viernes, 3 de julio de 2015

FRANCISCO: Ángelus de junio (28, 28, 14 y 7)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
JUNIO 2015


SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Plaza de San Pedro
Lunes, 29 de junio de 2015
 



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Como sabéis, la Iglesia universal celebra hoy la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, pero esta se vive con una alegría particular en la Iglesia de Roma, porque en su testimonio, sellado con la sangre, tiene sus propios cimientos. Roma siente especial afecto y reconocimiento por estos hombres de Dios, que vinieron de una tierra lejana a anunciar, a costa de su vida, el Evangelio de Cristo al que se habían entregado totalmente. La gloriosa herencia de estos dos apóstoles es motivo de orgullo espiritual para Roma y, al mismo tiempo, es una llamada a vivir las virtudes cristianas, de modo particular la fe y la caridad: la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios, que Pedro profesó primero y que Pablo anunció a las naciones; y la caridad, que esta Iglesia está llamada a servir con dimensión universal.


En la oración del Ángelus, al recordar a los santos Pedro y Pablo asociamos también a María, imagen viva de la Iglesia, esposa de Cristo, que los dos apóstoles «plantaron con su sangre» (Antífona de entrada de la misa del día). Pedro conoció personalmente a María y en diálogo con ella, especialmente en los días que precedieron Pentecostés (cf. Hch 1, 14), pudo profundizar el conocimiento del misterio de Cristo. Pablo, al anunciar el cumplimiento del designio salvífico «en la plenitud del tiempo», no dejó de recordar a la «mujer» de la que el Hijo de Dios había nacido en el tiempo (cf. Gál 4, 4). En la evangelización de los dos Apóstoles aquí, en Roma, también están las raíces de la profunda y secular devoción de los romanos a la Virgen, invocada especialmente como Salus Populi Romani. María, Pedro y Pablo: son nuestros compañeros de viaje en la búsqueda de Dios; son nuestras guías en el camino de la fe y de la santidad; ellos nos conducen a Jesús, para hacer todo lo que Él nos pide. Invoquemos su ayuda para que nuestro corazón pueda estar siempre abierto a las sugerencias del Espíritu Santo y al encuentro con los hermanos.


En la celebración eucarística, que tuvo lugar esta mañana en la basílica de San Pedro, he bendecido el palio de los arzobispos metropolitanos nombrados en el último año, procedentes de diversas partes del mundo. Renuevo mi saludo y mis felicitaciones a ellos, a sus familiares y a cuantos los acompañan en este significativo momento, y deseo que el palio, además de acrecentar los lazos de comunión con la Sede de Pedro, sea un estímulo para un servicio cada vez más generoso a las personas encomendadas a su cuidado pastoral. En la misma liturgia tuve el placer de saludar a los miembros de la delegación que ha venido a Roma en nombre del Patriarca ecuménico, el queridísimo hermano Bartolomé i, para participar, como cada año, en la fiesta de los santos Pedro y Pablo. También esta presencia es signo de los vínculos fraternos existentes entre nuestras Iglesias. Recemos para que se refuerce entre nosotros el camino de la unidad.


Nuestra oración hoy es sobre todo por la ciudad de Roma, por su bienestar espiritual y material: que la gracia divina sostenga a todo el pueblo romano, para que viva en plenitud la fe cristiana, que testimoniaron con intrépido ardor los santos Pedro y Pablo. Que interceda por nosotros la santísima Virgen, Reina de los Apóstoles. 


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Saludo a todos vosotros, a las familias, parroquias, asociaciones procedentes de Italia y de muchas partes del mundo; pero sobre todo hoy saludo a los fieles de Roma, en la fiesta de los santos patronos de la ciudad.


Saludo a los estudiantes de algunas escuelas católicas de Estados Unidos de América y de Escocia.


Me congratulo con los artistas que han realizado un grande y bello adorno floral, y agradezco a la «Pro Loco» de Roma por haberlo organizado. Muchas gracias.


Felicidades también por el tradicional espectáculo pirotécnico que tendrá lugar esta noche en el Castel Sant’Angelo, cuya recaudación sostendrá una iniciativa caritativa en Tierra Santa y en los países de Oriente Medio.


Os deseo a todos una feliz fiesta. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.
 
 
La semana próxima, del 5 al 13 de julio, parto hacia Ecuador, Bolivia y Paraguay. Les pido a todos ustedes que me acompañen con la oración, para que el Señor bendiga este viaje al continente de América Latina tan querido para mí, como pueden imaginar. Expreso a las queridas poblaciones de Ecuador, de Bolivia y de Paraguay mi alegría por encontrarme en su casa, y les pido a ustedes, de manera especial, que recen por mí y por este viaje, a fin de que la Virgen María nos dé la gracia de acompañarnos a todos con su maternal protección. 


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Plaza de San Pedro
Domingo, 28 de junio de 2015



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de hoy presenta el relato de la resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se echa a los pies de Jesús y le ruega: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva» (Mc 5, 23). En esta oración vemos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos. Pero percibimos también la gran fe que ese hombre tiene en Jesús. Y cuando llega la noticia de que la niña ha muerto, Jesús le dice: «No temas, basta que tengas fe» (v. 36). Dan ánimo estas palabras de Jesús, y también nos las dice a nosotros muchas veces: «No temas, basta que tengas fe». Al entrar en la casa, el Señor echa a la gente que llora y grita y dirigiéndose a la niña muerta dice: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Inmediatamente la niña se levantó y echó a andar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la muerte, que para Él es como un sueño del cual nos puede despertar.


En el seno de este relato, el evangelista introduce otro episodio: la curación de una mujer que desde hacía doce años padecía flujos de sangre. A causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo, la hacía «impura», ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a Jesús, se dice a sí misma: «Con sólo tocarle el manto curaré» (v. 28). Y así fue: la necesidad de ser liberada la impulsó a probar y la fe «arranca», por así decir, la curación al Señor . Quien cree «toca» a Jesús y toma de Él la gracia que salva. La fe es esto: tocar a Jesús y recibir de Él la gracia que salva. Nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas. Jesús se da cuenta, y en medio de la gente, busca el rostro de aquella mujer. Ella se adelanta temblorosa y Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado» (v. 34). 

Es la voz del Padre celestial que habla en Jesús: «¡Hija, no estás condenada, no estás excluida, eres mi hija!». Y cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando vamos hacia Él con fe, escuchamos esto del Padre: «Hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija. Tú te has curado, tú estás curada. Yo perdono a todos, todo. Yo curo a todos y todo».


Estos dos episodios —una curación y una resurrección— tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta: ¿creemos que Jesús nos puede curar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido la muerte, y por su victoria también nosotros resucitaremos. 


Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede empañarse y hacerse incierta, hasta el punto que algunos confunden resurrección con reencarnación. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, Jesús tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos aquí en la plaza hoy, nos encontraremos en la casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.


La Resurrección de Cristo actúa en la historia como principio de renovación y esperanza. Cualquier persona desesperada y cansada hasta la muerte, si confía en Jesús y en su amor puede volver a vivir. También recomenzar una nueva vida, cambiar de vida es un modo de resurgir, de resucitar. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en toda situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de Dios que libera y salva.


Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuje a ser difusores de esperanza y de vida entre nuestros hermanos.
 

Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos.


Saludo en particular a los participantes en la marcha «Una tierra, una familia humana». Animo la colaboración entre personas y asociaciones de diferentes religiones para la promoción de una ecología integral. Doy las gracias a focsiv, OurVoices y a los demás organizadores y les deseo buen trabajo a los jóvenes de los diversos países que en estos días debaten sobre el cuidado de la casa común.

Veo muchas banderas bolivianas. Saludo cordialmente al grupo de bolivianos residentes en Italia, que han traído hasta aquí algunas de las imágenes de la Virgen más representativas de su país. La Virgen de Urkupiña, la Virgen de Copacabana y tantas otras. La semana que viene estaré en vuestra patria. Que nuestra Madre del cielo los proteja. Un saludo también para el grupo de jóvenes de Ibiza que se preparan para recibir la Confirmación. Se lo ruego, recen por mí.


Saludo a las guías, es decir a las mujeres-scout. Son muy buenas estas mujeres, muy buenas, y hacen mucho bien. Son las mujeres-scout que pertenecen a la Conferencia internacional católica y les renuevo mi aliento. ¡Merci beaucoup à vous!


Os deseo a todos un feliz domingo y un buen almuerzo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta la vista!

 
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Plaza de San Pedro
Domingo, 14 de junio de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26–34). A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia.


En la primera parábola la atención se centra en el hecho que la semilla, echada en la tierra, se arraiga y desarrolla por sí misma, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interior de la semilla misma y en la fertilidad del terreno. En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, es decir, a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos tener confianza, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en «el grano maduro en la espiga» (v. 28). Esta Palabra si es acogida, da ciertamente sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos (cf. v. 27). 


Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios quien hace crecer su Reino —por esto rezamos mucho «venga a nosotros tu Reino»—, es Él quien lo hace crecer, el hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera con paciencia sus frutos.


La Palabra de Dios hace crecer, da vida. Y aquí quisiera recordaros otra vez la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, al alcance de la mano —el Evangelio pequeño en el bolsillo, en la cartera— y alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios: leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olvidéis esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del reino de Dios.


La segunda parábola utiliza la imagen del grano de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta hacerse «más alta que las demás hortalizas» (Mc 4, 32). Y así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante.


Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que fermenta toda la masa del mundo y de la historia.


De estas dos parábolas nos llega una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo,iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la sitúa en la obra de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios hace que madure.


Que la santísima Virgen, que acogió como «tierra fecunda» la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que nunca nos defrauda.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Hoy se celebra la Jornada mundial de los donadores de sangre, millones de personas que contribuyen, de modo silencioso, a ayudar a los hermanos en dificultad. A todos los donadores les expreso mi aprecio e invito especialmente a los jóvenes a que sigan su ejemplo.


Os saludo a todos vosotros, queridos romanos y peregrinos: grupos parroquiales, familias y asociaciones.


Saludo al grupo que recuerda a todas las personas desaparecidas y les aseguro mi oración. Como también, estoy cerca de todos los trabajadores que defienden de modo solidario el derecho al trabajo, ¡que es un derecho a la dignidad!


Como ya se anunció, el jueves 18 de junio se publicará una carta encíclica sobre el cuidado de la creación. Invito a acompañar este acontecimiento con una renovada atención a las situaciones de degradación ambiental, pero también de recuperación, en vuestros propios territorios.


Esta encíclica está dirigida a todos: oremos para que todos podamos recibir su mensaje y crecer en la responsabilidad hacia la casa común que Dios nos ha confiado a todos.
A todos vosotros os deseo un feliz domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo, 7 de junio de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy se celebra en muchos países, entre ellos Italia, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo o, según la expresión en latín más conocida, la solemnidad del Corpus Christi.


El Evangelio presenta el relato de la institución de la Eucaristía, realizada por Jesús durante la última Cena, en el cenáculo de Jerusalén. La víspera de su muerte redentora en la cruz, Él realizó lo que había predicho: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo... El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6, 51.56). Jesús toma entre sus manos el pan y dice «Tomad, esto es mi Cuerpo» (Mc 14, 22). Con este gesto y con estas palabras, Él asigna al pan una función que no es más la de simple alimento físico, sino la de hacer presente su Persona en medio de la comunidad de los creyentes.


La última Cena representa el punto de llegada de toda la vida de Cristo. No es solamente anticipación de su sacrificio que se realizará en la cruz, sino también síntesis de una existencia entregada por la salvación de toda la humanidad. Por lo tanto, no basta afirmar que en la Eucaristía Jesús está presente, sino que es necesario ver en ella la presencia de una vida donada y participar de ella. Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres.


La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre e implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso.


La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy, lo sabemos, es un problema cada vez más grave.
Que la fiesta del Corpus Christi inspire y alimente cada vez más en cada uno de nosotros el deseo y el compromiso por una sociedad acogedora y solidaria. Pongamos estos deseos en el corazón de la Virgen María, Mujer eucarística. Que Ella suscite en todos la alegría de participar en la santa misa, especialmente el domingo, y la valentía alegre de testimoniar la infinita caridad de Cristo.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Leo allí: Bienvenido. Gracias. Porque, ayer fui a Sarajevo, en Bosnia y Herzegovina, como peregrino de paz y esperanza. Sarajevo es una ciudad-símbolo. Durante siglos ha sido lugar de convivencia entre pueblos y religiones, tanto como para ser llamada «Jerusalén de occidente». En el pasado reciente se ha convertido en símbolo de las destrucciones de la guerra. Ahora está en proceso de reconciliación, y sobre todo he ido por esto: para animar ese camino de convivencia pacífica entre poblaciones diferentes; un camino agotador, difícil ¡pero posible! Y lo están haciendo bien. Renuevo mi reconocimiento a las autoridades y a toda la población por la acogida calurosa. Doy las gracias a la querida comunidad católica, a la que he querido llevar el afecto de la Iglesia universal y agradezco especialmente a todos los fieles: ortodoxos, musulmanes, judíos y a los de las otras minorías religiosas. He apreciado el compromiso de colaboración y solidaridad entre personas de diferentes religiones, instando a todos a llevar adelante la obra de reconstrucción espiritual y moral de la sociedad. Trabajan juntos como verdaderos hermanos. Que el Señor bendiga Sarajevo y Bosnia y Herzegovina.


El próximo viernes, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, pensemos en el amor de Jesús, en cómo nos ha amado; en su corazón está todo este amor. El próximo viernes también se celebra el Día mundial contra el trabajo infantil. Muchos niños en el mundo no tienen la libertad de jugar, de ir a la escuela y terminan siendo explotados como mano de obra. Deseo el compromiso atento y constante de la comunidad internacional para la promoción del reconocimiento activo de los derechos de la infancia.


Y ahora os saludo a todos vosotros, queridos peregrinos de Italia y de distintos países. ¡Veo banderas de distintos países! A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no olvidéis rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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