martes, 5 de septiembre de 2017

Papa FRANCISCO: Audiencias Generales del mes de agosto 2017 [30, 23, 9 y 2]


AUDIENCIAS GENERALES DEL PAPA FRANCISCO
AGOSTO 2017


Miércoles 30 de agosto de 2017


La Esperanza cristiana - 32. La memoria de a vocación reaviva la esperanza.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy me gustaría volver a un tema importante: la relación entre la esperanza y la memoria, con referencia particular a la memoria de la vocación. Y tomo como icono la llamada de los primeros discípulos de Jesús. En su memoria quedó impresa de tal forma esta experiencia, que alguno incluso registró la hora: «Era más o menos la hora décima (Juan 1, 39)». El evangelista Juan cuenta el episodio como un recuerdo nítido de juventud, que permanece intacto en su memoria de anciano: porque Juan escribió estas cosas cuando ya era anciano.


El encuentro se había producido cerca del río Jordán, donde Juan Bautista bautizaba; y aquellos jóvenes galileos habían elegido al Bautista como guía espiritual. Un día vino Jesús y se hizo bautizar en el río. Al día siguiente pasó de nuevo y entonces el Bautizador —es decir, Juan el Bautista— dijo a sus dos discípulos: «He aquí el cordero de Dios (v. 36)».


Y para aquellos dos es la «iluminación». Dejan a su primer maestro y siguen la secuela de Jesús. En el camino, Él se gira hacia ellos y hace la pregunta decisiva: «¿Qué buscáis?» (v. 38). Jesús aparece en los Evangelios como un experto en el corazón humano. En aquel momento había encontrado a dos jóvenes en búsqueda, sanamente inquietos. De hecho, ¿qué juventud es una juventud satisfecha, sin una pregunta de sentido? Los jóvenes que no buscan nada no son jóvenes, están jubilados, han envejecido antes de tiempo. Es triste ver a jóvenes jubilados... Y Jesús, a través de todo el Evangelio, en todos los encuentros que tiene a lo largo del camino aparece como un «incendiario» de los corazones. De ahí, aquella pregunta suya que busca hacer emerger el deseo de vida y de felicidad que cada joven lleva dentro: «¿Qué buscas?». También yo quisiera hoy preguntar a los jóvenes que están aquí en la plaza y a los que escuchan desde los medios de comunicación: «Tú, que eres joven, ¿qué buscas? ¿Qué buscas en tu corazón?».


La vocación de Juan y Andrés nace así: es el inicio de una amistad con Jesús tan fuerte como para imponer una comunidad de vida y pasiones con Él. Los dos discípulos comienzan a estar con Jesús y enseguida se transforman en misioneros, porque cuando termina el encuentro no vuelven a casa tranquilos: es tan cierto que sus respectivos hermanos —Simón y Santiago— enseguida se involucran en ese seguimiento. Fueron donde ellos y dijeron: «Hemos encontrado al Mesías, hemos encontrado un gran profeta»: dan la noticia. Son misioneros de ese encuentro. Fue un encuentro tan conmovedor, tan feliz que los discípulos recordarán para siempre aquel día que iluminó y orientó su juventud.


¿Cómo se descubre la propia vocación en este mundo? Se puede descubrir de muchos modos, pero esta página del Evangelio nos dice que el primer indicador es la alegría del encuentro con Jesús. Matrimonio, vida consagrada, sacerdocio: cada vocación verdadera inicia con un encuentro con Jesús que nos dona una alegría y una esperanza nueva; y nos conduce, también a través de pruebas y dificultades, a un encuentro cada vez más pleno, crece, ese encuentro, más grande, el encuentro con Él y a la plenitud de la alegría.


El Señor no quiere hombres y mujeres que caminen detrás de Él con desgana, sin tener en el corazón el viento de la alegría. Vosotros, que estáis en la plaza, os pregunto —cada uno se responda a sí mismo— ¿vosotros tenéis en el corazón el viento de la alegría? Cada uno se pregunte: «¿Yo tengo dentro de mí, en el corazón, el viento de la alegría?». Jesús quiere personas que hayan experimentado que estar con Él dona una felicidad inmensa, que se puede renovar cada día de la vida. Un discípulo del Reino de Dios que no sea alegre no evangeliza este mundo, es uno triste. A predicador de Jesús no se llega afinando las armas de la retórica: tú puedes hablar, hablar, hablar pero si no hay otra cosa... ¿Cómo se convierte en predicadores de Jesús? Custodiando en los ojos el brillo de la auténtica felicidad. Vemos muchos cristianos, también entre nosotros, que con los ojos te transmiten la legría de la fe: ¡con los ojos!


Por este motivo el cristiano —como la Virgen María— custodia la llama de su enamoramiento: enamorados de Jesús. Claro que hay pruebas en la vida, hay momentos en los que hace falta ir hacia delante a pesar del frío y los vientos contrarios, a pesar de tantas amarguras. Pero los cristianos conocen el camino que conduce a aquel fuego sacro que les ha encendido una vez para siempre. Pero por favor, os lo pido: no hagamos caso a las personas desilusionadas e infelices; no escuchemos a quien recomienda cínicamente no cultivar esperanzas en la vida; no nos fiemos de quien apaga desde el principio cada entusiasmo diciendo que ningún esfuerzo vale el sacrificio de toda una vida; no escuchemos a los «viejos» corazones que ahogan la euforia juvenil. ¡Vayamos donde los viejos que tienen los ojos brillantes de esperanza! Cultivemos, en cambio, sanas utopías: Dios nos quiere capaces de soñar como Él y con Él, mientras caminamos bien atentos a la realidad. Soñar con un mundo diverso. Y si un sueño se apaga, volver a soñarlo de nuevo, llegando con esperanza a la memoria de los orígenes, a esos brazos que, quizá después de |una vida no tan buena, se han escondido bajo las cenizas del primer encuentro con Jesús.


He aquí, por tanto, una dinámica fundamental de la vida cristiana: acordarse de Jesús. Pablo decía a su discípulo: «Acuérdate de Jesucristo» (2 Timoteo 2, 8); este es el consejo del gran san Pablo: «Acuérdate de Jesucristo». Acordarse de Jesús, del fuego de amor con el que un día concebimos nuestra vida como un proyecto de bien, y reavivar con esta llama nuestra esperanza.


LLAMAMIENTO


Pasado mañana, 1° septiembre, será la Jornada de oración por el cuidado de la creación. En esta ocasión, mi querido hermano Bartolomé, patriarca ecuménico de Constantinopla, y yo, hemos preparado juntos un Mensaje. En él invitamos a todos a asumir una actitud respetuosa y responsable hacia la creación. Hacemos además un llamamiento, a quienes ocupan posiciones influyentes, a escuchar el grito de la tierra y el grito de los pobres, que más sufren por los desequilibrios ecológicos.

 
Saludos:


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los animo a que se acuerden de ese primer encuentro con Jesús en sus vidas, para que puedan reavivar ese fuego de amor, que los invita a seguirle con alegría y que es llama de esperanza.
Muchas gracias.
 
 
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Miércoles 23 de agosto de 2017



31. "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). La novedad de la esperanza cristiana.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hemos escuchado la Palabra de Dios en el libro del Apocalipsis, y dice así: «Mira que hago un mundo nuevo» (21, 5). La esperanza cristiana se basa en la fe en Dios que siempre crea novedad en la vida del hombre, crea novedad en el cosmos. Nuestro Dios es el Dios que crea novedad, porque es el Dios de las sorpresas.


No es cristiano caminar con la mirada dirigida hacia abajo —como hacen los cerdos: siembre van así— sin levantar los ojos hacia el horizonte. Como si todo nuestro camino se apagase aquí en el palmo de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no hubiese ninguna meta y ningún desembarque, y nosotros estuviésemos obligados a un eterno vagar, sin alguna razón para nuestras muchas fatigas. Esto no es cristiano.


Las páginas finales de la Biblia nos muestran el horizonte último del camino del creyente: la Jerusalén del Cielo, la Jerusalén celestial. Es imaginada ante todo como una inmensa tienda, donde Dios acoge a todos los hombres para habitar definitivamente con ellos (Apocalipsis 21, 3). Y esta es nuestra esperanza. Y ¿qué hará Dios, cuando finalmente estemos con Él? Usará una ternura infinita con nosotros, como un padre que acoge a sus hijos que durante mucho tiempo han fatigado y sufrido. Juan, en el Apocalipsis, profetiza: «Esta es la morada de Dios con los hombres [… Él] enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado […] ¡mira que hago un mundo nuevo!» (21, 3-5). ¡El Dios de la novedad!


Intentad meditar sobre este pasaje de la Sagrada Escritura no de manera abstracta, sino después de haber leído una noticia de nuestros días, después de haber visto el telediario o la portada de los periódicos, donde hay muchas tragedias, donde se encuentran noticias tristes ante las cuales todos corremos el riesgo de acostumbrarnos. Y he saludado algunos de Barcelona: ¡cuántas noticias tristes de allí! ¡Y cuántas otras! He saludado algunos del Congo, y ¡cuántas noticias tristes de allí! ¡Y cuántas otras! Por nombrar solo dos países vuestros de los que estáis aquí... Intentad pensar en los rostros de los niños aterrorizados por la guerra, en el llanto de las madres, en los sueños infringidos de muchos jóvenes, en los refugiados que afrontan viajes terribles, y son explotados tantas veces... La vida desgraciadamente también es esto. Algunas veces diríamos que es sobre todo esto.


Puede ser. Pero hay un Padre que llora con nosotros; hay un Padre que llora lágrimas de infinita piedad por sus hijos. Nosotros tenemos un Padre que sabe llorar, que llora con nosotros. Un Padre que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro diverso. Esta es la gran visión de la esperanza cristiana, que se dilata todos los días de nuestra existencia, y nos quiere levantar. Dios no ha querido nuestras vidas por equivocación, obligándose a sí mismo y a nosotros a duras noches de angustia. Nos ha creado, en cambio, porque nos quiere felices. Es nuestro Padre, y si nosotros aquí, ahora, experimentamos una vida que no es la que Él ha querido para nosotros, Jesús nos garantiza que Dios mismo está obrando su rescate. Él trabaja para rescatarnos.


Nosotros creemos y sabemos que la muerte y el odio no son las últimas palabras pronunciadas sobre la parábola de la existencia humana. Ser cristianos implica una nueva perspectiva: una mirada llena de esperanza. Algunos creen que la vida retenga todas sus felicidades en la juventud y en el pasado, y que el vivir sea un lento decaimiento. Otros aún retienen que nuestras alegrías sean solo episódicas y pasajeras, y en la vida de los hombres esté inscrito el sinsentido. Los que ante tantas calamidades dicen: «Pero, la vida no tiene sentido. Nuestro camino es el sinsentido». Pero nosotros cristianos no creemos esto. Creemos en cambio que en el horizonte del hombre hay un sol que ilumina para siempre. Creemos que nuestros días más bonitos deben llegar todavía. Somos gente más de primavera que de otoño. A mí me gustaría preguntar, ahora —cada uno responda en su corazón, en silencio, pero responda—: «¿Yo soy un hombre, una mujer, un chico, una chica de primavera o de otoño? ¿Mi alma está en primavera o está en otoño?». Que cada uno responda. Observamos los brotes de un nuevo mundo antes en vez de las hojas amarillentas de las ramas? Nos acunamos en nostalgias, arrepentimientos y lamentos: sabemos que Dios nos quiere herederos de una promesa e incansables cultivadores de sueños. No os olvidéis de esa pregunta: «¿Soy una persona de primavera o de otoño?». De primavera, que espera la flor, que espera el fruto, que espera el sol que es Jesús, o de otoño, que está siempre con la cara mirando hacia abajo, amargado y, como a veces he dicho, con la cara de pimientos en vinagre.


El cristiano sabe que el Reino de Dios, su Señoría de amor está creciendo como un gran campo de grano, aunque en medio está la cizaña. Siempre hay problemas, están los chismorreos, están las guerras, están las enfermedades... están los problemas. Pero el grano crece, y al final el mal será eliminado. El futuro no nos pertenece, pero sabemos que Jesucristo es la gracia más grande de la vida: es el abrazo de Dios que nos espera al final, pero que ya desde ahora nos acompaña y nos consuela en el camino. Él nos conduce a la gran «tienda» de Dios con los hombres (cf. Apocalipsis 21, 3), con muchos otros hermanos y hermanas, y llevaremos a Dios el recuerdo de los días vividos aquí abajo. Y será bonito descubrir en ese instante que nada se ha perdido, ninguna sonrisa y ninguna lágrima. Por mucho que nuestra vida haya sido larga, nos parecerá haber vivido en un suspiro. Y que la creación no se ha detenido en el sexto día del Génesis, sino que ha proseguido infatigable, porque Dios siempre se ha preocupado por nosotros. Hasta el día en el que todo se cumplirá, en la mañana en la que se se extinguirán las lágrimas, en el mismo instante en el que Dios pronunciará su última palabra de bendición: «¡Mira que hago un mundo nuevo!» (v. 5). Sí, nuestro Padre es el Dios de las novedades y de las sorpresas. Y aquel día nosotros seremos verdaderamente felices, y lloraremos. Sí: pero lloraremos de alegría.


Saludos:


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Por intercesión de santa Rosa de Lima, cuya fiesta celebramos hoy, pidamos a la Virgen María que aun en medio de las dificultades y oscuridades de la vida mantengamos encendida la luz de la esperanza, la certeza de que Dios es nuestro Padre y nunca nos abandona. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.


(canto)


Santo Padre:


Pensaba que en la universidad de Salamanca enseñasen a estudiar solo con los libros; pero veo que cantan bien: ¡felicidades!

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Miércoles 9 de agosto de 2017


La Esperanza cristiana - 30. El perdón divino: motor de esperanza


Queridos hermanos, ¡buenos días!



Hemos oído la reacción de los comensales de Simón el fariseo: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?» (Lucas 7, 49). Jesús acaba de cumplir un gesto escandaloso. Una mujer de la ciudad, conocida por todos como una pecadora, ha entrado en casa de Simón, se ha inclinado a los pies de Jesús y ha derramado sobre sus pies un aceite perfumado. Todos los que estaban allí en la mesa murmuraban: si Jesús es un profeta, no debería aceptar gestos semejantes de una mujer como esa. Aquellas mujeres, pobrecitas, que servían solo para encontrarse con ellas a escondidas, también por parte de los jefes, o para ser lapidadas. Según la mentalidad del tiempo, entre el santo y el pecador, entre lo puro y lo impuro, la separación debía ser neta.


Pero la actitud de Jesús es diversa. Desde los inicios de su ministerio de Galilea, Él se acerca a leprosos, a endemoniados, a todos los enfermos y a los marginados. Un comportamiento tal no era para nada habitual, tanto es así que esta simpatía de Jesús por los excluidos, los «intocables», será una de las cosas que más desconcertarán a sus contemporáneos. Allí donde hay una persona que sufre, Jesús se hace cargo, y ese sufrimiento se hace suyo. Jesús no predica que la condición de pena debe ser soportada con heroísmo, según el estilo de los filósofos estoicos. Jesús comparte el dolor humano, y cuando se le cruza, desde lo más íntimo prorrumpe esa actitud que caracteriza al cristianismo: la misericordia. Jesús, ante el dolor humano siente misericordia; el corazón de Jesús es misericordioso. Jesús siente compasión. Literalmente: Jesús siente temblar sus entrañas. Cuántas veces en los Evangelios encontramos reacciones parecidas. El corazón de Cristo encarna y revela el corazón de Dios, que allí donde hay un hombre o una mujer que sufre, quiere su sanación, su liberación, su vida plena.


Es por ello que Jesús abre los brazos de par en par a los pecadores. Cuánta gente perdura también hoy en una vida equivocada porque no encuentra a nadie dispuesto a mirarlo o mirarla de manera diferente, con los ojos, mejor, con el corazón de Dios, es decir mirarles con esperanza. Jesús en cambio ve una posibilidad de resurrección incluso en quien ha acumulado muchas elecciones equivocadas. Jesús siempre está allí, con el corazón abierto; abre de par en par esa misericordia que tiene en el corazón; perdona, abraza, entiende, se acerca: ¡así es Jesús!


A veces olvidamos que para Jesús no se ha tratado de un amor fácil, a bajo precio. Los Evangelios conservan las primeras reacciones negativas hacia Jesús precisamente cuando Él perdonó los pecados de un hombre (cf. Marcos 2, 1-12). Era un hombre que sufría doblemente: porque no podía caminar y porque se sentía «equivocado». Y Jesús entiende que el segundo dolor es más grande que el primero, hasta tal punto que le acoge enseguida con un anuncio de liberación: «Hijo, tus pecados te son perdonados» (v. 5). Libera esa sensación de opresión de sentirse equivocado. Es entonces cuando algunos escribas —los que se creen perfectos: yo pienso en muchos católicos que se creen perfectos y desprecian a los demás... es triste, esto...— algunos escribas allí presentes se escandalizan por las palabras de Jesús, que suenan como una blasfemia, porque solo Dios puede perdonar los pecados.


Nosotros que estamos acostumbrados a experimentar el perdón de los pecados, quizás demasiado «a buen precio», deberíamos recordar de vez en cuando cuánto hemos costado al amor de Dios. Cada uno de nosotros ha costado bastante: ¡la vida de Jesús! Él la habría dado incluso solo por uno de nosotros. Jesús no va a la cruz porque sana a los enfermos, sino por que predica la caridad, porque proclama las bienaventuranzas. El Hijo de Dios va a la cruz sobre todo porque perdona los pecados, porque quiere la liberación total, definitiva del corazón del hombre. Porque no acepta que el ser humano consume toda su existencia con este «tatuaje» imborrable, con el pensamiento de no poder ser acogido por el corazón misericordioso de Dios. Y con estos sentimientos Jesús sale al encuentro de los pecadores, que somos todos. Así los pecadores son perdonados. No solo son tranquilizados a nivel psicológico, porque son liberados del sentimiento de culpa. 
Jesús hace mucho más: ofrece a las personas que se han equivocado la esperanza de una vida nueva. «Pero, Señor, yo soy un trapo» — «Mira adelante y te hago un corazón nuevo». Esta es la esperanza que nos da Jesús. Una vida marcada por el amor. Mateo el publicano se convierte en apóstol de Cristo: Mateo, que es un traidor de la patria, un explotador de la gente. Zaqueo, rico corrupto —este seguramente tenía una licenciatura en sobornos— de Jericó, se convierte en un benefactor de los pobres. La mujer de Samaria, que ha tenido cinco maridos y ahora vive con otro, escucha cómo se le promete «un agua viva» que podrá manar para siempre dentro de ella (cf. Juan 4, 14). Así Jesús cambia el corazón; hace así con todos nosotros. Nos hace bien pensar que Dios no ha elegido como primera masa para formar su Iglesia a las personas que no se equivocaban nunca. La Iglesia es un pueblo de pecadores que experimentan la misericordia y el perdón de Dios. Pedro entendió más verdades de sí mismo cuando el gallo cantó, que de sus impulsos de generosidad, que le hinchaban el pecho, haciéndole sentir superior a los demás.


Hermanos y hermanas, somos todos pobres pecadores, necesitados de la misericordia de Dios que tiene la fuerza de transformarnos y devolvernos esperanza, y esto cada día. ¡Y lo hace! Y a la gente que ha entendido esta verdad básica, Dios regala la misión más bonita del mundo, es decir el amor por los hermanos y hermanas, y el anuncio de una misericordia que Él no niega a nadie. Y esta es nuestra esperanza. Vayamos adelante con esta confianza en el perdón, en el amor misericordioso de Jesús.


 
Saludos:


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Veo que hay españoles, que hay panameños, mexicanos, chilenos, colombianos. ¡Cuántos latinoamericanos hay hoy! Los exhorto a ser testigos de ese amor en medio de los hermanos y anunciadores de la misericordia que el Señor no niega a nadie. Que Dios los bendiga y bendiga a sus naciones.





 LLAMAMIENTO

Me he quedado profundamente dolido por la masacre sucedida el domingo pasado en Nigeria, dentro de una iglesia, donde fueron asesinadas personas inocentes. Y lamentablemente esta mañana ha llegado la noticia de violencias homicidas en la República Centroafricana, contra las comunidades cristianas. Deseo que cese cualquier forma de odio y de violencia y no se repitan más crímenes tan vergonzosos, perpetrados en lugares de culto, donde los fieles se reúnen para rezar. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas de Nigeria y de la República Centroafricana. Rezamos por ellos, todos juntos: Dios te salve María...


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Miércoles 2 de agosto de 2017


La Esperanza cristiana - 29. El bautismo: puerta de la esperanza


 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hubo un tiempo en el cual las iglesias estaban orientadas hacia el este. Se entraba en el edificio sagrado por una puerta abierta hacia occidente y, caminando por la nave central, se dirigía hacia oriente. Era un símbolo importante para el hombre antiguo, una alegoría que a lo largo de la historia ha decaído progresivamente. Nosotros, hombres de la época moderna, mucho menos acostumbrados a percibir los grandes signos del cosmos, casi nunca nos damos cuenta de semejante particular. El occidente es el punto cardinal del ocaso, donde muere la luz. El oriente, en cambio es el lugar donde las tinieblas son vencidas por la primera luz de la aurora y nos recuerda a Cristo, Sol surgido desde lo alto en el horizonte del mundo (cf Lucas 1, 78).


Los antiguos ritos del Bautismo preveían que los catecúmenos emitiesen la primera parte de su profesión de fe teniendo la mirada hacia occidente. Y en aquella pose eran interrogados: «¿Renunciáis a Satanás, a su servicio y a sus obras?» — Y los futuros cristianos repetían en coro: «¡Renuncio!». Luego se dirigía hacia el ábside, en dirección a oriente, donde nace la luz, y los candidatos al Bautismo eran interrogados de nuevo: «¿Creéis en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?». Y esta vez respondían: «¡Creo!».


En los tiempos modernos se ha perdido en parte la fascinación de este rito: hemos perdido la sensibilidad ante el lenguaje del cosmos. Naturalmente ha permanecido la profesión de fe, hecha según la interrogación bautismal, que es propia de la celebración de algunos sacramentos. La cual permanece intacta en su significado. ¿Qué quiere decir ser cristianos? Quiere decir mirar a la luz, continuar a hacer la profesión de fe en la luz, incluso cuando el mundo está envuelto por la noche y las tinieblas.


Los cristianos no están exentos de las tinieblas, externas e internas. No viven fuera del mundo, pero, por la gracia de Cristo recibida en el Bautismo, son hombres y mujeres «orientados»: no creen en la oscuridad, sino en la claridad del día; no sucumben a la noche, sino que esperan la aurora; no son derrotados por la muerte, sino que anhelan el resurgir; no están plegados por el mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien. Y esta es nuestra esperanza cristiana. La luz de Jesús, la salvación que nos lleva a Jesús con su luz y que nos salva de las tinieblas.


Nosotros somos quienes creen que Dios es Padre: ¡esta es la luz! No somos huérfanos, tenemos un Padre y nuestro Padre es Dios. Creemos que Jesús descendió en medio de nosotros, caminó en nuestra misma vida, haciéndose compañero sobre todo de los más pobres y frágiles: ¡esta es la luz! Creemos que el Espíritu Santo obra sin descanso por el bien de la humanidad y del mundo, e incluso los dolores más grandes de la historia serán superados: ¡esta es la esperanza que nos despierta cada mañana! Creemos que cada ser querido, cada amistad, cada buen deseo, cada amor, incluso los más pequeños y descuidados, un día encontrarán su cumplimiento en Dios: ¡esta es la fuerza que nos empuja a abrazar con entusiasmo nuestra vida de todos los días! Y esta es nuestra esperanza: vivir en la esperanza y vivir en la luz, en la luz de Dios Padre, en la luz de Jesús Salvador, en la luz del Espíritu Santo que nos empuja a seguir adelante en la vida.


Luego hay otro signo muy bonito de la liturgia bautismal que nos recuerda la importancia de la luz. Al finalizar el rito, a los padres —si es un niño— o al mismo bautizado —si es adulto— se le entrega una vela, cuya llama se enciende del cirio pascual. Se trata del gran cirio que en la noche de Pascua entra en la iglesia completamente a oscuras, para manifestar el misterio de la Resurrección de Jesús; de ese cirio todos encienden la propia vela y transmiten la llama a los que están cerca: en ese signo está la lenta propagación de la Resurrección de Jesús en las vidas de todos los cristianos. La vida de la Iglesia — diré una palabra un poco fuerte es contaminación de luz. Cuanta más luz de Jesús tenemos nosotros cristianos, cuanta más luz de Jesús hay en la vida de la Iglesia, más está viva ésta. La vida de la Iglesia es contaminación de luz.


La exhortación más bella que podemos hacernos unos a otros es la de recordarnos nuestro Bautismo. Yo querría preguntaros: ¿cuántos de vosotros se acuerdan de la fecha del propio Bautismo? ¡No respondáis porque alguno sentirá vergüenza! Pensad y si no la recordáis, hoy tenéis deberes para hacer en casa: ve a tu mamá, a tu papá, a tu tía, a tu tío, a tu abuela, abuelo y pregúntales: «¿Cuál es la fecha de mi Bautismo?». ¡Y no la olvidéis nunca más! ¿Está claro? ¿Lo haréis? El compromiso de hoy es aprender o recordar la fecha del Bautismo, que es la fecha del renacimiento, es la fecha de la luz, es la fecha en la cual —me permito una palabra— en la cual hemos sido contaminados por la luz de Cristo. Nosotros hemos nacido dos veces: la primera en la vida natural, la segunda, gracias al encuentro con Cristo en la fuente bautismal. Allí hemos muerto a la muerte, para vivir como hijos de Dios en este mundo. Allí nos hemos vuelto humanos como nunca habríamos imaginado. He aquí por qué todos debemos difundir el perfume del Crisma con el que hemos sido señalados el día de nuestro Bautismo. En nosotros vive y obra el Espíritu de Jesús, primogénito de muchos hermanos, de todos los que se oponen a la ineluctabilidad de la tiniebla y de la muerte.


Qué gracia cuando un cristiano se convierte verdaderamente en un «cristo-foro», es decir ¡«portador de Jesús» por el mundo! Sobre todo por quienes están atravesando situaciones de luto, de desesperación, de tinieblas y de odio. Y esto se entiende a través de muchos pequeños detalles particulares: por la luz que un cristiano custodia en sus ojos, por el fondo de serenidad que no queda mermado ni siquiera en los días más complicados, por las ganas de querer bien incluso cuando se sufren muchas desilusiones. En el futuro, cuando se escriba la historia de nuestros días, ¿qué se dirá de nosotros? ¿Que hemos sido capaces de esperanza, o que hemos ocultado nuestra luz? Si seremos fieles a nuestro Bautismo, difundiremos la luz de la esperanza, el Bautismo es el inicio de la esperanza, la esperanza de Dios y podremos transmitir a las generaciones futuras razones de vida.



 
Saludos:


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.


Los invito a recordar su Bautismo, la fecha de su Bautismo, y a ser luz de Cristo para los demás, siendo portadores de la vida nueva recibida en el Bautismo, para que los que sufren y los descartados de la sociedad puedan percibir a través de nuestro testimonio de vida la claridad de la esperanza en Cristo.


Muchas gracias.


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