Medellín, COLOMBIA (http://press.vatican.va - 9 de septiembre de 2017). Esta mañana, dejando la Nunciatura Apostólica, el Papa FRANCISCO se
trasladó al Aeropuerto Militar CATAM de Bogotá. A su llegada, saludó a algunas personas de la General Motors saludaban las escaleras del
avión. A continuación, subió a bordo de un A321 de Avianca para
trasladarse al aeropuerto de Rionegro.
A su llegada al aeropuerto "José M. Córdoba".” el Papa FRANCISCO fue
recibido por el Obispo de Sonsón-Rionegro, el Alcalde de Rionegro y el
Comandante de la Fuerza. A continuación el Santo Padre se trasladó en
helicóptero al aeropuerto "Enrique Olaya Herrera" de Medellín donde, al
llegar, fue recibido por el Arzobispo de Medellín. S. E. Mons. Ricardo
Tobón Restrepo, por el Gobernador y el Alcalde de la Ciudad.
Después de dar varias vueltas en papamóvil entre los fieles, el Papa
fue a la sacristía acompañado por un grupo de personas religiosas y
consagradas. Luego, a las 10:15 horas, presidió la celebración eucarística en
la memoria litúrgica de San Pedro Claver, sacerdote jesuita, apóstol de
los esclavos negros deportados. Se haya expuesto el cuadro de "Virgen de
la Candelaria", Patrona de Medellín.
Al concluir la Santa Misa, el Arzobispo de Medellín. S. E. Mons. Ricardo Tobón Restrepo, saludó al Santo Padre. Después de la bendición
final, el Papa FRANCISCOse trasladó en automóvil al Seminario
Conciliar.
Sigue la homilía que el Papa pronunció después de la proclamación del santo evangelio.
Homilía del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
En la misa del jueves en Bogotá escuchábamos el llamado de
Jesús a sus primeros discípulos; esta parte del Evangelio de Lucas que
comenzó con aquella narración, culmina con el llamado a los Doce. ¿Qué
recuerdan los evangelistas entre ambos acontecimientos? Que este camino
de seguimiento supuso en los primeros seguidores de Jesús mucho esfuerzo
de purificación. Algunos preceptos, prohibiciones y mandatos los hacían
sentir seguros; cumplir con determinadas prácticas y ritos los
dispensaba de una inquietud, la inquietud de preguntarse: ¿Qué es lo que
le agrada a nuestro Dios? Jesús, el Señor, les señala que cumplir es
caminar detras Él, y que ese caminar los ponía frente a leprosos,
paralíticos, pecadores. Esas realidades demandaban mucho más que una
receta o una norma establecida. Aprendieron que ir detrás de
Jesús supone otras prioridades, otras consideraciones para servir a
Dios. Para el Señor, también para la primera comunidad, es de suma
importancia que quienes nos decimos discípulos no nos aferremos a cierto
estilo, a ciertas prácticas que nos acercan más al modo de ser de
algunos fariseos de entonces que al de Jesús. La libertad de Jesús se
contrapone con la falta de libertad de los doctores de la ley de aquella
época, que estaban paralizados por una interpretación y práctica
rigorista de la ley. Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente
«correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en
esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse, involucrarse. Son tres actitudes que tenemos que plasmar en nuestra vida de discípulos.
Lo primero, ir a lo esencial. No quiere decir «romper con todo», romper con aquello que no se acomoda a nosotros, porque tampoco Jesús vino «a abolir la ley, sino a llevarla a su plenitud» (Mt
5,17). Ir a lo esencial es más bien ir a lo profundo, a lo que cuenta y
tiene valor para la vida. Jesús enseña que la relación con Dios no
puede ser un apego frío a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de
ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida. Tampoco
nuestro discipulado puede ser motivado simplemente por una costumbre,
porque contamos con un certificado de bautismo, sino que debe partir de
una viva experiencia de Dios y de su amor. El discipulado no es algo
estático, sino un continuo camino hacia Cristo; no es simplemente
el apego a la explicitación de una doctrina, sino la experiencia de la
presencia amigable, viva y operante del Señor, un permanente aprendizaje
por medio de la escucha de su Palabra. Y esa palabra, lo hemos
escuchado, se nos impone en las necesidades concretas de nuestros
hermanos: será el hambre de los más cercanos en el texto proclamado, o
la enfermedad en lo que narra Lucas a continuación.
La segunda palabra, renovarse. Como Jesús «zarandeaba»
a los doctores de la ley para que salieran de su rigidez, ahora también
la Iglesia es «zarandeada» por el Espíritu para que deje sus
comodidades y sus apegos. La renovación no nos debe dar miedo. La
Iglesia siempre está en renovación —Ecclesia semper renovanda —.
No se renueva a su antojo, sino que lo hace «firme y bien fundada en la
fe, sin apartarse de la esperanza transmitida por la Buena Noticia» (Col
1,23). La renovación supone sacrificio y valentía, no para considerarse
mejores o más pulcros, sino para responder mejor al llamado del Señor.
El Señor del sábado, la razón de ser de todos nuestros mandatos y
prescripciones, nos invita a ponderar lo normativo cuando está en juego
el seguimiento; cuando sus llagas abiertas, su clamor de hambre y sed de
justicia nos interpelan y nos imponen respuestas nuevas. Y en Colombia
hay tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida
de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia,
de reconciliación y de paz.
La tercera palabra, involucrarse. Aunque para algunos eso parezca ensuciarse o mancharse.
Como David o los suyos que entraron en el Templo porque tenían hambre y
los discípulos de Jesús entraron en el sembrado y comieron las espigas,
también hoy a nosotros se nos pide crecer en arrojo, en un coraje
evangélico que brota de saber que son muchos los que tienen hambre,
hambre de Dios - cuánta gente tiene hambre de Dios -, hambre de
dignidad, porque han sido despojados. Y me pregunto, si el hambre de
Dios de tanta gente quizás no venga porque con nuestras actitudes se la
hemos despojado. Y, como cristianos, ayudar a que se sacien de Dios; no
impedirles o prohibirles el encuentro. Hermanos, la Iglesia no es
una aduana, quiere las puertas abiertas porque el corazón de su Dios
está no sólo abierto, sino traspasado por el amor que se hizo dolor. No
podemos ser cristianos que alcen continuamente el estandarte de
«prohibido el paso», ni considerar que esta parcela es mía, adueñándome
de algo que no es absolutamente mío. La Iglesia no es nuestra, hermanos, es
de Dios; Él es el dueño del templo y del sembrado; todos tienen cabida,
todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento.
Todos. Y Él, el que preparó las bodas para su Hijo- manda a buscar a
todos, sanos y enfermos, buenos y malos, todos. Nosotros somos simples
«servidores» (cf. Col 1,23) no podemos ser quienes impidamos ese
encuentro. Al contrario, Jesús nos pide, como lo hizo a sus discípulos:
«Denles ustedes de comer» (Mt 14,16); este es nuestro servicio.
Comer el pan de Dios, comer el amor de Dios, comer el pan que nos lleva a
sobrevivir también. Bien lo entendió esto Pedro Claver, a quien
hoy celebramos en la liturgia y que mañana veneraré en Cartagena.
«Esclavo de los negros para siempre» fue su lema de vida, porque
comprendió, como discípulo de Jesús, que no podía permanecer indiferente
ante el sufrimiento de los más desamparados y ultrajados de su época y
que tenía que hacer algo para aliviarlo.
Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a
empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros,
así como lo señalamos los obispos reunidos en Aparecida. Discípulos que
sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponía aquel documento
latinoamericano que nació en estas tierras (cf. Medellín, 1968).
Discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas; que examinan
la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y desde ahí juzgan. Y
que arriesgan, que actúan, que se comprometen.
He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y
en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo,
firmes y libres en Cristo, porque toda firmeza en Cristo nos da
libertad, de modo que lo reflejen en todo lo que hagan. Asuman con todas
sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e
instruir por Él, búsquenlo en la oración y déjense buscar por el en la
oración, anúncienlo con la mayor alegría posible.
Pidamos a través de la intercesión de nuestra Madre, Nuestra
Señora de la Candelaria, que nos acompañe en nuestro camino de
discípulos, para que poniendo nuestra vida en Cristo, seamos siempre
misioneros que llevemos la luz y la alegría del Evangelio a todas las
gentes.