CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 29 de octubre de 2017).- Homilía que el Secretario de Estado el Cardenal Pietro Parolin ha
pronunciado esta mañana durante la celebración eucarística misa delante
de la fachada de la basílica de San Benito en Nursia, en el primer
aniversario del terremoto.:
Homilía del Cardenal Secretario de Estado
Excelencias,
Distinguidas Autoridades,
Queridos sacerdotes,
Queridos ciudadanos de Norcia,
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Nos hemos reunido hoy para esta celebración eucarística delante de la
fachada de la basílica de San Benito, un año después del terremoto en
Valnerina que, después de las primeras sacudidas del 24 de agosto, entre
el 26 y 30 de octubre del año 2016 trastornó el ritmo normal de la
vida de estas tierras, ricas en arte, belleza paisajística y tradiciones
culturales, que han encontrado su mayor inspiración en la fe cristiana.
Una fe vivida y testimoniada a través de los siglos que ha moldeado
estas colinas y estos espacios que favorecen la meditación y la
contemplación y que ha plasmado tanto las conciencias como la
arquitectura de vuestras plazas e iglesias.
La belleza de la creación y la laboriosidad del hombre que la cuida, la
sucesión armoniosa de valles, ríos, lagos y montañas y el trabajo del
hombre que construye sabiamente pueblos y ciudades, están siempre
insertados en el gran misterio del universo, deben enfrentarse con la
vehemencia de las fuerzas naturales, que se presentan la mayor parte de
las veces como oportunidades y riquezas que hay que administrar con
sabiduría y, a veces se expresan, en cambio, como una fuerza
destructiva, que no podemos predecir con precisión ni gobernar por
completo.
El terremoto manifiesta una de estas fuerzas y nos recuerda que, aunque
podemos hacer mucho para limitar sus efectos, nuestra existencia está
sujeta a la inmensidad de las fuerzas cósmicas. Nos recuerda, sobre
todo, que la creación - hermosa y digna de nuestra admiración – nos
lleva al Creador y que el ser humano está en sus manos, conducido por Él
a un destino definitivo de salvación, de paz y felicidad, donde no
habrá ni terremotos del suelo ni ansiedades del alma y todos llegaremos
a la meta.
La fachada de esta basílica, enjaulada en el andamiaje de
reconstrucción, es el emblema del terremoto, pero evidencia, aún más,
la capacidad del ser humano de levantarse, de volver a esperar, a
mirar al cielo, y con la fuerza de esta mirada, regresar a la tierra y
poner toda la inteligencia, la habilidad, la imaginación y el esfuerzo
al servicio de un rescate coral, para levantar, junto con las paredes de
las casas, de los lugares de trabajo y de las iglesias, también la
moral de las personas y de las comunidades y la alegría de vivir.
Las lecturas de este XXX domingo del Tiempo Ordinario nos ayudan. Hay
un hilo común que las une y que es precisamente la estrecha relación
entre amor a Dios y amor al prójimo, entre la contemplación y la acción,
entre la adoración de Nuestro Señor, y la plena disposición para servir
al hombre, a ser ,cada uno para su prójimo, testimonio visible de
caridad.
Como hemos escuchado en el pasaje del Evangelio de San Mateo que
acabamos de proclamar, el mandamiento más grande tiene una forma dual
indivisible: una confirma la verdad y la necesidad de la otra.
No se puede realmente amar al prójimo si no se ama al Señor, si no se
le concede el primer lugar, si explícita o implícitamente, no se
reconoce que dependemos de alguien mucho más grande que nosotros que
está en el origen de nuestro ser y al que encontraremos plenamente al
final de nuestra peregrinación terrenal.
Sin esa paz interior que viene de saberse amado por Dios y de estar
reconciliados con El, el amor al prójimo está expuesto al riesgo de
grave distorsión y parcialidad. Sin amor a Dios, amar al enemigo
resulta inconcebible, y también se hace muy difícil amar al que está
alejado y es diferente de nosotros. Al final, resulta incluso difícil
amar de forma inteligente a las personas cercanas a nosotros, a
nosotros mismos y a la creación en la que estamos inmersos y en la que
nos movemos. Cuando falta una sólida relación con Dios terminamos,
efectivamente, no soportando ni nuestros límites, ni las heridas y las
dificultades que conlleva la existencia misma.
Por otro lado, sin embargo, un amor a Dios que quisiera aislarse del
ser humano, sería en cambio su negación más obvia. Si Dios envió a su
Hijo al mundo para salvarlo, si la cruz muestra la cumbre del amor de
Dios por los seres humanos, ¿Cómo puede un creyente en Dios no amar a
los seres humanos? ¿Cómo no darse cuenta de que la prueba más segura de
nuestro amor a Dios, que no vemos, es el amor, la compasión, la ternura
por el ser humano que encontramos todos los días?
Como afirmaba el apóstol Santiago: "¿De qué sirve, hermanos míos que
alguien diga: “Tengo fe” si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe ?
Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento
diario y alguno de vosotros les dice: "Idos en paz, calentaos y hartaos
',pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así
también la fe, si no tiene obras está realmente muerta”.(Santiago 2:
14-17) .
A su vez, San Juan Crisóstomo advertía:" ¿ Queréis de verdad honrar
el cuerpo de Cristo? No consintáis que sea despreciado en sus miembros,
es decir en los pobres, que no tienen ropas para cubrirse. No le
honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío y
desnudez...El cuerpo de Cristo que está en el altar no necesita
preciosos manteles, sino un alma pura; los pobres, sin embargo, sí
requieren mucho. Homilía número 5 sobre el Evangelio de San. Mateo) .
Los fariseos, eruditos, pero bloqueados e incapaces de abrirse a la
plenitud de la verdad, creían que ponían en apuros a Jesús con su
pregunta sobre cuál era el mandamiento más grande. La respuesta del
Señor, en cambio, pone frente al espejo toda conciencia que dice creer
en Dios y la invita a confirmar su fe con la misericordia, la bondad,
la generosidad hacia el prójimo que pasa necesidades y hacia todos.
Los fariseos, como todos los que usan como escudo la observancia
literal de leyes y tradiciones para traicionar imperturbables el
verdadero espíritu, son los que se verán en apuros; son invitados a
vivir plenamente el amor de Dios y del prójimo, si quieren llamarse
realmente religiosos.
Tras los desastres naturales, después de que se desataran los
elementos, se desataron también la generosidad, el altruismo, la
carrera a dar el tiempo, la energía y el dinero propios para ayudar a
las personas más afectadas y necesitadas. En esa ocasión, la totalidad
de los poderes públicos, en sinergia con las organizaciones de la
sociedad civil y los individuos, pusieron en marcha una acción conjunta
para llevar ayudas.
Pienso concretamente en los esfuerzos de diferentes instituciones
públicas, empezando por la Protección Civil y por los diferentes
organismos locales y estatales, en la solidaridad mostrada a la Iglesia
de Spoleto-Norcia por el Santo Padre, de parte de la Santa Sede, de
varias diócesis y de la Conferencia Episcopal; pienso en la generosidad
de las parroquias, institutos y asociaciones religiosas y, de manera
especial, en el apoyo y la cercanía que os ha demostrado la Caritas
diocesana y nacional. Pienso en los muchos ciudadanos que han dado su
aportación.
También ha sido muy significativo el compromiso de las más altas
instituciones europeas para financiar la reconstrucción de esta
basílica, que parte del reconocimiento del papel insustituible del
cristianismo para Europa y de la cultura que ha sido capaz de inspirar.
La generosidad que invariablemente se encuentra el día después de
los desastres, también representa una expresión implícita de la fe, que
parte del reconocimiento de ser todos hermanos y hermanas a los que hay
que ayudar a recuperarse de las dificultades. Cada gesto de caridad
contiene dentro de sí la semilla de la fe y la luz de la esperanza.
Digo esto no para dar a toda costa una interpretación religiosa de
cada gesto de bondad, sino porque, cuando nos encontramos con la
generosidad y la caridad, también se percibe el buen aroma de Dios, el
suave aroma de su presencia. Quién está movido por la caridad, aunque no
lo haya sentido plenamente, está movido por Dios, porque Dios es
amor, es amor subsistente que se entrega libremente.
Desde este lugar tan altamente simbólico hago un llamamiento a todas
las instituciones civiles, eclesiales y privadas para que cooperen
con presteza y perseverancia, en sintonía con las poblaciones
afectadas, para que la sinergia demostrada en los primeros días después
del terremoto continúe y, todavía más , se intensifique, para terminar
las obras proyectadas y las ya comenzadas, agilizando en lo posible
los trámites. Tenemos que esforzarnos para evitar la despoblación de
diversos burgos, ya en muchas ocasiones heridos por los eventos
telúricos en las últimas décadas, con lesiones y desprendimientos
generalizados.
Espero, por lo tanto, una acción unida y decisiva que mueva los
recursos y la inteligencia para reconstruir, junto con las casas y las
iglesias, también el estado de ánimo de las personas, para vencer el
miedo y la resignación, dos desastres invisibles, y sin embargo, casi
tan graves como un terremoto.
Queridos hermanos y hermanas, tengo el placer de traeros los
saludos y la bendición del Santo Padre Francisco, unidos a su oración y
a su afecto.
El Papa, recordando la visita que hizo a San Pellegrino de Nursia
el 4 de octubre de 2016 y la audiencia a las poblaciones víctimas del
terremoto del 5 de enero, os anima a continuar el camino, a que no os
dejéis abatir por las dificultades, sino a mirar con esperanza al
futuro. Os exhorta a tomar del ejemplo de vuestra historia la fuerza
que siempre os ha llevado a levantaros después de cada prueba, por muy
difícil que fuera.
El Santo Padre, mientras os desea a todos que superéis lo antes
posible - mediante el compromiso y la solidaridad de tantos hermanos y
hermanas, - las consecuencias del seísmo, os exhorta a dirigiros con
confianza filial al Señor Jesús y a su Madre María, a abrirles sin
vacilación la puerta del corazón y de la mente para recibir, junto con
el consuelo del Señor, la energía necesaria para llevar a cabo con
determinación y coraje la obras de reconstrucción.
Así sea.