CIUDAD DEL VATICANO, 17 de junio de 2016 (VIS).- El Papa FRANCISCO abrió ayer por la tarde en la Basílica de San Juan de
Letrán el Congreso Diocesano de Roma cuyo tema es “La alegría del amor,
el camino de las familias a Roma a la luz de la Exhortación Apostólica
Amoris Laetitia del Papa FRANCISCO”, cuyos trabajos, organizados en
cinco laboratorios temáticos en las 36 prefecturas de la diócesis romana
acabarán esta tarde, El Santo Padre articuló la reflexión sobre la
exhortación apostólica “Amoris Laetitia” en tres puntos: la vida de
toda persona, la vida de toda familia debe ser tratada con mucho respeto
y cuidado; no a una pastoral de guetos y para guetos; dar espacio a
los ancianos para que vuelvan a soñar.
Sin embargo, al principio de su discurso, del que ofrecemos una
amplia síntesis, el Papa recuperó algunas de las ideas claves del
camino sinodal para que se comprendiera mejor el espíritu de la
exhortación sirviéndose también de tres imágenes bíblicas: “Quítate las
sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa” (Ex
3,5)., “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres,
que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano”,
(Lc 18,11). “Los ancianos tendrán sueños proféticos” (Joel 3,1).
Síntesis del discurso del Papa:
“Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una
tierra santa”.. Esta fue la invitación de Dios a Moisés ante la zarza
ardiente. El terreno que atravesar, los temas para abordar en el Sínodo,
exigían una actitud determinad... Teníamos teníamos los rostros
concretos de tantas familias… Este darle rostro a los temas exigía (y
exige) un clima de respeto capaz de ayudarnos a escuchar lo que Dios nos
está diciendo al interno de nuestras situaciones.. Un respeto cargado
de preocupaciones y preguntas honestas que buscaban cuidar las vidas que
estamos llamados a pastorear….Ponerle rostros a los temas… nos protege
de ideologizar la fe con sistemas bien armados pero que desconocen la
gracia… Y esto, solo puede hacerse en un clima de fe. Es la fe, la que
nos mueve a no cansarnos de buscar la presencia de Dios en los cambios
de la historia.
En ese contexto Dios salió a nuestro encuentro. Su Palabra vino a
nosotros no como una secuencia de tesis abstractas sino como una
compañera de viaje... Esto nos recuerda que nuestras familias, las
familias en nuestras parroquias con sus rostros, historias, con todas
sus complicaciones “no son un problema, son una oportunidad”.
Oportunidad que nos desafía a despertar una creatividad misionera capaz
de abrazar todas las situaciones concretas... Este encuentro nos
desafía a no dar nada ni nadie por perdido… a no abandonar a nadie por
no estar a la altura de lo que debería ser. Y esto nos impone salir de
las declaraciones de principios para adentrarnos en... los barrios... y, como
artesanos ir plasmando en esta realidad el sueño de Dios, cosa que sólo
lo pueden hacer las personas de fe, las que no le cierran el paso a la
acción del Espíritu”.
Ahora la segunda imagen bíblica. La del fariseo, cuando rezando le
decía al Señor: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás
hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese
publicano”. Una de las tentaciones a la que continuamente estamos
expuestos es tener una lógica separatista. Creemos que ganamos en
identidad y en protección cada vez que nos diferenciamos o aislamos de
los demás, especialmente de aquellos que están viviendo en una situación
diferente. La identidad no se hace en la separación, sino en la
pertenencia, mi pertenencia al Señor... No podemos analizar, reflexionar y
menos rezar con la realidad como sí nosotros estuviéramos en bandos o
sendas diferentes, como si nosotros estuviéramos fuera de la historia.
Todos necesitamos convertirnos… y decir con el publicano: ¡Dios mío, ten
piedad de mí que soy un pecador! Con este punto de partida, quedamos
incluidos en el mismo “bando".
Mirar nuestras familias con la delicadeza con la que Dios las mira
nos ayuda a poner nuestros sentidos en su misma dirección. El acento en
la misericordia nos posiciona frente a la realidad de una manera
realista, pero no con cualquier realismo sino con el realismo de Dios..
No hay nada comparable con el realismo evangélico, que no se detiene en
una descripción de las situaciones, de las problemáticas - menos en el
pecado - sino que siempre va más allá y logra ver detrás de cada rostro,
de cada historia, de cada situación, una oportunidad, una posibilidad.
El realismo evangélico se compromete con el otro, con los otros y no
hace de los ideales y del “deber ser” un obstáculo para encontrarse con
los demás en la situaciones en las que se hallan. No se trata de no
proponer el ideal evangélico, al contrario, nos invita a vivirlo al
interno de la historia, con todo lo que implica. Esto no significa no
ser claros en la doctrina, sino evitar caer en juicios y actitudes que
no asuman la complejidad de la vida. El realismo evangélico se ensucia
las manos porque sabe que “trigo y cizaña” crecen juntos, y lo mejor del
trigo siempre - en esta vida - estará mezclado con algo de cizaña.
«Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a
confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una
Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la
fragilidad: ...Una Iglesia capaz de «asumir la lógica de la compasión con
los frágiles y evitar persecuciones o juicios demasiado duros o
impacientes. El mismo Evangelio nos reclama que no juzguemos ni
condenemos”.
“Los ancianos tendrán sueños proféticos” .Tal era una de las
profecías de Joel para el tiempo del Espíritu. Los ancianos tendrán
sueños y sus jóvenes verán visiones. En esta profecía contemplamos una
realidad inderogable: en los sueños de nuestros ancianos muchas veces
está la posibilidad de que nuestros jóvenes vuelvan a tener visiones,
vuelvan a tener futuro, mañana, esperanza…Son dos realidades que van de
la mano y que se necesitan y relacionan... Como sociedad, hemos privado de
su voz a nuestros ancianos, los hemos privado de su espacio; le hemos
privado de la oportunidad de contarnos sus experiencias... Nos hemos
privado del testimonio de matrimonios que no sólo han perdurado en el
tiempo sino que siguen sosteniendo en su corazón la gratitud por todo lo
vivido.
Esta falta de modelos, de testimonios, esta falta de abuelos, de
padres capaces de narrar sueños no le permite a las generaciones jóvenes
“tener visiones”. No les permite proyectarse, ya que el futuro genera
inseguridad, desconfianza, miedo. Sólo el testimonio de nuestros padres,
de ver que fue posible luchar por algo que valió la pena, los ayudará a
levantar la mirada. ¿Cómo queremos que los jóvenes vivan el desafío de
la familia, del matrimonio como un don si continuamente escuchan de
nosotros que es un carga?
Tres imágenes:La vida de toda persona, la vida de toda familia debe
ser tratada con mucho respeto y cuidado. Atención para no crear una
pastoral de guetos y para guetos.Dar espacios a los ancianos para que
vuelvan a soñar.
Tres imágenes que nos recuerdan como «La fe no nos aleja del mundo,
sino que nos introduce más profundamente en el» No como aquellos
perfectos e inmaculados que creen saberlo todo, sino como aquellos que
han conocido el amor que Dios nos tiene . Y en esa confianza, con esa
certeza, con mucha humildad y respeto, queremos acercarnos a todos
nuestros hermanos para vivir la alegría del amor en familia. Con esa
confianza renunciamos a “encierros” «que nos permiten mantenernos
alejados de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en
contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza
de la ternura» .Esto nos exige desarrollar una pastoral familiar capaz
de acoger, acompañar, discernir e integrar. Una pastoral que permita y
posibilite el andamiaje adecuado para que la vida a nosotros confiada
encuentre el sustento necesario para desarrollarse de acuerdo al sueño
de Dios”.