jueves, 2 de julio de 2015

FRANCISCO: Visita Pastoral a Turín (Junio 21 y 22 de 2015)



ENCUENTRO CON EL MUNDO DEL TRABAJO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Plaza Real
Domingo 21 de junio de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os saludo a todos vosotros, trabajadores, empresarios, autoridades, jóvenes y familias presentes en este encuentro, y doy las gracias por vuestras intervenciones, de donde brota el sentido de responsabilidad ante los problemas causados por la crisis económica, y por testimoniar que la fe en el Señor y la unidad de la familia os son de gran ayuda y apoyo.
Mi visita a Turín inicia con vosotros. Y ante todo expreso mi cercanía a los jóvenes desempleados, a las personas con subsidios de ayuda o precarios; pero también a los empresarios, a los artesanos y a todos los trabajadores de los diversos sectores, sobre todo a los que tienen mayor dificultad en seguir adelante.
El trabajo no sólo es necesario para la economía, sino para la persona humana, para su dignidad, para su ciudadanía y también para la inclusión social. Turín es históricamente un polo de atracción laboral, pero hoy se resiente fuertemente la crisis: falta el trabajo, aumentaron las desigualdades económicas y sociales, muchas personas se han empobrecido y tienen problemas con la casa, la salud, la instrucción y otros bienes de primera necesidad. La inmigración aumenta la competición, pero no hay que culpar a los inmigrantes, porque ellos son víctimas de la iniquidad, de esta economía que descarta y de las guerras. Uno llora al ver el espectáculo de estos días, donde los seres humanos son tratados como mercancía.
En esta situación estamos llamados a reafirmar el «no» a una economía del descarte, que pide resignarse a la exclusión de quienes viven en pobreza absoluta. En Turín cerca de una décima parte de la población. Se excluyen a los niños (natalidad cero), se excluyen a los ancianos, y ahora se excluyen a los jóvenes (más del 40 por ciento de jóvenes desempleados). Lo que no produce se excluye a manera de «usa y tira».
Estamos llamados a reafirmar el «no» a la idolatría del dinero que empuja a entrar a toda costa en el número de los pocos que, a pesar de la crisis, se enriquecen sin preocuparse de los muchos que se empobrecen, algunas veces hasta llegar al hambre.
Estamos llamados a decir «no» a la corrupción, muy difundida que parece ser una actitud, un comportamiento normal. Pero no con palabras, con hechos. «No» a las colusiones mafiosas, a las estafas, a los sobornos, y cosas del estilo.
Y sólo así, uniendo las fuerzas, podemos decir «no» a la iniquidad que genera violencia. Don Bosco nos enseña que el mejor método es el preventivo: también el conflicto social tiene que prevenirse, y esto se hace con la justicia.
En esta situación, que no es sólo turinés, italiana, es global y compleja, no se puede sólo esperar la «reanudación» —«esperamos la reanudación...»—. El trabajo es fundamental —lo declara desde el inicio la Constitución italiana— y es necesario que toda la sociedad, con todos sus componentes, colabore para que haya para todos y sea un trabajo digno del hombre y la mujer. Esto requiere un modelo económico que no se organice en función del capital y la producción sino más bien en función del bien común. Y, respecto a las mujeres, —de ello ha hablado usted [la trabajadora que intervino]—, sus derechos tienen que ser tutelados con fuerza, porque las mujeres, que incluso llevan el mayor peso en el cuidado de la casa, de los hijos y los ancianos, son aún discriminadas, también en el trabajo.
Es un desafío muy comprometedor que hay que afrontar con solidaridad y visión amplia; y Turín está llamada a ser una vez más protagonista de una nueva etapa de desarrollo económico y social, con su tradición de fabricación y artesanía —pensemos, en el relato bíblico, donde Dios fue precisamente el artesano... Vosotros estáis llamados a esto: fabricación y artesanía— y al mismo tiempo con la investigación y la innovación.
Por eso es necesario invertir con valentía en la formación, buscando cambiar la tendencia que vio disminuir en los últimos tiempos el nivel medio de instrucción, y a muchos jóvenes abandonar la escuela. Usted [siempre la trabajadora] iba por la tarde a la escuela para poder seguir adelante...
Hoy quisiera unir mi voz a la de muchos trabajadores y empresarios pidiendo que se lleve a cabo también un «pacto social y generacional», como ha indicado la experiencia del «Ágora», que estáis realizando en el territorio de la diócesis. Poner a disposición datos y recursos, con la perspectiva de «construir juntos», es condición preliminar para superar la difícil situación actual y construir una identidad nueva y adecuada a los tiempos y a las exigencias del territorio. Ha llegado el tiempo de reactivar una solidaridad entre las generaciones, recuperar la confianza entre jóvenes y adultos. Esto implica también abrir posibilidades concretas de crédito para iniciativas nuevas, poner en marcha una orientación y acompañamiento constante en el trabajo, sostener el aprendizaje y la conexión entre las empresas, la escuela profesional y la universidad.
Me ha complacido mucho que vosotros tres habéis hablado de la familia, los hijos y los abuelos. ¡No os olvidéis de esta riqueza! Los hijos son la promesa que hay que llevar adelante: este trabajo que habéis indicado, que habéis recibido de vuestros antepasados. Y los ancianos son la riqueza de la memoria. Una crisis no puede superarse, no podemos salir de la crisis sin los jóvenes, los chicos, los hijos y los abuelos. Fuerza para el futuro, memoria del pasado que nos indica dónde se debe ir. No descuidar esto, por favor. Los hijos y los abuelos son la riqueza y la promesa de un pueblo.
En Turín y en su territorio existen todavía importantes potencialidades que hay que invertir para la creación de trabajo, la asistencia es necesaria pero no basta, se requiere promoción, que vuelva a generar confianza en el futuro.
Estas son algunas cosas principales que quería deciros. Añado una palabra que no quisiera que fuese retórica, por favor: ¡valentía! No significa: paciencia, resignarse. No, no, no significa esto. Sino al contrario, significa: atreveos, sed valientes, id adelante, sed creativos, sed «artesanos» todos los días, artesanos del futuro. Con la fuerza de la esperanza que nos da el Señor y nunca defrauda. Pero que tiene necesidad también de nuestro trabajo. Por eso ruego y os acompaño con todo mi corazón. Que el Señor os bendiga a todos y que la Virgen os proteja. Y, por favor, os pido que recéis por mí. Gracias.


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CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA


HOMILÍA DEL SANTO PADRE


Plaza Vittorio
Domingo 21 de junio de 2015


En la oración colecta hemos rezado: «Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor». Y las lecturas que hemos escuchado nos muestran cómo es este amor de Dios hacia nosotros: es un amor fiel, un amor que recrea todo, un amor estable y seguro.
El Salmo nos ha invitado a dar gracias al Señor «porque es eterna su misericordia». Este es el amor fiel, la fidelidad: es un amor que no defrauda, jamás disminuye. Jesús encarna este amor, es su Testigo. Él nunca se cansa de amarnos, de soportarnos, de perdonarnos, y así, nos acompaña en el camino de la vida, según la promesa que hizo a sus discípulos: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20). Por amor se hizo hombre, por amor murió y resucitó, y por amor está siempre a nuestro lado, en los momentos bellos y difíciles. Jesús nos ama siempre, hasta el final, sin límites y sin medida. Y nos ama a todos, hasta el punto que cada uno de nosotros puede decir: «Ha dado su vida por mí». ¡Por mí! La fidelidad de Jesús no se rinde ni siquiera ante nuestra infidelidad. Nos lo recuerda san Pablo: «Si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2, 13). Jesús permanece fiel, incluso cuando nos hemos equivocado, y nos espera para perdonarnos: Él es el rostro del Padre misericordioso. Este es el amor fiel.
El segundo aspecto: el amor de Dios re-crea todo, es decir, hace nuevas todas las cosas, como nos ha recordado la segunda Lectura. Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede renovarnos profundamente, que puede re-crearnos. La salvación puede entrar en el corazón cuando nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestros errores, nuestros pecados; entonces hacemos experiencia, esa hermosa experiencia de Aquél que vino no por los sanos, sino por los enfermos, no por los justos, sino por los pecadores (cf. Mt 9, 12-13); experimentamos su paciencia —¡tiene mucha!— su ternura, su voluntad de salvar a todos. ¿Y cuál es el signo? El signo de que somos «nuevos» y que fuimos transformados por el amor de Dios es reconocerse despojado de las vestiduras gastadas y viejas de los rencores y las enemistades para vestir la túnica limpia de la mansedumbre, la benevolencia, el servicio a los demás y la paz del corazón, propia de los hijos de Dios. El espíritu del mundo está siempre en busca de novedades, pero solamente la fidelidad de Jesús es capaz de la auténtica novedad, de hacernos hombres nuevos, de re-crearnos.
Por último, el amor de Dios es estable y seguro, como los escollos rocosos que protegen de la violencia de las olas. Jesús lo manifiesta en el milagro narrado por el Evangelio, cuando aplaca la tempestad, ordenando al viento y al mar (cf. Mc 4, 41). Los discípulos tienen miedo porque se dan cuenta que no pueden, pero Él abre sus corazones a la valentía de la fe. Ante el hombre que grita: «No puedo más», el Señor sale su encuentro, le ofrece la roca de su amor, al cual cada uno puede aferrarse seguro de que no caerá. ¡Cuántas veces sentimos que no podemos más! Pero Él está a nuestro lado con la mano y el corazón abierto.
Queridos hermanos y hermanas turineses y piamonteses, nuestros antepasados sabían bien lo que significaba ser «roca», lo que significa «firmeza». De ello un famoso poeta nuestro da un hermoso testimonio:
«Rectos y sinceros, aparentan lo que son: / cabezas cuadradas, pulsos firmes e hígado sano, / hablan poco, pero saben lo que dicen, / aunque caminan lento, van lejos. / Gente que no ahorra tiempo y sudor / —raza nuestra libre y pertinaz—. / Todo el mundo conoce quiénes son / y, cuando pasan… todo el mundo los mira».
Podemos preguntarnos si hoy estamos firmes en esta roca que es el amor de Dios. Cómo vivimos el amor fiel de Dios hacia nosotros. Existe siempre el riesgo de olvidar ese amor grande que el Señor nos ha mostrado. También nosotros, cristianos, corremos el riesgo de dejarnos paralizar por los miedos del futuro y buscar seguridades en cosas que pasan, o en un modelo de sociedad cerrada que busca excluir más que incluir. En esta tierra crecieron muchos santos y beatos que acogieron el amor de Dios y lo difundieron en el mundo, santos libres y pertinaces. Tras las huellas de estos testigos, también nosotros podemos vivir la alegría del Evangelio practicando la misericordia; podemos compartir las dificultades de mucha gente, de las familias, especialmente las más frágiles y marcadas por la crisis económica. Las familias tienen necesidad de sentir la caricia maternal de la Iglesia para seguir adelante en la vida conyugal, en la educación de los hijos, en el cuidado de los ancianos y también en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones.
¿Creemos que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos transforma? ¿Cómo vivimos el amor firme del Señor, que se sitúa como una barrera segura contra las olas del orgullo y las falsas novedades? Que el Espíritu Santo nos ayude a ser siempre conscientes de este amor «rocoso» que nos hace estables y fuertes en los pequeños o grandes sufrimientos, nos hace capaces de no cerrarnos ante la dificultad, de afrontar la vida con valentía y mirar al futuro con esperanza. Como entonces en el lago de Galilea, también hoy en el mar de nuestra existencia Jesús es Aquél que vence las fuerzas del mal y las amenazas de la desesperación. La paz que Él nos da es para todos; también para muchos hermanos y hermanas que huyen de guerras y persecuciones en busca de paz y libertad.
Queridísimos, ayer festejasteis a la bienaventurada Virgen Consolata, de la Consolación, que «está ahí: pequeña y firme, sin ostentación: como una buena madre». Encomendamos a nuestra madre el camino eclesial y civil de esta tierra: Que ella nos ayude a seguir al Señor para ser fieles, para dejarnos renovar todos los días y permanecer firmes en el amor. Así sea.


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ÁNGELUS


Piazza Vittorio
Domingo 21 de junio de 2015


Al final de esta celebración, nuestro pensamiento se dirige a la Virgen María, madre amorosa y atenta con todos sus hijos, que Jesús le ha confiado desde la cruz, mientras se ofrecía a Sí mismo en el gesto de amor más grande. Icono de este amor es la Sábana Santa, que también esta vez ha atraído a mucha gente aquí a Turín. La Sábana Santa atrae hacia el rostro y el cuerpo martirizado de Jesús y, al mismo tiempo, impulsa hacia el rostro de toda persona que sufre y que es injustamente perseguida. Nos impulsa en la misma dirección del don de amor de Jesús. «El amor de Cristo nos apremia»: estas palabras de san Pablo eran el lema de san José Benito Cottolengo.
Recordando el ardor apostólico de muchos sacerdotes santos de esta tierra, desde Don Bosco, de quien recordamos el bicentenario de su nacimiento, os saludo con gratitud a vosotros, sacerdotes y religiosos. Vosotros os dedicáis con empeño al trabajo pastoral y sois cercanos a la gente y a sus problemas. Os animo a llevar adelante con alegría vuestro ministerio, centrándose siempre en lo que es esencial para el anuncio del Evangelio. Y mientras os agradezco a vosotros, hermanos obispos del Piamonte y del Valle de Aosta, vuestra presencia, os exhorto a estar junto a vuestros sacerdotes con afecto paternal y calurosa cercanía.
A la Virgen Santa le confío esta ciudad y su territorio, y a los que lo habitan, para que puedan vivir en la justicia, en la paz y en la fraternidad. De manera particular encomiendo a las familias, a los jóvenes, a los ancianos, a los presos y a todos los que sufren, con un recuerdo especial para los enfermos de leucemia hoy que se celebra el Día nacional contra la leucemia, el linfoma y el mieloma. Que María de la Consolación, reina de Turín y del Piamonte, fortalezca vuestra fe, asegure vuestra esperanza y fecunde vuestra caridad, para ser «sal y luz» de esta tierra bendita, de la que yo soy nieto.


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ENCUENTRO CON LOS SALESIANOS Y LAS HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Basílica de María Auxiliadora
Domingo 21 de junio de 2015

(Este es el discurso que entregó a los participantes en el encuentro en el atrio de la basílica de Santa María Auxiliadora.)

Queridos hermanos y hermanas:
En mi peregrinación dedicada a la veneración de Jesús crucificado en el signo de la Sábana Santa, he decidido venir a este lugar que representa el corazón de la vida y la obra de san Juan Bosco para celebrar con vosotros el segundo centenario de su nacimiento. Con vosotros doy gracias al Señor por haber dado a su Iglesia este santo, que junto con tantos otros santos y santas de esta región, constituyen un honor y una bendición para la Iglesia y la sociedad de Turín y del Piamonte, de Italia y de todo el mundo, en especial porque cuidó a los jóvenes pobres y marginados. Hoy no se puede hablar de don Bosco sin verlo rodeado por tantas personas: la familia salesiana que fundó, los educadores que se inspiran en él, y, naturalmente, tantos jóvenes, muchachos y muchachas, de todas las partes de la tierra que aclaman a don Bosco como «padre y maestro». De don Bosco se puede decir mucho. Pero hoy quiero remarcar solo tres rasgos: la confianza en la divina Providencia; la vocación de ser sacerdote de los jóvenes, especialmente de los más pobres; el servicio leal y operante a la Iglesia, en particular a la persona del Sucesor de Pedro.
Don Bosco cumplió su misión sacerdotal hasta su último suspiro, sostenido por una inquebrantable confianza en Dios y en su amor, por el que hizo grandes cosas. Esta relación de confianza con el Señor es también la esencia de la vida consagrada, para que el servicio al Evangelio y a los hermanos no sea permanecer prisioneros de nuestras visiones, de las realidades de este mundo que pasan, sino una continua superación de nosotros mismos, anclándonos en las realidades eternas y abismándonos en el Señor, nuestra fuerza y nuestra esperanza. Y esta será también nuestra fecundidad. Hoy podemos preguntarnos sobre esta fecundidad y —me permito decir— sobre la tan «buena» fecundidad salesiana. ¿Estamos a la altura?
El otro aspecto importante de la vida de don Bosco es el servicio a los jóvenes. Lo realizó con firmeza y constancia, en medio de obstáculos y fatigas, con la sensibilidad de un corazón generoso. «No dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud… Lo único que realmente le interesó fueron las almas» (Constituciones salesianas, n. 21). El carisma de don Bosco nos lleva a ser educadores de los jóvenes, realizando la pedagogía de la fe que se resume así: «Evangelizar educando y educar evangelizando» (Directorio general para la catequesis, 147). Evangelizar a los jóvenes, educar a tiempo completo a los jóvenes, empezando por los más frágiles y abandonados, proponiendo un estilo educativo basado en la razón, la religión y el afecto, apreciado universalmente como «sistema preventivo». La mansedumbre tan fuerte de don Bosco, que ciertamente había aprendido de mamá Margarita. Mansedumbre y ternura fuertes. Os animo a proseguir con generosidad y confianza las múltiples actividades en favor de las nuevas generaciones: oratorios, centros juveniles, institutos profesionales, escuelas y colegios. Pero sin olvidar a los que don Bosco llamaba «chicos de la calle»: estos tienen tanta necesidad de esperanza, de ser formados en la alegría de la vida cristiana.
Don Bosco siempre fue dócil y fiel a la Iglesia y al Papa, siguiendo sus sugerencias y sus indicaciones pastorales. Hoy la Iglesia se dirige a vosotros, hijos e hijas espirituales de este gran santo, y de modo concreto os invita a salir, a ir siempre de nuevo a encontrar a los muchachos y los jóvenes allí donde viven: en las periferias de las metrópolis, en las áreas de peligro físico y moral, en los contextos sociales donde faltan tantas cosas materiales, pero, sobre todo, falta el amor, la comprensión, la ternura, la esperanza. Ir a ellos con la desbordante paternidad de don Bosco. El oratorio de don Bosco nació del encuentro con los chicos de la calle y durante cierto tiempo fue itinerante entre los barrios de Turín. Anunciad a todos la misericordia de Jesús, haciendo «oratorio» en cada lugar, especialmente en los más intransitables; llevando en el corazón el estilo oratoriano de don Bosco y mirando a horizontes apostólicos cada vez más amplios. De la sólida raíz que plantó hace doscientos años en el terreno de la Iglesia y de la sociedad han surgido tantas ramas: treinta instituciones religiosas viven su carisma para compartir la misión de llevar el Evangelio hasta los confines de las periferias. El Señor ha bendecido también este servicio, suscitando entre vosotros, a lo largo de estos dos siglos, una gran multitud de personas a las que la Iglesia proclamó santos y beatos. Os aliento a proseguir por este camino, imitando la fe de cuantos os precedieron.
En esta basílica, tan querida por vosotros y por todo el pueblo de Dios, invoquemos a María Auxiliadora, para que bendiga a cada miembro de la familia salesiana; bendiga a los padres y educadores que entregan su vida para el crecimiento de los jóvenes; bendiga a cada joven que se encuentra en las obras de don Bosco, especialmente las dedicadas a los más pobres, para que, gracias a la juventud bien acogida y educada, la Iglesia y el mundo tengan la alegría de una nueva humanidad.
 

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ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS Y DISCAPACITADOS
DISCURSO DEL SANTO PADRE

Iglesia del Cottolengo
Domingo 21 de junio de 2015


Queridos hermanos y hermanas:
No podía venir a Turín sin detenerme en esta casa: la Pequeña Casa de la Divina Providencia, fundada hace casi dos siglos por san José Benito Cottolengo. Inspirado por el amor misericordioso de Dios Padre y confiando totalmente en su Providencia, acogió a los pobres, a los abandonados y enfermos que no podían ser alojados en los hospitales de aquella época.
La exclusión de los pobres y la dificultad de los indigentes a la hora de recibir la atención y los cuidados necesarios es una situación que lamentablemente todavía existe. Ha habido grandes avances en la medicina y la asistencia social, pero se ha extendido también una cultura del descarte, como resultado de una crisis antropológica que ya no pone a la persona en el centro, sino al consumo y a los intereses económicos (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52-53).
Entre las víctimas de esta cultura del descarte quisiera ahora recordar, en particular, a los ancianos... a muchos de los cuales acogéis en esta casa; los ancianos que son la memoria y la sabiduría de los pueblos. Su longevidad no siempre se considera un don de Dios, sino a veces, un peso difícil de soportar, especialmente cuando la salud está muy comprometida. Esta mentalidad no hace bien a la sociedad, y nuestra tarea es desarrollar los «anticuerpos» contra esta forma de considerar a los ancianos o a las personas con discapacidad, casi como si fueran vidas que no merecen la pena vivirse. Esto es pecado, un pecado social grave. ¡Con qué ternura, en cambio, el Cottolengo amó a estas personas! Aquí podemos aprender una mirada diferente sobre la vida y la persona humana.
Cottolengo meditó mucho el pasaje evangélico del juicio final de Jesús, en el capítulo 25 de san Mateo. Y no permaneció sordo a la llamada de Jesús que pide que le den de comer, de beber, que lo vistan y lo visiten. Impulsado por la caridad de Cristo dio inicio a una obra de caridad en la que la Palabra de Dios demostró toda su fecundidad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 233). De él podemos aprender lo concreto del amor evangélico, para que muchas personas pobres y enfermas puedan encontrar un «casa», vivir como en una familia, sentirse parte de una comunidad y no excluidos y soportados.
Queridos hermanos enfermos: Sois miembros preciosos de la Iglesia, sois la carne de Cristo crucificado que tenemos el honor de tocar y servir con amor. Con la gracia de Jesús podéis ser testigos y apóstoles de la divina misericordia que salva al mundo.
Mirando a Cristo crucificado, lleno de amor por nosotros, y también con la ayuda de los que os cuidan, encontráis la fuerza y el consuelo para llevar cada día vuestra cruz
La razón de ser de esta Pequeña Casa no es el asistencialismo, o la filantropía, sino el Evangelio: el Evangelio del amor de Cristo es la fuerza que le dio origen y la que le hace ir hacia adelante: el amor de predilección de Jesús por los más frágiles y los más débiles. Esto está en el centro. Y por eso una obra como ésta no sale adelante sin la oración, que es la primera y más importante tarea de la Pequeña Casa, como le gustaba repetir a vuestro fundador (cf. Dichos y pensamientos, n. 24), y como demuestran los seis monasterios de las Hermanas de vida contemplativa que están vinculados a la misma obra.
Quiero agradecer a las religiosas, los hermanos consagrados y los sacerdotes presentes aquí en Turín y en vuestras casas en todo el mundo. Junto con muchos trabajadores laicos, voluntarios y los «Amigos de Cottolengo», estáis llamados a continuar, con fidelidad creativa, la misión de este gran santo de la caridad. Su carisma es fecundo, como demuestran también los beatos don Francisco Paleari y fray Luis Bordino, así como la sierva de Dios sor María Carola Cecchin, misionera.
Que el Espíritu Santo os dé siempre la fuerza y la valentía de seguir su ejemplo y dar testimonio gozoso de la caridad de Cristo que impulsa a servir a los más débiles, contribuyendo así al crecimiento del reino de Dios y de un mundo más hospitalario y fraternal.
Os bendigo a todos. Que la Virgen os proteja. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


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ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Plaza Vittorio
Domingo 21 de junio de 2015


Gracias, Chiara, Sara e Luigi. Gracias porque las preguntas son sobre el tema de las tres palabras del evangelio de san Juan, que hemos escuchado: amor, vida, amigos. Tres palabras que en el texto de san Juan se entrelazan, y una explica la otra: no se puede hablar de la vida en el Evangelio sin hablar del amor —si hablamos de la vida verdadera—, y no se puede hablar del amor sin esta transformación de siervos a amigos. Estas tres palabras son muy importantes para la vida, pero las tres tienen una raíz común: el deseo de vivir. Y aquí me permito recordar las palabras del beato Pier Giorgio Frassati, un joven como vosotros: «¡Vivir, no ir tirando!». ¡Vivir!
Sabéis que es feo ver a un joven «inmóvil», que vive, pero vive como —permitidme la palabra— un vegetal: hace las cosas, pero la vida no es una vida que se mueve, está inmóvil. Y sabéis que me dan tanta tristeza en el corazón los jóvenes que se jubilan a los veinte años. Sí, han envejecido pronto… Por eso, cuando Chiara hacía esa pregunta sobre el amor: lo que hace que un joven no se jubile es el deseo de amar, el deseo de dar lo más hermoso que tiene el hombre, lo más hermoso que tiene Dios, porque la definición de Dios que da san Juan es «Dios es amor». Y cuando el joven ama, vive, crece, no se jubila. Crece, crece, crece y da.
Pero, ¿qué es el amor? «¿Es la telenovela, padre? ¿Lo que vemos en los culebrones televisivos?». Algunos piensan que eso es el amor. Hablar del amor es tan hermoso, se pueden decir cosas hermosas, hermosas, hermosas. Pero el amor tiene dos ejes sobre los que se mueve, y si una persona, un joven, no tiene estos dos ejes, estas dos dimensiones del amor, no es amor. Ante todo, el amor está más en las obras que en las palabras: el amor es concreto. A la familia salesiana, hace dos horas, le hablaba de lo concreto de su vocación… —¡Y veo que se sienten jóvenes, porque están aquí delante! ¡Se sienten jóvenes!—. El amor es concreto, está más en las obras que en las palabras. El amor no es solamente decir: «Te amo, amo a toda la gente». No. ¿Qué haces por amor? El amor se da. Pensad que Dios comenzó a hablar de amor cuando se comprometió con su pueblo, cuando eligió a su pueblo, hizo una alianza con su pueblo, salvó a su pueblo, lo perdonó muchas veces: —¡Dios tiene tanta paciencia!— hizo, hizo gestos de amor, obras de amor. Y la segunda dimensión, el segundo eje sobre el que gira el amor, es que el amor siempre se comunica, es decir, el amor escucha y responde, el amor se manifiesta en el diálogo, en la comunicación: se comunica. El amor no es ni sordo ni mudo, se comunica. Estas dos dimensiones son muy útiles para comprender qué es el amor, que no es un sentimiento romántico del momento o una historia, no, es concreto, está en las obras. Y se comunica, es decir, está en el diálogo, siempre.
Así, Chiara, responderé a tu pregunta: «A menudo nos sentimos desilusionados precisamente en el amor. ¿En qué consiste la grandeza del amor de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar su amor?». Y ahora, sé que sois buenos y me permitiréis hablar con sinceridad. No quiero ser moralista, pero quiero decir una palabra que no gusta, una palabra impopular. También el Papa debe arriesgar algunas veces en las cosas para decir la verdad. El amor está en las obras, en la comunicación, pero el amor es muy respetuoso de las personas, no usa a las personas, es decir, el amor es casto. Y a vosotros, jóvenes en este mundo, en este mundo hedonista, en este mundo donde solamente se publicita el placer, pasarlo bien, darse la buena vida, os digo: sed castos, sed castos.
Todos nosotros en la vida hemos pasado momentos en los que esta virtud era muy difícil, pero es precisamente el camino de un amor genuino, de un amor que sabe dar la vida, que no busca usar al otro para su propio placer. Es un amor que considera sagrada la vida de la otra persona: te respeto, no quiero usarte, no quiero usarte. No es fácil. Todos sabemos las dificultades para superar esta concepción «facilista» y hedonista del amor. Perdonadme si digo una cosa que no os esperabais, pero os pido: haced el esfuerzo de vivir castamente el amor.
Y de esto se deriva una consecuencia: si el amor es respetuoso, si el amor está en las obras, si el amor está en la comunicación, el amor se sacrifica por los demás. Mirad el amor de los padres, de tantas mamás, de tantos papás que por la mañana llegan cansados al trabajo porque no han dormido bien por cuidar a su propio hijo enfermo, ¡esto es amor! Esto es respeto. Esto no es pasarlo bien. Esto es —vayamos a otra palabra clave—, esto es «servicio». El amor es servicio. Es servir a los demás. Cuando Jesús, después del lavatorio de los pies, explicó el gesto a los Apóstoles, enseñó que hemos sido creados para servirnos unos a otros, y si digo que amo pero no sirvo al otro, no ayudo al otro, no le permito ir adelante, no me sacrifico por el otro, esto no es amor. Habéis llevado la cruz [la cruz de la Jornada mundial de la juventud]: allí está el signo del amor. La historia de amor de Dios comprometido en las obras y en el diálogo, con respeto, con perdón, con paciencia durante tantos siglos de historia con su pueblo, termina allí: su Hijo en la cruz, el servicio más grande, que es dar la vida, sacrificarse, ayudar a los demás. No es fácil hablar de amor, no es fácil vivir el amor. Pero con estas cosas que he respondido, Chiara, creo que te he ayudado en algo, en las preguntas que me hacías. No sé, espero que te sean útiles.
Y gracias a ti, Sara, apasionada del teatro. Gracias. «Pienso en las palabras de Jesús: dar la vida». Hemos hablado de ellas ahora. «A menudo respiramos un sentido de desconfianza en la vida». Sí, porque hay situaciones que nos hacen pensar: «Pero, ¿vale la pena vivir así? ¿Qué puedo esperar de esta vida?». Pensemos, en este mundo, en las guerras. Algunas veces he dicho que estamos viviendo la tercera guerra mundial, pero a pedazos. A pedazos: En Europa hay guerra; en África hay guerra; en Oriente Medio hay guerra; en otros países hay guerra… Pero, ¿puedo tener confianza en una vida así? ¿Puedo fiarme de los dirigentes mundiales? Cuando voy a dar el voto a un candidato, ¿puedo confiar en que no lleve a mi país a la guerra? Si solamente te fías de los hombres, ¡has perdido! A mí me hace pensar una cosa: gente, dirigentes, empresarios que dicen ser cristianos, y ¡fabrican armas! Esto causa un poco de desconfianza: ¡dicen ser cristianos! «No, no, padre, no fabrico, no, no… Solamente tengo mis ahorros, mis inversiones en las fábricas de armas». ¡Ah! ¿Y por qué? «Porque los intereses son un poco más altos…». Y también tener dos caras es moneda corriente hoy: decir una cosa y hacer otra. La hipocresía… Pero veamos qué sucedió durante el siglo pasado: en el año 14, 15, concretamente en el 15. Se produjo la gran tragedia de Armenia. Muchos murieron. No sé la cifra: más de un millón, ciertamente. Pero, ¿dónde estaban las grandes potencias de entonces? Miraban hacia otra parte. ¿Por qué? Porque estaban interesadas en la guerra: ¡su guerra! Y estos que mueren, son personas, seres humanos de segunda clase. Después, en los años treinta-cuarenta, la tragedia de la Shoah. Las grandes potencias tenías las fotografías de las líneas ferroviarias que llevaban los trenes a los campos de concentración, como Auschwitz, para asesinar a los judíos, y también a los cristianos, también a los gitanos, también a los homosexuales, para asesinarlos allí. Pero dime, ¿por qué no lo bombardearon? ¡El interés! Y algo después, casi contemporáneamente, los gulags en Rusia: Stalin… ¡Cuántos cristianos sufrieron, fueron asesinados! Las grandes potencias se dividían Europa como una torta. Tuvieron que pasar muchos años antes de llegar a «cierta» libertad. Existe la hipocresía de hablar de paz y fabricar armas, e incluso vender armas a este que está en guerra con aquel, y a aquel que está en guerra con este.
Comprendo lo que dices de la desconfianza en la vida; también hoy estamos viviendo en la cultura del descarte. Porque lo que no tiene utilidad económica, se descarta. Se descarta a los niños, porque no se conciben o porque los asesinan antes de que nazcan; se descarta a los ancianos, porque no sirven y los abandonan para que mueran, una especie de eutanasia escondida, y no los ayudan a vivir; y ahora se descarta a los jóvenes: piensa en ese cuarenta por ciento de jóvenes aquí, sin trabajo. ¡Es precisamente un descarte! Pero, ¿por qué? Porque en el sistema económico mundial el hombre y la mujer no están en el centro, como quiere Dios, sino el dios dinero. Y todo se hace por dinero. En español existe un hermoso dicho que reza así: «Por la plata baila el mono». Y así, con esta cultura del descarte, ¿se puede confiar en la vida con ese sentido de desconfianza que aumenta, aumenta, aumenta? Un joven que no puede estudiar, que no tiene trabajo, que tiene vergüenza de no sentirse digno porque no tiene trabajo, porque no se gana la vida. Pero, ¿cuántas veces estos jóvenes terminan en las dependencias? ¿Cuántas veces se suicidan? Las estadísticas sobre suicidios de jóvenes no se conocen bien. O cuántas veces estos jóvenes van a luchar con los terroristas, al menos para hacer algo, por un ideal. Comprendo este desafío. Y por eso Jesús nos decía que no pongamos nuestra seguridad en las riquezas, en los poderes mundanos. ¿Cómo puedo confiar en la vida? ¿Cómo puedo hacer, cómo puedo vivir una vida que no destruya, que no sea una vida de destrucción, una vida que no descarte a las personas? ¿Cómo puedo vivir una vida que no me desilusione?
Y paso a dar la respuesta a la pregunta de Luigi: él hablaba de un proyecto de comunión, es decir, de unión, de construcción. Debemos ir adelante con nuestros proyectos de construcción, y esta vida no desilusiona. Si te implicas en un proyecto de construcción, de ayuda —pensemos en los niños de la calle, los inmigrantes, en tantos necesitados—, pero no sólo para darles de comer un día, dos días, sino para promoverlos con la educación, con la unidad en la alegría de los oratorios y tantas cosas, pero cosas que construyen, entonces ese sentido de desconfianza en la vida se aleja, se va. ¿Qué debo hacer para esto? No jubilarme muy pronto: hacer. Hacer. Y diré una palabra: hacer a contracorriente. Hacer a contracorriente. Para vosotros, jóvenes que vivís esta situación económica, también cultural, hedonista, consumista, con los valores de «burbujas de jabón», con estos valores no se va adelante. Hacer cosas constructivas, aunque pequeñas, pero que nos reúnan, nos unan entre nosotros, con nuestros ideales: este es el mejor antídoto contra esta desconfianza en la vida, contra esta cultura que solamente te ofrece el placer: pasarlo bien, tener dinero y no pensar en otras cosas.
Gracias por las preguntas. A ti, Luigi, te he respondido en parte, ¿no? Hacer a contracorriente, es decir, ser valiente y creativo, ser creativo. El verano pasado recibí, una tarde —era agosto… Roma estaba muerta— me había hablado por teléfono un grupo de muchachos y muchachas que estaban haciendo campismo en varias ciudades de Italia, y vinieron a verme —les había dicho que vinieran a verme—, pero pobres, todos sucios, cansados…, pero ¡felices! ¡Porque habían hecho algo «a contracorriente»!
Tantas veces las publicidades quieren convencernos de que esto es hermoso, de que esto es bueno, y nos hacen creer que son «diamantes»; pero, mirad, ¡nos venden vidrio! Y debemos ir contra esto, no ser ingenuos. No comprar basuras, que nos dicen que son diamantes.
Y, para terminar, quiero repetir las palabras de Pier Giorgio Frassati: Si queréis hacer algo bueno en la vida, vivid, no vayáis tirando. ¡Vivid!
Pero sois inteligentes y seguramente me diréis: «Pero, padre, usted habla así porque está en el Vaticano, tiene a tantos monseñores allí que le hacen el trabajo, usted está tranquilo y no sabe qué es la vida de cada día...». Y sí, alguno puede pensar así. El secreto es comprender bien dónde se vive. En esta tierra —y esto también lo dije a la familia salesiana—, a fines del siglo XIX, había condiciones más difíciles para el crecimiento de la juventud: estaba la masonería en pleno, incluso la Iglesia no podía hacer nada, estaban los anticlericales, también estaban los satanistas… Era uno de los momentos más difíciles y uno de los lugares más feos de la historia de Italia. Pero si queréis hacer una hermosa tarea en casa, buscad cuántos santos y cuántas santas nacieron en aquel tiempo. ¿Por qué? Porque se dieron cuenta de que debían ir a contracorriente respecto a esa cultura, a ese modo de vivir. La realidad, vivir la realidad. Y si esta realidad es vidrio y no diamante, busco la realidad a contracorriente y construyo mi realidad, pero una cosa que esté al servicio de los demás. Pensad en vuestros santos de esta tierra, ¡qué hicieron!
Y gracias, gracias, muchas gracias. Siempre amor, vida, amigos. Pero solamente se pueden vivir estas palabras «en salida»: saliendo siempre para llevar algo. Si permaneces inmóvil, no harás nada en la vida y arruinarás la tuya.
Me olvidaba de deciros que ahora os entregaré el discurso escrito. Conocía vuestras preguntas, y escribí algo sobre vuestras preguntas; pero no es lo que he dicho, esto me ha venido del corazón; y entrego el discurso al encargado, y tú lo haces público [entrega los papeles al sacerdote encargado de la pastoral juvenil]. Aquí sois muchos los universitarios, pero guardaos de creer que la universidad es solamente estudiar con la cabeza: ser universitario también significa salir, salir a servir, sobre todo a los pobres. Gracias.



Discurso preparado por el Santo Padre:

Queridos jóvenes:
Os agradezco esta acogida calurosa. Y gracias por vuestras preguntas, que nos llevan al corazón del Evangelio.
La primera, sobre el amor, nos interroga sobre el sentido profundo del amor de Dios, ofrecido a nosotros por el Señor Jesús. Él nos muestra hasta dónde llega el amor: hasta el don total de sí mismos, hasta dar la propia vida, como contemplamos en el misterio de la Sábana Santa, cuando en ella reconocemos la imagen del «amor más grande». Pero este don de nosotros mismos no se debe imaginar como un insólito gesto heroico o reservado para algunas ocasiones excepcionales. Podríamos, en efecto, correr el peligro de cantar el amor, de soñar el amor, de aplaudirle al amor... sin dejarnos tocar y abrazar por él. La grandeza del amor se revela en atender a quien tiene necesidad, con fidelidad y paciencia; por lo que en el amor es grande quien sabe hacerse pequeño para los demás, como Jesús que se hizo siervo. Amar es hacerse próximo, tocar la carne de Cristo en los pobres y los últimos, abrir a la gracia de Dios las necesidades, los llamamientos, las soledades de las personas que nos rodean. El amor de Dios, entonces, entra, transforma y hace grandes las cosas pequeñas, las convierte en signo de su presencia. San Juan Bosco es para nosotros maestro, precisamente por su capacidad de amar y educar a partir de la cercanía que él vivía con los niños y los jóvenes.
A la luz de esta transformación, fruto del amor, podemos responder a la segunda pregunta, sobre la desconfianza en la vida. La falta de trabajo y de perspectivas para el futuro ciertamente contribuye a frenar el movimiento mismo de la vida, poniendo a muchos a la defensiva: pensar en sí mismos, gestionar tiempo y recursos en función del propio bien, limitar los riesgos de cualquier generosidad... Son todos síntomas de una vida paralizada, preservada a todos los costes y que, al final, puede llevar también a la resignación y al cinismo. Jesús nos enseña, en cambio, a recorrer el camino contrario: «el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9, 24).
Eso significa que no debemos esperar circunstancias externas favorables para arriesgarnos, sino que, al contrario, sólo comprometiendo la vida —conscientes de perderla— podemos crear para los demás y para nosotros las condiciones de una confianza nueva para el futuro. Y aquí el pensamiento se dirige espontáneamente a un joven que entregó verdaderamente así su vida, tanto que llegó a ser modelo de confianza y audacia evangélica para las jóvenes generaciones de Italia y el mundo: el beato Pier Giorgio Frassati. Uno de sus lemas era: «Vivir, no ir tirando». Este es el camino para experimentar en plenitud la fuerza y la alegría del Evangelio. Así, no sólo reencontraréis la confianza en el futuro, sino que seréis capaces de generar esperanza entre vuestros amigos y en los ambientes en los que vivís.
Una gran pasión de Pier Giorgio Frassati era la amistad. Y vuestra tercera pregunta decía, precisamente: ¿Cómo vivir la amistad de modo abierto, capaz de transmitir la alegría del Evangelio? Supe que esta plaza en la que nos encontramos, por las tardes de los viernes y sábados, es muy frecuentada por jóvenes. Sucede así en todas nuestras ciudades y países. Pienso que también algunos de vosotros os encontráis aquí o en otras plazas con vuestros amigos. Y entonces os hago una pregunta: —cada uno piense y responda para sí— en esos momentos, cuando estáis en compañía, sois capaces de «transparentar» vuestra amistad con Jesús en las actitudes, en el modo de comportaros? ¿Pensáis de vez en cuando, también en el tiempo libre, en el descanso, que sois pequeños sarmientos unidos a la Vid que es Jesús? Os aseguro que pensando con fe en esta realidad, sentiréis fluir en vosotros la «savia» del Espíritu Santo, daréis fruto, casi sin daros cuenta: sabréis ser valientes, pacientes, humildes, capaces de compartir, pero también de diferenciaros, de gozar con quien goza y de llorar con quien llora, sabréis querer a quien no os quiere, responder al mal con el bien. Y, así, anunciaréis el Evangelio.
Los santos y santas de Turín nos enseñan que cada renovación, también la de la Iglesia, pasa a través de nuestra conversión personal, a través de esa apertura de corazón que acoge y reconoce las sorpresas de Dios, impulsados por el «amor más grande» (cf. 2 Cor 5, 14), que nos hace amigos también de las personas solas, que sufren y son marginadas.
Queridos jóvenes, juntos con estos hermanos y hermanas mayores que son los santos, en la familia de la Iglesia nosotros tenemos una Madre, no lo olvidemos. Deseo que os encomendéis plenamente a esta tierna Madre, que indicó la presencia del «amor más grande» precisamente en medio de los jóvenes, en una fiesta de bodas. La Virgen «es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas» (Ex. ap. Evangelii gaudium, 286). Pidamos para que no deje que nos falte el vino de la alegría.
Gracias a todos vosotros. Dios os bendiga a todos. Y, por favor, rezad por mí.


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VISITA AL TEMPLO VALDENSE


PALABRAS DEL SANTO PADRE

Corso Vittorio Emanuele II
Lunes 22 de junio de 2015


Queridos hermanos y hermanas:
Con gran alegría me encuentro hoy entre vosotros. Os saludo a todos con las palabras del apóstol Pablo: «A vosotros, que sois de Dios Padre y del Señor Jesucristo, os deseamos gracia y paz» (1 Ts 1, 1 - Traducción interconfesional en lengua corriente). Saludo, en particular, al moderador de la Mesa valdense, reverendo pastor Eugenio Bernardini, y al pastor de esta comunidad de Turín, reverendo Paolo Ribet, a quienes agradezco sinceramente la invitación que tan amablemente me han hecho. La cordial acogida que hoy me reserváis me hace pensar en los encuentros con los amigos de la Iglesia evangélica valdense del Río de la Plata, de quienes he podido apreciar su espiritualidad y su fe, y aprender tantas cosas buenas.
Uno de los principales frutos que el movimiento ecuménico ya ha permitido recoger durante estos años es el redescubrimiento de la fraternidad que une a todos los que creen en Jesucristo y están bautizados en su nombre. Este vínculo no se basa en criterios simplemente humanos, sino en la comunión radical de la experiencia fundamental de la vida cristiana: el encuentro con el amor de Dios que se revela en Jesucristo y la acción transformadora del Espíritu Santo que nos asiste en el camino de la vida. El redescubrimiento de tal fraternidad nos permite captar el profundo vínculo que ya nos une, a pesar de nuestras diferencias. Se trata de una comunión aún en camino —y la unidad se realiza en camino—, una comunión que, con la oración, con la continua conversión personal y comunitaria y con la ayuda de los teólogos, esperamos, confiados en la acción del Espíritu Santo, llegue a ser comunión plena y visible en la verdad y la caridad.
La unidad, que es fruto del Espíritu Santo, no significa uniformidad. En efecto, los hermanos están unidos por un mismo origen, pero no son idénticos entre sí. Esto es muy claro en el Nuevo Testamento, donde, aun siendo llamados hermanos todos los que comparten la misma fe en Jesucristo, se intuye que no todas las comunidades cristianas, de las que eran parte, tenían el mismo estilo, ni una idéntica organización interna. Incluso dentro de la misma pequeña comunidad se podían vislumbrar diversos carismas (cf. 1 Cor 12-14) y hasta en el anuncio del Evangelio había diversidad y a veces contrastes (cf. Hch 15, 36-40). Por desgracia, ha sucedido y sigue sucediendo que los hermanos no aceptan su diversidad y terminan por hacerse la guerra unos con otros. Al reflexionar sobre la historia de nuestras relaciones, no podemos dejar de entristecernos por las disputas y la violencia cometida en nombre de la propia fe, y pido al Señor que nos conceda la gracia de reconocernos todos pecadores y saber perdonarnos unos a otros. Por iniciativa de Dios, que nunca se resigna al pecado del hombre, se abren nuevos caminos para vivir nuestra fraternidad, y no podemos apartarnos de esto. Por parte de la Iglesia católica os pido perdón. Os pido perdón por las actitudes y los comportamientos no cristianos, incluso inhumanos, que en la historia hemos tenido contra vosotros. En nombre del Señor Jesucristo, ¡perdonadnos!
Por eso, estamos profundamente agradecidos al Señor al constatar que las relaciones entre católicos y valdenses hoy se fundan cada vez más en el respeto mutuo y en la caridad fraterna. No son pocas las ocasiones que han contribuido a hacer más sólidas tales relaciones. Sólo por citar algunos ejemplos —también el reverendo Bernardini lo ha hecho—, pienso en la colaboración para la publicación en italiano de una traducción interconfesional de la Biblia, en los acuerdos pastorales para la celebración del matrimonio y, más recientemente, en la redacción de un llamamiento conjunto sobre la violencia contra las mujeres. Entre los muchos contactos cordiales en diversos contextos locales, donde se comparten la oración y el estudio de las Escrituras, quiero recordar el intercambio ecuménico de dones que, con ocasión de la Pascua, en Pinerolo, realizaron la Iglesia valdense de Pinerolo y la diócesis. La Iglesia valdense ofreció a los católicos el vino para la celebración de la vigilia de Pascua y la diócesis católica ofreció a los hermanos valdenses el pan para la santa cena del domingo de Pascua. Se trata de un gesto entre las dos Iglesias que va más allá de la simple cortesía y que permite pregustar, en ciertos aspectos —pregustar, en ciertos aspectos—, la unidad de la mesa eucarística que anhelamos. Animados por estos pasos, estamos llamados a seguir caminando juntos. Un ámbito en el que se abren amplias posibilidades de colaboración entre valdenses y católicos es el de la evangelización. Conscientes de que el Señor nos ha precedido y siempre nos precede en el amor (cf. 1 Jn 4, 10), vayamos juntos al encuentro de los hombres y las mujeres de hoy, que a veces parecen tan distraídos e indiferentes, para transmitirles el corazón del Evangelio, o sea, «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 36). Otro ámbito en el que podemos trabajar cada vez más unidos es el servicio a la humanidad que sufre, a los pobres, a los enfermos, a los inmigrantes. Gracias por lo que usted ha dicho sobre los inmigrantes. De la obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros deriva la exigencia de testimoniar el rostro misericordioso de Dios que cuida a todos y, en particular, a quienes tienen necesidad. La opción por los pobres, por los últimos, por aquellos que la sociedad excluye, nos acerca al corazón mismo de Dios, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9), y, en consecuencia, nos acerca más unos a otros. Que las diferencias sobre importantes cuestiones antropológicas y éticas, que siguen existiendo entre católicos y valdenses, no nos impidan encontrar formas de colaboración en estos y otros campos. Si caminamos juntos, el Señor nos ayuda a vivir la comunión que precede a cualquier contraste.
Queridos hermanos y hermanas: Os agradezco nuevamente este encuentro, que quiero que nos confirme en un nuevo modo de ser unos con otros: mirando ante todo la grandeza de nuestra fe común y de nuestra vida en Cristo y en el Espíritu Santo, y, solamente después, las divergencias que aún subsisten. Os aseguro mi recuerdo en la oración y os pido, por favor, que recéis por mí: tengo necesidad. Que el Señor nos conceda a todos su misericordia y su paz.


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