y sepa
impulsar hacia adelante a sus hijos con la esperanza y la paciencia.
Yo quiero mucho a los sacerdotes, porque ser párroco no
es fácil. Es más fácil ser obispo que párroco. Porque nosotros obispos
siempre tenemos la posibilidad de tomar distancias, u ocultarnos detrás
del «su excelencia», y eso nos protege. Pero ser párroco, cuando te
llaman a la puerta: «Padre, esto, padre aquí y padre allá...». ¡No es
fácil! Cuando viene uno a contarte los problemas de la familia, o ese
muerto, o cuando vienen a hablar las así llamadas «muchachas de Cáritas»
contra las así llamadas «muchachas de las catequesis»... No es fácil
ser párroco.
Pero quiero decir una cosa, ya lo he dicho en otra
ocasión: la Iglesia italiana es muy fuerte gracias a los párrocos. Estos
párrocos que —ahora tendrán otro sistema— dormían con el teléfono sobre
la mesita de noche y se levantaban a cualquier hora para ir a visitar a
un enfermo... Nadie moría sin los Sacramentos... ¡Cercanos! ¡Párrocos
cercanos! ¿Y luego? Han dejado esta memoria de evangelización...
Pensemos en la Iglesia madre y digamos a nuestra madre
Iglesia lo que Isabel dijo a María cuando se convirtió en madre, en
espera del hijo: «Tú eres feliz, porque has creído».
Queremos una Iglesia de fe, que crea que el Señor es
capaz de convertirla en madre, de darle muchos hijos. Nuestra Santa
Madre Iglesia. ¡Gracias!.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO
"IMPACT INVESTING FOR THE POOR" ORGANIZADO POR EL
CONSEJO PONTIFICIO «JUSTICIA Y PAZ»
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 16 de junio de 2014
Lunes 16 de junio de 2014
Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida y las gracias porque, con este
congreso, dais una contribución importante a la búsqueda de caminos
actuales y practicables hacia una mayor igualdad social. Agradezco al
cardenal Turkson su amable introducción.
La solidaridad con los pobres y los excluidos os ha
impulsado a reflexionar sobre una forma emergente de inversión
responsable, conocida como Impact Investing. En el encuentro
también participan representantes de la Curia romana para estudiar
formas innovadoras de inversión, que puedan producir beneficios para las
comunidades locales y el ambiente circunstante, además de un
rendimiento justo.
El impact investor se configura como un inversor
consciente de la existencia de graves situaciones de injusticia, de
profundas desigualdades sociales y de las penosas condiciones de
desventaja en las que se hallan poblaciones enteras. Se dirige a
institutos financieros que utilizan los recursos para promover el
desarrollo económico y social de las poblaciones pobres, con fondos de
inversión destinados a satisfacer sus necesidades básicas vinculadas a
la agricultura, al acceso al agua, a la posibilidad de disponer de
viviendas dignas a precios accesibles, así como a servicios primarios
para la salud y la educación.
Tales inversiones pretenden producir un impacto social
positivo en las poblaciones locales, como la creación de puestos de
trabajo, el acceso a la energía, la instrucción y el crecimiento de la
productividad agrícola. Y la renta financiera de los inversores es más
contenida respecto a otras tipologías de inversión.
La lógica que anima estas formas innovadoras de
intervención es la que «reconoce el vínculo original entre provecho y
solidaridad, la existencia de una circularidad fecunda entre ganancia y
don… Tarea de los cristianos es redescubrir, vivir y anunciar a todos
esta valiosa y original unidad entre provecho y solidaridad. ¡Cuán
necesario es que el mundo contemporáneo redescubra esta bella verdad!»
(prólogo del libro del cardenal G. Müller, Pobre para los pobres. La misión de la Iglesia). Lo necesitamos de verdad.
Es importante que la ética reencuentre su espacio en las
finanzas y los mercados se pongan al servicio de los intereses de los
pueblos y del bien común de la humanidad. Ya no podemos tolerar que los
mercados financieros gobiernen la suerte de los pueblos en vez de servir
a sus necesidades, o que pocos prosperen recurriendo a la especulación
financiera mientras que muchos sufren duramente sus consecuencias.
La innovación tecnológica ha aumentado la velocidad de
las transacciones financieras, pero este aumento tiene sentido en la
medida en que demuestra que puede mejorar la capacidad de servir al bien
común. En particular, la especulación de los precios alimentarios es un
escándalo que tiene graves consecuencias para el acceso a la comida de
los más pobres. Es urgente que los Gobiernos de todo el mundo se
comprometan a desarrollar un cuadro internacional capaz de promover el
mercado de inversión de alto impacto social, de modo que se contraste la
economía de la exclusión y del descarte.
En el día en que la Iglesia festeja a los santos Quirico y
Julita, hijo y madre que, bajo Diocleciano, dejaron sus bienes yendo al
encuentro del martirio, quiero pedir con vosotros al Señor que nos
ayude a no olvidar jamás la fugacidad de los bienes terrenales y a
comprometernos en el bien común, con amor preferencial por los más
pobres y débiles. Os bendigo de corazón a vosotros y vuestro trabajo.
Gracias.
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A SU GRACIA JUSTIN WELBY,
ARZOBISPO DE CANTERBURY
Lunes 16 de junio de 2014
Vuestra Gracia,
señor cardenal Nichols,
señor cardenal Koch,
queridos hermanos y hermanas:
señor cardenal Nichols,
señor cardenal Koch,
queridos hermanos y hermanas:
«Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal
133, 1). Una vez más, Vuestra Gracia, nos encontramos como compañeros
de viaje que siguen al Señor, colaboradores en su viña, peregrinos en el
camino hacia su Reino. Al darle la bienvenida cordial a usted y a los
distinguidos miembros de su delegación, ruego al Señor que este
encuentro contribuya a consolidar nuestros vínculos de amistad y a
fortalecer nuestro compromiso por la gran causa de la reconciliación y
de la comunión entre los creyentes en Cristo.
También a nosotros el Señor parece preguntarnos: «¿De qué discutíais por el camino?» (Mc
9, 33). Cuando Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos, ellos
permanecieron en silencio porque sentían vergüenza, habiendo discutido
entre sí quién era el mayor. También nosotros nos sentimos confundidos
por la distancia que existe entre la llamada del Señor y nuestra pobre
respuesta. Ante su mirada misericordiosa no podemos fingir que nuestra
división no es un escándalo, un obstáculo para el anuncio del evangelio
de la salvación al mundo. Nuestra vista está ofuscada a menudo por el
peso causado por la historia de nuestras divisiones, y nuestra voluntad
no siempre está libre de la ambición humana que a veces acompaña incluso
a nuestro deseo de anunciar el Evangelio según el mandamiento del Señor
(cf. Mt 28, 19).
La meta de la plena unidad puede parecer un objetivo
lejano, pero sigue siendo la meta hacia la que debemos orientar cada
paso del camino ecuménico que estamos recorriendo juntos. Me anima la
sabia exhortación del decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano
II, que nos llama a llevar adelante nuestras relaciones y nuestra
colaboración sin obstaculizar los caminos de la Providencia y sin causar
daño a las futuras inspiraciones del Espíritu Santo (cf. Unitatis redintegratio,
24). Nuestro progreso hacia la plena comunión no será simplemente el
resultado de nuestras acciones humanas, sino libre don de Dios. El
Espíritu Santo nos da la fuerza para no descorazonarnos y nos invita a
fiarnos con plena confianza de su poderosa acción.
Como discípulos que se esfuerzan por seguir al Señor,
sabemos que la fe nos ha llegado a través de muchos testigos. Somos
deudores de los grandes santos, de los maestros y de las comunidades que
nos han transmitido la fe a lo largo de los siglos y que nos confirman
nuestras raíces comunes. Ayer, solemnidad de la santísima Trinidad,
Vuestra Gracia celebró las Vísperas en la iglesia de San Gregorio en el
Celio, desde la cual el Papa Gregorio Magno envió al monje Agustín y a
sus compañeros a evangelizar a los pueblos de Inglaterra, dando origen a
una historia de fe y santidad de la que luego se beneficiarían muchos
otros pueblos europeos. Un camino glorioso, del que perdura una profunda
huella en instituciones y tradiciones eclesiales que compartimos y que
constituyen un fundamento sólido para nuestra fraternidad.
Con estas bases, miramos con confianza al futuro. La
«Comisión internacional anglicano-católica» y la «Comisión internacional
anglicano-católica para la unidad y la misión» constituyen ámbitos
particularmente significativos para examinar, con espíritu constructivo,
los antiguos y nuevos desafíos del compromiso ecuménico.
Cuando nos encontramos por primera vez, Vuestra Gracia,
hablamos de las preocupaciones comunes y de nuestro dolor ante los males
que afligen a la familia humana. En particular, expresamos el mismo
horror ante la plaga del tráfico de seres humanos y las diversas formas
de esclavitud moderna. Agradezco a Vuestra Gracia el compromiso que
demuestra al oponerse a tan intolerable crimen contra la dignidad
humana. En este vasto campo de acción, que se presenta con toda su
urgencia, se han comenzado significativas actividades de cooperación,
tanto en campo ecuménico como con autoridades civiles y organizaciones
internacionales. Muchas son las iniciativas caritativas nacidas en
nuestras comunidades y realizadas con generosidad y valentía en varias
partes del mundo. Pienso, en particular, en la red de acción contra la
trata de mujeres creada por numerosos institutos religiosos femeninos.
Nos comprometemos a perseverar en la lucha contra las nuevas formas de
esclavitud, confiando poder contribuir a dar alivio a las víctimas y a
contrastar este trágico comercio. Como discípulos enviados a sanar al
mundo herido, doy gracias a Dios porque nos ha hecho capaces de hacer
frente común contra esta gravísima plaga, con perseverancia y
determinación.
Don´t forget the three «p». [Welby: Three «p»?...].
Prayer, peace and poverty. We must walk together. [Welby: We must walk
together].
[No olvide las tres «p». Plegaria, paz y pobreza. Debemos caminar juntos].
Vuestra Gracia, le agradezco una vez más su visita. Pido
al Señor que bendiga abundantemente su ministerio, sosteniéndolo a usted
y a sus seres queridos en la alegría y en la paz. Amén.
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A LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO
Basílica de Santa María en Trastévere
Domingo 15 de junio de 2014
Domingo 15 de junio de 2014
Queridos amigos:
Vengo a visitar a la Comunidad de San Egidio aquí en el Trastévere, donde nació. ¡Gracias por vuestra calurosa acogida!
Estamos reunidos aquí en torno a Cristo que, desde lo
alto del mosaico, nos mira con ojos tiernos y profundos, juntamente con
la Virgen María, que rodea con su brazo. Esta antigua basílica se ha
convertido en lugar de oración cotidiana para muchos romanos y
peregrinos. Rezar en el centro de la ciudad no quiere decir olvidar las
periferias humanas y urbanas. Significa escuchar y acoger aquí el
Evangelio del amor para ir al encuentro de los hermanos y hermanas en
las periferias de la ciudad y del mundo.
Cada iglesia, cada comunidad, está llamada a esto en la vida agitada y a veces confusa de la ciudad. Todo comienza con la plegaria.
La oración preserva al hombre anónimo de la ciudad de las tentaciones
que pueden ser también las nuestras: el protagonismo por el cual todo
gira en torno a sí, la indiferencia, el victimismo. La oración es la
primera obra de vuestra Comunidad, y consiste en escuchar la Palabra de
Dios —este pan, el pan que nos da fuerza, que nos hace seguir adelante—
pero también en dirigir los ojos a Él, como en esta basílica:
«Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará»,
dice el Salmo (34, 6).
Quien contempla al Señor, ve a los demás. También vosotros habéis aprendido a ver a los demás, en especial a los más pobres;
y os deseo que viváis lo que ha dicho el profesor Riccardi, que entre
vosotros se confunde quien ayuda y quien es ayudado. Una tensión que
lentamente cesa de ser tensión para convertirse en encuentro, abrazo: se
confunde quien ayuda y quien recibe ayuda. ¿Quién es el protagonista?
Los dos, o, mejor dicho, el abrazo.
En los pobres está presente Jesús, que se identifica con
ellos. San Juan Crisóstomo escribió: «El Señor se acerca a ti con
actitud de necesitado...» (In Matthaeum Homil. lXVI, 3: pg 58,
629). Sois y seguís siendo una Comunidad con los pobres. Veo entre
vosotros también a muchos ancianos. Me alegra que seáis sus amigos y
estéis cerca de ellos. El trato a los ancianos, así como el que se da a
los niños, es un indicador para ver la calidad de una sociedad. Cuando
los ancianos son descartados, cuando los ancianos son aislados y a veces
se apagan sin afecto, es una mala señal. Cuán buena es, en cambio, esa
alianza que veo aquí entre jóvenes y ancianos donde todos reciben y dan.
Los ancianos y su oración son una riqueza para San Egidio. Un pueblo
que no cuida a sus ancianos, que no se preocupa de sus jóvenes, es un
pueblo sin futuro, un pueblo sin esperanza. Porque los jóvenes —los
niños, los jóvenes— y los ancianos llevan adelante la historia. Los
niños, los jóvenes, con su fuerza biológica, es justo. Los ancianos,
dándoles la memoria. Pero cuando una sociedad pierde la memoria, se
acaba, se acaba. Es malo ver una sociedad, un pueblo, una cultura que ha
perdido la memoria. La abuela de noventa años que ha hablado —¡muy
bien!— nos ha dicho que existe este recurso del descarte, esta cultura
del descarte. Para mantener un equilibrio así, donde en el centro de la
economía mundial no están el hombre y la mujer, sino que está el ídolo
del dinero, es necesario descartar cosas. Se descartan los niños: nada
de niños. Pensemos sólo en la tasa de crecimiento de los niños en
Europa: en Italia, España, Francia... Y se descartan los ancianos, con
actitudes detrás de las cuales hay una eutanasia oculta, una forma de
eutanasia. No sirven, y lo que no sirve se descarta. Lo que no produce
se descarta. Y hoy la crisis es tan grande que se descartan a los
jóvenes: cuando pensamos en esos 75 millones de jóvenes de 25 años para
abajo, que son «ni-ni»: ni trabajo, ni estudio. No tienen nada. Sucede
hoy, en esta Europa cansada, como lo ha dicho usted. En esta Europa que
se ha cansado; no ha envejecido, no, está cansada. No sabe qué hacer. Un
amigo mío me hacía una pregunta, hace tiempo: por qué yo no hablo de
Europa. Y le tendí una trampa, le dije: «¿Usted me ha oído cuando he
hablado de Asia?», y se dio cuenta de que era una trampa. Hoy hablo de
Europa. La Europa que está cansada.
Debemos ayudarle a rejuvenecer, a
encontrar sus raíces. Es verdad: ha renegado de sus raíces. Es verdad.
Pero debemos ayudarle a volver a encontrarlas.
Desde los pobres y los ancianos se empieza a cambiar la
sociedad. Jesús dijo de sí mismo: «La piedra que desecharon los
constructores es ahora la piedra angular» (Mt 21, 42). También
los pobres son en cierto sentido «la piedra angular» para la
construcción de la sociedad. Hoy, lamentablemente, una economía
especulativa los hace cada vez más pobres, privándolos de lo esencial,
como la casa y el trabajo. ¡Es inaceptable! Quien vive la solidaridad no
lo acepta y actúa. Y a esta palabra «solidaridad» muchos quieren
quitarla del diccionario, porque a una cierta cultura le parece una
palabrota. ¡No! La solidaridad es una palabra cristiana. Y por esto sois
familia de los que no tienen casa, amigos de las personas con
discapacidad, que, al ser amados, expresan tanta humanidad. Veo aquí,
además, a muchos «nuevos europeos», inmigrantes llegados después de
viajes dolorosos y peligrosos. La Comunidad los acoge con atención y
muestra que el extranjero es un hermano nuestro a quien hay que conocer y
ayudar. Y esto nos rejuvenece.
Desde aquí, desde Santa María en Trastévere, dirijo mi
saludo a quienes participan en vuestra comunidad en otros países del
mundo. Aliento también a ellos a ser amigos de Dios, de los pobres y de
la paz: quien vive así encontrará bendición en la vida y será bendición
para los demás.
En algunos países que sufren por la guerra, vosotros tratáis de mantener viva la esperanza de la paz.
Trabajar por la paz no da resultados rápidos, pero es una obra de
artesanos pacientes, que buscan lo que une y dejan de lado lo que
divide, como decía san Juan XXIII.
Es necesario más oración y más diálogo: esto es
necesario. El mundo se ahoga sin diálogo. Pero el diálogo es posible
sólo a partir de la propia identidad. Yo no puedo aparentar tener otra
identidad para dialogar. No, no se puede dialogar así. Yo tengo esta
identidad, pero dialogo, porque soy persona, porque soy hombre, soy
mujer; y el hombre y la mujer tienen esta posibilidad de dialogar sin
negociar la propia identidad. El mundo se ahoga sin diálogo: por ello
también vosotros dad vuestra aportación para promover la amistad entre
las religiones.
Seguid adelante por este camino: plegaria, pobres y paz.
Y caminando así ayudáis a hacer crecer la compasión en el corazón de la
sociedad —que es la verdadera revolución, la de la compasión y de la
ternura—, a hacer crecer la amistad en lugar de los fantasmas de la
enemistad y de la indiferencia.
Que el Señor Jesús, que desde lo alto del mosaico abraza a
su Santísima Madre, os sostenga siempre y os abrace a todos junto con
ella en su misericordia. La necesitamos, la necesitamos mucho. Este es
el tiempo de la misericordia. Rezo por vosotros, y vosotros rezad por
mí. Gracias.
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A LA CONFEDERACIÓN NACIONAL DE LAS MISERICORDIAS DE ITALIA
EN EL ANIVERSARIO DE LA AUDIENCIA DEL 14 DE JUNIO DE 1986
CON EL PAPA JUAN PABLO II
Plaza de San Pedro
Sábado 14 de junio de 2014
Sábado 14 de junio de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os dirijo mi saludo a todos vosotros, que formáis parte
de las «Misericordias» de Italia y de los grupos «Fratres», y también a
vuestros familiares y a las personas asistidas que han podido unirse a
vuestra peregrinación. Saludo a monseñor Franco Agostinelli, obispo de
Prato y vuestro corrector general, y al presidente nacional de vuestra
confederación, señor Roberto Trucchi, agradeciéndoles las palabras con
las que han introducido este encuentro. A todos os manifiesto mi aprecio
por la importante obra que realizáis en favor del prójimo que sufre.
Las «Misericordias», antigua expresión del laicado
católico y bien arraigadas en el territorio italiano, están
comprometidas a testimoniar el evangelio de la caridad entre los
enfermos, los ancianos, los discapacitados, los menores, los inmigrantes
y los pobres. Todo vuestro servicio cobra sentido y forma de esta
palabra: «misericordia», palabra latina cuyo significado etimológico es «miseris cor dare», «dar el corazón a los míseros», a los que tienen necesidad, a los que sufren.
Es lo que ha hecho Jesús: ha abierto de par en par su
Corazón a la miseria del hombre. El Evangelio es rico en episodios que
presentan la misericordia de Jesús, la gratuidad de su amor a los que
sufren y a los débiles. A través de los relatos evangélicos podemos
captar la cercanía, la bondad, la ternura con que Jesús se acercaba a
las personas que sufrían y las consolaba, las aliviaba y, a menudo, las
curaba. Siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro, también nosotros
estamos llamados a acercarnos, a compartir la condición de las personas
que encontramos. Es necesario que nuestras palabras, nuestros gestos y
nuestras actitudes expresen la solidaridad, la voluntad de no permanecer
indiferentes al dolor de los demás, y esto con calor fraterno y sin
caer en ninguna forma de paternalismo.
Tenemos a disposición muchas informaciones y estadísticas
sobre la pobreza y las tribulaciones humanas. Existe el riesgo de ser
espectadores informadísimos y desencarnados de estas realidades, o de
pronunciar hermosos discursos que se concluyen con soluciones verbales y
desinterés por los problemas reales. Demasiadas palabras, demasiadas
palabras, demasiadas palabras, pero no se hace nada. Este es un riesgo.
No es el vuestro; vosotros trabajáis, trabajáis bien, bien. Pero existe
el riesgo… Cuando oigo algunas conversaciones entre personas que conocen
las estadísticas: ¡Qué barbaridad, padre! ¡Qué barbaridad, qué
barbaridad!». «Pero, ¿qué haces tú contra esta barbaridad?». Nada,
hablo. Y esto no resuelve nada. ¡Hemos oído tantas palabras! Lo que hace
falta es actuar, vuestra obra, el testimonio cristiano, ir a los que
sufren, acercarse como hizo Jesús. Imitemos a Jesús: va por los caminos y
no ha planificado ni a los pobres ni a los enfermos, ni a los inválidos
que encuentra a lo largo del camino; pero se detiene ante el primero
que encuentra, y se transforma en presencia que socorre, signo de la
cercanía de Dios que es bondad, providencia y amor.
La actividad de vuestras asociaciones se inspira en las
siete obras de misericordia corporal, que me agrada recordar, porque
hará bien oírlas una vez más: dar de comer al hambriento, dar de beber
al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, visitar al enfermo,
visitar a los presos y enterrar a los muertos. Os animo a llevar
adelante con alegría vuestra acción y a modelarla conforme a la de
Cristo, dejando que todos los que sufren puedan encontraros y contar con
vosotros en el momento de necesidad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias! Gracias una vez
más a todos vosotros por lo que hacéis. ¡Gracias! Que las
«Misericordias» y los grupos «Fratres» sigan siendo lugares de acogida y
gratuidad, en el signo del auténtico amor misericordioso a toda
persona. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. ¡Gracias!
Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. También yo lo necesito. ¡Gracias!
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Jardines Vaticanos
Domingo, 8 de junio de 2014
Señores Presidentes,
Santidad,
hermanos y hermanas:
Santidad,
hermanos y hermanas:
Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado
mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la
paz. Espero que este encuentro sea un camino en busca de lo que une,
para superar lo que divide.
Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé,
por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su
participación es un gran don, un valioso apoyo y testimonio de la senda
que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.
Su presencia, Señores Presidentes, es un gran signo de
fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de
confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos
uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.
Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra
Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la
oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y
religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están
unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde
al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde
hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o
enemigos.
Señores Presidentes, el mundo es un legado que hemos
recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros
hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con
ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar
los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz,
para que triunfen el amor y la amistad.
Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas
inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena
floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que
su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en
el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el
entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y
pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que
para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no
al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la
negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las
provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se
necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son
suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el
maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos
aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No
renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un
acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de
frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos
responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a
doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta
palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos
de un solo Padre.
A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo
la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre
nuestra.
Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años
resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con
nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta
sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas
abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor,
ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la
paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para
decir: «¡Nunca más la guerra!»; «con la guerra, todo queda destruido».
Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la
paz.
Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado
y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día
artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a
todos los hermanos que encontramos en nuestro camino.
Haznos disponibles
para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden
transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en
confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros
la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones
de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que
sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división,
odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los
corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro
sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en
shalom, paz, salam. Amén.
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LLAMADA TELEFÓNICA DE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA 36 PEREGRINACIÓN A PIE DE
MACERATA A LORETO
A LOS PARTICIPANTES EN LA 36 PEREGRINACIÓN A PIE DE
MACERATA A LORETO
Sábado 7 de junio de 2014
Queridos jóvenes que peregrináis a pie de Macerata a Loreto:
También este año quiero estar presente en medio de
vosotros, al menos virtualmente. Es una alegría; me alegra que vuestra
peregrinación este año tenga lugar precisamente la noche que precede a
la fiesta del Espíritu Santo —Pentecostés— y del encuentro de oración
que se tendrá mañana, en el Vaticano, para invocar el don de la paz en
Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo. Os pido por favor:
uníos a nosotros y pedid a Dios, por intercesión de la Virgen de Loreto,
que haga resonar nuevamente en esa tierra el cántico de los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres» (cf. Lc 2, 14).
Queridos jóvenes, vuestro tema es: «¡Dios es el Señor de las sorpresas!»,
y esto es verdad. Por ello no tengáis miedo de soñar un mundo más
justo; de pedir, buscar y profundizar. Vosotros sabéis que la fe no es
una herencia que recibimos de los demás, la fe no es un producto que se
compra, sino que es una respuesta de amor que damos libremente y
construimos diariamente con paciencia, entre éxitos y fracasos.
No temáis lanzaros a los brazos de Dios. Dios no os
pedirá nada si no es para bendecirlo y dároslo de nuevo multiplicado
cien veces más.
No os dejéis desalentar por los derrotados o por los
miedosos que os quieren quitar la ilusión, que os quieren encerrar en
sus mentalidades oscuras en lugar de dejaros volar a la luz de la
esperanza. Por favor, no caigáis en la mediocridad. En esa mediocridad
que abaja y nos hace grises, pero la vida no es gris, la vida es para
apostarla por los grandes ideales y por las cosas grandes.
La negatividad es contagiosa, pero también la positividad
es contagiosa; la desesperación es contagiosa, pero también la alegría
es contagiosa: no sigáis a las personas negativas sino seguid irradiando
a vuestro alrededor luz y esperanza. Y sabed que la esperanza no
decepciona, no decepciona nunca.
Nada se pierde con Dios, pero sin Él todo está perdido;
abrid vuestro corazón a Él y tened confianza en Él y vuestros ojos verán
sus caminos y sus maravillas (cf. Pr 23, 26).
Esta noche, al rezar por la paz en Loreto, cerca de la Virgen, no olvidéis elevar una oración también por mí, lo necesito.
¡Muchas gracias, adelante y feliz camino!
¡Rezad a favor y no en contra!
¡Buenas noches! Que el Señor os bendiga y caminad en paz!
Que os bendiga Dios omnipotente: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que la Virgen os acompañe. ¡Gracias!
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
ORGANIZADO POR EL CENTRO DEPORTIVO ITALIANO
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO DEL CUERPO DE CARABINEROS,
EN EL BICENTENARIO DE FUNDACIÓN
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ORGANIZADO POR EL CENTRO DEPORTIVO ITALIANO
Plaza de San Pedro
Sábado 7 de junio de 2014
Sábado 7 de junio de 2014
Queridos amigos del Centro deportivo italiano:
Os agradezco vuestra presencia —¡sois tantos!— y
agradezco al presidente sus amables palabras. Es una verdadera fiesta
del deporte la que juntos estamos viviendo aquí, en la plaza de San
Pedro, que hoy alberga también campos de juego. Es muy bueno que hayáis
querido festejar vuestro septuagésimo cumpleaños no solos, sino con todo
el mundo deportivo italiano, representado por el Coni y, sobre todo,
con tantas sociedades deportivas. ¡Felicidades! Ahora sólo falta el
pastel, para festejar el 70º cumpleaños.
El saludo mayor es para vosotros, queridos atletas,
entrenadores y dirigentes de las sociedades deportivas. Conozco y
aprecio vuestro compromiso y vuestra dedicación al promover el deporte como experiencia educativa.
Vosotros, jóvenes y adultos que os ocupáis de los más pequeños, a
través de vuestro valioso servicio sois verdaderamente, a todos los
efectos, educadores. Es un motivo de justo orgullo, pero, sobre todo, es
una responsabilidad. El deporte es un camino educativo. Encuentro tres
caminos, para los jóvenes, para los muchachos y para los niños. El
camino de la educación, el camino del deporte y el camino del trabajo,
es decir, que haya puestos de trabajo al inicio de la vida juvenil. Si
existen estos tres caminos, os aseguro que no habrá dependencias: nada
de droga, nada de alcohol. ¿Por qué? Porque la escuela te lleva
adelante, el deporte te lleva adelante y el trabajo te lleva adelante.
No olvidéis esto. A vosotros, deportistas, a vosotros, dirigentes, y
también a vosotros, hombres y mujeres de la política: educación, deporte
y puestos de trabajo.
Es importante, queridos muchachos, que el deporte siga siendo un juego.
Sólo si es un juego, hará bien al cuerpo y al espíritu. Y precisamente
porque sois deportistas, os invito no sólo a jugar, como ya lo hacéis,
sino también a algo más: a poneros en juego tanto en la vida como
en el deporte. Poneros en juego en busca del bien, en la Iglesia y en
la sociedad, sin miedo, con valentía y entusiasmo. Poneros en juego con
los demás y con Dios; no contentarse con un «empate» mediocre, dar lo
mejor de sí mismos, gastando la vida por lo que de verdad vale y dura
para siempre. No contentarse con estas vidas tibias, vidas
«mediocremente empatadas»: no, no. Ir adelante, buscando siempre la
victoria.
En las sociedades deportivas se aprende a acoger.
Se acoge a cada atleta que desea formar parte de ella y se acogen unos a
otros, con sencillez y simpatía. Invito a todos los dirigentes y
entrenadores a ser, ante todo, personas acogedoras, capaces de tener
abierta la puerta para dar a cada uno, sobre todo a los menos
favorecidos, una oportunidad de expresarse.
Y vosotros, muchachos, que sentís alegría cuando os
entregan la camiseta, signo de pertenencia a vuestro equipo, estáis
llamados a comportaros como verdaderos atletas, dignos de la camiseta
que lleváis. Os deseo que la merezcáis cada día, a través de vuestro compromiso y también de vuestro esfuerzo.
Os deseo también que sintáis el gusto, la belleza del juego de equipo, que es muy importante para la vida. No al individualismo:
No a desarrollar el juego para sí mismos. En mi tierra, cuando un
jugador hace esto, le decimos: «Pero, ¡este quiere comerse la pelota!».
No, esto es individualismo: no os comáis la pelota, desarrollad el juego
de equipo, de équipe. Pertenecer a una sociedad deportiva quiere
decir rechazar toda forma de egoísmo y de aislamiento, es la ocasión
para encontrarse y estar con los demás, para ayudarse mutuamente, para
competir en la estima recíproca y crecer en la fraternidad.
Muchos educadores, sacerdotes y religiosas, también han
partido del deporte para madurar su misión de hombres y de cristianos.
Recuerdo, en particular, una hermosa figura de sacerdote, el padre
Lorenzo Massa, que por las calles de Buenos Aires reunió a un grupo de
jóvenes en torno al campo parroquial y dio vida al que luego se
convertiría en un importante equipo de fútbol.
Muchas de vuestras sociedades deportivas han nacido y
viven «a la sombra del campanario», en los oratorios, con los
sacerdotes, con las religiosas. Es hermoso cuando en la parroquia hay un
grupo deportivo, y si no hay un grupo deportivo en la parroquia, falta
algo. Si no existe el grupo deportivo, falta algo. Pero este grupo
deportivo debe organizarse bien, de modo coherente con la comunidad cristiana,
si no es coherente, es mejor que no exista. El deporte en la comunidad
puede ser un óptimo instrumento misionero, mediante el cual la Iglesia
se acerca a cada persona para ayudarla a llegar a ser mejor y a
encontrar a Jesucristo.
Así que, ¡felicidades al Centro deportivo italiano por
sus 70 años! ¡Y felicidades a todos vosotros! He oído antes que me
habéis elegido vuestro capitán: os lo agradezco. Como capitán, os animo a
no encerraros en la defensa, sino a ir al ataque, a jugar juntos
nuestro partido, que es el del Evangelio.
Por favor, que todos jueguen, no sólo los mejores, sino
todos, con los talentos y los límites que cada uno tiene, más aún,
privilegiando a los más desfavorecidos, como hacía Jesús. Y os aliento a
llevar adelante vuestro compromiso a través del deporte con los
muchachos de las periferias de las ciudades: junto con los balones para
jugar también podéis dar motivos de esperanza y de confianza. Recordad
siempre estos tres caminos: la escuela, el deporte y los puestos de
trabajo. Buscad siempre esto. Y yo os aseguro que en este camino no
existirá la dependencia de la droga, del alcohol y de tantos otros
vicios.
Queridos hermanos y hermanas, estamos en la víspera de
Pentecostés: invoco sobre vosotros una abundante efusión del Espíritu
Santo, que con sus dones os sostenga en vuestro camino y os haga
testigos gozosos y valientes de Jesús resucitado. Os bendigo y rezo por
vosotros, y os pido que recéis por mí, porque también yo debo
desarrollar mi juego, que es vuestro juego, es el juego de toda la
Iglesia. Rezad por mí, para que pueda desarrollar este juego hasta el
día en que el Señor me llame a sí. Gracias.
Ahora hagamos una oración en silencio, todos. Que cada
uno de vosotros piense en su equipo, en sus compañeros de juego, en sus
entrenadores, en su familia. Y pidamos a la Virgen que bendiga a todos:
Avemaría…
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO DEL CUERPO DE CARABINEROS,
EN EL BICENTENARIO DE FUNDACIÓN
Plaza de San Pedro
Viernes 6 de junio de 2014
Viernes 6 de junio de 2014
Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida a todos vosotros, con ocasión del
bicentenario de la fundación del Cuerpo de Carabineros. Los «carabineros
de la gente», como ha dicho el ministro. Es así. Saludo a los
carabineros en servicio y a los reservistas, y a vuestros familiares.
Saludo a los ministros y a las demás autoridades presentes, y agradezco
al comandante general las palabras con las que ha introducido este
encuentro. Doy las gracias a la señora ministra y dirijo un pensamiento
particular a mi hermano, el Ordinario militar monseñor Santo Marcianò y a
los capellanes, presencia importante en vuestro ambiente y para vuestro
camino de fe.
Celebrar este aniversario significa repasar dos siglos de
la historia de Italia, tan fuerte es el vínculo del Cuerpo de
Carabineros con el país. Entre los carabineros y la gente existe un
vínculo hecho de solidaridad, confianza y dedicación al bien común. Las
comisarías de los carabineros son puestos de control presentes en todo
el territorio nacional: son puntos de referencia para la colectividad,
incluso en las ciudades y en los pueblos más remotos y periféricos. Y
esta presencia esparcida os llama a participar en la vida de la
comunidad en la que estáis insertados, tratando de estar cerca de los
problemas de la gente, especialmente de las personas más débiles y con
dificultades. Vuestra vocación es el servicio.
Vuestro servicio se expresa en la protección de las
personas y del ambiente, en la acción por la seguridad, por el respeto
de las reglas de la convivencia civil y por el bien común: es un
compromiso concreto y constante en la defensa de los derechos y deberes
de las personas y de las comunidades. La tutela del orden público y de
la seguridad de las personas es un compromiso cada vez más actual en una
sociedad dinámica, abierta y garante, como la italiana, en la que
estáis llamados a actuar; y constituye, además, la condición necesaria e
indispensable para que toda persona, ya sea como individuo, ya sea en
las comunidades de las que forma parte, pueda expresarse libremente,
madurar, y así responder a la vocación particular que Dios ha reservado a
cada uno de nosotros.
Queridos carabineros: vuestra misión se expresa en el
servicio al prójimo y os compromete cada día a corresponder a la
confianza y a la estima que la gente siente por vosotros. Esto requiere
disponibilidad constante, paciencia, espíritu de sacrificio y sentido
del deber. En vuestro trabajo estáis sostenidos por una historia escrita
por servidores fieles del Estado, que han honrado al Cuerpo con la
entrega de sí mismos. A estos recordémoslos en este momento con el
corazón, con la oración y con el silencio (silencio), con la adhesión al
juramento prestado y el generoso servicio al pueblo. Pensemos en el
siervo de Dios Salvo d'Acquisto, que a los 23 años, aquí, cerca de Roma,
en Polidoro, ofreció espontáneamente su joven existencia para salvar la
vida de personas inocentes de la brutalidad nazi.
Siguiendo esta larga
tradición, proseguid con serenidad y generosidad vuestro servicio,
testimoniando los ideales que os animan a vosotros y a vuestras
familias, que están siempre a vuestro lado.
Gran importancia tiene vuestro compromiso más allá de los
confines nacionales. En efecto, también en el extranjero os esforzáis
por ser constructores de paz, para garantizar la seguridad, el respeto
de la dignidad humana y la defensa de los derechos humanos en los países
atormentados por todo tipo de conflictos y tensiones. No dejéis de dar
por doquier, en vuestra patria y fuera de ella, un claro y gozoso
testimonio de humanidad, especialmente respecto a los más necesitados y
desfavorecidos.
Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestro
servicio vele la Virgen María, vuestra patrona celestial, a la que
veneráis con el título de Virgo fidelis. A ella recurrid con
confianza, especialmente en los momentos de cansancio y dificultad,
seguros de que, como madre tiernísima, sabrá presentar a su Hijo Jesús
vuestras necesidades y vuestras expectativas.
Antes de invocar sobre vosotros la bendición del Señor,
deseo anunciar que el próximo 13 de septiembre iré en peregrinación al
cementerio militar de Redipuglia, en la provincia de Gorizia, para rezar
por los caídos de todas las guerras. La ocasión es el centenario del
inicio de aquella enorme tragedia que fue la primera guerra mundial, de
la que oí tantas historias dolorosas de labios de mi abuelo, que la
libró en el Piave.
Gracias, queridos amigos carabineros, por haber venido en gran número. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Os invito a rezar a la Virgo fidelis, nuestra madre, por todo el Cuerpo de Carabineros, por las autoridades, por vuestras familias, por los caídos y por la patria.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL
DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES
"LA IGLESIA Y LOS GITANOS: ANUNCIAR EL EVANGELIO EN LAS PERIFERIAS"
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL
DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES
"LA IGLESIA Y LOS GITANOS: ANUNCIAR EL EVANGELIO EN LAS PERIFERIAS"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 5 de junio de 2014
Jueves 5 de junio de 2014
Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión el Encuentro mundial de promotores episcopales y directores nacionales de la pastoral de los gitanos, os doy mi bienvenida y os saludo a todos cordialmente. Agradezco al cardenal Antonio Maria Vegliò sus palabras de introducción. Vuestro congreso tiene como tema «La Iglesia y los gitanos: anunciar el Evangelio en las periferias». En este tema está, ante todo, la memoria de una relación, la relación entre la comunidad eclesial y el pueblo gitano, la historia de un camino para conocerse y encontrarse; y luego está el desafío, un desafío referido tanto a la pastoral ordinaria, como a la nueva evangelización.
A menudo los gitanos se encuentran al margen de la sociedad, y a veces se les mira con hostilidad y sospecha —recuerdo muchas veces, aquí en Roma, cuando algunos gitanos subían al autobús y el conductor decía: «¡Atención con las carteras!». Esto es desprecio. Tal vez será verdad, pero es desprecio...—; son escasamente implicados en las dinámicas políticas, económicas y sociales del territorio. Sabemos que es una realidad compleja, pero ciertamente también el pueblo gitano está llamado a contribuir al bien común, y esto es posible con itinerarios adecuados de corresponsabilidad, en la observancia de los deberes y en la promoción de los derechos de cada uno.
Entre las causas que en la sociedad actual provocan situaciones de miseria en una parte de la población, podemos indicar la falta de estructuras educativas para la formación cultural y profesional, el difícil acceso a la atención sanitaria, la discriminación en el mercado del trabajo y la carencia de alojamientos dignos. Si estas llagas del tejido social afectan indistintamente a todos, los grupos más débiles son los que con mayor facilidad se convierten en víctimas de las nuevas formas de esclavitud. Son, en efecto, las personas menos protegidas las que caen en la trampa de la explotación, de la mendicidad forzada y de diversas formas de abuso. Los gitanos están entre los más vulnerables, sobre todo cuando faltan las ayudas para la integración y la promoción de la persona en las diversas dimensiones de la vida civil.
Aquí se introduce la solicitud de la Iglesia y vuestra aportación específica. El Evangelio, en efecto, es anuncio de alegría para todos y de modo especial para los más débiles y marginados. A ellos estamos llamados a asegurar nuestra cercanía y nuestra solidaridad, siguiendo el ejemplo de Jesucristo que les dio testimonio de la predilección del Padre.
Es necesario que, junto a esta acción solidaria en favor del pueblo gitano, se cuente con el compromiso de las instituciones locales y nacionales y el apoyo de la comunidad internacional, para señalar proyectos e intervenciones orientadas al mejoramiento de la calidad de vida. Ante las dificultades y las necesidades de los hermanos, todos deben sentirse interpelados a poner la dignidad de cada persona humana en el centro de sus atenciones. En lo que se refiere a la situación de los gitanos en todo el mundo, hoy es más necesario que nunca elaborar nuevas propuestas en ámbito civil, cultural y social, así como la estrategia pastoral de la Iglesia, para afrontar los desafíos que surgen de formas modernas de persecución, de opresión y, algunas veces, también de esclavitud.
Os aliento a continuar con generosidad vuestra importante obra, a no desalentaros, sino a continuar comprometiéndoos en favor de quien mayormente se encuentra en condiciones de necesidad y marginación en las periferias humanas. Que los gitanos puedan encontrar en vosotros hermanos y hermanas que les aman con el mismo amor con el que Cristo amó a los marginados. Sed para ellos el rostro acogedor y alegre de la Iglesia.
Invoco la maternal protección de la Virgen María sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo. Muchas gracias y rezad por mí.
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A SU SANTIDAD ARAM I, CATHOLICÓS DE LA
IGLESIA ARMENIA APOSTÓLICA DE CILICIA
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A SU SANTIDAD ARAM I, CATHOLICÓS DE LA
IGLESIA ARMENIA APOSTÓLICA DE CILICIA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 5 de junio de 2014
Jueves 5 de junio de 2014
Santidad,
queridos hermanos en Cristo:
queridos hermanos en Cristo:
Estoy especialmente contento de darle a usted, Santidad, y
a los distinguidos miembros de su delegación un cordial saludo en el
Señor Jesús. Mi pensamiento se extiende en este momento a los obispos,
al clero y a todos los fieles del Catholicosado de Cilicia. «Gracia y
paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Rm 1, 7). Bienvenidos al umbral de los santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Hace un mes tuve el gusto de recibir a Su Santidad el
catholicós Karekin II, hoy tengo la alegría de reunirme con Vuestra
Santidad, catholicós de la Gran Casa de Cilicia. Doy las gracias
juntamente con vosotros al Señor por las relaciones fraternas que nos
unen, por su continuo progreso, y considero un auténtico don de Dios
poder compartir este momento de encuentro y de oración común.
Es bien conocido por todos el compromiso de Vuestra
Santidad en favor de la causa de la unidad de los creyentes en Cristo.
Usted ha desempeñado papeles de primer orden en el Consejo mundial de
Iglesias, y sigue ofreciendo un apoyo eficaz al Consejo de las Iglesias
de Oriente Medio, que desempeña un papel precioso al sostener a las
comunidades cristianas de la región, tan probadas por numerosas
dificultades. Y no quisiera olvidar la cualificada aportación ofrecida
por Vuestra Santidad y por los representantes del Catholicosado de
Cilicia a la Comisión mixta de diálogo entre la Iglesia católica y las
Iglesias ortodoxas orientales. Creo que, en este camino hacia la
comunión plena, compartimos las mismas esperanzas y el mismo compromiso
responsable, conscientes de caminar de este modo en la voluntad del
Señor Jesucristo.
Vuestra Santidad representa a una parte del mundo
cristiano profundamente marcada por una historia de pruebas y de
sufrimientos, aceptados con valentía por amor a Dios. La Iglesia
apostólica armenia se vio obligada a convertirse en un pueblo peregrino,
experimentando así de forma única su estar en camino hacia el reino de
Dios. La historia de emigración, persecución y martirio de tantos fieles
dejó heridas profundas en el corazón de todos los armenios. Las debemos
contemplar y venerar como heridas del cuerpo mismo de Cristo:
precisamente por esto ellas son también causa de esperanza
inquebrantable y de confianza en la misericordia providente del Padre.
Confianza y esperanza: las necesitamos mucho. Las
necesitan los hermanos cristianos de Oriente Medio, en especial quienes
viven en zonas atormentadas por el conflicto y la violencia. Las
necesitamos también nosotros, cristianos que no tenemos que afrontar
tales dificultades, pero que a menudo corremos el riesgo de perdernos en
los desiertos de la indiferencia y del olvido de Dios, o de vivir en
conflicto entre hermanos, o de sucumbir en nuestras batallas interiores
contra el pecado. Como seguidores de Jesús debemos aprender a llevar con
humildad los unos los pesos de los otros, ayudándonos de este modo,
recíprocamente, a ser más cristianos, más discípulos de Jesús.
Caminemos, por lo tanto, juntos en la caridad, como Cristo nos amó y se
entregó por nosotros, donándose a Dios en sacrificio de suave olor (cf. Ef 5, 1-2).
En estos días que preceden a la solemnidad de
Pentecostés, mientras nos disponemos a revivir en el misterio el milagro
de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente, invoquemos
con fe al Espíritu, Señor y Dador de vida, a fin de que renueve la faz
de la tierra, sea fuerza para sanar las heridas del mundo y reconciliar
el corazón de cada hombre con el Creador.
Que sea Él, el Paráclito, quien inspire nuestro camino
hacia la unidad, que sea Él quien nos enseñe cómo alimentar los vínculos
de fraternidad que ya nos unen en el único bautismo y en la única fe.
Invoco sobre todos nosotros la protección de María Santísima, la Toda
Santa, presente en el Cenáculo junto con los Apóstoles, para que sea
para nosotros Madre de la unidad. Amén.
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ZIMBABUE
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Lunes 2 de junio de 2014
Queridos hermanos en el episcopado:
«Paz a vosotros!» (Jn 20, 19). Os doy la bienvenida en vuestra peregrinación ad limina Apostolorum a las tumbas de los Apóstoles, por cuya intercesión estamos rezando aquí, mientras buscáis unidad y fuerza inspiradas en su vida entregada al servicio de Cristo y de su Iglesia. Agradezco a monseñor Bhasera sus cordiales palabras de saludo en nombre de los obispos y de todos los católicos de Zimbabue; que estos días de oración y de solidaridad entre sus pastores y el Sucesor de Pedro sean un tiempo fecundo de renovación espiritual.
Podemos alabar a Dios por el testimonio auténtico de la muerte y resurrección de Jesús ofrecida por la Iglesia en Zimbabue, que floreció al inicio de la historia cristiana en África meridional. Vuestros predecesores en el episcopado, junto con sus sacerdotes, religiosos y colaboradores laicos —muchos de ellos misioneros procedentes de países lejanos— entregaron su vida para que la fe pudiera arraigarse y prosperar en vuestra tierra. En todo Zimbabue las estaciones misioneras han crecido hasta convertirse en parroquias y diócesis. La Iglesia ha llegado a ser indígena, un árbol joven y fuerte en el jardín del Señor, lleno de vida y de frutos abundantes. Generaciones de zimbabuenses —entre los cuales muchos líderes políticos— fueron educados en escuelas de la Iglesia. Durante muchos decenios hospitales católicos se hicieron cargo de los enfermos, ofreciendo curación física y psicológica. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa surgieron de vuestra tierra, y estas vocaciones continúan. Por todas estas gracias, y a pesar de los numerosos desafíos, nuestra oración de acción de gracias se eleva al Señor como un sacrificio vespertino.
La Iglesia en vuestro país estuvo al lado de su gente tanto antes como después de la independencia, también en estos años de inmenso sufrimiento en los cuales millones de personas han dejado el país por la frustración y la desesperación, donde muchas vidas se han perdido y muchas lágrimas se han derramado. En el ejercicio de vuestro ministerio profético, habéis ofrecido una voz firme a todas las personas en dificultad en vuestro país, especialmente a los oprimidos y a los refugiados. Pienso en especial en vuestra Carta pastoral de 2007, Dios escucha el grito de los oprimidos: «El pueblo que sufre en Zimbabue está gimiendo en agonía: “centinela, ¿cuánto queda de la noche?”». En la misma habéis mostrado cómo la crisis es espiritual y al mismo tiempo moral, extendiéndose desde los tiempos coloniales al presente, y cómo las «estructuras de pecado» introducidas en el orden social están, en último término, radicadas en el pecado personal, exigiendo de todos una profunda conversión personal y un sentido moral renovado iluminado por el Evangelio.
Los cristianos están presentes en todos los ámbitos del conflicto en Zimbabue, y, por lo tanto, os exhorto a guiar a todos con gran ternura hacia la unidad y la sanación: se trata de un pueblo, tanto negro como blanco, algunos más ricos, pero en la gran mayoría más pobres, de numerosas tribus; los seguidores de Cristo pertenecen a todos los partidos políticos, algunos en posiciones de autoridad, muchos no. Pero juntos, como único pueblo peregrino de Dios, necesitan conversión y sanación para llegar a ser cada vez más plenamente «un solo cuerpo, un solo espíritu en Cristo» (cf. Ef 4, 4). Que a través de la predicación y las obras de apostolado, vuestras Iglesias locales puedan demostrar que la «reconciliación no es un acto aislado sino un largo proceso gracias al cual cada uno se ve restablecido en el amor, un amor que sana por la acción de la Palabra de Dios» (Africae munus, n. 34).
Mientras que la fidelidad de los zimbabuenses es ya un bálsamo sobre algunas de estas heridas nacionales, sé que muchas personas han superado los propios límites humanos y no saben a qué parte volcarse. En medio de todo esto, os pido que alentéis a los fieles a no perder nunca de vista los modos con los cuales Dios escucha sus súplicas y responde a sus oraciones, porque, como habéis escrito, no puede no escuchar el grito de los pobres. En este tiempo de Pascua, mientras la Iglesia en todo el mundo celebra la victoria de Cristo sobre el poder del pecado y la muerte, el Evangelio de la resurrección, cuya proclamación os ha sido encomendada, debe ser predicado y vivido de modo claro en Zimbabue. No olvidemos nunca la lección de la resurrección: «En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia» (Evangelii gaudium, n. 276).
Proclamad sin miedo este Evangelio de esperanza, llevando el mensaje del Señor a la incertidumbre de nuestro tiempo, predicando incansablemente el perdón y la misericordia de Dios. Seguid alentando a los fieles a renovar su encuentro personal con el Señor Resucitado y a volver a los sacramentos, especialmente a la Reconciliación y la Santa Eucaristía, fuente y culmen de nuestra vida cristiana.
Como pastores del rebaño siempre dócil al Espíritu Santo (cf. Hch 20, 28), colaborad estrechamente para promover la unidad con vuestros sacerdotes, buscando eliminar toda forma de disenso y de interés personal. Os aliento a seguir discerniendo vocaciones al sacerdocio: hombres que una vez formados, con el corazón grande de pastores y padres, saldrán a buscar a su pueblo en todas las partes del país. Acompañad atentamente a vuestros sacerdotes recién ordenados, a fin de que lleven una vida recta y justa. Exhortadles a seguir predicando y viviendo —en todo momento oportuno y no oportuno— los valores evangélicos de la verdad y de la integridad, y la belleza de una vida vivida en la fe, en el amor a Dios y en el generoso servicio al prójimo, en la esperanza profética de justicia para el país.
El futuro de la Iglesia en Zimbabue y en África en su conjunto depende ampliamente de la formación de los fieles (cf. Ecclesia in Africa, n. 75). Además de sacerdotes santos, la Iglesia necesita catequistas celosos, bien formados, que trabajen con el clero y los laicos, a fin de que lo que ella cree se refleje en el modo en el que su pueblo vive en la sociedad. Sostened a los numerosos religiosos y religiosas que santifican el país con corazón indiviso en el amor a Dios y a su pueblo. Mostrad especial solicitud por la preparación y la guía clara de los jóvenes católicos que desean el matrimonio cristiano, abriéndoles a la riqueza de las enseñanzas morales de la Iglesia sobre la vida y sobre el amor, ayudándoles de este modo a encontrar la verdad auténtica en la libertad como madres y padres.
Queridos hermanos obispos, en estos días, en los que vosotros y toda la Iglesia en Zimbabue os renováis en la alegría pascual del Señor Resucitado, rezo para que volváis a casa fortalecidos en la comunión fraterna. Que podáis marcharos de este encuentro con el Sucesor de Pedro más resueltos a dar todo al servicio de la Palabra, a fin de que los católicos en Zimbabue sean cada vez más sal de la tierra africana y luz del mundo. Os encomiendo a vosotros, juntamente con el clero, los religiosos y los fieles laicos de vuestras diócesis, a la intercesión de María, Reina de África y Madre de la Iglesia, y a todos imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de esperanza y de alegría en el Señor.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA 37 ASAMBLEA NACIONAL
DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA EN EL ESPÍRITU SANTO
DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA EN EL ESPÍRITU SANTO
Estadio Olímpico, Roma
Domingo 1° de junio de 2014
Domingo 1° de junio de 2014
Palabras del Papa a los sacerdotes:
A vosotros sacerdotes, se me ocurre deciros una sola palabra: cercanía. Cercanía a Jesucristo, en la oración y en la adoración. Cerca del Señor, y cercanía con la gente, con el pueblo de Dios que se os ha confiado. Amad a vuestra gente, estad cerca de la gente. Esto es lo que os pido, esta doble cercanía: cercanía a Jesús y cercanía a la gente.
Palabras del Papa a los jóvenes:
Sería triste que un joven guarde su juventud en una caja fuerte: así esta juventud se hace vieja, en el peor sentido de la palabra; se convierte en un trapo; no sirve para nada. La juventud es para arriesgarla: arriesgarla bien, arriesgarla con esperanza. Es para apostarla por cosas grandes. La juventud es para darla, para que otros conozcan al Señor. No guardéis para vosotros vuestra juventud: ¡adelante!
Palabras del Papa a las familias:
Las familias son la Iglesia doméstica, en donde Jesús crece, crece en el amor de los cónyuges, crece en la vida de los hijos. Y por eso el enemigo ataca tanto a la familia: el demonio no la quiere. E intenta destruirla, busca que no haya amor allí. Las familias son esta Iglesia doméstica. Los esposos son pecadores, como todos, pero desean ir adelante en la fe, en su fecundidad, en los hijos y en la fe de los hijos. Que el Señor bendiga la familia, la fortalezca en esta crisis con la que el diablo quiere destruirla.
Palabras del Papa a los discapacitados:
Los hermanos y hermanas que sufren, que tienen una enfermedad, que están discapacitados, son hermanos y hermanas unidos por el sufrimiento de Jesucristo, imitan a Jesús en el difícil momento de su cruz, de su vida. Esta unción del sufrimiento la llevan adelante por toda la Iglesia. Muchas gracias, hermanos y hermanas; muchas gracias por vuestro aceptar y estar unidos en el sufrimiento. Muchas gracias por la esperanza que testimoniáis, esa esperanza que nos lleva adelante buscando la caricia de Jesús.
Palabras sobre los ancianos
Decía a Salvador que tal vez falta alguno, tal vez los más importantes: faltan los abuelos. Faltan los ancianos, y ellos son la seguridad de nuestra fe, los «viejos». Mirad, cuando María y José llevaron a Jesús al Templo, había dos; y cuatro veces, si no cinco –no me acuerdo bien- el Evangelio dice que «fueron llevados por el Espíritu Santo». De María y José en cambio dicen que fueron llevados por la Ley. Los jóvenes deben cumplir la Ley, los ancianos –como el buen vino– tienen la libertad del Espíritu Santo. Y así este Simeón, que era valiente, inventó una «liturgia», y alababa a Dios, alababa… y era el Espíritu el que lo empujaba a hacer esto. ¡Los ancianos! Son nuestra sabiduría, son la sabiduría de la Iglesia; los ancianos que tantas veces nosotros descartamos, los abuelos, los ancianos… Y aquella abuelita, Ana, hizo algo extraordinario en la Iglesia: ¡canonizó las murmuraciones! ¿Y cómo lo hizo? Así: porque en vez de murmurar contra alguien, iba de una parte a otra diciendo [de Jesús]: «Es este, es este el que nos salvará». Y esta es una cosa buena. Las abuelas y los abuelos son nuestra fuerza y nuestra sabiduría. Que el Señor nos dé siempre ancianos sabios. Ancianos que nos den la memoria de nuestro pueblo, la memoria de la Iglesia. Y nos den también lo que de ellos nos dice la Carta a los Hebreos: el sentido de la alegría. Dice que los ancianos, estos, saludaban las promesas de lejos: que nos enseñen esto.
Oración del Papa:
Señor, mira a tu pueblo que aguarda el Espíritu Santo. Mira a los jóvenes, mira a las familias, mira a los niños, mira a los enfermos, mira a los sacerdotes, los consagrados, las consagradas, mira a nosotros, obispos, mira a todos. y concédenos aquella santa borrachera, la del Espíritu, la que nos hace hablar todas las lenguas, las lenguas de la caridad, siempre cercanos a los hermanos y a las hermanas que tienen necesidad de nosotros. Enséñanos a no luchar entre nosotros para tener un trozo más de poder; enséñanos a ser humildes, enséñanos a amar más a la Iglesia que a nuestro partido, que nuestras «peleas» internas; enséñanos a tener el corazón abierto para recibir el Espíritu. Envía, oh Señor, tu Espíritu sobre nosotros. Amén.
Queridos hermanos y hermanas
Os agradezco mucho vuestra acogida. Seguro que alguien le ha dicho a los organizadores que me gusta mucho este canto, «Vive Jesús, el Señor…» Cuando celebraba en la catedral de Buenos Aires la Santa Misa con la Renovación carismática, después de la consagración y de algunos segundos de adoración en lenguas, cantábamos este canto con mucha alegría y fuerza, como vosotros lo habéis hecho hoy. Gracias. Me he sentido como en casa.
Doy gracias a la Renovación carismática, la ICCRS y a la Catholic Fraternity por este encuentro con vosotros, que me alegra tanto. agradezco también la presencia de los primeros que tuvieron una fuerte experiencia de la potencia del Espíritu Santo; creo que está aquí Patty… Vosotros, Renovación carismática, habéis recibido un gran don del Señor. Habéis nacido de una voluntad del Espíritu Santo como «una corriente de gracia en la Iglesia y para la Iglesia». Ésta es vuestra definición: una corriente de gracia.
¿Cuál es el primer don del Espíritu Santo? El don de sí mismo, que es amor y hace que te enamores de Jesús. Y este amor cambia la vida. Por esto se dice «nacer de nuevo a la vida en el Espíritu». Lo había dicho Jesús a Nicodemo. Habéis recibido el gran don de la diversidad de los carismas, la diversidad que lleva a la armonía del Espíritu Santo, al servicio de la Iglesia.
Cuando pienso en vosotros, carismáticos, me viene a la mente la misma imagen de la Iglesia, pero de una manera particular: pienso a una gran orquesta, en que cada instrumento es distinto y también las voces son distintas, pero todos son necesarios para la armonía de la música. San Pablo nos lo dice, en el capítulo XII de la primera Carta a los Corintios. Así, como en una orquestra, que nadie en la Renovación piense que es más importante o más grande que otro, por favor. Porque cuando alguno de vosotros se cree más importante que otro o más grande, comienza la peste. Nadie puede decir: «Yo soy la cabeza». Vosotros, como toda la Iglesia, tenéis una sola cabeza, un solo Señor: el Señor Jesús. Repetid conmigo: ¿Quién es la cabeza de la Renovación? El Señor Jesús. ¿Quién es la cabeza de la Renovación? [la multitud:] El Señor Jesús. Y decimos esto con la fuerza que nos da el Espíritu Santo, porque nadie puede decir «Jesús es el Señor» sin el Espíritu Santo.
Como tal vez sabéis –porque las noticias corren– en los primeros años de la Renovación carismática en Buenos Aires, yo no quería mucho a estos carismáticos. Yo les decía: «Parecen una escuela de samba». No compartía su modo de rezar y tantas cosas nuevas que sucedían en la Iglesia. Después, comencé a conocerlos y al final entendí el bien que la Renovación carismática hace a la Iglesia. Y esta historia, que va de la «escuela de samba» hacia adelante, termina de un modo particular: pocos meses antes de participar en el Cónclave, fui nombrado por la Conferencia Episcopal asistente espiritual de la Renovación carismática en Argentina.
La Renovación carismática es una gran fuerza al servicio del anuncio del Evangelio, en la alegría del Espíritu Santo. Habéis recibido el Espíritu Santo que os ha hecho descubrir el amor de Dios por todos sus hijos y el amor a la Palabra. En los primeros tiempos se decía que vosotros, carismáticos, llevabais siempre con vosotros una Biblia, el Nuevo Testamento… ¿Lo seguís haciendo todavía? [la multitud:] Sí. No estoy seguro de ello. Si no, volved a este primer amor, llevad siempre en el bolsillo, en la bolsa, la Palabra de Dios. Y leed un trozo. Siempre con la Palabra de Dios.
Vosotros, pueblo de Dios, pueblo de la Renovación carismática, vigilad para no perder la libertad que el Espíritu Santo os ha dado. El peligro para la Renovación, como dice con frecuencia nuestro querido Padre Raniero Cantalamessa, es el de la excesiva organización: el peligro de la excesiva organización.
Sí, tenéis necesidad de organización, pero no perdáis la gracia de dejar que Dios sea Dios. «Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos!» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 280).
Otro peligro es el de convertirse en «controladores» de la gracia de Dios. Muchas veces, los responsables (a mí me gusta más el nombre «servidores») de algún grupo o comunidad se convierten, tal vez sin querer, en administradores de la gracia, decidiendo quién puede recibir la oración de efusión o el bautismo en el Espíritu y quién no. Si algunos hacen así, os ruego de no hacerlo más, no hacerlo más. Vosotros sois dispensadores de la gracia de Dios, non controladores. No seáis una aduana para el Espíritu Santo.
En los documentos de Malinas, tenéis una guía, una ruta segura para no equivocaros de camino. El primer documento es: Orientación teológica y pastoral. El segundo es: Renovación carismática y ecumenismo, escrito por el mismo Cardenal Suenens, gran protagonista del Concilio Vaticano II. El tercero es: Renovación carismática y servicio al hombre, escrito por el Card. Suenes y por el Obispo Hélder Camara.
Ésta es vuestra ruta: evangelización, ecumenismo espiritual, atención a los pobres y necesitados y acogida de los marginados. Y todo esto basado en la adoración. El fundamento de la renovación es adorar a Dios.
Me han pedido que diga a la Renovación qué espera el Papa de vosotros.
La primera cosa es la conversión al amor de Jesús que cambia la vida y hace del cristiano un testigo del Amor de Dios. La Iglesia espera este testimonio de vida cristiana y el Espíritu Santo nos ayuda a vivir la coherencia del Evangelio para nuestra santidad.
Espero de vosotros que compartáis con todos, en la Iglesia, la gracia del Bautismo en el Espíritu Santo (expresión que se lee en los Hechos de los Apóstoles).
Espero de vosotros una evangelización con la Palabra de Dios que anuncia que Jesús está vivo y ama a todos los hombres.
Que deis un testimonio de ecumenismo espiritual con todos aquellos hermanos y hermanas de otras Iglesias y comunidades cristianas que creen en Jesús como Señor y Salvador.
Que permanezcáis unidos en el amor a todos los hombres que el Señor Jesús nos pide, y en la oración al Espíritu Santo para llegar a esta unidad, necesaria para la evangelización en el nombre de Jesús. Recordad que «La Renovación carismática es ecuménica por su misma naturaleza … La Renovación católica se alegra de lo que el Espíritu Santo realiza en el seno de otras Iglesias» (1Malinas 5,3).
Acercaos a los pobres, a los necesitados, para tocar en su carne la carne herida de Jesús. Acercaos, por favor.
Buscad la unidad en la Renovación, porque la unidad viene del Espíritu Santo y nace de la unidad de la Trinidad. La división, ¿de quién viene? Del demonio. La división viene del demonio. Huid de las luchas internas, por favor. Que no se den entre vosotros.
Quiero agradecer al ICCRS y a la Catholic Fraternity, los dos organismos de Derecho Pontificio del Pontificio Consejo para los Laicos al servicio de la Renovación mundial, comprometidos en la preparación del encuentro mundial para sacerdotes y obispos que tendrá lugar en junio del próximo año. Sé que han decidido compartir incluso la oficina y trabajar juntos como signo de unidad y para gestionar mejor sus recursos. Me alegro mucho.
Quiero agradecerles también porque están ya organizando el gran jubileo del 2017.
Hermanos y hermanas, recordad: Adorad a Dios el Señor: éste es el fundamento. Adorar a Dios. Buscad la santidad en la nueva vida del Espíritu Santo. Sed dispensadores de la gracia de Dios. Evitad el peligro de la excesiva organización.
Salid a las calles a evangelizar, anunciando el Evangelio. Recordad que la Iglesia nació «en salida», aquella mañana de Pentecostés. Acercaos a los pobres y tocad en su carne la carne herida de Jesús. Dejaos guiar por el Espíritu Santo, con esa libertad; y, por favor, no enjaular al Espíritu Santo. ¡Con libertad!
Buscad la unidad de la Renovación, unidad que viene de la Trinidad.
Y os espero a todos, carismáticos del mundo, para celebrar, junto al Papa, vuestro gran Jubileo en Pentecostés del 2017 en la plaza de San Pedro. Gracias.
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