CIUDAD DEL VATICANO, 24 de junio de 2016 (VIS).- El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e
Itinerantes ha publicado hoy el mensaje para la Jornada Mundial del
Turismo 2016 que se celebrará el 27 de septiembre. El documento está
firmado por el cardenal Antonio Maria Vegliò y por el obispo Joseph
Kalathiparambil, respectivamente presidente y secretario de ese
dicasterio. El documento apunta a la promoción de que puede ser
disfrutado por cualquier persona, y que integre los conceptos de
“turismo accesible”, “turismo sostenible” y “turismo social”. Sigue el
texto integral.
“Turismo para todos: promover la accesibilidad universal” es el lema
escogido por la Organización Mundial del Turismo (OMT) para la Jornada
Mundial del Turismo, que se celebrará como de costumbre el próximo 27 de
septiembre. La Santa Sede se ha adherido a esta iniciativa ya desde su
primera edición, sabedora de la gran importancia de este sector así como
de los desafíos que supone y las oportunidades que brinda a la
evangelización.
En las últimas décadas se ha incrementado considerablemente el número
de personas que pueden gozar de un tiempo de vacaciones. El último
Barómetro elaborado por la Organización Mundial del Turismo, referido al
año 2015, eleva a 1.184 millones las llegadas de turistas
internacionales, las cuales alcanzarán el hito de los dos mil millones
en el año 2030, según todas las previsiones. A éstas hay que añadir las
cifras aún más elevadas que representa el turismo local.
Junto al incremento numérico, también se ha ido acrecentando la
conciencia del influjo positivo que ejerce el turismo en numerosos
ámbitos de la vida, caracterizado por numerosas virtudes y
potencialidades. Sin ignorar algunos de sus elementos ambiguos o
negativos, estamos convencidos de que el turismo humaniza, ya que es
ocasión para el descanso, oportunidad para el recíproco conocimiento de
personas y culturas, instrumento de desarrollo económico, promotor de
paz y de diálogo, herramienta para la educación y el crecimiento
personal, momento para el encuentro con la naturaleza, y ámbito de
crecimiento espiritual, por citar algunos de sus rasgos positivos.
Partiendo de esta valoración positiva, y siendo conscientes de que el
turismo en particular y el tiempo libre en general es una “exigencia de
la naturaleza humana, que representa en sí mismo un valor
irrenunciable”, debemos concluir, avalados por el Magisterio eclesial,
que el turismo no es sólo una oportunidad sino también ha de ser un
derecho para todos, que no puede ser restringido a unas determinadas
franjas sociales ni a unas zonas geográficas concretas. También la
Organización Mundial del Turismo afirma que éste “constituirá un derecho
abierto por igual a todos los habitantes de nuestro planeta [...], y no
se le opondrá obstáculo ninguno”.
Es, pues, posible hablar de un “derecho al turismo”, el cual es
ciertamente concreción del derecho “al descanso, al disfrute del tiempo
libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a
vacaciones periódicas pagadas” que reconoce el artículo 24 de la
Declaración universal de derechos humanos, aprobada en 1948.
Pero la constatación de la realidad nos muestra que no está al
alcance de muchos y que son todavía numerosas las personas que siguen
estando excluidas de este derecho.
Ante todo, en muchos países en vías de desarrollo, donde no están
garantizadas las necesidades básicas, este derecho aparece ciertamente
como algo lejano y hablar de él puede incluso aparecer como una
frivolidad, si bien esta actividad también se está presentando como un
recurso en la lucha que están realizando contra la pobreza. Pero también
en países económicamente más desarrollados encontramos importantes
franjas de la sociedad que no tienen fácil acceso al turismo.
Por ello, a nivel internacional, se está promoviendo el así llamado
“turismo para todos”, que puede ser disfrutado por cualquier persona, y
que integra los conceptos de “turismo accesible”, “turismo sostenible” y
“turismo social”.
Por “turismo accesible” se entiende el esfuerzo por garantizar que
los destinos y servicios turísticos sean accesibles para todas las
personas, independientemente de su perfil cultural, de sus limitaciones
permanentes o temporales (físicas, mentales o sensoriales) o de sus
necesidades especiales, como las que requieren, por ejemplo, los niños y
las personas mayores.
El concepto de “turismo sostenible” encierra el empeño por conseguir
que esta actividad humana sea lo más respetuosa posible con la
diversidad cultural y medioambiental del lugar que la acoge, teniendo en
cuenta las repercusiones actuales y futuras. La Encíclica Laudato si’
del Papa FRANCISCO puede ser de gran ayuda en la buena gestión de la
creación que Dios ha encomendado al ser humano.
Por su parte, el “turismo social” pretende que no sean excluidos
quienes tienen una cultura diferente, poseen menos recursos económicos o
residen en regiones menos favorecidas. Entre los grupos destinatarios
de sus acciones se encuentran los jóvenes, las familias numerosas, las
personas con discapacidad y las de la tercera edad, tal como recuerda el
Código Ético Mundial para el Turismo.
Así pues, es necesario promover un “turismo para todos”, que sea
ético y sostenible, en el que se garantice una real accesibilidad
física, económica y social, evitando todo tipo de discriminación.
Alcanzar una propuesta de estas características únicamente será posible
si se cuenta con el esfuerzo de todos, políticos, empresarios,
consumidores, así como de las asociaciones comprometidas en este ámbito.
La Iglesia valora positivamente los esfuerzos que están realizando a
favor de un “turismo para todos”, iniciativas “que ponen realmente el
turismo al servicio de la realización humana y del desarrollo social”.
Desde hace tiempo está también ofreciendo su propia contribución, tanto
con su reflexión teórica como con numerosas iniciativas concretas,
muchas de las cuales han sido pioneras, realizadas con escasos recursos
económicos, mucha dedicación y que han obtenido buenos resultados.
Que el compromiso eclesial en favor de un “turismo para todos” sea
vivido y entendido como “testimonio de la particular predilección de
Dios hacia los más humildes”.