




Texto de las palabras y del discurso del Santo Padre:
ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE BANGLADESH
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Casa para Sacerdotes ancianos (Dhaka)
Vienes, 1° de diciembre de 2017
Buenas tardes,
Les agradezco a todos los que están aquí presentes, líderes
cristianos, laicos que trabajan en la dedicación del reino de Dios.
Simplemente me dijeron que tengo que hacer un saludo y me viene una
palabra para compartirla con ustedes. El Apóstol Pablo decía que dentro
de sí sentía: «¡Ay de mí si no evangelizo!».
Nosotros queremos que se viva el Evangelio como una gracia, como un
tesoro, y lo recibimos gratuitamente. Tenemos que pedir al Señor que nos
dé la gracia de sentir eso mismo que sentía Pablo. Sentir ese fuego,
esa ansia en el corazón para evangelizar. No se trata de hacer
proselitismo, no. La Iglesia, Reino de Dios, no crece con proselitismo,
crece con el testimonio. Se trata de mostrar con la palabra y la vida el
tesoro que se nos regaló. Y eso es evangelizar. Yo vivo así, vivo esta
palabra, y que los otros vean; pero no es hacer proselitismo.
Les agradezco lo que ustedes hacen, les agradezco el compromiso, les agradezco que muestren el regalo que Dios nos dio.
Y me atrevo a pedirles un favor: custodien el tesoro que Dios nos
regaló en el Evangelio, y la mejor manera de custodiarlo es la gracia de
Dios, por eso les pido que oren mucho, recen mucho para que venga esa
gracia y les cuide el tesoro.
Y sigamos adelante caminando haciendo ver este tesoro que nos regaló
Dios gratuitamente y que debemos ofrecer a los demás gratuitamente. Y
ahora como hermanos todos juntos, pidamos esta gracia los unos por los
otros, rezando la oración que Jesús nos enseñó.
[Padre nuestro]
Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre
ustedes y les muestre su gracia. Les descubra su rostro y les conceda la
gracia. Amén.
No os olvidéis de rezar por mí.
Señor Cardenal,
queridos hermanos en el episcopado:
queridos hermanos en el episcopado:
¡Qué bueno es para nosotros estar juntos! Agradezco al cardenal
Patrick [D'Rozario] sus palabras introductorias, con las que ha
presentado las múltiples actividades espirituales y pastorales de la
Iglesia en Bangladesh. He apreciado particularmente su referencia al
previsor Plan Pastoral de 1985, que pone de manifiesto los principios y
las prioridades evangélicas que han guiado la vida y la misión de la
comunidad eclesial en esta joven nación. Mi propia experiencia en
Aparecida, que lanzó la misión continental en América Latina, me ha
convencido de la fecundidad de tales planes, que implican a todo el
Pueblo de Dios en un proceso continuo de discernimiento y de acción.
También me gusta la duración de este plan de pastoral, porque una de
las enfermedades de los planes pastorales es que mueren jóvenes. Pero
este está vivo desde 1985. ¡Felicidades! Se ve que fue bien hecho, que
refleja la realidad del país y las necesidades pastorales; y refleja
también la perseverancia de los obispos.
La realidad de la comunión estaba en el centro del Plan
Pastoral, y sigue inspirando el celo misionero que distingue a la
Iglesia en Bangladesh. Vuestro mismo ministerio episcopal ha estado
tradicionalmente marcado por un espíritu de colegialidad y apoyo mutuo. Y
esto es grande. Este espíritu de afecto y colegialidad lo comparten
también vuestros sacerdotes y, a través de ellos, se ha extendido a las
parroquias, las comunidades y los múltiples apostolados de vuestras
Iglesias locales. Se manifiesta en la seriedad con la que os dedicáis en
vuestras diócesis a las visitas pastorales y os preocupáis por el bien
concreto de vuestra gente. Os pido que perseveréis en este ministerio de presencia.
Deseo indicar qué es lo que significa: no es sólo hacerse ver —uno
puede hacerse ver a través de la televisión—; sino que es una presencia
como la de Dios en nosotros, que se ha hecho cercanía, que se ha hecho
proximidad en la Encarnación del Verbo, en la condescendencia, la
condescendencia del Padre que ha enviado a su Hijo para hacerse uno de
nosotros. Y me gusta cómo vosotros habéis acuñado esta palabra:
«ministerio de presencia». El Obispo es uno que está presente, que es
cercano y es próximo. Siempre. Repito: perseverar en este ministerio de
presencia, que es fundamental para fortalecer los vínculos de comunión
que os unen a vuestros sacerdotes, que son vuestros hermanos, hijos y
colaboradores en la viña del Señor, y a los religiosos y religiosas que
contribuyen decisivamente a la vida católica en este país.
Una palabra quisiera destacar sobre los religiosos. Estamos
acostumbrados a decir: sí, hay dos caminos de santificación en la
Iglesia: la vía presbiteral y la vía laical. Pero las hermanas, ¿qué
son? ¿Laicas? No. Por favor, hay que hacer madurar la idea de que hay
una tercera vía de santificación: la vía de la vida consagrada. Que no
es un adjetivo: «Este es un laico, esta una laica consagrada»; es un
sustantivo: «Este es un consagrado, esta es una consagrada». Como
decimos «este es un laico o laica» y «este es un sacerdote». Esto es
importante.
Al mismo tiempo, os pediría que mostréis una cercanía pastoral cada
vez mayor hacia los fieles laicos. Ellos deben crecer. Es necesario
promover su participación efectiva en la vida de vuestras Iglesias
particulares, a través de las estructuras canónicas que permiten
escuchar sus voces y apreciar sus experiencias. Reconoced y valorad los
carismas de los laicos y laicas, y animadlos a poner sus dones al
servicio de la Iglesia y de la sociedad en su conjunto. Pienso en los
numerosos y entregados catequistas de este país —los catequistas son los
pilares de la evangelización—, cuyo apostolado es esencial para el
crecimiento de la fe y para la formación cristiana de las nuevas
generaciones. Son verdaderos misioneros y guías de oración,
especialmente en las zonas más remotas. Estad atentos a sus necesidades
espirituales y a su constante educación en la fe. Los catequistas, pero
también los laicos que nos ayudan y están cerca de nosotros, los
consejeros: los consejeros pastorales, los consejeros en los asuntos
económicos. En una reunión que tuve hace seis meses, oí decir que quizás
un poco más de la mitad de las diócesis —la mitad o un poco más—, tiene
los dos consejos que el Derecho Canónico nos pide tener: el pastoral y
el de los asuntos económicos. ¿Y la otra mitad? Esto no puede ser. No es
sólo una ley, no es sólo una ayuda, sino que es un espacio para los
laicos.
En estos meses de preparación para la próxima asamblea del Sínodo de
los Obispos, estamos todos invitados a pensar cuál es la mejor manera de
hacer que nuestros jóvenes compartan la alegría, la verdad y la belleza
de nuestra fe. Bangladesh ha sido bendecido con vocaciones al
sacerdocio —hoy lo hemos visto— y a la vida religiosa; es importante
asegurar que los candidatos estén bien formados para comunicar a los
demás, y en particular a sus propios contemporáneos, la riqueza de la
fe. En un espíritu de comunión que une a las generaciones, ayudadlos a
llevar adelante con alegría y entusiasmo el trabajo que otros han
comenzado, sabiendo que algún día a ellos mismos les tocará, a su vez,
transmitirlo. Esa actitud interior de recibir la herencia, hacerla
crecer y transmitirla: este es el espíritu apostólico de un presbiterio.
Que los jóvenes sepan que el mundo no comienza con ellos, que ellos
deben buscar las raíces, deben buscar las raíces históricas, religiosas…
Se necesita hacer crecer esas raíces y transmitir los frutos. Enseñad a
los jóvenes a no ser desarraigados; enseñadles a hablar con los
ancianos. Cuando he entrado aquí [en el Arzobispado] estaban los
seminaristas menores. Tenía que haberles hecho dos preguntas, como de
pasada, pero les he hecho sólo una, la primera, la más natural: «¿Jugáis
al fútbol?». Todos han contestado: «Sí». La segunda era: «¿Vais a
visitar a los abuelos, a los sacerdotes ancianos para escuchar las
historias de su vida, de su apostolado?». Los formadores del seminario
deben educar a los jóvenes seminaristas a escuchar a los sacerdotes
ancianos: allí están las raíces, allí está la sabiduría de la Iglesia.
Una valiosa acción social de la Iglesia en Bangladesh está dirigida a
la asistencia de las familias y, de manera específica, al compromiso
por la promoción de la mujer. Las personas de este país se distinguen
por su amor a la familia, su sentido de la hospitalidad, el respeto que
muestran hacia los padres y abuelos, y la atención que le dan a los
ancianos, los enfermos y los desamparados. Estos valores son confirmados
y elevados por el Evangelio de Jesucristo. Una palabra especial de
gratitud merecen todos los que trabajan silenciosamente para apoyar a
las familias cristianas en su misión de dar cada día testimonio del amor
reconciliador del Señor y de dar a conocer su poder redentor. Como
señala la Exhortación Post-sinodal Ecclesia in Asia,
la familia «no es simplemente objeto del cuidado pastoral de la
Iglesia, sino también uno de los agentes más eficaces de evangelización»
(n. 46).
Un objetivo significativo que el Plan Pastoral ha señalado, y que de hecho ha demostrado ser profético, es la opción por los pobres.
La comunidad católica en Bangladesh puede estar orgullosa de su
historia de servicio a los pobres, especialmente en las zonas más
remotas y en las comunidades tribales. Lleva adelante este servicio
cotidianamente a través de sus apostolados de educación, de sus
hospitales, clínicas y centros de salud, y de sus múltiples obras de
caridad. Sin embargo, especialmente a la luz de la actual crisis de
refugiados, vemos lo mucho que queda aún por hacer. La inspiración para
sus obras de asistencia a los necesitados debe ser siempre esa caridad
pastoral que sabe reconocer en seguida las heridas humanas y que
responde con generosidad a cada uno personalmente. Al trabajar para
crear una «cultura de la misericordia» (cf. Misericordia et Misera,
20). En este trabajo, vuestras Iglesias locales demuestran su opción
por los pobres, refuerzan la proclamación de la infinita misericordia
del Padre y contribuyen en gran medida al desarrollo integral de su
patria.
Un momento importante de mi visita pastoral a Bangladesh es el
encuentro interreligioso y ecuménico que tendrá lugar inmediatamente
después de nuestra reunión. En vuestra nación la diversidad étnica se
refleja en una variedad de tradiciones religiosas. El compromiso de la
Iglesia de llevar adelante la comprensión interreligiosa a través de
seminarios y programas educativos, así como por medio de contactos
personales e invitaciones, contribuye a la difusión de la buena voluntad
y la armonía. Trabajad tenazmente en construir puentes y en fomentar el
diálogo, ya que estos esfuerzos no sólo facilitan la comunicación entre
los diferentes grupos religiosos, sino que también despiertan las
energías espirituales necesarias para la construcción de una nación
unida, justa y en paz. Cuando los líderes religiosos se pronuncian con
una sola voz contra la violencia, que pretende hacerse pasar por
religión, y tratan de reemplazar la cultura del conflicto con la cultura
del encuentro, acuden a las raíces espirituales más profundas de sus
diversas tradiciones. También brindan un servicio inestimable al futuro
de sus países y de nuestro mundo al educar a los jóvenes en el camino de
la justicia: «Es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas
generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con
el paciente crecimiento del bien» (Discurso en la Conferencia Internacional para la Paz, Al-Azhar, El Cairo, 28 abril 2017).
Queridos hermanos obispos, agradezco al Señor estos momentos de
conversación y de intercambio fraterno. También me siento contento de
que este Viaje Apostólico, que me ha traído a Bangladesh, me haya
permitido ser testigo de la vitalidad y el fervor misionero de la
Iglesia en esta nación. Ofrecemos al Señor las alegrías y las
dificultades de vuestras comunidades locales, y juntos le pedimos una
nueva efusión del Espíritu Santo, que nos dé «la fuerza para anunciar la
novedad del Evangelio con audacia (parresía), a alta voz y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente» (Evangelii Gaudium,
259). Que los sacerdotes, religiosos, consagrados y consagradas, y los
fieles confiados a vuestro cuidado pastoral, encuentren siempre una
renovada energía en sus esfuerzos para ser «evangelizadores que anuncien
la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que
se ha transfigurado en la presencia de Dios» (ibíd.). Os imparto a todos, con gran afecto, mi Bendición, y os pido, por favor, de rezar por mí.
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