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Imagen: www.aciprensa.com |
La Habana, CUBA 20 de septiembre de 2015 (VIS).- Después de rezar las vísperas el Papa FRANCISCO fue al Centro de Estudio Padre Félix Varela, colindante con la Catedral, para encontrarse con los jóvenes de Cuba. El Centro está dedicado al siervo de Dios Félix Varela (1788-1853), considerado como ''el maestro de los maestros cubanos''. El sacerdote, de quien está en curso la causa de beatificación, después de enseñar diez años en el Colegio Seminario de San Carlos, contribuyendo al progreso de las ciencias y las letras en la isla, fue elegido en 1821 como representante de Cuba en las Cortes Españolas, donde reclamó la libertad para los esclavos negros. En 1823, tras la restauración absolutista de Fernando VII, se traslada a Estados Unidos donde proclama el derecho de Cuba a la independencia y durante treinta años ejerce su ministerio pastoral fundando escuelas, construyendo iglesias y evangelizando a los marginados.
El
Centro a él dedicado es un instituto laico, en funciones desde 2011 que
coordina el Pontificio Consejo de la Cultura. Comprende un centro de
estudios eclesiásticos, donde se dan también cursos de filosofía,
psicología, y un master denominado Cuba-Emprende cuya finalidad es el
apoyo a iniciativas empresariales privadas que apuntan al cambio de la
política económica del país. También es sede de conciertos,
conferencias, etc... y patrocina el Festival de Cine Latinoamericano.
El
Papa manifestó su alegría por estar con los jóvenes en ese centro tan
significativo para la historia de Cuba y, después de recibir el saludo
de algunos de ellos, dejó el discurso que había preparado, dándolo por
leído, y del que reproducimos amplios párrafos, y dialogó con los
presentes. Sigue un extracto del texto preparado:
''...Cuando
los miro a ustedes, la primera cosa que me viene a la mente y al
corazón es la palabra esperanza. No puedo concebir a un joven que no se
mueva, que esté paralizado, que no tenga sueños ni ideales, que no
aspire a algo más.
Pero,
¿cuál es la esperanza de un joven cubano en esta época de la historia?
Ni más ni menos que la de cualquier otro joven de cualquier parte del
mundo. Porque la esperanza nos habla de una realidad que está enraizada
en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias
concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de
una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda,
de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el
espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la
justicia y el amor. Sin embargo, eso comporta un riesgo. Requiere estar
dispuestos a no dejarse seducir por lo pasajero y caduco, por falsas
promesas de felicidad vacía, de placer inmediato y egoísta, de una vida
mediocre, centrada en uno mismo, y que sólo deja tras de sí tristeza y
amargura en el corazón. No, la esperanza es audaz, sabe mirar más allá
de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones
que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la
vida más bella y digna. Yo le preguntaría a cada uno de ustedes: ¿Qué es
lo que mueve tu vida? ¿Qué hay en tu corazón, dónde están tus
aspiraciones? ¿Estás dispuesto a arriesgarte siempre por algo más
grande?.
Tal
vez me pueden decir: ''Sí, Padre, la atracción de esos ideales es
grande. Yo siento su llamado, su belleza, el brillo de su luz en mi
alma. Pero, al mismo tiempo, la realidad de mi debilidad y de mis pocas
fuerzas es muy fuerte para decidirme a recorrer el camino de la
esperanza. La meta es muy alta y mis fuerzas son pocas. Mejor
conformarse con poco, con cosas tal vez menos grandes pero más
realistas, más al alcance de mis posibilidades''. Yo comprendo esta
reacción, es normal sentir el peso de lo arduo y difícil, sin embargo,
cuidado con caer en la tentación de la desilusión, que paraliza la
inteligencia y la voluntad, ni dejarnos llevar por la resignación, que
es un pesimismo radical frente a toda posibilidad de alcanzar lo soñado.
Estas actitudes al final acaban o en una huida de la realidad hacia
paraísos artificiales o en un encerrarse en el egoísmo personal, en una
especie de cinismo, que no quiere escuchar el grito de justicia, de
verdad y de humanidad que se alza a nuestro alrededor y en nuestro
interior.
Pero,
¿qué hacer? ¿Cómo hallar caminos de esperanza en la situación en que
vivimos? ¿Cómo hacer para que esos sueños de plenitud, de vida
auténtica, de justicia y verdad, sean una realidad en nuestra vida
personal, en nuestro país y en el mundo? Pienso que hay tres ideas que
pueden ser útiles para mantener viva la esperanza.
La
esperanza, un camino hecho de memoria y discernimiento. La esperanza es
la virtud del que está en camino y se dirige a alguna parte. No es, por
tanto, un simple caminar por el gusto de caminar, sino que tiene un
fin, una meta, que es la que da sentido e ilumina el sendero. Al mismo
tiempo, la esperanza se alimenta de la memoria, abarca con su mirada no
sólo el futuro sino el pasado y el presente. Para caminar en la vida,
además de saber a dónde queremos ir es importante saber también quiénes
somos y de dónde venimos. Una persona o un pueblo que no tiene memoria y
borra su pasado corre el riesgo de perder su identidad y arruinar su
futuro. Se necesita por tanto la memoria de lo que somos, de lo que
forma nuestro patrimonio espiritual y moral. Creo que esa es la
experiencia y la enseñanza de ese gran cubano que fue el Padre Félix
Varela. Y se necesita también el discernimiento, porque es esencial
abrirse a la realidad y saber leerla sin miedos ni prejuicios. No sirven
las lecturas parciales o ideológicas, que deforman la realidad para que
entre en nuestros pequeños esquemas preconcebidos, provocando siempre
desilusión y desesperanza.
Discernimiento y memoria, porque el
discernimiento no es ciego, sino que se realiza sobre la base de sólidos
criterios éticos, morales, que ayudan a discernir lo que es bueno y
justo.
La
esperanza, un camino acompañado. Dice un proverbio africano: ''Si
quieres ir deprisa, ve solo; si quieres ir lejos, ve acompañado''. El
aislamiento o la clausura en uno mismo nunca generan esperanza, en
cambio, la cercanía y el encuentro con el otro, sí. Solos no llegamos a
ninguna parte. Tampoco con la exclusión se construye un futuro para
nadie, ni siquiera para uno mismo. Un camino de esperanza requiere una
cultura del encuentro, del diálogo, que supere los contrastes y el
enfrentamiento estéril. Para ello, es fundamental considerar las
diferencias en el modo de pensar no como un riesgo, sino como una
riqueza y un factor de crecimiento. El mundo necesita esta cultura del
encuentro, necesita de jóvenes que quieran conocerse, que quieran
amarse, que quieran caminar juntos y construir un país como lo soñaba
José Martí: ''Con todos y para el bien de todos''.
La
esperanza, un camino solidario. La cultura del encuentro debe conducir
naturalmente a una cultura de la solidaridad. Aprecio mucho lo que ha
dicho Leonardo al comienzo cuando ha hablado de la solidaridad como
fuerza que ayuda a superar cualquier obstáculo.
Efectivamente, si no hay
solidaridad no hay futuro para ningún país. Por encima de cualquier
otra consideración o interés, tiene que estar la preocupación concreta y
real por el ser humano, que puede ser mi amigo, mi compañero, o también
alguien que piensa distinto, que tiene sus ideas, pero que es tan ser
humano y tan cubano como yo mismo. No basta la simple tolerancia, hay
que ir más allá y pasar de una actitud recelosa y defensiva a otra de
acogida, de colaboración, de servicio concreto y ayuda eficaz. No tengan
miedo a la solidaridad, al servicio, al dar la mano al otro para que
nadie se quede fuera del camino.
Este
camino de la vida está iluminado por una esperanza más alta: la que nos
viene de la fe en Cristo. Él se ha hecho nuestro compañero de viaje, y
no sólo nos alienta sino que nos acompaña, está a nuestro lado y nos
tiende su mano de amigo. Él, el Hijo de Dios, ha querido hacerse uno
como nosotros, para recorrer también nuestro camino. La fe en su
presencia, su amor y su amistad, encienden e iluminan todas nuestras
esperanzas e ilusiones. Con Él, aprendemos a discernir la realidad, a
vivir el encuentro, a servir a los demás y a caminar en la solidaridad.
Queridos
jóvenes cubanos, si Dios mismo ha entrado en nuestra historia y se ha
hecho hombre en Jesús, si ha cargado en sus hombros con nuestra
debilidad y pecado, no tengan miedo a la esperanza, no tengan miedo al
futuro, porque Dios apuesta por ustedes, cree en ustedes, espera en
ustedes.
Queridos
amigos, gracias por este encuentro. Que la esperanza en Cristo su amigo
les guíe siempre en su vida. Y, por favor, no se olviden de rezar por
mí. Que el Señor los bendiga''.