lunes, 25 de septiembre de 2017

Homilía del Santo Padre en la Misa al Cuerpo de la Gendarmería

CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.mx - 24 de septiembre de 2017).- Esta mañana a las 9.30 horas, en la Gruta de Lourdes en los Jardines Vaticanos, el Santo Padre FRANCISCO ha presidido la Celebración Eucarística para el Cuerpo de la Gendarmería Vaticana, en ocasión de la celebración de su patrono, San Miquel Arcángel, el 29 de septiembre.


SANTA MISA PARA EL CUERPO DE LA GENDARMERÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Gruta de Lourdes en los Jardines Vaticanos
Domingo 24 de setiembre de 2017


En la primera Lectura el profeta Isaías nos exhorta a buscar al Señor, a convertirnos: «Buscad al Señor mientras lo encuentras; invócalo mientras está cercano. El malvado abandona su camino y el hombre inicuo a sus pensamientos» (55,6-7). Ahí está la conversión. Nos dice que el camino es aquel: buscar al Señor. Cambiar de vida, convertirse… Y esto es verdad. Pero Jesús cambia la lógica y va más allá, con una lógica que ninguno podía entender: es la lógica del amor de Dios. Es verdad, tú debes buscar al Señor y hacer de todo para encontrarlo; pero lo importante es que es Él quien te está buscando a ti. Él te está buscando a ti. Más importante que buscar al Señor, es darse cuenta que Él me busca.


Este pasaje del Evangelio, esta parábola, nos hace entender esto: Dios sale a encontrarnos. Cinco veces en este pasaje se habla de la salida: la salida de Dios, el dueño de casa, que va a tomar por jornal a los trabajadores para su viña. Y la jornada es la vida de una persona, y Dios sale por la mañana, y a media mañana, a mediodía, por la tarde hasta la noche, a las cinco. No se cansa de salir. Nuestro Dios no se cansa de salir para buscarnos, para hacernos ver que nos ama.
“Pero, padre, yo soy un pecador…”. Y cuantas veces estamos en la plaza como esta [de la parábola] que toda la jornada está allí; es estar en la plaza es estar en el mundo, estar en los pecados, estar… “Vamos!” – “Pero es tarde…” – “Vamos!”. Para Dios no es jamás tarde. ¡Jamás, jamás!. Esta es la lógica de la conversión. Él sale de sí mismo para buscarnos y ha salido tanto de sí mismo que ha enviado a su Hijo a buscarnos. Nuestro Dios siempre tiene la mirada sobre nosotros. Pensemos en el padre del hijo pródigo: dice el Evangelio que lo vió venir de lejos (cfr Lc 15,20). Pero ¡por qué lo vío? Porque todos los días, y tal vez varias veceal al día, subía a su terraza a ver si su hijo regresaba. Esto es el corazón de nuestro Dio: nos espera siempre. Es cuando alguien dice: “He encontrado a Dios”, equivocado. Él, al final, te ha encontrado a tí te ha traído hacia Él. Es el quien ha dado el primer paso. Él no se cansa de salir, salir… Él respeta la libertad de cada hombre pero está allí, esperando que nosostros le abramos un porquito la puerta.


Y esta es la cosa más grande del Señor: es humilde. Nuestro Dios es humilde. Se humilla esperándonos. Esta siempre ahí, esperandonos. 


Todos nosotros somos pecadores y todos tenemos necesidad del encuentro con el Señor; de un encuentro que nos da fuerza para ir adelante, para ser más buenos, simplemente. Pero estemos atentos. Porque Él pasa, Él viene y sería una cosa triste que Él pasara y nosotros no nos demos cuenta que Él está pasando. Y pidamos hoy la gracia: Señor, que yo este seguro que Tú me estás esperando. Si, esperándome, con mis pecados, con mis defectos, con mis problemas. Todos tenemos necesidad, todos. Pero Él está ahí: está ahí, siempre. El peor de los pecados creo que sea el de no entender que Él está siempre ahí esperándome, no tener confianza en este amor: la desconfianza en el amor de Dios.


El Señor, en esta jornada gozosa para vosotros, les conceda esta gracia. También a mí, a todos. La gracia de estar seguros de que Él siempre está a la puerta, esperando que yo la abra un poquito para entrar. Y no tengan miedo: cuando el hijo prodigo encontró al padre, el padre bajó de la terraza y fue al encuentro del hijo. Aquel anciano fue rápidamente, y dice el Evangelio que cuando el hijo comenzó a hablarle: “Padre, he pecado…”, no lo dejó hablar; lo abrazó, lo besó (cfr Lc 15,20-21). Esto es lo que nos espera si nosotros abrimos un poquito la puerta: el abrazo del Padre. 


(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx)


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