DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
MAYO 2016
----- 0 -----
----- 0 -----
A LOS EMBAJADORES DE SEYCHELLES, TAILANDIA, ESTONIA, MALAWI, ZAMBIA Y NAMIBIA
DURANTE LA PRESENTACIÓN DE LAS CARTAS CREDENCIALES
----- 0 -----
----- 0 -----
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
DE LA FUNDACIÓN «CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE»
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 13 de mayo de 2016
----- 0 -----
A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA
CON OCASIÓN DEL JURAMENTO DE LOS NUEVOS RECLUTAS
----- 0 -----
----- 0 -----
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL
DE LA FUNDACIÓN PONTIFICIA SCHOLAS OCCURRENTES
Aula Nueva del Sínodo
Domingo 29 de mayo de 2016
DE LA FUNDACIÓN PONTIFICIA SCHOLAS OCCURRENTES
Aula Nueva del Sínodo
Domingo 29 de mayo de 2016
PAPA: Gracias por estar aquí. Estoy contento de saludarlos y
desearles que no haya sido muy aburrido todo esto. Que se haya dado ese
clima de comunicación, ese clima de encuentro, ese clima de puente, que
nos une y que es un desafío para este mundo que corre siempre el riesgo
de atomizarse. Y de separarse y, cuando los pueblos se separan, las
familias se separan, los amigos se separan, solamente en la separación
se puede sembrar enemistad o incluso odio. En cambio, cuando se juntan
se da la amistad social, la amistad fraternal y se da una cultura del
encuentro que nos defiende de cualquier tipo de cultura de descarte.
Gracias por eso y por lo que están haciendo con él.
RESPUESTA DEL PAPA: La primera. No se me ocurrió dejar de serlo por
la responsabilidad y les hago una confidencia: ni se me había ocurrido
que me iban a elegir a mí. Fue una sorpresa para mí. Pero, desde ese
momento, Dios me dio una paz que dura hasta el día de hoy. Y eso me
mantiene. Esa es la gracia que recibí. Por otro lado, por naturaleza soy
inconsciente, así que sigo adelante. Mirá, construir un mundo más
mejor, más mejor, me salió la porteñada. Construir un mundo mejor creo
que se puede resumir en esas cosas que hablamos juntos allí, ¿no es
cierto? Es decir, que cada persona sea reconocida en su identidad, pero
la identidad no se da si no hay pertenencia. Procurar dar pertenencia, y
uno de ustedes me preguntaba: si un chico, una chica no tiene
pertenencia ¿cómo puedo ayudarla? Por lo menos ofrecerle pertenencia
virtual, pero que se sienta... y ahí va a tener identidad. Pero una
persona sin identidad no tiene futuro. Entonces urge, es urgente ofrecer
pertenencias de cualquier tipo, pero que se sientan pertenecientes a un
grupo, a una familia, a una organización, a algo, y eso le va a dar
identidad. Identidad, pertenencia. Esto otro, lenguaje de los gestos,
animarnos a tener lenguaje de los gestos. A veces nos gusta hablar y
hablar. A veces el lenguaje de los gestos es distinto. Sólo hablar no
basta. Podemos caer en el «jarabe de pico» y ese no funciona. Lenguaje
de los gestos, que a veces es una palmada, una sonrisa. Me gustó lo que
dijiste vos: «Esta sonrisa no me la saca nadie». Una sonrisa que da
esperanza, mirar a los ojos, gestos de aprobación o de paciencia, de
tolerancia, gestos. Dejar las agresiones, el bulismo, el bulling, el
bulismo es otra cosa, el bulismo es una agresión que esconde una
profunda crueldad y el mundo es cruel. El mundo es cruel. Y las guerras
son un monumento de crueldad.
Una monja de un país africano que tiene guerras intestinas me mandó
fotografías, las tengo acá. Y ¿a donde llega la crueldad de la guerra?
Un niño degollado, un niño. Entonces, podemos entender el bulling. Si
esto se da, ¿cómo no se va a dar el bulling? Es la misma crueldad contra
un niño y un niño que se lo hace a otro, si vos sembrás crueldad. Un
niño masacrado en su cabeza. Y esto pasó el mes pasado. O sea, para
construir un mundo nuevo, un mundo mejor hay que desterrar todo tipo de
crueldad. Y la guerra es una crueldad. Pero este tipo de guerra más
crueldad todavía porque se ensaña con un inocente.
Después el escuchar al otro, la capacidad de escuchar, no discutir
enseguida, preguntar, y eso es el diálogo, y el diálogo es un puente. El
diálogo es un puente. No tenerle miedo al diálogo, no se trata del San
Lorenzo-Lanús, que se juega hoy, a ver quién gana. Se trata de
juntamente ir poniendo las propuestas para avanzar juntos. En el diálogo
todos ganan, nadie pierde. En la discusión hay uno que gana y otro que
pierde o pierden los dos. El diálogo es mansedumbre, es capacidad de
escucha, es ponerse en el lugar del otro, es tender puentes. Y dentro
del diálogo si yo opino distinto no discutir, sino a lo más persuadir
con mansedumbre. Como ven son todas las conductas que fueron saliendo en
las preguntas que ustedes hacían. Y el orgullo, la soberbia,
desterrarlos, porque el orgullo y la soberbia terminan mal siempre. El
orgulloso termina mal. O sea, yo te contestaría esa pregunta: ¿Cómo
construir un mundo mejor? Por ese camino. Nuestro mundo necesita de
bajar el nivel de agresión. Necesita de ternura. Necesita de
mansedumbre, necesita de escuchar, necesita de caminar juntos. Si no,
esto y esto se está dando hoy, porque faltan todas esas actitudes que yo
dije. No sé si respondí a la pregunta, eh? ¿De acuerdo? ¿Respondí?
PALABRAS FINALES: Les agradezco a todos ustedes la colaboración, el
trabajo y la paciencia. Pensamos en todos los chicos del mundo con sus
diversas culturas, idiomas, razas, religiones. Y nos dirigimos a Dios
pidiendo con el texto de bendición más antiguo que es válido y es usado
por las tres religiones monoteístas: «El Señor los bendiga y los
proteja, haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre su gracia,
les descubra su rostro y les conceda la paz. Amen». Y muchas gracias por
todo y recen por mí, por favor, que necesito.
----- 0 -----
A LOS DIRECTIVOS DE LA LIGA NACIONAL PROFESIONALES SERIE A,
Y A LOS FUTBOLISTAS DE LOS EQUIPOS JUVENTUS Y MILAN
Palacio Apostólico Vaticano
Y A LOS FUTBOLISTAS DE LOS EQUIPOS JUVENTUS Y MILAN
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 20 de mayo de 2016
Viernes 20 de mayo de 2016
Queridos amigos del fútbol italiano:
Me complace acogeros con ocasión de la final del fútbol, de la Copa
Italia, que se disputará mañana en el Estadio Olímpico de Roma. Os
saludo cordialmente: dirigentes, futbolistas, técnicos y acompañantes
del Juventus y del Milan, como también a los representantes de la Liga
Nacional Serie A, con el presidente Maurizio Beretta, a quien agradezco
sus palabras.
Vuestra presencia me ofrece la oportunidad para expresar mi estima
por las cualidades profesionales y las bellas tradiciones que distinguen
vuestras sociedades deportivas y el ambiente de fútbol en general.
Pienso en los muchos seguidores, especialmente jóvenes, que os miran con
simpatía. Vosotros llamáis la atención de estas personas, que os
admiran; y, por lo tanto, estáis llamados a comportaros de modo que
puedan descubrir siempre en vosotros las cualidades humanas de los
deportistas comprometidos en testimoniar los auténticos valores del
deporte.
El éxito de un equipo, en efecto, es el resultado de una serie de
virtudes humanas: la armonía, la lealtad, la capacidad de entablar
amistad y capacidad de dialogar, la solidaridad; se trata de valores
espirituales, que se convierten en valores deportivos. Ejerciendo estas
cualidades morales, vosotros podéis hacer resaltar aún más la verdadera
finalidad del mundo del deporte, marcado, a veces, también por
acontecimientos negativos.
Se trata simplemente de demostrar que cada uno de vosotros, antes que
ser un futbolista, es una persona, con sus límites y sus méritos, pero
sobre todo con la propia conciencia, que espero esté siempre iluminada
por la relación con Dios. Que no decaigan jamás, entre vosotros, el
gusto de la fraternidad, el respeto recíproco, la comprensión y también
el perdón. Obrad en modo tal, que el hombre siempre esté en armonía con
el deportista. Y para encontrar esta armonía entre hombre y deportista,
ayuda mucho siempre volver a encontrar la actitud del amateur,
del «aficionado», que está en la base de todo equipo, de donde nació.
Siempre volver a encontrar esto, que hace crecer la armonía entre el
hombre y el deportista. Sed campeones del deporte, pero, sobre todo,
campeones de vida. Destacad siempre lo que hay de verdaderamente bueno y
bello, mediante un testimonio sobrio de valores que deben caracterizar
el auténtico deporte; y no temáis hacer conocer con serenidad y
equilibrio al mundo de vuestros admiradores los principios morales y
religiosos en los cuales deseáis inspirar vuestra vida. En esta
perspectiva, os ayuda el esfuerzo que está llevando a cabo la Liga de la
Serie A, para que el juego de fútbol pueda constituir un mensaje
positivo para toda la sociedad.
Os agradezco, una vez más, vuestra visita y os deseo todo bien. Os
pido, por favor, orar por mí, porque tengo necesidad de cumplir mi
trabajo; e invoco sobre vosotros y vuestras familias la bendición del
Señor.
----- 0 -----
A LOS EMBAJADORES DE SEYCHELLES, TAILANDIA, ESTONIA, MALAWI, ZAMBIA Y NAMIBIA
DURANTE LA PRESENTACIÓN DE LAS CARTAS CREDENCIALES
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 19 de mayo de 2016
Jueves 19 de mayo de 2016
Excelencias:
Me complace recibirlos con ocasión de la presentación de las cartas
que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de
vuestros países ante la Santa Sede: Estonia, Malawi, Namibia,
Seychelles, Tailandia y Zambia. Os doy las gracias por los saludos que
me habéis presentado de parte de vuestros respectivos jefes de Estado y,
a cambio, os pido que les aseguréis mis oraciones y mis mejores deseos.
Pido a Dios que conceda paz y prosperidad a todos vuestros
compatriotas.
Vuestra presencia hoy aquí es una fuerte llamada al hecho que, no
obstante nuestras nacionalidades, culturas y confesiones religiosas
puedan ser distintas, estamos unidos por la humanidad común y por la
misión que compartimos de ocuparnos de la sociedad y de la creación.
Este servicio ha asumido una particular urgencia, desde el momento que
muchas personas en el mundo están sufriendo conflictos y guerras,
migraciones y traslados forzados, e incertezas causadas por las
dificultades económicas. Estos problemas requieren no sólo que
reflexionemos y discutamos sobre ellos, sino que expresemos también
signos concretos de solidaridad con nuestros hermanos y hermanas que se
encuentran en grave necesidad.
Para que este servicio de solidaridad sea eficaz, nuestros esfuerzos
deben estar orientados a buscar la paz, en la cual todo derecho natural
individual y todo desarrollo humano integral pueda ser ejercido y
garantizado. Esa tarea pide que trabajemos juntos de modo eficaz y
coordinado, alentando a los miembros de nuestras comunidades a
convertirse ellos mismos en artífices de paz, promotores de justicia
social y defensores del auténtico respeto por nuestra casa común. Esto
se hace siempre más difícil, porque nuestro mundo se presenta cada vez
más fragmentado y polarizado. Muchas personas tienden a aislarse ante la
dureza de la realidad. Tienen miedo del terrorismo y que la creciente
afluencia de inmigrantes cambie radicalmente su cultura, su estabilidad
económica y su estilo de vida. Estos son temores que comprendemos y que
no podemos descuidar con superficialidad; sin embargo se deben afrontar
con sabiduría y compasión, de modo que los derechos y las necesidades de
todos se respeten y se apoyen.
Para quienes se ven afligidos por la tragedia de la violencia y de
las migraciones forzadas, debemos ser decididos en hacer conocer al
mundo su condición crítica, de modo que, a través de nuestra voz, pueda
ser escuchada su voz, demasiado débil e incapaz de hacer percibir su
grito. La vía de la diplomacia nos ayuda a amplificar y transmitir este
grito a través de la búsqueda de soluciones a las múltiples causas que
están en la base de los actuales conflictos. Esto se realiza
especialmente en los esfuerzos para privar de armas a quienes usan la
violencia, así como de poner fin a la plaga del tráfico humano y del
comercio de droga que a menudo acompaña este mal.
Mientras que nuestras iniciativas en nombre de la paz deberían ayudar
a las poblaciones a permanecer en su patria, el momento presente nos
llamar a asistir a los inmigrantes y a quienes se hacen cargo de ellos.
No debemos permitir que malos entendidos y miedos debiliten nuestra
determinación. Más bien, estamos llamados a construir una cultura del
diálogo «que nos permita reconocer al otro como un interlocutor válido;
que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a
otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y
apreciado» (Discurso con ocasión de la entrega del Premio Carlomagno, 6
de mayo de 2016). De este modo promoveremos una integración que respete
la identidad de los inmigrantes y preserve la cultura de la comunidad
que los acoge, y que al mismo tiempo enriquezca a ambos. Esto es
esencial. Si incomprensión y miedo prevalecen, algo de nosotros mismos
está dañado, nuestras culturas, la historia y las tradiciones se
debilitan, y la paz misma se ve comprometida. Cuando por otra parte
favorecemos el diálogo y la solidaridad, a nivel tanto individual como
colectivo, es entonces que experimentamos lo mejor de la humanidad y
aseguramos una paz duradera para todos, según el designio del Creador.
Queridos embajadores, antes de concluir estas reflexiones, quisiera
expresar, a través de vosotros, mi fraterno saludo a los pastores y a
los fieles de las comunidades católicas presentes en vuestras naciones.
Los aliento a ser siempre mensajeros de esperanza y de paz. Pienso en
particular en aquellos cristianos y en aquellas comunidades que son
numéricamente minoritarios y sufren persecución por su fe; a ellos
renuevo mi apoyo en la oración y mi solidaridad. Por su parte, la Santa
Sede se ve honrada al poder reforzar con cada uno de vosotros y con las
Naciones que vosotros representáis un abierto y respetuoso diálogo y una
colaboración constructiva. En esta perspectiva, desde el momento en que
vuestra misión está oficialmente inaugurada, os expreso mis mejores
deseos, asegurando el constante apoyo de las diversas oficinas de la
Curia romana en la realización de vuestras tareas. Sobre cada uno de
vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestros colaboradores invoco
abundantes bendiciones de Dios.
----- 0 -----
APERTURA DE LA 69 ASAMBLEA GENERAL DE LA CEI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA
Aula del Sínodo
Lunes 16 de mayo de 2016
Lunes 16 de mayo de 2016
Queridos hermanos:
El tema que habéis puesto como hilo conductor de los trabajos —La renovación del clero—
con el propósito de sostener la formación a lo largo de las diversas
etapas de la vida, hace que abra con vosotros esta Asamblea con especial
felicidad.
Pentecostés que acabamos de celebrar coloca en la justa luz vuestro
objetivo. El Espíritu Santo es, de hecho, el protagonista de la historia
de la Iglesia: es el Espíritu que habita en plenitud en la persona de
Jesús y nos introduce en el misterio del Dios vivo; es el Espíritu que
animó la respuesta generosa de la Virgen Madre y de los santos; es el
Espíritu que obra en los creyentes y en hombres de paz, y suscita la
generosa disponibilidad y la alegría evangelizadora de muchos
sacerdotes. Sin el Espíritu Santo —lo sabemos— no existe posibilidad de
vida buena ni de reforma. Recemos y comprometámonos a custodiar su
fuerza, para que «el mundo actual pueda así recibir la Buena Nueva […]
de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor» (Pablo VI,
Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 80).
Esta tarde no quiero ofreceros una reflexión sistemática sobre la
figura del sacerdote. Tratemos, más bien, de invertir la perspectiva y
ponernos a la escucha, en contemplación. Acerquémonos, casi de
puntillas, a cualquiera de los muchos párrocos que se entregan en
nuestras comunidades; dejemos que el rostro de uno de ellos pase ante
los ojos de nuestro corazón y preguntémonos con sencillez: ¿qué hace que su vida tenga sabor? ¿A quién y a qué dedica su servicio? ¿Cuál es la razón última de su entrega?
Espero que estas preguntas puedan reposar dentro de vosotros en el
silencio, en la oración tranquila, en el diálogo franco y fraterno: las
respuestas que aflorarán os ayudarán a individuar también las propuestas
formativas sobre las cuales invertir con coraje.
1. Entonces, ¿qué da sabor a la vida de «nuestro» presbítero?
El contexto cultural es muy diferente de aquel en el que dio sus
primeros pasos en el ministerio. También en Italia muchas tradiciones,
hábitos y visiones de la vida se han visto afectadas por un cambio
profundo de época.
Nosotros, que a menudo nos lamentamos de este tiempo con tono amargo y
acusador, también debemos sentir su dureza: en nuestro ministerio,
¡cuántas personas nos encontramos que tienen problemas por falta de
referencias a las que mirar! ¡Cuántas relaciones heridas! En un mundo en
el que cada uno se piensa la medida de todo, no hay más lugar para el
hermano.
En este contexto, la vida de nuestro presbítero se vuelve elocuente,
porque es diferente y alternativa. Al igual que Moisés, él es uno que se
ha acercado al fuego y ha dejado que las llamas quemen sus ambiciones
de carrera y poder. Ha hecho una hoguera también con las tentaciones de
interpretarse como un «devoto», que se refugia en un intimismo religioso
que tiene poco de espiritual.
Está descalzo, nuestro sacerdote, ante a una tierra que se obstina en
creer y considerar santa. No se escandaliza por las fragilidades que
sacuden el ánimo humano: consciente de ser él mismo un paralítico
sanado, está lejos de la frialdad del rigorista, así como de la
superficialidad del que quiere mostrarse condescendiente contentadizo.
Por el contrario, acepta hacerse cargo del otro, sintiéndose partícipe y
responsable de su destino.
Con el aceite de la esperanza y del consuelo, se hace prójimo de cada
uno, atento a compartir con ellos el abandono y el sufrimiento.
Habiendo aceptado no disponer de sí mismo, no tiene una agenda que
defender, sino que cada mañana entrega al Señor su tiempo para dejarse
encontrar por la gente y salir al encuentro. Por lo tanto, nuestro
sacerdote no es un burócrata o un funcionario anónimo de la institución;
no está consagrado a un rol clerical administrativo, ni se mueve por
los criterios de la eficiencia.
Sabe que el Amor es todo. No busca seguridades terrenas o títulos
honoríficos, que llevan a confiar en el hombre; de por sí en el
ministerio no pide nada que vaya más allá de la necesidad real, ni está
preocupado por atar a sí a las personas que se le encomiendan. Su estilo
de vida sencillo y esencial, siempre disponible, lo presenta creíble a
los ojos de la gente y lo acerca a los humildes, en una caridad pastoral
que nos hace libres y solidarios. Siervo de la vida, camina con el
corazón y el paso de los pobres; se hace rico por el trato frecuente con
ellos. Es un hombre de paz y reconciliación, un signo y un instrumento
de la ternura de Dios, atento a difundir el bien con la misma pasión con
la que otros cuidan sus intereses.
El secreto de nuestro presbítero —¡vosotros lo sabéis bien!— está en
esa zarza ardiente que marca a fuego la existencia, la conquista y la
conforma a la de Jesucristo, verdad definitiva de su vida. Es la
relación con Él la que lo custodia, haciéndolo ajeno a la mundanidad
espiritual que corrompe, así como a cualquier compensación y mezquindad.
Es la amistad con su Señor la que lo lleva a abrazar la realidad
cotidiana con la confianza de quien cree que la imposibilidad del hombre
no es así para Dios.
2. Se vuelve de esta forma más inmediato afrontar también las otras preguntas con las que hemos iniciado. ¿A quién dedica el servicio nuestro presbítero?
La pregunta, tal vez, debería especificarse. De hecho, incluso antes de
preguntarnos sobre los destinatarios de su servicio, hay que reconocer
que el presbítero es tal en la medida en que se siente partícipe de la
Iglesia, de una comunidad concreta con la que comparte el camino. El
pueblo fiel de Dios es el seno del cual se le saca, la familia de la que
forma parte, la casa a la cual es enviado. Esta pertenencia común, que
brota del Bautismo, es el respiro que libra de la autorreferencialidad
que aísla y aprisiona: «Cuando tu barco va a comenzar a echar raíces en
la quietud del muelle —recordaba Dom Hélder Câmara— hazte a la mar».
¡Parte! Y, sobre todo, no porque tienes una misión que cumplir, sino porque estructuralmente eres un
misionero: en el encuentro con Jesús has experimentado la plenitud de
la vida y, por lo tanto, deseas con todo tu ser que otros se reconozcan
en Él y puedan custodiar su amistad, nutrirse de su palabra y celebrarlo
en la comunidad.
El que vive por el Evangelio, entra así en un modo de compartir
virtuoso: al pastor lo convierte y confirma la fe sencilla del pueblo
santo de Dios, con el que trabaja y en cuyo corazón vive. Esta
pertenencia es la sal de la vida del presbítero; hace que su rasgo
característico sea la comunión, vivida con los laicos en relaciones que
saben valorar la participación de cada uno. En este tiempo pobre de
amistad social, nuestra primera tarea es construir comunidad; la
capacidad de relación es, por lo tanto, un criterio decisivo del
discernimiento vocacional.
Del mismo modo, para un sacerdote es vital sentirse a gusto en el
cenáculo del presbiterio. Esta experiencia —cuando no se vive de una
manera ocasional, ni en virtud de una colaboración instrumental— libera
de los narcisismos y de los celos clericales; hace crecer la estima, el
apoyo y la benevolencia recíproca; favorece una comunión no sólo
sacramental o jurídica, sino fraterna y concreta.
Al caminar juntos los presbíteros, de edades y sensibilidades
diferentes, se expande un perfume de profecía que sorprende y fascina.
La comunión es realmente uno de los nombres de la Misericordia.
En vuestra reflexión sobre la renovación del clero entra también el
capítulo dedicado a la gestión de las estructuras y de los bienes: en
una visión evangélica, evitad sobrecargaros en una pastoral de
conservación, que obstaculice la apertura a la perenne novedad del
Espíritu. Mantened sólo lo que puede servir para la experiencia de fe y
de caridad del pueblo de Dios.
3. Por último, nos hemos preguntado cuál es la razón última de la entrega de nuestro presbítero.
¡Cuánta tristeza dan aquellos que en la vida están siempre un poco a la
mitad, con el pie levantado! Calculan, sopesan, no arriesgan nada por
miedo a perderse... ¡Son los más infelices! Nuestro presbítero, en
cambio, con sus límites, es uno que se la juega hasta el final: en las
condiciones concretas en las que la vida y el ministerio le han puesto,
se ofrece con gratuidad, con humildad y alegría. Aun cuando nadie parece
darse cuenta. Incluso cuando intuye que, humanamente, quizá nadie le
agradecerá lo suficiente su entrega sin medida.
Pero —él lo sabe— no podría hacer otra cosa: ama la tierra, que
reconoce visitada cada mañana por la presencia de Dios. Es hombre de la
Pascua, de la mirada dirigida al Reino, hacia el cual percibe que camina
la historia humana, a pesar de los retrasos, las oscuridades y las
contradicciones. El Reino —la visión que tiene Jesús del hombre— es su
alegría, el horizonte que le permite relativizar el resto, atemperar
preocupaciones y ansiedades, permanecer libre de las ilusiones y del
pesimismo; custodiar en el corazón la paz y difundirla con sus gestos,
sus palabras y sus actitudes.
Así se delinea, queridos hermanos, la triple pertenencia que nos constituye: pertenencia al Señor, a la Iglesia, al Reino.
¡Este tesoro en vasijas de barro debe ser custodiado y promovido!
Asumid plenamente esta responsabilidad, haceos cargo con paciencia y
disponibilidad de tiempo, de manos y de corazón.
Rezo con vosotros a la Santa Virgen, para que su intercesión os mantenga acogedores y fieles.
Que junto con vuestros presbíteros podáis completar el camino, el
servicio que se os ha confiado y con el que participáis en el misterio
de la Madre Iglesia. Gracias.
----- 0 -----
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
DE LA FUNDACIÓN «CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE»
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 13 de mayo de 2016
Queridos amigos:
Os dirijo mi calurosa bienvenida y agradezco al presidente sus
corteses palabras. En estos días de reflexión y de diálogo, habéis
tomado en consideración la aportación de la comunidad económica en la
lucha contra la pobreza, con particular referencia a la actual crisis de
refugiados.
Os agradezco la prontitud con la que aportáis vuestras capacidades y
experiencia en la discusión sobre estas delicadas cuestiones
humanitarias y sobre las obligaciones morales que conllevan.
La crisis de los refugiados, cuyas proporciones están creciendo cada día, es una de aquellas con la que me siento muy cercano.
En mi reciente visita a Lesbos,
fui testigo de experiencias de sufrimiento humano desgarradoras, sobre
todo de familias y niños. Era mi intención, junto con mis hermanos
ortodoxos el patriarca Bartolomé y el arzobispo Jerónimo, ofrecer al
mundo una mayor toma de conciencia de estas «escenas de trágica y
desesperada necesidad», y hacer que a las se «responda de un modo digno
de nuestra humanidad común» (Visita al campo de refugiados de Moria, 16 de abril de 2016).
Más allá del aspecto inmediato y práctico de ofrecer ayuda material a
nuestros hermanos y hermanas, la comunidad internacional está llamada a
encontrar respuestas políticas, sociales y económicas de larga duración
a problemáticas que superan los confines nacionales y continentales e
involucran a toda la familia humana.
La lucha contra la pobreza no es solamente un problema económico,
sino, sobre todo, un problema moral, que hace un llamamiento a una
solidaridad global y al desarrollo de un acercamiento más equitativo en
relación a las necesidades y las aspiraciones de las personas y los
pueblos de todo el mundo.
A la luz de esta tarea comprometedora, la iniciativa de vuestra
Fundación es particularmente inmediata. Inspirándose en el rico
patrimonio de la doctrina social de la Iglesia, esta Conferencia explora
desde diversos puntos de vista las implicaciones prácticas y éticas de
la actual economía mundial, mientras, al mismo tiempo, busca poner las
bases para una cultura económica y de los negocios que sea más inclusiva
y respetuosa de la dignidad humana. Como san Juan Pablo II destacó en
varias ocasiones, la actividad económica no puede ser llevada a cabo con
un vacío institucional y político (Carta encíclica Centesimus annus, 48), pero posee un componente ético esencial; debe, además, ponerse siempre al servicio de la persona humana y del bien común.
Una visión económica exclusivamente orientada al beneficio económico y
al bienestar material es —como la experiencia cotidianamente nos
muestra— incapaz de contribuir de modo positivo a una globalización que
favorezca el desarrollo integral de los pueblos en el mundo, una justa
distribución de los recursos, la garantía del trabajo digno y el
crecimiento de la iniciativa privada, así como de las empresas locales.
Una economía de la exclusión y de la inequidad (cf. Exhort. apost. Evangelii gaudium, 53) ha creado a un número cada vez mayor de desheredados y de personas descartadas como improductivas e inútiles.
Los efectos se perciben también en las sociedades más desarrolladas,
en las que el crecimiento en porcentaje respecto a la pobreza y a la
decadencia social representan una seria amenaza para las familias, para
la clase media que se reduce y, de modo particular, para los jóvenes.
Los índices de desocupación juvenil son un escándalo que no sólo
requiere ser afrontado sobre todo en términos económicos, sino que se
debe afrontar también, y no menos urgentemente, como una enfermedad
social, dado que a nuestra juventud se le roba la esperanza y se
despilfarran sus grandes recursos de energía, de creatividad y de
intuición.
Mantengo la esperanza de que vuestra Conferencia pueda contribuir a
generar nuevos modelos de progreso económico más directamente orientados
al bien común, a la inclusión, al desarrollo integral, al aumento de
trabajo y a la inversión en los recursos humanos.
El Concilio Vaticano II ha destacado, justamente, que para los
cristianos, la actividad económica, financiera y de negocios no se puede
separar del deber de luchar por el perfeccionamiento del orden temporal
en conformidad con los valores del Reino de Dios (cf. Const. past. Gaudium et spes, 72).
Vuestra vocación es, en efecto, una vocación al servicio de la
dignidad humana y de la construcción de un mundo de auténtica
solidaridad. Iluminados e inspirados por el Evangelio, y mediante una
fructuosa cooperación con las Iglesias locales y sus pastores, así como
con otros creyentes y hombres y mujeres de buena voluntad, pueda vuestro
trabajo contribuir siempre al crecimiento de la civilización del amor
que abraza a toda la familia humana en la justicia y la paz.
Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la bendición del Señor y sus dones de sabiduría, gozo y fortaleza.
----- 0 -----
A LA UNIÓN INTERNACIONAL de SUPERIORES GENERALES (UISG)
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Jueves 12 de mayo de 2016
Aula Pablo VI
Jueves 12 de mayo de 2016
[La primera pregunta se refiere a una mejor inserción de las mujeres en la vida de la Iglesia]
Papa Francisco, usted ha dicho que «el genio femenino es necesario en
todas las expresiones de la vida de la Iglesia y de la sociedad», sin
embargo a las mujeres se las excluye de los procesos de toma de
decisiones en la Iglesia, sobre todo en los más altos niveles, y de la
predicación en la Eucaristía. Un importante impedimento para que la
Iglesia abrace plenamente el «genio femenino» es el vínculo que tanto
los procesos de tomar decisiones como la predicación tienen con la
ordenación sacerdotal. ¿Usted ve una forma para separar de la ordenación
tanto los papeles de «leadership» como la predicación en la Eucaristía,
de modo que nuestra Iglesia pueda ser más abierta a recibir el genio de
las mujeres, en un futuro muy próximo?
Papa FRANCISCO
Son varias cosas que aquí debemos distinguir. La pregunta está
relacionada a la funcionalidad, está muy vinculada a la funcionalidad,
mientras que el papel de la mujer tiene otra dimensión. Pero yo ahora
respondo a la pregunta, luego hablamos... He visto que hay otras
preguntas más amplias.
Es verdad que a las mujeres se las excluye de los procesos en los que
se toman decisiones en la Iglesia: excluidas no, pero es muy débil la
inserción de las mujeres allí, en los procesos durante los cuales se
toman decisiones. Tenemos que seguir adelante. Por ejemplo —de verdad,
yo no veo dificultad—, creo que en el Consejo pontificio Justicia y paz
quien lleva la secretaría es una mujer, una religiosa. Se había
propuesto otra y yo la nombré, pero ella prefirió no aceptar, porque
tenía que ir a otro sitio a realizar otros trabajos de su congregación.
Se debe mirar más allá, porque en muchos aspectos de los procesos de
toma de decisiones no es necesaria la ordenación. No es necesaria. En la
reforma de la constitución apostólica Pastor Bonus, en lo
referido a los dicasterios, cuando no existe la jurisdicción que viene
de la ordenación —es decir la jurisdiccional pastoral— no se ve escrito
que pueda ser una mujer, no sé si jefe de dicasterio, pero... Por
ejemplo para los inmigrantes: en el dicasterio para lo inmigrantes una
mujer podría ser. Y cuando hay necesidad de la jurisdicción —ahora que
los inmigrantes entran en un dicasterio—, será el prefecto quien conceda
este permiso. Pero en lo ordinario puede serlo, en la ejecución del
proceso de toma de decisiones. Para mí es muy importante la elaboración
de las decisiones: no sólo la ejecución, sino también la elaboración, es
decir que las mujeres, tanto consagradas como laicas, entren en la
reflexión del proceso y en el debate. Porque la mujer mira la vida con
ojos propios y nosotros hombres no podemos mirarla así. Es el modo de
ver un problema, de ver cualquier otra cosa, en una mujer es distinto en
relación a lo que es para el hombre. Deben ser complementarios, y en
las consultaciones es importante que haya mujeres.
He tenido la experiencia en Buenos Aires de un problema: viéndolo en
el Consejo presbiteral —o sea, todos hombres— era bien abordado; luego,
al verlo con un grupo de mujeres religiosas y laicas se enriqueció
mucho, mucho, y se vio favorecida la decisión con una visión
complementaria. Es necesario, es necesario esto. Y pienso que debemos
seguir adelante sobre esto, luego llegará el proceso de toma de
decisiones.
Está además la cuestión de la predicación en la celebración
eucarística. No existe problema alguno para que una mujer —una religiosa
o una laica— haga la predicación en una Liturgia de la Palabra. No
existe problema. Pero en la celebración eucarística hay una cuestión
litúrgico-dogmático, porque la celebración es una —la Liturgia de la
Palabra y la Liturgia eucarística, es una unidad— y quien la preside es
Jesucristo. El sacerdote o el obispo que preside lo hace en la persona
de Jesucristo. Es una realidad teológico-litúrgica. En esa situación, al
no existir la ordenación de las mujeres, no pueden presidir. Pero se
puede estudiar mejor y explicar más esto que muy velozmente y un poco
sencillamente he dicho ahora.
En cambio en la leadership no hay problema: en eso debemos seguir adelante, con prudencia, pero buscando las soluciones...
Hay dos tentaciones aquí, de las cuales debemos tener cuidado.
La primera es el feminismo: el papel de la mujer en la Iglesia no es
feminismo, ¡es un derecho! Es un derecho de bautizada con los carismas y
los dones que el Espíritu ha dado. No hay que caer en el feminismo,
porque esto reduciría la importancia de una mujer. Yo no veo, en este
momento, un gran peligro respecto a esto entre las religiosas. No lo
veo. Tal vez en otro tiempo, pero en general no existe.
El otro peligro, que es una tentación muy fuerte y he hablado de ello
en diversas ocasiones, es el clericalismo. Y esto es muy fuerte.
Pensemos que hoy más del 60 por ciento de las parroquias —de las
diócesis no lo sé, pero sólo un poco menos— no tienen consejo para
asuntos económicos y consejo pastoral. ¿Qué quiere decir esto? Que esa
parroquia y esa diócesis está guiada con espíritu clerical, sólo por el
sacerdote, que no pone en práctica la sinodalidad parroquial, la
sinodalidad diocesana, la cual no es una novedad de este Papa. ¡No! Está
en el derecho canónico, es una obligación que tiene el párroco de tener
el consejo de los laicos, por y con laicos, laicas y religiosas para la
pastoral y para los asuntos económicos. Y no lo hacen. Y este es el
peligro del clericalismo hoy en la Iglesia. Tenemos que seguir adelante y
quitar este peligro, porque el sacerdote es un servidor de la
comunidad, el obispo es un servidor de la comunidad, pero no es el jefe
de una empresa. ¡No! Esto es importante. En América Latina, por ejemplo,
el clericalismo es muy fuerte, muy marcado. Los laicos no saben qué
hacer si no se lo preguntan al sacerdote... Es muy fuerte. Y por esto la
consciencia del papel de los laicos en América Latina está muy atrás.
Se ha salvado un poco de esto sólo en la piedad popular: porque el
protagonista es el pueblo y el pueblo ha hecho las cosas como venían; y a
los sacerdotes ese aspecto no les interesaba mucho, y alguno no veía
con buenos ojos ese fenómeno de la piedad popular. Pero el clericalismo
es una actitud negativa. Y hay complicidad, porque se hace de a dos,
como el tango que se baila entre dos... Es decir, el sacerdote que
quiere clericalizar al laico, la laica, el religioso y la religiosa, y
el laico que pide por favor ser clericalizado, porque es más cómodo. Es
curioso esto. Yo, en Buenos Aires, experimenté esto tres o cuatro veces:
un buen párroco viene y me dice: «Sabe, tengo un laico muy bueno en la
parroquia: hace esto, hace esto, sabe organizar, tiene iniciativas, es
verdaderamente un hombre valioso... ¿Lo ordenamos diácono?». Es decir:
¿lo «clericalizamos?». «¡No! Deja que siga siendo laico. No convertirlo
en diácono». Esto es importante. A vosotros os sucede esto, que el
clericalismo muchas veces os frena en el desarrollo lícito de la
situación.
Pediré a la Congregación para el culto —y tal vez a la presidenta se
lo haré llegar— que explique bien, de modo completo, lo que he dicho un
poco ligeramente sobre la predicación en la celebración eucarística.
Porque no tengo la teología y la claridad suficiente para explicarlo
ahora. Pero hay que distinguir bien: una cosa es la predicación en una
Liturgia de la Palabra, y esto se puede hacer; otra cosa es la
celebración eucarística, aquí hay otro misterio. Es el Misterio de
Cristo presente y es el sacerdote o el obispo quienes celebran in persona Christi.
Para la leadership está claro... Sí, creo que esta puede ser mi respuesta en general a la primera pregunta. Veamos la segunda.
[La segunda pregunta es sobre el papel de las mujeres consagradas en la Iglesia]
Las mujeres consagradas ya trabajan mucho con los pobres y con los
marginados, enseñan la catequesis, asisten a los enfermos y a los
moribundos, distribuyen la comunión, en muchos países guían las
oraciones comunes en ausencia de sacerdotes y en esas circunstancia
pronuncian la homilía. En la Iglesia existe la función del diaconado
permanente, pero está abierto sólo a los hombres, casados y no. ¿Qué
impide a la Iglesia incluir a las mujeres entre los diáconos
permanentes, precisamente como sucedía en la Iglesia primitiva? ¿Por qué
no constituir una comisión oficial que estudie la cuestión? ¿Nos puede
poner algún ejemplo acerca de dónde usted ve la posibilidad de una mejor
inserción de las mujeres y de las mujeres consagradas en la vida de la
Iglesia?
Papa FRANCISCO
Esta pregunta se orienta en el sentido del «hacer»: las mujeres
consagradas ya trabajan mucho con los pobres, hacen muchas cosas... en
el «hacer». Y toca el problema del diaconado permanente. Alguien podría
decir que las «diaconisas permanentes» en la vida de la Iglesia son las
suegras [ríe, ríen]. En efecto esto está en la antigüedad: había un
inicio... Recuerdo que era un tema que me interesaba bastante cuando
venía a Roma para las reuniones, y me alojaba en la Domus Pablo VI; allí
había un teólogo sirio, muy bueno, que hizo la edición crítica y la
traducción de los Himnos de Efrén el Sirio. Y un día le pregunté sobre
esto, y él me explicó que en los primeros tiempos de la Iglesia hubo
algunas «diaconisas». ¿Pero qué son estas diaconisas? ¿Tenían la
ordenación o no? Habla de ello el Concilio de Calcedonia (451), pero es
un poco oscuro. ¿Cuál era el papel de las diaconisas en esos tiempos?
Parece —me decía ese hombre, que ya murió, era un buen profesor, sabio,
erudito—, parece que el papel de las diaconisas era ayudar en el
bautismo de las mujeres, en la inmersión, las bautizaban ellas, por el
decoro, también para hacer las unciones sobre el cuerpo de las mujeres,
en el bautismo. Y también una cosa curiosa: cuando había un juicio
matrimonial porque el marido golpeaba a la mujer y ella iba al obispo a
lamentarse, las diaconisas eran las encargadas de ver las marcas en el
cuerpo de la mujer por los golpes del marido e informar al obispo. Esto
es lo que recuerdo. Hay algunas publicaciones sobre el diaconado en la
Iglesia, pero no está claro cómo era en realidad. Creo que le pediré a
la Congregación para la doctrina de la fe que me informe acerca de los
estudios sobre este tema, porque os he respondido sólo a partir de lo
que había escuchado de este sacerdote que era un investigador erudito y
valioso, sobre el diaconado permanente. Y además quisiera constituir una
comisión oficial que pueda estudiar la cuestión: creo que hará bien a
la Iglesia aclarar este punto; estoy de acuerdo, y hablaré para hacer
algo de este tipo.
Además decís: «Estamos de acuerdo con usted, Santo Padre, que en más
de una ocasión habló de la necesidad de un papel más incisivo de las
mujeres en las posiciones de toma de decisiones en la Iglesia». Esto
está claro. «¿Nos puede poner algún ejemplo acerca de dónde usted ve la
posibilidad de una mejor inserción de las mujeres y de las mujeres
consagradas en la vida de la Iglesia?». Diré una cosa que viene luego,
porque he visto que hay una pregunta general. A las consultaciones de la
Congregación para los religiosos, a las asambleas, las consagradas
tienen que ir: esto es seguro. En las consultaciones sobre tantos
problemas que se presentan, las consagradas deben ir. Otra cosa: una
mejor inserción. En este momento no me vienen a la mente cosas
concretas, pero siempre lo que he dicho antes: buscar el juicio de la
mujer consagrada, porque la mujer ve las cosas con una originalidad
distinta de la de los hombres, y esto enriquece: tanto en la
consultación, en las decisiones, como en la realidad concreta.
Estos trabajos que vosotras hacéis con los pobres, los marginados,
enseñar la catequesis, asistir a los enfermos y los moribundos, son
trabajos muy «maternales», donde la maternidad de la Iglesia se puede
expresar mejor. Pero hay hombres que hacen lo mismo, y bien:
consagrados, Órdenes hospitalarias... Y esto es importante.
Por lo tanto, sobre el diaconado, sí, acepto y me parece útil una
comisión que aclare bien esto, sobre todo respecto a los primeros
tiempos de la Iglesia.
Sobre una mejor inserción, repito lo que he dicho antes.
Si hay algo que expresar de forma más concreta, preguntadlo ahora.
Sobre esto que he dicho, ¿hay alguna pregunta más, que me ayude a
pensar? Adelante...
[La tercera pregunta es sobre el papel de la Unión internacional de superioras generales]
¿Qué papel podría tener la UISG, de modo que pueda tener una palabra
en el pensamiento de la Iglesia, una palabra que sea escuchada, desde el
momento que lleva en ella la voz de dos mil institutos de religiosas?
¿Cómo es posible que muy a menudo somos olvidadas y no se nos hace
partícipes, por ejemplo de la asamblea general de la Congregación para
los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica,
allí donde se habla de la vida consagrada? ¿Puede permitirse la Iglesia
seguir hablando de nosotras, en lugar de con nosotras?
Papa FRANCISCO
Hermana Teresina tenga un poco de paciencia, porque me ha venido a la
mente lo que se había escapado en la otra pregunta, acerca de «¿qué
puede hacer la vida consagrada femenina?». Es un criterio que vosotras
debéis revisar, que también la Iglesia debe revisar. Vuestro trabajo, el
mío y el de todos nosotros, es de servicio. Pero yo, muchas veces,
encuentro mujeres consagradas que hacen un trabajo de servidumbre y no
de servicio. Es un poco difícil de explicar, porque no quisiera que se
pensase en casos concretos, que tal vez sería un mal pensamiento, porque
nadie conoce bien las circunstancias. Pero pensemos en un párroco, un
párroco que por seguridad imaginamos: «No, no, mi casa parroquial está
en manos de dos religiosas». —«¿Y son ellas las que la gestionan?».
—«¡Sí, sí». —«¿Y qué hacen de apostolado, catequesis?». —«No, no, sólo
eso». ¡No! ¡Eso es servidumbre! Dígame señor párroco, si en su ciudad no
hay buenas mujeres que necesitan trabajo. Llame a una, dos, que hagan
ese servicio. Estas dos religiosas, que vayan a las escuelas, a los
barrios, con los enfermos, con los pobres. Este es el criterio: trabajo
de servicio y no de servidumbre. Y cuando, a vosotras superioras, os
piden algo que es más servidumbre que servicio, sed valientes en decir
«no». Este es un criterio que ayuda mucho, porque cuando se quiere que
una consagrada haga un trabajo de servidumbre, se devalúa la vida y la
dignidad de esa mujer. Su vocación es el servicio: servicio a la
Iglesia, dondequiera que sea. Pero no servidumbre.
He aquí, ahora [respondo a] Teresina: «¿Cuál es, según su parecer, el
sitio de la vida religiosa apostólica femenina en el seno de la
Iglesia? ¿Qué le faltaría a la Iglesia si no hubiese más religiosas?».
Faltaría María el día de Pentecostés. No hay Iglesia sin María. No hay
Pentecostés sin María. Pero María estaba allí, tal vez hablaba... Esto
lo he dicho, pero me gusta repetirlo. La mujer consagrada es un icono de
la Iglesia, es un icono de María. El presbítero, el sacerdote, no es
icono de la Iglesia; no es icono de María: es icono de los apóstoles, de
los discípulos que son enviados a predicar. Pero no de la Iglesia y de
María. Cuando digo esto quiero haceros reflexionar sobre el hecho de que
«la» Iglesia es femenina; la Iglesia es mujer: no es «el» Iglesia, es
«la» Iglesia. Pero es una mujer casada con Jesucristo, tiene a su
Esposo, que es Jesucristo. Y cuando se elige a un obispo para una
diócesis, el obispo —en nombre de Cristo— se casa con esa Iglesia
particular. La Iglesia es mujer. Y la consagración de una mujer la hace
icono precisamente de la Iglesia e icono de la Virgen. Y esto nosotros
hombres no podemos hacerlo. Esto os ayudará a profundizar, desde esta
raíz teológica, un papel grande en la Iglesia. No quisiera que esto se
escapase.
Estoy totalmente de acuerdo [acerca de la conclusión de la tercera
pregunta]. La Iglesia: la Iglesia sois vosotras, somos todos. La
jerarquía —digamos— de la Iglesia debe hablar de vosotras, pero primero y
en el momento debe hablar con vosotras. Esto es seguro. En la asamblea
de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las
sociedades de vida apostólica vosotras debéis estar presentes. Sí, sí.
Esto se lo diré al prefecto: en la asamblea vosotras debéis estar
presente. Está claro, porque hablar de un ausente no es ni siquiera
evangélico: se debe poder oír, escuchar lo que se piensa, y luego
hagamos juntos. Estoy de acuerdo. No imaginaba tanta separación, de
verdad. Y gracias por haberlo dicho así valientemente y con esa sonrisa.
Me permito una broma. Usted lo hizo con una sonrisa, que en Piamonte se dice la sonrisa de la mugna quacia
[con una cara ingenua]. ¡Qué buena! Sí, vosotras tenéis razón en esto.
Creo que es fácil reformar, hablaré sobre esto con el prefecto. «Pero
esta asamblea general no hablará de las religiosas, hablará de otra
cosa...» – «Es necesario escuchar a las religiosas porque tienen otra
visión de la situación». Es lo que os había dicho antes: es importante
que estéis siempre integradas... Os agradezco la pregunta.
¿Alguna aclaración en relación a esto? ¿Algo más? ¿Está claro?
Recordad bien esto: ¿qué le faltaría a la Iglesia si no existiesen
las religiosas? Faltaría María el día de Pentecostés. La religiosa es
icono de la Iglesia y de María; y la Iglesia es femenina, elegida por
Jesucristo como su esposa.
[La cuarta pregunta se refiere a los obstáculos que se encuentran como mujeres consagradas en el seno de la Iglesia]
Querido Santo Padre, muchos institutos están afrontando el desafío de
traer novedad en la forma de vida y en las estructuras revisando las
constituciones. Esto se está revelando difícil, porque nos encontramos
bloqueadas por el derecho canónico. ¿Usted prevé cambios en el derecho
canónico, de modo que se facilite esta novedad? Además, los jóvenes hoy
tienen dificultad de pensar en un compromiso permanente, tanto en el
matrimonio como en la vida religiosa. ¿Podremos estar abiertas a
compromisos temporales? Y otro aspecto: desempeñando nuestro ministerio
en solidaridad con los pobres y los marginados, a menudo se nos
considera como activistas sociales o como si adoptáramos posiciones
políticas. Algunas autoridades eclesiales quisieran que fuésemos más
místicas y menos apostólicas. ¿Qué valor dan a la vida consagrada
apostólica, y en especial a las mujeres, algunos sectores de la Iglesia
jerárquica?
Papa FRANCISCO
Primero: los cambios que se deben hacer para asumir los nuevos
desafíos. Usted ha hablado de novedad, novedad en sentido positivo, si
lo entendí bien, cosas nuevas que llegan... Y la Iglesia es maestra en
esto, porque ha tenido que cambiar mucho, mucho, mucho en la historia.
Pero en cada cambio es necesario el discernimiento, y no se puede hacer
discernimiento sin oración. ¿Cómo se hace el discernimiento? La oración,
el diálogo, luego el discernimiento en común. Es necesario pedir el don
del discernimiento, de saber discernir. Por ejemplo, un empresario debe
hacer cambios en su empresa: evalúa de forma concreta, y aquello que su
conciencia le dice, lo hace. En nuestra vida, cuenta otro personaje: el
Espíritu Santo. Y para hacer un cambio, debemos considerar todas las
circunstancias concretas, esto es verdad, pero para entrar en un proceso
de discernimiento con el Espíritu Santo es necesario oración, diálogo y
discernimiento común. Creo que sobre este punto nosotros no estamos
bien formados —cuando digo «nosotros» hablo también de los sacerdotes—,
en el discernimiento de las situaciones, y tenemos que tratar de tener
experiencias y también buscar alguna persona que nos explique bien cómo
se hace el discernimiento: un buen padre espiritual que conozca bien
estas cosas y nos explique, que no es un simple «pro y contra», hacer la
suma, y adelante. No, es algo más. Cada cambio que se debe hacer,
requiere entrar en este proceso de discernimiento. Y esto os dará más
libertad, más libertad. El derecho canónico: no existe ningún problema.
El derecho canónico en el siglo pasado se ha cambiado —si no me
equivoco— dos veces: en 1917 y luego con San Juan Pablo II. Pequeños
cambios se pueden hacer, se hacen. Estos, en cambio, fueron dos cambios
de todo el Código. El Código es una ayuda disciplinar, una ayuda para la
salvación de las almas, para todo esto: es la ayuda jurídica de la
Iglesia para los procesos, para muchas cosas, pero que en el siglo
pasado dos veces se cambió totalmente, se re-hizo. Y así se pueden
cambiar algunas partes. Hace dos meses llegó una petición para cambiar
un canon, no recuerdo bien... Pedí que se haga un estudio; el secretario
de Estado hizo las consultaciones y todos estaban de acuerdo que sí,
esto se debía cambiar para el mayor bien, y se cambió. El Código es un
instrumento, esto es muy importante. Pero insisto: nunca hacer un cambio
sin hacer un proceso de discernimiento, personal y comunitario. Y esto
os dará libertad, porque ponéis allí, en el cambio, al Espíritu Santo.
Es esto lo que hizo san Pablo, san Pedro mismo, cuando percibió que el
Señor lo impulsaba a bautizar a los paganos. Cuando nosotros leemos el
libro de los Hechos de los apóstoles, nos maravillamos de tanto cambio,
mucho cambio... ¡Es el Espíritu! Interesante esto: en el libro de los
Hechos de los apóstoles, los protagonistas no son los apóstoles, es el
Espíritu. «El Espíritu obliga a hacer eso»; «el Espíritu dijo a Felipe:
dirígete allí y allá, busca al ministro de economía y bautízalo»; «el
Espíritu hace», «el Espíritu dice: no, aquí no vengáis»... Es el
Espíritu. Es el Espíritu quien da la valentía a los apóstoles para hacer
este cambio revolucionario de bautizar a los paganos sin hacer el
camino de la catequesis judía o de las prácticas judías. Es interesante:
en los primeros capítulos está la Carta que los apóstoles, después del
Concilio de Jerusalén, envían a los paganos convertidos. Relatan todo lo
que hicieron: «El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido esto». Es un
ejemplo de discernimiento que hicieron. Todo cambio, hacedlo así, con
el Espíritu Santo. Es decir: discernimiento, oración y también
valoración concreta de las situaciones.
Y por el Código no hay problema, es un instrumento.
Respecto al compromiso permanente de los jóvenes. Nosotros vivimos en
una «cultura de lo provisional». Me contaba un obispo, hace tiempo, que
había ido a verle un joven universitario, que había acabado la
universidad, 23/24 años, y le dijo: «Yo quisiera ser sacerdote, pero
sólo por diez años». Es la cultura de lo provisional. En los casos
matrimoniales es así. «Me caso contigo hasta que dure el amor, luego
adiós». Es el amor entendido en sentido hedonista, en el sentido de esta
cultura de hoy. Obviamente que estos matrimonios son nulos, no son
válidos. No tienen conciencia de la perpetuidad de un compromiso. En los
matrimonios es así. En la exhortación apostólica Amoris laetitia
leed la problemática, está en los primeros capítulos, y leed cómo
preparar el matrimonio. Me decía una persona: «Yo esto no lo entiendo:
para llegar a ser sacerdote tenéis que estudiar, prepararos durante ocho
años, más o menos. Y luego, si la cosa no funciona, o si te enamoras de
una hermosa joven, la Iglesia te lo permite: ve, cásate, comienza otra
vida. Para casarse —que es para toda la vida, que es «para» la vida— la
preparación en muchas diócesis son tres, cuatro charlas... ¡Esto no
funciona! ¿Cómo puede un párroco firmar que están preparados para el
matrimonio, con esta cultura de lo provisional, con sólo cuatro
explicaciones? Es un problema muy serio. En la vida consagrada, a mí
siempre me llamó la atención —positivamente— la intuición de san Vicente
de Paúl: él vio que las Religiosas de la Caridad tenían que hacer un
trabajo muy fuerte, muy «peligroso», precisamente en ámbitos de
frontera, por lo cual cada año deben renovar los votos. Sólo por un año.
Pero lo hizo como carisma, no como cultura de lo provisional: para dar
libertad. Yo creo que en la vida consagrada los votos temporales
facilitan en esto. Y, no lo sé, vosotras vedlo, pero yo sería más bien
favorable tal vez de prolongar un poco los votos temporales, por esta
cultura de lo provisional que tienen los jóvenes de hoy. Y... prolongar
el noviazgo antes de llegar al matrimonio. Esto es importante.
[Ahora el Papa responde a una parte de la pregunta que no se había leído pero que estaba escrita]
Las peticiones de dinero en nuestras Iglesias locales. La cuestión
del dinero es un problema muy importante, tanto en la vida consagrada
como en la Iglesia diocesana. No debemos olvidar nunca que el diablo
entra «por los bolsillos»: tanto por los bolsillos del obispo como por
los bolsillos de la Congregación. Esto toca el problema de la pobreza,
hablaré luego de esto. Pero la avidez de dinero es el primer escalón
para la corrupción de una parroquia, de una diócesis, de una
congregación de vida consagrada, es el primer escalón. Creo que fuese
con este fin: el pago por los sacramentos. Mirad, si alguien os pide
esto, denunciad el hecho. La salvación es gratuita. Dios nos ha enviado
gratuitamente; la salvación es como un «derroche de gratuidad». No hay
salvación por la que se deba pagar, no hay sacramentos que se deban
pagar. ¿Está claro esto? Yo conozco, he visto en mi vida corrupción en
esto. Recuerdo un caso, apenas nombrado obispo, tenía la zona más pobre
de Buenos Aires, que está dividida en cuatro vicarías. Allí había muchos
inmigrantes de países americanos, y sucedía que cuando venían a casarse
los párrocos decían: «Esta gente no tiene el certificado de bautismo». Y
cuando lo pedían en su país les decían: «Sí, pero manda primero 100
dólares —recuerdo un caso— y luego te lo envío». Hablé con el cardenal,
el cardenal habló con el obispo del lugar... Pero mientras tanto la
gente podía casarse sin el certificado de bautismo, con el juramento de
los padres y de los padrinos. Y este es el pago, no sólo del sacramento
sino de los certificados. Recuerdo una vez en Buenos Aires que un joven,
que tenía que casarse, fue a la parroquia a pedir el «nulla osta» para
casarse en otra: es algo sencillo. Le dijo la secretaria: «Sí, pase
mañana, venga mañana que ya estará, y esto cuesta tanto»: una buena
suma. Pero es un servicio: se trata sólo de constatar los datos y
completar. Y él —es abogado, joven, muy bueno, muy fervoroso, muy buen
católico— vino a verme: «¿Qué hago ahora?». —«Ve mañana y dile que has
enviado el cheque al arzobispo, y que el arzobispo le dará el cheque».
El comercio del dinero.
Pero aquí tocamos un problema serio, la cuestión de la pobreza. Os
digo una cosa: cuando un instituto religioso —y esto es válido también
para otras situaciones—, cuando un instituto religioso siente que se
muere, siente que no tiene capacidad para atraer nuevos miembros, siente
que tal vez pasó el tiempo para el cual el Señor había elegido esa
congregación, la tentación es la avidez. ¿Por qué? Porque piensan: «Al
menos tenemos dinero para nuestra vejez». Esto es grave. ¿Y cuál es la
solución que da la Iglesia? La unión de varios institutos con carismas
que se asemejen, y seguir adelante. Pero jamás, jamás el dinero es una
solución para los problemas espirituales. Es una ayuda necesaria, pero
un poco, no mucho. San Ignacio decía, sobre la pobreza, que es «madre» y
«muro» de la vida religiosa. Nos hace crecer en la vida religiosa como
madre, y la custodia. Y se comienza la decadencia cuando falta la
pobreza. Recuerdo, en la otra diócesis, cuando un colegio de religiosas
muy importante tenía que rehacer la casa de las hermanas porque era
antigua, se tenía que rehacer; e hicieron un buen trabajo. Hicieron un
buen trabajo. Pero en esos tiempos —estoy hablando del año 1993, 1994
más o menos— decían: «Pongamos todas las comodidades, la habitación con
baño privado, todo, y también televisor...». En ese colegio, que era muy
importante, de las 2 a las 4 de la tarde no veías ni a una religiosa en
el colegio: estaban todas en la habitación mirando la telenovela.
Porque se trata de falta de pobreza, y esto te lleva a la vida cómoda, a
las fantasías... Es un ejemplo, tal vez es el único en el mundo, pero
es para comprender el peligro de demasiada comodidad, de la falta de
pobreza o de una cierta austeridad.
[Otra parte de la pregunta no leída pero que estaba escrita]
Las religiosas no reciben un sueldo por los servicios que prestan,
como lo reciben los sacerdotes. ¿Cómo podemos mostrar un rostro
atractivo de nuestra subsistencia? ¿Cómo podemos encontrar los recursos
financieros necesarios para realizar nuestra misión?
Papa FRANCISCO
Os diré dos cosas. Primero: ver cómo es el carisma, la centralidad de
vuestro carisma —cada uno tiene el propio— y cuál es el sitio de la
pobreza, porque hay congregaciones que exigen una vida de pobreza muy,
muy fuerte; otras, no tanto, y ambas están aprobadas por la Iglesia.
Buscar la pobreza según el carisma. Luego: los ahorros. Es prudencia
tener un ahorro; es prudencia tener una buena administración, tal vez
con alguna inversión, eso es prudente: para las casas de formación, para
poder llevar adelante las obras pobres, llevar adelante escuelas para
los pobres, llevar adelante los trabajos apostólicos... Una fundación de
la propia congregación: esto se debe hacer. Y como la riqueza puede
hacer mal y corromper la vocación, la miseria también. Si la pobreza se
convierte en miseria, también esto hace mal. Allí se ve la prudencia
espiritual de la comunidad en el discernimiento común: la ecónoma
informa, todos hablan, sí es demasiado, no es mucho...
Es esa prudencia
materna. Pero, por favor, no os dejéis engañar por los amigos de la
congregación, que luego os «desplumarán» y os quitarán todo. He visto
muchas casas de religiosas, o me han contado otros, que perdieron todo
porque se fiaron de un tal... «muy amigo de la congregación». Hay tantos
astutos, tantos astutos. La prudencia está en nunca consultar a una
sola persona: cuando tenéis necesidad, consultar a varias personas,
distintas. La administración de los bienes es una responsabilidad muy
grande, muy grande, en la vida consagrada. Si no tenéis lo necesario
para vivir, decidlo al obispo. Decir a Dios: «Danos hoy nuestro pan», el
auténtico. Pero hablar con el obispo, con la superiora general, con la
Congregación para los religiosos. Para lo necesario, porque la vida
religiosa es un camino de pobreza, pero no es un suicidio. Y esto es la
sana prudencia. ¿Está claro esto?
Y luego, donde hay conflictos por lo que las Iglesias locales os
piden, hay que rezar, discernir y tener el valor, cuando se debe, de
decir «no»; y tener la generosidad, cuando se debe, de decir «sí». Pero
ved vosotras cuánto es necesario el discernimiento en cada caso.
Mientras desempeñamos nuestro ministerio, somos solidarias con los
pobres y los marginados, a menudo somos erróneamente consideradas como
activistas o como si adoptásemos posiciones políticas. Algunas
autoridades eclesiales miran negativamente nuestro ministerio,
destacando que deberíamos estar más concentradas en una forma de vida
mística. En estas circunstancias, ¿cómo podemos vivir nuestra vocación
profética?
Papa FRANCISCO
Sí. Todas las religiosas, todas las consagradas deben vivir
místicamente, porque vuestra vida es un matrimonio; vuestra vocación es
una vocación de maternidad, es una vocación de estar en el lugar de la
Madre Iglesia y de la Madre María. Pero los que os dicen esto, piensan
que ser místico es ser una momia, siempre rezando... No, no. Se debe
rezar y trabajar según el propio carisma; y cuando el carisma te lleva a
seguir adelante con los refugiados, con los pobres tú debes hacerlo, y
te dirán «comunista»: es lo menos que te dirán. Pero debes hacerlo.
Porque el carisma te lleva a eso. En Argentina, recuerdo a una
religiosa: fue provincial de su congregación. Una buena mujer, y sigue
trabajando... tiene casi mi edad, sí. Y trabaja contra los traficantes
de jóvenes, de personas. Recuerdo, durante el gobierno militar en
Argentina, querían mandarla a la cárcel, hacían presión sobre el
arzobispo, hacían presión sobre la superiora provincial, antes de que
ella sea provincial, «porque esta mujer es comunista». Y esta mujer ha
salvado a muchas jóvenes, a muchas jóvenes. Y sí, es la cruz. De Jesús,
¿qué dijeron? Que era Beelzebul, que tenía el poder de Beelzebul. La
calumnia, estad preparadas. Si hacéis el bien, con oración, ante Dios,
asumiendo todas las consecuencia de vuestro carisma, seguid adelante,
estad preparadas para la difamación y la calumnia, porque el Señor
eligió este camino para Él mismo. Y nosotros, obispos, debemos custodiar
a estas mujeres que son icono de la Iglesia, cuando hacen cosas
difíciles y son calumniadas, y son perseguidas. Ser perseguidos es la
última de las Bienaventuranzas. El Señor nos dijo: «Bienaventurados
vosotros cuando seáis perseguidos, insultados» y todas esas cosas. Pero
aquí el peligro puede ser: «Yo hago lo que me parece». No, no, escucha
esto: te persiguen, habla. Con tu comunidad, con tu superiora, habla con
todos, busca consejo, discierne: otra vez la palabra. Y esta religiosa
de la que hablaba ahora, un día la encontré llorando, y decía: «Mira la
carta que recibí de Roma —no diré de dónde—: ¿qué tengo que hacer?» .
—«¿Tú eres hija de la Iglesia?». —«¡Sí!». —«¿Tú quieres obedecer a la
Iglesia?». —«¡Sí!». —«Responde que tú serás obediente a la Iglesia, y
luego dirígete a tu superiora, a tu comunidad, a tu obispo —que era yo— y
la Iglesia dirá lo que debes hacer. Pero no una carta que viene de
12.000 km». Porque allí un amigo de los enemigos de la religiosa había
escrito, había sido calumniada. Valientes, pero con humildad,
discernimiento, oración, diálogo.
Una palabra de aliento a nosotras dirigentes, que soportamos el peso de la jornada.
Papa FRANCISCO
Pero permitiros también un respiro. El descanso, porque muchas
enfermedades vienen por falta de un sano descanso, descanso en
familia... Esto es importante para soportar el peso de la jornada.
Vosotras mencionáis aquí también a las hermanas ancianas y enfermas. Y
estas hermanas son la memoria del instituto, estas religiosas son las
que han sembrado, que han trabajado, y ahora están paralíticas o muy
enfermas o dejadas de lado. Estas hermanas rezan por el Instituto. Esto
es muy importante, que se sientan parte del Instituto con la oración.
Estas hermanas tienen una experiencia muy grande: algunas más, otras
menos. ¡Escucharlas! Ir a ellas: «Dígame, hermana, ¿qué piensa usted de
esto, de esto?». Que se sientan consultadas, y de su sabiduría saldrá un
buen consejo. Estad seguras.
Esto es lo que se me ocurre deciros. Sé que siempre repito lo que
digo y digo las mismas cosas, pero la vida es así... A mí me gusta
escuchar las preguntas, porque me hacen pensar y me siento como el
portero, que está allí, esperando el balón de donde venga... Esto es
bueno y esto haced también vosotras en el diálogo.
Estas cosas que he prometido hacer, las haré. Y rezad por mí, yo rezo
por vosotras. Y sigamos adelante. Nuestra vida es para el Señor, para
la Iglesia y para la gente, que sufre mucho y necesita la caricia del
Padre, a través de vosotras. ¡Gracias!
Os propongo una cosa: concluyamos con la Madre. Cada una de vosotras, en su idioma, rece el Avemaría. Yo lo rezaré en español.
[Ave María...]
Después de la bendición:
Y rezad por mí, para que pueda servir bien a la Iglesia.
----- 0 -----
DISCURSO A LA ORGANIZACIÓN "MÉDICOS CON ÁFRICA CUAMM"
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 7 de mayo de 2016
Sábado 7 de mayo de 2016
Me complace, queridos hermanos y hermanas, dar la bienvenida a cada
uno de vosotros, «Médicos con África CUAMM”, que trabajáis por la tutela
de la salud de las poblaciones africanas; y me alegro aún más después
de haber escuchado las palabras que me han acercado mucho a aquellos
lugares lejanos, el testimonio de estos médicos ha llevado mi corazón a
esos sitios, donde vosotros vais sencillamente para encontrarse con
Jesús. Y eso me hizo mucho bien. Gracias. Vuestra organización,
expresión de la misionariedad de la diócesis de Padua, a lo largo de los
años ha implicado a muchas personas que, como voluntarios, se
dispusieron a realizar proyectos a largo término con una visión de
desarrollo. Os doy las gracias por lo que estáis haciendo en favor del
derecho humano fundamental de la salud para todos. La salud, en efecto,
no es un bien de consumo, sino un derecho universal, por lo cual el
acceso a los servicios sanitarios no puede ser un privilegio.
La salud, sobre todo la de base, se niega —¡se niega!— en diversas
partes del mundo y en muchas regiones de África. No es un derecho para
todos, sino más bien es aún un privilegio para pocos, para aquellos que
se lo pueden permitir. La accesibilidad a los servicios sanitarios, a
los tratamientos y a las medicinas sigue siendo un espejismo. Los más
pobres no llegan a pagar y se ven excluidos de los servicios
hospitalarios, incluso de los más esenciales y primarios. De aquí la
importancia de vuestra generosa actividad en apoyo de una red capilar de
servicios, capaz de dar respuestas a las necesidades de las
poblaciones.
Habéis elegido los países más pobres de África, los países
subsaharianos, y las zonas más olvidadas, «la última milla» de los
sistemas sanitarios. Son las periferias geográficas donde el Señor os
manda a ser buenos samaritanos, a ir al encuentro del pobre Lázaro,
atravesando la «puerta» que conduce del primero al tercer mundo. ¡Esta
es vuestra «puerta santa»! Vosotros trabajáis entre los grupos más
vulnerables de la población: las madres, para asegurarles un parto
seguro y digno, y los niños, especialmente los recién nacidos. En
África, demasiadas madres mueren durante el parto y demasiados niños no
superan el primer mes de vida por la malnutrición y las grandes
endemias. Os aliento a permanecer entre esta humanidad herida y que
sufre: es Jesús. Vuestra obra de misericordia es la atención del
enfermo, según el lema evangélico «Curad a los enfermos» (Mt 10, 8). Que podáis ser expresión de la Iglesia madre, que se inclina hacia los más débiles y se hace cargo de ellos.
Para favorecer procesos de desarrollo auténticos y duraderos se
necesitan tiempos largos, en la lógica de sembrar con confianza y
esperar con paciencia los frutos. Todo esto lo demuestra también la
historia de vuestra Organización, que desde hace más de sesenta y cinco
años está comprometida al lado de los más pobres en Uganda, Tanzania,
Mozambique, Etiopía, Angola, Sudán del Sur y Sierra Leona. África
necesita un acompañamiento paciente y continuativo, tenaz y competente.
Las intervenciones necesitan planteamientos de trabajo serios, requieren
investigación e innovación e imponen el deber de transparencia hacia
los donantes y la opinión pública.
Sois médicos «con» África y no «para» África, y esto es muy
importante. Estáis llamados a incorporar a la gente africana en el
proceso de crecimiento, caminando juntos, compartiendo dramas y
alegrías, dolores y entusiasmos. Los pueblos son los primeros artífices
de su desarrollo, los primeros responsables. Sé que afrontáis los
desafíos cotidianos con gratuidad y ayuda desinteresada, sin
proselitismos y ocupación de espacios. Es más, colaborando con las
Iglesias y los Gobiernos locales en la lógica de la participación y de
compartir compromisos y responsabilidades recíprocas. Os exhorto a
mantener vuestro peculiar modo de acercarse a las realidades locales,
ayudándoles a crecer y dejándolas cuando son capaces de continuar solas,
en una perspectiva de desarrollo y sostenibilidad. Es la lógica de la
semilla, que desaparece y muere para dar un fruto duradero.
En vuestro precioso servicio a los pobres de África tenéis como
modelos a vuestro fundador, el doctor Francesco Canova, y al histórico
director, don Luigi Mazzucato. El doctor Canova maduró en la FUCI la
idea de ir por el mundo socorriendo a los últimos, proyectando un
«colegio para futuros médicos misioneros» y trazando la figura del
médico misionero laico. Por su parte, don Mazzucato fue director del
CUAMM durante 53 años, y falleció el pasado 26 de noviembre a la edad de
88 años. Él fue el auténtico inspirador de las elecciones de fondo,
primera entre todas la pobreza. Así dejó escrito en su testamento
espiritual: «Tras nacer pobre, siempre he tratado de vivir con lo mínimo
indispensable. No tengo nada mío y no tango nada para dejar. Las pocas
prendas que poseo que sean dadas a los pobres».
Siguiendo las huellas de estos grandes testigos de una misionariedad
de proximidad y evangélicamente fecunda, vosotros lleváis adelante con
valentía vuestra obra, siendo expresión de una Iglesia que no es una
«super clínica para vip» sino más bien un «hospital de campaña». Una
Iglesia con corazón grande, cercana a muchas heridos y humillados de la
historia, al servicio de los más pobres.
Os aseguro mi cercanía y mi oración. Os bendigo a todos vosotros, a
vuestros familiares y vuestro compromiso por el hoy y el mañana del
continente africano. Y os pido, por favor, que recéis por mí, para que
el Señor me haga cada día más pobre.
¡Gracias!
----- 0 -----
A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA
CON OCASIÓN DEL JURAMENTO DE LOS NUEVOS RECLUTAS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 7 de mayo de 2016
Sábado 7 de mayo de 2016
Señor comandante,
reverendo capellán,
queridos Guardias,
queridos familiares y amigos de la Guardia Suiza pontificia:
reverendo capellán,
queridos Guardias,
queridos familiares y amigos de la Guardia Suiza pontificia:
Al día siguiente de vuestra fiesta me complace recibiros y festejar
con vosotros, también para expresar mi aprecio y mi gratitud por vuestro
servicio, vuestra disponibilidad y vuestra fidelidad a la Santa Sede.
Un saludo particular dirijo a los reclutas y a sus familiares, así como a
los representantes de las autoridades suizas aquí presentes. Es hermoso
ver jóvenes, como vosotros, que dedican algunos años de su vida a la
Iglesia, concretamente al Sucesor de Pedro: es una ocasión única para
crecer en la fe, para experimentar la universalidad de la Iglesia, para
tener una experiencia de fraternidad.
Crecer en la fe. Estáis llamados a vivir vuestro trabajo como
una misión que el Señor mismo os confía; a acoger el tiempo que pasáis
aquí en Roma, en el corazón de la cristiandad, como oportunidad para
profundizar la amistad con Jesús y caminar hacia la meta de cada vida
cristiana auténtica: la santidad. Por ello os invito a alimentar vuestro
espíritu con la oración y la escucha de la Palabra Dios; a participar
con devoción en la santa misa y cultivar una filial devoción a la Virgen
María, y realizar así vuestra peculiar misión, trabajando cada día «acriter et fideliter», con valentía y fidelidad.
Experimentar la universalidad de la Iglesia. Las tumbas de los
Apóstoles y la sede del Obispo de Roma son encrucijada de peregrinos
que proceden de todo el mundo. Vosotros tenéis así la posibilidad de
tocar con la mano la maternidad de la Iglesia que acoge en sí, en su
unidad, la diversidad de numerosos pueblos.
Podéis encontraros con personas de diversas lenguas, tradiciones y
culturas, pero que se sienten hermanos al estar aunados por la fe en
Jesucristo. Os hará bien descubrir su testimonio cristiano y ofrecer,
vosotros, un sereno y gozoso testimonio evangélico.
Experimentar la fraternidad. También esto es importante: estar
atentos unos de los otros, para apoyaros en el trabajo cotidiano y para
enriqueceros recíprocamente, recordando siempre que «mayor felicidad
hay en dar que en recibir» (Hech 20, 35). Sabed valorizar la vida
comunitaria, el hecho de compartir momentos gozosos y los más
difíciles, prestando atención a quien entre vosotros se encuentra en
dificultad y a veces necesita una sonrisa y un gesto de aliento y de
amistad. Asumiendo esta actitud, os veréis favorecidos también al
afrontar con diligencia y perseverancia las pequeñas y grandes tareas
del servicio cotidiano, testimoniando amabilidad y espíritu de acogida,
altruismo y humanidad hacia todos.
Queridos Guardias, os deseo que viváis intensamente vuestras
jornadas, firmes en la fe y generosos en la caridad hacia las personas
que encontráis. Que os ayude nuestra Madre María, que honramos de modo
especial en el mes de mayo, a experimentar cada día más esa comunión
profunda con Dios, que para nosotros creyentes inicia en la tierra y
será plena en el cielo. Estamos llamados, como recuerda san Pablo, a ser
«conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2, 19).
Os encomiendo a vosotros, a vuestras familias, a vuestros amigos y a
quienes, con ocasión del juramento, han venido a Roma, a la intercesión
de la Virgen, de vuestros patronos, san Martín y san Sebastián.
Os pido, por favor, que recéis por mí, y de corazón os imparto la bendición apostólica.
----- 0 -----
ENTREGA AL PAPA DEL PREMIO CARLOMAGNO
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Regia
Viernes 6 de mayo de 2016
Viernes 6 de mayo de 2016
Ilustres señoras y señores:
Les doy mi cordial bienvenida y gracias por su presencia. Agradezco
especialmente sus amables palabras a los señores Marcel Philipp, Jürgen
Linden, Martin Schulz, Jean-Claude Juncker y Donald Tusk. Deseo reiterar
mi intención de ofrecer a Europa el prestigioso premio con el cual he
sido honrado: no hagamos un gesto celebrativo, sino que aprovechemos más
bien esta ocasión para desear todos juntos un impulso nuevo y audaz
para este amado Continente.
La creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de
los propios límites pertenecen al alma de Europa. En el siglo pasado,
ella ha dado testimonio a la humanidad de que un nuevo comienzo era
posible; después de años de trágicos enfrentamientos, que culminaron en
la guerra más terrible que se recuerda, surgió, con la gracia de Dios,
una novedad sin precedentes en la historia. Las cenizas de los escombros
no pudieron extinguir la esperanza y la búsqueda del otro, que ardían
en el corazón de los padres fundadores del proyecto europeo. Ellos
pusieron los cimientos de un baluarte de la paz, de un edificio
construido por Estados que no se unieron por imposición, sino por la
libre elección del bien común, renunciando para siempre a
enfrentarse. Europa, después de muchas divisiones, se encontró
finalmente a sí misma y comenzó a construir su casa.
Esta «familia de pueblos»[1],
que entretanto se ha hecho de modo meritorio más amplia, en los últimos
tiempos parece sentir menos suyos los muros de la casa común, tal vez
levantados apartándose del clarividente proyecto diseñado por los
padres. Aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir
la unidad, parecen estar cada vez más apagados; nosotros, los hijos de
aquel sueño estamos tentados de caer en nuestros egoísmos, mirando lo
que nos es útil y pensando en construir recintos particulares. Sin
embargo, estoy convencido de que la resignación y el cansancio no
pertenecen al alma de Europa y que también «las dificultades puedan
convertirse en fuertes promotoras de unidad»[2].
En el Parlamento Europeo me permití hablar de la Europa anciana.
Decía a los eurodiputados que en diferentes partes crecía la impresión
general de una Europa cansada y envejecida, no fértil ni vital, donde
los grandes ideales que inspiraron a Europa parecen haber perdido fuerza
de atracción. Una Europa decaída que parece haber perdido su capacidad
generativa y creativa. Una Europa tentada de querer asegurar y dominar
espacios más que de generar procesos de inclusión y de transformación;
una Europa que se va «atrincherando» en lugar de privilegiar las
acciones que promueven nuevos dinamismos en la sociedad; dinamismos
capaces de involucrar y poner en marcha todos los actores sociales
(grupos y personas) en la búsqueda de nuevas soluciones a los problemas
actuales, que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos;
una Europa que, lejos de proteger espacios, se convierta en madre
generadora de procesos (cf. Evangelii gaudium, 223).
¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos
humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa,
tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha
ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y
mujeres que fueron capaces de defender y dar la vida por la dignidad de
sus hermanos?
El escritor Elie Wiesel, superviviente de los campos de exterminio
nazis, decía que hoy en día es imprescindible realizar una «transfusión
de memoria». Es necesario «hacer memoria», tomar un poco de distancia
del presente para escuchar la voz de nuestros antepasados. La memoria no
sólo nos permitirá que no se cometan los mismos errores del pasado (cf.
Evangelii gaudium,
108), sino que nos dará acceso a aquellos logros que ayudaron a
nuestros pueblos a superar positivamente las encrucijadas históricas que
fueron encontrando. La transfusión de memoria nos libera de esa
tendencia actual, con frecuencia más atractiva, a obtener rápidamente
resultados inmediatos sobre arenas movedizas, que podrían producir «un
rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la
plenitud humana» (ibíd. 224).
A este propósito, nos hará bien evocar a los padres fundadores de
Europa. Ellos supieron buscar vías alternativas e innovadoras en un
contexto marcado por las heridas de la guerra. Ellos tuvieron la audacia
no sólo de soñar la idea de Europa, sino que osaron transformar
radicalmente los modelos que únicamente provocaban violencia y
destrucción. Se atrevieron a buscar soluciones multilaterales a los
problemas que poco a poco se iban convirtiendo en comunes.
Robert Schuman, en el acto que muchos reconocen como el nacimiento de
la primera comunidad europea, dijo: «Europa no se hará de una vez, ni
en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que
creen en primer lugar una solidaridad de hecho»[3]. Precisamente ahora, en este nuestro mundo atormentado y herido, es necesario volver a aquella solidaridad de hecho, a la misma generosidad concreta
que siguió al segundo conflicto mundial, porque —proseguía Schuman— «la
paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores
equiparables a los peligros que la amenazan»[4].
Los proyectos de los padres fundadores, mensajeros de la paz y profetas
del futuro, no han sido superados: inspiran, hoy más que nunca, a
construir puentes y derribar muros. Parecen expresar una ferviente
invitación a no contentarse con retoques cosméticos o compromisos
tortuosos para corregir algún que otro tratado, sino a sentar con valor
bases nuevas, fuertemente arraigadas. Como afirmaba Alcide De Gasperi,
«todos animados igualmente por la preocupación del bien común de
nuestras patrias europeas, de nuestra patria Europa», se comience de
nuevo, sin miedo un «trabajo constructivo que exige todos nuestros
esfuerzos de paciente y amplia cooperación»[5].
Esta transfusión de memoria nos permite inspirarnos en el pasado para
afrontar con valentía el complejo cuadro multipolar de nuestros días,
aceptando con determinación el reto de «actualizar» la idea de Europa.
Una Europa capaz de dar a luz un nuevo humanismo basado en tres
capacidades: la capacidad de integrar, capacidad de comunicación y la
capacidad de generar.
Capacidad de integrar
Erich Przywara, en su magnífica obra La idea de Europa, nos
reta a considerar la ciudad como un lugar de convivencia entre varias
instancias y niveles. Él conocía la tendencia reduccionista que mora en
cada intento de pensar y soñar el tejido social. La belleza arraigada en
muchas de nuestras ciudades se debe a que han conseguido mantener en el
tiempo las diferencias de épocas, naciones, estilos y visiones. Basta
con mirar el inestimable patrimonio cultural de Roma para confirmar, una
vez más, que la riqueza y el valor de un pueblo tiene precisamente sus
raíces en el saber articular todos estos niveles en una sana
convivencia. Los reduccionismos y todos los intentos de uniformar, lejos
de generar valor, condenan a nuestra gente a una pobreza cruel: la de
la exclusión. Y, más que aportar grandeza, riqueza y belleza, la
exclusión provoca bajeza, pobreza y fealdad. Más que dar nobleza de
espíritu, les aporta mezquindad.
Las raíces de nuestros pueblos, las raíces de Europa se fueron
consolidando en el transcurso de su historia, aprendiendo a integrar en
síntesis siempre nuevas las culturas más diversas y sin relación
aparente entre ellas. La identidad europea es, y siempre ha sido, una
identidad dinámica y multicultural.
La actividad política es consciente de tener entre las manos este
trabajo fundamental y que no puede ser pospuesto. Sabemos que «el todo
es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas», por lo
que se tendrá siempre que trabajar para «ampliar la mirada para
reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos» (Evangelii gaudium,
235). Estamos invitados a promover una integración que encuentra en la
solidaridad el modo de hacer las cosas, el modo de construir la
historia. Una solidaridad que nunca puede ser confundida con la limosna,
sino como generación de oportunidades para que todos los habitantes de
nuestras ciudades —y de muchas otras ciudades— puedan desarrollar su
vida con dignidad. El tiempo nos enseña que no basta solamente la
integración geográfica de las personas, sino que el reto es una fuerte
integración cultural.
De esta manera, la comunidad de los pueblos europeos podrá vencer la
tentación de replegarse sobre paradigmas unilaterales y de aventurarse
en «colonizaciones ideológicas»; más bien redescubrirá la amplitud del
alma europea, nacida del encuentro de civilizaciones y pueblos, más
vasta que los actuales confines de la Unión y llamada a convertirse en
modelo de nuevas síntesis y de diálogo. En efecto, el rostro de Europa
no se distingue por oponerse a los demás, sino por llevar impresas las
características de diversas culturas y la belleza de vencer todo
encerramiento. Sin esta capacidad de integración, las palabras
pronunciadas por Konrad Adenauer en el pasado resonarán hoy como una
profecía del futuro: «El futuro de Occidente no está amenazado tanto por
la tensión política, como por el peligro de la masificación, de la
uniformidad de pensamiento y del sentimiento; en breve, por todo el
sistema de vida, de la fuga de la responsabilidad, con la única
preocupación por el propio yo»[6].
Capacidad de diálogo
Si hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es esta:
diálogo. Estamos invitados a promover una cultura del diálogo, tratando
por todos los medios de crear instancias para que esto sea posible y nos
permita reconstruir el tejido social. La cultura del diálogo implica un
auténtico aprendizaje, una ascesis que nos permita reconocer al otro
como un interlocutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al
emigrante, al que pertenece a otra cultura como sujeto digno de ser
escuchado, considerado y apreciado. Para nosotros, hoy es urgente
involucrar a todos los actores sociales en la promoción de «una cultura
que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de
consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una
sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones» (Evangelii gaudium,
239). La paz será duradera en la medida en que armemos a nuestros hijos
con las armas del diálogo, les enseñemos la buena batalla del encuentro
y la negociación. De esta manera podremos dejarles en herencia una
cultura que sepa delinear estrategias no de muerte, sino de vida, no de
exclusión, sino de integración.
Esta cultura de diálogo, que debería ser incluida en todos los
programas escolares como un eje transversal de las disciplinas, ayudará a
inculcar a las nuevas generaciones un modo diferente de resolver los
conflictos al que les estamos acostumbrando. Hoy urge crear
«coaliciones», no sólo militares o económicas, sino culturales,
educativas, filosóficas, religiosas. Coaliciones que pongan de relieve
cómo, detrás de muchos conflictos, está en juego con frecuencia el poder
de grupos económicos. Coaliciones capaces de defender las personas de
ser utilizadas para fines impropios. Armemos a nuestra gente con la
cultura del diálogo y del encuentro.
Capacidad de generar
El diálogo, y todo lo que este implica, nos recuerda que nadie puede
limitarse a ser un espectador ni un mero observador. Todos, desde el
más pequeño al más grande, tienen un papel activo en la construcción de
una sociedad integrada y reconciliada. Esta cultura es posible si todos
participamos en su elaboración y construcción. La situación actual no
permite meros observadores de las luchas ajenas. Al contrario, es un
firme llamamiento a la responsabilidad personal y social.
En este sentido, nuestros jóvenes desempeñan un papel preponderante.
Ellos no son el futuro de nuestros pueblos, son el presente; son los
que ya hoy con sus sueños, con sus vidas, están forjando el espíritu
europeo. No podemos pensar en el mañana sin ofrecerles una participación
real como autores de cambio y de transformación. No podemos imaginar
Europa sin hacerlos partícipes y protagonistas de este sueño.
He reflexionado últimamente sobre este aspecto, y me he preguntado:
¿Cómo podemos hacer partícipes a nuestros jóvenes de esta construcción
cuando les privamos del trabajo; de empleo digno que les permita
desarrollarse a través de sus manos, su inteligencia y sus energías?
¿Cómo pretendemos reconocerles el valor de protagonistas, cuando los
índices de desempleo y subempleo de millones de jóvenes europeos van en
aumento? ¿Cómo evitar la pérdida de nuestros jóvenes, que terminan por
irse a otra parte en busca de ideales y sentido de pertenencia porque
aquí, en su tierra, no sabemos ofrecerles oportunidades y valores?
«La distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral»[7].
Si queremos entender nuestra sociedad de un modo diferente, necesitamos
crear puestos de trabajo digno y bien remunerado, especialmente para
nuestros jóvenes.
Esto requiere la búsqueda de nuevos modelos económicos más
inclusivos y equitativos, orientados no para unos pocos, sino para el
beneficio de la gente y de la sociedad. Pienso, por ejemplo, en la
economía social de mercado, alentada también por mis predecesores (cf.
Juan Pablo II, Discurso al Embajador de la R. F. de Alemania,
8 noviembre 1990). Pasar de una economía que apunta al rédito y al
beneficio, basados en la especulación y el préstamo con interés, a una
economía social que invierta en las personas creando puestos de trabajo y
cualificación.
Tenemos que pasar de una economía líquida, que tiende a favorecer la
corrupción como medio para obtener beneficios, a una economía social
que garantice el acceso a la tierra y al techo por medio del trabajo
como ámbito donde las personas y las comunidades puedan poner en juego
«muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del
futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la
comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la
actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de
las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario
que “se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo […] para todos”[8]» (Laudato si’,127).
Si queremos mirar hacia un futuro que sea digno, si queremos un
futuro de paz para nuestras sociedades, solamente podremos lograrlo
apostando por la inclusión real: «esa que da el trabajo digno, libre,
creativo, participativo y solidario»[9].
Este cambio (de una economía líquida a una economía social) no sólo
dará nuevas perspectivas y oportunidades concretas de integración e
inclusión, sino que nos abrirá nuevamente la capacidad de soñar aquel
humanismo, del que Europa ha sido la cuna y la fuente.
La Iglesia puede y debe ayudar al renacer de una Europa cansada,
pero todavía rica de energías y de potencialidades. Su tarea coincide
con su misión: el anuncio del Evangelio, que hoy más que nunca se
traduce principalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre,
llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que
consuela y anima. Dios desea habitar entre los hombres, pero puede
hacerlo solamente a través de hombres y mujeres que, al igual que los
grandes evangelizadores del continente, estén tocados por él y vivan el
Evangelio sin buscar otras cosas. Sólo una Iglesia rica en testigos
podrá llevar de nuevo el agua pura del Evangelio a las raíces de Europa.
En esto, el camino de los cristianos hacia la unidad plena es un gran
signo de los tiempos, y también la exigencia urgente de responder al
Señor «para que todos sean uno» (Jn 17,21).
Con la mente y el corazón, con esperanza y sin vana nostalgia, como
un hijo que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y fe, sueño
un nuevo humanismo europeo, «un proceso constante de humanización», para el que hace falta «memoria, valor y una sana y humana utopía»[10].
Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga
vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida. Sueño una
Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y
a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden
refugio. Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los
ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de
descarte. Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino
una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano.
Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la
honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no
contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y
tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un
problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable. Sueño
una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas
en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que
en el aumento de los bienes. Sueño una Europa que promueva y proteja
los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño
una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los
derechos humanos ha sido su última utopía.
Gracias.
[1] Discurso al Parlamento Europeo, Estrasburgo, 25 de noviembre de 2014.
[2] Ibíd.
[3] Declaración del 9 de mayo de 1950, Salón de l’Horloge, Quai d’Orsay, Paris
[4] Ibíd.
[5] Discurso a la Conferencia Parlamentaria Europea, París, 21 de abril de 1954.
[6] Discurso a la Asamblea de los artesanos alemanes, Düsseldorf, 27 de abril de 1952.
[7] Discurso a los movimientos populares en Bolivia, Santa Cruz de la Sierra, 9 de julio de 2015.
[8] Benedicto XVI, Carta. Enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666.
[9] Discurso a los movimientos populares en Bolivia, Santa Cruz de la Sierra, 9 de julio 2015.
[10] Discurso al Consejo de Europa, Estrasburgo, 25 de noviembre de 2014.
----- 0 -----
JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
MEDITACIÓN
Basílica Vaticana
Jueves 5 de mayo de 2016
Jueves 5 de mayo de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
Después de los testimonios que hemos oído, y a la luz de la Palabra
del Señor que ilumina nuestra situación de sufrimiento, invocamos ante
todo la presencia del Espíritu Santo para que venga sobre nosotros. Que
él ilumine nuestras mentes, para que podamos encontrar palabras
adecuadas que den consuelo; que él abra nuestros corazones para que
podamos tener la certeza de que Dios está presente y no nos abandona en
las pruebas. El Señor Jesús prometió a sus discípulos que nunca los
dejaría solos: que estaría cerca de ellos en cualquier momento de la
vida mediante el envío del Espíritu Paráclito (cf. Jn 14,26), el cual los habría ayudado, sostenido y consolado.
En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en
la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser
querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo. Sentimos una gran
necesidad de que alguien esté cerca y sienta compasión de nosotros.
Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos,
golpeados en lo más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado. Miramos
a nuestro alrededor con ojos vacilantes, buscando encontrar a alguien
que pueda realmente entender nuestro dolor.
La mente se llena de
preguntas, pero las respuestas no llegan. La razón por sí sola no es
capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que
experimentamos y dar la respuesta que esperamos. En esos momentos es
cuando más necesitamos las razones del corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad.
Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos.
Cuántas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una
distinta de las otras; y juntas forman como un océano de desolación, que
implora piedad, compasión, consuelo. Las más amargas son las provocadas
por la maldad humana: las lágrimas de aquel a quien le han arrebatado
violentamente a un ser querido; lágrimas de abuelos, de madres y padres,
de niños... Hay ojos que a menudo se quedan mirando fijos la puesta del
sol y que apenas consiguen ver el alba de un nuevo día. Tenemos
necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del Señor. Todos lo
necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar
el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de
nuestros ojos (cf. Is 25,8; Ap 7,17; 21,4).
En este sufrimiento nuestro no estamos solos. También Jesús sabe lo
que significa llorar por la pérdida de un ser querido. Es una de las
páginas más conmovedoras del Evangelio: cuando Jesús, viendo llorar a
María por la muerte de su hermano Lázaro, ni siquiera él fue capaz de
contener las lágrimas. Experimentó una profunda conmoción y rompió a
llorar (cf. Jn 11,33-35). El evangelista Juan, con esta
descripción, muestra cómo Jesús se une al dolor de sus amigos
compartiendo su desconsuelo. Las lágrimas de Jesús han desconcertado a
muchos teólogos a lo largo de los siglos, pero sobre todo han lavado a
muchas almas, han aliviado muchas heridas. Jesús también experimentó en
su persona el miedo al sufrimiento y a la muerte, la desilusión y el
desconsuelo por la traición de Judas y Pedro, el dolor por la muerte de
su amigo Lázaro. Jesús «no abandona a los que ama» (Agustín, In Joh
49,5). Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me
comprende. El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante
el sufrimiento de mis hermanos. Ese llanto enseña a sentir como propio
el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las
dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas.
Me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a
los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no
tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo.
El llanto de
Jesús no puede quedar sin respuesta de parte del que cree en él. Como él
consuela, también nosotros estamos llamados a consolar.
En el momento del desconcierto, de la conmoción y del llanto, brota
en el corazón de Cristo la oración al Padre. La oración es la verdadera
medicina para nuestro sufrimiento. También nosotros, en la oración,
podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su
mirada nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo
esperanza. Jesús, junto a la tumba de Lázaro, oró: «Padre, te doy
gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre» (Jn
11,41-42). Necesitamos esta certeza: el Padre nos escucha y viene en
nuestra ayuda. El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos
permite afirmar que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartará de las
personas que hemos amado. Lo recuerda el apóstol Pablo con palabras de
gran consuelo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la
tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la
desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? […] Pero en todo esto vencemos de
sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni
muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni
potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm
8,35.37-39). El poder del amor transforma el sufrimiento en la certeza
de la victoria de Cristo, y de nuestra victoria con él, y en la
esperanza de que un día estaremos juntos de nuevo y contemplaremos para
siempre el rostro de la Trinidad Santísima, fuente eterna de la vida y
del amor.
Al lado de cada cruz siempre está la Madre de Jesús. Con su manto,
ella enjuga nuestras lágrimas. Con su mano nos ayuda a levantarnos y nos
acompaña en el camino de la esperanza.
----- 0 -----
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED (MERCEDARIOS)
DE LA ORDEN DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED (MERCEDARIOS)
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Lunes 2 de mayo de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
Les doy la bienvenida y agradezco al Padre Pablo Bernardo Ordoñe sus palabras. Encomiendo al Señor los trabajos de esta asamblea capitular y los proyectos de bien que se programan para este sexenio, confiando a la maternal protección de Nuestra Señora de la Merced el nuevo equipo de gobierno que surgirá de vuestra deliberación.
Con el lema «La Merced: memoria y profecía en las periferias de la libertad» están afrontando este Capítulo General que se abre a la próxima celebración del octavo centenario de la Orden. Una memoria que evoca las grandes gestas cumplidas en estos ocho siglos: la obra de la redención de cautivos, la audaz misión en el nuevo mundo, así como a tantos miembros ilustres por santidad y letras que engalanan su historia. Ciertamente, mucho hay que recordar, y nos hace bien recordar.
Pero este recuerdo no debe limitarse a una exposición del pasado, sino que ha de ser un acto sereno y consciente que nos permita evaluar nuestros logros, sin olvidar nuestros límites y, sobre todo, afrontar los desafíos que la humanidad nos plantea. Este capítulo puede ser una ocasión privilegiada para un diálogo sincero y provechoso que no se quede en un pasado glorioso, sino que examine las dificultades encontradas en ese camino, las vacilaciones y también los errores. La verdadera vida de la Orden ha de buscarse en el constante esfuerzo por adecuarse y renovarse, a fin de poder dar una respuesta generosa a las necesidades reales del mundo y de la Iglesia, siendo fieles al patrimonio perenne del que son depositarios.
Con este espíritu, podemos hablar realmente de profecía, no podemos hacerlo de otro modo. Porque ser profeta es prestar nuestra voz humana a la Palabra eterna, olvidarnos de nosotros mismos para que sea Dios quien manifieste su omnipotencia en nuestra debilidad. El profeta es un enviado, un ungido, ha recibido un don del Espíritu para el servicio del santo Pueblo fiel de Dios. Ustedes han recibido también un don y han sido consagrados para una misión que es una obra de misericordia: seguir a Cristo llevando la buena noticia del Evangelio a los pobres y la liberación a los cautivos (cf. Lc 4,18). Queridos hermanos, nuestra profesión religiosa es un don y una gran responsabilidad, pues lo llevamos en vasos de barro. No nos fiemos de nuestras propias fuerzas sino encomendémonos siempre a la misericordia divina. La vigilancia, la perseverancia en la oración, en el cultivo de la vida interior son los pilares que nos sostienen. Si Dios está presente en vuestras vidas, la alegría de llevar su Evangelio será vuestra fuerza y vuestro gozo. Dios nos ha llamado además a servirle dentro de la Iglesia y dentro de la Comunidad. Sosténganse en este camino común; que la comunión fraterna y la concordia en el bien obrar testimonien, antes que las palabras, el mensaje de Jesús y su amor a la Iglesia.
El profeta sabe ir a las periferias, a las que hay que acercarse ligero de equipaje. El Espíritu es un viento ligero que nos impulsa hacia adelante. Evocar qué movió a vuestros Padres y hacia dónde los dirigió, los compromete a seguir sus pasos. Ellos fueron capaces de quedarse como rehenes junto al pobre, al marginado, al descartado de la sociedad, para llevarle consuelo, sufriendo con él, completando en carne propia lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1,24). Y esto un día y otro, en perseverancia, en el silencio de una vida entregada libre y generosamente. Seguirles es asumir que, para liberar, debemos hacernos pequeños, unirnos al cautivo, en la certeza que así no sólo cumpliremos nuestro propósito de redimir, sino que encontramos nosotros también la verdadera libertad, pues en el pobre y el cautivo reconocemos presente a nuestro Redentor.
En el octavo Centenario de la Orden, no dejen de «proclamar el año de gracia del Señor» a todos aquellos a los que son enviados: a los perseguidos por causa de su fe y a los privados de libertad, a las víctimas de la trata y a los jóvenes de sus escuelas, a los que atienden en sus obras de misericordia y a los fieles de las parroquias y las misiones que les han sido encomendadas por la Iglesia. Para cada uno de ellos y para la entera familia mercedaria va mi bendición y también mi ruego de que no se olviden de rezar por mí.
© Copyright - Libreria Editrice Vaticana