CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 20 de marzo de 2018).- A las 11.00 horas de esta mañana, en la Sala de Prensa de la Santa Sede,
ha tenido lugar la Conferencia de prensa para la presentación del
Pabellón de la Santa Sede en la 16ª Exposición Internacional de
Arquitectura de la Bienal de Venecia: Vatican Chapels.
Han intervenido el Cardenal Gianfranco Ravasi, Presidente del
Consejo Pontificio para la Cultura y Comisario del Pabellón de la Santa
Sede, el Prof. Paolo Baratta, Presidente de la Bienal de Venecia y el
Prof. Francesco Dal Co, Responsable del Pabellón de la Santa Sede.
Presentamos a continuación los discursos del Cardenal Ravasi y del Prof. Dal Co:
Intervención del Cardenal Gianfranco Ravasi
LA SANTA SEDE EN LA BIENAL DE ARQUITECTURA 2018
Por primera vez, la Santa Sede, que representa a la Iglesia Católica en
su universalidad, entra en el espacio de la Bienal de Arquitectura de
Venecia. Y lo hace desembarcando en una fascinante isla de la Laguna, la
de San Giorgio, y penetrando el oasis de un bosque no a través de
representaciones gráficas o modelos sino con una secuencia verdadera y
propia de capillas. En el culto cristiano son verdaderos templos, aunque
en menor medida que las catedrales, basílicas e iglesias. En ellas se
insertan dos componentes fundamentales de la liturgia, el ambón (o
púlpito) y el altar, es decir, las expresiones de la sagrada Palabra
proclamada y de la Cena Eucarística celebrada por la asamblea de
creyentes.
El número de capillas también es simbólico porque expresa casi un
decálogo de presencias engastadas en el espacio: son similares a voces
hechas de arquitectura que resuenan con su armonía espiritual en la
trama de la vida cotidiana. Por eso la visita a las diez capillas del
Vaticano es una especie de peregrinación no sólo religiosa, sino también
laica, conducido por todos aquellos que quieren descubrir la belleza,
el silencio, la voz interior y trascendente, la fraternidad humana de
estar juntos en la asamblea de un pueblo, pero también la soledad del
bosque donde puedes atrapar el latido de la naturaleza que es como un
templo cósmico. Precediendo este desfile hay un emblema: es la "Capilla
en el bosque," del arquitecto sueco Gunnar Asplund, que a través de sus
diseños, casi a distancia de un siglo (1920) y de una región diferente,
recuerda la constante búsqueda de la humanidad de lo sagrado dentro del
horizonte espacial de la naturaleza en que vivimos.
Precisamente para representar esta "encarnación" del templo en la
historia, el diálogo con la pluralidad de culturas y sociedades, y para
confirmar la "catolicidad", es decir, la universalidad de la Iglesia a
la isla de San Giorgio han llegado arquitectos provenientes de
orígenes y experiencias, diversas, desde la Europa cercana con su
configuración históricamente variada al lejano Japón dotado de raíces
religiosas originales, de la vivaz espiritualidad latinoamericana a la
aparentemente más secularizada de Estados Unidos, a la Australia remota que en realidad refleja la contemporaneidad común.
No obstante, este ingreso de la Santa Sede en la Bienal de Venecia,
tiene un antecedente. Ya en 2013 y 2015, la Santa Sede había entrado
con un pabellón suyo en dos ediciones de la Bienal de Arte proponiendo
un mensaje "primordial" confiado “In principio” de las mismas
Escrituras judeo-cristianas. En la primera edición los artistas
retomaban en sus manos, como se había hecho durante siglos, el libro
bíblico de Génesis y su incipit, que es también el principio del
ser y la existencia: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra
...". La creación del universo y la humanidad, la de-creación (diluvio y
Babel) y la re-creación con el comienzo de la historia de la redención
con Abraham volvían a ser un sujeto temático para el arte contemporáneo.
En la segunda presencia en la Bienal , sin embargo, fu el íncipit
ideal del Nuevo Testamento que volvía a proponer otro comienzo absoluto
que, de la eternidad divina, descendía y se entrelazaba con la carne
humana histórica y contingente: "En el principio era el Verbo ... y el
Verbo se hizo carne ", como leemos en el famoso himno que sirve de
prólogo al Evangelio de Juan.
La elección fue clara y explícita y supuso una inversión con respecto al
pasado reciente. De hecho, desde el siglo pasado, se había producido un
lacerante divorcio entre el arte y la fe. Ambas, en realidad, habían
sido durante mucho tiempo hermanas, hasta el punto de que Marc Chagall
no duda en afirmar que "durante siglos los pintores han sumergido sus
pinceles en ese alfabeto de colores que era la Biblia", el "gran código"
de la cultura occidental, como la llamaba otro artista, William Blake.
Ahora, sin embargo, sus caminos estaban separados.
Por un lado, el arte había dejado el templo, el artista había
relegado a la estantería polvorienta del pasado la Biblia, se había
puesto en marcha por los caminos laicos y seculares de la modernidad,
evitando, a menudo, el uso de figuras, símbolos, narraciones, palabras
sagradas. Más aún, el artista ha considerado a menudo el mensaje como
un cabestro ideológico y se ha dedicado a ejercicios de estilo cada vez
más elaborados y auto-referenciales, o a provocaciones a veces
irreverentes. El arte se ha confiado a una crítica esotérica e
incomprensible para la mayoría y se ha subordinado a las modas y las
necesidades de un mercado a menudo artificioso e incluso excesivo.
Por otra parte, la teología se ha dedicado casi exclusivamente a la
especulación sistemática que no cree necesitar signos o metáforas;
también ella ha relegado el gran repertorio simbólico cristiano en el
depósito del pasado. En la esfera eclesial se ha recurrido
predominantemente a recalcar los módulos, estilos y géneros de las
épocas anteriores, o ha habido una orientación a adoptar las artesanías
más simples, o peor, se ha adaptado a la fealdad que impera en los
nuevos barrios urbanos y en la construcción agresiva, levantando
edificios sagrados modestos, carentes de espiritualidad, de belleza y de
confrontación con los nuevos lenguajes artísticos y arquitectónicos que
mientras tanto se estaban elaborando.
De esta situación ha renacido el deseo de un nuevo encuentro entre el
arte y la fe, dos mundos que en los siglos pasados eran casi
superponibles y que, en cambio, se habían vuelto mutuamente extraños. Se
trata, indudablemente, de un camino arduo y complejo que todavía se
alimenta de sospechas mutuas, de vacilaciones e incluso de temores de
una posible degeneración. Es un diálogo que ya en la arquitectura ha
registrado hitos significativos y que, en general, comenzó en la última
mitad del siglo, no sólo a través del trabajo de los teólogos y pastores
eclesiales sensibles, sino también en la voz del mismo magisterio
oficial de la Iglesia, a partir de Pablo VI y de su encuentro en 1964
en la Capilla Sixtina con los artistas, para continuar con la carta a
ellos dirigida en 1999 por San Juan Pablo II, con el nuevo encuentro de
Benedicto XVI en la misma Capilla Sixtina en 2009.
Esta primera entrada de la Iglesia Católica en la Bienal de
Arquitectura de Venecia se lleva a cabo bajo el pontificado del Papa
Francisco. En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, que
era una especie de manifiesto programático en el inicio de su
ministerio petrino (24 de noviembre de 2013), quiso renovar una
trayectoria clásica en el cristianismo, la llamada via pulchritudinis, es decir la belleza como forma religiosa, consciente de la aserción de San Agustín según la cual "no amamos sino lo bello" (De Musica
VI, 13, 38). Concretamente, el Papa hace hincapié en “el uso de las
artes en su tarea evangelizadora, en continuidad con la riqueza del
pasado, pero también en la vastedad de sus múltiples expresiones
actuales, en orden a transmitir la fe en un nuevo «lenguaje parabólico» "
.
Llama la atención que los Statuti d’arte de los artistas de Siena del siglo XIV se abrieran con esta declaración: «Noi siamo coloro che manifestano agli uomini che non sanno lettura le cose miracolose operate per virtù della fede».
Como San Juan Damasceno, el gran defensor en el siglo VIII del arte
cristiano contra la iconoclasia propugnada por el emperador y por
amplios sectores de la Iglesia de ese tiempo, sugería: "Si un pagano
viene y te dice: ¡Muéstrame tu fe! , tú, llévalo a la iglesia y enséñale
la decoración de las cuales está ornada y explícale la serie de
pinturas sagradas».
El Papa Francisco concluye así:" Hay que atreverse a encontrar los
nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva carne para la transmisión
de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran en
diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no
convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los
evangelizadores, pero que se han vuelto particularmente atractivos para
otros".
Intervención del Prof. Francesco del Co
Vatican chapels
Vatican chapels está formado por diez capillas y por el Asplund Pavilion.
El proyecto del pabellón de la Santa Sede en la XVI Muestra
Internacional de Arquitectura de La Bienal se deriva de un modelo
preciso, la “Capilla en el bosque” construida en 1920 por el célebre
arquitecto Gunnar Asplund en el cementerio de Estocolmo.
Con el fin de hacer que el público sea partícipe de las razones de
esta decisión, se montará un espacio expositivo, que será el primer
episodio que se encontrará en la entrada del pabellón de la Santa Sede,
para la presentación de los dibujos y de la maqueta de la “Capilla en el
bosque” de Asplund. Con esta pequeña obra maestra, Asplund definió la
capilla como un lugar de orientación, de encuentro, de meditación,
formado casual o naturalmente dentro de un extenso terreno arbolado,
concebido como una evocación física del laberíntico recorrido de la vida
y del peregrinar del hombre en espera del encuentro.
Este mismo tema se propuso a diez arquitectos invitados a construir
otras tantas capillas, reunidas en el área densamente arbolada que se
encuentra en la extremidad de la isla de San Giorgio Maggiore en
Venecia, para formar, junto al espacio expositivo reservado a los
dibujos de Asplund, el Pabellón de la Santa Sede.
Para nuestra cultura es usual identificar la capilla con un espacio
creado por razones y finalidades diversas en el interior de espacios
religiosos más amplios y por la mayor parte anteriores. La práctica al
origen de esta percepción ha producido varios modelos que tienen en
común el hecho de haberse formado y de pertenecer siempre a otro
espacio, o sea a un espacio de culto, a una catedral, a una iglesia o
más simplemente a un sitio individuado por haber acogido un
acontecimiento poco habitual o por haber sido individuado como meta
reconocida. En la época moderna estos modelos originaron el consolidarse
de un canon.
La petición dirigida a los arquitectos invitados a construir el
Pabellón de la Santa Sede implicó, pues, un reto inusual, ya que a los
proyectistas se les pidió enfrentarse con una tipología de construcción
que no tiene ni antecedentes ni modelos. Las capillas que los
arquitectos han proyectado, de hecho, serán aisladas y acogidas por un
entorno natural completamente abstracto, caracterizado únicamente por su
emergere de la laguna y por abrirse al agua. En el bosque donde se
colocarán el “Pabellón Asplund” y las capillas, no hay metas y el
entorno sólo es una metáfora del peregrinar de la vida. Esta metáfora,
en el caso del Pabellón de la Santa Sede, es aún más radical de la
configurada por Asplund, que construyó su capilla entre los árboles,
pero en el interior de un cementerio.
Por estas razones los arquitectos del Pabellón de la Santa Sede han
trabajado sin ninguna referencia a los canones comúnmente reconocidos y
sin poder contar con algún modelo desde el punto de vista tipológico,
como demuestra la variedad, sólo en apariencia sorprendente, de los
proyectos que han elaborado.