jueves, 3 de septiembre de 2015

FRANCISCO: Ángelus de agosto (23, 16, 15, 9 y 2)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
AGOSTO 2015


Plaza de San Pedro
Domingo 30 de agosto de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo presenta una disputa entre Jesús y algunos fariseos y escribas. La discusión se refiere al valor de la «tradición de los antepasados» (Mc7, 3) que Jesús, refiriéndose al profeta Isaías, define «preceptos humanos» (v. 7) y que nunca deben ocupar el lugar del «mandamiento de Dios» (v. 8). Las antiguas prescripciones en cuestión comprendían no sólo los preceptos de Dios revelados a Moisés, sino también una serie de dictámenes que especificaban las indicaciones de la ley mosaica. Los interlocutores aplicaban tales normas de manera muy escrupulosa y las presentaban como expresión de auténtica religiosidad. Por eso recriminan a Jesús y a sus discípulos la transgresión de éstas, en particular las que se refieren a la purificación exterior del cuerpo (cf. v. 5). La respuesta de Jesús tiene la fuerza de un pronunciamiento profético: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios —dice— para aferraros a la tradición de los hombres» (v. 8). Son palabras que nos llenan de admiración por nuestro Maestro: sentimos que en Él está la verdad y que su sabiduría nos libra de los prejuicios.


Pero ¡atención! Con estas palabras, Jesús quiere ponernos en guardia también a nosotros, hoy, del pensar que la observancia exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos. Como entonces para los fariseos, existe también para nosotros el peligro de creernos en lo correcto, o peor, mejores que los demás por el sólo hecho de observar las reglas, las costumbres, aunque no amemos al prójimo, seamos duros de corazón, soberbios y orgullosos. La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no cambia el corazón y no se traduce en actitudes concretas: abrirse al encuentro con Dios y a su Palabra, buscar la justicia y la paz, socorrer a los pobres, a los débiles, a los oprimidos. Todos sabemos, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestros barrios, cuánto daño hacen a la Iglesia y son motivo de escándalo, las personas que se dicen muy católicas y van a menudo a la iglesia, pero después, en su vida cotidiana, descuidan a la familia, hablan mal de los demás, etc. Esto es lo que Jesús condena porque es un antitestimonio cristiano.


Continuando su exhortación, Jesús se centra sobre un aspecto más profundo y afirma: «Nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre» (v. 15). De esta manera subraya el primado de la interioridad, es decir, el primado del «corazón»: no son las cosas exteriores las que nos hacen o no santos, sino que es el corazón el que expresa nuestras intenciones, nuestras elecciones y el deseo de hacerlo todo por amor de Dios. Las actitudes exteriores son la consecuencia de lo que hemos decidido en el corazón y no al revés: con actitudes exteriores, si el corazón no cambia, no somos verdaderos cristianos. La frontera entre el bien y el mal no está fuera de nosotros sino más bien dentro de nosotros. Podemos preguntarnos: ¿dónde está mi corazón? Jesús decía: «tu tesoro está donde está tu corazón». ¿Cuál es mi tesoro? ¿Es Jesús, es su doctrina? Entonces el corazón es bueno. O ¿el tesoro es otra cosa? Por lo tanto, es el corazón el que debe ser purificado y convertirse. Sin un corazón purificado, no se pueden tener manos verdaderamente limpias y labios que pronuncian palabras sinceras de amor —todo es doble, una doble vida—, labios que pronuncian palabras de misericordia, de perdón. Esto lo puede hacer sólo el corazón sincero y purificado.


Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen Santa, que nos dé un corazón puro, libre de toda hipocresía. Este es el adjetivo que Jesús da a los fariseos: «hipócritas», porque dicen una cosa y hacen otra. Un corazón libre de toda hipocresía, para que así seamos capaces de vivir según el espíritu de la ley y alcanzar su finalidad, que es el amor.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Ayer en Harisa, en el Líbano, fue proclamado beato el obispo siro-católico Flaviano Miguel Melki, mártir. En el contexto de una tremenda persecución contra los cristianos, él fue defensor incansable de los derechos de su pueblo, exhortando a todos a que permanecieran firmes en la fe. Hoy también, queridos hermanos y hermanas, en Oriente Medio y en otras partes del mundo, los cristianos son perseguidos. Hay más mártires que en los primeros siglos. Que la beatificación de este obispo mártir infunda en ellos consuelo, valor y esperanza, y sea también un estímulo para los legisladores y gobernantes para que sea garantizada en todas partes la libertad religiosa. Y a la comunidad internacional le pido que haga algo para que se ponga fin a las violencias y los abusos.


Por desgracia, también en los últimos días muchos inmigrantes han perdido la vida en su terrible viaje. Por todos estos hermanos y hermanas, rezo e invito a rezar. En particular, me uno al cardenal Schönborn —que hoy está aquí presente— y a toda la Iglesia en Austria, en la oración por las 71 víctimas, entre las cuales 4 niños, encontradas en un camión en la autopista Budapest-Viena. Encomendamos cada una de ellas a la misericordia de Dios, y a Él le pedimos que nos ayude a cooperar con eficacia para impedir estos crímenes que ofenden a toda la familia humana. Recemos en silencio por todos los inmigrantes que sufren y por los que han perdido la vida.


A todos os deseo un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí». ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 23 de agosto de 2015



Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!


Concluye hoy la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, con el discurso sobre el “Pan de la vida”, pronunciado por Jesús al siguiente día del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Al final de este discurso, el gran entusiasmo del día anterior se apagó, porque Jesús había dicho ser el Pan descendido del cielo, y que daba su carne como alimento y su sangre como bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no "exitosas". Así algunos miraban a Jesús: como a un Mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito, ¡rápido! ¡Pero, precisamente sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías! Ni los discípulos siquiera logran aceptar ese lenguaje inquietante del Maestro. Y el  pasaje de hoy se refiere a su malestar: «¡Esta palabra es dura! – decían - ¿Quién puede escucharla?». (Jn 6,60).


En realidad, ellos han entendido bien el discurso de Jesús. Tan bien que no quieren escucharlo, porque es un discurso que pone en crisis su mentalidad. Siempre las palabras de Jesús nos ponen en crisis; por ejemplo, ante el espíritu del mundo, a la mundanidad. Pero Jesús ofrece la clave para superar la dificultad; una clave hecha de tres elementos. Primero, su origen divino: Él ha descendido del cielo y subirá «a donde estaba antes» (62). Segundo, sus palabras se pueden comprender sólo a través de la acción del Espíritu Santo, Aquel que «da la vida» (v. 63) y es precisamente el Espíritu Santo que nos hace comprender bien a Jesús. Tercero: la verdadera causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: «Entre ustedes hay algunos que no creen». (v. 64), dice Jesús. En efecto, desde ahora, «muchos de sus discípulos dejaron de acompañarlo». (v. 66) Frente a estas defecciones, Jesús no hace descuentos  y no atenúa sus palabras, aún más obliga a realizar una opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». (v. 67).


En este punto Pedro hace su confesión de fe a nombre de otros Apóstoles: «Señor, q uien iremos? Tu tienes palabras de vida eterna» (v. 68). No dice “donde iremos?”, sino “a quien iremos?”. El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quien ir. De esa interrogación de Pedro, nosotros que la fidelidad a Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos aleamos para caminar juntos por el mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo aquellos de tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de sentarnos a su mesa, de sus palabras de vida eterna!  Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el “pan vivo”, el nutrimento indispensable. Unirse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino profundamente libres, siempre en camino. Cada uno de nosotros puede preguntarse: Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, una idea, solamente un personaje histórico? ¿O es verdaderamente aquella persona que me ama que ha dado su vida por mí y camina conmigo? ¿Para tí quien es Jesús? ¿Estás con Jesús? ¿Buscas conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio, todos los días un pasaje de Evangelio para conocer a Jesús? ¿Llevas el Evangelio en el bolsillo, el bolso, para leerlo, en cualquier lugar ? Porque entre más estamos con Él crece el deseo de permanecer con Él. Ahora les pido amablemente, hagamos un momento de silencio y cada uno de nosotros en silencio, en su corazón, se haga la pregunta: «Quién es Jesús para mí?». En silencio, cada uno responda en su corazón.
 

La Virgen María nos ayude a “ir” siempre a Jesús para experimentar la libertad que Él nos ofrece, y que nos conciente de limpiar nuestras opciones de las incrustaciones mundanas y del miedo.


Después del Ángelus


Llamamiento por Ucrania


Queridos hermanos y hermanas,
 

Con preocupación, sigo el conflicto en Ucrania oriental, nuevamente se ha exarcebado en estas últimas semanas. Renuevo mi llamamiento para que sean respetados los compromisos para llegar a la pacificación con la ayuda de las organizaciones y de la personas de buena voluntad, se responda a la emergencia humanitaria en el País. El Señor conceda la paz a Ucrania, que se prepara para celebrar mañana la fiesta nacional. Que interceda por nosotros la Virgen María!


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Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los provenientes de varios Países, en particular a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano, venidos a Roma para emprender los estudios teológicos.


Saludo al grupo deportivo de San Giorgio su Legnano, a los fieles de Luzzana y de Chioggia; a los muchachos y a los jóvenes de la diócesis de Verona.


Y no se olviden, esta semana, de detenerse cada día un momento y hacerse la pregunta: «¿Quien es Jesús para mí?». Y cada uno responda en su corazón.


A todos deseo un buen domingo. Y por favor, ¡no se olviden de rezar por mí! ¡Buen almuerzo y adiós!


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Plaza de San Pedro
Domingo 16 de agosto de 2015

 
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

En este domingo la Liturgia nos está proponiendo, del Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, que es el mismo y que es también el sacramento de la Eucaristía. El pasaje de hoy(Juan 6,51-58) presenta la última parte de tal discurso, y se refiere a algunos entre la gente que se escandalizaron porque Jesús ha dicho: «Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (Juan 6,54). El estupor de los que lo escuchas es comprensible; Jesús de hecho usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente – y también en nosotros – preguntas, y al final, provocar una decisión. Ante todo pregunta: ¿que significa “comer la carne y beber la sangre” de Jesús?, ¿es sólo una imagen, un modo de decir, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir que cosa ocurre en el corazón de Jesús mientras parte los panes para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir en la cruz para nosotros, Jesús se identifica con aquel pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en el “signo” del Sacrificio que lo espera. Este proceso tiene su cúlmen en la Ultima Cena, donde el pan y el vino se convierte realmente en su Cuerpo y en su Sangre. Y la Eucaristía, que Jesús nos deja con un fin preciso: que nosotros podamos convertirnos en una cosa sola con Él. De hecho dice: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en Él» (v. 56). Aquel “permanecer”: Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndolo a Él, nos transformamos en Él. Pero esto requiere nuestro “sí”, nuestra adhesión a la fe.

A veces se siente, respecto a la santa Misa, esta objeción: “¡Para que sirve la Misa? Yo voy a la iglesia cuando lo siento, o rezo mejor en soledad”. Pero la Eucaristía no es una oración privada o una bella experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús ha hecho en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que la Eucaristía es “memorial”, o sea un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros.

La Eucaristía es Jesús mismo que se dona enteramente a nosotros. Nutrirnos de Él y morar en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de aquel “Pan de vida” significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus decisiones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirnos en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Las mismas cosas que Jesús ha hecho. 

Jesús concluye su discurso con estas palabras: «Quien coma este pan vivirá eternamente» (Juan 6,58). Si, vivir en comunión real con Jesús en esta tierra nos hace ya pasar de la muerte a la vida. El Cielo comienza justo en esta comunión con Jesús.

Y en el Cielo ya nos espera María nuestra Madre – celebramos ayer este misterio. Que Ella nos obtenga la gracia de nutrirnos siempre con fe de Jesús, Pan de la vida.


Después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas,

Saludo a todos con afecto, romanos y peregrinos: a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a los jóvenes.

Saludo al grupo folclórico “Organización de arte y cultura mexicana”, a los jóvenes de Verona que están viviendo una experiencia en Roma, y a los fieles de Beverare.

Un saludo especial dirijo a los numerosos jóvenes del Movimento Juvenil Salesiano, reunidos en Turín en los lugares de San Juan Bosco para celebrar el bicentenario de su nacimiento; les aliento a vivir en la cotidianidad la alegría del Evangelio, para generar esperanza en el mundo.

A todos deseo un buen domingo. ¡Y por favor, no se olviden de rezar por mí! ¡Buen almuerzo y adiós!



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Plaza de San Pedro
Sábado 15 de agosto de 2015


Queridos hermanos y hermanas, buenos días y ¡buena fiesta de la Virgen!


Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más importantes dedicadas a la Bienaventurada Virgen María: la fiesta de su Asunción. Al término de su vida terrena, la Madre de Cristo subió en alma y cuerpo al Cielo, es decir, en la gloria de la vida eterna, en la plena comunión con Dios.

La página del Evangelio de hoy (Lc 1,39-56) nos presenta a María que, inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, se dirige a ver a la anciana pariente Isabel, ella también milagrosamente espera un hijo. En este encuentro lleno del Espíritu Santo, María expresa su alegría con el cántico del Magnificat, poque ha tomado plena conciencia de las grande cosas que se están realizando en su vida: por medio de ella llega al cumplimiento toda la espera de su pueblo.

Pero el Evangelio nos muestra cual es el motivo más verdadero de la grandeza de María y de su beatitud: el motivo y la fe. De hecho Isabel la saluda con estas palabras: «Feliz de tí que has creído en lo que el Señor te ha dicho» (Lc 1,45). La fe es el corazón de toda la historia de María: ella sabe – y lo dice – que en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios. Pero, María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordia, con premura, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en la tramas de sus corazones. Esta es la fe de nuestra Madre, esta es la fe de María! 

El Cántico de Virgen nos permite intuir el sentido cumplido de la vivencia de María: si la misericordia del Señor es el motor de la historia, ahora no puede «conocer la corrupción del sepulcro aquella que ha generado el Señor de la vida» (Prefacio). Todo esto no se relaciona solo con María. Las “grandes cosas” hechas en ella por el Omnipotente nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje en la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta en el Cielo, no es un deambular sin sentido, sino un peregrinaje que, aún con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta secura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor. Es bello pensare esto: que nosotros tenemos un Padre que nos espera con amor, y que nuestra Madre María está allá arriba y nos espera con amor.

En tanto, mientras transcurre la vida, Dios hace resplandecer «para su pueblo, peregrino en la tierra, un signo de consolación y de segura esperanza» (ibid.). Aquel signo tiene un rostro, y aquel signo tiene un nombre: el rostro luminoso de la Madre del Señor, el nombre bendito de María, la llena de gracia, porque ha creído en la palabra del Señor: ¡la gran creyente! Come miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la alegría de la nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo sobre la cruz y, mediante el Bautismo, somos insertados en tal misterio de salvación. 

Hoy todos juntos rezamos, para que, mientras se desnuda nuestra camino sobre esta tierra, ella dirija a nosotros sus ojos misericordiosos, nos esclarezca la entrada, nos indique la meta, y nos muestre después de este exilio a Jesús, el fruto bendito de su vientre. Y decimos juntos: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Después del Ángelus  

Queridos hermanos y hermanas,

Mi pensamiento va, en este momento, a la población de la ciudad de Tianjin, en China septentrional, donde algunas explosiones en el área industrial han causado numerosos muertos y heridos y grandes daños. Aseguro mi oración para cuantos han perdido la vida y para todas las personas afectadas por este desastre; que el Señor les de alivio y apoyo a cuantos están comprometidos para aliviar su sufrimiento.

¡Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de diversos Países! Le confío al maternal cuidad de nuestra Madre, que vive en la gloria di Dio y siempre acompaña nuestro camino.

Y como sería bello que hoy vosotros pudierais ir a visitar a la Virgen, la Salus Populi Romani, a Santa María la Mayor: sería un bello gesto.

Les agradezco ha hayan venido y les deseo una buena fiesta de la Virgen. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!



(Traducción del original italiano: )


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Plaza de San Pedro
Domingo 9 de agosto de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
 
En este domingo prosigue la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, en el cual Jesús, después de haber cumplido el gran milagro de la multiplicación de los panes, explica a la gente el significado de aquel “signo” (Jn 6,41-51).
Como había hecho antes con la Samaritana, partiendo de la experiencia de la sed y del signo del agua, aquí Jesús parte de la experiencia del hambre y del signo del pan, para revelarse a sí mismo e invitarnos a creer en Él.
 


La gente lo busca, la gente lo escucha, porque se ha quedado entusiasmada con el milagro - ¡querían hacerlo rey! -; pero cuando Jesús afirma que el verdadero pan, donado por Dios, es Él mismo, muchos se escandalizaron, no comprendieron, y comenzaron a murmurar entre ellos: «¿Acaso este – decían - no conocemos al padre y a la madre?. ¿Cómo puede decir ahora: «Yo he descendido del cielo»? (Jn 6,42). Y comenzaron a murmurar. Entonces Jesús responde: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió», y añade «Quien cree, tiene la vida eterna» (vv 44.47).
 
Nos sorprende, y nos hace reflexionar esta palabra del Señor. Nos introduce en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana - todos nosotros - y la Persona de Jesús, donde un rol decisivo juega el Padre, y naturalmente también el Espíritu Santo - que está implícito aquí. No basta encontrar a Jesús para creer en Él, no basta leer la Biblia, el Evangelio - ¡esto es importante!, pero no basta -; no basta ni siquiera asistir a un milagro, como aquel de la multiplicación de los panes. Muchas personas estuvieron en estrecho contacto con Jesús y no le creyeron, es más, también lo despreciaron y condenaron. Y yo me pregunto: ¿por qué, esto? ¿No fueron atraídos por el padre? No: esto sucedió porque su corazón estaba cerrado a la acción del Espíritu de Dios. Y si tú tienes el corazón cerrado la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús: somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos. En cambio la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con el corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el Rostro de Dios y en sus palabras la Palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y allí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.
 
Ahora, con esta actitud de fe, podemos comprender el sentido del “Pan de la vida” que Jesús nos dona, y que Él expresa de esta manera: «Yo soy el pan vivo, descendido del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo» (Jn 6:51). En Jesús, en su “carne” - es decir, en su humanidad concreta – está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna.
Aquella que ha vivido esta experiencia en modo ejemplar es la Virgen de Nazaret, María: la primera persona humana que ha creído en Dios recibiendo la carne de Jesús. Aprendamos de Ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es “privado”, un don que no es “propiedad privada”, sino que es un don para compartir: es un don «para la vida del mundo».

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,
 
Setenta años hace, del 6 al 9 de agosto de 1945, ocurrieron tremendos bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki.
 
Después de mucho tiempo, este trágico suceso todavía suscita horror y repulsión. Se ha convertido en el símbolo del desmesurado poder destructivo del hombre cuando se hace un uso distorsionado de los progresos de la ciencia y la tecnología, y constituye una advertencia permanente para la humanidad, a repudiar para siempre la guerra y la prohibición de las armas nucleares y todas las armas de destrucción masa. Esta triste memoria nos llama sobre todo a orar y a comprometernos por la paz, para difundir en el mundo una ética de fraternidad y un clima de serena convivencia entre los pueblos. De toda la tierra se eleve una única voz: ¡no a la guerra, no a la violencia, si al diálogo y a la paz!  Con la guerra siempre se pierde. El único modo de vencer una guerra es no hacerla.
 
Sigo con viva preocupación las noticias que llegan de El Salvador, donde en los últimos tiempos se han agravado los malestares de la población a causa de la carestía, de la crisis económica, de agudos contrastes sociales y de la creciente violencia. Animo al querido pueblo salvadoreño a perseverar unido en la esperanza, y exhorto a todos a orar para que  en la tierra del beato Óscar Romero florezca de nuevo la justicia y la paz. 
 
Dirijo mi saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos; en particular a los jóvenes de Mason Vicentino, Villaraspa, Nova Milanese, Fossò, Sandon, Ferrara, y a los ministros de Calcarelli. 
 
Saludo a los motociclistas de San Zeno (Brescia), comprometidos en favor de los niños internados en el Hospital Bambino Gesù. 
 
Y a todos deseo un buen domingo. Y por favor, ¡no se olviden de rezar por mí! ¡Buen almuerzo y adiós!



(Traducción del original italiano: 



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Plaza de San Pedro
Domingo 2 de agosto de 2015


¡Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
 

En este domingo continúa la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan. Después de la multiplicación de los panes, la gente se había puesto a buscar a Jesús y finalmente lo encuentra en Cafarnaúm. Él comprende bien el motivo de de tanto entusiasmo en seguirlo y lo revela con claridad: «Vosotros me buscaís no porque vieron signos, sino porque han comido de aquel pan hasta haberse saciado» (Juan 6, 26). En realidad, aquellas personas lo seguían por el pan material que el día precedente había aplacado su hambre, cuando Jesús había hecho la multiplicación los panes; no han comprendido que aquel pan, partido para tantos, para muchos, era la expresión del amor de Jesús mismo. Han dado más valor a aquel pan que a su donador. Frente a esta ceguera espiritual, Jesús evidencia la necesidad de ir más allá del don, y descubrir, conocer al donador. Dios mismo es el don, también el donador. Y así de aquel pan, de aquel gesto, la gente puede encontrar aquello que lo da, que es Dios. Invita a abrirse a una perspectiva que no es solo aquella de las preocupaciones cotidianas del comer, del vestir, del suceso. de la carrera. Jesús habla de otra comida, habla de una comida que es corruptible y que está bien buscar y acoger. Él exhorta: «Dense a sí mismos no la comida que no dura, sino la comida que permanece hasta la Vida eterna, la que el Hijo del hombre les dará» (v. 27). Es decir busquen la salvación, el encuentro con Dios.
 

Y con estas palabras nos quiere hacer entender que, además del hambre física el hombre lleva en sí mismo otra hambre – todos nosotros llevamos este hambre - un hambre más importante, que no puede ser saciada con una comida ordinaria. Se trata del hambre de vida, el hambre de eternidad que Él sólo puede apagar, porque es «el pan de Vida» (v. 35). Jesús no elimina la preocupación y la búsqueda del sustento cotidiano, no, no elimina la preocupación de todo lo que puede hacer la vida más desarrollada. Pero Jesús nos recuerda que el verdadero significado de nuestro existir terreno está al final, en la eternidad, está en el encuentro con Él, que es don y donador, y nos recuerda también que la historia humana con sus sufrimientos y sus alegrías debe ser vista en un horizonte de eternidad, es decir, en aquel horizonte del encuentro definitivo con Él. Y este encuentro ilumina todos los días de nuestra vida. Si nosotros pensamos en este encuentro, en este gran don, los pequeños dones de la vida, incluso los sufrimientos, las preocupaciones serán iluminados por la esperanza de este encuentro. «Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre; el que cree en mí no tendrá sed, jamás» (v. 35). Y ésta es la referencia a la Eucaristía, el don más grande que sacia el alma y el cuerpo. Encontrar y recibir en nosotros a Jesús, “pan de vida”, da significado y esperanza al camino a menudo tortuoso de la vida. Pero este “pan de vida” nos es dado con una tarea, es decir, para que podamos, a su vez, saciar el hambre espiritual y material de los hermanos, anunciando el Evangelio por doquier. Con el testimonio de nuestra actitud fraterna y solidaria hacia el prójimo, hagamos presente a Cristo y su amor en medio de los hombres.
 

La Virgen Santa nos sostenga en la búsqueda y en el seguimiento de su Hijo Jesús, el pan verdadero,  el pan vivo que no se corrompe y dura para la vida eterna.
 
 

Después del Ángelus
 

Queridos hermanos y hermanas,
 

Dirijo mi saludo a todos vosotros fieles de Roma y peregrinos de diversos Países.
Saludo a los jóvenes españoles de Zizur Mayor, Elizondo y Pamplona; como también a los italianos de Badia, San Matteo della Decima, Zugliano y Grumolo Pedemonte.
 

Saludo a la peregrinación a caballo de la Arciconfraternita “Parte Guelfa” de Firenze.
Hoy se recuerda el “Perdón de Asís”. Es un fuerte llamamiento a acercarse al Señor en el Sacramento de la Misericordia y también en el recibir la Comunión. Hay gente que tiene miedo acercarse a la Confesión, olvidando que no vamos a encontrar a un juez severo, sino al Padre inmensamente misericordioso. Es verdad que cuando vamos a confesarnos, sentimos un poco de vergüenza. Eso nos sucede a todos, a todos nosotros, pero debemos recordar que también esta vergüenza es un abrazo que nos prepara el abrazo del Padre, que siempre perdona y siempre perdona todo.
 

A todos vosotros deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!



(Traducción del original italiano: