viernes, 3 de julio de 2015

FRANCISCO: Discursos de junio (30, 27, 26, 25 [2], 24, 20, 19 [2], 15, 14, 13, 12, 11 [2], 8 y 5

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO 
JUNIO 2015
 


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL
ORGANIZADO POR EL CONSEJO INTERNACIONAL DE CRISTIANOS Y JUDÍOS

Sala Clementina
Martes 30 de junio de 2015


Queridos hermanos:
Me alegra que este año hayáis organizado vuestro congreso en Roma, la ciudad en la que están sepultados los apóstoles Pedro y Pablo. Ambos son, para todos los cristianos, puntos de referencia esenciales: son como «columnas» de la Iglesia. Y aquí en Roma se encuentra la comunidad judía más antigua de Europa occidental, cuyos orígenes se remontan a la época de los Macabeos. Cristianos y judíos viven en Roma, juntos, desde hace casi dos mil años, si bien sus relaciones a lo largo de la historia no se vieron privadas de tensiones.
Un auténtico diálogo fraterno se pudo desarrollar a partir del Concilio Vaticano ii, después de la promulgación de la declaración Nostra aetate. Este documento representa, en efecto, el «sí» definitivo a las raíces judías del cristianismo y el «no» irrevocable al antisemitismo. Al celebrar el quincuagésismo aniversario de Nostra aetate, podemos contemplar los ricos frutos que ha producido y con gratitud hacer un balance del diálogo judeo-católico. Podemos expresar así nuestro agradecimiento a Dios por todo lo bueno que se ha realizado en términos de amistad y comprensión recíproca en estos cincuenta años, porque su Santo Espíritu ha acompañado nuestros esfuerzos de diálogo. Nuestra humanidad fragmentaria, nuestra desconfianza y nuestro orgullo han sido superados gracias al Espíritu de Dios omnipotente, de modo que entre nosotros fueron creciendo cada vez más la confianza y la fraternidad. Ya no somos extraños, sino amigos y hermanos. Confesamos, incluso con perspectivas diversas, al mismo Dios, Creador del universo y Señor de la historia. Y Él, en su infinita bondad y sabiduría, bendice siempre nuestro compromiso de diálogo.
Los cristianos, todos los cristianos, tienen raíces judías. Por ello, desde su nacimiento, el International Council of christians and jews ha acogido las diversas confesiones cristianas. Cada una de ellas, en el modo que le es propio, se acerca al judaísmo, el cual, a su vez, se caracteriza por diversas corrientes y sensibilidades. Las confesiones cristianas encuentran su unidad en Cristo; el judaísmo encuentra su unidad en la Torá. Los cristianos creen que Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne en el mundo; para los judíos la Palabra de Dios está presente sobre todo en la Torá. Ambas tradiciones de fe tienen como fundamento al Dios único, al Dios de la Alianza, que se revela a los hombres a través de su Palabra. En la búsqueda de una actitud justa hacia Dios, los cristianos se dirigen a Cristo como fuente de vida nueva, los judíos a la enseñanza de la Torá. Este tipo de reflexión teológica sobre la relación entre judaísmo y cristianismo parte precisamente de Nostra aetate (cf. n. 4) y, a partir de esa sólida base, puede y deber ser ulteriormente desarrollada.
En la reflexión sobre el judaísmo el Concilio Vaticano ii tuvo en cuenta las diez tesis de Seelisberg, elaboradas en esa localidad suiza, tesis vinculadas a la fundación del International Council of Christians and Jews. Se puede decir que ya estaba en ello in nuce una primera idea de la colaboración entre vuestra organización y la Iglesia católica. Tal cooperación tuvo inicio oficialmente después del Concilio, y especialmente tras la institución de la «Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo», en el año 1974. Esta Comisión de la Santa Sede sigue siempre con gran interés las actividades de vuestra organización, en especial los congresos internacionales anuales, que dan una notable aportación al diálogo judeo-cristiano.
Queridos hermanos, os doy las gracias a todos por esta visita y os deseo todo bien para vuestro congreso. Que el Señor os bendiga y os proteja con su paz. Por favor, os pido que recéis por mí. Y os invito todos juntos a pedir la bendición de Dios nuestro Padre. Yo la daré en mi lengua natal.


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A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DEL PATRIARCADO DE CONSTANTINOPLA
 
Sábado 27 de junio de 2015


Queridos hermanos en Cristo:
Con alegría y cordial amistad os saludo y os doy la bienvenida a Roma con ocasión de la fiesta de san Pedro y san Pablo, patronos principales de esta Iglesia. Vuestra presencia en las celebraciones de nuestra fiesta testimonia una vez más la profunda relación que une a las Iglesias hermanas de Roma y Constantinopla, prefigurada por el vínculo que une a los respectivos santos patronos de nuestras Iglesias, los Apóstoles Pedro y Andrés, hermanos de sangre y en la fe, unidos en el ministerio apostólico y en el martirio.
Recuerdo con gratitud la calurosa acogida que me reservó en El Fanar el amado hermano Bartolomé, el clero y los fieles del Patriarcado ecuménico, con ocasión de la fiesta de san Andrés, el pasado noviembre. La Oración ecuménica la víspera de la fiesta y luego la Divina Liturgia en la iglesia patriarcal de San Jorge nos ofrecieron la posibilidad de alabar juntos al Señor y pedirle al unísono que se acerque el día del restablecimiento de la plena comunión visible entre ortodoxos y católicos. El abrazo de paz intercambiado con Su Santidad ha sido signo elocuente de la caridad fraterna que nos anima en el camino de reconciliación y que nos permitirá un día participar juntos en la mesa eucarística.
Alcanzar esa meta, hacia la cual nos encaminamos con confianza, representa una de mis principales preocupaciones, por ello no dejo nunca de orar a Dios. Deseo, por lo tanto, que se multipliquen las ocasiones de encuentro, intercambio y colaboración entre fieles católicos y ortodoxos, de modo que, profundizando el conocimiento y la estima mutuos, se logre superar todo prejuicio e incomprensión, legado de la larga separación, y afrontar, en la verdad pero con espíritu fraterno, las dificultades que aún subsisten. En este sentido deseo también recordar mi apoyo al valioso trabajo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. Los problemas que se pueden encontrar durante el diálogo teológico no deben inducir al desaliento o resignación. El atento examen sobre cómo se articulan en la vida de la Iglesia el principio de la sinodalidad y el servicio de quien preside ofrecerá una aportación significativa al progreso de las relaciones entre nuestras Iglesias.
Queridos hermanos, mientras se intensifican los preparativos para el Sínodo panortodoxo, aseguro mi oración y la de muchos católicos para que los esfuerzos abundantes lleguen a buen término. También yo confío en vuestra oración por la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los obispos de la Iglesia católica, sobre el tema de la familia, que tendrá lugar aquí en el Vaticano el próximo mes de octubre, para el cual esperamos también la participación de un delegado fraterno del Patriarcado ecuménico.
A propósito de sintonía y colaboración sobre los temas más urgentes, me complace recordar que en la reciente conferencia de presentación de la encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común el Patriarca Bartolomé le invitó a usted, querido metropolita Juan, como relator.
Os agradezco nuevamente vuestra presencia y los sentimientos de cordial cercanía que habéis querido expresarme. Os ruego que transmitáis mi saludo fraterno a Su Santidad el Patriarca Bartolomé y al Santo Sínodo, junto a mi profundo agradecimiento por haber querido enviar dignos representantes para compartir nuestra alegría. Rezad por mí y por mi ministerio.
«Paz a todos vosotros los que vivís en Cristo» (1 P 5, 14).


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A LAS DELEGADAS DE LA CONFERENCIA 
INTERNACIONAL CATÓLICA DE GUÍAS
 
Sala Clementina
Viernes 26 de junio de 2015


Queridos hermanas y hermanos:
Me complace acogeros en Roma con ocasión del quincuagésimo aniversario de la Conférence international catholique du guidisme. Las guías ocupan un lugar peculiar entre los movimientos educativos, y está arraigado en una larga tradición pedagógica ampliamente experimentada. Doy las gracias con vosotros por todo el bien que el Señor os ha permitido realizar en los corazones. Al mismo tiempo, deseo que el Espíritu Santo conduzca a las diversas asociaciones que vosotros agrupáis por el camino que hay que seguir, para poder acoger los futuros desafíos. En efecto, la educación es el medio imprescindible que permite a las jóvenes convertirse en mujeres activas y responsables, orgullosas y felices de su fe en Cristo vivida en la cotidianidad. De esa manera ellas participan en la construcción de un mundo impregnado del Evangelio.
Agradezco el tema que habéis escogido para vuestro encuentro: Vivir como guía la alegría del Evangelio. Es un magnífico programa: anunciar a los demás, con el testimonio de nuestra vida, que encontrar a Jesús nos hace felices; que encontrar a Jesús nos libera y sana; que encontrar a Jesús nos abre a los demás y nos impulsa a anunciarlo, especialmente a los más pobres, a los que están más alejados, solos y abandonados. En las asociaciones católicas de las guías existió siempre esta tradición de encuentro con Cristo y de apertura gozosa y generosa a las necesidades del prójimo, y os invito a conservar y desarrollar aún más esta valiosa herencia.
Como responsables católicas tenéis también la oportunidad de hacer resonar el anuncio explícito de Cristo, que da alegría y luz al mundo dentro de la Association mondiale des guides e des éclaireuses. Aquí encontráis jefes-guías de toda cultura y religión. Deseo que sea la ocasión para un diálogo sincero y auténtico entre vosotras, en el respeto de las convicciones de cada una, la afirmación serena de vuestra fe y de vuestra identidad católica.
En la reciente encíclica Laudato si’ escribí que la educación en la ecología es esencial para transformar la mentalidad y las costumbres, con el fin de superar los preocupantes desafíos que se presentan a la humanidad respecto al medio ambiente. Pienso que el movimiento de guías, que en su pedagogía da un lugar importante al contacto con la naturaleza, está especialmente preparado para esto. Deseo que las guías continúen dispuestas a percibir la presencia y la bondad del Creador en la belleza del mundo que las rodea. Esta actitud contemplativa las llevará a vivir en armonía con sigo mismas, con los demás y con Dios. Es un nuevo estilo de vida, más acorde al Evangelio, que podrán luego transmitir en los ambientes en que viven.
Por último, es muy importante hoy que se valore adecuadamente a la mujer, y que pueda tomar plenamente el lugar que le corresponde, tanto en la Iglesia como en la sociedad. También aquí, el papel de las asociaciones educativas como la vuestra —que se dirigen a las jóvenes— es absolutamente determinante para el futuro, y vuestra pedagogía tiene que ser clara en estas cuestiones. Estamos en un mundo donde se difunden las ideologías más contrarias a la naturaleza y al plan de Dios sobre la familia y el matrimonio. Se trata, por lo tanto, de educar a las jóvenes no sólo en la belleza y la grandeza de su vocación de mujeres, con una justa y diferenciada relación entre el hombre y la mujer, sino también a asumir responsabilidades importantes en la Iglesia y la sociedad. En algunos países, donde la mujer está aún en una posición de inferioridad, e incluso es explotada y maltratada, estáis llamadas ciertamente a desempeñar un destacado papel de promoción y educación. Os pido también que no olvidéis la apertura necesaria y explícita de vuestra pedagogía a la posibilidad de una vida consagrada al Señor, de la que el movimiento de guías ha sido muy fecunda en su historia.
La Virgen María es el modelo de la mujer según el Evangelio y según el corazón de Dios, de quien tienen necesidad la Iglesia y nuestras sociedades. Que Ella sea para vosotros fuente de aliento e inspiración. Os encomiendo a todas a su intercesión y os bendigo de corazón.


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                      A LA COMUNIDAD DE LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA
 
Sala del Consistorio
Jueves 25 de junio de 2015


Queridos hermanos:
Os acojo al final de un año de estudios y de vida comunitaria. Demos gracias al Señor por este tiempo que os ha concedido para formaros y crecer juntos en el servicio a la Iglesia. Expreso mi profundo agradecimiento al presidente, monseñor Giampiero Gloder, así como a todos los que, en diversas funciones y de varias formas, colaboran en vuestra formación cultural y espiritual, y al desarrollo ordenado y sereno de vuestra vida en la Academia. De buen grado aprovecho esta ocasión para agradeceros por haber puesto vuestra vida a disposición de la Iglesia y de la Santa Sede, y os animo a proseguir con alegría y serenidad el camino emprendido, que no es fácil. Quiero destacar algunos puntos de este camino vuestro.
Ante todo, vuestra misión. Os preparáis para representar a la Santa Sede ante la comunidad de las naciones y en las Iglesias locales a las que seréis destinados. La Santa Sede es la sede del obispo de Roma, la Iglesia que preside en la caridad, que no se sienta en el vano orgullo de sí, sino en la valentía diaria de la condescendencia, o sea del despojamiento, de su Maestro. La verdadera autoridad de la Iglesia de Roma es la caridad de Cristo, no hay otra. Esta es la única fuerza que la hace universal y creíble para los hombres y el mundo; esta es el corazón de su verdad, que no erige muros de división y exclusión, sino que se transforma en puente que construye la comunión y llama a la unidad del género humano; esta es su potencia secreta, que alimenta su esperanza tenaz, invencible, a pesar de las derrotas momentáneas.
No se puede representar a alguien sin reflejar sus rasgos, sin evocar su rostro. Jesús dice: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). No estáis llamados a ser altos funcionarios de un Estado, una casta superior que se preserva a sí misma y es apreciada en las reuniones mundanas, sino a ser custodios de una verdad que sostiene desde lo profundo a quienes la proponen, y no lo contrario. Es importante que no os dejéis aridecer por los continuos traslados, más bien, hay que cultivar raíces profundas, conservar la memoria viva de por qué se ha emprendido el propio camino, no dejarse vaciar por el cinismo, ni consentir que se desvanezca el rostro de Aquel que está en la raíz del propio itinerario, o que se confunda la voz que ha dado origen al propio camino.
«Acuérdate de Jesucristo» (2 Tm 2, 8), decía Pablo a su discípulo. No perder la memoria de Jesucristo, que está precisamente al inicio de vuestro camino. La preparación específica que os ofrece la Academia está orientada a hacer crecer las realidades que encontraréis, amándolas incluso en la poquedad que quizá muestren. En efecto, os preparáis para convertiros en «puentes», pacificando e integrando en la oración y en el combate espiritual las tendencias a imponerse a los demás, la supuesta superioridad de la mirada que impide el acceso a la esencia de la realidad, la pretensión de saber ya bastante. Para hacer esto es necesario no trasladar al ámbito en el que se actúa los propios esquemas de comprensión, los propios parámetros culturales, el propio bagaje eclesial.
El servicio al que seréis llamados requiere garantizar la libertad de la Sede apostólica, que, para no traicionar su misión ante Dios y por el verdadero bien de los hombres, no puede dejarse aprisionar por las lógicas de los grupos de presión, ser rehén de la repartición contable de las camarillas, contentarse con la repartición entre cónsules, someterse a los poderes políticos y dejarse colonizar por los pensamientos fuertes de turno o por la hegemonía ilusoria de la corriente dominante. Estáis llamados a buscar, en las Iglesias y en los pueblos en medio de los cuales ellas viven y sirven, el bien que hay que promover. Para realizar del mejor modo posible esta misión es indispensable deponer la actitud de juez y ponerse el traje del pedagogo, de aquel que es capaz de hacer salir de las Iglesias y de sus ministros las potencialidades de bien que Dios no deja de sembrar.
Os exhorto a no esperar el terreno preparado, sino a tener la valentía de ararlo con vuestras manos —sin tractores u otros medios más eficaces de los que jamás podremos disponer—, a fin de disponerlo para la siembra, esperando, con la paciencia de Dios, la cosecha, de la que quizá no os beneficiéis vosotros; a no pescar en las peceras o en los criaderos, sino a tener el valor de alejaros de los márgenes de seguridad de cuanto ya se conoce y echar las redes y las cañas de pesca en zonas menos obvias, sin adaptarse jamás a comer pescados preconfeccionados por otros.
La misión del representante pontificio requiere la búsqueda de pastores auténticos, con la inquietud de Dios y con la perseverancia mendicante de la Iglesia que, sin cansarse, sabe que existen, porque Dios no permite que falten. Buscad, guiados no por prescripciones externas, sino por la brújula interior con la que se orienta la propia vocación de pastor, con la medida exigente que se debe aplicar a sí mismo para no extraviarse en la decadencia. Buscad a hombres de Dios, paternos con aquellos que les han sido encomendados; hombres insatisfechos del mundo, conscientes de su «penultimidad» y de la certeza íntima de que, siempre y comoquiera que sea, seguirá necesitando cuanto parece despreciar.
Queridos hermanos: La misión que un día estaréis llamados a desempeñar os llevará a todas las partes del mundo. A Europa, que necesita despertarse; a África, sedienta de reconciliación; a América Latina, hambrienta de alimento e interioridad; a América del Norte, determinada a redescubrir las raíces de una identidad que no se define a partir de la exclusión; a Asia y Oceanía, desafiadas por la capacidad de fermentar en la diáspora y dialogar con la vastedad de culturas ancestrales.
Al dejaros estas reflexiones, os agradezco vuestra visita, tan agradable, y os exhorto a no dejaros desanimar por las dificultades que encontraréis inevitablemente. Estad seguros de la ayuda y del apoyo del Señor, que siempre es fiel. Os prometo acompañaros con mi oración, pero también os pido, por favor, que recéis por mí. Que la Virgen os siga en vuestro camino y en vuestra preparación, os enseñe el profundo amor a la Iglesia que será tan necesario y proficuo en la misión que os espera. Toda vuestra vida está al servicio del Evangelio y de la Iglesia. ¡No lo olvidéis nunca!
Con estos deseos y estas exhortaciones, invoco sobre vosotros, sobre vuestros formadores y profesores, sobre las religiosas —gracias por estar aquí— y sobre todo el personal, la abundancia de los dones del Espíritu Santo, mientras os bendigo de todo corazón.
Podemos rezar juntos el Ángelus…


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A UNA DELEGACIÓN DE "B'NAI B'RITH INTERNATIONAL"
 

Sala de los Papas
Jueves 25 de junio de 2015


Queridos amigos:
Me complace saludaros con ocasión de esta visita en el Vaticano. Mis predecesores se han reunido con delegaciones de la B’nai B’rith International en diversas ocasiones y, hoy, os doy la bienvenida con renovada y respetuosa cordialidad.
Vuestra organización tiene relaciones con la Santa Sede desde que se promulgó la Declaración conciliar Nostra aetate, que constituyó un hito en el camino del conocimiento recíproco y de estima entre judíos y católicos, sobre la base del gran patrimonio espiritual que, gracias a Dios, tenemos en común.
Al mirar estos cincuenta años de historia de diálogo sistemático entre la Iglesia católica y el Judaísmo, sólo puedo dar gracias a Dios por los numerosos progresos realizados. Se emprendieron muchas iniciativas de conocimiento recíproco y de diálogo; sobre todo, se fue desarrollando un sentido de confianza y apreciación recíproca. Son muchos los campos en los que, judíos y cristianos, podemos continuar trabajando juntos por el bien de la humanidad de nuestro tiempo. El respeto de la vida y la creación, la dignidad humana, la justicia y la solidaridad pueden mantenernos unidos para el desarrollo de la sociedad y para asegurar un futuro rico de esperanza a las generaciones que vendrán. De manera especial, estamos llamados a orar y a trabajar juntos por la paz. Son muchos, lamentablemente, los países y las regiones del mundo que viven en una situación de conflicto —pienso particularmente en Tierra Santa y Oriente Medio— y que requieren un compromiso valiente por la paz: La paz no sólo ha de ser deseada, sino buscada y construida paciente y tenazmente, con la participación de todos, en especial de los creyentes.
En este momento, junto con vosotros, quisiera recordar con sincero reconocimiento a todos los que han trabajado por la amistad entre judíos y católicos. En particular deseo mencionar a san Juan XXIII y a san Juan Pablo II. El primero salvó a muchos judíos durante la segunda guerra mundial, los encontró muchas veces y quiso fuertemente un documento conciliar sobre este tema; sobre el segundo están siempre vivos en nuestros recuerdos algunos gestos históricos, como la visita a Auschwitz y al templo mayor de Roma. Tras sus huellas, con la ayuda de Dios, deseo continuar caminando, alentado también por muchas experiencias hermosas de encuentro y amistad vividas en Buenos Aires.
Que el Omnipotente y Eterno bendiga abundantemente nuestro diálogo, sobre todo en este año donde celebramos el quincuagésimo aniversario de Nostra aetate, para que nuestra amistad crezca cada vez más y dé abundantes frutos a nuestras comunidades y a toda la familia humana. Gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO DE DIÁLOGO
ENTRE BUDISTAS Y CATÓLICOS DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA,
ORGANIZADO POR EL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES
Y EL CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
 
Salita del Aula Pablo VI
Miércoles 24 de  junio de 2015


Eminencia, hermanos y hermanas, buenos días. Os agradezco esta visita que considero tan importante, visita de fraternidad, de diálogo y también de amistad. Y esto hace bien, esto es saludable. En este momento histórico tan herido por las guerras y el odio, estos gestos pequeños son semilla de paz y fraternidad. Os lo agradezco mucho, que el Señor os bendiga.


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A LOS MIEMBROS DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE LOS CABALLEROS DEL TRABAJO
 
Sala Clementina
Sábado 20 de junio de 2015


Ilustres señores y amables señoras:
Me complace acogeros en esta audiencia especial, que me da la oportunidad de encontrar a algunos cualificados representantes del mundo del trabajo en Italia. Saludo y doy las gracias especialmente a vuestro presidente por sus amables palabras.
La condecoración de la Orden «al mérito en el trabajo», por parte de los más altos cargos del Estado, constituye desde hace más de cien años un importante reconocimiento a quien como vosotros se ha distinguido en el mundo empresarial y económico, contribuyendo a crear trabajo y a acrecentar el valor de los productos italianos en el mundo. Este trabajo, por el cual habéis sido condecorados de tal alta distinción, es más que nunca precioso en un tiempo —como es el nuestro— que después de la crisis económica-financiera ha visto un grave estancamiento y también una verdadera recesión, en un contexto social ya marcado por desigualdades y por la desocupación, especialmente juvenil.
Sobre todo esta última es una auténtica plaga social, porque priva a los jóvenes de un elemento esencial para su realización y al mundo económico de la aportación de sus fuerzas más lozanas, que son jóvenes. El mundo del trabajo debería estar en espera de jóvenes preparados y deseosos de comprometerse y sobresalir. Al contrario, el mensaje que en estos años con frecuencia han recibido es que no hay necesidad de ellos. Y este es el síntoma de una disfunción grave, que no se puede atribuir solamente a causas de nivel global e internacional.
Ahora, el bien común, fin último de la vida en sociedad, no se puede alcanzar a través de un simple aumento de las ganancias o de la producción, sino que tiene como supuesto imprescindible la implicación activa de todos los sujetos que componen el cuerpo social. La enseñanza social de la Iglesia recuerda continuamente este criterio fundamental: que el ser humano es el centro del desarrollo, y mientras hombres y mujeres sigan inactivos o al margen, el bien común no puede considerarse plenamente alcanzado. Vosotros os habéis distinguido porque os habéis atrevido y arriesgado, habéis invertido ideas, energías y capitales, haciéndolos fructificar, confiando tareas, pidiendo resultados y ayudando a los demás a ser más emprendedores y colaboradores. Este es el alcance social del trabajo: la capacidad de involucrar a las personas y confiar responsabilidades, para estimular la iniciativa, la creatividad y el compromiso. Esto tiene efectos positivos en las nuevas generaciones y hace que una sociedad empiece nuevamente a mirar hacia adelante, ofreciendo perspectivas y oportunidades, y por lo tanto esperanzas para el futuro.
Un propósito admirable de vuestra federación nacional es que sus miembros pongan en evidencia, además del papel social del trabajo, recordado ahora, también su alcance ético. En efecto, la economía contribuye a un auténtico desarrollo sólo si está arraigada en la justicia y en el respeto de la ley, que no margina personas y pueblos, que se mantiene alejada de la corrupción e ilegalidad, y no descuida preservar el ambiente natural. La práctica de la justicia —nos enseñan sabiamente los textos bíblicos— no se limita a la abstención de la iniquidad o a la observancia de las leyes (aunque esto ya es bastante), sino que va aún más lejos. Es en verdad justo quien, además de respetar las reglas, actúa con conciencia e interés por el bien de todos, además del propio. Es justo quien se interesa por el destino de los menos aventajados y los más pobres, quien no se cansa de obrar y está dispuesto a inventar caminos siempre nuevos: esa creatividad tan importante. La práctica de la justicia, en este sentido pleno, es lo que deseamos para cada empresario y para todos los ciudadanos.
Con estos deseos, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y vuestras actividades la intercesión de san Benito de Nursia, patrón de los caballeros del trabajo, y de corazón os bendigo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA FEDERACIÓN BÍBLICA CATÓLICA (FEBIC)
 
Sala del Consistorio
Viernes 19 de junio de 2015


Doy la bienvenida a todos. Agradezco sus palabras al cardenal Tagle, que me ha desviado un poco de lo que tenía preparado... Son las sorpresas de Dios, que nos ayudan a darnos cuenta de que todos nuestros planes, todos nuestros pensamientos y muchas cosas, ante la Palabra viva de Dios, la Palabra viva del Dios vivo, caen. Caen, se derrumban. Cuando una Iglesia se cierra en sí misma y se olvida de que fue mandada, que fue enviada a anunciar el Evangelio, es decir, la Buena Nueva, para mover los corazones con el Kerygma —el cardenal dijo bien— envejece. Otra cosa que ha dicho el cardenal: se debilita. Y yo también añado dos: se enferma y muere.
He oído decir, muchas veces, cuando se hablaba de las diócesis que se encontraban en el norte de África en la época de san Agustín: son Iglesias muertas. ¡No! Hay dos modos, dos maneras de morir: o morir encerrados en sí mismos o morir dando la vida con el testimonio. Y una Iglesia que tiene el valor —la parresía— para llevar la Palabra de Dios y no se avergüenza está en el camino del martirio.
Hoy, en la primera lectura de la misa, hemos escuchado a san Pablo que relata lo que él había padecido, en la perspectiva del «gloriarse»: «Ellos se glorían; también yo puedo gloriarme de lo que he hecho» (cf. 2 Cor 11, 21). El marco es este. Pero este hombre [san Pablo] si se hubiese quedado allí, en una de las iglesias —como la de Corinto— y sólo en esa, no habría sufrido todo lo que dice. ¿Por qué? Porque era un hombre en salida. Cuando veía que las cosas iban bien, imponía las manos a otro y se iba. Es un modelo.
Al final tiene esta hermosa frase —tras «gloriarse», después de haberme gloriado de los numerosos viajes, tantas veces azotado, una vez lapidado... de todo esto...—: «Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad» (cf. 2 Cor 11, 30). En otro pasaje —vosotros biblistas lo conocéis— dice: «Me gloriaré de mis debilidades» (cf. 2 Cor 12, 9). El tercer orgullo de san Pablo no es vanidad: «Mi gloria es la cruz de Jesús» (cf. Gal 6, 14). Esta es su fuerza. Y esta es una Iglesia en salida, una Iglesia «martirial». Es una Iglesia que va de camino, que está en camino. Y sucede lo que puede suceder a cualquier persona que va por la carretera: un accidente... Pero yo prefiero una Iglesia herida en un accidente, que una Iglesia enferma por encerrarse en sí misma. Con la parresia y la hypomone; la paciencia de cargar sobre los hombros las situaciones, pero también la ternura de llevar sobre los hombros a los fieles heridos, que le han sido confiados. Una Iglesia pastoral. Sólo la Palabra de Dios y, junto a la Palabra, la Eucaristía. Los hermanos que se reúnen para alabar al Señor precisamente con la debilidad del pan y el vino, del Cuerpo del Señor, de la Sangre del Señor.
La Palabra de Dios no es algo que nos hace la vida fácil. No, no. ¡Siempre nos pone en dificultad! Si uno la lleva con sinceridad, le pone en problemas, le pone muchas veces en dificultad. Pero es necesario decir la verdad, con ternura, con ese llevar sobre los hombros las situaciones, las personas. Se puede comprender como un respeto fraternal que sabe «acariciar».
Doy gracias por lo que ha dicho el nuevo presidente. Os agradezco a todos vosotros el trabajo que realizáis al servicio de la Palabra de Dios. Un breve excursus: una de las cosas que más me preocupan es el anuncio funcional de la Palabra de Dios en las homilías. Por favor, haced de todo para ayudar a vuestros hermanos —diáconos, sacerdotes y obispos— a dar la Palabra de Dios en las homilías, que llegue al corazón. Un pensamiento, una imagen, un sentimiento llega, pero ¡que llegue la Palabra de Dios! Muchos son capaces, pero se equivocan y hacen una bonita conferencia, una bonita disertación, una bonita escuela de teología... ¡La Palabra de Dios es un sacramental! Para Lutero es un sacramento que actúa casi ex opere operato. Después la corriente es un poco tridentina, la del ex opere operantis; y luego los teológos han encontrado que la Palabra de Dios está en medio: parte ex opere operato, parte ex opere operantis. Es un sacramental. Los discursos no son sacramentales, son discursos que hacen bien. Pero que en las homilías esté la Palabra de Dios, porque toca el corazón.
Gracias. Gracias por vuestro trabajo. Lo que estaba escrito aquí [en el discurso escrito], que está bien, se lo entrego al presidente.

Discurso preparado por el Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas:
Os acojo y os saludo con las palabras de san Pablo a los cristianos de Filipos: «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo… Doy gracias a mi Dios cada vez que os recuerdo… porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio» (Flp 1, 2-5).
Agradezco de corazón al cardenal Tagle, nuevo presidente, las palabras de saludo que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros. Y expreso mi gratitud a monseñor Paglia por el servicio prestado durante estos años a la Federación.
Habéis elegido como lema de esta décima asamblea plenaria un pasaje de la primera carta de Juan: «Eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros» (1 Jn 1, 3). Para poder anunciar la palabra de verdad, debemos haber vivido nosotros mismos la experiencia de la Palabra: haberla escuchado, contemplado, casi tocado con las propias manos… (cf. 1 Jn 1, 1). Los cristianos, que son «el pueblo adquirido por Dios para anunciar sus proezas» (1 P 2, 9), como sugiere la constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, deben ante todo venerar, leer, escuchar, anunciar, predicar, estudiar y difundir la palabra de Dios (cf. n. 25).
La Iglesia, que proclama cada día la Palabra, recibiendo de ella alimento e inspiración, se convierte en beneficiaria y testigo excelente de la eficacia y fuerza ínsita en la misma palabra de Dios (cf. Dei Verbum, 21). No somos nosotros, ni nuestros esfuerzos, sino el Espíritu Santo quien obra por medio de aquellos que se dedican a la pastoral, y también hace lo mismo en los oyentes, predisponiendo a unos y otros a la escucha de la Palabra anunciada y a la acogida del mensaje de vida. En el año en que se celebra el quincuagésimo aniversario de la promulgación de la constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, parece muy oportuno que dediquéis vuestra asamblea plenaria a la reflexión sobre la Sagrada Escritura, fuente de evangelización. San Juan Pablo II, en 1986, os invitó a realizar una atenta relectura de la Dei Verbum, aplicando sus principios y poniendo en práctica sus recomendaciones. Ciertamente, el Sínodo de los obispos sobre la palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia de 2008 representó otra importante ocasión para reflexionar sobre su aplicación. También hoy quiero invitaros a llevar adelante este trabajo, valorando siempre el tesoro de la constitución conciliar, así como el Magisterio sucesivo, mientras comunicáis la «alegría del Evangelio» hasta los confines de la tierra, en obediencia al mandato misionero. «La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 174).
Pero hay lugares donde la Palabra de Dios aún no ha sido proclamada o, aunque proclamada, no ha sido acogida como Palabra de salvación. Hay lugares donde la palabra de Dios se vacía de su autoridad. La falta del apoyo y del vigor de la Palabra lleva a un debilitamiento de las comunidades cristianas de antigua tradición y frena el crecimiento espiritual y el fervor misionero de las Iglesia jóvenes. Todos nosotros somos responsables si «el mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener olor a Evangelio» (ibídem, n. 39). Por lo tanto, sigue siendo valiosa la invitación a un especial compromiso pastoral para mostrar el lugar central de la Palabra de Dios en la vida eclesial, favoreciendo la animación bíblica de toda la pastoral. Debemos lograr que en las actividades habituales de todas las comunidades cristianas, en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, realmente se tome en serio el encuentro personal con Cristo, que se comunica con nosotros mediante su palabra, porque, como nos enseña san Jerónimo, el «desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo» (Dei Verbum, 25).
La misión de los servidores de la Palabra —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos— es promover y favorecer este encuentro, que suscita la fe y transforma la vida; por eso ruego, en nombre de toda la Iglesia, para que cumpláis vuestro mandato: lograr «que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1), hasta el día de Cristo Jesús.
Que la «Esclava del Señor», que es bienaventurada porque «ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1, 45), os acompañe durante estos días, como acompañó a los discípulos en la primera comunidad, para que os guíen la luz y la fuerza del Espíritu Santo.


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A SU SANTIDAD MOR IGNATIUS APHREM II,
PATRIARCA SIRO-ORTODOXO DE ANTIOQUÍA Y DE TODO ORIENTE
 
Viernes 19 de junio de 2015


Santidad, Beatitud, queridos hermanos:
Es una gran alegría poder acogerlo aquí, cerca de la tumba de san Pedro, tan amado en Roma y en Antioquía. Doy la más cordial bienvenida a vuestra Santidad y a los distinguidos miembros de su delegación. Le agradezco sus palabras de amistad y cercanía espiritual, y extiendo mi saludo a los obispos, al clero y a todos los fieles de la Iglesia siro-ortodoxa. «A vosotros gracia y paz, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Rm 1, 7).
La visita de vuestra Santidad fortalece los lazos de amistad y fraternidad que unen a nuestras Iglesias, la sede de Roma y la sede de Antioquía. San Ignacio, maestro de unidad entre los fieles en Cristo, en su carta a los magnesios, haciéndose eco de la oración pronunciada por Jesús en la última cena, exhorta a ser «una oración en común, una suplicación, una mente, una esperanza, un amor», a congregarse «como en un solo templo, Dios; como ante una altar, Jesucristo, que vino de un Padre y está con un Padre y ha partido a un Padre» (7, 1-2).
Cuando el patriarca Mor Ignatius Jacob III y el Papa Pablo VI se encontraron aquí, en Roma, en 1971, comenzaron conscientemente lo que podemos definir una «peregrinación santa» hacia la plena comunión entre nuestras Iglesias. Firmando la Declaración común sobre nuestra profesión conjunta de fe en el misterio de la Palabra encarnada, verdadero Dios y verdadero hombre, pusieron el fundamento dinámico necesario para el camino que juntos estamos recorriendo en obediencia a la oración del Señor por la unidad de los discípulos (cf. Jn 17, 21-23). A continuación, los encuentros entre el patriarca Mor Ignatius Zakka Iwas y san Juan Pablo II, primero en Roma y después en Damasco, marcaron nuevos pasos adelante, introduciendo elementos concretos de colaboración pastoral para el bien de los fieles.
¡Cuántas cosas han cambiado desde los primeros encuentros! Santidad: La suya es una Iglesia de mártires desde el inicio, y lo es aún hoy, en Oriente Medio, donde sigue padeciendo, junto con otras comunidades cristianas y otras minorías, los terribles sufrimientos provocados por la guerra, la violencia y las persecuciones. ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas víctimas inocentes! Ante todo esto, parece que los poderosos de este mundo son incapaces de encontrar soluciones.
Santidad: Recemos juntos por las víctimas de esta violencia cruel y de todas las situaciones de guerra presentes en el mundo. Un recuerdo particular va al metropolita Mor Gregorios Ibrahim y al metropolita de la Iglesia greco-ortodoxa Pabul Yazigi, secuestrados juntos hace ya más de dos años. Recordemos también a algunos sacerdotes y a tantas personas, de diversos grupos, privadas de la libertad. Pidamos también al Señor la gracia de estar siempre dispuestos al perdón y ser agentes de reconciliación y paz. Esto es lo que anima el testimonio de los mártires. La sangre de los mártires es semilla de unidad de la Iglesia e instrumento de edificación del reino de Dios, que es reino de paz y justicia.
Santidad, Beatitud, queridos hermanos: En este momento de dura prueba y dolor, fortalezcamos aún más los lazos de amistad y fraternidad entre la Iglesia católica y la Iglesia siro-ortodoxa. Apresuremos nuestros pasos por el camino común, manteniendo la mirada fija en el día en que podremos celebrar nuestra pertenencia a la única Iglesia de Cristo en torno al mismo altar del sacrificio y de la alabanza. Intercambiémonos los tesoros de nuestras tradiciones como dones espirituales, porque lo que nos une es muy superior a lo que nos separa.
Hago mías las palabras de vuestra hermosa oración siríaca: «Señor, por intercesión de tu Madre y de todos los santos, santifícanos a nosotros y a nuestros queridos difuntos. Que la memoria de la Virgen María sea bendición para nosotros; que sus oraciones sean fortaleza para nuestras almas. Apóstoles, mártires, discípulos y santos, rogad por nosotros, para que el Señor nos conceda su misericordia». Amén.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA
DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)
 
Sala Clementina
Lunes 15 de junio de 2015


Queridos amigos:
Os doy la bienvenida a vosotros, que prestáis vuestra colaboración al camino de las Iglesias orientales católicas. Saludo al cardenal Sandri y le agradezco su introducción. El año pasado nos habíamos reencontrado pocos días después de mi peregrinación a Tierra Santa y de la sucesiva oración por la paz. Todos habríamos deseado que la semilla de la reconciliación hubiera producido más frutos. Otros eventos, que han conmovido ulteriormente a Oriente Medio, marcado desde hace años por conflictos, nos hacen sentir el frío del invierno y el hielo en el corazón de los hombres que parece no tener fin. La tierra de esas regiones está surcada por los pasos de cuantos buscan refugio y regada por la sangre de tantos hombres y mujeres, entre los cuales numerosos cristianos perseguidos a causa de su fe.
Es la experiencia cotidiana de los hijos e hijas de las Iglesias de Oriente y de sus pastores, que comparten los sufrimientos con muchas otras personas; y vosotros, también en esta sesión, lleváis adelante la obra de escucha y servicio que caracteriza al estatuto de las agencias que representáis, coordinadas por la Congregación para las Iglesias orientales.
En el reciente viaje de una delegación vuestra a Irak, encontrasteis rostros concretos, en particular a los desplazados de la llanura de Nínive, pero también a pequeños grupos provenientes de Siria. Les llevasteis la mirada y la bendición del Señor. Pero, al mismo tiempo, sentíais que en esos ojos que pedían ayuda y suplicaban la paz y el regreso a las propias casas era precisamente Jesús mismo quien os miraba, pidiendo esa caridad que nos hace ser cristianos. Toda obra de ayuda, para no caer en el eficientismo o en un asistencialismo que no promueve a las personas y los pueblos, debe renacer siempre de esta bendición del Señor que nos llega cuando tenemos la valentía de mirar la realidad y a los hermanos que tenemos delante, como escribí en la bula de convocación del Jubileo extraordinario de la misericordia: «Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo» (n. 15).
Con el drama de estos meses, parece que el mundo ha tenido una sacudida de conciencia y ha abierto los ojos, dándose cuenta de la presencia milenaria de los cristianos en Oriente Medio. Se han multiplicado las iniciativas de sensibilización y ayuda para ellos y para todos los demás inocentes afectados injustamente por la violencia. Sin embargo, habría que realizar un esfuerzo ulterior para eliminar los que se presentan como acuerdos tácitos por los cuales la vida de miles y miles de familias —mujeres, hombres, niños y ancianos— en la balanza de los intereses parece pesar menos que el petróleo y las armas, y, mientras se proclama la paz y la justicia, se tolera que los traficantes de muerte actúen en esas tierras. Por tanto, mientras proseguís el servicio de la caridad cristiana, os animo a denunciar lo que ultraja la dignidad del hombre.
Además de Tierra Santa y Oriente Próximo, en estos días dedicaréis particular atención a Etiopía, Eritrea y Armenia. Las primeras dos constituyen canónicamente desde este año dos realidades, en cuanto metropolitanas sui iuris, pero permanecen profundamente unidas por la común tradición alejandrino-ge’ez. Podéis ayudar a estas antiquísimas comunidades cristianas a sentirse partícipes de la misión evangelizadora y a ofrecer, sobre todo a los jóvenes, un horizonte de esperanza y crecimiento. Sin esto, no podrá detenerse el flujo migratorio por el cual tantos hijos e hijas de esa región se ponen en camino para llegar a las costas del Mediterráneo, a riesgo de perder la vida. Armenia, cuna de la primera nación que recibió el bautismo, custodia también ella una gran historia rica de cultura, fe y martirio. El apoyo a la Iglesia en esa tierra contribuye al camino hacia la unidad visible de todos los creyentes en Cristo. Que «las nuevas generaciones puedan abrirse a un futuro mejor y el sacrificio de muchos convertirse en semilla de justicia y de paz» (Mensaje a los armenios, 12 de abril de 2015).
Quiero concluir con las palabras de san Efrén, invocando sobre las Iglesias orientales católicas y sobre cada uno de vosotros aquí presentes la bendición del Señor por intercesión de la Toda Santa Madre de Dios: «Acepta, Rey nuestro, nuestra ofrenda, y danos a cambio de ella la salvación. Pacifica las tierras devastadas, reconstruye las Iglesias quemadas, para que, cuando haya llegado la paz grande, te podamos tejer una gran corona, de todas partes viniendo guirnaldas y flores para coronar al Señor de la paz» (San Efrén, Himno de la Resurrección).
Gracias a todos vosotros por vuestro trabajo, y por favor no os olvidéis de rezar por mí.


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A LA ASAMBLEA DIOCESANA DE ROMA
 
Plaza de San Pedro
Domingo 14 de junio de 2015


¡Buenas tardes!
Las previsiones de ayer por la noche anunciaban lluvia para hoy, para esta tarde y esta noche: ¡lluvia! Sí es verdad, lluvia de familias en la plaza de San Pedro. ¡Gracias!
Es hermoso encontraros al inicio de la Asamblea pastoral de nuestra diócesis de Roma. Os doy muchas gracias a vosotros padres, por haber aceptado la invitación de participar en tan gran número en este encuentro, que es importante para el camino de nuestra comunidad eclesial.
Como sabéis, desde hace algunos años estamos reflexionando y nos interrogamos acerca de cómo transmitir la fe a las nuevas generaciones de la ciudad que, también tras algunos hechos conocidos por todos, necesita un auténtico renacimiento moral y espiritual. Y esta es una tarea muy grande. Nuestra ciudad tiene que renacer moral y espiritualmente, porque parece que todo sea lo mismo, que todo sea relativo; que el Evangelio es sí una hermosa historia de cosas bonitas, que es hermoso leerlo, pero queda ahí, una idea. ¡No llega al corazón! Nuestra ciudad necesita este renacimiento. Y este compromiso es muy importante cuando hablamos de educación de adolescentes y jóvenes, de la cual los primeros responsables sois vosotros padres. Nuestros jóvenes empiezan a escuchar esas ideas raras, esas colonizaciones ideológicas que envenenan el alma y la familia: se debe actuar contra eso. Me decía, hace dos semanas, una persona, un hombre muy católico, bueno, joven, que sus chicos iban a primer y segundo grado, y que por la noche, él y su esposa, muchas veces tenían que «re-catequizar» a los niños, a los chicos, por lo que les informan algunos profesores de la escuela o por lo que decían los libros que daban allí. Esas colonizaciones ideológicas, que hacen tanto mal y destruyen una sociedad, un país, una familia. Es por ello que necesitamos un auténtico renacimiento moral y espiritual.
En octubre celebraremos un Sínodo sobre la familia, para ayudar a las familias a redescubrir la belleza de su vocación y a ser fieles. En la familia se viven las palabras de Jesús: «No hay amor más grande que este: dar la vida por los amigos» (cf. Jn 15, 13). Con vuestra relación conyugal, ejerciendo la paternidad y la maternidad donáis vuestra vida y sois la prueba de que vivir el Evangelio es posible: vivir el Evangelio es posible y hace felices. Y esta es la prueba, pero se hace en la familia. Esta tarde quisiera centrarme con vosotros en algunas sencillas palabras que expresan el misterio de vuestro ser padres. No sé si lograré decir todo lo que quiero decir, pero al menos quisiera hablar de vocación, comunión y misión.
La primera palabra es vocación. San Pablo escribió que de Dios deriva toda paternidad (cf. Ef 3, 15) y podemos añadir que toda maternidad. Todos somos hijos, pero convertirse en papá y mamá es una llamada de Dios. Es una llamada de Dios, es una vocación. Dios es el amor eterno, que se dona incesantemente y nos llama a la existencia. Es un misterio que, sin embargo, la Providencia quiso confiar en especial al hombre y a la mujer, llamados a amarse totalmente y sin reservas, cooperando con Dios en este amor y en transmitir la vida a los hijos. El Señor os ha elegido para amaros y transmitir la vida. Estas dos cosas son la vocación de los padres. Se trata de una llamada bellísima porque hace que seamos, de una forma totalmente especial, a imagen y semejanza de Dios. Convertirse en papá y mamá significa realizarse plenamente, porque es llegar a ser semejantes a Dios. Esto no se dice en los periódicos, no aparece, pero es la verdad del amor. Convertirse en papá y mamá nos hace mucho más semejantes a Dios.
Como padres vosotros estáis llamados a recordar a todos los bautizados que cada uno, si bien de diferentes modos, está llamado a ser papá o mamá. También un sacerdote, una religiosa, un catequista están llamados a la paternidad y a la maternidad espiritual. En efecto, un hombre y una mujer eligen formar una familia porque Dios los llama luego de haberles hecho experimentar la belleza del amor. No la belleza de la pasión, no la belleza de un entusiasmo pasajero: ¡la belleza del amor! Y esto se debe descubrir todos los días, todos los días. Dios llama a convertirse en padres —hombres y mujeres— que creen en el amor, que creen en su belleza. Quisiera preguntaros, pero no respondáis, por favor: ¿Vosotros creéis en la belleza del amor? ¿Vosotros creéis en la grandeza del amor? ¿Tenéis fe en esto? ¿Tenéis fe? Se trata de una fe de todos los días. El amor es hermoso incluso cuando los padres pelean; es hermoso, porque al final hacen las paces. Es tan bonito construir la paz después de una guerra. ¡Es tan hermoso! Una belleza es el amor conyugal, que ni siquiera las más grandes dificultades de la vida son capaces de oscurecer.
En una ocasión un niño me dijo: «¡Qué hermoso, mis padres se dieron un beso!». Es hermoso cuando el niño ve que papá y mamá se besan. Un bonito testimonio.
Vuestros hijos, queridos padres, necesitan descubrir, mirando vuestra vida, que es hermoso amarse. Nunca olvidéis que vuestros hijos os miran siempre. ¿Recordáis esa película de hace unos veinte años que se llamaba «Los niños nos miran»? Los niños miran. Miran mucho, y cuando ven que papá y mamá se aman, los niños crecen en ese clima de amor, de felicidad y también de seguridad, porque no tienen miedo: saben que están seguros en el amor del papá y la mamá. Me permito decir algo feo, pero pensemos cuánto sufren los niños cuando ven a papá y mamá, todos los días, todos los días, todos los días, gritarse, insultarse, incluso golpearse... Papá y mamá, cuándo caéis en estos pecados, ¿pensáis que las primeras víctimas son precisamente vuestros niños, vuestra misma carne? Es feo pensar en esto, pero es la realidad... Los niños nos miran. No os miran sólo cuando les enseñáis algo. Os miran cuando os habláis uno al otro, cuando volvéis del trabajo, cuando invitáis a vuestros amigos, cuando descansáis. Tratan de captar en vuestra mirada, en vuestras palabras, en vuestros gestos, si sois felices de ser padres, si sois felices de ser marido y mujer, si creéis que existe la bondad en el mundo. Os escrutan —no sólo os miran, os escrutan— para ver si es posible ser buenos y si es verdad que con el amor mutuo se supera toda dificultad.
Para un hijo no existe enseñanza y testimonio mayor que ver a sus padres que se aman con ternura, se respetan, son amables entre ellos, se perdonan mutuamente; esto llena de alegría y de felicidad auténtica el corazón de los hijos. Los hijos, antes de habitar en una casa construida con ladrillos habitan en otra casa, aún más esencial: habitan en el amor mutuo de los padres. Os pregunto, cada uno responda en su corazón: ¿vuestros hijos habitan en vuestro amor mutuo? Los padres tienen la vocación de amarse. Dios ha sembrado en su corazón la vocación al amor, porque Dios es amor. Y esta es vuestra vocación, de los padres: el amor. Pero pensad siempre en los niños, pensad siempre en los niños.
La segunda palabra que se me ocurre, el segundo tema sobre el cual reflexionar es comunión. Nosotros sabemos que Dios es comunión en la diversidad de las tres Personas de la Santísima Trinidad. Ser padres se fundamenta en la diversidad de ser, como recuerda la Biblia, varón y mujer. Esta es la «primera» y más fundamental diferencia, constitutiva del ser humano. Es una riqueza. Las diferencias son riquezas. Hay mucha gente que tiene miedo a las diferencias, pero son riquezas. Y esta diferencia es la «primera» y fundamental diferencia, constitutiva del ser humano. Cuando los novios vienen a casarse, me gusta decirle a él, después de hablar del Evangelio: «No olvides que tu vocación es hacer que tu esposa sea más mujer»; y a ella le digo: «tu vocación es hacer que tu marido sea más hombre». Y así se aman, pero se aman en las diferencias, más hombre y más mujer. Y este es el trabajo artesanal de cada día del matrimonio, de la familia; hacer que el otro crezca, pensar en el otro: el marido en la esposa, la esposa en el marido. Esto es comunión. Os cuento que muchas veces vienen aquí a la misa en Santa Marta parejas que cumplen 50°, incluso 60° aniversario de matrimonio. Y son felices, sonríen. Algunas veces he visto —más de una vez— al marido acariciar a la esposa. ¡Después de 50 años! Les hago esta pregunta: «Dime, ¿quién ha soportado a quién?». Y ellos responden siempre: «Los dos». El amor nos lleva a esto: a tener paciencia. Y en estos ancianos matrimonios, que son como el buen vino, que llega a ser más bueno cuando es más añejo, se ve este trabajo cotidiano del hombre por hacer más mujer a su esposa y de la mujer por hacer más hombre a su esposo. No tienen miedo a las diferencias. Este desafío de llevar adelante las diferencias, este desafío los enriquece, los hace madurar, los hace grandes y tienen los ojos brillantes de alegría, de tantos años vividos así en el amor. Qué gran riqueza es esta diversidad, una diversidad que llega a ser complementariedad, pero también reciprocidad. Es como hacer un lazo el uno con el otro. Y esta reciprocidad y complementariedad en la diferencia es muy importante para los hijos. Los hijos maduran viendo a papá y mamá así; maduran la propia identidad en la confrontación con el amor, en la confrontación con esta diferencia. Nosotros hombres aprendemos a reconocer, a través de las figuras femeninas que encontramos en la vida, la extraordinaria belleza de la cual es portadora la mujer. Y las mujeres recorren un itinerario similar, aprendiendo de las figuras masculinas que el hombre es distinto y tiene un modo propio de sentir, comprender y vivir. Y esta comunión en la diversidad es muy importante también para la educación de los hijos, porque las mamás tienen una mayor sensibilidad para algunos aspectos de su vida, mientras que los papás la tienen para otros. Es hermoso este intercambio educativo, que pone al servicio del crecimiento de los hijos los diversos talentos de los padres. Es una cualidad importante, que se debe cultivar y custodiar.
Es muy doloroso cuando una familia vive una tensión que no se puede resolver, una fractura que no logra sanar. ¡Es doloroso! Cuando se presentan las primeras manifestaciones de esto, un papá y una mamá tienen el deber hacia ellos y hacia sus hijos de pedir ayuda, apoyo. Pedir ayuda ante todo a Dios. Recordad el relato de Jesús, lo conocéis bien: el Padre que sabe dar el primer paso hacia sus dos hijos, uno que dejó la casa y gastó todo, el otro que permaneció en casa... El Señor os dará la fuerza para comprender que se puede superar el mal, que la unidad es más grande que el conflicto, que se pueden curar las heridas que nos ocasionamos unos a otros, en nombre de un amor más grande, de ese amor que Él os ha llamado a vivir con el sacramento del matrimonio.
E incluso cuando la separación —tenemos que hablar también de esto— ya parece inevitable, sabed que la Iglesia os lleva en el corazón. Y que vuestra tarea educativa no se interrumpa: vosotros sois y seréis siempre papá y mamá, que no pueden vivir juntos por heridas, por problemas. Por favor buscad siempre un entendimiento, una colaboración, una armonía por el bien y la felicidad de vuestros hijos. Por favor, no usar a los hijos como rehenes. ¡No usar a los hijos como rehenes! Cuánto mal hacen los padres que se han separado, o que están separados en su corazón, cuando el papá habla mal al hijo de la mamá y la mamá le habla mal del papá. Esto es terrible, porque ese niño, ese joven, crece con una tensión que no sabe resolver y aprende el mal camino de la hipocresía, de decir lo que a cada uno le gusta para aprovecharse de la situación. ¡Esto es un mal terrible! Jamás, jamás hablar mal a los hijos del otro. ¡Jamás! Porque ellos son las primeras víctimas de esta lucha y —permitidme la palabra— también de ese odio muchas veces entre los dos. Los hijos son sagrados. ¡No herirlos! «Mira, papá y mamá no se entienden, es mejor separarse. Pero, sabes —dice la mamá— tu papá es un buen hombre»; «sabes —dice el papá— tu mamá es una buena mujer». Se guardan los problemas para ellos, pero no los llevan a los hijos.
Está también el camino del perdón. Perdonaros y acoger mutuamente vuestros límites os ayudará también a comprender y aceptar las fragilidades y las debilidades de vuestros hijos. Ello es una ocasión para amarlos aún más y ayudarles a crecer. Sólo así ellos podrán no asustarse ante los propios límites, no perder la estima, sino seguir adelante. Un papá y una mamá que se aman saben cómo hablar al hijo o a la hija del hecho que se encuentra en un camino difícil; incluso cómo hablar sin palabras. Me decía un dirigente que su mamá había quedado viuda y él era el único hijo; a los 20 años era alcohólico y la mamá trabajaba como empleada doméstica; eran muy pobres, y cuando la mamá salía para ir al trabajo, lo miraba cómo dormía —pero él no dormía, la veía— y sin decir una palabra, se marchaba. Esta mirada de la mamá salvó al hijo, porque él dijo: «No puede ser que mi mamá vaya a trabajar y yo viva para emborracharme». Y este hombre cambió. La mirada, sin palabras, puede incluso salvar a los hijos. Los hijos perciben todo esto.
Y el don del matrimonio, que es tan bonito, tiene también una misión. Una misión que es muy importante.
Vosotros sois colaboradores del Espíritu Santo que nos susurra las palabras de Jesús. Sedlo también para vuestros hijos. Sed misioneros de vuestros hijos. Ellos aprenderán de vuestros labios y de vuestra vida que seguir al Señor dona entusiasmo, ganas de entregarse por los demás, dona esperanza siempre, también ante las dificultades y el dolor, porque nunca se está solo, sino siempre con el Señor y con los hermanos. Y esto es importante sobre todo en la edad de la pre-adolescencia, cuando la búsqueda de Dios se hace más consciente y las preguntas exigen respuestas bien fundadas.
Y no quisiera acabar sin decir una palabra a los abuelos, a nuestros abuelos. ¿Sabéis que en Roma los ancianos son el 21,5 por ciento de la población? Un cuarto de la población romana la forman los abuelos. En esta ciudad hay 617.635 abuelos. ¡Cuántos ancianos! Sólo una pregunta: en la familia, ¿tienen los abuelos un lugar digno? Ahora estoy seguro que sí, porque con la falta de trabajo van a los abuelos a buscar la pensión... Esto sí, se hace... Pero los abuelos, que son la sabiduría de un pueblo, que son la memoria de un pueblo, que son la sabiduría de la familia, ¿tienen un lugar digno? Los abuelos que salvaron la fe en muchos países donde estaba prohibido practicar la religión y llevaban a escondidas a bautizar a los niños; y los abuelos que enseñaban las oraciones. Hoy los abuelos están en el seno de la familia... Los abuelos son aburridos, hablan siempre de lo mismo, llevémoslos a una residencia de ancianos... Cuántas veces pensamos así. Estoy seguro que ya conté esta historia, una historia que escuché siendo niño, en mi casa. Se cuenta que en una familia el abuelo vivía allí, con el hijo, la nuera, los nietos. Pero el abuelo había envejecido, había sufrido un pequeño ictus, era anciano y cuando comía en la mesa se ensuciaba un poco. El papá sentía vergüenza de su padre, y decía: «No podemos invitar gente a casa...». Y decidió hacer una mesita, en la cocina, para que el abuelo comiese solo en la cocina. La situación acabó así... Algunos días después, al llegar a casa después del trabajo encuentra a su hijo —de 6-7 años— jugando con madera, martillo y clavos... «¿Qué haces, niño?» - «Estoy haciendo una mesita...» - «¿Para qué?» - «Para que cuando tú seas anciano puedas comer solo como come el abuelo». No os avergoncéis del abuelo. No os avergoncéis de los ancianos. Ellos nos transmiten sabiduría, prudencia; nos ayudan mucho. Y cuando se enferman nos piden muchos sacrificios, es verdad. Algunas veces no hay otra solución más que llevarlos a una residencia... Pero que sea la última, la última cosa que se haga. Los abuelos en casa son una riqueza.
Muchas gracias por esto. Recordad: amor, amor. Sembrad amor. Recordad lo que dijo aquel niño: «Hoy vi a papá y mamá darse un beso». ¡Qué hermoso!



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 A LA ASOCIACIÓN DE GUÍAS Y SCOUTS CATÓLICOS ITALIANOS
(AGESCI)
 
Plaza de San Pedro
Sábado 13 de junio de 2015


Queridos amigos de la AGESCI , ¡buenos días!
Os agradezco que hayáis venido en gran número de todas las regiones de Italia para formar esta presencia festiva en la plaza de San Pedro. Saludo al jefe scout y la jefa guía, al consiliario eclesiástico general, a los lobatos y lobeznas, a los exploradores y guías, a los rovers y escultas, con las comunidades jefes y los sacerdotes asistentes.
Os diré una cosa —pero, ¡no os enorgullezcáis!—: sois una parte valiosa de la Iglesia en Italia. ¡Gracias! Quizá los más pequeños entre vosotros no se den cuenta, pero espero que los más grandes sí. En particular, ofrecéis una contribución importante a las familias en su misión educativa con los niños, los muchachos y los jóvenes. Los padres os los confían porque están convencidos de la bondad y la sabiduría del método scout, basado en los grandes valores humanos, en el contacto con la naturaleza, en la religiosidad y la fe en Dios; un método que educa en la libertad con responsabilidad. Esta confianza de las familias no se tiene que decepcionar. Y tampoco la de la Iglesia: deseo que os sintáis siempre parte de la gran comunidad cristiana.
El año pasado, en agosto, os llamé por teléfono cuando estabais reunidos en el pinar de San Rossore. ¿Os acordáis? Habíais hecho una gran ruta nacional, como decís vosotros. Y habéis escrito la «Carta de la valentía». Esta «Carta» expresa vuestras convicciones y aspiraciones, y contiene una fuerte petición de educación y escucha dirigida a vuestras comunidades jefes, a las parroquias y a la Iglesia en su conjunto. Este pedido también concierne al ámbito de la espiritualidad y de la fe, que son fundamentales para el crecimiento equilibrado y completo de la persona humana.
Una vez, cuando alguien le preguntó a vuestro fundador lord Baden Powell, «¿dónde entra la religión [en el escultismo]?», respondió que «la religión no tiene necesidad de “entrar”, porque siempre ha estado dentro. No hay un lado religioso del movimiento scout y un lado no… En conjunto se basa en la religión, es decir, en la toma de conciencia de Dios y en su servicio» (Discurso a una conferencia de comisionados scouts y guías, 2 de julio de 1926, en: L’educazione non finisce mai, Roma 1997, p. 43). Y esto lo dijo en el año 26.
En el ámbito de las asociaciones scouts a nivel mundial, la AGESCI  está entre las que invierten más en el campo de la espiritualidad y la educación en la fe. Pero todavía hay que trabajar mucho para que todas las comunidades jefes comprendan su importancia y saquen sus conclusiones.
Sé que tenéis momentos formativos para los jefes sobre el acercamiento a la Biblia, incluso con métodos nuevos, poniendo en el centro el relato de la vida vivida en relación con el mensaje del Evangelio. Me congratulo con vosotros por estas buenas iniciativas, y deseo que no se trate de momentos esporádicos, sino que se inserten en un proyecto de formación continua y amplia, que penetre hasta el fondo en el tejido asociativo, haciéndolo permeable al Evangelio y facilitando el cambio de vida.
Hay una cosa que me preocupa particularmente respecto a las asociaciones católicas, y también a vosotros quiero hablaros de ella. Asociaciones como la vuestra son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu Santo suscita para evangelizar todos los ambientes y sectores. Estoy convencido de que la AGESCI  puede aportar a la Iglesia un nuevo fervor evangelizador y una nueva capacidad de diálogo con la sociedad. Por favor: ¡capacidad de diálogo! Construir puentes, construir puentes en esta sociedad donde existe la costumbre de hacer muros. Construid puentes, ¡por favor! Y con el diálogo, construid puentes. Pero esto sólo puede suceder con una condición: que cada uno de los grupos no pierda el contacto con la parroquia del lugar, donde tiene su sede, pero que en muchos casos no frecuenta porque, aun prestando allí su servicio, proviene de otras zonas. Estáis llamados a encontrar el modo de integraros en la pastoral de la Iglesia particular, estableciendo relaciones de estima y colaboración en todos los niveles, con vuestros obispos, con los párrocos y los otros sacerdotes, con los educadores y los miembros de las demás asociaciones eclesiales presentes en la parroquia y en el mismo territorio, y no os contentéis con una presencia «decorativa» el domingo o en las grandes ocasiones.
En la AGESCI  hay muchos grupos que ya están plenamente integrados en su realidad diocesana y parroquial, que saben valorar la oferta formativa propuesta por las comunidades parroquiales a los muchachos, a los jovencísimos, a los jóvenes, a los adultos, frecuentando, junto con otros coetáneos, los grupos de catequesis y formación cristiana. Lo hacen sin renunciar a lo que es específico en la educación scout. Y el resultado es una personalidad más rica y más completa. Si estáis de acuerdo, vamos adelante así.
Os doy las gracias a todos: lobatos, lobeznas, exploradores y guías, rovers y escultas, comunidades jefes y sacerdotes asistentes. Os acompaño con mi oración, pero también os pido que recéis por mí.
¡Buen camino a todos vosotros!


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A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO INTERNACIONAL
DE CAPELLANES CATÓLICOS DE LA AVIACIÓN CIVIL,
ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES
 
Sala Clementina
Viernes 12 de junio de 2015


Señor cardenal,
queridos hermanos y hermanas:

Os acojo al final del seminario internacional de los capellanes católicos de la aviación civil y de los miembros de las capellanías aeroportuarias, organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes sobre el tema: «Evangelii gaudium: ¿qué ayuda para el ministerio pastoral de la capellanía aeroportuaria?» Saludo cordialmente al presidente y le agradezco sus amables palabras. Os saludo a todos vosotros, que habéis participado en estas jornadas de estudio para intercambiar ideas y experiencias pastorales.
En especial, habéis reflexionado sobre cómo acoger las indicaciones de la exhortación apostólica en el apostolado de los aeropuertos, partiendo siempre del testimonio, para ayudar a las personas a abrir el corazón y la vida a Cristo. La solicitud pastoral en el ámbito de la aviación civil se dirige a todos los que, de diversos modos, pertenecen a la comunidad civil, independientemente de la nacionalidad, del credo religioso o de la cultura, con particular atención a los que entre ellos son más pobres, sufren y son marginados.
El aeropuerto es lugar de encuentro de muchas personas que viajan por trabajo, por turismo, por otras necesidades; por él transitan emigrantes y refugiados, niños y ancianos, personas que tienen necesidad de cuidados y atenciones especiales. Y además están las personas que trabajan allí cada día, con sus situaciones personales y profesionales. Está también el preocupante número de pasajeros sin documentos —a menudo refugiados y solicitantes de asilo—, que son detenidos en los locales aeroportuarios por breves o largos períodos, a veces sin adecuada asistencia humana y espiritual.
A veces pueden verificarse situaciones trágicas a causa, por ejemplo, de incidentes o cambio de rutas, con consecuencias serias para la incolumidad y el estado psicológico de las personas. También en estas circunstancias llaman y buscan al capellán los que tienen necesidad de consuelo y aliento.
También en los aeropuertos Cristo, buen Pastor, quiere cuidar a sus ovejas mediante los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía, donde el encuentro con la infinita misericordia de Dios abre caminos impensados de evangelización. En efecto, en nuestros días anunciar el Evangelio implica aliviar a las personas de las cargas que pesan en el corazón y en la vida; significa proponer las palabras de Jesús como alternativa a las promesas del mundo, que no dan la felicidad verdadera. Hoy es más urgente redescubrir el rostro compasivo de Dios, y por eso será valioso el tiempo de gracia que nos ofrecerá el Año santo de la misericordia.
La capellanía aeroportuaria está llamada a ser un lugar de unidad en la diversidad para todas las categorías de personas. Los aeropuertos parecen ciudades en las ciudades, donde múltiples realidades se entrelazan y sobreponen. Como una gran ciudad, el aeropuerto es un ambiente cosmopolita, multiétnico y multirreligioso, y vosotros, capellanes y miembros de las capellanías, estáis inmersos en la vida de esta singular comunidad; y por eso es importante colaborar dócilmente y ponerse siempre a la escucha del Espíritu Santo, que crea unidad en la diversidad (cf. Hch 2, 1-13).
La misión en el aeropuerto requiere también trabajar para que las personas tengan el deseo de escuchar la Palabra de Dios. Quien escucha y toma en serio la voz de Dios, a su vez es capaz de ofrecer palabras de consuelo y ayudar a los demás a confiar en la misericordia divina, que es un refugio seguro para el que es débil y no tiene la presunción de salvarse por sí solo. La misericordia divina se abre a todos y muestra la voluntad de Dios, que quiere salvar a todos.
Queridos hermanos y hermanas: Os aliento a trabajar a fin de que en estos particulares lugares de «frontera», que son los aeropuertos, haya espacio para encontrar y practicar amor y diálogo, que alimentan la fraternidad entre las personas y preservan un clima social pacífico. Y ruego con vosotros al Señor para que vuestro apostolado, que participa en la misión universal de la Iglesia, sea anuncio eficaz de la Buena Nueva.
Os bendigo a todos vosotros y a vuestras comunidades. Que la Virgen os proteja. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA 39 CONFERENCIA DE LA FAO 
 
Sala Clementina
Jueves 11 de junio de 2015


Señor Presidente,
Señores Ministros,
Señor Director General,
Distinguidos Representantes Permanentes,
Señoras y Señores,
¡Buenos días!


1. Me alegra acogerlos mientras participan en la 39 Conferencia de la FAO, continuando así una larga tradición. Dirijo un cordial saludo a usted, señor Presidente, La Mamea Ropati, a los representantes de las diferentes Naciones y Organizaciones que están presentes y al Director General, el profesor José Graziano da Silva.
Todavía tengo vivo el recuerdo de la participación en la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición  (el 20 noviembre 2014), que ha emplazado a los Estados a encontrar soluciones y recursos. Espero que aquella decisión no se quede sólo en el papel o en las intenciones que guiaron las negociaciones, sino que prevalezca decididamente la responsabilidad de responder concretamente a los hambrientos y a todos los que esperan del desarrollo agrícola una respuesta a su situación.
Ante la miseria de muchos de nuestros hermanos y hermanas, a veces pienso que el tema del hambre y del desarrollo agrícola se ha convertido hoy en uno de los tantos problemas en este tiempo de crisis. Y, sin embargo, vemos crecer por doquier el número de personas con dificultades para acceder a comidas regulares y saludables. Pero, en vez de actuar, preferimos delegar, y delegar a todos los niveles. Y pensamos que alguien habrá que se ocupe, tal vez otro país, o aquel gobierno, aquella Organización internacional. Nuestra tendencia a «desertar» ante cuestiones difíciles es humana, aunque luego no faltemos a una reunión, a una conferencia, a la redacción de un documento. Por el contrario, debemos responder al imperativo de que el acceso al alimento necesario es un derecho para todos. Los derechos no permiten exclusiones.
No basta señalar el punto de la situación de la nutrición en el mundo, aunque es necesario actualizar los datos, porque nos muestran la dura realidad. Ciertamente, puede consolarnos el saber que aquellos mil doscientos millones de hambrientos en 1992 se han reducido, aun cuando crece la población mundial. No obstante, de poco sirve tener en cuenta los números o incluso proyectar una serie de compromisos concretos y de recomendaciones que han de aplicar las políticas y las inversiones, si descuidamos la obligación de «erradicar el hambre y prevenir todas las formas de malnutrición en todo el mundo» (FAO-OMS, Declaración de Roma sobre la Nutrición, noviembre 2014, 15a).
2. Preocupan mucho las estadísticas sobre los residuos: en esta partida se incluye un tercio de los alimentos producidos. E inquieta saber que una buena cantidad de los productos agrícolas se utiliza para otros fines, tal vez fines buenos, pero que no son la necesidad inmediata de quien pasa hambre. Preguntémonos entonces, ¿qué podemos hacer? Más aún, ¿qué es lo que ya yo estoy haciendo?
Reducir los residuos es esencial, así como reflexionar sobre el uso no alimentario de los productos agrícolas, que se utilizan en grandes cantidades para la alimentación animal o para producir biocombustibles. Ciertamente, hay que garantizar condiciones ambientales cada vez más sanas, pero ¿podemos seguir haciéndolo excluyendo a alguien? Se ha de sensibilizar a todos los países sobre el tipo de nutrición adoptada, y esto varía dependiendo de las latitudes. En el Sur del mundo se ha de poner la atención en la cantidad de alimentos suficiente para garantizar una población en crecimiento, en el Norte, el punto central es la calidad de la nutrición y de los alimentos. Pero, tanto en la calidad como en la cantidad, pesa la situación de inseguridad determinada por el clima, por el aumento de la demanda y la incertidumbre de los precios.
Intentemos, por tanto, asumir con mayor decisión el compromiso de modificar los estilos de vida, y tal vez necesitemos menos recursos. La sobriedad no se opone al desarrollo, más aún, ahora se ve claro que se ha convertido en una condición para el mismo. Para la FAO, esto también significa proseguir en la descentralización, para estar en medio del mundo rural y entender las necesidades de la gente que la Organización está llamada a servir.
Preguntémonos además: ¿Cuánto incide el mercado con sus reglas sobre el hambre en el mundo? De los estudios que ustedes realizan, resulta que desde 2008 el precio de los alimentos ha cambiado su tendencia: duplicado, después estabilizado, pero siempre con valores altos respecto al período precedente. Precios tan volátiles impiden a los más pobres hacer planes o contar con una nutrición mínima. Las causas son muchas. Nos preocupa justamente el cambio climático, pero no podemos olvidar la especulación financiera: un ejemplo son los precios del trigo, el arroz, el maíz, la soja, que oscilan en las bolsas, a veces vinculados a fondos de renta y, por tanto, cuanto mayor sea su precio más gana el fondo. También aquí, tratemos de seguir otro camino, convenciéndonos de que los productos de la tierra tienen un valor que podemos decir «sacro», ya que son el fruto del trabajo cotidiano de personas, familias, comunidades de agricultores. Un trabajo a menudo dominado por incertidumbres, preocupaciones por las condiciones climáticas, ansiedades por la posible destrucción de la cosecha.
En la finalidad de la FAO, el desarrollo agrícola incluye el trabajo de la tierra, la pesca, la ganadería, los bosques. Es preciso que este desarrollo esté en el centro de la actividad económica, distinguiendo bien las diferentes necesidades de los agricultores, ganaderos, pescadores y quienes trabajan en los bosques. El primado del desarrollo agrícola: he aquí el segundo objetivo. Para los objetivos de la FAO, esto significa apoyar una resilience efectiva, reforzando de modo específico la capacidad de las poblaciones para hacer frente a las crisis – naturales o provocadas por la acción humana – y prestando atención a las diferentes exigencias. Así será posible perseguir un nivel de vida digno.
3. En este compromiso quedan otros puntos críticos. En primer lugar, parece difícil aceptar una resignación genérica, el desinterés y hasta la ausencia de muchos, incluso los Estados. A veces se tiene la sensación de que el hambre es un tema impopular, un problema insoluble, que no encuentra soluciones dentro de un mandato legislativo o presidencial y, por tanto, no garantiza consensos. Las razones que llevan a limitar aportes de ideas, tecnología, expertise y financiación residen en la falta de voluntad para asumir compromisos vinculantes, ya que nos escudamos tras la cuestión de la crisis económica mundial y la idea de que en todos los países hay hambre: «Si hay hambrientos en mi territorio, ¿cómo puedo pensar en destinar fondos para la cooperación internacional?». Pero así se olvida que, si en un país la pobreza es un problema social al que pueden darse soluciones, en otros contextos es un problema estructural y no bastan sólo las políticas sociales para afrontarla. Esta actitud puede cambiar si reponemos en el corazón de las relaciones internacionales la solidaridad, trasponiéndola del vocabulario a las opciones de la política: la política del otro. Si todos los Estados miembros trabajan por el otro, los consensos para la acción de la FAO no tardarán en llegar y, más aún, se redescubrirá su función originaria, ese «fiat panis» que figura en su emblema.
Pienso también en la educación de las personas para una correcta dieta alimenticia. En mis encuentros cotidianos con Obispos de tantas partes del mundo, con personajes políticos, responsables económicos, académicos, percibo cada vez más que hoy también la educación nutricional tiene diferentes variantes. Sabemos que en Occidente el problema es el alto consumo y los residuos. En el Sur, sin embargo, para asegurar el alimento, es necesario fomentar la producción local que, en muchos países con «hambre crónica», es sustituida por remesas provenientes del exterior y tal vez inicialmente a través de ayudas. Pero las ayudas de emergencia no bastan, y no siempre llegan a las manos adecuadas. Así se crea dependencia de los grandes productores y, si el país carece de los medios económicos necesarios, entonces la población termina por no alimentarse y el hambre crece.
El cambio climático nos hace pensar también en el desplazamiento forzado de poblaciones y en tantas tragedias humanitarias por falta de recursos, a partir del agua, que ya es objeto de conflictos, que previsiblemente aumentarán. No basta afirmar que hay un derecho al agua sin esforzarse por lograr un consumo sostenible de este bien y eliminar cualquier derroche. El agua sigue siendo un símbolo que los ritos de muchas religiones y culturas utilizan para indicar pertenencia, purificación y conversión interior. A partir de este valor simbólico, la FAO puede contribuir a revisar los modelos de comportamiento para asegurar, ahora y en el futuro, que todos puedan tener acceso al agua indispensable para sus necesidades y para las actividades agrícolas. Viene a la mente aquel pasaje de la Escritura que invita a no abandonar la «fuente de agua viva para cavarse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen agua» (Jr 2,13): una advertencia para decir que las soluciones técnicas son inútiles si olvidan la centralidad de la persona humana, que es la medida de todo derecho.
Además del agua, también el uso de los terrenos sigue siendo un problema serio. Preocupa cada vez más el acaparamiento de las tierras de cultivo por parte de empresas transnacionales y Estados, que no sólo priva a los agricultores de un bien esencial, sino que afecta directamente a la soberanía de los países. Ya son muchas las regiones en las que los alimentos producidos van a países extranjeros y la población local se empobrece por partida doble, porque no tiene ni alimentos ni tierra. Y ¿qué decir de las mujeres que en muchas zonas no pueden poseer la tierra que trabajan, con una desigualdad de derechos que impide la serenidad de la vida familiar, porque se corre el peligro de perder el campo de un momento a otro? Sin embargo, sabemos que la producción mundial de alimentos es en su mayor parte obra de haciendas familiares. Por eso es importante que la FAO refuerce la asociación y los proyectos en favor de las empresas familiares, y estimule a los Estados a regular equitativamente el uso y la propiedad de la tierra. Esto podrá contribuir a eliminar las desigualdades, ahora en el centro de la atención internacional.
4. La seguridad alimentaria ha de lograrse aunque los pueblos sean diferentes por localización geográfica, condiciones económicas o culturas alimenticias. Trabajemos para armonizar las diferencias y unir esfuerzos y, así, ya no leeremos que la seguridad alimentaria para el Norte significa eliminar grasas y favorecer el movimiento y que, para el Sur, consiste en obtener al menos una comida al día.
Debemos partir de nuestra vida cotidiana si queremos cambiar los estilos de vida, conscientes de que nuestros pequeños gestos pueden asegurar la sostenibilidad y el futuro de la familia humana. Y sigamos luego la lucha contra el hambre sin segundas intenciones. Las proyecciones de la FAO dicen que para el año 2050, con nueve mil millones de personas en el planeta, la producción tiene que aumentar e incluso duplicarse. En lugar de dejarse impresionar ante los datos, modifiquemos nuestra relación de hoy con los recursos naturales, el uso del suelo; modifiquemos el consumo, sin caer en la esclavitud del consumismo; eliminemos el derroche y así venceremos el hambre.
La Iglesia, con sus instituciones e iniciativas camina con ustedes, consciente de que los recursos del planeta son limitados y su uso sostenible es absolutamente urgente para el desarrollo agrícola y alimentario. Por eso se compromete a favorecer ese cambio de actitud necesario para el bien de las generaciones futuras. Que el Todopoderoso bendiga el trabajo de ustedes.


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A LOS OBISPOS DE LETONIA Y ESTONIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
 
Jueves 11 de junio 2015


Queridos hermanos en el episcopado:
Os acojo con alegría, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum; os saludo cordialmente a cada uno de vosotros y a las Iglesias particulares que el Señor ha confiado a vuestra guía paterna.
Nuestro encuentro nos permite reforzar los vínculos de fraternidad que también nos unen en la distancia, ya que compartimos la vocación episcopal y el servicio al pueblo de Dios.
El Señor os ha elegido para trabajar en una sociedad que, después de haber sido oprimida largamente por regímenes fundados en ideologías contrarias a la dignidad y a la libertad humana, hoy está llamada a medirse con otras insidias peligrosas, como el secularismo y el relativismo. Aunque esto pueda hacer más difícil vuestra acción pastoral, os exhorto a seguir anunciando incansablemente, sin perder jamás la confianza, el evangelio de Cristo, palabra de salvación para los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas.
En esta renovada evangelización no estáis solos. Tenéis a vuestros sacerdotes, los cuales, aunque son pocos y de diversas proveniencias, están a vuestro lado con respeto, obediencia y generosidad. Junto con ellos sentís la urgencia de una activa pastoral vocacional que, apoyándose en la oración dirigida al «Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38), se haga cargo de sensibilizar a las familias, las parroquias y toda la comunidad cristiana, para ayudar a los muchachos y jóvenes a estar disponibles a la llamada de Dios.
Siempre pensando en los sacerdotes, os animo a cuidar bien su formación, tanto en el plano de la preparación teológica y eclesial como en el de la madurez humana, radicada en una sólida espiritualidad y caracterizada por la apertura cordial y capaz de discernimiento de la realidad del mundo en que vivimos.
Además, para el crecimiento y el camino de vuestras comunidades es muy valiosa la presencia de los hombres y mujeres de vida consagrada. Especialmente en este año dedicado a ellos, es oportuno hacerles comprender que no solo se los aprecia por el servicio que prestan, sino aun antes por la riqueza intrínseca de sus carismas y de su testimonio, por el hecho mismo de que existen, difundiendo en medio del pueblo de Dios el perfume de Cristo a quien siguen en el camino de los consejos evangélicos. Sin embargo, también los consagrados tienen necesidad de ser sostenidos, tanto espiritual como materialmente, incluso mediante celebraciones comunes y oportunos momentos de encuentro y de intensa espiritualidad, para favorecer la familiaridad y el conocimiento recíproco y reforzar, en torno al obispo, el sentido de pertenencia a la Iglesia particular y la gozosa disponibilidad a colaborar en su edificación.
También la participación de los fieles laicos es indispensable para la misión evangelizadora. Gracias a Dios, podéis contar con el compromiso de muchos buenos católicos, en diversas actividades eclesiales. Vuestra cercanía y solicitud los ayudará a llevar adelante las responsabilidades que, según la enseñanza del Concilio Vaticano II, están llamados a asumir en el campo cultural, social y político, y también caritativo y catequístico. A vosotros se os confía la tarea de vigilar y estimular para que, tanto a nivel diocesano y parroquial como en las asociaciones y los movimientos eclesiales, estos puedan formar sus conciencias y profundizar su sentido de la Iglesia, en particular, el conocimiento de su doctrina social. Los fieles laicos son el enlace vivo entre lo que nosotros pastores anunciamos y los diversos ambientes sociales. ¡Que sientan siempre cerca el corazón de la Iglesia!
Al mismo tiempo, tanto ellos como vosotros estáis en contacto diario con las otras tradiciones cristianas presentes en vuestro territorio, y juntos podéis sostener el diálogo ecuménico, tan necesario hoy, incluso con vistas a la paz social, a veces sacudida por diferencias étnicas y lingüísticas.
También deseo compartir con vosotros la firme voluntad de promover la familia como don de Dios para la realización del hombre y la mujer, creados a su imagen, y como «célula básica de la sociedad», «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 66). Al contrario, debemos constatar que hoy el matrimonio se considera a menudo una forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier modo y modificarse según la sensibilidad de cada uno (cf. ibídem). Por desgracia, esta concepción reductiva también influye en la mentalidad de los cristianos, facilitando el recurso al divorcio o a la separación de hecho. Nosotros, pastores, estamos llamados a preguntarnos sobre la preparación para el matrimonio de los jóvenes novios y también sobre cómo ayudar a cuantos viven estas situaciones, para que los hijos no se conviertan en sus primeras víctimas y los cónyuges no se sientan excluidos de la misericordia de Dios y de la solicitud de la Iglesia, sino que se les ayude en el camino de la fe y de la educación cristiana de los hijos.
Por desgracia, la crisis económica y social, que también ha afectado a vuestros países, ha favorecido la emigración, de modo que a menudo en vuestras comunidades se encuentran tantas familias monoparentales, necesitadas de una atención pastoral especial. La ausencia del padre o de la madre en tantas familias comporta para el otro cónyuge una mayor fatiga, en todos los sentidos, respecto al crecimiento de los hijos. En verdad, para estas familias es valiosa vuestra atención y la caridad pastoral de vuestros sacerdotes, unida a la cercanía eficaz de las comunidades.
Queridos hermanos: En todo vuestro ministerio quiero que sintáis mi afecto y mi apoyo; como yo también me siento consolado por vuestra caridad fraterna, testimoniada por esta visita. Mientras os agradezco las oraciones que vosotros y vuestras comunidades eleváis al Señor por mí y por mi servicio a la Iglesia, os encomiendo a la intercesión materna de María santísima y a la protección de san Meinardo, y de corazón os bendigo a vosotros, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y todos los fieles laicos confiados a vuestro cuidado pastoral.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE PUERTO RICO EN VISITA "AD LIMINA""
 
Santa Marta
Lunes 8 de junio de 2015


Queridos hermanos en el Episcopado:
Me alegro de poder saludarlos con ocasión de la visita ad limina Apostolorum, peregrinación que deseo constituya una experiencia fecunda de comunión para cada uno de ustedes y para la Iglesia que peregrina en Puerto Rico. Agradezco a Monseñor Roberto Octavio González Nieves, Arzobispo de San Juan y Presidente de la Conferencia Episcopal, las palabras que me ha dirigido en nombre de todos.
En ese bello archipiélago caribeño se fundó una de las tres primeras diócesis que se establecieron en el continente americano. Desde entonces, su historia eclesiástica está entretejida por la fidelidad y la tenacidad de tantos pastores, religiosos, misioneros y laicos que, respondiendo a los tiempos y lugares, han sabido comunicar la alegría del anuncio de Cristo Salvador, en cuyo nombre se han creado tantas iniciativas en favor del bien común, en el campo litúrgico, social y educativo, que han marcado profundamente la vida pública y privada del pueblo puertorriqueño.
Ustedes, como pregoneros del Evangelio y custodios de la esperanza de su pueblo, están llamados a continuar escribiendo esa obra de Dios en sus Iglesias locales, animados por un espíritu de comunión eclesial, procurando que la fe crezca y la luz de la verdad brille también en nuestros días. La confianza mutua y la comunicación sincera entre ustedes permitirá al clero y a los fieles ver la auténtica unidad querida por Cristo. Además, ante la magnitud y la desproporción de los problemas, el Obispo necesita recurrir no sólo a la oración, sino también a la amistad y a la ayuda fraterna de sus hermanos en el episcopado. No gasten energías en divisiones y enfrentamientos, sino en construir y colaborar. Ya saben que, «cuanto más intensa es la comunión, tanto más se favorece la misión» (Pastores gregis, 22). Sepan tomar distancia de toda ideologización o tendencia política que les puede hacer perder tiempo y el verdadero ardor por el Reino de Dios. La Iglesia, por razón de su misión, no está ligada a sistema político alguno, para poder ser siempre «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana» (Gaudium et spes, 76).
El Obispo es modelo para sus sacerdotes y los anima a buscar siempre la renovación espiritual y a redescubrir la alegría de apacentar su grey dentro de la gran familia de la Iglesia. Les pido una actitud acogedora con ellos; que se sientan escuchados y guiados para que puedan crecer en comunión, santidad y sabiduría, y lleven a todos los misterios de la salvación. Ante el próximo Jubileo de la Misericordia, recuerden primero ustedes y luego los sacerdotes el servicio de ser fieles servidores del perdón de Dios, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, que permite experimentar en carne propia el amor de Dios y ofrecer a cada penitente la fuente de la verdadera paz interior (cf. Misericordiae vultus, 17).
Para tener buenos pastores, es necesario cuidar la pastoral vocacional, de manera que haya un numero adecuado de vocaciones, y especialmente los seminarios, que ofrezcan la debida formación a los candidatos. El seminario es la parcela que más solicitud pide al Obispo Pastor.
Facilitar a los fieles la vida sacramental y ofrecerles una adecuada formación permanente hace posible que también éstos puedan cumplir su propia misión. Los fieles boricuas, y en particular las asociaciones, los movimientos y las instituciones de educación, están llamados a colaborar generosamente para que se anuncie la Buena Nueva en todos los ambientes, incluso en los más hostiles y alejados de la Iglesia. Deseo de corazón que, animados por el ejemplo de insignes laicos como el beato Carlos Manuel Rodríguez Santiago, modelo de entrega y servicio apostólico, o el venerable maestro Rafael Cordero y Molina, sigan avanzando por el camino de una gozosa adhesión al Evangelio, profundizando en la Doctrina Social de la Iglesia y participando lúcida y serenamente en los debates públicos que atañen a la sociedad en la que viven.
Entre las iniciativas que es necesario consolidar cada vez más está la pastoral familiar, ante los graves problemas sociales que la aquejan: la difícil situación económica, la emigración, la violencia doméstica, la desocupación, el narcotráfico, la corrupción. Son realidades que generan preocupación. Permítanme llamar su atención sobre el valor y la belleza del matrimonio. La complementariedad del hombre y la mujer, vértice de la creación divina, está siendo cuestionada por la llamada ideología de género, en nombre de una sociedad más libre y más justa. Las diferencias entre hombre y mujer no son para la contraposición o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a «imagen y semejanza» de Dios. Sin la mutua entrega, ninguno de los dos puede siquiera comprenderse en profundidad (cf. Audiencia general, 15 abril 2015). El sacramento del matrimonio es signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su Esposa, la Iglesia. Cuiden este tesoro, uno de los «más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños» (Aparecida, 433).
Finalmente, entre los mayores retos actuales para el trabajo apostólico se encuentra la implementación del Plan Pastoral de Conjunto en las diócesis, mediante programas elaborados para anunciar a Cristo y responder a las inquietudes de la sociedad y del Pueblo de Dios hoy, en los que debe estar siempre presente la dimensión misionera hasta las últimas periferias existenciales.
Les aseguro mi oración, también por los sacerdotes, consagrados y por todos los fieles laicos de esa amada tierra borinqueña. Lleven a todos, por favor, el saludo del Papa. Velen con celo y paciencia por la porción de la viña del Señor que les ha sido encomendada, y vayan adelante todos juntos. Encomiendo la obra de la evangelización en Puerto Rico a la Santísima Virgen María y, pidiéndoles que no se olviden de rezar por mí, les imparto con afecto la Bendición Apostólica.
Vaticano, 8 de junio de 2015

 
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A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS
 

Sala Clementina
Viernes 5 de junio de 2015


Queridos hermanos y hermanas:
Con agrado me encuentro con todos vosotros, que estáis comprometidos en las Obras misionales pontificias, al servicio de la Iglesia para hacer realidad el mandato misionero de evangelizar a todos los pueblos hasta los confines de la tierra. Agradezco al cardenal Filoni sus amables palabras.
La humanidad tiene tanta necesidad del Evangelio, fuente de alegría, esperanza y paz. Tiene prioridad la misión evangelizadora, porque la actividad misionera es aún hoy el máximo desafío para la Iglesia. Y «¡cómo quisiera encontrar —también para vosotros— las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 261).
El anuncio del Evangelio es la primera y constante preocupación de la Iglesia, es su compromiso esencial, su mayor desafío y la fuente de su renovación. El beato Pablo vi añadió: «Es su vocación». En efecto, de la misión evangelizadora, de su intensidad y eficacia deriva también la verdadera renovación de la Iglesia, de sus estructuras y de su actividad pastoral. Sin la inquietud y el anhelo de evangelización no es posible desarrollar una pastoral creíble y eficaz, que una anuncio y promoción humana. «La salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Evangelii gaudium, 15).
A vosotros, miembros de la Congregación para la evangelización de los pueblos y directores nacionales de las Obras misionales pontificias, por vocación y por ministerio os corresponde una tarea exigente y privilegiada: vuestra mirada y vuestro interés se ensanchan hacia los amplios y universales horizontes de la humanidad, hacia sus fronteras geográficas y, sobre todo, humanas. Con estima y efecto acompañáis la vida de las Iglesias jóvenes esparcidas por el mundo, y animáis al pueblo de Dios para que viva plenamente la misión universal. Conocéis las maravillas que mediante estas Iglesias, a menudo pobres de recursos, el Espíritu Santo está obrando en la humanidad, incluso a través de las dificultades y las persecuciones que sufren por su fidelidad y testimonio de la palabra de Dios y por su defensa del hombre. En aquellas periferias humanas la Iglesia está llamada a salir a los caminos e ir al encuentro de tantos hermanos y hermanas nuestros que viven sin la fuerza, la luz y el consuelo de Jesucristo, sin una comunidad de fe que los acoja, sin un horizonte de sentido y de vida (cf. Evangelii gaudium, 49).
La Congregación para la evangelización de los pueblos y las Obras misionales pontificias son, pues, protagonistas de una renovada evangelización, dirigida a todos y, en particular, a los pobres, a los últimos y a los marginados (cf. ibíd, n. 198).
Las Obras misionales pontificias, por el carisma que las caracteriza, se muestran atentas y sensibles a las necesidades de los territorios de misión y, en particular, a los grupos humanos más pobres. Son instrumentos de comunión entre las Iglesias, favoreciendo y realizando una participación de personas y recursos económicos. Están comprometidas en sostener a seminaristas, presbíteros y religiosas de las jóvenes Iglesias de los territorios de misión en los colegios pontificios. Ante una tarea tan hermosa e importante que está delante de nosotros, la fe y el amor de Cristo tienen la capacidad de impulsarnos por doquier para anunciar el evangelio del amor, de la fraternidad y la justicia. Y esto se hace con la oración, con la valentía evangélica y el testimonio de las bienaventuranzas. Por favor, estad atentos para no caer en la tentación de convertiros en una ONG, una oficina de distribución de ayudas ordinarias y extraordinarias. El dinero ayuda —¡lo sabemos!—, pero también puede convertirse en la ruina de la misión. El funcionalismo, cuando se pone en el centro u ocupa un espacio grande, casi como si fuera la cosa más importante, os llevará a la ruina; porque el primer modo de morir es el de dar por descontadas las «fuentes», es decir, Quién mueve la misión. Por favor, con tantos planes y programas no dejéis a Jesucristo fuera de la Obra misional, que es su obra. Una Iglesia que se reduce al eficientismo de los aparatos de partido ya está muerta, aunque las estructuras y los programas en favor de los clérigos y laicos «auto-ocupados» pudieran durar incluso siglos.
No es posible una verdadera evangelización sino con la energía santificadora del Espíritu Santo, el único capaz de renovar, sacudir, dar impulso a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos (cf. ibíd, n. 261).
Que la Virgen María, Estrella de la evangelización, nos obtenga siempre la pasión por el reino de Dios, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia esté privada de su luz. Os bendigo con afecto a todos. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Podemos rezar juntos el Ángelus.
 


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