miércoles, 2 de julio de 2014

FRANCISCO: Discursos de Junio (28, 21, 17, 16 [3], 15, 14, 8, 7 [2], 6, 5 [2], 2 y 1°)

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
JUNIO 2014


A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA

Sábado, 28 de Junio de 2014

 

Eminencia,
Querido Hermano en Cristo,


La solemnidad de los Santos Patronos de la Iglesia de Roma, los Apóstoles Pedro y Pablo, me da nuevamente alegría de encontrarme con una delegación de la Iglesia hermana de Constantinopla. Mientras les doy una calurosa bienvenida, externo mi agradecimiento al Patriarca Ecuménico, Su Santidad Bartolomé I, y al Santo Sínodo, por haberles enviado a compartir con nosotros la alegría de esta fiesta.


Está vivo en mi mente y en mi corazón el recuerdo de los encuentros que hemos tenido recientemente con el amado hermano Bartolomé. Durante nuestra común peregrinación a la Tierra de Jesús, hemos podido revivir la gracia del abrazo dado hace cincuenta años, en la Ciudad santa de Jerusalén, entre nuestros venerables predecesores, Atenágoras I y Pablo VI. Aquel gesto profético dio impulso decisivo al camino que, gracias al Señor, no se detuvo nunca. Considero un don don especial del Señor haber podido venerar juntos en aquellos santísimos lugares, unidos en oración en el Sepulcro de Cristo, donde podemos tocar con la mano el fundamento de nuestra esperanza. La alegría del encuentro se renovó cuando juntos hemos idealmente concluido esa peregrinación elevando aquí, en la tumba del apóstol Pedro, una fervorosa invocación a Dios pidiendo el don de la paz en Tierra Santa, junto a los presidentes de Israel y Palestina. El Señor nos ha dado estas ocasiones de encuentro fraterno, en las cuales hemos tenido la posibilidad de manifestar el uno al otro el amor en Cristo que nos une, y de renovar la voluntad compartida para continuar caminando juntos en el camino hacia la plena unidad.

Sabemos bien que esta unidad es un don de Dios, un don el cual el Altísimo nos da desde ahora la gracia para obtenerlo cada vez que por la fuerza del Espíritu Santo logremos a mirarnos los unos a los otros con los ojos de la fe, a reconocerse para que estemos en el plan de Dios, en el diseño de su eterna voluntad, y no por lo que las consecuencias históricas de nuestros pecados nos han llevado a ser. Si aprenderemos, guiados por el Espíritu, a mirarnos siempre los unos a los otros en Dios, será entonces aún más rápido nuestro camino y más ágil la colaboración en tantos campos de la vida cotidiana que ya ahora felizmente nos une.

Esta mirada teologal se nutre de fe, de esperanza, de amor; eso es capaz de generar una reflexión teológica auténtica, que es en realidad verdadera scientia Dei, participación a la mirada que Dios tiene sobre sí mismo y sobre nosotros. Una reflexión nos acercará los unos a los otros, en el camino de la unidad, aun si partimos desde perspectivas diversas. Confío por lo tanto, y rezo, para que el trabajo de la Comisión mixta internacional pueda ser expresión de esta comprensión profunda, de esta teología “hecha de rodillas”. La reflexión sobre conceptos de primado y de sinodalidad, sobre comunión en la Iglesia Universal, sobre el ministerio del Obispo de Roma, no será ahora un ejercicio académico ni una simple disputa entre posiciones inconciliables. Necesitamos todos abrirnos con coraje y confianza a la acción del Espíritu Santo, de dejarse involucrar en la mirada de Cristo sobre la Iglesia, su esposa, en el camino de este ecumenismo espiritual reforzado por el martirio de tantos hermanos nuestros que, confesando la fe en Jesucristo el Señor, han realizado el ecumenismo de la sangre.


Queridos Miembros de la delegación, con sentimientos de sincero respeto, de amistad y de amor en Cristo, renuevo mi agradecimiento por vuestra presencia aquí con nosotros. Les pido que trasmitan mis saludos a mi venerable hermano Bartolomé y continúen orando por mí y el ministerio que se me ha confiado. Por intercesión de María Santísima, la Madre de Dios, de los Santos Pedro y Pablo, los príncipes de los Apóstoles, y de San Andrés, el primero de los llamados, Dios Omnipotente nos bendiga y nos colme de toda gracia. Amén.


(Traducción del original italiano por http://catolicidad.blogspot.com)


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A LOS PARTICIPANTES EN LA 31 EDICIÓN
DE LA "INTERNATIONAL DRUG ENFORCEMENT CONFERENCE"


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 21 de junio de 2014




Ilustres señores:


Me alegra encontrarme con vosotros al término de la International Drug Enforcement Conference. Os agradezco vuestra visita y os expreso mi aprecio por la obra que realizáis afrontando un problema tan grave y complejo de nuestro tiempo. Deseo que estas jornadas romanas marquen una etapa proficua en vuestro compromiso. En especial, deseo que alcancéis los objetivos que os habéis propuesto: coordinar las políticas antidroga, compartir las relativas informaciones y desarrollar una estrategia operativa orientada al contraste del narcotráfico. Tal vez en el narcotráfico las acciones son las que producen más dinero en el mercado. Y esto es trágico.


El flagelo de la droga sigue arreciando en modos y dimensiones impresionantes, alimentado por un mercado infame, que supera los confines nacionales y continentales. Así sigue creciendo el peligro para los jóvenes y los adolescentes. Ante tal fenómeno, siento la necesidad de manifestar mi dolor y mi preocupación.


Quisiera decir con mucha claridad: la droga no se vence con la droga. La droga es un mal, y con el mal no se puede ceder o pactar. Pensar en poder reducir el daño, consintiendo el uso de psicofármacos a las personas que siguen consumiendo droga, no resuelve en absoluto el problema. Las legalizaciones de las así llamadas «drogas ligeras», incluso parciales, además de ser cuanto menos discutible a nivel legislativo, no producen los efectos que se habían fijado. Las drogas sustitutivas, además, no son una terapia suficiente, sino un modo disimulado de rendirse ante el fenómeno. Quiero reafirmar lo que ya he dicho en otra ocasión: no a todo tipo de droga. Sencillamente. No a todo tipo de droga (cf. Audiencia general, 7 de mayo de 2014). Pero para decir este no, es necesario decir sí a la vida, sí al amor, sí a los demás, sí a la educación, sí al deporte, sí al trabajo, sí a más oportunidades de trabajo. Un joven que no tiene trabajo, pensemos en ello. Creo que la cifra es de 75 millones, en Europa. Creo, no estoy seguro, y no quiero decir una cosa que no existe. Pero pensemos en un joven: ni, ni. Ni estudia ni trabaja. Entra en esa falta de horizonte, de esperanza, y la primera oferta son las dependencias, entre las cuales está la droga. Esto... Las oportunidades de trabajo, la educación, el deporte, la vida sana: este es el camino de la prevención de la droga. Si se realizan estos «sí», no hay sitio para la droga, no hay sitio para el abuso de alcohol y para las demás dependencias.


La Iglesia, fiel al mandato de Jesús de ir a dondequiera que haya un ser humano que sufre, que esté sediento o hambriento, o en la cárcel (cf. Mt 25, 31-46), no ha abandonado a quienes han caído en la espiral de la droga, sino que con su amor creativo ha salido a su encuentro. Los ha tomado de la mano, a través del trabajo de numerosos agentes y voluntarios, para que pudiesen redescubrir la propia dignidad, ayudándoles a hacer resucitar los recursos, los talentos personales que la droga había sepultado, pero que no podía borrar, desde el momento que todo hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Pero este trabajo de recuperación es muy limitado, no es suficiente. Es necesario trabajar en la prevención. Esto hará mucho bien.


El ejemplo de muchos jóvenes que, deseosos de apartarse de la dependencia de la droga, se comprometen a reconstruir su vida, es un estímulo para mirar con confianza hacia adelante.


Ilustres señores, os aliento a continuar vuestro trabajo siempre con gran esperanza. Os deseo lo mejor y de corazón os bendigo. Gracias.

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A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO SUPERIOR DE LA MAGISTRATURA ITALIANA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Martes 17 de junio de 2014



Me disculpo una vez más, de verdad. A media mañana tuve un malestar, fiebre, y tuve que suspender las citas. Me disculpo por ello.


Os doy mi bienvenida a vosotros, que componéis el Consejo superior de la magistratura, a los colaboradores y a los familiares. Agradezco al profesor Michele Vietti sus amables palabras, y dirijo un afectuoso saludo al presidente de la República, que preside esta institución.


La tarea que se os ha confiado al servicio de la nación se orienta al buen funcionamiento de un sector vital de la convivencia social. Por tanto, deseo expresaros mi estima y mi aliento por vuestra actividad y por cuantos están comprometidos en dicho sector con recta conciencia y profundo sentido de responsabilidad jurídica y civil.


Quiero reflexionar sobre el aspecto ético, que encarna la función del magistrado. En cada país las normas jurídicas están destinadas a garantizar la libertad y la independencia del magistrado, para que pueda realizar, con las garantías necesarias, su importante y delicado trabajo. Esto os pone en una posición de particular relieve para responder adecuadamente a la función que os confía la sociedad, para mantener una imparcialidad siempre irrefutable; para discernir con objetividad y prudencia basándoos únicamente en la justa norma jurídica y, sobre todo, para responder a la voz de una conciencia indefectible que se funda en los valores fundamentales. La independencia del magistrado y la objetividad del juicio que expresa requieren una aplicación atenta y puntual de las leyes vigentes. La certeza del derecho y el equilibrio de los diversos poderes de una sociedad democrática encuentran su síntesis en el principio de legalidad, en defensa del cual actúa el magistrado.


Del juez dependen decisiones que no sólo influyen en los derechos y en los bienes de los ciudadanos, sino que también atañen a su existencia misma. En consecuencia, el sujeto juzgante, en cualquier nivel, debe poseer cualidades intelectuales, psicológicas y morales que den garantía de fiabilidad para una función tan relevante. Entre todas las cualidades, la cualidad dominante, y diría específica del juez, es la prudencia, que no es una virtud para permanecer inmóvil: «Soy prudente: estoy inmóvil», no. Es una virtud de gobierno, una virtud para llevar adelante las cosas, la virtud que inclina a ponderar con serenidad las razones de derecho y de hecho que deben constituir la base del juicio. Se tendrá más prudencia, si se posee un elevado equilibrio interior, capaz de dominar los impulsos provenientes del propio carácter, de los propios puntos de vista, de las propias convicciones ideológicas.


La sociedad italiana espera mucho de la magistratura, especialmente en el actual contexto caracterizado, entre otras cosas, por una aridez del patrimonio de valores y por la evolución de las estructuras democráticas. Que vuestro compromiso no sea defraudar las legítimas expectativas de la gente. Esforzaos por ser cada vez más un ejemplo de integridad moral para toda la sociedad. No faltan enseñanzas y modelos de gran valor en los que inspiraros. Deseo mencionar la luminosa figura de Vittorio Bachelet, que guió el Consejo superior de la magistratura en tiempos de grandes dificultades y cayó víctima de la violencia de los así llamados «años de plomo»; y la de Rosario Livatino, asesinado por la mafia, cuya causa de beatificación está en proceso. Dieron un testimonio ejemplar del estilo propio del fiel laico cristiano: leal a las instituciones, abierto al diálogo, firme y valiente al defender la justicia y la dignidad de la persona humana.


Que el Señor, Juez justo y Padre de misericordia, ilumine vuestras vidas y vuestras acciones. Que su bendición os acompañe y os sostenga a cada uno de vosotros y vuestro trabajo colegial, así como a vuestros colegas magistrados y a vuestras familias. Gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA DIOCESANA DE ROMA

Lunes 16 de junio de 2014





Ante todo, ¡buenas tardes a todos!
Estoy contento de estar entre vosotros.


Doy las gracias al cardenal vicario por las palabras de afecto y de confianza que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Gracias también a don Gianpiero Palmieri y a los dos catequistas Ada y Pierpaolo, que han ilustrado la situación. Les he dicho: «¡Lo habéis dicho todo vosotros! Yo doy la bendición y me marcho». Son buenos.


Quisiera decir una cosa, sin ninguna duda: me gustó mucho que tú, don Gianpiero, hayas mencionado la Evangelii nuntiandi. También hoy es el documento pastoral más importante del posconcilio, que no ha sido superado. Debemos ir siempre allí. Esa exhortación apostólica es una cantera de inspiración. Y la escribió el gran Pablo VI, de su puño y letra. Porque después de ese Sínodo no se ponían de acuerdo si escribir una Exhortación, si no hacerla...; y al final el relator —era san Juan Pablo II— recogió todos los folios y se los entregó al Papa, como diciendo: «Arréglate tú, hermano». Pablo VI leyó todo y, con esa paciencia que tenía, comenzó a escribir. Es precisamente, para mí, el testamento pastoral del gran Pablo VI. Y no ha sido superada. Es una cantera de recursos para la pastoral. Gracias por haberla mencionado, y que sea siempre un punto de referencia.


Este año, visitando algunas parroquias, he tenido ocasión de encontrar a muchas personas, que a menudo fugazmente pero con gran confianza me han expresado sus esperanzas, sus expectativas, juntamente con sus penas y su problemas. También en las muchas cartas que recibo cada día leo acerca de hombres y mujeres que se sienten desorientados, porque la vida con frecuencia es agobiante y no se logra encontrar su sentido y su valor. Es demasiado acelerada. Imagino cuán agitada es la jornada de un papá o de una mamá, que se levantan temprano, acompañan a los hijos a la escuela, luego van a trabajar, a menudo a lugares donde hay tensiones y conflictos, incluso a sitios lejanos. Antes de venir aquí he ido a la cocina a tomar un café, estaba allí el cocinero y le he dicho: «¿Cuánto tiempo necesitas para ir a tu casa?»; «Una hora y media...». ¡Una hora y media! Y regresa a casa, están los hijos, la mujer... Y tienen que atravesar Roma con el tráfico. Con frecuencia nos sucede a todos nosotros sentirnos así solos. Sentir encima un peso que nos aplasta, y nos preguntamos: ¿esto es vida? Surge en nuestro corazón la pregunta: ¿cómo hacer para que nuestros hijos, nuestros jóvenes, puedan dar un sentido a su vida? Porque también ellos advierten que este modo de vivir nuestro a veces es inhumano, y no saben qué dirección tomar a fin de que la vida sea hermosa, y por la mañana estén contentos de levantarse.


Cuando confieso a los jóvenes esposos y me hablan de los hijos, hago siempre una pregunta: «¿Y tú tienes tiempo para jugar con tus hijos?». Y muchas veces escucho del papá: «Pero, padre, yo cuando voy a trabajar por la mañana, ellos duermen, y cuando regreso, a la noche, están en la cama, duermen». ¡Esto no es vida! Es una cruz difícil. No es humano. Cuando era arzobispo en otra diócesis tenía ocasión de hablar con más frecuencia que ahora con los muchachos y los jóvenes y me daba cuenta que sufrían de orfandad, es decir de un estado de huérfanos. Nuestros niños, nuestros muchachos sufren de orfandad. 
Creo que lo mismo sucede en Roma. Los jóvenes están huérfanos de un camino seguro para recorrer, de un maestro de quien fiarse, de ideales que caldeen el corazón, de esperanzas que sostengan el cansancio del vivir cotidiano. Son huérfanos, pero conservan vivo en su corazón el deseo de todo esto. Esta es la sociedad de los huérfanos. Pensemos en esto, es importante. Huérfanos, sin memoria de familia: porque, por ejemplo, los abuelos están lejos, en residencias, no tienen esa presencia, esa memoria de familia; huérfanos, sin afecto de hoy, o un afecto con demasiada prisa: papá está cansando, mamá está cansada, se van a dormir... Y ellos quedan huérfanos. Huérfanos de gratuidad: lo que decía antes, esa gratuidad del papá y de la mamá que saben perder el tiempo para jugar con los hijos. Necesitamos el sentido de la gratuidad: en las familias, en las parroquias, en toda la sociedad. Y cuando pensamos que el Señor se ha revelado a nosotros en la gratuidad, es decir, como Gracia, la cuestión es mucho más importante. Esa necesidad de gratuidad humana, que es como abrir el corazón a la gracia de Dios. Todo es gratis: Él viene y nos da su gracia. Pero si nosotros no tenemos el sentido de la gratuidad en la familia, en la escuela, en la parroquia nos será muy difícil entender qué es la gracia de Dios, esa gracia que no se vende, que no se compra, que es un regalo, un don de Dios: es Dios mismo. Y por ello son huérfanos de gratuidad.


Jesús nos hizo una gran promesa: «No os dejaré huérfanos» (Jn 14, 18), porque Él es el camino a recorrer, el maestro a quien escuchar, la esperanza que no decepciona. Cómo no sentir arder el corazón y decir a todos, en especial a los jóvenes: «¡No eres huérfano! Jesucristo nos ha revelado que Dios es Padre y quiere ayudarte, porque te ama». He aquí el sentido profundo de la iniciación cristiana: generar a la fe quiere decir anunciar que no somos huérfanos. Porque también la sociedad reniega de sus hijos. Por ejemplo, a casi un 40% de los jóvenes italianos no da trabajo. ¿Qué significa? «Tú no me importas. Tú eres material de descarte. Lo siento, pero la vida es así». También la sociedad convierte en huérfanos a los jóvenes. Pensad lo que significa que 75 millones de jóvenes en esta civilización europea, jóvenes de 25 años para abajo, no tengan trabajo... Esta civilización los deja huérfanos. Somos un pueblo que quiere hacer crecer a sus hijos con esta certeza de tener un padre, de tener una familia, de tener una madre. Nuestra sociedad tecnológica —lo decía ya Pablo VI— multiplica al infinito las ocasiones de placer, de distracción, de curiosidad, pero no es capaz de conducir al hombre a la verdadera alegría. Muchas comodidades, muchas cosas hermosas, ¿pero dónde está la alegría? Para amar la vida no necesitamos llenarla de cosas, que después se convierten en ídolos; necesitamos que Jesús nos mire. Es su mirada que nos dice: es hermoso que tú vivas, tu vida no es inútil, porque a ti te he encomendado una gran misión. Esta es la verdadera sabiduría: una mirada nueva sobre la vida que nace del encuentro con Jesús.


El cardenal Vallini ha hablado de este camino de conversión pastoral misionera. Es un camino que se hace y se debe hacer, y nosotros tenemos la gracia aún de poder hacerlo. Conversión no es fácil, porque es cambiar la vida, cambiar de método, cambiar muchas cosas, incluso cambiar el alma. Pero este camino de conversión nos dará la identidad de un pueblo que sabe engendrar a los hijos, no un pueblo estéril. Si nosotros como Iglesia no sabemos engendrar hijos, algo no funciona. El desafío mayor de la Iglesia hoy es convertirse en madre: ¡madre! No una ong bien organizada, con muchos planes pastorales... Los necesitamos, ciertamente... Pero eso no es lo esencial, eso es una ayuda. ¿A qué ayuda? A la maternidad de la Iglesia. Si la Iglesia no es madre, es feo decir que se convierte en una solterona, pero se convierte en una solterona. Es así: no es fecunda. No sólo engendra hijos la Iglesia, su identidad es dar vida a los hijos, es decir, evangelizar, como dice Pablo VI en la Evangelii nuntiandi. La identidad de la Iglesia es esta: evangelizar, es decir, engendrar hijos. Pienso en nuestra madre Sara, que había envejecido sin hijos; pienso en Isabel, la esposa de Zacarías, que envejeció sin hijos; pienso en Noemí, otra mujer que envejeció sin descendencia... Y estas mujeres estériles tuvieron hijos, tuvieron descendencia: el Señor es capaz de hacerlo. Pero para ello la Iglesia debe hacer algo, debe cambiar, debe convertirse para llegar a ser madre. ¡Debe ser fecunda! La fecundidad es la gracia que nosotros hoy debemos pedir al Espíritu Santo, para que podamos seguir adelante en nuestra conversión pastoral y misionera. No se trata, no es cuestión de ir a buscar prosélitos, ¡no, no! Ir a tocar los timbres: «¿Usted quiere venir a esta asociación que se llama Iglesia católica?...». Hay que hacer la ficha, un socio más... La Iglesia —nos dijo Benedicto XVI— no crece por proselitismo, crece por atracción, por atracción materna, por ese ofrecer maternidad; crece por ternura, por la maternidad, por el testimonio que genera cada vez más hijos. Está un poco envejecida nuestra Madre Iglesia... No debemos hablar de la «abuela» Iglesia, pero está un poco avejentada. Tenemos que rejuvenecerla, pero no llevándola al médico que hace la cosmética, ¡no! Este no es el verdadero rejuvenecimiento de la Iglesia, esto no funciona. La Iglesia se hace más joven cuando es capaz de engendrar más hijos; se hace más joven cuanto más se hace madre. Esta es nuestra madre, la Iglesia; y nuestro amor de hijos. Estar en la Iglesia es estar en casa, con mamá; en casa de mamá. Esta es la grandeza de la revelación.


Es un envejecimiento que... creo... —no sé si don Gianpiero o el cardenal— ha hablado de fuga de la vida comunitaria, esto es verdad: el individualismo nos lleva a la fuga de la vida comunitaria, y esto hace envejecer a la Iglesia. Vamos a visitar una institución que ya no es madre, nos da una cierta identidad, como el equipo de fútbol: «Soy de este equipo, soy aficionado de la católica». Y esto sucede cuando tiene lugar la fuga de la vida comunitaria, la fuga de la familia. Debemos recuperar la memoria, la memoria de la Iglesia que es pueblo de Dios. A nosotros hoy nos falta el sentido de la historia. Tenemos miedo del tiempo: nada de tiempo, nada de itinerarios, nada, nada. ¡Todo ahora! Estamos en el reino del presente, de la situación. Sólo este espacio, este espacio, este espacio, y nada de tiempo. También en la comunicación: luces, el momento, celular, el mensaje... El lenguaje más abreviado, más reducido. Todo se hace deprisa, porque somos esclavos de la situación. Recuperar la memoria en la paciencia de Dios, que no tuvo prisa en su historia de salvación, que nos ha acompañado a lo largo de la historia, que prefirió la historia larga por nosotros, de tantos años, caminando con nosotros.


En el presente —de ello hablaré luego, si tengo tiempo— diré una sola palabra: acogida. He aquí, la acogida. Y otra que habéis dicho vosotros: ternura. Una madre es tierna, sabe acariciar. Pero cuando nosotros vemos a la pobre gente que va a la parroquia con esto, con aquello otro y no sabe cómo moverse en este ambiente, porque no va con frecuencia a la parroquia, y encuentra una secretaria que grita, que cierra la puerta: «No, usted para hacer esto tiene que pagar esto, esto y esto. Y tiene que hacer esto y esto... Tome este papel y tiene que hacer...». Esta gente no se siente en la casa de mamá. Tal vez se siente en la administración, pero no en la casa de la madre. Y las secretarias, ¡las nuevas «hostiarias» de la Iglesia! Pero secretaria parroquial quiere decir abrir la puerta de la casa de la madre, no cerrarla. Y se puede cerrar la puerta de muchas maneras. En Buenos Aires era famosa una secretaria parroquial: todos la llamaban la «tarántula»... no digo más. Saber abrir la puerta en el presente: acogida y ternura.


También los sacerdotes, los párrocos y los vicarios parroquiales tienen mucho trabajo, y yo comprendo que a veces están un poco cansados; pero un párroco que es demasiado impaciente no hace bien. A veces yo comprendo, comprendo... Una vez tuve que escuchar a una señora, humilde, muy humilde, que había dejado la Iglesia siendo joven; ahora siendo madre de familia, volvió a la Iglesia, y decía: «Padre, yo dejé la Iglesia porque en la parroquia, siendo jovencita —no sé si iba a la Confirmación, no estoy seguro...— vino una mujer con un niño y le pidió al párroco el Bautismo... —esto pasó hace tiempo y no aquí en Roma, en otra parte—, y el párroco dijo que sí, pero que tenía que pagar... «Pero no tengo dinero». «Ve a tu casa, toma lo que tengas, me lo traes y te bautizo a tu hijo». Y esa mujer me hablaba en presencia de Dios. Esto sucede... Esto no significa acoger, esto es cerrar la puerta. En el presente: ternura y acogida.


Y para el futuro, esperanza y paciencia. Dar testimonio de esperanza, sigamos adelante. ¿Y la familia? Es paciencia. La que san Pablo nos dice: soportaos mutuamente, unos a otros. Soportarnos. Es así.


Pero volvamos al texto. La gente que viene sabe, por la unción del Espíritu Santo, que la Iglesia custodia el tesoro de la mirada de Jesús. Y nosotros debemos ofrecerlo a todos. Cuando llegan a la parroquia —tal vez me repito, porque he hecho un camino distinto y me he alejado del texto—, ¿qué actitud debemos tener? Debemos acoger siempre a todos con corazón grande, como en familia, pidiendo al Señor que nos haga capaces de participar en las dificultades y en los problemas que a menudo los muchachos y los jóvenes encuentran en su vida.


Debemos tener el corazón de Jesús, quien «al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36). Al ver a las muchedumbres, sintió compasión. A mí me gusta soñar una Iglesia que viva la compasión de Jesús. Compasión es «padecer con», sentir lo que sienten los demás, acompañar en los sentimientos. Es la Iglesia madre, como una madre que acaricia a sus hijos con la compasión. Una Iglesia que tenga un corazón sin confines, pero no sólo el corazón: también la mirada, la dulzura de la mirada de Jesús, que a menudo es mucho más elocuente que tantas palabras. Las personas esperan encontrar en nosotros la mirada de Jesús, a veces sin ni siquiera saberlo, esa mirada serena, feliz, que entra en el corazón. Pero —como han dicho vuestros representantes— debe ser toda la parroquia quien sea una comunidad acogedora, no sólo los sacerdotes y los catequistas. ¡Toda la parroquia!


Debemos replantearnos cuán acogedoras son nuestras parroquias, si los horarios de las actividades favorecen la participación de los jóvenes, si somos capaces de hablar su lenguaje, de captar incluso en otros ambientes (como por ejemplo en el deporte, en las nuevas tecnologías) las ocasiones para anunciar el Evangelio. Llegamos a ser audaces al explorar nuevas modalidades con las cuales nuestras comunidades sean casas donde la puerta esté siempre abierta. ¡La puerta abierta! Pero es importante que la acogida siga una clara propuesta de fe; una propuesta de fe muchas veces no explícita, sino con la actitud, con el testimonio: en esta institución que se llama Iglesia, en esta institución que se llama parroquia se respira un aire de fe, porque se cree en el Señor Jesús.


Os pediré a vosotros que estudiéis bien estas cosas que he dicho: esta orfandad, y estudiar cómo hacer recuperar la memoria de familia; como hacer a fin de que en las parroquias haya afecto, haya gratuidad, que la parroquia no sea una institución vinculada sólo a las situaciones del momento. No, que sea histórica, que sea un camino de conversión pastoral. Que en el presente sepa acoger con ternura, y sepa impulsar hacia adelante a sus hijos con la esperanza y la paciencia.


Yo quiero mucho a los sacerdotes, porque ser párroco no es fácil. Es más fácil ser obispo que párroco. Porque nosotros obispos siempre tenemos la posibilidad de tomar distancias, u ocultarnos detrás del «su excelencia», y eso nos protege. Pero ser párroco, cuando te llaman a la puerta: «Padre, esto, padre aquí y padre allá...». ¡No es fácil! Cuando viene uno a contarte los problemas de la familia, o ese muerto, o cuando vienen a hablar las así llamadas «muchachas de Cáritas» contra las así llamadas «muchachas de las catequesis»... No es fácil ser párroco.


Pero quiero decir una cosa, ya lo he dicho en otra ocasión: la Iglesia italiana es muy fuerte gracias a los párrocos. Estos párrocos que —ahora tendrán otro sistema— dormían con el teléfono sobre la mesita de noche y se levantaban a cualquier hora para ir a visitar a un enfermo... Nadie moría sin los Sacramentos... ¡Cercanos! ¡Párrocos cercanos! ¿Y luego? Han dejado esta memoria de evangelización...


Pensemos en la Iglesia madre y digamos a nuestra madre Iglesia lo que Isabel dijo a María cuando se convirtió en madre, en espera del hijo: «Tú eres feliz, porque has creído».
Queremos una Iglesia de fe, que crea que el Señor es capaz de convertirla en madre, de darle muchos hijos. Nuestra Santa Madre Iglesia. ¡Gracias!.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO
"IMPACT INVESTING FOR THE POOR" ORGANIZADO POR EL
CONSEJO PONTIFICIO «JUSTICIA Y PAZ»
 

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 16 de junio de 2014




Queridos hermanos y hermanas:


Os doy la bienvenida y las gracias porque, con este congreso, dais una contribución importante a la búsqueda de caminos actuales y practicables hacia una mayor igualdad social. Agradezco al cardenal Turkson su amable introducción.


La solidaridad con los pobres y los excluidos os ha impulsado a reflexionar sobre una forma emergente de inversión responsable, conocida como Impact Investing. En el encuentro también participan representantes de la Curia romana para estudiar formas innovadoras de inversión, que puedan producir beneficios para las comunidades locales y el ambiente circunstante, además de un rendimiento justo.


El impact investor se configura como un inversor consciente de la existencia de graves situaciones de injusticia, de profundas desigualdades sociales y de las penosas condiciones de desventaja en las que se hallan poblaciones enteras. Se dirige a institutos financieros que utilizan los recursos para promover el desarrollo económico y social de las poblaciones pobres, con fondos de inversión destinados a satisfacer sus necesidades básicas vinculadas a la agricultura, al acceso al agua, a la posibilidad de disponer de viviendas dignas a precios accesibles, así como a servicios primarios para la salud y la educación.


Tales inversiones pretenden producir un impacto social positivo en las poblaciones locales, como la creación de puestos de trabajo, el acceso a la energía, la instrucción y el crecimiento de la productividad agrícola. Y la renta financiera de los inversores es más contenida respecto a otras tipologías de inversión.


La lógica que anima estas formas innovadoras de intervención es la que «reconoce el vínculo original entre provecho y solidaridad, la existencia de una circularidad fecunda entre ganancia y don… Tarea de los cristianos es redescubrir, vivir y anunciar a todos esta valiosa y original unidad entre provecho y solidaridad. ¡Cuán necesario es que el mundo contemporáneo redescubra esta bella verdad!» (prólogo del libro del cardenal G. Müller, Pobre para los pobres. La misión de la Iglesia). Lo necesitamos de verdad.


Es importante que la ética reencuentre su espacio en las finanzas y los mercados se pongan al servicio de los intereses de los pueblos y del bien común de la humanidad. Ya no podemos tolerar que los mercados financieros gobiernen la suerte de los pueblos en vez de servir a sus necesidades, o que pocos prosperen recurriendo a la especulación financiera mientras que muchos sufren duramente sus consecuencias.


La innovación tecnológica ha aumentado la velocidad de las transacciones financieras, pero este aumento tiene sentido en la medida en que demuestra que puede mejorar la capacidad de servir al bien común. En particular, la especulación de los precios alimentarios es un escándalo que tiene graves consecuencias para el acceso a la comida de los más pobres. Es urgente que los Gobiernos de todo el mundo se comprometan a desarrollar un cuadro internacional capaz de promover el mercado de inversión de alto impacto social, de modo que se contraste la economía de la exclusión y del descarte.


En el día en que la Iglesia festeja a los santos Quirico y Julita, hijo y madre que, bajo Diocleciano, dejaron sus bienes yendo al encuentro del martirio, quiero pedir con vosotros al Señor que nos ayude a no olvidar jamás la fugacidad de los bienes terrenales y a comprometernos en el bien común, con amor preferencial por los más pobres y débiles. Os bendigo de corazón a vosotros y vuestro trabajo. Gracias.


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A SU GRACIA JUSTIN WELBY,
ARZOBISPO DE CANTERBURY


Lunes 16 de junio de 2014




Vuestra Gracia,
señor cardenal Nichols,
señor cardenal Koch,
queridos hermanos y hermanas:


«Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133, 1). Una vez más, Vuestra Gracia, nos encontramos como compañeros de viaje que siguen al Señor, colaboradores en su viña, peregrinos en el camino hacia su Reino. Al darle la bienvenida cordial a usted y a los distinguidos miembros de su delegación, ruego al Señor que este encuentro contribuya a consolidar nuestros vínculos de amistad y a fortalecer nuestro compromiso por la gran causa de la reconciliación y de la comunión entre los creyentes en Cristo.


También a nosotros el Señor parece preguntarnos: «¿De qué discutíais por el camino?» (Mc 9, 33). Cuando Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos, ellos permanecieron en silencio porque sentían vergüenza, habiendo discutido entre sí quién era el mayor. También nosotros nos sentimos confundidos por la distancia que existe entre la llamada del Señor y nuestra pobre respuesta. Ante su mirada misericordiosa no podemos fingir que nuestra división no es un escándalo, un obstáculo para el anuncio del evangelio de la salvación al mundo. Nuestra vista está ofuscada a menudo por el peso causado por la historia de nuestras divisiones, y nuestra voluntad no siempre está libre de la ambición humana que a veces acompaña incluso a nuestro deseo de anunciar el Evangelio según el mandamiento del Señor (cf. Mt 28, 19).


La meta de la plena unidad puede parecer un objetivo lejano, pero sigue siendo la meta hacia la que debemos orientar cada paso del camino ecuménico que estamos recorriendo juntos. Me anima la sabia exhortación del decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, que nos llama a llevar adelante nuestras relaciones y nuestra colaboración sin obstaculizar los caminos de la Providencia y sin causar daño a las futuras inspiraciones del Espíritu Santo (cf. Unitatis redintegratio, 24). Nuestro progreso hacia la plena comunión no será simplemente el resultado de nuestras acciones humanas, sino libre don de Dios. El Espíritu Santo nos da la fuerza para no descorazonarnos y nos invita a fiarnos con plena confianza de su poderosa acción.


Como discípulos que se esfuerzan por seguir al Señor, sabemos que la fe nos ha llegado a través de muchos testigos. Somos deudores de los grandes santos, de los maestros y de las comunidades que nos han transmitido la fe a lo largo de los siglos y que nos confirman nuestras raíces comunes. Ayer, solemnidad de la santísima Trinidad, Vuestra Gracia celebró las Vísperas en la iglesia de San Gregorio en el Celio, desde la cual el Papa Gregorio Magno envió al monje Agustín y a sus compañeros a evangelizar a los pueblos de Inglaterra, dando origen a una historia de fe y santidad de la que luego se beneficiarían muchos otros pueblos europeos. Un camino glorioso, del que perdura una profunda huella en instituciones y tradiciones eclesiales que compartimos y que constituyen un fundamento sólido para nuestra fraternidad.


Con estas bases, miramos con confianza al futuro. La «Comisión internacional anglicano-católica» y la «Comisión internacional anglicano-católica para la unidad y la misión» constituyen ámbitos particularmente significativos para examinar, con espíritu constructivo, los antiguos y nuevos desafíos del compromiso ecuménico.


Cuando nos encontramos por primera vez, Vuestra Gracia, hablamos de las preocupaciones comunes y de nuestro dolor ante los males que afligen a la familia humana. En particular, expresamos el mismo horror ante la plaga del tráfico de seres humanos y las diversas formas de esclavitud moderna. Agradezco a Vuestra Gracia el compromiso que demuestra al oponerse a tan intolerable crimen contra la dignidad humana. En este vasto campo de acción, que se presenta con toda su urgencia, se han comenzado significativas actividades de cooperación, tanto en campo ecuménico como con autoridades civiles y organizaciones internacionales. Muchas son las iniciativas caritativas nacidas en nuestras comunidades y realizadas con generosidad y valentía en varias partes del mundo. Pienso, en particular, en la red de acción contra la trata de mujeres creada por numerosos institutos religiosos femeninos. Nos comprometemos a perseverar en la lucha contra las nuevas formas de esclavitud, confiando poder contribuir a dar alivio a las víctimas y a contrastar este trágico comercio. Como discípulos enviados a sanar al mundo herido, doy gracias a Dios porque nos ha hecho capaces de hacer frente común contra esta gravísima plaga, con perseverancia y determinación.


Don´t forget the three «p». [Welby: Three «p»?...]. Prayer, peace and poverty. We must walk together. [Welby: We must walk together].
[No olvide las tres «p». Plegaria, paz y pobreza. Debemos caminar juntos].


Vuestra Gracia, le agradezco una vez más su visita. Pido al Señor que bendiga abundantemente su ministerio, sosteniéndolo a usted y a sus seres queridos en la alegría y en la paz. Amén.


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 A LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO

Basílica de Santa María en Trastévere
Domingo 15 de junio de 2014




Queridos amigos:


Vengo a visitar a la Comunidad de San Egidio aquí en el Trastévere, donde nació. ¡Gracias por vuestra calurosa acogida!


Estamos reunidos aquí en torno a Cristo que, desde lo alto del mosaico, nos mira con ojos tiernos y profundos, juntamente con la Virgen María, que rodea con su brazo. Esta antigua basílica se ha convertido en lugar de oración cotidiana para muchos romanos y peregrinos. Rezar en el centro de la ciudad no quiere decir olvidar las periferias humanas y urbanas. Significa escuchar y acoger aquí el Evangelio del amor para ir al encuentro de los hermanos y hermanas en las periferias de la ciudad y del mundo.


Cada iglesia, cada comunidad, está llamada a esto en la vida agitada y a veces confusa de la ciudad. Todo comienza con la plegaria. La oración preserva al hombre anónimo de la ciudad de las tentaciones que pueden ser también las nuestras: el protagonismo por el cual todo gira en torno a sí, la indiferencia, el victimismo. La oración es la primera obra de vuestra Comunidad, y consiste en escuchar la Palabra de Dios —este pan, el pan que nos da fuerza, que nos hace seguir adelante— pero también en dirigir los ojos a Él, como en esta basílica: «Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará», dice el Salmo (34, 6).


Quien contempla al Señor, ve a los demás. También vosotros habéis aprendido a ver a los demás, en especial a los más pobres; y os deseo que viváis lo que ha dicho el profesor Riccardi, que entre vosotros se confunde quien ayuda y quien es ayudado. Una tensión que lentamente cesa de ser tensión para convertirse en encuentro, abrazo: se confunde quien ayuda y quien recibe ayuda. ¿Quién es el protagonista? Los dos, o, mejor dicho, el abrazo.


En los pobres está presente Jesús, que se identifica con ellos. San Juan Crisóstomo escribió: «El Señor se acerca a ti con actitud de necesitado...» (In Matthaeum Homil. lXVI, 3: pg 58, 629). Sois y seguís siendo una Comunidad con los pobres. Veo entre vosotros también a muchos ancianos. Me alegra que seáis sus amigos y estéis cerca de ellos. El trato a los ancianos, así como el que se da a los niños, es un indicador para ver la calidad de una sociedad. Cuando los ancianos son descartados, cuando los ancianos son aislados y a veces se apagan sin afecto, es una mala señal. Cuán buena es, en cambio, esa alianza que veo aquí entre jóvenes y ancianos donde todos reciben y dan. Los ancianos y su oración son una riqueza para San Egidio. Un pueblo que no cuida a sus ancianos, que no se preocupa de sus jóvenes, es un pueblo sin futuro, un pueblo sin esperanza. Porque los jóvenes —los niños, los jóvenes— y los ancianos llevan adelante la historia. Los niños, los jóvenes, con su fuerza biológica, es justo. Los ancianos, dándoles la memoria. Pero cuando una sociedad pierde la memoria, se acaba, se acaba. Es malo ver una sociedad, un pueblo, una cultura que ha perdido la memoria. La abuela de noventa años que ha hablado —¡muy bien!— nos ha dicho que existe este recurso del descarte, esta cultura del descarte. Para mantener un equilibrio así, donde en el centro de la economía mundial no están el hombre y la mujer, sino que está el ídolo del dinero, es necesario descartar cosas. Se descartan los niños: nada de niños. Pensemos sólo en la tasa de crecimiento de los niños en Europa: en Italia, España, Francia... Y se descartan los ancianos, con actitudes detrás de las cuales hay una eutanasia oculta, una forma de eutanasia. No sirven, y lo que no sirve se descarta. Lo que no produce se descarta. Y hoy la crisis es tan grande que se descartan a los jóvenes: cuando pensamos en esos 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo, que son «ni-ni»: ni trabajo, ni estudio. No tienen nada. Sucede hoy, en esta Europa cansada, como lo ha dicho usted. En esta Europa que se ha cansado; no ha envejecido, no, está cansada. No sabe qué hacer. Un amigo mío me hacía una pregunta, hace tiempo: por qué yo no hablo de Europa. Y le tendí una trampa, le dije: «¿Usted me ha oído cuando he hablado de Asia?», y se dio cuenta de que era una trampa. Hoy hablo de Europa. La Europa que está cansada. 
Debemos ayudarle a rejuvenecer, a encontrar sus raíces. Es verdad: ha renegado de sus raíces. Es verdad. Pero debemos ayudarle a volver a encontrarlas.


Desde los pobres y los ancianos se empieza a cambiar la sociedad. Jesús dijo de sí mismo: «La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular» (Mt 21, 42). También los pobres son en cierto sentido «la piedra angular» para la construcción de la sociedad. Hoy, lamentablemente, una economía especulativa los hace cada vez más pobres, privándolos de lo esencial, como la casa y el trabajo. ¡Es inaceptable! Quien vive la solidaridad no lo acepta y actúa. Y a esta palabra «solidaridad» muchos quieren quitarla del diccionario, porque a una cierta cultura le parece una palabrota. ¡No! La solidaridad es una palabra cristiana. Y por esto sois familia de los que no tienen casa, amigos de las personas con discapacidad, que, al ser amados, expresan tanta humanidad. Veo aquí, además, a muchos «nuevos europeos», inmigrantes llegados después de viajes dolorosos y peligrosos. La Comunidad los acoge con atención y muestra que el extranjero es un hermano nuestro a quien hay que conocer y ayudar. Y esto nos rejuvenece.


Desde aquí, desde Santa María en Trastévere, dirijo mi saludo a quienes participan en vuestra comunidad en otros países del mundo. Aliento también a ellos a ser amigos de Dios, de los pobres y de la paz: quien vive así encontrará bendición en la vida y será bendición para los demás.


En algunos países que sufren por la guerra, vosotros tratáis de mantener viva la esperanza de la paz. Trabajar por la paz no da resultados rápidos, pero es una obra de artesanos pacientes, que buscan lo que une y dejan de lado lo que divide, como decía san Juan XXIII.
Es necesario más oración y más diálogo: esto es necesario. El mundo se ahoga sin diálogo. Pero el diálogo es posible sólo a partir de la propia identidad. Yo no puedo aparentar tener otra identidad para dialogar. No, no se puede dialogar así. Yo tengo esta identidad, pero dialogo, porque soy persona, porque soy hombre, soy mujer; y el hombre y la mujer tienen esta posibilidad de dialogar sin negociar la propia identidad. El mundo se ahoga sin diálogo: por ello también vosotros dad vuestra aportación para promover la amistad entre las religiones.


Seguid adelante por este camino: plegaria, pobres y paz. Y caminando así ayudáis a hacer crecer la compasión en el corazón de la sociedad —que es la verdadera revolución, la de la compasión y de la ternura—, a hacer crecer la amistad en lugar de los fantasmas de la enemistad y de la indiferencia.


Que el Señor Jesús, que desde lo alto del mosaico abraza a su Santísima Madre, os sostenga siempre y os abrace a todos junto con ella en su misericordia. La necesitamos, la necesitamos mucho. Este es el tiempo de la misericordia. Rezo por vosotros, y vosotros rezad por mí. Gracias.


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 A LA CONFEDERACIÓN NACIONAL DE LAS MISERICORDIAS DE ITALIA
EN EL ANIVERSARIO DE LA AUDIENCIA DEL 14 DE JUNIO DE 1986
CON EL PAPA JUAN PABLO II


Plaza de San Pedro
Sábado 14 de junio de 2014



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Os dirijo mi saludo a todos vosotros, que formáis parte de las «Misericordias» de Italia y de los grupos «Fratres», y también a vuestros familiares y a las personas asistidas que han podido unirse a vuestra peregrinación. Saludo a monseñor Franco Agostinelli, obispo de Prato y vuestro corrector general, y al presidente nacional de vuestra confederación, señor Roberto Trucchi, agradeciéndoles las palabras con las que han introducido este encuentro. A todos os manifiesto mi aprecio por la importante obra que realizáis en favor del prójimo que sufre.


Las «Misericordias», antigua expresión del laicado católico y bien arraigadas en el territorio italiano, están comprometidas a testimoniar el evangelio de la caridad entre los enfermos, los ancianos, los discapacitados, los menores, los inmigrantes y los pobres. Todo vuestro servicio cobra sentido y forma de esta palabra: «misericordia», palabra latina cuyo significado etimológico es «miseris cor dare», «dar el corazón a los míseros», a los que tienen necesidad, a los que sufren.


Es lo que ha hecho Jesús: ha abierto de par en par su Corazón a la miseria del hombre. El Evangelio es rico en episodios que presentan la misericordia de Jesús, la gratuidad de su amor a los que sufren y a los débiles. A través de los relatos evangélicos podemos captar la cercanía, la bondad, la ternura con que Jesús se acercaba a las personas que sufrían y las consolaba, las aliviaba y, a menudo, las curaba. Siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro, también nosotros estamos llamados a acercarnos, a compartir la condición de las personas que encontramos. Es necesario que nuestras palabras, nuestros gestos y nuestras actitudes expresen la solidaridad, la voluntad de no permanecer indiferentes al dolor de los demás, y esto con calor fraterno y sin caer en ninguna forma de paternalismo.


Tenemos a disposición muchas informaciones y estadísticas sobre la pobreza y las tribulaciones humanas. Existe el riesgo de ser espectadores informadísimos y desencarnados de estas realidades, o de pronunciar hermosos discursos que se concluyen con soluciones verbales y desinterés por los problemas reales. Demasiadas palabras, demasiadas palabras, demasiadas palabras, pero no se hace nada. Este es un riesgo. No es el vuestro; vosotros trabajáis, trabajáis bien, bien. Pero existe el riesgo… Cuando oigo algunas conversaciones entre personas que conocen las estadísticas: ¡Qué barbaridad, padre! ¡Qué barbaridad, qué barbaridad!». «Pero, ¿qué haces tú contra esta barbaridad?». Nada, hablo. Y esto no resuelve nada. ¡Hemos oído tantas palabras! Lo que hace falta es actuar, vuestra obra, el testimonio cristiano, ir a los que sufren, acercarse como hizo Jesús. Imitemos a Jesús: va por los caminos y no ha planificado ni a los pobres ni a los enfermos, ni a los inválidos que encuentra a lo largo del camino; pero se detiene ante el primero que encuentra, y se transforma en presencia que socorre, signo de la cercanía de Dios que es bondad, providencia y amor.


La actividad de vuestras asociaciones se inspira en las siete obras de misericordia corporal, que me agrada recordar, porque hará bien oírlas una vez más: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, visitar al enfermo, visitar a los presos y enterrar a los muertos. Os animo a llevar adelante con alegría vuestra acción y a modelarla conforme a la de Cristo, dejando que todos los que sufren puedan encontraros y contar con vosotros en el momento de necesidad.


Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias! Gracias una vez más a todos vosotros por lo que hacéis. ¡Gracias! Que las «Misericordias» y los grupos «Fratres» sigan siendo lugares de acogida y gratuidad, en el signo del auténtico amor misericordioso a toda persona. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. ¡Gracias!


Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. También yo lo necesito. ¡Gracias!


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Jardines Vaticanos
Domingo, 8 de junio de 2014





Señores Presidentes,
Santidad,
hermanos y hermanas:


Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.



Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea un camino en busca de lo que une, para superar lo que divide.



Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo y testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.



Su presencia, Señores Presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.



Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.



Señores Presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.



Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado  cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.



Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.



La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un solo Padre.



A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra.



Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.



Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra!»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. 
Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. 
Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.


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LLAMADA TELEFÓNICA DE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN
LA 36 PEREGRINACIÓN A PIE DE 

MACERATA A LORETO



Sábado 7 de junio de 2014



Queridos jóvenes que peregrináis a pie de Macerata a Loreto:


También este año quiero estar presente en medio de vosotros, al menos virtualmente. Es una alegría; me alegra que vuestra peregrinación este año tenga lugar precisamente la noche que precede a la fiesta del Espíritu Santo —Pentecostés— y del encuentro de oración que se tendrá mañana, en el Vaticano, para invocar el don de la paz en Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo. Os pido por favor: uníos a nosotros y pedid a Dios, por intercesión de la Virgen de Loreto, que haga resonar nuevamente en esa tierra el cántico de los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres» (cf. Lc 2, 14).


Queridos jóvenes, vuestro tema es: «¡Dios es el Señor de las sorpresas!», y esto es verdad. Por ello no tengáis miedo de soñar un mundo más justo; de pedir, buscar y profundizar. Vosotros sabéis que la fe no es una herencia que recibimos de los demás, la fe no es un producto que se compra, sino que es una respuesta de amor que damos libremente y construimos diariamente con paciencia, entre éxitos y fracasos.


No temáis lanzaros a los brazos de Dios. Dios no os pedirá nada si no es para bendecirlo y dároslo de nuevo multiplicado cien veces más.


No os dejéis desalentar por los derrotados o por los miedosos que os quieren quitar la ilusión, que os quieren encerrar en sus mentalidades oscuras en lugar de dejaros volar a la luz de la esperanza. Por favor, no caigáis en la mediocridad. En esa mediocridad que abaja y nos hace grises, pero la vida no es gris, la vida es para apostarla por los grandes ideales y por las cosas grandes.


La negatividad es contagiosa, pero también la positividad es contagiosa; la desesperación es contagiosa, pero también la alegría es contagiosa: no sigáis a las personas negativas sino seguid irradiando a vuestro alrededor luz y esperanza. Y sabed que la esperanza no decepciona, no decepciona nunca.


Nada se pierde con Dios, pero sin Él todo está perdido; abrid vuestro corazón a Él y tened confianza en Él y vuestros ojos verán sus caminos y sus maravillas (cf. Pr 23, 26).
Esta noche, al rezar por la paz en Loreto, cerca de la Virgen, no olvidéis elevar una oración también por mí, lo necesito.


¡Muchas gracias, adelante y feliz camino!


¡Rezad a favor y no en contra!


¡Buenas noches! Que el Señor os bendiga y caminad en paz!


Que os bendiga Dios omnipotente: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Que la Virgen os acompañe. ¡Gracias!


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
ORGANIZADO POR EL CENTRO DEPORTIVO ITALIANO



Plaza de San Pedro
Sábado 7 de junio de 2014



Queridos amigos del Centro deportivo italiano:


Os agradezco vuestra presencia —¡sois tantos!— y agradezco al presidente sus amables palabras. Es una verdadera fiesta del deporte la que juntos estamos viviendo aquí, en la plaza de San Pedro, que hoy alberga también campos de juego. Es muy bueno que hayáis querido festejar vuestro septuagésimo cumpleaños no solos, sino con todo el mundo deportivo italiano, representado por el Coni y, sobre todo, con tantas sociedades deportivas. ¡Felicidades! Ahora sólo falta el pastel, para festejar el 70º cumpleaños.


El saludo mayor es para vosotros, queridos atletas, entrenadores y dirigentes de las sociedades deportivas. Conozco y aprecio vuestro compromiso y vuestra dedicación al promover el deporte como experiencia educativa. Vosotros, jóvenes y adultos que os ocupáis de los más pequeños, a través de vuestro valioso servicio sois verdaderamente, a todos los efectos, educadores. Es un motivo de justo orgullo, pero, sobre todo, es una responsabilidad. El deporte es un camino educativo. Encuentro tres caminos, para los jóvenes, para los muchachos y para los niños. El camino de la educación, el camino del deporte y el camino del trabajo, es decir, que haya puestos de trabajo al inicio de la vida juvenil. Si existen estos tres caminos, os aseguro que no habrá dependencias: nada de droga, nada de alcohol. ¿Por qué? Porque la escuela te lleva adelante, el deporte te lleva adelante y el trabajo te lleva adelante. No olvidéis esto. A vosotros, deportistas, a vosotros, dirigentes, y también a vosotros, hombres y mujeres de la política: educación, deporte y puestos de trabajo.


Es importante, queridos muchachos, que el deporte siga siendo un juego. Sólo si es un juego, hará bien al cuerpo y al espíritu. Y precisamente porque sois deportistas, os invito no sólo a jugar, como ya lo hacéis, sino también a algo más: a poneros en juego tanto en la vida como en el deporte. Poneros en juego en busca del bien, en la Iglesia y en la sociedad, sin miedo, con valentía y entusiasmo. Poneros en juego con los demás y con Dios; no contentarse con un «empate» mediocre, dar lo mejor de sí mismos, gastando la vida por lo que de verdad vale y dura para siempre. No contentarse con estas vidas tibias, vidas «mediocremente empatadas»: no, no. Ir adelante, buscando siempre la victoria.


En las sociedades deportivas se aprende a acoger. Se acoge a cada atleta que desea formar parte de ella y se acogen unos a otros, con sencillez y simpatía. Invito a todos los dirigentes y entrenadores a ser, ante todo, personas acogedoras, capaces de tener abierta la puerta para dar a cada uno, sobre todo a los menos favorecidos, una oportunidad de expresarse.


Y vosotros, muchachos, que sentís alegría cuando os entregan la camiseta, signo de pertenencia a vuestro equipo, estáis llamados a comportaros como verdaderos atletas, dignos de la camiseta que lleváis. Os deseo que la merezcáis cada día, a través de vuestro compromiso y también de vuestro esfuerzo.


Os deseo también que sintáis el gusto, la belleza del juego de equipo, que es muy importante para la vida. No al individualismo: No a desarrollar el juego para sí mismos. En mi tierra, cuando un jugador hace esto, le decimos: «Pero, ¡este quiere comerse la pelota!». No, esto es individualismo: no os comáis la pelota, desarrollad el juego de equipo, de équipe. Pertenecer a una sociedad deportiva quiere decir rechazar toda forma de egoísmo y de aislamiento, es la ocasión para encontrarse y estar con los demás, para ayudarse mutuamente, para competir en la estima recíproca y crecer en la fraternidad.


Muchos educadores, sacerdotes y religiosas, también han partido del deporte para madurar su misión de hombres y de cristianos. Recuerdo, en particular, una hermosa figura de sacerdote, el padre Lorenzo Massa, que por las calles de Buenos Aires reunió a un grupo de jóvenes en torno al campo parroquial y dio vida al que luego se convertiría en un importante equipo de fútbol.


Muchas de vuestras sociedades deportivas han nacido y viven «a la sombra del campanario», en los oratorios, con los sacerdotes, con las religiosas. Es hermoso cuando en la parroquia hay un grupo deportivo, y si no hay un grupo deportivo en la parroquia, falta algo. Si no existe el grupo deportivo, falta algo. Pero este grupo deportivo debe organizarse bien, de modo coherente con la comunidad cristiana, si no es coherente, es mejor que no exista. El deporte en la comunidad puede ser un óptimo instrumento misionero, mediante el cual la Iglesia se acerca a cada persona para ayudarla a llegar a ser mejor y a encontrar a Jesucristo.


Así que, ¡felicidades al Centro deportivo italiano por sus 70 años! ¡Y felicidades a todos vosotros! He oído antes que me habéis elegido vuestro capitán: os lo agradezco. Como capitán, os animo a no encerraros en la defensa, sino a ir al ataque, a jugar juntos nuestro partido, que es el del Evangelio.


Por favor, que todos jueguen, no sólo los mejores, sino todos, con los talentos y los límites que cada uno tiene, más aún, privilegiando a los más desfavorecidos, como hacía Jesús. Y os aliento a llevar adelante vuestro compromiso a través del deporte con los muchachos de las periferias de las ciudades: junto con los balones para jugar también podéis dar motivos de esperanza y de confianza. Recordad siempre estos tres caminos: la escuela, el deporte y los puestos de trabajo. Buscad siempre esto. Y yo os aseguro que en este camino no existirá la dependencia de la droga, del alcohol y de tantos otros vicios.


Queridos hermanos y hermanas, estamos en la víspera de Pentecostés: invoco sobre vosotros una abundante efusión del Espíritu Santo, que con sus dones os sostenga en vuestro camino y os haga testigos gozosos y valientes de Jesús resucitado. Os bendigo y rezo por vosotros, y os pido que recéis por mí, porque también yo debo desarrollar mi juego, que es vuestro juego, es el juego de toda la Iglesia. Rezad por mí, para que pueda desarrollar este juego hasta el día en que el Señor me llame a sí. Gracias.


Ahora hagamos una oración en silencio, todos. Que cada uno de vosotros piense en su equipo, en sus compañeros de juego, en sus entrenadores, en su familia. Y pidamos a la Virgen que bendiga a todos: Avemaría…


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO DEL CUERPO DE CARABINEROS,
EN EL BICENTENARIO DE FUNDACIÓN



Plaza de San Pedro
Viernes 6 de junio de 2014




Queridos hermanos y hermanas:


Os doy la bienvenida a todos vosotros, con ocasión del bicentenario de la fundación del Cuerpo de Carabineros. Los «carabineros de la gente», como ha dicho el ministro. Es así. Saludo a los carabineros en servicio y a los reservistas, y a vuestros familiares. Saludo a los ministros y a las demás autoridades presentes, y agradezco al comandante general las palabras con las que ha introducido este encuentro. Doy las gracias a la señora ministra y dirijo un pensamiento particular a mi hermano, el Ordinario militar monseñor Santo Marcianò y a los capellanes, presencia importante en vuestro ambiente y para vuestro camino de fe.


Celebrar este aniversario significa repasar dos siglos de la historia de Italia, tan fuerte es el vínculo del Cuerpo de Carabineros con el país. Entre los carabineros y la gente existe un vínculo hecho de solidaridad, confianza y dedicación al bien común. Las comisarías de los carabineros son puestos de control presentes en todo el territorio nacional: son puntos de referencia para la colectividad, incluso en las ciudades y en los pueblos más remotos y periféricos. Y esta presencia esparcida os llama a participar en la vida de la comunidad en la que estáis insertados, tratando de estar cerca de los problemas de la gente, especialmente de las personas más débiles y con dificultades. Vuestra vocación es el servicio.


Vuestro servicio se expresa en la protección de las personas y del ambiente, en la acción por la seguridad, por el respeto de las reglas de la convivencia civil y por el bien común: es un compromiso concreto y constante en la defensa de los derechos y deberes de las personas y de las comunidades. La tutela del orden público y de la seguridad de las personas es un compromiso cada vez más actual en una sociedad dinámica, abierta y garante, como la italiana, en la que estáis llamados a actuar; y constituye, además, la condición necesaria e indispensable para que toda persona, ya sea como individuo, ya sea en las comunidades de las que forma parte, pueda expresarse libremente, madurar, y así responder a la vocación particular que Dios ha reservado a cada uno de nosotros.


Queridos carabineros: vuestra misión se expresa en el servicio al prójimo y os compromete cada día a corresponder a la confianza y a la estima que la gente siente por vosotros. Esto requiere disponibilidad constante, paciencia, espíritu de sacrificio y sentido del deber. En vuestro trabajo estáis sostenidos por una historia escrita por servidores fieles del Estado, que han honrado al Cuerpo con la entrega de sí mismos. A estos recordémoslos en este momento con el corazón, con la oración y con el silencio (silencio), con la adhesión al juramento prestado y el generoso servicio al pueblo. Pensemos en el siervo de Dios Salvo d'Acquisto, que a los 23 años, aquí, cerca de Roma, en Polidoro, ofreció espontáneamente su joven existencia para salvar la vida de personas inocentes de la brutalidad nazi. 
Siguiendo esta larga tradición, proseguid con serenidad y generosidad vuestro servicio, testimoniando los ideales que os animan a vosotros y a vuestras familias, que están siempre a vuestro lado.


Gran importancia tiene vuestro compromiso más allá de los confines nacionales. En efecto, también en el extranjero os esforzáis por ser constructores de paz, para garantizar la seguridad, el respeto de la dignidad humana y la defensa de los derechos humanos en los países atormentados por todo tipo de conflictos y tensiones. No dejéis de dar por doquier, en vuestra patria y fuera de ella, un claro y gozoso testimonio de humanidad, especialmente respecto a los más necesitados y desfavorecidos.


Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestro servicio vele la Virgen María, vuestra patrona celestial, a la que veneráis con el título de Virgo fidelis. A ella recurrid con confianza, especialmente en los momentos de cansancio y dificultad, seguros de que, como madre tiernísima, sabrá presentar a su Hijo Jesús vuestras necesidades y vuestras expectativas.


Antes de invocar sobre vosotros la bendición del Señor, deseo anunciar que el próximo 13 de septiembre iré en peregrinación al cementerio militar de Redipuglia, en la provincia de Gorizia, para rezar por los caídos de todas las guerras. La ocasión es el centenario del inicio de aquella enorme tragedia que fue la primera guerra mundial, de la que oí tantas historias dolorosas de labios de mi abuelo, que la libró en el Piave.


Gracias, queridos amigos carabineros, por haber venido en gran número. Que el Señor os bendiga a vosotros y a vuestras familias.


Os invito a rezar a la Virgo fidelis, nuestra madre, por todo el Cuerpo de Carabineros, por las autoridades, por vuestras familias, por los caídos y por la patria.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO PROMOVIDO
POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL
DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES
"LA IGLESIA Y LOS GITANOS: ANUNCIAR EL EVANGELIO EN LAS PERIFERIAS"



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 5 de junio de 2014




Queridos hermanos y hermanas:


Con ocasión el Encuentro mundial de promotores episcopales y directores nacionales de la pastoral de los gitanos, os doy mi bienvenida y os saludo a todos cordialmente. Agradezco al cardenal Antonio Maria Vegliò sus palabras de introducción. Vuestro congreso tiene como tema «La Iglesia y los gitanos: anunciar el Evangelio en las periferias». En este tema está, ante todo, la memoria de una relación, la relación entre la comunidad eclesial y el pueblo gitano, la historia de un camino para conocerse y encontrarse; y luego está el desafío, un desafío referido tanto a la pastoral ordinaria, como a la nueva evangelización.


A menudo los gitanos se encuentran al margen de la sociedad, y a veces se les mira con hostilidad y sospecha —recuerdo muchas veces, aquí en Roma, cuando algunos gitanos subían al autobús y el conductor decía: «¡Atención con las carteras!». Esto es desprecio. Tal vez será verdad, pero es desprecio...—; son escasamente implicados en las dinámicas políticas, económicas y sociales del territorio. Sabemos que es una realidad compleja, pero ciertamente también el pueblo gitano está llamado a contribuir al bien común, y esto es posible con itinerarios adecuados de corresponsabilidad, en la observancia de los deberes y en la promoción de los derechos de cada uno.


Entre las causas que en la sociedad actual provocan situaciones de miseria en una parte de la población, podemos indicar la falta de estructuras educativas para la formación cultural y profesional, el difícil acceso a la atención sanitaria, la discriminación en el mercado del trabajo y la carencia de alojamientos dignos. Si estas llagas del tejido social afectan indistintamente a todos, los grupos más débiles son los que con mayor facilidad se convierten en víctimas de las nuevas formas de esclavitud. Son, en efecto, las personas menos protegidas las que caen en la trampa de la explotación, de la mendicidad forzada y de diversas formas de abuso. Los gitanos están entre los más vulnerables, sobre todo cuando faltan las ayudas para la integración y la promoción de la persona en las diversas dimensiones de la vida civil.


Aquí se introduce la solicitud de la Iglesia y vuestra aportación específica. El Evangelio, en efecto, es anuncio de alegría para todos y de modo especial para los más débiles y marginados. A ellos estamos llamados a asegurar nuestra cercanía y nuestra solidaridad, siguiendo el ejemplo de Jesucristo que les dio testimonio de la predilección del Padre.
Es necesario que, junto a esta acción solidaria en favor del pueblo gitano, se cuente con el compromiso de las instituciones locales y nacionales y el apoyo de la comunidad internacional, para señalar proyectos e intervenciones orientadas al mejoramiento de la calidad de vida. Ante las dificultades y las necesidades de los hermanos, todos deben sentirse interpelados a poner la dignidad de cada persona humana en el centro de sus atenciones. En lo que se refiere a la situación de los gitanos en todo el mundo, hoy es más necesario que nunca elaborar nuevas propuestas en ámbito civil, cultural y social, así como la estrategia pastoral de la Iglesia, para afrontar los desafíos que surgen de formas modernas de persecución, de opresión y, algunas veces, también de esclavitud.


Os aliento a continuar con generosidad vuestra importante obra, a no desalentaros, sino a continuar comprometiéndoos en favor de quien mayormente se encuentra en condiciones de necesidad y marginación en las periferias humanas. Que los gitanos puedan encontrar en vosotros hermanos y hermanas que les aman con el mismo amor con el que Cristo amó a los marginados. Sed para ellos el rostro acogedor y alegre de la Iglesia.


Invoco la maternal protección de la Virgen María sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo. Muchas gracias y rezad por mí.


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A SU SANTIDAD ARAM I, CATHOLICÓS DE LA
IGLESIA ARMENIA APOSTÓLICA DE CILICIA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 5 de junio de 2014




Santidad,
queridos hermanos en Cristo:


Estoy especialmente contento de darle a usted, Santidad, y a los distinguidos miembros de su delegación un cordial saludo en el Señor Jesús. Mi pensamiento se extiende en este momento a los obispos, al clero y a todos los fieles del Catholicosado de Cilicia. «Gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Rm 1, 7). Bienvenidos al umbral de los santos Apóstoles Pedro y Pablo.


Hace un mes tuve el gusto de recibir a Su Santidad el catholicós Karekin II, hoy tengo la alegría de reunirme con Vuestra Santidad, catholicós de la Gran Casa de Cilicia. Doy las gracias juntamente con vosotros al Señor por las relaciones fraternas que nos unen, por su continuo progreso, y considero un auténtico don de Dios poder compartir este momento de encuentro y de oración común.


Es bien conocido por todos el compromiso de Vuestra Santidad en favor de la causa de la unidad de los creyentes en Cristo. Usted ha desempeñado papeles de primer orden en el Consejo mundial de Iglesias, y sigue ofreciendo un apoyo eficaz al Consejo de las Iglesias de Oriente Medio, que desempeña un papel precioso al sostener a las comunidades cristianas de la región, tan probadas por numerosas dificultades. Y no quisiera olvidar la cualificada aportación ofrecida por Vuestra Santidad y por los representantes del Catholicosado de Cilicia a la Comisión mixta de diálogo entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales. Creo que, en este camino hacia la comunión plena, compartimos las mismas esperanzas y el mismo compromiso responsable, conscientes de caminar de este modo en la voluntad del Señor Jesucristo.


Vuestra Santidad representa a una parte del mundo cristiano profundamente marcada por una historia de pruebas y de sufrimientos, aceptados con valentía por amor a Dios. La Iglesia apostólica armenia se vio obligada a convertirse en un pueblo peregrino, experimentando así de forma única su estar en camino hacia el reino de Dios. La historia de emigración, persecución y martirio de tantos fieles dejó heridas profundas en el corazón de todos los armenios. Las debemos contemplar y venerar como heridas del cuerpo mismo de Cristo: precisamente por esto ellas son también causa de esperanza inquebrantable y de confianza en la misericordia providente del Padre.


Confianza y esperanza: las necesitamos mucho. Las necesitan los hermanos cristianos de Oriente Medio, en especial quienes viven en zonas atormentadas por el conflicto y la violencia. Las necesitamos también nosotros, cristianos que no tenemos que afrontar tales dificultades, pero que a menudo corremos el riesgo de perdernos en los desiertos de la indiferencia y del olvido de Dios, o de vivir en conflicto entre hermanos, o de sucumbir en nuestras batallas interiores contra el pecado. Como seguidores de Jesús debemos aprender a llevar con humildad los unos los pesos de los otros, ayudándonos de este modo, recíprocamente, a ser más cristianos, más discípulos de Jesús. Caminemos, por lo tanto, juntos en la caridad, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros, donándose a Dios en sacrificio de suave olor (cf. Ef 5, 1-2).


En estos días que preceden a la solemnidad de Pentecostés, mientras nos disponemos a revivir en el misterio el milagro de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente, invoquemos con fe al Espíritu, Señor y Dador de vida, a fin de que renueve la faz de la tierra, sea fuerza para sanar las heridas del mundo y reconciliar el corazón de cada hombre con el Creador.


Que sea Él, el Paráclito, quien inspire nuestro camino hacia la unidad, que sea Él quien nos enseñe cómo alimentar los vínculos de fraternidad que ya nos unen en el único bautismo y en la única fe. Invoco sobre todos nosotros la protección de María Santísima, la Toda Santa, presente en el Cenáculo junto con los Apóstoles, para que sea para nosotros Madre de la unidad. Amén.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ZIMBABUE
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Lunes 2 de junio de 2014


Queridos hermanos en el episcopado:


«Paz a vosotros!» (Jn 20, 19). Os doy la bienvenida en vuestra peregrinación ad limina Apostolorum a las tumbas de los Apóstoles, por cuya intercesión estamos rezando aquí, mientras buscáis unidad y fuerza inspiradas en su vida entregada al servicio de Cristo y de su Iglesia. Agradezco a monseñor Bhasera sus cordiales palabras de saludo en nombre de los obispos y de todos los católicos de Zimbabue; que estos días de oración y de solidaridad entre sus pastores y el Sucesor de Pedro sean un tiempo fecundo de renovación espiritual.


Podemos alabar a Dios por el testimonio auténtico de la muerte y resurrección de Jesús ofrecida por la Iglesia en Zimbabue, que floreció al inicio de la historia cristiana en África meridional. Vuestros predecesores en el episcopado, junto con sus sacerdotes, religiosos y colaboradores laicos —muchos de ellos misioneros procedentes de países lejanos— entregaron su vida para que la fe pudiera arraigarse y prosperar en vuestra tierra. En todo Zimbabue las estaciones misioneras han crecido hasta convertirse en parroquias y diócesis. La Iglesia ha llegado a ser indígena, un árbol joven y fuerte en el jardín del Señor, lleno de vida y de frutos abundantes. Generaciones de zimbabuenses —entre los cuales muchos líderes políticos— fueron educados en escuelas de la Iglesia. Durante muchos decenios hospitales católicos se hicieron cargo de los enfermos, ofreciendo curación física y psicológica. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa surgieron de vuestra tierra, y estas vocaciones continúan. Por todas estas gracias, y a pesar de los numerosos desafíos, nuestra oración de acción de gracias se eleva al Señor como un sacrificio vespertino.


La Iglesia en vuestro país estuvo al lado de su gente tanto antes como después de la independencia, también en estos años de inmenso sufrimiento en los cuales millones de personas han dejado el país por la frustración y la desesperación, donde muchas vidas se han perdido y muchas lágrimas se han derramado. En el ejercicio de vuestro ministerio profético, habéis ofrecido una voz firme a todas las personas en dificultad en vuestro país, especialmente a los oprimidos y a los refugiados. Pienso en especial en vuestra Carta pastoral de 2007, Dios escucha el grito de los oprimidos: «El pueblo que sufre en Zimbabue está gimiendo en agonía: “centinela, ¿cuánto queda de la noche?”». En la misma habéis mostrado cómo la crisis es espiritual y al mismo tiempo moral, extendiéndose desde los tiempos coloniales al presente, y cómo las «estructuras de pecado» introducidas en el orden social están, en último término, radicadas en el pecado personal, exigiendo de todos una profunda conversión personal y un sentido moral renovado iluminado por el Evangelio.


Los cristianos están presentes en todos los ámbitos del conflicto en Zimbabue, y, por lo tanto, os exhorto a guiar a todos con gran ternura hacia la unidad y la sanación: se trata de un pueblo, tanto negro como blanco, algunos más ricos, pero en la gran mayoría más pobres, de numerosas tribus; los seguidores de Cristo pertenecen a todos los partidos políticos, algunos en posiciones de autoridad, muchos no. Pero juntos, como único pueblo peregrino de Dios, necesitan conversión y sanación para llegar a ser cada vez más plenamente «un solo cuerpo, un solo espíritu en Cristo» (cf. Ef 4, 4). Que a través de la predicación y las obras de apostolado, vuestras Iglesias locales puedan demostrar que la «reconciliación no es un acto aislado sino un largo proceso gracias al cual cada uno se ve restablecido en el amor, un amor que sana por la acción de la Palabra de Dios» (Africae munus, n. 34).


Mientras que la fidelidad de los zimbabuenses es ya un bálsamo sobre algunas de estas heridas nacionales, sé que muchas personas han superado los propios límites humanos y no saben a qué parte volcarse. En medio de todo esto, os pido que alentéis a los fieles a no perder nunca de vista los modos con los cuales Dios escucha sus súplicas y responde a sus oraciones, porque, como habéis escrito, no puede no escuchar el grito de los pobres. En este tiempo de Pascua, mientras la Iglesia en todo el mundo celebra la victoria de Cristo sobre el poder del pecado y la muerte, el Evangelio de la resurrección, cuya proclamación os ha sido encomendada, debe ser predicado y vivido de modo claro en Zimbabue. No olvidemos nunca la lección de la resurrección: «En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia» (Evangelii gaudium, n. 276).


Proclamad sin miedo este Evangelio de esperanza, llevando el mensaje del Señor a la incertidumbre de nuestro tiempo, predicando incansablemente el perdón y la misericordia de Dios. Seguid alentando a los fieles a renovar su encuentro personal con el Señor Resucitado y a volver a los sacramentos, especialmente a la Reconciliación y la Santa Eucaristía, fuente y culmen de nuestra vida cristiana.


Como pastores del rebaño siempre dócil al Espíritu Santo (cf. Hch 20, 28), colaborad estrechamente para promover la unidad con vuestros sacerdotes, buscando eliminar toda forma de disenso y de interés personal. Os aliento a seguir discerniendo vocaciones al sacerdocio: hombres que una vez formados, con el corazón grande de pastores y padres, saldrán a buscar a su pueblo en todas las partes del país. Acompañad atentamente a vuestros sacerdotes recién ordenados, a fin de que lleven una vida recta y justa. Exhortadles a seguir predicando y viviendo —en todo momento oportuno y no oportuno— los valores evangélicos de la verdad y de la integridad, y la belleza de una vida vivida en la fe, en el amor a Dios y en el generoso servicio al prójimo, en la esperanza profética de justicia para el país.


El futuro de la Iglesia en Zimbabue y en África en su conjunto depende ampliamente de la formación de los fieles (cf. Ecclesia in Africa, n. 75). Además de sacerdotes santos, la Iglesia necesita catequistas celosos, bien formados, que trabajen con el clero y los laicos, a fin de que lo que ella cree se refleje en el modo en el que su pueblo vive en la sociedad. Sostened a los numerosos religiosos y religiosas que santifican el país con corazón indiviso en el amor a Dios y a su pueblo. Mostrad especial solicitud por la preparación y la guía clara de los jóvenes católicos que desean el matrimonio cristiano, abriéndoles a la riqueza de las enseñanzas morales de la Iglesia sobre la vida y sobre el amor, ayudándoles de este modo a encontrar la verdad auténtica en la libertad como madres y padres.


Queridos hermanos obispos, en estos días, en los que vosotros y toda la Iglesia en Zimbabue os renováis en la alegría pascual del Señor Resucitado, rezo para que volváis a casa fortalecidos en la comunión fraterna. Que podáis marcharos de este encuentro con el Sucesor de Pedro más resueltos a dar todo al servicio de la Palabra, a fin de que los católicos en Zimbabue sean cada vez más sal de la tierra africana y luz del mundo. Os encomiendo a vosotros, juntamente con el clero, los religiosos y los fieles laicos de vuestras diócesis, a la intercesión de María, Reina de África y Madre de la Iglesia, y a todos imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de esperanza y de alegría en el Señor.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA 37 ASAMBLEA NACIONAL
DE RENOVACIÓN CARISMÁTICA EN EL ESPÍRITU SANTO


Estadio Olímpico, Roma
Domingo 1° de junio de 2014


Palabras del Papa a los sacerdotes:


A vosotros sacerdotes, se me ocurre deciros una sola palabra: cercanía. Cercanía a Jesucristo, en la oración y en la adoración. Cerca del Señor, y cercanía con la gente, con el pueblo de Dios que se os ha confiado. Amad a vuestra gente, estad cerca de la gente. Esto es lo que os pido, esta doble cercanía: cercanía a Jesús y cercanía a la gente.


Palabras del Papa a los jóvenes:


Sería triste que un joven guarde su juventud en una caja fuerte: así esta juventud se hace vieja, en el peor sentido de la palabra; se convierte en un trapo; no sirve para nada. La juventud es para arriesgarla: arriesgarla bien, arriesgarla con esperanza. Es para apostarla por cosas grandes. La juventud es para darla, para que otros conozcan al Señor. No guardéis para vosotros vuestra juventud: ¡adelante!


Palabras del Papa a las familias:


Las familias son la Iglesia doméstica, en donde Jesús crece, crece en el amor de los cónyuges, crece en la vida de los hijos. Y por eso el enemigo ataca tanto a la familia: el demonio no la quiere. E intenta destruirla, busca que no haya amor allí. Las familias son esta Iglesia doméstica. Los esposos son pecadores, como todos, pero desean ir adelante en la fe, en su fecundidad, en los hijos y en la fe de los hijos. Que el Señor bendiga la familia, la fortalezca en esta crisis con la que el diablo quiere destruirla.


Palabras del Papa a los discapacitados:


Los hermanos y hermanas que sufren, que tienen una enfermedad, que están discapacitados, son hermanos y hermanas unidos por el sufrimiento de Jesucristo, imitan a Jesús en el difícil momento de su cruz, de su vida. Esta unción del sufrimiento la llevan adelante por toda la Iglesia. Muchas gracias, hermanos y hermanas; muchas gracias por vuestro aceptar y estar unidos en el sufrimiento. Muchas gracias por la esperanza que testimoniáis, esa esperanza que nos lleva adelante buscando la caricia de Jesús.


Palabras sobre los ancianos


Decía a Salvador que tal vez falta alguno, tal vez los más importantes: faltan los abuelos. Faltan los ancianos, y ellos son la seguridad de nuestra fe, los «viejos». Mirad, cuando María y José llevaron a Jesús al Templo, había dos; y cuatro veces, si no cinco –no me acuerdo bien- el Evangelio dice que «fueron llevados por el Espíritu Santo». De María y José en cambio dicen que fueron llevados por la Ley. Los jóvenes deben cumplir la Ley, los ancianos –como el buen vino– tienen la libertad del Espíritu Santo. Y así este Simeón, que era valiente, inventó una «liturgia», y alababa a Dios, alababa… y era el Espíritu el que lo empujaba a hacer esto. ¡Los ancianos! Son nuestra sabiduría, son la sabiduría de la Iglesia; los ancianos que tantas veces nosotros descartamos, los abuelos, los ancianos… Y aquella abuelita, Ana, hizo algo extraordinario en la Iglesia: ¡canonizó las murmuraciones! ¿Y cómo lo hizo? Así: porque en vez de murmurar contra alguien, iba de una parte a otra diciendo [de Jesús]: «Es este, es este el que nos salvará». Y esta es una cosa buena. Las abuelas y los abuelos son nuestra fuerza y nuestra sabiduría. Que el Señor nos dé siempre ancianos sabios. Ancianos que nos den la memoria de nuestro pueblo, la memoria de la Iglesia. Y nos den también lo que de ellos nos dice la Carta a los Hebreos: el sentido de la alegría. Dice que los ancianos, estos, saludaban las promesas de lejos: que nos enseñen esto.


Oración del Papa:


Señor, mira a tu pueblo que aguarda el Espíritu Santo. Mira a los jóvenes, mira a las familias, mira a los niños, mira a los enfermos, mira a los sacerdotes, los consagrados, las consagradas, mira a nosotros, obispos, mira a todos. y concédenos aquella santa borrachera, la del Espíritu, la que nos hace hablar todas las lenguas, las lenguas de la caridad, siempre cercanos a los hermanos y a las hermanas que tienen necesidad de nosotros. Enséñanos a no luchar entre nosotros para tener un trozo más de poder; enséñanos a ser humildes, enséñanos a amar más a la Iglesia que a nuestro partido, que nuestras «peleas» internas; enséñanos a tener el corazón abierto para recibir el Espíritu. Envía, oh Señor, tu Espíritu sobre nosotros. Amén.





Queridos hermanos y hermanas


Os agradezco mucho vuestra acogida. Seguro que alguien le ha dicho a los organizadores que me gusta mucho este canto, «Vive Jesús, el Señor…» Cuando celebraba en la catedral de Buenos Aires la Santa Misa con la Renovación carismática, después de la consagración y de algunos segundos de adoración en lenguas, cantábamos este canto con mucha alegría y fuerza, como vosotros lo habéis hecho hoy. Gracias. Me he sentido como en casa.


Doy gracias a la Renovación carismática, la ICCRS y a la Catholic Fraternity por este encuentro con vosotros, que me alegra tanto. agradezco también la presencia de los primeros que tuvieron una fuerte experiencia de la potencia del Espíritu Santo; creo que está aquí Patty… Vosotros, Renovación carismática, habéis recibido un gran don del Señor. Habéis nacido de una voluntad del Espíritu Santo como «una corriente de gracia en la Iglesia y para la Iglesia». Ésta es vuestra definición: una corriente de gracia.


¿Cuál es el primer don del Espíritu Santo? El don de sí mismo, que es amor y hace que te enamores de Jesús. Y este amor cambia la vida. Por esto se dice «nacer de nuevo a la vida en el Espíritu». Lo había dicho Jesús a Nicodemo. Habéis recibido el gran don de la diversidad de los carismas, la diversidad que lleva a la armonía del Espíritu Santo, al servicio de la Iglesia.


Cuando pienso en vosotros, carismáticos, me viene a la mente la misma imagen de la Iglesia, pero de una manera particular: pienso a una gran orquesta, en que cada instrumento es distinto y también las voces son distintas, pero todos son necesarios para la armonía de la música. San Pablo nos lo dice, en el capítulo XII de la primera Carta a los Corintios. Así, como en una orquestra, que nadie en la Renovación piense que es más importante o más grande que otro, por favor. Porque cuando alguno de vosotros se cree más importante que otro o más grande, comienza la peste. Nadie puede decir: «Yo soy la cabeza». Vosotros, como toda la Iglesia, tenéis una sola cabeza, un solo Señor: el Señor Jesús. Repetid conmigo: ¿Quién es la cabeza de la Renovación? El Señor Jesús. ¿Quién es la cabeza de la Renovación? [la multitud:] El Señor Jesús. Y decimos esto con la fuerza que nos da el Espíritu Santo, porque nadie puede decir «Jesús es el Señor» sin el Espíritu Santo.


Como tal vez sabéis –porque las noticias corren– en los primeros años de la Renovación carismática en Buenos Aires, yo no quería mucho a estos carismáticos. Yo les decía: «Parecen una escuela de samba». No compartía su modo de rezar y tantas cosas nuevas que sucedían en la Iglesia. Después, comencé a conocerlos y al final entendí el bien que la Renovación carismática hace a la Iglesia. Y esta historia, que va de la «escuela de samba» hacia adelante, termina de un modo particular: pocos meses antes de participar en el Cónclave, fui nombrado por la Conferencia Episcopal asistente espiritual de la Renovación carismática en Argentina.


La Renovación carismática es una gran fuerza al servicio del anuncio del Evangelio, en la alegría del Espíritu Santo. Habéis recibido el Espíritu Santo que os ha hecho descubrir el amor de Dios por todos sus hijos y el amor a la Palabra. En los primeros tiempos se decía que vosotros, carismáticos, llevabais siempre con vosotros una Biblia, el Nuevo Testamento… ¿Lo seguís haciendo todavía? [la multitud:] Sí. No estoy seguro de ello. Si no, volved a este primer amor, llevad siempre en el bolsillo, en la bolsa, la Palabra de Dios. Y leed un trozo. Siempre con la Palabra de Dios.


Vosotros, pueblo de Dios, pueblo de la Renovación carismática, vigilad para no perder la libertad que el Espíritu Santo os ha dado. El peligro para la Renovación, como dice con frecuencia nuestro querido Padre Raniero Cantalamessa, es el de la excesiva organización: el peligro de la excesiva organización.


Sí, tenéis necesidad de organización, pero no perdáis la gracia de dejar que Dios sea Dios. «Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos!» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 280).


Otro peligro es el de convertirse en «controladores» de la gracia de Dios. Muchas veces, los responsables (a mí me gusta más el nombre «servidores») de algún grupo o comunidad se convierten, tal vez sin querer, en administradores de la gracia, decidiendo quién puede recibir la oración de efusión o el bautismo en el Espíritu y quién no. Si algunos hacen así, os ruego de no hacerlo más, no hacerlo más. Vosotros sois dispensadores de la gracia de Dios, non controladores. No seáis una aduana para el Espíritu Santo.


En los documentos de Malinas, tenéis una guía, una ruta segura para no equivocaros de camino. El primer documento es: Orientación teológica y pastoral. El segundo es: Renovación carismática y ecumenismo, escrito por el mismo Cardenal Suenens, gran protagonista del Concilio Vaticano II. El tercero es: Renovación carismática y servicio al hombre, escrito por el Card. Suenes y por el Obispo Hélder Camara.


Ésta es vuestra ruta: evangelización, ecumenismo espiritual, atención a los pobres y necesitados y acogida de los marginados. Y todo esto basado en la adoración. El fundamento de la renovación es adorar a Dios.


Me han pedido que diga a la Renovación qué espera el Papa de vosotros.


La primera cosa es la conversión al amor de Jesús que cambia la vida y hace del cristiano un testigo del Amor de Dios. La Iglesia espera este testimonio de vida cristiana y el Espíritu Santo nos ayuda a vivir la coherencia del Evangelio para nuestra santidad.


Espero de vosotros que compartáis con todos, en la Iglesia, la gracia del Bautismo en el Espíritu Santo (expresión que se lee en los Hechos de los Apóstoles).


Espero de vosotros una evangelización con la Palabra de Dios que anuncia que Jesús está vivo y ama a todos los hombres.


Que deis un testimonio de ecumenismo espiritual con todos aquellos hermanos y hermanas de otras Iglesias y comunidades cristianas que creen en Jesús como Señor y Salvador.


Que permanezcáis unidos en el amor a todos los hombres que el Señor Jesús nos pide, y en la oración al Espíritu Santo para llegar a esta unidad, necesaria para la evangelización en el nombre de Jesús. Recordad que «La Renovación carismática es ecuménica por su misma naturaleza … La Renovación católica se alegra de lo que el Espíritu Santo realiza en el seno de otras Iglesias» (1Malinas 5,3).


Acercaos a los pobres, a los necesitados, para tocar en su carne la carne herida de Jesús. Acercaos, por favor.


Buscad la unidad en la Renovación, porque la unidad viene del Espíritu Santo y nace de la unidad de la Trinidad. La división, ¿de quién viene? Del demonio. La división viene del demonio. Huid de las luchas internas, por favor. Que no se den entre vosotros.


Quiero agradecer al ICCRS y a la Catholic Fraternity, los dos organismos de Derecho Pontificio del Pontificio Consejo para los Laicos al servicio de la Renovación mundial, comprometidos en la preparación del encuentro mundial para sacerdotes y obispos que tendrá lugar en junio del próximo año. Sé que han decidido compartir incluso la oficina y trabajar juntos como signo de unidad y para gestionar mejor sus recursos. Me alegro mucho. 

Quiero agradecerles también porque están ya organizando el gran jubileo del 2017.


Hermanos y hermanas, recordad: Adorad a Dios el Señor: éste es el fundamento. Adorar a Dios. Buscad la santidad en la nueva vida del Espíritu Santo. Sed dispensadores de la gracia de Dios. Evitad el peligro de la excesiva organización.


Salid a las calles a evangelizar, anunciando el Evangelio. Recordad que la Iglesia nació «en salida», aquella mañana de Pentecostés. Acercaos a los pobres y tocad en su carne la carne herida de Jesús. Dejaos guiar por el Espíritu Santo, con esa libertad; y, por favor, no enjaular al Espíritu Santo. ¡Con libertad!


Buscad la unidad de la Renovación, unidad que viene de la Trinidad.


Y os espero a todos, carismáticos del mundo, para celebrar, junto al Papa, vuestro gran Jubileo en Pentecostés del 2017 en la plaza de San Pedro. Gracias.





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