Texto de la Homilía del Santo Padre traducida del original italiano por http://catolicidad.blogspot.mx:
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 31 de diciembre de 2017
Domingo 31 de diciembre de 2017
«Nacido de mujer» (v. 4). La primera en experimentar esta sensación de la plenitud donada de la presencia de Jesus ha sido la propio «mujer» de la cual Él ha «nacido». La Madre del Hijo encarnado, Madre de Dios. A través de ella, por así decir, ha surgido la plenitud del tiempo: a través de su corazón humilde y lleno de fe, a través de su carne toda impregnada de Espírito Santo.
De ella la Iglesia ha heredado y continuamente heredará esta percepción interior de la plenitud, que alimenta un sentido de gratitud, como única respuesta humana digna del don inmenso de Dios. Una gratitud conmovedora, que, partiendo de la contemplación de aquel Niño envuelto en pañales y depositado en un pesebre, se extiende a todo y a todos, al mundo entero. Es una “gracia” que refleja la Gracia; no viene de nosotros, sino de Él; no viene del ego, sino de Dios, e involucra el ego y el nosotros.
En esta atmósfera creada del Espíritu Santo, elevamos a Dios la acción de grancias por el año que llega a su fin, reconociendo que todo el bien son dones suyos.
También este tiempo del año 2017, que Dios se había dado íntegro y sano, nosostros humanos de muchas formas le hemos escupido y herido con obras de muerte, con mentiras e injusticias. Las guerras son el signo flagrante de este orgulla reincidente y absurdo. Pero lo son también todas las pequeñas y grandes ofensas a la vida, a la verdad, a la fraternidad, que causas múltiples formas de degrado humano, social y ambiental. De todo queremos y debemos asumir, frente a Dios, a los hermanos y a la creación, nuestra responsabilidad.
Pero esta noche prevalece la gracia de Jesús y su reflejo en María. Y prevalece por lo tanto la gratitud, que, como Obispo de Roma, siento en el alma pensando en la gente que vive con el corazón abierto en esta ciudad.
Tengo un sentimiento de simpatía y degratitud por todas aquellas personas que cada día contribuyen con logni giorno contribuiscono con pequeños pero preciosos gestos concretos al bien de Roma: intentan cumplir mejor su deber, se mueven en el tráfico con criterio y prudencia, respetan los lugares públicos y señalan las cosas incorrectas, están atentos a las personas ancianas o en dificultad, y así sucesivamente. Estos y otros miles de comportamientos expresan concretamente el amor por la ciudad. Sin discursos, sin publicidad, pero con un estilo de educación cívica practicada en la cotidianidad. Es así como cooperan silenciosamente al bien común.
Igualmente siento en mí una gran estima por los padres, los maestros y todos los educadores que, con este mismo estilo, intentan formar a niños y jóvenes con sentido cívico, a una ética de la responsabilidad, educándoles a sentirse parte, a preocuparse, a interesarse por la realidad que los rodea.
Estas personas, aunque no son noticia, son la mayor parte de la gente que vive en Roma. Y entre ellos muchos se encuentran en condiciones de dificultades económicas; sin embargo no lloran, ni albergan resentimientos y rencores, sino que se esfuerzan por hacer cada día su parte para mejorar un poco las cosas.
Hoy, en la acción de gracias a Dios, los invito a expresar también un reconocimiento por todos estos artesanos del bien común, que aman a su ciudad no con palabras sino con hechos.
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