''En
las diversas formas de vida consagrada -dice el Pontífice- pienso en
vosotros cerca de las preocupaciones y las expectativas de la gente,
comprometidos en los contextos en que estáis insertados, con sus
dificultades y sus signos de esperanza. Os animo a llorar con los que
lloran, a pedir a Dios un corazón capaz de compasión para inclinaros
sobre las heridas del cuerpo y del espíritu y llevar a tantas personas
el consuelo de Dios. Creo que el rostro más bello de un país y de una
ciudad sea el de los discípulos del Señor -obispos, sacerdotes,
religiosos, fieles laicos- que viven con sencillez, en la vida diaria,
el estilo del Buen Samaritano y se acercan a la carne y a las llagas de
los hermanos, en las que se reconocen la carne y las llagas de Jesús''.
''Esta
caridad llena de misericordia- lo sabemos muy bien- viene del corazón
de Cristo y nos la da la oración, especialmente la de adoración, y
cuando nos acercamos con fe a la Eucaristía y a la Penitencia. ¡Que
María, nuestra Madre, nos ayude a ser cada vez más hombres y mujeres de
oración!''.