miércoles, 2 de julio de 2014

FRANCISCO: Regina Coeli y Ángelus de Junio (22, 15, 8 y 1°)

REGINA COELI Y ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

JUNIO 2014


ÁNGELUS


Plaza de San Pedro
Domingo 22 de junio de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En Italia y en muchos otros países se celebra en este domingo la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo —se usa a menudo el nombre en latín: Corpus Domini o Corpus Christi. La comunidad eclesial se reúne en torno a la Eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús le ha dejado.


El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el «pan de vida», pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51). Jesús subraya que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos hacia el prójimo los que demuestran la actitud de partir la vida para los demás.


Cada vez que participamos en la santa misa y nos alimentamos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, plasma nuestro corazón, nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio. Ante todo la docilidad a la Palabra de Dios, luego la fraternidad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desalentados y acoger a los excluidos. De este modo la Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros a quien no nos ama: y esto no es fácil. Amar a quien no nos ama... ¡No es fácil! Porque si nosotros sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros nos inclinamos por no quererla. Y, en cambio, no. Debemos amar también a quien no nos ama. Oponernos al mal con el bien, perdonar, compartir, acoger. Gracias a Jesús y a su Espíritu, también nuestra vida llega a ser «pan partido» para nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría. La alegría de convertirnos en don, para corresponder al gran don que nosotros hemos recibido antes, sin mérito de nuestra parte. Esto es hermoso: nuestra vida se hace don. Esto es imitar a Jesús. 
Quisiera recordar estas dos cosas. Primero: la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor de Jesús, al recibir la Eucaristía, se hace don. Como ha sido la vida de Jesús. No olvidar estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida; y siguiendo a Jesús, nosotros, con la Eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.


Jesús, Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María santísima. Después de llevarlo consigo con inefable amor, Ella lo siguió fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, y a hacer de ella el centro de nuestra vida, especialmente en la misa dominical y en la adoración. 


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


El próximo 26 de junio se conmemorará la Jornada de las Naciones Unidas por las víctimas de la tortura. En esta circunstancia ratifico la firme condena de todo tipo de tortura e invito a los cristianos a comprometerse a colaborar en su abolición y apoyar a las víctimas y a sus familiares. Torturar a las personas es un pecado mortal. Un pecado muy grave.


Dirijo mis saludos a todos vosotros, romanos y peregrinos.


Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Rezad por mí! ¡Rezad por mí y hasta la vista!


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ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 22 de junio de 2014






Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En Italia y en muchos otros países se celebra en este domingo la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo —se usa a menudo el nombre en latín: Corpus Domini o Corpus Christi. La comunidad eclesial se reúne en torno a la Eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús le ha dejado.


El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el «pan de vida», pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51). Jesús subraya que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos hacia el prójimo los que demuestran la actitud de partir la vida para los demás.


Cada vez que participamos en la santa misa y nos alimentamos del Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, plasma nuestro corazón, nos comunica actitudes interiores que se traducen en comportamientos según el Evangelio. 
Ante todo la docilidad a la Palabra de Dios, luego la fraternidad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desalentados y acoger a los excluidos. De este modo la Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Y cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! La medida de Dios es sin medida. ¡Todo! ¡Todo! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios: ¡es sin medida! Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros a quien no nos ama: y esto no es fácil. Amar a quien no nos ama... ¡No es fácil! Porque si nosotros sabemos que una persona no nos quiere, también nosotros nos inclinamos por no quererla. Y, en cambio, no. Debemos amar también a quien no nos ama. Oponernos al mal con el bien, perdonar, compartir, acoger. Gracias a Jesús y a su Espíritu, también nuestra vida llega a ser «pan partido» para nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría. La alegría de convertirnos en don, para corresponder al gran don que nosotros hemos recibido antes, sin mérito de nuestra parte. Esto es hermoso: nuestra vida se hace don. Esto es imitar a Jesús. Quisiera recordar estas dos cosas. Primero: la medida del amor de Dios es amar sin medida. ¿Está claro esto? Y nuestra vida, con el amor de Jesús, al recibir la Eucaristía, se hace don. Como ha sido la vida de Jesús. No olvidar estas dos cosas: la medida del amor de Dios es amar sin medida; y siguiendo a Jesús, nosotros, con la Eucaristía, hacemos de nuestra vida un don.


Jesús, Pan de vida eterna, bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María santísima. Después de llevarlo consigo con inefable amor, Ella lo siguió fielmente hasta la cruz y la resurrección. Pidamos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, y a hacer de ella el centro de nuestra vida, especialmente en la misa dominical y en la adoración.


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


El próximo 26 de junio se conmemorará la Jornada de las Naciones Unidas por las víctimas de la tortura. En esta circunstancia ratifico la firme condena de todo tipo de tortura e invito a los cristianos a comprometerse a colaborar en su abolición y apoyar a las víctimas y a sus familiares. Torturar a las personas es un pecado mortal. Un pecado muy grave.


Dirijo mis saludos a todos vosotros, romanos y peregrinos.


Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Rezad por mí! ¡Rezad por mí y hasta la vista!


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ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 15 de junio de 2014





Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy celebramos la solemnidad de la santísima Trinidad, que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada criatura, Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35). Es una contradicción pensar en cristianos que se odian. Es una contradicción. Y el diablo busca siempre esto: hacernos odiar, porque él siembra siempre la cizaña del odio; él no conoce el amor, el amor es de Dios.


Todos estamos llamados a testimoniar y anunciar el mensaje de que «Dios es amor», de que Dios no está lejos o es insensible a nuestras vicisitudes humanas. Está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama tanto y hasta tal punto, que se hizo hombre, vino al mundo no para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cf. Jn 3, 16-17). Y este es el amor de Dios en Jesús, este amor que es tan difícil de comprender, pero que sentimos cuando nos acercamos a Jesús. Y Él nos perdona siempre, nos espera siempre, nos quiere mucho. Y el amor de Jesús que sentimos, es el amor de Dios.


El Espíritu Santo, don de Jesús resucitado, nos comunica la vida divina, y así nos hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio recíproco, de participación. Una persona que ama a los demás por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que se aman y se ayudan unos a otros, es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la que se quieren y comparten los bienes espirituales y materiales, es un reflejo de la Trinidad.


El amor verdadero es ilimitado, pero sabe limitarse para salir al encuentro del otro, para respetar la libertad del otro. Todos los domingos vamos a misa, juntos celebramos la Eucaristía, y la Eucaristía es como la «zarza ardiendo», en la que humildemente habita y se comunica la Trinidad; por eso la Iglesia ha puesto la fiesta del Corpus Christi después de la de la Trinidad. El jueves próximo, según la tradición romana, celebraremos la santa misa en San Juan de Letrán, y después haremos la procesión con el Santísimo Sacramento. Invito a los romanos y a los peregrinos a participar, para expresar nuestro deseo de ser un pueblo «congregado en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (san Cipriano). Os espero a todos el próximo jueves, a las 19.00, para la misa y la procesión del Corpus Christi.


Que la Virgen María, criatura perfecta de la Trinidad, nos ayude a hacer de toda nuestra vida, en los pequeños gestos y en las elecciones más importantes, un himno de alabanza a Dios, que es amor.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Estoy siguiendo con viva preocupación los hechos de estos últimos días en Irak. Os invito a todos a uniros a mi oración por la querida nación iraquí, sobre todo por las víctimas y por quienes sufren más las consecuencias del aumento de la violencia, en particular, por las numerosas personas, entre las cuales muchos cristianos, que han debido dejar su casa. Deseo a toda la población la seguridad y la paz y un futuro de reconciliación y justicia, en el que todos los iraquíes, independientemente de su pertenencia religiosa, puedan construir juntos su patria, haciendo de ella un modelo de convivencia. Pidamos a la Virgen, todos juntos, por el pueblo iraquí.


Avemaría…


Hoy quiero anunciar que, aceptando la invitación de los obispos y de las autoridades civiles albanesas, pienso ir a Tirana el domingo 21 de septiembre. Con este breve viaje deseo confirmar en la fe a la Iglesia en Albania y testimoniar mi aliento y mi amor a un país que sufrió mucho a consecuencia de las ideologías del pasado.


Y ahora os saludo a todos vosotros, queridos peregrinos presentes hoy: numerosos grupos parroquiales, familias y asociaciones.


Saludo al Movimiento Pro Sanctitate, en el centenario del nacimiento de su fundador, el siervo de Dios Guglielmo Giaquinta: queridos amigos, os animo a llevar adelante con alegría el apostolado de la santidad.


Hoy dirijo un saludo especial a las domésticas y asistentes, que provienen de tantas partes del mundo y prestan un servicio valioso en las familias, especialmente para sostener a los ancianos y a las personas no autosuficientes. Muchas veces no valoramos con justicia el grande y hermoso trabajo que realizan en las familias. Muchas gracias a vosotras.


Y a todos deseo un feliz domingo y un buen almuerzo. Y no os olvidéis de rezar por mí.


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REGINA COELI
Plaza de San Pedro
Domingo de Pentecostés
 8 de junio de 2014




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


La fiesta de Pentecostés conmemora la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo. Como la Pascua, es un acontecimiento que tuvo lugar durante la preexistente fiesta judía, y que se realiza de modo sorprendente. El libro de los Hechos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esa extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja espacio a la valentía; las lenguas se desatan y todos comprenden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El acontecimiento de Pentecostés marca el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública; y nos impresionan dos rasgos: es una Iglesia que sorprende y turba.


Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba ya nada de los discípulos: después de la muerte de Jesús formaban un grupito insignificante, estaban desconcertados, huérfanos de su Maestro. En cambio, se verificó un hecho inesperado que suscitó admiración: la gente quedaba turbada porque cada uno escuchaba a los discípulos hablar en la propia lengua, contando las grandes obras de Dios (cf. Hch 2, 6-7.11). La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que suscita estupor porque, con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo —la Resurrección de Cristo— con un lenguaje nuevo —el lenguaje universal del amor. Un anuncio nuevo: Cristo está vivo, ha resucitado; un lenguaje nuevo: el lenguaje del amor. Los discípulos están revestidos del poder de lo alto y hablan con valentía —pocos minutos antes eran todos cobardes, pero ahora hablan con valor y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.


Así está llamada a ser siempre la Iglesia: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesús el Cristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí esperándonos para sanarnos, para perdonarnos. Precisamente para esta misión Jesús resucitado entregó su Espíritu a la Iglesia.


Atención: si la Iglesia está viva, debe sorprender siempre. Sorprender es característico de la Iglesia viva. Una Iglesia que no tenga la capacidad de sorprender es una Iglesia débil, enferma, moribunda, y debe ser ingresada en el sector de cuidados intensivos, ¡cuanto antes!


Alguno, en Jerusalén, hubiese preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el miedo, se quedaran encerrados en casa para no crear turbación. Incluso hoy muchos quieren esto de los cristianos. El Señor resucitado, en cambio, los impulsa hacia el mundo: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado «destilada». No, no se resigna a esto. No quiere ser un elemento decorativo. Es una Iglesia que no duda en salir afuera, al encuentro de la gente, para anunciar el mensaje que se le ha confiado, incluso si ese mensaje molesta o inquieta las conciencias, incluso si ese mensaje trae, tal vez, problemas; y también, a veces, nos conduce al martirio. Ella nace una y universal, con una identidad precisa, pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no lo captura; lo deja libre, pero lo abraza como la columnata de esta plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Nosotros, los cristianos somos libres, y la Iglesia nos quiere libres.


Nos dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el Cenáculo, y la Madre estaba con los hijos. En ella la fuerza del Espíritu Santo realizó verdaderamente «obras grandes» (Lc 1, 49). Ella misma lo había dicho. Que Ella, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, nos alcance con su intercesión una renovada efusión del Espíritu de Dios sobre la Iglesia y sobre el mundo.


Después del Regina Coeli


Queridos hermanos:


Como sabéis, esta tarde en el Vaticano los presidentes de Israel y Palestina se unirán a mí y al Patriarca Ecuménico de Constantinopla, mi hermano Bartolomé, para invocar de Dios el don de la paz en Tierra Santa, en Oriente Medio y en todo el mundo. Deseo agradecer a todos los que, personalmente y en comunidad, han rezado y están rezando por este encuentro, y se unirán espiritualmente a nuestra súplica. ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
A todos deseo un feliz domingo. Rezad por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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REGINA COELI

Plaza de San Pedro
Domingo 1° de junio de 2014





Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al cielo, que tuvo lugar cuarenta días después de la Pascua. Los Hechos de los apóstoles relatan este episodio, la separación final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo (cf. Hch 1, 2.9). El Evangelio de Mateo, en cambio, presenta el mandato de Jesús a los discípulos: la invitación a ir, a salir para anunciar a todos los pueblos su mensaje de salvación (cf. Mt 28, 16-20). «Ir», o mejor, «salir» se convierte en la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús sale hacia el Padre y ordena a los discípulos que salgan hacia el mundo.


Jesús sale, asciende al cielo, es decir, vuelve al Padre, que lo había mandado al mundo. Hizo su trabajo, por lo tanto, vuelve al Padre. Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con nosotros, de una forma nueva. Con su ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles —y también nuestra mirada— a las alturas del cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Él mismo había dicho que se marcharía para prepararnos un lugar en el cielo. Sin embargo, Jesús permanece presente y activo en las vicisitudes de la historia humana con el poder y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: aunque no lo veamos con los ojos, Él está. Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y cada mujer que sufre. Está cerca de todos nosotros, también hoy está aquí con nosotros en la plaza; el Señor está con nosotros. ¿Vosotros creéis esto? Entonces lo decimos juntos: ¡El Señor está con nosotros!


Jesús, cuando vuelve al cielo, lleva al Padre un regalo. ¿Cuál es el regalo? Sus llagas. Su cuerpo es bellísimo, sin las señales de los golpes, sin las heridas de la flagelación, pero conserva las llagas. Cuando vuelve al Padre le muestra las llagas y le dice: «Mira Padre, este es el precio del perdón que tú das». Cuando el Padre contempla las llagas de Jesús nos perdona siempre, no porque seamos buenos, sino porque Jesús ha pagado por nosotros. Contemplando las llagas de Jesús, el Padre se hace más misericordioso. Este es el gran trabajo de Jesús hoy en el cielo: mostrar al Padre el precio del perdón, sus llagas. Esto es algo hermoso que nos impulsa a no tener miedo de pedir perdón; el Padre siempre perdona, porque mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado y lo perdona.


Pero Jesús está presente también mediante la Iglesia, a quien Él envió a prolongar su misión. La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, no es facultativo. La comunidad cristiana es una comunidad «en salida». Es más: la Iglesia nació «en salida». Y vosotros me diréis: ¿y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre «en salida» con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la unión a las llagas de Jesús.


A sus discípulos misioneros Jesús dice: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (v. 20). Solos, sin Jesús, no podemos hacer nada. En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, incluso siendo necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, incluso bien organizado, resulta ineficaz. Y así vamos a decir a la gente quién es Jesús.
Y junto con Jesús nos acompaña María nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del cielo y así la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, camina con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza.



Después del Regina Coeli


Con ánimo triste, rezo por las víctimas de las tensiones que todavía continúan en algunas regiones de Ucrania, así como en la República Centroafricana. Renuevo mi apremiante llamamiento a todas las partes implicadas, para que se superen las incomprensiones y se busque con paciencia el diálogo y la pacificación. Que María, Reina de la paz, nos ayude a todos con su intercesión maternal. María, Reina de la paz, ruega por nosotros.



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Queridos hermanos y hermanas:


Se celebra hoy la Jornada mundial de las comunicaciones sociales sobre el tema de la comunicación al servicio de la cultura del encuentro. Los medios de comunicación social pueden favorecer el sentido de unidad de la familia humana, la solidaridad y el compromiso por una vida digna para todos. Recemos a fin de que la comunicación, en cada una de sus formas, esté efectivamente al servicio del encuentro entre las personas, las comunidades, las naciones; un encuentro basado en el respeto y en la escucha recíproca.


Ayer, en Collevalenza, ha sido proclamada beata Madre Esperanza, nacida en España con el nombre de María Josefa Alhama Valera, fundadora en Italia de las Esclavas y de los Hijos del Amor Misericordioso. Que su testimonio ayude a la Iglesia a anunciar por todas partes, con gestos concretos y cotidianos, la infinita misericordia del Padre celestial por cada persona. ¡Saludemos todos, con un aplauso, a la beata Madre Esperanza!


A todos deseo un feliz domingo. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!, y rezad por mí.


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