ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
JULIO 2016
Plaza de San Pedro
Domingo 24 de julio de 2016
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Plaza de San Pedro
Domingo 17 de julio de 2016
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Plaza de San Pedro
Domingo 10 de julio de 2016
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Plaza de San Pedro
Domingo 24 de julio de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 11, 1-13) inicia con la
escena de Jesús rezando solo, apartado; cuando termina, los discípulos
le piden: «Señor, enséñanos a orar» (v. 1); y Él responde: «Cuando
oréis, decid: “Padre...”» (v. 2). Esta palabra es el «secreto» de la
oración de Jesús, es la llave que él mismo nos da para que podamos
entrar también en esa relación de diálogo confidencial con el Padre que
le ha acompañado y sostenido toda su vida.
Al apelativo «Padre» Jesús asocia dos peticiones: «sea santificado tu
nombre, venga a nosotros tu reino» (v. 2). La oración de Jesús, y por
lo tanto la oración cristiana, es antes que nada un dejar sitio a Dios,
permitiendo que manifieste su santidad en nosotros y dejando avanzar su
reino, a partir de la posibilidad de ejercer su señorío de amor en
nuestra vida.
Otras tres súplicas completan esta oración que Jesús nos enseña, el
«Padre Nuestro». Son tres peticiones que expresan nuestras necesidades
fundamentales: el pan, el perdón y la ayuda ante las tentaciones
(cf. vv. 3-4). No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin perdón y
no se puede vivir sin la ayuda de Dios ante las tentaciones. El pan
que Jesús nos hace pedir es el necesario, no el superfluo; es el pan de
los peregrinos, el justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia,
que no pesa en nuestra marcha. El perdón es, ante todo, aquello
que nosotros mismos recibimos de Dios: sólo la conciencia de ser
pecadores perdonados por la infinita misericordia divina, puede hacernos
capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna. Si una
persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá realizar un gesto de
perdón o reconciliación. Se comienza desde el corazón, donde uno se
siente pecador perdonado. La última petición, «no nos dejes caer en la
tentación», expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta
a las insidias del mal y de la corrupción. Todos sabemos qué es una
tentación.
La enseñanza de Jesús sobre la oración prosigue con dos parábolas, en
las cuales toma como modelo la actitud de un amigo respecto a otro
amigo y la de un padre hacia su hijo (cf. vv. 5-12). Ambas nos quieren
enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar en su obra de salvación. ¡La oración es el primer y principal «instrumento de trabajo» que tenemos en nuestras manos!
Insistir a Dios no sirve para convencerle, sino para reforzar nuestra
fe y nuestra paciencia, es decir, nuestra capacidad de luchar junto a
Dios por cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos
dos: Dios y yo luchando juntos por las cosas importantes.
Entre estas, hay una, la gran cosa importante que Jesús dice hoy en el Evangelio, pero que casi nunca pedimos, y es el Espíritu Santo.
«¡Dame el Espíritu Santo!». Y Jesús lo dice: «Pues si vosotros, siendo
malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (v. 13). ¡El
Espíritu Santo! Debemos pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros.
Pero, ¿para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para
vivir con sabiduría y amor, cumpliendo la voluntad de Dios. ¡Qué bonita
oración sería, esta semana, si cada uno de nosotros pidiese al Padre:
«Padre, dame el Espíritu Santo!». La Virgen nos lo demuestra con su
existencia, totalmente animada por el Espíritu de Dios. Que Ella nos
ayude a rezar al Padre unidos a Jesús, para no vivir de forma mundana,
sino según el Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.
Después del Ángelus:
Durante estas horas, una vez más, nuestro ánimo es sacudido por las
tristes noticias relativas a los deplorables actos de terrorismo y
violencia, que han causado dolor y muerte. Pienso en los dramáticos
eventos de Múnich, en Alemania, y de Kabul, en Afganistán, en los cuales
han perdido la vida numerosas personas inocentes.
Manifiesto mi cercanía a los familiares de las víctimas y a los
heridos. Les invito a unirse a mi oración, para que el Señor nos inspire
a todos propósitos de bien y fraternidad. Cuanto más insuperables
parecen las dificultades y oscuras las perspectivas de seguridad y de
paz, más insistente debe ser nuestra oración.
Queridos hermanos y hermanas:
Durante estos días, muchos jóvenes, provenientes de todas partes del
mundo, se están encaminando hacia Cracovia, donde tendrá lugar la XXXI
Jornada mundial de la juventud. Yo también partiré el próximo miércoles,
para encontrar a estos chicos y chicas y celebrar con ellos y para
ellos el Jubileo de la Misericordia, con la intercesión de san Juan
Pablo II.
Os pido que nos acompañéis con la oración.
Desde ahora mando mi saludo y agradecimiento a todos aquellos que
están trabajando para acoger a los jóvenes peregrinos, junto con
numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos.
Un recuerdo especial para sus muchísimos coetáneos que, no pudiendo
estar presentes en persona, seguirán el evento a través de los medios de
comunicación. ¡Estaremos todos unidos en la oración!
Y ahora os saludo queridos peregrinos provenientes de Italia y de
otros países. En particular, a los de São Pablo y São João de Boa Vista
en Brasil; la coral «Giuseppe Denti» de Cremona; y a los participantes
en la peregrinación en bicicleta desde Piumazzo a Roma, enriquecida por
el compromiso de solidaridad. Saludo a los jóvenes de Valperga y
Pertusio Canavese, Turín: para que continuéis intentando vivir y no
vivir a medias, como han escrito en su camiseta.
A todos deseo un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
Domingo 17 de julio de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy el evangelista Lucas habla de Jesús que,
mientras está de camino hacia Jerusalén, entra en un pueblo y es acogido
en casa de las hermanas Marta y María (cf. Lc 10, 38-42). Ambas
ofrecen acogida al Señor, pero lo hacen de modo diverso. María se sienta
a los pies de Jesús y escucha su palabra (cf. v. 39), en cambio Marta
estaba totalmente absorbida por las cosas que tiene que preparar; y en
esto le dice a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola
en el trabajo. Dile, pues, que me ayude» (v. 40). Y Jesús le responde
«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay
necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte
buena, que no le será quitada» (vv. 41-42).
En su obrar hacendoso y de trabajo, Marta corre el riesgo de olvidar
—y este es el problema— lo más importante, es decir, la presencia del
huésped. Y al huésped no se le sirve, nutre y atiende de cualquier
manera. Es necesario, sobre todo, que se le escuche. Recuerden bien esta
palabra: escuchar. Porque al huésped se le acoge como persona, con su
historia, su corazón rico de sentimientos y pensamientos, de modo que
pueda sentirse verdaderamente en familia. Pero si tú acoges a un huésped
en tu casa y continúas haciendo cosas, le haces sentarse ahí, mudo él y
mudo tú, es como si fuera de piedra: el huésped de piedra. No. Al
huésped se le escucha. Ciertamente, la respuesta que Jesús da a Marta
—cuando le dice que una sola es la cosa de la que tiene necesidad—
encuentra su pleno significado en referencia a la escucha de la palabra
de Jesús mismo, esa palabra que ilumina y sostiene todo lo que somos y
hacemos. Si nosotros vamos a rezar —por ejemplo— ante el Crucifijo, y
hablamos, hablamos, hablamos y después nos vamos, no escuchamos a Jesús.
No dejamos que Él hable a nuestro corazón. Escuchar: esta es la palabra
clave. No lo olviden. Y no debemos olvidar que en la casa de Marta y
María, Jesús, antes que ser Señor y Maestro, es peregrino y huésped. Por
lo tanto, la respuesta tiene este primer y más importante significado:
«Marta, Marta, ¿por qué te afanas tanto en hacer cosas para el huésped
hasta olvidar su presencia? —El huésped de piedra— Para acogerlo no son
necesarias muchas cosas; es más, necesaria es una cosa sola: escucharlo
—he aquí la palabra: escucharlo—, demostrarle una actitud fraterna, de
modo que se dé cuenta de que se está en familia, y no en una
«hospitalización provisional».
Así entendida, la hospitalidad, que es una de las obras de
misericordia, aparece verdaderamente como una virtud humana y cristiana,
una virtud que en el mundo de hoy corre el riesgo de ser descuidada. En
efecto, se multiplican los hospicios y asilos, pero no siempre en estos
ambientes se practica una hospitalidad real. Se da vida a muchas
instituciones que atienden distintas formas de enfermedad, de soledad,
de marginación, pero disminuye la probabilidad para quien es extranjero,
refugiado, inmigrante, de escuchar esa dolorosa historia. Incluso en la
propia casa, entre los propios familiares puede suceder que encuentren
fácilmente servicios y curas de varios tipos más que de escucha y
acogida. Hoy estamos absorbidos por el frenesí, por tantos problemas
—algunos de los cuales no resultan importantes— que carecemos de la
capacidad de escuchar. Y yo quisiera preguntarles, hacerles una
pregunta, cada uno responda en el propio corazón: tú, marido, ¿tienes
tiempo para escuchar a tu mujer? Y tú, mujer, ¿tienes tiempo para
escuchar a tu marido? Ustedes padres, ¿tienen tiempo que «perder» para
escuchar a sus hijos, o a sus abuelos y a los ancianos? —«Pero los
abuelos dicen siempre las mismas cosas, son aburridos...»— Pero tienen
necesidad de ser escuchados. Escuchar. Les pido que aprendan a escuchar y
a dedicarse más tiempo entre ustedes. En la capacidad de escucha está
la raíz de la paz.
La Virgen María, Madre de la escucha y del servicio atento, nos
enseña a ser acogedores y hospitalarios hacia nuestros hermanos y
hermanas.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
En sus corazones está vivo el dolor por la masacre que, la tarde del
jueves pasado, en Niza, ha segado tantas vidas inocentes, incluso niños.
Estoy cercano a cada familia y a toda la nación francesa en luto. Que
Dios, Padre bueno, acoja a las víctimas en su paz, sostenga a los
heridos y conforte a los familiares; Que Él haga desaparecer todo
proyecto de terror y de muerte, para que ningún hombre se atreva más a
derramar la sangre del hermano. Un abrazo paterno y fraterno a todos los
habitantes de Niza y a toda la nación francesa. Y ahora, todos juntos,
oremos pensando en esta masacre, en las víctimas, en los familiares.
Oremos antes en silencio...
[Ave María...]
A todos les deseo un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
Domingo 10 de julio de 2016
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy la liturgia nos propone la parábola llamada del «buen
samaritano», tomada del Evangelio de Lucas (10, 25-37). Esta parábola,
en su relato sencillo y estimulante, indica un estilo de vida, cuyo
baricentro no somos nosotros mismos, sino los demás, con sus
dificultades, que encontramos en nuestro camino y que nos interpelan.
Los demás nos interpelan. Y cuando los demás no nos interpelan, algo
allí no funciona; algo en aquel corazón no es cristiano. Jesús usa esta
parábola en el diálogo con un Doctor de la Ley, a propósito del dúplice
mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo
el corazón y al prójimo como a sí mismos (vv. 25-28). «Sí —replica aquel
Doctor de la Ley— pero dime, ¿quién es mi prójimo?» (v. 29). También
nosotros podemos plantearnos esta pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A
quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis
compatriotas? ¿A los de mi misma religión?... ¿Quién es mi prójimo? Y
Jesús responde con esta parábola. Un hombre, a lo largo del camino de
Jerusalén a Jericó, fue asaltado por unos ladrones, agredido y
abandonado. Por aquel camino pasan primero un sacerdote y después un
levita, quienes, aun viendo al hombre herido, no se detienen y siguen
adelante (vv. 31-32). Después pasa un samaritano, es decir, un habitante
de la Samaria y, como tal, despreciado por los judíos porque no
observaba la verdadera religión. Y en cambio él, precisamente él, cuando
vio a aquel pobre desventurado, «se conmovió». «Se acercó y vendó sus
heridas (…), «lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo» (vv.
33-34). Y al día siguiente, lo encomendó al dueño del albergue, pagó por
él y dijo que también habría pagado el resto (cfr. v. 35). Llegados a
este punto Jesús se dirige al Doctor de la Ley y le pregunta: «¿Cuál de
los tres —el sacerdote, el levita o el samaritano— te parece que se
portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». Y aquel
—porque era inteligente— responde naturalmente: «El que tuvo compasión
de él» (vv. 36-37). De este modo Jesús ha cambiado completamente la
perspectiva inicial del Doctor de la Ley —¡y también la nuestra!—: no
debo catalogar a los demás para decidir quién es mi prójimo y quién no
lo es. Depende de mí ser o no ser prójimo —la decisión es mía—, depende
de mí ser o no ser prójimo de la persona que encuentro y que tiene
necesidad de ayuda, incluso si es extraña o incluso hostil. Y Jesús
concluye: «Ve, y procede tú de la misma manera» (v. 37).
¡Hermosa lección! Y lo repite a cada uno de nosotros: «Ve, y procede
tú de la misma manera», hazte prójimo del hermano y de la hermana que
ves en dificultad. «Ve, y procede tú de la misma manera». Hacer obras
buenas, no decir sólo palabras que van al viento. Me viene en mente
aquella canción: «Palabras, palabras, palabras». No. Hacer, hacer. Y
mediante las obras buenas, que cumplimos con amor y con alegría hacia el
prójimo, nuestra fe brota y da fruto. Preguntémonos —cada uno de
nosotros responda en su propio corazón— preguntémonos: ¿Nuestra fe es
fecunda? ¿Nuestra fe produce obras buenas? ¿O es más bien estéril, y por
tanto, está más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de
lado? ¿Soy de aquellos que seleccionan a la gente según su propio
gusto? Está bien hacernos estas preguntas y hacérnoslas frecuentemente,
porque al final seremos juzgados sobre las obras de misericordia. El
Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas aquella vez, por el camino
de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era yo. ¿Te acuerdas?
Aquel niño hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que tantos
quieren echar era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas
para ancianos, era yo. Aquel enfermo solo en el hospital, al que nadie
va a saludar, era yo. Que la Virgen María nos ayude a caminar por la vía
del amor, amor generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano.
Que nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado.
Este es el camino para entrar en la vida eterna.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, hoy se celebra el «Domingo del Mar», en
apoyo del cuidado pastoral de la gente del mar. Aliento a los marinos y
a los pescadores en su labor, a menudo dura y arriesgada, así como
también a los capellanes y a los voluntarios en su precioso servicio.
Que María, estrella del Mar, vele sobre ellos. Saludo a todos ustedes,
fieles de Roma y de tantas partes de Italia y del mundo.
Dirijo un saludo especial a los peregrinos de Puerto Rico; a aquellos
polacos que han cumplido una estafeta desde Cracovia hasta Roma; y lo
hago extensivo a los participantes en la gran peregrinación de la
Familia de Radio María al Santuario de Częstochowa, llegado a su 25ª
edición. Saludo a las familias de la diócesis de Adria-Rovigo, a las
Hermanas hijas de la Caridad de la preciosísima Sangre, al Orden Seglar
Teresiano, a los fieles de Limbiate y a la Comunidad Misionera Juan
Pablo II.
Deseo a todos un buen domingo. Por favor no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
Domingo 3 de julio de 2016
Domingo 3 de julio de 2016
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
La página evangélica de hoy, tomada del décimo capítulo del Evangelio de Lucas (1-12. 17-20), nos hace comprender cuán necesario es invocar a Dios «el Señor de la mies, para que envíe obreros para su mies» (v. 2). Los «obreros» de los que habla Jesús son los misioneros del Reino de Dios, a los que Él mismo llamaba y enviaba «de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir». (v. 1). Su tarea es anunciar un mensaje de salvación dirigido a todos los misioneros, que anuncian siempre un mensaje de salvación a todos, no sólo a los misioneros que van lejos, también a nosotros misioneros cristianos que decimos una palabra buena de salvación. Y éste es el don que nos da Jesús con el Espíritu Santo. Este anuncio es el de decir: «El Reino de Dios está cerca de ustedes». (v. 9). En efecto, Jesús ha «acercado» a Dios a nosotros; en Jesús, Dios reina en medio de nosotros, su amor misericordioso vence el pecado y la miseria humana.
Y ésta es la Buena Noticia que los «obreros» deben llevar a todos: un mensaje de esperanza y de consolación, de paz y de caridad. Jesús, cuando envía a sus discípulos para que lo precedan en las aldeas, les recomienda: «Digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!»… «Curen a sus enfermos» (vv. 5. 9) Todo ello quiere decir que el Reino de Dios se construye día a día y ofrece ya en esta tierra sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consolación entre los hombres. ¡Es una cosa linda! Construir día tras día este Reino de Dios que se va haciendo. No destruir, construir.
¿Con qué espíritu el discípulo de Jesús deberá desarrollar esta misión? Ante todo, deberá tener conciencia de la realidad difícil y a veces hostil que le espera. Jesús no ahorra palabras sobre esto. Jesús dice: «Yo los envío como a ovejas en medio de lobos» (v. 3). Clarísimo. La hostilidad que está desde siempre, desde el comienzo de las persecuciones de los cristianos, porque Jesús sabe que la misión está obstaculizada por la obra del maligno. Por ello, el obrero del Evangelio se esforzará en estar libre de condicionamientos humanos de todo tipo, no llevando ni dinero, ni alforja, ni calzado (cfr v. 4), como ha recomendado Jesús, para confiar sólo en el poder de la Cruz de Cristo. Ello significa abandonar todo motivo de vanagloria personal, de arribismo, de fama, de poder, y ser instrumentos humildes de la salvación obrada por el sacrificio de Jesús.
La misión del cristiano en el mundo es una misión estupenda, es una misión destinada a todos, una misión de servicio sin excluir a nadie; requiere mucha generosidad y sobre todo elevar la mirada y el corazón, para invocar la ayuda del Señor. Hay tanta necesidad de cristianos que testimonien con alegría el Evangelio en la vida de cada día. Los discípulos enviados por Jesús «volvieron llenos de alegría» (v. 17). Cuando hacemos esto, el corazón se llena de alegría. Y esta expresión me hace pensar en cómo se alegra la Iglesia, se alegra cuando sus hijos reciben la Buena Noticia gracias a la dedición de tantos hombres y mujeres que cotidianamente anuncian el Evangelio: sacerdotes, esos buenos párrocos que todos conocemos, religiosas, consagradas, misioneras, misioneros, y me pregunto, escuchen la pregunta: ¿cuántos de ustedes jóvenes, que ahora están presentes, hoy, en la plaza, sienten la llamada del Señor para seguirlo? ¡No tengan miedo! Sean valientes y lleven a los otros esta antorcha del celo apostólico que nos ha sido dada por estos ejemplares discípulos.
Roguemos al Señor, por intercesión de la Virgen María, para que no falten nunca en la Iglesia corazones generosos, que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura del Padre celeste».
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Expreso mi cercanía a los familiares de las víctimas y de los heridos del atentado que se registró ayer en Dacca. Y también ante lo sucedido en Bagdad. Recemos juntos por ellos, por los difuntos y pidamos al Señor que convierta el corazón de los violentos obcecados por el odio.
Dios te Salve María…
Saludo a todos los fieles de Roma y peregrinos que llegaron de Italia y de distintos países. En particular al grupo de Bérgamo guiado por su obispo. Los bergamascos no han ahorrado para el cartel, ¡se ve bien! Y a los de Braganca-Miranda (Portugal); a las monjas Misioneras del Sagrado Corazón que vinieron desde Corea con algunos fieles; a los jóvenes de Ibiza que se preparan para la Confirmación; y al grupo de peregrinos venezolanos. Quiero saludar también a mis compatriotas de La Rioja, de Chilecito: ¡se ve bien la bandera allí!
Saludo a algunas peregrinaciones especiales, en el signo de la misericordia: el de los fieles de Ascoli Piceno, que llegaron a pie a lo largo de la antigua vía Salaria; el de los socios de la Federación italiana de turismo ecuestre, que vinieron a caballo, incluso algunos desde Cracovia; a los que vinieron en bicicleta y motocicleta desde Cardito (Nápoles).
Saludo por último, a la Asociación «Bricciole di speranza di Carla Zichetti», la familia Camiliana laica, la escuela jardín de Verdellino, a los jóvenes de Albino y Desenzano, y a los de Sassari. En el Año Santo de la Misericordia me complace recordar que el próximo miércoles celebraremos la memoria de Santa María Goretti , la niña mártir que antes de morir perdonó a su asesino . ¡Esta chica valiente merece un aplauso de toda la plaza!
Les deseo un buen domingo . Por favor, no se olviden de rezar por mí! ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
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