CIUDAD DEL VATICANO, 15 de junio de 2016 (VIS).- El milagro de la curación del ciego de Jericó, que mendigaba al borde
del camino y era acallado por la multitud al paso de Jesús, ha sido el
argumento de la catequesis del Santo Padre FRANCISCO en la Audiencia General celebrada a las 10.00 horas en la
Plaza de San Pedro, en la que han participado más de 25,000 personas.
Para explicar el significado profundo de ese signo, que también nos
atañe a nosotros, el Papa recordó que en aquellos días un ciego podía
vivir solamente de la caridad y su figura representa a las tantas
personas que también hoy en día están marginadas a causa de una
discapacidad física o de otro tipo. “Está separado de la multitud,
sentado allí mientras la gente pasa ocupada en sus propias cosas y la
calle, que puede ser un lugar de encuentro, es para el ciego el lugar
de la soledad”.
Pero el escenario de esa soledad es la ciudad de Jericó, la bella; la
ciudad donde llegó el pueblo de Israel después del largo éxodo desde
Egipto que simboliza la puerta de entrada a la tierra prometida. Fue
allí donde Moisés instó a su pueblo a que no endureciera nunca su
corazón ante los necesitados porque nunca faltarían menesterosos en la
tierra. Por eso es también muy fuerte el contraste entre esta
recomendación de la Ley de Dios y la situación descrita en el Evangelio:
mientras el ciego grita invocando a Jesús, la gente lo recrimina para
que se calle. “Como si no tuviera derecho a hablar . No tienen
compasión, todavía más, les molestan sus gritos. Cuantas veces a
nosotros nos molesta también cuando vemos gente por la calle – gente
necesitada, enferma, que no tiene qué comer- Cuántas veces nos molesta
encontrarnosmos con tantos prófugos, con tantos refugiados. Es una
tentación que todos tenemos. Yo también –dijo el Papa- Y por eso la
Palabra de Dios nos advierte de que la indiferencia y la hostilidad
vuelven ciegos y sordos, impiden ver a los hermanos y no permiten
reconocer en ellos al Señor”. Y a veces esa indiferencia y esa
hostilidad pasan a ser agresiones e insultos: “Quitad a esos de aquí”,
“Llevadlos a otro sitio”. Esa agresión es lo que hacía la gente cuando
el ciego gritaba: “Vete de aquí, no grites”.
El evangelista dice que alguien entre la multitud explicó al ciego
porque había tanta gente diciéndole: “Pasa Jesús, el Nazareno”; pero el
verbo utilizado es el mismo que describe en el Exodo el paso del ángel
exterminador que salva a los israelitas en Egipto. Es el "paso" de la
Pascua, el comienzo de la liberación…. Es como si al ciego se le
anunciase su pascua. Y el ciego grita llamando varias veces a Jesús
“Hijo de David”, es decir, el Mesías que según el profeta Isaías abriría
los ojos a los ciegos. “A diferencia de la multitud, este ciego ve con
los ojos de la fe y gracias a ella su súplica tiene un efecto poderoso.
Efectivamente, al oírlo Jesús se paró y ordenó que se lo llevaran.
Haciendo así –explicó Francisco- Jesús quita al ciego del borde del
camino y lo coloca en el centro de la atención de sus discípulos y de
la multitud, efectuando un doble paso. En primer lugar, la gente había
anunciado una buena nueva al ciego, pero no quería tener nada que ver
con él: ahora Jesús obliga a todos a ser conscientes de que el buen
anuncio implica colocar en el centro del propio camino a quien fue
excluido. En segundo lugar, el ciego, a su vez, no veía, pero su fe le
abre el camino a la salvación y se encuentra en medio de los que
salieron a las calles para ver a Jesús. El paso del Señor es un
encuentro de misericordia que reúne a todos a su alrededor para poder
reconocer a los que necesitan ayuda y consuelo”.
Entonces Jesús se dirige al ciego y le hace una pregunta
impresionante: "¿Qué quieres que haga por ti?” El Hijo de Dios está
ahora frente al ciegos como un humilde servidor. Dios se hace siervo
del hombre pecador. Y el ciego, cuando responde a Jesús ya no le
llama "Hijo de David", sino "Señor", el título que la Iglesia aplica
desde el principio a Jesús resucitado. El ciego pide volver a ver y su
deseo es satisfecho. "Recibe la vista. Tu fe te ha salvado”. Había
mostrado su fe invocando a Jesús y queriendo encontrarlo
absolutamente, y así consiguió el don de la salvación . Gracias a la fe
ahora puede ver y, sobre todo, se siente amado por Jesús. Por eso el
relato termina narrando que el ciego "comenzó a seguirlo, glorificando
a Dios”: se hizo discípulo. “De mendigo a discípulo, este es también
nuestro camino –afirmó FRANCISCO- Todos somos mendigos, todos.
Necesitamos siempre la salvación. Y todos nosotros debemos dar este
paso: de mendigos a discípulos. Así el ciego se encamina tras el Señor
entrando a formar parte de su comunidad. Al que querían silenciar,
ahora da testimonio en voz alta de su encuentro con Jesús de Nazaret, y
"todo el pueblo, viéndolo, rindió alabanza a Dios".
Y sucede un segundo milagro: cuanto ha acaecido al ciego lleva a las
personas a ver, por fin. “La misma luz ilumina a todos uniéndoles en la
oración de alabanza. Jesús derrama así su misericordia sobre todos
los que encuentra: los llama, los reúne, los cura y los ilumina, creando
un nuevo pueblo que celebra las maravillas de su amor misericordioso.
Dejémonos también nosotros llamar por Jesús y dejémonos curar por
Jesús, perdonar por Jesús y vayamos tras Jesús alabando a Dios”,
exclamó el Santo Padre al final de su catequesis.
Posteriormente saludó a los fieles en francés, inglés, alemán, español, portugués, árabe y polaco.
Esta es la síntesis de su catequesis en español:
"El Evangelio que escuchamos nos muestra a Jesús que, acercándose a
Jericó, restituye la vista a un ciego que mendigaba en el orilla del
camino. La figura de este hombre representa tristemente a tantas
personas que, aún hoy, sufren discriminación y rechazo por parte de los
demás. Es llamativo que este marginado a las puertas de Jericó, ciudad
bíblica que simboliza la entrada a la tierra prometida, en lugar de
encontrar compasión y ayuda del prójimo, como pide la ley que Dios dio a
su pueblo, encuentra en cambio insensibilidad y rechazo.
Como
entonces, también ahora la indiferencia y la hostilidad causan ceguera y
sordera, que impiden percibir las necesidades de los hermanos y
reconocer en ellos la presencia del Señor. En contraste con esta
actitud, Jesús que pasa, no es indiferente al grito del ciego que,
movido por la fe, quiere encontrarlo e invoca su ayuda. El Señor, como
humilde servidor, escucha la súplica del ciego y le devuelve la vista.
Gracias a su fe, el hombre ve, pero sobre todo, experimenta el amor de
Dios que, en Jesús, se hace siervo de todos nosotros pecadores.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a
los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que Cristo, en el
que brilla la fuerza de la misericordia de Dios, ilumine y sane también
nuestros corazones, para que aprendamos a estar atentos a las
necesidades de nuestros hermanos y celebremos las maravillas de su amor
misericordioso. Muchas gracias".
La Audiencia General concluyó con el canto de Pater Noster y la Bendición Apostólica impartida por el Papa FRANCISCO.