''La
XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad para estar
especialmente cerca de vosotras, queridas personas enfermas, y de los
que se ocupan de vosotras.
Debido
a que este año, dicha jornada será celebrada de manera solemne en
tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de
Caná , en las que Jesús hizo su primer milagro gracias a la intervención
de su Madre. El tema elegido - Confiar en Jesús misericordioso como
María: ''Haced lo que Él os diga'' se inscribe muy bien en el marco del
Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística
central de la Jornada tendrá lugar el 11 de febrero de 2016, memoria
litúrgica de la Beata Virgen María de Lourdes, precisamente en Nazaret,
donde ''la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros''.
Jesús inicio allí su Misión salvífica, asumiendo para sí las palabras
del profeta Isaías, como nos refiere el evangelista Lucas: ''El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a
los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y
la vista a los ciegos; para dar la libertad a los oprimidos y proclamar
el año de gracia del Señor''.
La
enfermedad, especialmente aquella grave, pone siempre en crisis la
existencia humana y trae consigo interrogantes que excavan en lo íntimo.
El primer momento a veces puede ser de rebelión: ¿Por qué me ha
sucedido justo a mí? Se puede entrar en desesperación, pensar que todo
está perdido y que ya nada tiene sentido…
En
estas situaciones, por un lado la fe en Dios es puesta a la prueba,
pero al mismo tiempo revela toda su potencialidad positiva. No porque la
fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor, o los interrogantes que
derivan de ello; sino porque ofrece una clave con la cual podemos
descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave
que nos ayuda a ver de que modo la enfermedad puede ser el camino para
llegar a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado,
cargando la Cruz. Y esta clave nos la proporciona su Madre, María,
experta de este camino.
En
las bodas de Caná, María es la mujer atenta que se da cuenta de un
problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo
del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido
la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar,
y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le
presenta el problema tal cual es: ''No tienen vino'' . Y cuando Jesús
le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele,
dice a los sirvientes: ''Haced lo que Él os diga'' . Entonces Jesús
realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en
un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué
enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la
Jornada Mundial del Enfermo?
El
banquete de bodas de Caná es un icono de la Iglesia: en el centro está
Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los
discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca a Jesús y a sus
discípulos, está María, Madre previdente y orante. María participa en
el gozo de la gente común y contribuye a aumentarla; intercede ante su
Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no
rechazó la petición de su Madre. ¡Cuánta esperanza en este
acontecimiento para todos nosotros! Tenemos una Madre que tiene sus ojos
atentos y buenos, como su Hijo; su corazón materno está lleno de
misericordia, como Él; las manos que quieren ayudar, como las manos de
Jesús que partían el pan para quien estaba con hambre, que tocaban a los
enfermos y les curaba. Esto nos llena de confianza y hace que nos
abramos a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de
María nos hace experimentar la consolación por la cual el apóstol Pablo
bendice a Dios: ''¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que
nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para poder nosotros
consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con
que nosotros somos consolados por Dios! Pues así como abundan en
nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por
Cristo nuestra consolación''. María es la Madre ''consolada'' que
consuela a sus hijos.
En
Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él
es Aquel que socorre al que está en dificultad y en la necesidad. En
efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades,
malestares y malos espíritus, donará la vista a los ciegos, hará caminar
a los cojos, restituirá la salud y la dignidad a los leprosos,
resucitará a los muertos, a los pobres anunciará la buena nueva. La
petición de María, durante el banquete nupcial, sugerida por el Espíritu
Santo a su corazón materno, hizo surgir no sólo el poder mesiánico de
Jesús, sino también su misericordia.
En
la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma
ternura se hace presente en la vida de muchas personas que se encuentran
al lado de los enfermos y saben captar sus necesidades, aún las más
imperceptibles, porque miran con ojos llenos de amor. ¡Cuántas veces una
madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su
padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, pone
su invocación en las manos de la Virgen! Para nuestros seres queridos
que sufren debido a la enfermedad pedimos en primer lugar la salud;
Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a
través de las curaciones: ''Id y contad a Juan lo que oís y lo que veis:
Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los
sordos oyen y los muertos resucitan''. Pero el amor animado por la fe
hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos
una paz, una serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de
Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que le
piden con confianza.
En
la escena de Caná, además de Jesús y de su Madre, están los que son
llamados los ''sirvientes'', que reciben de Ella esta indicación:
''Haced lo que Él os diga'' (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene
lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda
humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer
directamente el vino en las tinajas. Pero quiere contar con la
colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua.
¡Cómo es precioso y agradable a Dios ser servidores de los demás! Esto
más que otras cosas nos hace semejantes a Jesús, el cual ''no ha venido
para ser servido sino a servir'' . Estos personajes anónimos del
Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que obedecen
generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde . Se fían de la
Madre, y de inmediato hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin
hacer
cálculos.
En
esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso, a
través de la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que conceda a
todos nosotros esta disponibilidad al servicio de los necesitados, y
concretamente de nuestros hermanos y de nuestras hermanas enfermas. A
veces este servicio puede resultar fatigoso, pesado, pero estamos
seguros que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en
algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que
ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos.
También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestras fatigas y
sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y
fue transformada en el vino más bueno. Con la ayuda discreta a quien
sufre, tal como en la enfermedad, se toma en los propios hombros la cruz
de cada día y se sigue al Maestro ; y aunque el encuentro con el
sufrimiento será siempre un misterio, Jesús nos ayudará a revelar su
sentido.
Si
sabremos seguir la voz de Aquella que dice también a nosotros: ''Haced
lo que Él os diga'', Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida
en vino apreciado. Así esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada
solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el augurio que he
manifestado en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la
Misericordia: ''Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda
favorecer el encuentro con el Hebraísmo, con el Islam y con las demás
religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más
abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda
forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de
discriminación'' . Cada hospital o cada estructura de sanación sea
signo visible y lugar para promover la cultura del encuentro y de la
paz, donde la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como
también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo
límite y toda división.
En
esto son ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el mes de
mayo último: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús
Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa. La primera fue
testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de
cuan importante es que seamos unos responsables de los otros, de vivir
uno al servicio del otro. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue
dócil al Espíritu Santo y se volvió instrumento de encuentro con el
mundo musulmán.
A
todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren,
deseo que sean animados por el espíritu de María, Madre de la
Misericordia. ''La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a
fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios'' y
llevarla impregnada en nuestros corazones y en nuestros gestos.
Confiemos a la intercesión de la Virgen las ansias y las tribulaciones,
junto con los gozos y las consolaciones, y dirijamos a ella nuestra
oración, a fin de que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos,
especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar
hoy y por siempre el Rostro de la misericordia, a su Hijo Jesús.
Acompaño a esta súplica por todos vosotros mi Bendición Apostólica''.