CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 4 de julio de 2018).-
Instrucción “Ecclesiae Sponsae Imago” sobre el “Ordo virginum”
Introducción
I. La vocación y el testimonio del Ordo virginum
II. La configuración del Ordo virginum en las iglesias particulares y en la iglesia universal
III. El discernimiento vocacional y la formación para el Ordo virginum
Conclusión
Introducción
1. La imagen de la Iglesia Esposa de Cristo aparece,
en el Nuevo Testamento, como eficaz icono revelador de la íntima
naturaleza de la relación que el Señor ha querido establecer con la
comunidad de los que creen en Él (Ef 5, 23-32; Ap 19, 7-9; 21, 2-3.9).
Desde los tiempos apostólicos, esta expresión del
Misterio de la Iglesia ha encontrado una manifestación totalmente
peculiar en la vida de aquellas mujeres que, correspondiendo al carisma
evangélico suscitado en ellas por el Espíritu Santo, con amor esponsal,
se han dedicado al Señor Jesús en virginidad, para experimentar la
fecundidad espiritual de la íntima relación con Él y ofrecer los frutos a
la Iglesia y al mundo.
2. Como nos indican algunos pasajes del Nuevo
Testamento y los escritos de los primeros siglos cristianos, esta forma
de vida evangélica se expresó de forma espontánea en las primeras
comunidades cristianas[1], figurando entre las otras formas
de vida ascética que, en el contexto de la sociedad pagana, constituían
un signo evidente de la novedad del cristianismo y de su capacidad de
responder a las más profundas preguntas sobre el sentido de la
existencia humana[2]. Por un proceso análogo al de la viudedad de las mujeres que escogían la continencia « en honor de la carne del Señor »[3],
la virginidad consagrada femenina adquirió progresivamente las
singularidades de un estado de vida públicamente reconocido por la
Iglesia[4].
En los tres primeros siglos numerosísimas vírgenes
consagradas sufrieron el martirio por permanecer fieles al Señor. Entre
ellas Águeda de Catania, Lucía de Siracusa, Inés y Cecilia de Roma,
Tecla de Iconio, Apolonia de Alejandría, Restituta de Cartago, Justa y
Rufina de Sevilla. Cesadas las persecuciones, la memoria de las vírgenes
mártires permaneció como viva llamada a la entrega total de sí, como
exigía la consagración virginal.
En las mujeres que acogían esta vocación y correspondían
con la decisión de perseverar en virginidad durante toda la vida, los
Padres de la Iglesia vieron reflejadas la imagen de la Iglesia Esposa
totalmente dedicada a su Esposo; por eso se referían a ellas como sponsae Christi, Christo dicatae, Christo maritate, Deo nuptae[5]. En el cuerpo vivo de la Iglesia, aparecían como un coetu institucionalizado, denominado Ordo virginum[6].
3. A partir del siglo IV, el ingreso en el Ordo virginum
se hacía por medio de un solemne rito litúrgico, presidido por el
Obispo diocesano. En medio de la comunidad reunida para la celebración
eucarística, la mujer manifestaba el sanctum propositum de permanecer durante toda la vida en virginidad por amor a Cristo, y el Obispo pronunciaba la oración
consecratoria. Como atestiguan ya los escritos de Ambrosio de Milán y
sucesivamente las más antiguas fuentes litúrgicas, el simbolismo nupcial
del rito se hacía particularmente evidente por la imposición del velo a
la virgen de parte del Obispo, gesto que correspondía a la velatio de la esposa en la celebración del matrimonio[7].
4. La estima y la solicitud pastoral que acompañaban
el camino de la virginidad consagrada están ampliamente atestiguadas en
la literatura patrística. Los padres no se limitaron a censurar el
comportamiento de las consagradas inadecuado a su compromiso de llevar
una vida casta en el humilde seguimiento de Cristo, también afrontaron y
combatieron con vigor tanto los argumentos que negaban el valor de la
virginidad consagrada, como las desviaciones heréticas que propugnaban
los ideales de la virginidad y de la continencia sobre la base de una
concepción negativa del matrimonio y la sexualidad. Ilustraron
ampliamente los fundamentos teológicos de la consagración virginal,
evidenciando el origen carismático, la motivación evangélica, la
importancia eclesial, la referencia ejemplar a la Virgen María, el valor
profético de anticipación y vigilante espera de la plena comunión con
el Señor que se realizará solo cuando Él vuelva glorioso, al final de
los tiempos. Dirigiéndose a las vírgenes consagradas « más con el afecto
que con la autoridad »[8] de su ministerio, les exhortaban a
alimentar y expresar su amor por Cristo Esposo meditando asiduamente la
Escritura y perseverando en la oración personal y litúrgica;
practicando la ascesis, las virtudes y las obras de misericordia;
cultivando una actitud de dócil escucha al magisterio del Obispo y el
compromiso de cuidar la comunión eclesial, con el fin de ofrecer un
testimonio transparente y persuasivo del Evangelio dentro de las
comunidades cristianas y del ambiente social en el que permanecían
insertas, viviendo generalmente con su propia familia y también, a
veces, en forma comunitaria.
En ese mismo período, a través de las decretales de los
Papas y las constituciones de los Concilios Provinciales, empezó a
definirse la disciplina sobre los aspectos esenciales de esta forma de
vida.
5. Mientras durante los primeros siglos las vírgenes
consagradas vivían generalmente con sus propias familias, con el
desarrollo del monacato cenobítico la Iglesia asoció la consagración
virginal a la vida comunitaria y por consiguiente a la observancia de
una regla común y a la obediencia a una superiora. Paulatinamente en el
curso de los siglos desapareció la forma de vida originaria del Ordo virginum, con su típico arraigo en la comunidad eclesial local bajo la guía del Obispo diocesano.
Los ritos de ingreso en la vida monástica corrieron
paralelos y en la mayoría de los monasterios sustituyeron la celebración
de la consecratio virginum. Solo algunas familias monásticas en
las que se hacían los votos solemnes mantuvieron este rito que, aun
conservando los elementos esenciales de su estructura originaria, se
enriqueció con la aportación de la sensibilidad de las poblaciones entre
las que se difundió, mediante sucesivas revisiones que llevaron a
introducir nuevas fórmulas eucológicas y gestos simbólicos.
6. El impulso de renovación eclesial inspirado por el Concilio Vaticano II suscitó también interés de cara al rito litúrgico de la consecratio virginum y del Ordo virginum. Muchos
siglos después de su desaparición y en un contexto histórico totalmente
cambiado, en donde se producían procesos de profunda transformación de
la condición femenina en la Iglesia y en la sociedad, esta antigua forma
de vida consagrada revelaba una sorprendente fuerza de atracción capaz
de responder no solo al deseo de muchas mujeres que querían dedicarse
totalmente al Señor y a los hermanos, sino también al redescubrimiento
contextual de la identidad propia de la Iglesia particular en la
comunión con el único Cuerpo de Cristo.
Según la disposición de la Constitución sobre la liturgia Sacrosantum Concilium n. 80, en el período postconciliar, el rito de la consecratio virginum del
Pontifical Romano, se revisó, teniendo en cuenta los principios que el
Concilio había fijado por medio de la reforma litúrgica. El nuevo Ordo Consecrationis virginum,
promulgado el 31 de mayo de 1970, por la Sagrada Congregación para el
Culto Divino, por mandato especial del Papa Pablo VI, entró en vigor el 6
de enero de 1971[9]. Retomando la más antigua tradición
eclesial y teniendo en cuenta la sucesiva evolución histórica, fueron
elaboradas y aprobadas dos formas celebrativas. La primera destinada a
las mujeres que permaneciendo in saeculo, es decir en sus ordinarias condiciones de vida,
son admitidas a la consagración por el Obispo diocesano. La segunda
está destinada a las monjas de comunidad que celebran este rito,
profesas perpetuas, o que en esa celebración hacen profesión perpetua y
reciben la consecratio virginum.
7. De esta manera ha sido reconocida de forma
explícita por la Iglesia la consagración virginal de mujeres que
permanecen en su entorno de vida ordinario, arraigadas en la comunidad
diocesana reunida alrededor del Obispo, según la modalidad del antiguo Ordo virginum, sin
ser adscritas a un Instituto de vida consagrada. El mismo texto
litúrgico y las normas que en él se establecen delinean en los elementos
esenciales la fisonomía y la disciplina de esta forma de vida
consagrada, cuyo carácter institucional – propio y distinto de los
Institutos de vida consagrada – ha sido confirmado sucesivamente por el Código de Derecho Canónico
(can. 604). De manera similar, el Código de Cánones de las Iglesias
orientales también ha explicitado la posibilidad de que en las Iglesias
orientales el derecho particular constituya vírgenes consagradas que
públicamente profesen castidad en el siglo “por su cuenta”, es decir,
sin los lazos de pertenencia a un instituto de vida consagrada (can.
570).
Por consiguiente, en la reorganización de la Curia Romana que se llevó a cabo por la Constitución Apostólica Pastor bonus, el Ordo virginum se
situó en el ámbito de competencia de la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica[10].
También el Catecismo de la Iglesia Católica[11],
la reflexión realizada con ocasión del Sínodo de los Obispos dedicado
al tema «La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo» y
la sucesiva exhortación post-sinodal Vita consecrata[12] (en particular en los nn. 7 y 42) han contribuido a clarificar el lugar eclesiástico del Ordo virginum entre
las otras formas de vida consagrada, poniendo de relieve el vínculo
peculiar que se establece entre las vírgenes consagradas y la Iglesia
particular y universal.
La Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio[13], ha
subrayado la exigencia de una especial atención por parte del Obispo
diocesano y de su presbiterio hacia las vírgenes consagradas.
Sucesivamente, el Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos Apostolorum Successores[14], en
continuidad con la antigua tradición eclesial, ha vuelto a afirmar que
el Obispo diocesano ha de tener una solicitud particular hacia el Ordo virginum, porque las vírgenes son consagradas a Dios a través de sus manos y la Iglesia las confía a su cuidado pastoral.
8. Desde que esta forma de vida consagrada se volvió a
proponer en la Iglesia, se ha asistido a un verdadero y propio
reflorecimiento del Ordo virginum, cuya vitalidad se manifiesta
en una múltiple riqueza de carismas personales que se ponen al servicio
de la edificación de la Iglesia y de la renovación de la sociedad según
el espíritu del Evangelio. El fenómeno aparece de gran relevancia no
solamente por el número de mujeres involucradas, sino también por su
difusión en todos los continentes, en muchísimos Países y Diócesis, en
zonas geográficas y contextos muy diversos.
Sin duda, esto ha sido posible también gracias a la traducción de la edición típica latina del Ordo Consecrationis Virginum a la mayoría de las lenguas comunes, por las respectivas Conferencias Episcopales.
Numerosos Obispos, con su magisterio y acción pastoral, han promovido y sostenido el Ordo virginum
en sus Diócesis, valorando asimismo la contribución de las vírgenes
consagradas, que se han sentido llamadas a reflexionar sobre su
experiencia, la actualidad de esta vocación en la Iglesia y el mundo de
hoy, y sobre las consideraciones necesarias para poder expresarse según
su propia originalidad. Con tal fin algunas Conferencias Episcopales han
elaborado criterios y orientaciones comunes para la atención pastoral
del Ordo virginum en sus circunscripciones.
En sinergia con el magisterio y la acción de los Obispos
diocesanos, la Sede Apostólica ha mantenido una atención constante hacia
el Ordo virginum, poniéndose al servicio de las Iglesias
particulares, para favorecer el renacer y el desarrollo de esta forma de
vida, según sus características peculiares.
9. El servicio a la comunión que el sucesor de Pedro ejerce también respecto del Ordo virginum, ha
asumido una visibilidad particular con ocasión de los dos primeros
encuentros internacionales que han visto reunirse en Roma a vírgenes
consagradas procedentes de numerosos países. De San Juan Pablo II en
1995[15] y de Benedicto XVI en 2008[16], las vírgenes consagradas han recibido preciosas enseñanzas para orientarse en su camino.
Un tercer encuentro internacional tuvo lugar en el 2016,
cuando las vírgenes consagradas del mundo entero fueron invitadas a Roma
para participar en las Jornadas conclusivas del Año de la Vida Consagrada
convocado por el Papa Francisco. Bajo la guía del sucesor de Pedro, que
invitó a las personas consagradas de todas las formas de vida, a
redescubrir los fundamentos comunes de la vida consagrada, se ha
evidenciado cómo el característico arraigo del Ordo virginum en
las Iglesias particulares, se armoniza con la experiencia de comunión
que las vírgenes consagradas experimentan en el horizonte de la Iglesia
universal, participando de la única misión eclesial.
10. En los últimos años, desde varias partes del mundo
se ha pedido a este Dicasterio que ofrezca indicaciones para orientar a
los Obispos diocesanos en la aplicación de las normas del Pontifical
Romano implícitas en el canon 604 del Código de Derecho Canónico,
así como en la definición de una disciplina más completa y orgánica
que, según los principios comunes del derecho de la vida consagrada en
sus diversas formas, especifique las peculiaridades del Ordo virginum.
La presencia renovada de esta forma de vida en la
Iglesia, cuya reaparición se vincula estrechamente al evento del
Concilio Vaticano II, y la rapidez de su crecimiento en tantas Iglesias
particulares, justifica se responda a estas demandas, para que sea
custodiada la identidad específica del Ordo virginum, con la necesaria adaptación a los diversos contextos culturales.
La presente Instrucción establece los principios
normativos y criterios orientativos que los Pastores de cada Diócesis y
cada Iglesia particular asimilada a la Diócesis deben aplicar en la
atención pastoral del Ordo virginum.
Después de indicar el fundamento bíblico y los elementos
característicos de la vocación y del testimonio de las vírgenes
consagradas (Primera parte), la Instrucción trata sobre la configuración
específica del Ordo virginum en la Iglesia particular y en la
Iglesia universal (Parte segunda), para luego detenerse sobre el
discernimiento vocacional y los itinerarios para la formación previa a
la consagración y la formación permanente (Parte tercera).
I.
La vocación
y el testimonio
del Ordo virginum
El fundamento bíblico de la virginidad consagrada
11. Sed fecundos y multiplicaos fue el mandato del Creador dado a la primera pareja (Gn 1, 28) y reafirmado a Noé y a sus hijos (Gn
9, 1.7). De este mandato está impregnada profundamente la mentalidad
hebraica y todas las páginas del Antiguo Testamento, conexionado a la
promesa de una posteridad numerosa y al cumplimiento de los tiempos
mesiánicos. El matrimonio, posiblemente próspero en hijos, aparece por
tanto como la forma ideal de todo israelita piadoso y un estilo de vida
diferente resulta extraño a la mentalidad bíblica.
En el Pentateuco y en los Libros históricos la abstención
sexual es requerida solo como condición temporal de desapego de lo que
es profano, para acceder a la esfera de la santidad de Dios: por ejemplo
para prepararse al encuentro con el Señor en el Sinaí (Ex 19, 15), o a la guerra contra el enemigo del Señor (1 S 21, 2-7), o durante el servicio cultual de parte de los levitas (Lv 22, 1-9), o para poder participar en una comida sagrada (1 S 21,
5). La virginidad es estimada como una cualidad positiva solo en
relación al futuro matrimonio y con referencia explícita a la condición
de la mujer (Dt 22, 13-21), en cuanto representa la intimidad
reservada al esposo. En particular, al sumo sacerdote se le impone
desposarse con una virgen por razones de pureza ritual (Lv 21, 10-14). La virginidad perpetua, en cambio, era considera una gran humillación (como la hija de Jefté en Jc 11, 37), mientras la esterilidad física es soportada con gran sufrimiento moral (como Raquel en Gn 30, 23; Ana en 1 S 1, 11; Isabel en Lc 1, 25).
12. La exaltación del amor esponsal – que alcanza su cúspide poética en el Cantar de los Cantares –
en los libros sapienciales, se fundamenta en el ideal de la vida
familiar heredada de la tradición, contemplado en su belleza (por
ejemplo: Sal 127, 3-5; 128, 1-3; Eclo 25, 1) y repropuesto en óptica moral y pedagógica (por ejemplo: Prov 5, 15-19; Eclo 7,
23-28; 9, 1.9). La virginidad es apreciada como virtud de la mujer,
guardada y respetada con vistas al matrimonio, en cuanto prueba de su
rectitud y del honor de su familia (Jb 31, 1; Eclo 9, 5;
42, 10), hasta el punto que, personificando la Sabiduría divina, el
libro del Sirácida la describe como virgen esposa que se entrega a los
que temen al Señor (Eclo 15, 2). Y porque la virtud es agradable a
Dios, también aparece la intuición viendo en las buenas obras una
fecundidad espiritual que redime de la mortalidad incluso a la mujer
estéril, al imposibilitado para constituir una familia o está privado de
descendencia (Sab 3, 13-14; 4, 1).
13. A partir de la predicación de Oseas – estrechamente
ligada a su sufrida experiencia personal –, la metáfora nupcial aparece
en los Libros proféticos para dar prominencia a la total gratuidad de la
elección y a la incansable fidelidad por parte de Dios (Os 1-2; Ez 16;
23), mientras el pueblo cede a la seducción de otras divinidades y de
sus cultos. En este marco simbólico, muchas veces todo el pueblo de Dios
es comparado o personificado con la figura de una virgen: bien, para
denunciar la idolatría que lo expone al riesgo de desaparecer, como una
virgen que muere sin descendencia (Am 5, 2), bien para dar voz al lamento por su ruina (Lm 2, 13), bien para invitarlo al arrepentimiento (Jr 31,
21). Pero a veces, también, para hacer resonar la promesa de la
redención con la que Dios rescatará a Israel de la devastación y del
abandono y así encontrar la alegría de reconocerse amado con amor eterno
(Jr 31, 4.13; Is62, 5).
También el celibato de Jeremías – el único a quién Dios
ordena explícitamente no tomar mujer – constituye un anuncio profético
del castigo que está por abatirse sobre el pueblo (Jr 16, 2). Es
un instrumento expresivo de la palabra de Dios, un símbolo de muerte o
mejor, una personificación dolorosa del mensaje del juicio que anuncia
la destrucción inminente como castigo por la infidelidad del pueblo a
Dios.
14. En el pensamiento rabínico el célibe es considerado un hombre sin protección, sin alegría, sin bendición (Bereshit Rabba 17, 2) que se parece a « uno que desparrama sangre » o que disminuye la imagen divina (Tratado Yevamol del Talmud de Babilonia 63b).
Sin embargo, entre los rabinos y algunos grupos religiosos como los
esenios y los terapeutas y la conocida comunidad de Qumran, aparecen
excepciones.
En los umbrales del Nuevo Testamento encontramos además la figura de Juan el Bautista que se define amigo del Esposo (Jn 3, 29) y con su vida ascética y de predicación prepara la venida del Mesías y la llegada del Reino de Dios.
15. En el Nuevo Testamento el celibato entra en escena y se presenta como profecía encarnada del ya y todavía no
del Reino de Dios, que tiene su origen y razón de ser justo en la
novedad de la irrupción del Reino en la historia. Desde el momento que
el Reino de Dios en los Evangelios se identifica con la predicación, las
obras y la misma persona de Jesús, la motivación del celibato asume un
carácter fuertemente cristocéntrico. Los Evangelios de la infancia de
Mateo (1, 18-25) y sobre todo de Lucas (1, 26-38) presentan la novedad
de la virginidad (carnis y cordis) de la madre de Jesús, signo
visible de la encarnación invisible del Hijo de Dios y expresión
esponsal de la alianza con Dios, a la que es llamado todo el pueblo de
los creyentes. Los Evangelios nos presentan además a Jesús como
predicador itinerante que, libre de cualquier atadura (Mt 8,
19-20), manifiesta la urgencia del Reino ya presente y llama a la fe y a
la conversión. El estilo itinerante de Jesús comporta, de hecho, una
constante separación de lugares y personas y no se adapta a la necesidad
de una vida familiar, donde el interés de un miembro está fuertemente
unido al interés de los demás miembros, de modo que se origina una
solidaridad fuerte y la política de los parentescos.
Aunque hay varias referencias a los familiares de Jesús,
en los Evangelios nunca aparece una alusión a una mujer o a unos hijos (Mc 3, 31-32; 6, 3; Jn 6, 42; Hch 1, 14). Jesús, de hecho, llama hijos o hijitos a sus discípulos (tékna, Mc 10, 24; teknía, Jn 13, 33; paidía, Jn 21,
5), permitiendo captar la realidad de una filiación espiritual. Con
ocasión de la visita de los familiares que vienen a verlo (Mt 12, 47; Mc 3, 31; Lc 8, 20) o incluso a buscarlo y llevarlo a casa (Mc 3,
21), Él anuncia la constitución de su nueva familia, que no se funda en
los vínculos de la sangre, sino en una realidad espiritual expresada
mediante el deseo de cumplir la voluntad de Dios (Mt 12, 50; Mc 3, 31-35) o de escuchar la palabra del Dios y ponerla en práctica (Lc 8,
21). Este nacimiento ulterior o renacimiento en el Espíritu, que va más
allá de la carne y de la sangre, también está atestiguado en el Prólogo
de San Juan (Jn 1, 12-13) y con ocasión del diálogo entre Jesús y Nicodemo (Jn 3, 3-8).
Jesús abraza libremente una vida sin lazos ni
obligaciones familiares, para poderse dedicar plenamente al anuncio del
Reino y a la realización del designio de amor del Padre para la
humanidad. La libertad radical de los lazos que Jesús encarna, la
requiere también para aquellos que le siguen: Él pide dejar (afíemi, en los tres sinópticos) todo (panta: Mt 19, 27; Mc 10, 28) o los bienes (ta idia: lo íntimo, la propia intimidad, Lc 18, 28) y esto supone dejar, además de padres, hermanos, hermanas, también mujer (gyne-´: Lc 18, 29) o hijos (tékna: Mt 19, 29; Mc 10, 29; Lc 18, 29). A sus discípulos habla de eunuchia
como condición absolutamente nueva, para ser entendida no como
mortificación o actitud de desprecio hacia la mujer, sino como un don
particular concedido por Dios a aquellos que son llamados.
Recordemos el famoso logion: No todos comprenden estas palabras, sino solo aquellos a quienes se les ha concedido (Mt 19, 11). Desde el punto de vista gramatical la expresión a quienes se les ha concedido (dédotai) corresponde a un pasivo divino y significa: aquellos a quienes Dios lo ha otorgado.
Solo aquellos que entran en la comprensión del misterio del Reino
inaugurado por Cristo pueden entender este don que requiere una opción
voluntaria, libre, y tiene una motivación de orden teológico y
escatológico, al ser por el Reino de los cielos (Mt 19, 12).
Así el celibato se presenta como una opción libre, que
tiene lugar también en ese espacio relacional que es el cuerpo, y con el
cual se responde al Dios del amor que llama y se revela en el rostro de
Cristo[17]. No es evadirse de la relación, ni fruto de un
esfuerzo inhumano, sino don que pertenece al dinamismo de la
transfiguración del vínculo que distingue el estilo inaugurado por
Jesús: la fraternidad evangélica, base de una humanidad reconciliada y
fundamento de la koino-nía en la que se basa la vida de la Iglesia[18]. El anuncio del Reino abre así a los discípulos una situación escatológica nueva, ante la cual todo pasa a un segundo plano (Mt 10, 37; Lc 14, 26; Mt 19, 27-29; Mc 10, 28-30; Lc 18, 29). En Mt 22, 23-33; Mc 12, 18-27 y Lc 20,
27-40, donde se habla de la condición escatológica de los resucitados,
se muestra, de hecho, cómo la opción por el celibato y la virginidad por
Cristo y el Evangelio sitúa ya a los discípulos – con una función
simbólica y anticipada – en la realidad del Reino[19].
16. Escribiendo a los Corintios, Pablo presenta junto al matrimonio la virginidad, no como un mandato, sino como un consejo (1 Cor 7, 25), una llamada personal de Dios, un carisma (1 Cor 7, 7). La caracteriza como el estado de vida que permite una mayor dedicación al Señor (1 Cor 7,
32-35), testimonio de la no pertenencia de los cristianos a este mundo,
signo de la tensión de la Iglesia hacia la meta final y anticipo del
estado de resurrección (1 Cor 7, 29.31). El acento no está puesto
sobre el estado físico, sino en la dedicación total de la persona a
Cristo y su servicio por el Reino. En tal sentido, la comunidad en sí
misma es, a los ojos de Pablo, la virgen, que él, en calidad de
padre, ha prometido a Cristo para que, custodiando íntegra la fe
suscitada por la predicación apostólica, dirija a Él todas sus energías y
su dedicación (2 Cor 11, 2-4).
En la Jerusalén celeste todos los elegidos son llamados vírgenes (Ap
14, 4) expresión de su fidelidad a la alianza, de su no estar
contaminados con los ídolos. En el libro del Apocalipsis la virginidad
aparece como signo del reconocimiento de la pertenencia a la ciudad
celeste, a la esposa del Cordero (Ap 21, 2.9).
Si Jesús, el consagrado por excelencia, vive su
consagración no en términos de separación de lo profano o desde lo
impuro cumpliendo las prescripciones legales, sino desde la acogida del
cuerpo que el Padre le ha dado y don de sí mismo en la cruz, su cuerpo
es lugar concreto y signo de realización de su consagración al designio
del Padre (Hb 10, 5-10). Así sucede también a quien inicia el
camino del celibato o virginidad: el cuerpo se hace palabra, anuncio de
pertenencia total al Señor y de servicio alegre a hermanos y hermanas.
17. La virginidad cristiana se sitúa así en el mundo
como signo manifiesto del reino futuro porque su presencia revela la
relatividad de los bienes materiales y la transitoriedad del mundo. En
este sentido, como el celibato del profeta Jeremías, la virginidad es
profecía del fin inminente, pero al mismo tiempo, en virtud del vínculo
esponsal con Cristo, anuncia también el inicio de la vida del mundo
futuro, el mundo nuevo según el Espíritu. El signo, así, como sucede en
la visión bíblica, no es una referencia puramente convencional o la
imagen pálida de una realidad lejana, sino la realidad misma en su
manifestación incipiente. En el signo está implícita, aunque escondida,
la realidad futura.
La virginidad consagrada se sitúa, por tanto, en el
horizonte de una esponsalidad, que no es teogámica (es decir, de
matrimonio con la deidad) sino teologal, es decir, bautismal, porque se
trata del amor esponsal de Cristo por la Iglesia (cf. Ef
5, 25-26). Se trata de una realidad salvífica sobrenatural y no solo
humana, que no puede ser explicada con la lógica de la razón sino con la
fe, porque – como recuerda la Escritura – El que te hizo, te toma por esposa (Is 54, 5). Es una de las grandes obras del orden nuevo inaugurado con la Pascua de Cristo y la efusión del Espíritu, experiencia difícil de comprender para el hombre carnal y comprensible solo para aquellos que se dejan instruir por el Espíritu de Dios (cf. 1 Cor 2, 12-13).
El carisma y la vocación
18. Las mujeres en las que el Espíritu suscita el carisma de la virginidad (Mt 19, 11-12) reciben la gracia de una vocación singular, por la que Dios las atrae hacia el corazón de la alianza nupcial (Ap 19,
7-9) que en su eterno designio de amor ha querido establecer con la
humanidad y que se ha realizado en la Encarnación y en la Pascua del
Hijo.
Éste es el misterio grande (Ef 5, 32) que se actualiza en la Iglesia, la Esposa a quien Cristo se entregó, para que fuera santa e inmaculada (Ef 5, 25-27), sacramento de comunión de Dios con los hombres[20].
De este misterio nupcial, en el que todos los bautizados están
inmersos, los matrimonios cristianos reciben la gracia del sacramento
que los fortalece en su unión (Ef 5, 28-29).
Por su particular vocación, también las mujeres que en la
Iglesia reciben la consagración virginal participan de este misterio:
por amor a Cristo, sumamente amado, renuncian a la experiencia del
matrimonio humano, para unirse a Él por un vínculo esponsal, para
experimentar y testimoniar en la condición virginal (1 Cor 7, 34)
la fecundidad de esa unión, y anticipar la realidad de la comunión
definitiva con Dios a la que toda la humanidad está llamada (Lc 20, 34-36).
El propositum, la consagración y el estado de vida
19. Esta realidad espiritual se significa y se hace operativa en la celebración litúrgica de la consecratio virginum, con la que la Iglesia implora sobre las vírgenes la gracia de Dios y la efusión del Espíritu santo[21].
Durante el rito las consagradas expresan el sanctum propositum, es decir, la
firme y definitiva voluntad de perseverar por toda la vida en la
castidad perfecta y en el servicio de Dios y de la Iglesia, siguiendo a
Cristo como propone el Evangelio para dar al mundo un testimonio vivo de
amor y ser signo explícito del Reino futuro[22].
El propositum de las que se consagran es acogido y
confirmado por la Iglesia mediante la solemne plegaria del Obispo,
quien invoca y obtiene para ellas la unción espiritual que establece el
vínculo esponsal con Cristo y las consagra a Dios con un nuevo título[23].
De esta manera las vírgenes son personas sagradas, signo
sublime del amor de la Iglesia por Cristo, imagen escatológica de la
Esposa celeste y de la vida futura[24]. La pertenencia
exclusiva a Cristo, ratificada por el vínculo nupcial, mantiene en ellas
la vigilante espera del retorno del Esposo glorioso (Mt 25,
1-13), las vincula de modo peculiar a su sacrificio redentor, y las
destina a la edificación y a la misión de la Iglesia en el mundo (Col 1, 24).
20. En la vida de las vírgenes consagradas se refleja la
naturaleza de la Iglesia, animada por la caridad tanto en la
contemplación como en la acción; discípula y misionera; proyectada al
cumplimiento escatológico y al mismo tiempo participe de los gozos,
esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de su tiempo[25],
sobre todo de los más pobres y débiles; inmersa en el misterio de la
trascendencia divina y encarnada en la historia de los pueblos.
Por esta razón, la consagración establece una relación de comunión especial con la Iglesia particular y universal[26], definida por un vínculo peculiar, que determina la adquisición de un nuevo estado de vida y las introduce en el Ordo virginum[27].
La configuración institucional y la atención pastoral de
esta forma de vida tienen, pues, como mediación necesaria el ministerio
del Obispo diocesano o, en una Iglesia particular similar a la Diócesis[28], el ministerio del Pastor que la preside, en comunión con el Sucesor de Pedro.
La fisonomía espiritual
21. Como toda vocación cristiana, la vocación de las vírgenes consagradas en el Ordo virginum es
experiencia dialogal entre la gracia divina y la libertad humana. La
entrega de sí misma está precedida, sostenida y cumplida por la
iniciativa libre y gratuita de Dios, sobre el fundamento de la vocación
bautismal y en la trama generativa y fraterna de las relaciones
eclesiales[29]. Puede solo ser entendida desde la unidad
radical del pueblo de Dios, derivada del único Espíritu y fundada sobre
los apóstoles, que resplandece en la variedad de los carismas y de los
ministerios, complementarios todos entre sí y capaces de contribuir a la
única misión de la Iglesia (Rm 12, 4-5).
22. Como en la más antigua tradición eclesial, la fisonomía espiritual de las consagradas pertenecientes al Ordo virginum
se caracteriza por el arraigo en la Iglesia particular, reunida
alrededor del Obispo su pastor, y está delineada, especialmente en el
rito de consagración, teniendo como referencia primordial el modelo de
la Iglesia virgen por la integridad de la fe, esposa por la unión
indisoluble con Cristo, madre por la multitud de hijos generados a la
vida de la gracia[30].
Virginidad, esponsalidad y maternidad[31] son
tres perspectivas que permiten describir la experiencia espiritual de
las vírgenes consagradas: no significan características yuxtapuestas o
sumadas unas a otras, se refieren a dinámicas espirituales realizadas
una en la otra y asentadas en las coordenadas fundamentales de la vida
bautismal, por las que las consagradas son hijas de la Iglesia y
hermanas unidas a todos los hombres y a todas las mujeres por vínculos
de fraternidad.
23. La virginidad de las consagradas encuentra
fundamento y significado en la fe de la Iglesia: en efecto, es vivida a
la luz de Cristo y por amor a Él, y remite a la acogida integral, sin
límites y sin compromisos de la revelación trinitaria, que en Él se ha
realizado de forma definitiva[32]. Expresa la confianza
absoluta en el Señor Jesús, que alcanza a la persona en el corazón de su
humanidad, en su soledad originaria, justamente allí donde está impresa
indeleblemente la imagen de Dios y la semejanza a Él, y donde, a pesar
de las caídas y de las heridas del pecado, es posible renovar la vida
según el Espíritu. El carisma de la virginidad, acogido por la mujer y
confirmado por la Iglesia mediante la consagración, es don proveniente
del Padre, por el Hijo, en el Espíritu: protege, purifica, sana y eleva
la capacidad de amar de la persona, reconduciendo a unidad cada
fragmento de su historia y las diversas dimensiones de su humanidad –
espíritu, alma y cuerpo –, para poder corresponder a la gracia, con la
entrega total, libre y gozosa de su vida.
24. Por ello, la virginidad cristiana es experiencia de
unión esponsal íntima, exclusiva, indisoluble con el Esposo divino que
se entregó a la humanidad sin reservas y por siempre, y de este modo
adquirió un pueblo santo, la Iglesia. Inscrita en la criatura humana
como capacidad de vivir la comunión en la diferencia entre hombre y
mujer, para la virgen consagrada la esponsalidad es experiencia
de la trascendencia y de la sorprendente benevolencia de Dios; la
consagración se realiza mediante el pacto de alianza y fidelidad que une
la virgen al Señor en bodas místicas, participando plena y
profundamente en sus sentimientos y conformándose a su voluntad de amar.
25. La unión esponsal revela así su capacidad generadora, en la que se manifiesta la sobreabundancia de gracia divina[33].
Imitando a la Iglesia, de la que son hijas, las vírgenes consagradas se
abren al don de la maternidad espiritual, cooperando con el Espíritu.
La maternidad espiritual es el don de una interioridad fecunda y
acogedora, que en la relación con los demás se hace guardiana premurosa y
atenta de la dignidad humana; es sabiduría pedagógica que trata de
ofrecer las condiciones favorables para el encuentro con Dios, introduce
y acompaña el camino por las sendas del Espíritu.
26. La más espléndida y armónica integración de
virginidad, esponsalidad y maternidad se ha realizado en la persona de
la Virgen María[34], primicia de la humanidad renovada en
Cristo, icono perfecto de la Iglesia misterio de comunión, mujer en la
que se ha realizado ya el destino de gloria al que toda la humanidad
está llamada, « madre del Evangelio viviente »[35]. En la Kecharitoméne– la Llena de gracia (Lc 1, 28) – la Iglesia ha reconocido siempre la Virgo virginum, el prototipo insuperable de la virginidad consagrada[36].
María es por esto madre, hermana y maestra de las vírgenes consagradas.
En Ella las consagradas encuentran el modelo de las actitudes del
corazón: escucha y acogida de la Palabra de Dios (Lc 8, 21); en la búsqueda activa de su voluntad, en la peregrinación de la fe (Jn 2, 1-5)[37] « hacia un destino de servicio y fecundidad »[38];
en su disponibilidad total y gratuita a cumplir el proyecto de Dios,
« contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la
vida cotidiana de cada uno y de todos »[39]; en su maternidad virginal (Lc 1,
38); en su capacidad de ser « mujer orante y trabajadora en Nazaret […]
nuestra Señora de la prontitud, que sale de su pueblo para ayudar a los
otros “sin demora” (Lc 1, 39) »[40]; en su estar al pie de la cruz esperando contra toda esperanza (Jn 19, 25); en su cuidado de la Iglesia naciente (At 1, 14).
La forma de vida
Seguimiento evangélico y carismas personales
27. Las consagradas encuentran en el Evangelio la fuente
inagotable del gozo que da sentido a la vida, la orientación de su
camino y su regla fundamental[41]. Siguiendo a Cristo, abrazan su estilo de vida casta, pobre y obediente[42], y se dedican a la oración, la penitencia, las obras de misericordia y al apostolado, cada una según su situación y carisma[43].
Ya que en el Ordo virginum, la vocación de la virginidad se armoniza con los carismas que dan forma concreta al testimonio y al servicio eclesial de cada consagrada[44],
dentro del mismo van madurando, como expresión de una total y plena
dedicación al Señor, diferentes sensibilidades, intuiciones
espirituales, proyectos y estilos de vida[45].
28. Para que se puedan reconocer, acoger y vivir los
carismas personales en su autenticidad, las consagradas se dejan
acompañar y sostener por la Iglesia en la acción constante de un
discernimiento humilde, con el fin de comprender cuál es la voluntad de
Dios para su vida (Rm 12, 2). Se trata de interpretar con
inteligencia y sabiduría evangélica, la experiencia espiritual de cada
consagrada, teniendo en cuenta su historia y el concreto contexto
eclesial y social en que vive.
Entre las ayudas que la Iglesia recomienda para el
discernimiento, las consagradas no descuidan el acompañamiento
espiritual[46]. El diálogo sincero, dócil y maduro con una
persona prudente y experimentada que ejerza este ministerio, ofrece a
cada una, preciosas ocasiones para profundizar, verificar, confirmar, y
propone herramientas cualificadas para crecer en la respuesta al Señor,
que llama a la santidad en la armonía de la persona.
En continuidad con el itinerario de discernimiento
vocacional que ha llevado a la admisión a la consagración, para los
aspectos más importantes de su proyecto de vida las consagradas se
confrontan con el Obispo diocesano, en actitud de obediencia filial y
evalúan con él las opciones que han tomado[47].
Oración y camino de ascesis
29. La oración es para las consagradas una exigencia de amor para « contemplar la belleza de Aquel que las ama »[48], y de comunión con el Amado y con el mundo donde están establecidas.
Por esto, aman el silencio contemplativo[49],
que crea las condiciones favorables para escuchar la Palabra de Dios y
conversar con el Esposo de corazón a corazón. Ansiosas de profundizar en
su conocimiento y el diálogo de la oración, adquieren familiaridad con
la revelación bíblica, sobre todo con la lectio divina y de estudio profundo de las Escrituras[50].
30. Reconocen en la liturgia la fuente primordial de la
vida teológica, de la comunión y misión eclesial, y dejan que su
espiritualidad tome forma a partir de los Sacramentos y la Liturgia de
las Horas siguiendo el ritmo del año litúrgico, de forma que encuentren
unidad y orientación también las otras prácticas de oración, el camino
de ascesis y su vida entera.
31. El año litúrgico es la “vía maestra” para las
vírgenes consagradas, que hay que recorrer junto a los hermanos para
caminar al encuentro de Cristo Esposo. Se dejan conducir por la
pedagogía de la Iglesia que les guía en la comprensión, celebración y
asimilación, cada vez más profunda, del misterio de Cristo.
32. Ponen en el centro de su vida la Eucaristía, sacramento de la Alianza esponsal de la que brota la gracia de su consagración[51]. Llamadas
a vivir en intimidad con el Señor, la empatía y la conformación con Él,
en la participación posiblemente cotidiana de la celebración
eucarística reciben el Pan de vida de la Palabra de Dios y el Cuerpo de
Cristo[52].
Manifiestan el amor de la Iglesia esposa por la
Eucaristía también en la adoración del Cuerpo eucarístico del Señor, y
de Él sacan la caridad activa hacía los miembros de su Cuerpo místico.
33. La celebración frecuente del sacramento de la
Reconciliación les « permite palpar la grandeza de la misericordia », es
« fuente de verdadera paz interior »[53], y les lleva al
único Amor de su vida. Recurriendo con confianza al ministerio de la
Iglesia, celebran y alaban el amor de Dios que previene y sana,
reconocen sus culpas, renuevan la profesión de fe en su misericordia y
gustan el gozo del perdón, que les da nuevo vigor en el camino de
conversión y fidelidad al Señor[54].
34. Por la fidelidad cotidiana al Oficio divino, que han
recibido como don y han asumido como compromiso en el rito de la
consagración, prolongan en el tiempo la memoria de la salvación y dejan
que la extraordinaria riqueza del misterio pascual influya y se extienda
sobre cada hora de sus vidas. En la celebración de la Liturgia de las
Horas, en particular de Laudes y Vísperas[55], dejan resonar
en sí mismas y asimilan los sentimientos de Cristo, unen sus voces a la
de la Iglesia y presentan al Padre el grito de júbilo y de dolor, a
menudo inconsciente, que se eleva de la humanidad y de toda la creación.
35. Profundizan y reavivan la relación con el Señor
Jesús reservando tiempos oportunos a los retiros y a los ejercicios
espirituales. Valoran también formas y métodos de oración que pertenecen
a la tradición de la Iglesia, incluyendo píos ejercicios y otras
expresiones de la piedad popular.
Cultivan una devoción, llena de afecto y confianza filial, a la Virgen María, « maestra de la virginidad » [56], modelo y patrona de toda vida consagrada[57], de quien aprenden cada día a alabar al Señor.
36. Movidas por el deseo de corresponder al amor del
Esposo con un amor cada vez más puro y generoso, obtienen de la oración
inspiraciones para sus decisiones; ejercitan constante vigilancia de sus
propios comportamientos y actitudes; aceptan con serenidad los
sacrificios que impone la vida diaria; luchan contra las tentaciones,
los pensamientos, las sugestiones y las sendas que llevan al mal;
aprenden a recibir con humildad la ayuda de la corrección fraterna.
Acogen las prácticas penitenciales que la Iglesia propone
y, de acuerdo con el acompañante espiritual, cada una concreta las
formas o prácticas ascéticas[58] que le ayudan a crecer en libertad y virtud evangélica, en una actitud de discernimiento y conversión[59] que dura toda la vida[60].
Condiciones de vida y estilo de proximidad y servicio
37. Un rasgo característico de esta forma de vida es el
arraigo de las consagradas en la Iglesia particular y, por consiguiente,
en un determinado contexto cultural y social: la consagración las
reserva para Dios sin hacerlas ajenas al ambiente donde viven y están
llamadas a realizar su propio testimonio[61].
Pueden vivir solas, en familia, junto a otras consagradas
o en otras situaciones favorables a la expresión de su vocación, que
les permitan vivir concretamente su proyecto de vida. Se procuran su
sustento con los frutos de su trabajo y los recursos personales.
38. Deseosas de irradiar la dignidad y belleza de su
vocación según un estilo de cercanía a la gente de su tiempo, en la
manera de vestir guardan las costumbres del ambiente en que viven,
conjugando el decoro y la expresión de su personalidad con el valor de
la sobriedad, según las exigencias de su condición social[62].
Salvo excepciones motivadas, llevan el anillo recibido
durante el rito de consagración como signo de la alianza esponsal con
Cristo Señor.
En los lugares donde las mujeres cristianas casadas no se
suelen cubrir la cabeza con un velo, por norma no llevan como elemento
ordinario de su manera de vestir el velo, que pudieron recibir durante
el rito de consagración, y se atienen a las indicaciones del Obispo
diocesano o de las Conferencias Episcopales, que, al tener en cuenta los
distintos contextos y la evolución de las condiciones socioculturales,
pueden admitir el uso del velo en las celebraciones litúrgicas o en
otras situaciones en las que resulte apropiado el uso de este signo
visible de su total dedicación al servicio de Cristo y de la Iglesia.
39. Su entrega a la Iglesia se manifiesta al reconocerse
« marcada a fuego » por la « misión de iluminar, bendecir, vivificar,
levantar, sanar, liberar »[63], en la pasión por el anuncio
del Evangelio, para la edificación de la comunidad cristiana y para su
testimonio profético de comunión fraterna, de amistad ofrecida a todos,
de proximidad atenta a las necesidades materiales y espirituales de los
hombres de su tiempo, del compromiso en buscar el bien común de la
sociedad[64].
Esto les lleva a discernir las formas concretas de su
servicio eclesial que pueden expresarse en la disponibilidad para asumir
ministerios y trabajos pastorales.
En esta línea, dado que la inteligencia del misterio de
Cristo facilita la comprensión de los ministerios de la Iglesia, es
importante que madure en ellas, en la oración y la meditación, así como
en la experimentación concreta, una conciencia ministerial profunda y
correcta, respetuosa de la misteriosa sabiduría evangélica y eclesial,
que también se expresa en las disposiciones de los Obispos diocesanos y
las Conferencias Episcopales. Al educarse en la escuela de esta
sabiduría, aprenderán a aceptar, también a través de la experiencia,
tanto las sugerencias que surgen de la vida de la Iglesia, que es
misterio y comunión, como « todas las posibilidades cristianas y
evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las
cosas del mundo »[65], para reconocer de este modo las nuevas
oportunidades que forman una nueva conciencia ministerial,
correspondiente a la capacidad efectiva de su generosa entrega.
Atentas a captar las llamadas que vienen del contexto en
que viven, y dispuestas a poner a disposición del Señor los dones que de
Él han recibido, son convocadas a dar su aportación para renovar la
sociedad según el espíritu del Evangelio, aceptando, sin ingenuidad ni
reduccionismos, el compromiso de la elaboración cultural de la fe y
asumiendo como propia la predilección de la Iglesia por los pobres, los
que sufren y los marginados[66].
40. Conscientes de estas responsabilidades, optan por la
actividad laboral según sus actitudes, inclinaciones y posibilidades
efectivas, reconociendo en ella una modalidad concreta por la que
testimoniar que Dios llama a la humanidad a colabore en su-obra creadora
y redentora, para hacerla íntimamente partícipe del amor con el cual
atrae hacia sí al mundo y la historia entera.
En las gratificaciones y fatigas que el trabajo conlleva,
las consagradas armonizan la capacidad de contemplar y promover el
sentido más originario y profundo de la actividad humana: contribuir a
que el mundo sea una casa acogedora para todos, abierta a la
manifestación del Reino de Dios. Para ello se comprometen a que en el
ámbito laboral se hagan realidad las « múltiples formas de desarrollo
personal » que conllevan « creatividad, proyección de futuro, desarrollo
de las capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con
los demás, una actitud de adoración »[67], tratando de
adquirir una profesionalidad competente, actualizada y responsable, y
contrastando todo lo que degrada y oscurece la dignidad del quehacer
humano.
41. Se dejan educar a la gratitud por la obra de Dios[68], a la contemplación rica de alabanza, al gusto de la belleza, al sentido de la fiesta y del descanso[69], al cuidado de todas las dimensiones de la persona.
Aprenden del Esposo, manso y humilde de corazón (Mt 11,
29), a vivir en la esperanza y en el abandono en Dios, también cuando
avanzan en edad a través de las distintas etapas sucesivas de la vida,
la enfermedad, el sufrimiento moral, u otras situaciones en que
experimentan el drama, la fragilidad y la precariedad de la existencia[70].
Acogiendo hasta el final el amor esponsal del Crucificado
y Resucitado, en Él confían para vivir también en la muerte el sentido
pascual de la existencia.
Con su consagración recuerdan a todos que el origen, el
sentido y el destino de la historia humana se encuentran en el misterio
santo de Dios, en su bondad infinita, previsora y misericordiosa, en el
amor del cual desea que participen todas las criaturas.
II.
La configuración
del Ordo virginum en las
Iglesias particulares
y en la iglesia universal
Arraigadas en la Diócesis
42. Llamadas a reflejar en su vida la caridad que es el
principio de unidad y santidad del cuerpo de la Iglesia, las mujeres que
reciben esta consagración permanecen radicadas en la porción del pueblo
de Dios donde ya viven y donde ha tenido lugar el discernimiento
vocacional y la preparación a la consagración. Están unidas a esta
Iglesia por un vínculo especial de amor y recíproca pertenencia.
En sus diversos componentes, la Iglesia particular está
llamada a acoger la vocación de las consagradas, a acompañar y sostener
su camino, reconociendo que la consagración virginal y los carismas
personales de cada consagrada son dones para la evangelización, la
edificación de la comunidad y la misión eclesial.
43. Las consagradas cultivan el sentimiento de
agradecimiento por los dones que – en la comunión de los santos –, han
recibido y siguen recibiendo a través de la vida de la Iglesia
particular en la que viven: la fe en el Señor Jesús, la consagración
virginal, el compartir una historia de santidad encarnada en una
tradición espiritual desarrollada con relación a la cultura y a las
instituciones de una concreta comunidad humana, que habita un
determinado territorio.
Prestan una atención constante al magisterio del Obispo
diocesano y se dejan interpelar por sus opciones pastorales, con el fin
de acogerlas de forma responsable, con inteligencia y creatividad.
Llevan a su oración las necesidades de la Diócesis y en particular las intenciones del Obispo.
Reconocen como don del Espíritu el testimonio de las
otras vocaciones que enriquecen la vida de la comunidad cristiana y
valoran las ocasiones de edificación recíproca y de cooperación
pastoral, misionera y caritativa[71].
Con su sensibilidad femenina[72] ofrecen una
preciosa contribución de experiencia y reflexión al discernimiento
evangélico de la comunidad cristiana acerca del modo de hacerse presente
y actuar en su contexto social concreto.
Comunión y corresponsabilidad en el Ordo virginum diocesano
44. La pertenencia al Ordo virginum supone un
fuerte vínculo de comunión entre todas las consagradas presentes en la
Diócesis. Se reconocen unas a otras como las hermanas más próximas con
quienes comparten la misma consagración y una pasión ardiente por el
camino de la Iglesia. Por eso, acogen como un don el espíritu de
comunión y se comprometen a hacerlo crecer cultivando el aprecio mutuo,
valorando los dones de cada una, promoviendo la amistad y la atención a
situaciones particulares de necesidad (Rm 12, 10.13.15-16).
Mantienen viva la unión con las hermanas difuntas a través de la oración
y guardan memoria de su testimonio de amor y fidelidad al Señor.
45. Las consagradas participan activamente en las
iniciativas de formación de acuerdo con el Obispo y colaboran, en la
medida de lo posible, en la formación de las aspirantes y de las
candidatas a la consagración.
Teniendo en cuenta el número de consagradas y las
circunstancias concretas, establecen con el Obispo diocesano las
modalidades para vivir un servicio de comunión que favorezca el
conocimiento recíproco y una conexión estable entre ellas, promueva el
ejercicio de la corresponsabilidad con estilo sinodal[73] y
de continuidad y organicidad a las iniciativas comunes, sin establecer
vínculos de subordinación jerárquica entre las consagradas.
Para articular el servicio de comunión, se podrá
instituir también un servicio o un equipo para el discernimiento
vocacional y la formación previa a la consagración y un servicio o
equipo para la formación permanente.
Responsabilidad del Obispo diocesano
46. Es competencia del Obispo diocesano acoger como don del Espíritu las vocaciones a la consagración en el Ordo virginum, promoviendo
las condiciones para que el arraigo de las consagradas en la Iglesia
que le ha sido confiada contribuya en el camino de santidad del pueblo
de Dios y en su misión.
En continuidad con la antigua tradición eclesial, el Ordo Consecrationis virginum diseña la figura del Obispo diocesano, no solo en su tarea de sacerdote dispensador de la gracia divina[74], sino también como maestro que indica y confirma el camino de la fe[75], y como pastor que cuida amorosamente de las personas que le han sido confiadas[76].
La solicitud pastoral hacia el Ordo virginum es
parte del ministerio ordinario de enseñanza, de santificación, de
enseñanza y de gobierno del Obispo diocesano bien sea con las
consagradas y las mujeres que aspiran a recibir la consagración, bien
sea con respecto al Ordo virginum de su Diócesis, como coetus de personas.
47. Como responsable de la admisión a la consagración,
el Obispo diocesano, en base a los elementos de conocimiento de cada
candidata, establece las modalidades para seguir un adecuado itinerario
formativo y lleva a término el discernimiento vocacional.
Con la celebración de la consagración, el Obispo presenta
las consagradas a la comunidad eclesial como signo de la Iglesia Esposa
de Cristo. Ya que el Obispo diocesano[77] es el ministro
ordinario de la consagración, no será posible celebrarla en tiempos de
sede vacante y, solamente en caso de verdadera necesidad, el Obispo
diocesano recurrirá a delegar la facultad de celebrarla. Mediante la
celebración del rito, aunque celebrado para una sola persona, el Ordo virginum se hace presente en la Iglesia particular, sin la necesidad de otro acto de institución de parte del Obispo.
48. El Obispo diocesano ejerce la atención pastoral a
las consagradas, animándolas a vivir con gozosa fidelidad su propia
vocación, estando atento a las exigencias del camino de cada una y
asegurándose de que dispongan de medios idóneos para la formación
permanente.
Sostiene la comunión entre las consagradas y el sentido
de corresponsabilidad para la vitalidad de su testimonio eclesial
promoviendo ocasiones de encuentro, iniciativas e itinerarios de
formación comunes y acordando con las consagradas las modalidades con
las que a nivel diocesano puede configurarse el servicio de comunión,
teniendo en cuenta las circunstancias concretas. Anima también los
contactos y la colaboración con las consagradas de otras Diócesis.
49. Comparte con las consagradas la atención a las
consagradas que por edad, razones de salud u otras situaciones de
dificultad, atraviesan momentos de grave sufrimiento o tribulación.
Teniendo en cuenta las costumbres y situaciones locales
concretas, da indicaciones para que las consagradas aseguren la oración
de sufragio por las difuntas, guarden la memoria y su testimonio de fe y
de amor al Señor y, en la medida de lo posible, participen en la
celebración de las exequias cristianas de las hermanas y compartan la
preparación de las mismas con los familiares y las demás personas a
ellas allegadas.
50. Aunque el Obispo diocesano haya nombrado un Delegado o una Delegada para la atención pastoral del Ordo virginum,
sigue siendo de su competencia la decisión final con relación a los
actos de mayor importancia como: la admisión a la consagración; la
adscripción en el Ordo virginum diocesano de una consagrada que viene de otra Diócesis; la dispensa de las obligaciones de la consagración; la dimisión del Ordo virginum; la
definición de las directrices para la formación previa a la
consagración y para la formación permanente; la aprobación de las
modalidades de funcionamiento del servicio de comunión para el Ordo virginum diocesano; la institución de fundaciones canónicas para el apoyo y la gestión económica de la actividad del Ordo virginum y
la posible autorización para pedir que sea reconocido civilmente; el
reconocimiento y la aprobación de los estatutos de las asociaciones
diocesanas de vírgenes consagradas, como también la eventual
autorización para pedir el reconocimiento civil.
51. El Obispo dará las disposiciones necesarias para que
las consagraciones realizadas sean anotadas en un libro propio
custodiado en la curia diocesana y sea diligentemente recogida la
documentación que corresponde al Ordo virginum. En particular, deberán ser registradas la muerte de las consagradas, las inscripciones y recepciones temporales en el Ordo virginum
diocesano de consagradas provenientes de otras Diócesis, el traslado
temporal o definitivos de consagradas a otras Diócesis, el paso a un
Instituto de Vida Consagrada, la concesión de dispensa de las
obligaciones de la consagración, la dimisión del Ordo virginum. También se guardará la documentación relativa a los itinerarios formativos de cada aspirante y candidata a la consagración.
Colaboración en la atención pastoral del Ordo virginum
52. Teniendo en cuenta las circunstancias concretas, el
Obispo diocesano valorará qué tipo de colaboración emplear para asegurar
en el Ordo virginum una adecuada atención pastoral[78], coherente con la peculiaridad de esta forma de vida.
Podrá nombrar un Delegado, elegido preferentemente del
presbiterio diocesano, o una Delegada propia, escogida preferiblemente
entre las vírgenes consagradas de la Diócesis, para la atención pastoral
del Ordo virginum, definiendo los ámbitos de su condición y sus competencias específicas.
Si es instituido un servicio de comunión, el Obispo
establecerá cómo deberá integrase en ese servicio la actividad del
Delegado o de la Delegada y sus eventuales articulaciones, en
particular, con los equipos para la formación previa a la consagración y
para la formación permanente.
53. Según las indicaciones dadas por el Obispo, la
colaboración pastoral podrá referirse al conocimiento de cada una de las
aspirantes y candidatas, reuniendo los datos necesarios en vista al
discernimiento para admitirlas a la consagración; la promoción de la
formación previa a la consagración y de la formación permanente, bien a
través de la ayuda a elaborar los itinerarios formativos personales, o
de propuestas de momentos formativos compartidos.
Tratándose de una colaboración pastoral en foro externo, a
quienes se les confíen estas competencias no establecerán una relación
de acompañamiento espiritual con las aspirantes, con las candidatas y
las consagradas. Valorizarán, sin embargo, el diálogo personal con cada
una como específico ámbito de escucha, verificación y confrontación de
su camino, e invitación a la persona a referirse al Obispo diocesano
cuando sea útil una orientación o verificación sobre los aspectos más
importantes de su proyecto de vida.
54. En la atención pastoral al Ordo virginum se ayudará a
cada aspirante, candidata y consagrada a desarrollar los dones
recibidos del Señor, a promover la comunión entre todas y el sentido de
corresponsabilidad en la acogida de la legítima diferencia, a favorecer
la acogida inteligente y responsable del magisterio y de las opciones
pastorales del Obispo diocesano, promoviendo el conocimiento del Ordo virginum entre el pueblo de Dios.
Comunión y corresponsabilidad entre consagradas de varias Diócesis
55. Las consagradas acogen y cultivan el don de la
comunión y el compromiso de la misión, que se desprende del haber
recibido la misma consagración, también en las relaciones con las
consagradas de otras Diócesis.
El enraizamiento diocesano, de hecho, se armoniza con el sentido de pertenencia a un ordo fidelium que tiene las mismas características constitutivas en toda la Iglesia católica.
Mediante la oración de unas por otras, el conocimiento
recíproco, el compartir experiencias e iniciativas de formación, las
consagradas expresan, de distintas maneras, la corresponsabilidad
respecto a su testimonio en la Iglesia y en el mundo.
Iniciativas compartidas, servicio de comunión y Obispo referente
56. En las agrupaciones de las Iglesias particulares, en
orgánico entendimiento con los Obispos de las respectivas Conferencias
Episcopales, las consagradas pueden dar vida a iniciativas compartidas
y, si las circunstancias lo permiten, a un servicio de comunión estable,
que facilite el intercambio de experiencias que se viven en las
Diócesis de pertenencia, el estudio de temas de interés común, la
propuesta de contenidos y métodos, siempre más adecuados,
correspondientes a los recorridos formativos en todas sus fases, la
presentación a los Obispos de sugerencias e indicaciones útiles para
acreditar la presencia del Ordo virginum en los diversos contextos eclesiales y socio-culturales, la promoción del conocimiento del Ordo virginum entre el pueblo de Dios.
Las iniciativas compartidas y el servicio de comunión han
de respetar y valorar siempre el arraigo diocesano de esta forma de
vida e implicar a las consagradas de las Diócesis interesadas, según el
estilo de participación sinodal.
57. Los Obispos, reunidos en una Conferencia Episcopal,
pueden elaborar para sus Diócesis orientaciones comunes para la atención
pastoral del Ordo virginum. Asimismo, pueden confiar a un Obispo la tarea de referente para el Ordo virginum.
Respetando el rol irremplazable de los Obispos diocesanos
en la atención de las vírgenes consagradas de sus Diócesis, el Obispo
referente se hace intérprete del interés, la solicitud y la cercanía de
sus hermanos Obispos hacia dicha forma de vida consagrada.
Queriendo que la identidad específica del Ordo virginum se
exprese como es debido en el contexto eclesial y social-cultural de las
Diócesis interesadas, el Obispo referente desempeña su cargo como
servicio a la gestión efectiva de la corresponsabilidad de las
consagradas de las diversas Diócesis. Sigue con atención las iniciativas
compartidas por las consagradas de las Diócesis interesadas y, allí
donde esté instituido, proporciona la atención de su ministerio al
servicio de comunión estable entre las consagradas.
Referencia a la Sede Apostólica y Secretariado para el Ordo virginum
58. Las consagradas reconocen en el ministerio del
Sucesor de Pedro la referencia de convergencia para vivir, además, en
los horizontes de la Iglesia universal el don de la comunión y la
corresponsabilidad de pertenecer al mismo ordo fidelium.
En sinergia con el magisterio y la acción de los Obispos
diocesanos y según las propias competencias, la Congregación para los
Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica se
pone al servicio del crecimiento del Ordo virginum, para que esta forma de vida consagrada pueda ser reconocida, valorada y promovida en su específica identidad y configuración eclesial.
59. En el Dicasterio está constituido un Secretariado para el Ordo virginum. Según las indicaciones del Prefecto, el Secretariado cuida la recopilación de datos para conocer la situación del Ordo virginum en los diversos Países, teniendo en cuenta también lo que los Obispos expresan en los informes presentados con ocasión de las visitae ad limina.
Es también punto de referencia para las iniciativas del Ordo virginum, promovidas y sostenidas por el mismo Dicasterio.
Para su actividad, el Secretariado puede valerse de la
colaboración de consagradas de diversas procedencias, de las
Conferencias Episcopales y allí donde hayan sido designados de los
Obispos referentes del Ordo virginum.
Permanencia en otra Diócesis y traslado
60. No obstante el arraigo especial con la
Iglesia donde se celebra la consagración no impide a la consagrada
trasladarse temporal o establemente a otra Iglesia particular, en caso
de que sea necesario, por ejemplo por razones de trabajo, de familia, de
pastoral, o si hay otras motivaciones razonables y proporcionadas.
61. Cuando una consagrada quiere permanecer por un largo
período en una Diócesis distinta a la de pertenencia, de acuerdo con su
propio Obispo, puede pedir al Obispo de la Diócesis ad quem participar en las iniciativas de carácter formativo del Ordo virginum local. El Obispo de la Diócesis ad quem, recibida una presentación de la interesada de parte de su Obispo diocesano, acordará con ella las modalidades de dicha participación.
62. Si una consagrada quiere trasladarse establemente a
otra Diócesis, expondrá las motivaciones a su Obispo, que le manifestará
su parecer. Seguidamente podrá pedir al Obispo de la Diócesis ad quem ser acogida en el Ordo virginum local. Este último, tras haber recibido por el Obispo de la Diócesis a quo una
presentación de la consagrada, con las razones del traslado y su
parecer, decidirá al respecto y comunicará la respuesta a la interesada;
y, para conocimiento también al Obispo de la Diócesis a quo. En caso de respuesta positiva, el Obispo de la Diócesis ad quem acogerá
a la consagrada, la introducirá en su Iglesia particular y la
insertará, si las hay, entre las consagradas de su Diócesis, acordando
con ella lo necesario y útil según su condición personal. Conforme a la
evaluación hecha, el Obispo de la Diócesis ad quem podrá también negar la adscripción, o de acuerdo con el Obispo ad quo establecer un tiempo de prueba; en dicho caso, aun manteniendo el vínculo con la Diócesis ad quo, la consagrada podrá trasladar su domicilio canónico a la Diócesis ad quem, siguiendo las indicaciones de los Obispos interesados en lo relativo a su condición personal.
63. Personalmente, o por medio del Delegado o de la
Delegada, el Obispo informará oportunamente a las consagradas sobre el
traslado temporal o definitivo de una consagrada a otra Diócesis, como
también sobre la acogida de una consagrada de otra Diócesis.
Fundaciones, asociaciones y opciones de vida en común
64. Teniendo en cuenta las leyes civiles, para el sostenimiento y la gestión económica de las iniciativas del Ordo virginum, el Obispo diocesano puede instituir una fundación canónica, autónoma o no[79], y autorizar, si se da el caso, la petición de reconocimiento civil de esta última.
65. Para observar más fielmente su propósito y ayudarse
recíprocamente en el desempeño del servicio a la Iglesia apropiado a su
estado, las consagradas pueden reunirse en asociaciones y pedir a la
autoridad eclesial competente el reconocimiento canónico del estatuto y
eventualmente su aprobación[80].
La constitución de una asociación, como también la
adhesión a una asociación ya existente, es exclusivamente fruto de una
opción libre y voluntaria de cada una de las consagradas que deciden
adherirse a sus finalidades y a su estatuto. La salida de una consagrada
de la asociación no afecto a la pertenencia al Ordo virginum.
66. Las vírgenes consagradas que lo deseen pueden
libremente decidir vivir en una misma casa. Esta posibilidad – elegida
responsablemente para la ayuda recíproca, para compartir vida a nivel
espiritual, pastoral o también económico –, responde a una libre
decisión de las vírgenes consagradas y no deriva directamente de la
consagración, ni de la adhesión a una asociación, a menos que esta
última no prevea en su estatuto la vida común como constitutiva de la
asociación misma.
Pertenencia al Ordo virginum y referencia a otros grupos eclesiales
67. La forma de vida propia del Ordo virginum constituye
un camino peculiar de santificación al que corresponde una identidad
espiritual característica, que unifica y orienta la vida entera de la
persona. Es cometido de cada consagrada ofrecer un sereno y gozoso
testimonio de la propia consagración, que se convierta en estímulo y
riqueza para todos los componentes de la comunidad cristiana.
Esto no impide a una virgen consagrada
beneficiarse de la variedad de carismas y espiritualidades con los que
el Espíritu enriquece la Iglesia, y eventualmente encontrar en la
referencia a una determinada agregación eclesial (tercera Orden,
Asociación, Movimiento), a su carisma y espiritualidad, una ayuda para
expresar su propio carisma virginal[81].
68. La autenticidad de tal experiencia espiritual será
objeto de discernimiento en el ámbito del acompañamiento espiritual, así
como en el diálogo con el Obispo diocesano, y, si existe, con el
Delegado o Delegada para la atención del Ordo virginum, de modo
que el interés y la implicación en las iniciativas no oscurezcan el
valor del arraigo diocesano, que es constitutivo de la consagración
vivida en el Ordo virginum.
La consagrada procurará mantener viva la experiencia de
la comunión con la Iglesia particular a la que pertenece, a través de la
mediación necesaria del Obispo diocesano, en la acogida filial de su
enseñanza y de su atención pastoral. Cuidará también las relaciones de
comunión con las otras vírgenes consagradas y dará prioridad a las
propuestas formativas específicas para el Ordo virginum respecto a eventuales iniciativas de los grupos referidos.
Separación del Ordo virginum
Paso a un Instituto de vida consagrada o Sociedad de vida apostólica
69. Si una consagrada, después de una valoración atenta
realizada en la oración, en el ámbito de la dirección espiritual y en
diálogo con el Obispo, desea entrar a formar parte de un Instituto de
Vida consagrada o Sociedad de vida apostólica, comunicará por escrito al
Obispo diocesano su intención acompañada de un certificado de la
Moderadora Suprema del Instituto, relativo a los contactos que la
consagrada ha tenido con el Instituto o la Sociedad[82].
El Obispo será responsable de remitir la solicitud a la
Santa Sede y sus observaciones al respecto. El paso al Instituto se hará
según las disposiciones dadas por la Santa Sede para el caso concreto.
Salida del Ordo virginum
70. Si una consagrada, por causas muy graves valoradas
delante de Dios con minucioso discernimiento, tiene intención de ser
dispensada de los compromisos derivados de la consagración, se dirigirá
al propio Obispo diocesano presentando una solicitud escrita. El Obispo
no dejará de proponerle la ayuda adecuada y un tiempo apropiado para el
discernimiento y accederá a la dispensa solo después de haber examinado a
fondo las motivaciones de la solicitud.
Dimisión del Ordo virginum
71. Si una consagrada ha abandonado la fe católica de
forma notoria o ha contraído matrimonio, aunque solo sea civilmente, el
Obispo reunirá las pruebas y declarará su dimisión del Ordo virginum, para que conste jurídicamente.
72. Si una consagrada es acusada de gravísimos delitos[83]
o gravísimas faltas, externas e imputables contra las obligaciones que
derivan de la consagración, de modo que susciten escándalo en el pueblo
de Dios, el Obispo iniciará el proceso de dimisión. Dará a conocer a la
interesada las acusaciones y las pruebas que se han recogido,
otorgándole la facultad de defenderse. Si el Obispo considera
insuficiente la defensa, y no hay otra manera para proveer a la
corrección de la consagrada, a la reintegración de la justicia y a la
reparación del escándalo, la dimitirá del Ordo virginum. El
decreto de dimisión tendrá que exponer, al menos de forma sumaria, los
motivos de la decisión y será efectivo solo después de la ratificación
de la Santa Sede, a la que hay que trasmitir todas las actas. Esto no
tendrá valor si no indica el derecho del que goza la consagrada a
recurrir a la autoridad compete en el plazo de diez días, desde la
notificación del decreto; el recurso tiene efecto suspensivo.
Anotación y comunicación de la separación
73. En los casos en que se haya producido la separación de una consagrada del Ordo virginum,
el Obispo diocesano dispondrá la anotación en el libro de las
consagraciones y, personalmente o a través del Delegado o de la
Delegada, informará a las demás consagradas y al párroco competente para
que lo anote en el libro de bautismos.
III.
El discernimiento
vocacional y la formación para
el Ordo virginum
El compromiso del discernimiento y la formación
Camino de fe, discernimiento vocacional e itinerarios formativos
74. En virtud de la fe, de la gracia bautismal, del
carisma virginal y de los carismas personales, la mujer llamada a la
consagración en el Ordo virginum está comprometida en un camino
de vida cristiana, de seguimiento del Señor Jesús, cuyo dinamismo es
suscitado por el Espíritu Santo, que pide su respuesta activa y su dócil
colaboración.
El seguimiento del Señor consiste en una continua conversión, en una progresiva adhesión a Él[84]:
es un proceso que implica todas las dimensiones de la persona –
corporal y afectiva, intelectiva, volitiva y espiritual –y se prolonga a
lo largo de toda la vida, ya que « la persona consagrada no podrá jamás
suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que
experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida
los mismos sentimientos de Cristo »[85].
75. La gracia de la consagración en el Ordo virginum define y configura de forma estable
la fisonomía espiritual de la persona, la orienta en el camino de la
vida, la sostiene y refuerza en una respuesta cada vez más generosa a la
llamada.
Por lo tanto, la consagración exige no solamente una
maduración humana y cristiana evaluada mediante un atento discernimiento
vocacional y una formación específica previa, sino también una cuidada y
constante atención a la formación permanente que, profundizando y
renovando las motivaciones de la elección realizada, permita a la
consagrada consolidar la propia vocación mientras vive su dinamismo
intrínseco[86].
76. Ya que esta forma de vida consagrada tiene un
arraigo en la Iglesia particular, el discernimiento vocacional, la
formación previa a la consagración y la atención a la formación
permanente se realizan por medio de itinerarios eclesiales que, además
de la responsabilidad de las mujeres interesadas, piden la atención y el
acompañamiento de la comunidad cristiana, y en particular interpelan la
responsabilidad pastoral del Obispo diocesano.
Para reunir los principios necesarios para el
discernimiento vocacional, como para orientar y acompañar los
itinerarios de formación de las aspirantes, de las candidatas y de las
consagradas, el Obispo puede pedir colaboración al Delegado o la
Delegada para el Ordo virginum y valorará la aportación que las consagradas puedan ofrecer.
Para esta finalidad, teniendo en cuenta el número de
consagradas presentes en la Diócesis y su parecer al respecto, y también
de las otras circunstancias concretas, como organizaciones del servicio
de comunión para el Ordo virginum, el Obispo podrá
impulsar además un servicio o equipo para el discernimiento vocacional y
la formación previa a la consagración y un servicio o equipo para la
formación permanente. Tales servicios o equipos estarán formados por el
Delegado o la Delegada, si el Obispo hubiere instituido la figura, y por
consagradas con las aptitudes necesarias, designadas por el Obispo o
por el Delegado o la Delegada, previa consulta a todas las consagradas.
77. La propuesta formativa apuntará en primer lugar a
hacer emerger y consolidar en la persona la actitud fundamental de la
“docibilitas”, es decir la libertad, el deseo y la capacidad de aprender
de cualquier circunstancia de la vida, implicándose activamente y
responsablemente en el proceso de crecimiento personal a lo largo de
toda la propia existencia[87].
Por este motivo, al programar itinerarios formativos, se
procurará que no consistan en propuestas genéricas, que no tienen en
cuenta las exigencias específicas y los carismas personales. Asimismo se
evitarán tendencias individualistas[88] que pueden
obstaculizar la adquisición y el desarrollo de un verdadero sentido de
pertenencia eclesial y del espíritu de comunión dentro del Ordo virginum.
78. Ya que se trata de favorecer el desarrollo de la
capacidad de interpretar la realidad según criterios evangélicos, los
itinerarios formativos deben prever como elementos irrenunciables: la
formación teológica, cultural y pastoral, adecuada al tipo de testimonio
al que están llamadas las consagradas, conseguida mediante el estudio
personal y los encuentros formativos también con expertos, ampliada y
profundizada constantemente; la experiencia espiritual, como la oración
personal y litúrgica, el camino penitencial, retiros y ejercicios
espirituales, que mantienen a la persona en una actitud de escucha
atenta y búsqueda constante de la voluntad de Dios; la inserción en un
tejido de relaciones eclesiales que favorezca el crecimiento integral de
la persona y que valore en especial las potencialidades del intercambio
de experiencias entre las consagradas, como también de las relacione
entre las aspirantes y las consagradas, particularmente las que
colaboran en el servicio de formación.
Además, es necesario que corresponda a itinerarios
orgánicamente estructurados, que prevean un desarrollo temporal
claramente articulado y periódicamente revisado, para que la atención
por la formación de cada aspirante, candidata y consagrada esté
acompañada e integrada con propuestas dirigidas unilateralmente al
conjunto de las aspirantes, de las candidatas y de las consagradas.
La práctica del acompañamiento espiritual
79. En cada fase de los itinerarios de discernimiento y
formación, se debe realizar el acompañamiento espiritual: la relación
constante y confiada con una persona que tenga un profundo espíritu de
fe y de sabiduría cristiana, que cada aspirante, candidata y consagrada
puede elegir libremente, representa una válida ayuda no solo para el
discernimiento vocacional, sino también para las decisiones que
fundamentalmente comprometen su vida.
Para garantizar la libertad personal en el ámbito de la
manifestación de la conciencia, el Delegado o Delegada para la atención
pastoral del Ordo virginum y las consagradas que colaboran en el
servicio de formación, se limitarán al ámbito externo y no entablarán
relaciones de acompañamiento espiritual con las aspirantes, candidatas o
consagradas. Se abstendrán también de pedir informaciones o pareceres
sobre las aspirantes, candidatas y consagradas a los respectivos
directores o acompañantes espirituales y confesores.
Discernimiento vocacional e itinerario formativo previo a la consagración
La dinámica del discernimiento vocacional y de la formación previa a la consagración
80. El discernimiento vocacional tiende a escrutar los signos por los que se expresa el carisma del Ordo virginum, con
su arraigo específico en la Iglesia particular y su forma
característica de estar presente en el contexto social y cultural. Para
bien de las personas interesadas y de la Iglesia, se han de favorecer
las condiciones que permitan realizar un discernimiento sereno y libre,
en el cual verificar, a la luz de la fe y de posibles
contraindicaciones, la veracidad de la vocación y la rectitud de
intenciones[89].
El itinerario formativo que precede a la consagración
debe brindar ocasiones para comprobar la intuición vocacional inicial y
al mismo tiempo avivar en las aspirantes y candidatas el deseo de una
unión cada vez más profunda con el Señor Jesús, de una respuesta cada
vez más libre y generosa a la llamada del Padre, de una correspondencia
cada vez más atenta, inteligente y dócil a la acción del Espíritu Santo.
Se puede hablar de un camino realmente formativo solo cuando se da una
verdadera experiencia de conversión, es decir de purificación, de
iluminación y de implicación cada vez más profunda y atrayente en el
seguimiento del Señor.
81. Generalmente, el discernimiento vocacional se lleva a
cabo mediante un proceso que abarca una constatación inicial respecto a
la admisión al itinerario de formación hacia la consagración, continua
durante todo ese proceso, y acaba cuando el Obispo diocesano decide la
admisión a la consagración. Se pueden distinguir oportunamente tres
momentos o fases: un primer período de acercamiento o propedéutico; un
segundo período de formación debidamente articulado en varias etapas con
sus objetivos y evaluaciones; y el discernimiento o escrutinio final.
82. En ningún caso se podrá iniciar el período
propedéutico antes de cumplir los dieciocho años de edad; para la
admisión a la consagración se deberá tener en cuenta la edad de casarse
tradicional en la región[90] y ordinariamente no se celebrará la consagración hasta que la candidata haya cumplido los veinticinco años de edad.
83. Corresponde al Obispo diocesano fijar, incluso
mediante el diálogo personal con las interesadas y valorando la
situación y las exigencias de cada una, las modalidades concretas de
desarrollo de los itinerarios formativos, para ofrecer a cada una la
posibilidad de profundizar el conocimiento de esta forma de vida en sus
fundamentos esenciales, y confrontar a su luz, de forma sincera y
realista, la propia experiencia espiritual y la modalidad concreta de
vivir.
Se mantendrá una estrecha interconexión entre el
discernimiento vocacional y el itinerario formativo previo a la
consagración, porque la admisión al itinerario formativo no implica la
obligación de la candidata a pedir la admisión a la consagración, ni la
obligación del Obispo a admitirla a la consagración.
Requisitos y criterios de discernimiento
84. La admisión a la consagración requiere que por la
edad, la madurez humana y espiritual, y por la estima que disfruta en la
comunidad cristiana donde está inserta, la candidata dé confianza de
poder asumir de forma responsable los compromisos que se derivan de la
consagración[91].
Requiere también que la persona nunca haya celebrado
nupcias y no haya vivido pública y manifiestamente en un estado
contrario a la castidad[92].
85. En el discernimiento vocacional se pondrá atención a
los signos que evidencien en la aspirante y en la candidata la
presencia de una intensa y viva experiencia espiritual, la autenticidad
de las motivaciones que la orientan hacia la consagración en el Ordo virginum y
la presencia de las actitudes que son necesarias para perseverar en la
vida de consagración dando testimonio positivo de la propia vocación.
Con sabiduría pedagógica y según el principio de
gradualidad, se comprobará la presencia de estos signos desde el periodo
propedéutico, para evaluar la admisión al itinerario formativo. Para la
formación previa a la consagración y el discernimiento conclusivo
acerca de la admisión a la consagración, estos signos constituyen puntos
cualificados de referencia.
86. Para comprobar la experiencia espiritual, revisten particular importancia:
a) el sentido de pertenencia a Cristo y el deseo de configurar la entera existencia « al Señor Jesús y a su total oblación »[93] como respuesta de amor a su amor infinito[94];
b) el sentido de pertenencia a la Iglesia, concretamente
experimentado en la participación en la vida de la comunidad cristiana,
mantenido por un amor profundo por la comunidad eclesial, por la
celebración de los sacramentos y por una actitud de filial obediencia al
Obispo diocesano;
c) el cuidado de la dimensión contemplativa de la vida y la
fidelidad a la disciplina espiritual, a los tiempos de oración, a sus
ritmos y a sus distintas formas;
d) la asiduidad en el camino penitencial, ascético y de acompañamiento espiritual;
e) el interés en profundizar el conocimiento de la Escritura,
de los contenidos de la fe, de la liturgia, de la historia y del
magisterio de la Iglesia;
f ) la pasión por el Reino de Dios, que dispone a interpretar
la realidad del propio tiempo según criterios evangélicos, a actuar en
la realidad con sentido de responsabilidad y amor preferencial por los
pobres;
g) la presencia de una intuición sintética y global de la
propia vocación, que demuestre un conocimiento realista de la propia
historia, de las propias cualidades – recursos, límites, deseos,
aspiraciones, motivaciones – y que sea coherente con la forma de vida
del Ordo virginum.
87. Para evaluar el grado de madurez humana, se tendrán presentes los signos siguientes:
a) un conocimiento realista de sí misma y una serena
conciencia objetiva de los propios talentos y de los propios límites,
unida a una clara capacidad de autodeterminación y a una adecuada y
suficientemente actitud para asumir responsabilidades.
b) la capacidad de establecer relaciones sanas, serenas y
oblativas, con hombres y mujeres, unida a una recta comprensión del
valor del matrimonio y la maternidad;
c) la capacidad de integrar la sexualidad en la identidad
personal y de orientar las energías afectivas para expresar su
femineidad en una vida casta que se abra a una gran fecundidad
espiritual[95];
d) la capacidad laboral y profesional con la cual proveer al propio sustento de manera digna;
e) una probada actitud para procesar sufrimientos y
frustraciones y también a dar y recibir el perdón como posibles pasos
hacia una plenitud humana;
f ) la fidelidad a la palabra dada y a los compromisos adquiridos;
g) un uso responsable de los bienes, de los medios de comunicación social y del tiempo libre.
88. En la orientación vocacional y cuando sea necesario
trazar las características de esta vocación y los requisitos de admisión
a la consagración, la condición virginal será presentada a partir de su
fundamento bíblico en el marco de una visión antropológica bien fundada
en la revelación cristiana, en la que se integran las diversas
dimensiones – corporal, psicológica, espiritual –, consideradas también
en conexión dinámica de las vivencias de la persona y en apertura a la
acción incesante de la gracia divina que la orienta, la guía y la
corrobora en el camino de santificación.
Como tesoro de gran valor que Dios deposita en vasija de barro (cf. 2 Cor 4,
7), de hecho, la vocación es un don inmerecido que alcanza la persona
en su humanidad concreta, siempre necesitada de redención y anhelante de
una plenitud de significado para su existencia. Encuentra su origen y
centro dinámico en la gracia de Dios que, con la ternura y la fuerza de
su amor misericordioso, actúa incesantemente en los acontecimientos
humanos, no pocas veces complejos y a veces contradictorios, para ayudar
a la persona a captar la singularidad y la unidad de su existencia y
permitirle hacer una entrega total de sí. En este contexto se tendrá
presente que la llamada a dar testimonio del amor virginal, esponsal y
fecundo de la Iglesia a Cristo, no se reduce al signo de la integridad
física, y que haber guardado el cuerpo en perfecta continencia o haber
vivido ejemplarmente la virtud de la castidad, aunque es de gran
importancia en orden al discernimiento, no constituye requisito
determinante en ausencia del cual sea imposible admitir a la
consagración.
El discernimiento exige, por tanto, mucha discreción y
cautela y debe hacerse individualmente. Cada aspirante y candidata es
llamada a examinar la propia vocación con respecto a su propia historia
personal, con veracidad y autenticidad delante de Dios, y con la ayuda
de un acompañamiento espiritual.
El recurso a expertos con competencia psicológica
89. En el discernimiento vocacional y en el itinerario
formativo previo a la consagración, en algunos casos puede resultar útil
recurrir a expertos en ciencias psicológicas[96]. Y, aunque
la vocación a la virginidad consagrada, en cuanto fruto de un don
particular de Dios, en su discernimiento final, excede las competencias
específicas de la psicología, estas últimas pueden ser integradas en el
marco global del discernimiento y de la formación, tanto para una
evaluación más segura de la situación psíquica de la aspirante o de la
candidata y de sus aptitudes para corresponder a la vocación, como
también para una ulterior ayuda en su crecimiento humano.
Puede solicitarse prudentemente una evaluación de la
personalidad en los casos que surja la duda acerca de la presencia de un
trastorno psíquico.
90. En todo caso, para poder recurrir a un experto en
ciencias psicológicas, es necesario un consenso previo de la persona
interesada, dado por escrito, consciente y libre; su honorabilidad y el
derecho a defender su propia intimidad, deberán ser tutelados siempre[97].
Al elegir a los expertos a quien dirigirse, hay que
asegurarse no solo de sus competencias profesionales, sino también de
que se inspiren en una antropología que comparta abiertamente el
concepto cristiano acerca de la persona humana y la vocación a la vida
consagrada[98]. Además, debe ser respetado siempre el secreto profesional del experto.
91. Si la evaluación realizada evidencia la presencia de
un disturbio psíquico o de una grave dificultad, en el discernimiento
vocacional el Obispo tendrá en cuenta la tipología, la gravedad y el
modo de influir sobre la psique de la persona y sobre sus actitudes a la
consagración.
El período propedéutico
92. El período propedéutico tiene como finalidad
comprobar las condiciones y las evaluaciones necesarias para un
fructuoso camino de formación en vista a la consagración.
Su duración y las modalidades concretas de su desarrollo
deben permitir un eficaz conocimiento de la aspirante por parte del
Obispo, del Delegado o de la Delegada y de las consagradas que colaboran
en el servicio de formación, y al mismo tiempo permitir a la aspirante
conseguir un conocimiento de los aspectos esenciales de la consagración y
de la forma de vida del Ordo virginum, de manera que pueda contrastarlos con su propia intuición vocacional. Para esto, ordinariamente se debe prever la duración de uno o dos años.
93. En el diálogo con el Obispo, el Delegado o la
Delegada, o alguna de las consagradas que colaboran en el servicio de
formación, la aspirante será invitada a presentar su propia historia, su
manera de vivir en la actualidad, y las motivaciones que la inducen a
orientarse hacia esta forma de vida.
Desde los inicios, es bueno verificar en la aspirante el
haber recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, así como no
haber contraído nunca matrimonio, como también, no haber vivido
públicamente y en un estado contrario a la castidad, es decir, en una
condición estable de concubinato o situaciones análogas de manifiesto
dominio público[99].
Teniendo en cuenta el precedente camino de fe, y, por
tanto, la situación concreta y preparación de cada aspirante, se podrán
proponer itinerarios catequéticos, de estudio y de reflexión, sobre la
vida consagrada en general y sobre aspectos fundamentales de la vida
cristiana.
94. En los encuentros que tendrá periódicamente con el
Obispo, el Delegado o la Delegada, o alguna de las consagradas que
colaboran en el servicio de formación, la aspirante será invitada a
verificar su propia experiencia de fe y su intuición vocacional a partir
de las temáticas propuestas.
En el ámbito del acompañamiento espiritual encontrará
ulteriores posibilidades de manifestar su propia vivencia, de releer
también los aspectos más dolorosos y oscuros de su vida a la luz de la
Palabra de Dios, de comenzar o consolidar procesos de sanación interior
que le permitan disponerse a acoger la gracia de la vocación de forma
más libre y plena.
Allí donde sea posible y teniendo en cuenta las
circunstancias concretas, se favorecerá el conocimiento entre las
aspirantes y alguna consagrada del Ordo virginum, quienes con su propio testimonio, podrán ayudar en el proceso de discernimiento vocacional.
En caso de haber varias aspirantes, se considerará la
utilidad y oportunidad de proponer momentos de encuentro, de
conocimiento recíproco, y de reflexión común, conservando, con todo,
espacios de diálogo personal y reservado para cada una de ellas con el
Obispo, el Delegado o la Delegada, o alguna de las consagradas que
colaboran en el servicio de formación.
95. Con especial cuidado se verificará la manera en que
la aspirante participa de la vida de la comunidad cristiana.
Oportunamente, los elemento de conocimiento ofrecidos por la misma
interesada se integrarán asumiendo también las informaciones de
sacerdotes u otras personas que la conocen bien.
También se puede pedir a la interesada que presente la documentación relativa a sus estudios y trabajos.
Cuando se trate de una persona que proviene de otra forma
de vida consagrada, para conseguir los elementos necesarios de
evaluación, el Obispo se preocupará de obtener de la institución
interesada informaciones oportunas para poder discernir. Además, pedirá a
la interesada un tiempo congruente para la separación y comprobará con
atención su inserción en el contexto eclesial y social.
96. Si al final del período propedéutico, la aspirante
lo pide y el conocimiento que se tiene de ella induce a pensar que puede
seguir positivamente en la formación previa a la consagración, el
Obispo la admitirá al itinerario formativo previo a la consagración.
El itinerario de formación previo a la consagración
97. El itinerario de la formación previa a la
consagración tiene el doble objetivo de consolidar la formación
cristiana de la candidata y ofrecerle las herramientas necesarias
para ahondar en la comprensión vital de los elementos específicos y las
responsabilidades que se desprenden de la consagración en el Ordo virginum.
Su duración y modalidades concretas de desarrollo deben
ser de tales que permitan a la candidata una efectiva elaboración
personal de las diversas aportaciones formativas, de forma que pueda
madurar, con conciencia y libertad conveniente, la decisión de petición
de la admisión a la consagración. Ordinariamente se puede prever la
duración de dos o tres años.
El itinerario formativo será fructífero si la candidata,
mientras se confronta con la fisonomía vocacional propia de esta forma
de vida consagrada, progresivamente adquiere la libertad necesaria para
dejarse educar y formar cada día de la experiencia, ahondando en el
conocimiento de sus propias potencialidades y limitaciones, lo que en
ella pone resistencia o favorece la correspondencia a la acción del
Espíritu, y aprende a captar en cada situación de su vida, los esbozos
de verdad, belleza y bondad en los que se hace presente y operativa la
gracia de Dios. Esta fundamental actitud de situarse ante la realidad
con atención, inteligencia y sentido de responsabilidad, suscitada y
motivada por el deseo de crecer en el amor de Cristo, la llevará a
madurar su disponibilidad para proseguir en un compromiso formativo
constante, después de recibir la consagración.
98. El compromiso del Obispo, el Delegado o la Delegada y
de las consagradas que colaboran en el servicio de la formación
consistirá, pues, en cuidar que la candidata reciba una presentación
orgánica del carisma y de la fisonomía de esta forma de vida; en
acompañarla mientras intensifica la vida espiritual y profundiza en
ella; en observar cómo se armoniza y configura su vida concreta en
docilidad a la acción del Espíritu. De este modo, se recogerán los datos
necesarios para el discernimiento conclusivo de la admisión a la
consagración.
Los encuentros frecuentes y regulares con el acompañante
espiritual serán para la candidata una preciosa ayuda para crecer en
capacidad de discernir el plan de Dios, integrar en síntesis sapiencial
las aportaciones formativas, e interpretar con una mirada de fe las
distintas experiencias de su vida: oración, trabajo, relaciones y
servicios eclesiales, relaciones con familiares, relaciones de amistad,
estudio y profundización cultural, compromiso caritativo y social,
experiencia del propio límite y de su propia fragilidad, compromiso
ascético, etc.
99. Es importante que la candidata sea acompañada para
dar al camino de oración una forma regular y constante, con la
participación, posiblemente cotidiana, de la Eucaristía, la celebración
de la Liturgia de las Horas, al menos Laudes y Vísperas, la meditación
de la Sagrada Escritura y la devoción mariana. Se pretende, sobre todo,
ayudarla a consolidar el amor por la oración y a desarrollar la
capacidad de organizar el ritmo de la jornada, de la semana y el año, de
manera que asegure la experiencia del diálogo con el Señor[100].
100. Ya que esta forma de vida consagrada está
arraigada en la Iglesia particular, la candidata cultivará la unión con
la comunidad eclesial, sea valorando aquellas tramas de relaciones
fraternales que constituyen el tejido ordinario y cotidiano de la
experiencia eclesial, sea, tanto cuanto pueda, participando en los
eventos diocesanos más significativos.
Para dar consistencia a la unión con la Iglesia
particular, es conveniente que la candidata adquiera un adecuado
conocimiento de su historia, de las instituciones, de las tradiciones
espirituales, de las opciones pastorales y de las experiencias
proféticas en ella presente, como también las dificultades que debe
afrontar y también las heridas que son motivo de sufrimiento.
Según las aptitudes, las posibilidades efectivas y los
carismas de cada una, el compromiso de edificación de la comunidad podrá
concretarse en un servicio pastoral o en otra forma de testimonio, que,
en el contexto social y cultural en el que vive, exprese la
colaboración en la misión evangelizadora y de promoción humana de la
Iglesia.
101. Para una correcta comprensión del Ordo virginum, serán
propuestos al estudio y la meditación de la candidata la historia de la
vida consagrada y su valor de signo profético en la Iglesia y en el
mundo, a partir de los textos fundamentales: la Sagrada Escritura, la
tradición patrística, la reflexión teológica, con referencia particular
al Concilio Vaticano II y a las intervenciones más recientes del
Magisterio eclesial.
Con particular atención, se presentarán y profundizarán
los fundamentos teológicos, históricos, litúrgicos, eclesiológicos,
jurídicos de la forma de vida propia del Ordo virginum introduciendo
a la candidata a un conocimiento profundo del rito de consagración de
vírgenes, en su estructura dinámica y en su significado eclesial.
102. Se deberá cuidar además un adecuado conocimiento y
asimilación de los fundamentos de la antropología cristiana, de modo que
la maduración de la opción de consagración se conciba desde una
comprensión equilibrada de la sexualidad y de la afectividad humana, de
relacionalidad y de la libertad, de la entrega de sí, del sacrificio,
del sufrimiento. En este marco, en el itinerario formativo podrá también
tener valor la contribución de las ciencias humanas, en particular la
psicología y la pedagogía, para poner a la candidata en condiciones de
comprender mejor algunas dinámicas relacionales y de desarrollo humano, y
por lo tanto, también, de la propia historia personal y del propio modo
de relacionarse con los demás.
Cuando las condiciones concretas de la vida y las
aptitudes de las personan lo permitan, se animará a la candidata a
asistir a cursos de estudios en las Facultades Teológicas, Institutos de
Ciencias Religiosas u otras instituciones análogas. No se descuidará,
en ningún caso, una adecuada preparación teológica en los campos
bíblico, litúrgico, espiritual, eclesiológico, moral.
103. Se fomentarán ocasiones de conocimiento, de formación
y de intercambio de experiencias con las demás candidatas y demás
consagradas presentes en la Diócesis. En el caso de que no las haya, se
considerará la posibilidad de establecer relaciones para conocerse y de
intercambio fraterno con las candidatas o consagradas de Diócesis
vecinas.
La admisión a la consagración y el cuidado de su celebración
104. Al final del itinerario formativo acordado con el
Obispo, después de un atento discernimiento personal y con el
acompañante espiritual, la candidata presentará al Obispo la petición de
admisión. Conviene que tal petición sea expresada en un escrito
autógrafo que refiera el parecer del acompañante espiritual.
Luego, el Obispo se hace cargo del discernimiento
definitivo. Para tal fin, recogerá las informaciones oportunas de todos
aquellos que han acompañado el camino de la candidata, excepto las que
podría aportarle el acompañante espiritual. Particularmente, deberá
pedirse al Delegado o Delegada, si está nombrado/a, un parecer motivado
sobre la admisión. Contribuirán también en la elaboración de este
parecer, las consagradas implicadas en el servicio de formación, si lo
hay.
105. La admisión a la consagración exige la certeza moral
sobre la autenticidad de la vocación de la candidata, la existencia real
de un carisma virginal y la subsistencia de las condiciones y de los
presupuestos para que la interesada acoja y corresponda a la gracia de
la consagración, y pueda testimoniar de forma elocuente la propia
vocación, perseverando en ella y creciendo en donación generosa al Señor
y a los hermanos.
106. Si la evaluación llevara a admitirla a la
consagración, el Obispo acordará con la candidata la fecha y el lugar de
la celebración, considerando al respecto las indicaciones contenidas en
el Pontifical.
Es conveniente preparar a la comunidad a una fructuosa
participación en la liturgia de la consagración, con la invitación a
acompañar a la consagrada en la oración y con una catequesis específica
sobre las características de esta vocación. En la preparación y
desarrollo del rito, se cuidará introducir la asamblea al misterio
nupcial de Cristo y de la Iglesia que se celebra, a través de la noble
sobriedad de los gestos, de los cantos, de los signos propuestos.
107. La consagración, una vez que ha tenido lugar, será documentada mediante la inscripción en el registro del Ordo virginum, en el que firmarán el ministro celebrante, la interesada y dos testigos, y que ordinariamente se guardará en la Curia diocesana. Se
dará el correspondiente certificado a la interesada. Además, es
conveniente que el Obispo dé disposiciones para que la consagración
celebrada se comunique al párroco competente para que se anote en el
registro de bautismos.
Formación permanente
La atención a la formación permanente
108. El cuidado de la formación permanente encuentra su
fundamento en la exigencia de corresponder a la vocación recibida cada
vez más plenamente[101].
Esta vocación pide una disponibilidad constante para
aprender de la experiencia, la disposición para dejarse conducir por el
Espíritu en el dinamismo de la fe, proyectando a la luz del Evangelio,
el significado de las distintas fases de la vida y su modo de dar razón
de la esperanza cristiana ante las solicitudes de la cultura
contemporánea.
El avance de la edad, que va acompañado del cambio de los
compromisos, de los contextos relacionales, de las condiciones de
salud, requiere de las consagradas descubrir en cada fase de la vida la
belleza y la fecundidad de su consagración, armonizando los contenidos y
modalidades de la formación.
Debe abarcar todas las dimensiones de la vida de la
consagrada: su ser mujer en un determinado contexto cultural y social,
discípula de Cristo en la Iglesia peregrina en la historia, llamada a
ser signo peculiar del amor esponsal de Cristo y la Iglesia, como
consagrada según la forma de vida propia del Ordo virginum.
109. La formación permanente exige, pues, de parte de cada consagrada, humildad, atención, inteligencia y creatividad.
En este marco, las iniciativas específicas para la
formación permanente son herramientas que tratan de acompañar la
comprensión cada vez más profunda del carisma virginal, favorecer la
integración de la vivencia en la entrega total al Señor y sostener a las
consagradas en el compromiso de vivir las responsabilidades que se
derivan de la consagración.
Compromiso personal y dimensión comunional
110. El proyecto de itinerarios de formación permanente
fructíferos requiere armonizar el compromiso personal de la formación
con la dimensión comunional característica del Ordo virginum.
Se trata, de hecho, de identificar las prioridades y los
medios más idóneos para una formación sólida, que esté atenta a las
exigencias y al carisma de cada una. Al mismo tiempo, es necesario que
dichos itinerarios expresen y apoyen la experiencia de comunión que une a
las consagradas del Ordo virginum.
Esto conlleva un doble ejercicio de corresponsabilidad:
por parte de cada consagrada en su relación con el Obispo o el Delegado o
la Delegada, para trazar y examinar cómo vive el compromiso de la
formación; y del conjunto de las consagradas de la Diócesis con el
Obispo o con el Delegado o la Delegada, para proyectar, realizar y
verificar un programa de formación compartido y específico para las
consagradas del Ordo virginum.
111. Para este segundo aspecto, teniendo en cuenta las
circunstancias concretas, el Obispo o el Delegado o la Delegada
promoverán encuentros e iniciativas formativas para todas las
consagradas, valorando la contribución que cada una puede ofrecer a la
programación, organización, realización específica y las necesarias
evaluaciones. Para dar una expresión continuada y orgánica a este
ejercicio de corresponsabilidad, el Obispo podrá acordar con las
consagradas las modalidades para disponer de un equipo o un servicio de
formación permanente, que pueda articular el servicio de comunión.
Una especial atención deberá dirigirse a las consagradas
que por edad avanzada, razones de salud u otros motivos serios, no
puedan asistir a los encuentros formativos, en la medida de lo posible,
se utilizarán medios de comunicación a distancia para permitirles su
participación en el itinerario compartido.
En el caso de que en una Diócesis sólo haya una
consagrada, o que el número de consagradas sea muy reducido, con el
acuerdo de los Obispos respectivos, es posible prever iniciativas de
formación compartidas entre las consagradas de las Diócesis vecinas.
Además, las consagradas sabrán valorar para la propia
formación, tanto las iniciativas y actividades propuestas en la
comunidad cristiana como las ocasiones de formación válida que les
ofrece su propio contexto social y de trabajo.
Indicaciones sobre el contenido y el método
112. Es necesario que las propuestas formativas específicos para las consagradas del Ordo virginum armonicen,
con sabiduría pedagógica, la profundización de temáticas fundamentales
de la vida cristiana y, particularmente, las más típicas de esta forma
de vida consagrada y la reflexión sobre cuestiones actuales sobre las
cuales sea necesario realizar un serio discernimiento evangélico.
No faltará el conocimiento de la Escritura, del saber
teológico y de las dinámicas del camino espiritual, como también la
atención al magisterio y a las propuestas pastorales del Obispo
diocesano y del Papa.
Es importante que la dimensión intelectual de la
formación no esté aislada, sino que se integre en el crecimiento de la
vida según el Espíritu, continuamente estimulada y evaluada en relación a
la capacidad de establecer y guardar relaciones de tipo fraterno.
Se cuidará, asimismo, de que los encuentros y las
iniciativas formativas se conviertan para las consagradas en ocasiones
reales de comunicaciones de fe y edificación recíproca. Además, la
oración común será el soporte del itinerario formativo; no se descuidará
la atención pedagógica a las dinámicas de las relaciones vividas en el Ordo virginum, promoviendo
la acogida y la estima recíproca, la benevolencia y la inteligente
gestión de las tensiones y conflictividades que se presenten, para que
se transformen en ocasiones de crecimiento.
113. Los encuentros y las iniciativas formativas podrán
consistir concretamente en lecciones y conferencias, intercambio de
experiencias, escuchas de testimonios, puesta en común de lecturas,
seminarios, retiros, o ejercicios espirituales, semanas bíblicas,
peregrinaciones, profundizaciones de tipo cultural, etc.
Puede desempeñar una función de integración de los
itinerarios formativos diocesanos los encuentros y diversas iniciativas
formativas interdiocesanas, espacialmente los organizados por los
servicios de comunión estables instituidos en una determinada agrupación
de Iglesias particulares, de acuerdo con las Conferencias Episcopales
interesadas y el correspondiente Obispo referente para el Ordo virginum,
si ha sido nombrado. En las programaciones, realizaciones y
evaluaciones de tales eventos, deberá ser promovida la
corresponsabilidad de todas las consagradas de las Diócesis interesadas.
Conclusión
114. El Señor Jesús formó una única Iglesia de entre todas las naciones y se unió místicamente a ella con amor esponsal. Este
misterio admirable, que se realiza en la celebración eucarística, es el
principio de la unidad y de la santidad de la Iglesia, de su misión
universal y de su capacidad de vivificar con el anuncio del Evangelio
toda esperanza humana y toda cultura. Contemplando este misterio, la
Iglesia reconoce como don del Espíritu el florecer del Ordo virginum y lo acoge con gratitud.
Precedidas y sostenidas por la gracia de Dios, las
mujeres que reciben esta consagración son llamadas a vivir en docilidad
al Espíritu Santo, a experimentar el dinamismo transformante de la
Palabra de Dios que hace de tantas mujeres diferentes una comunión de
hermanas, y anunciar el Evangelio de salvación con la palabra y la vida,
para llegar a ser imagen de la Iglesia Esposa que, viviendo únicamente
para Cristo Esposo, lo hace presente en el mundo.
A María, icono perfecto de la Iglesia, las vírgenes
consagradas vuelven sus ojos, como estrella que orienta su camino. A su
materna protección la Iglesia las confía.
115. Te alabamos,
Virgen Madre de Dios,
mujer de la Alianza,
de la espera y el cumplimiento.
Se madre y maestra
de las vírgenes consagradas
para que imitándote
acojan con alegría el Evangelio
y en él descubran, todos los días,
con humildad y asombro,
el origen santo
de su vocación esponsal.
Virgen de las vírgenes,
fuente sellada, puerta del cielo,
inspira y acompaña
a estas hermanas nuestras,
para que tengan el don
del discernimiento espiritual
y, peregrinas en la historia,
vivan el dinamismo de la profecía
con libertad y valentía,
con determinación y ternura.
Mujer colmada de gracia
y sobreabundante de caridad,
Virgen hecha Iglesia,
bendice sus caminos,
para que la esperanza
oxigene sus mentes
y dilate sus corazones
orientando todos sus pasos,
y la fe
haga laboriosas y creativas
sus manos,
para que sus vidas sean fecundas y,
anticipando aquí y ahora
la realidad del Reino,
difundan y edifiquen
el pueblo de Dios,
participando en su misión
real, profética y sacerdotal.
Te proclamamos bienaventurada,
Mujer del Magníficat
Madre del Evangelio viviente,
y para estas hermanas te pedimos:
únelas a tu canto,
hazlas partícipes en tu danza,
para que siguiendo al Cordero
a donde quiera que vaya,
con las lámparas encendidas,
puedan conducirnos
también a nosotros
al banquete de las bodas eternas
al abrazo definitivo con el Amor
que nunca tendrá fin.
(Aprobado por el Santo Padre en la Audiencia del 8 de junio de 2018)
Ciudad del Vaticano, 8 de junio de 2018
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
João Braz Card. de Aviz
Prefecto
+José Rodríguez Carballo, O.F.M.
Arzobispo Secretario
________________________
[1] Entre los testimonios más antiguos, el de Clemente Romano (Clemens Romanus, Ep. Ad Corinthios 38, 2: SCh 167,162) y de Ignacio de Antioquía (Ignatius Antiochensis, Ep. Ad Smyrnenses XXIII: PG 5, 717-718; Ep. Ad Policarpum V, 2: PG 5, 723-724).
[2] Hacia el año 150, Justino afirmaba: « Son muchos los
hombres y las mujeres, hechos discípulos de Cristo desde niños, que
permanecen puros hasta los sesenta y setenta años. Y me glorío de poder
citaros ejemplos de ellos de entre todas las clases sociales »:
Iustinus, Apol. pro christ., c. 15: PG 6, 349. Atenágoras
de Atenas, en el año 177, escribía a Marco Aurelio: « Podrás encontrar
muchos de los nuestros, hombres y mujeres, que encanecen sin casarse,
con la esperanza de unirse más estrechamente con Dios! »: Athenagoras
Atheniense, Legatio pro christianis XXXII: OTAC VII, 172.
[3] Ignatius Antiochensis, Ep. Ad Polycarpum V, 2: PG 5, 723-724.
[4] Inicialmente, la cercanía de esta forma de vida a la
de las viudas consagradas comportaba también la falta de una distinción
clara entre ambas, como aparece en los escritos de Ignacio de Antioquía,
que al inicio del siglo II saludaba a « las vírgenes llamadas viudas »
de la comunidad de Esmirna: Ignatius Antiochensis, Ep. Ad Smyrn. XIII: PG
5, 717-718. En las Constituciones Apostólicas de la segunda mitad del
siglo IV, las vírgenes aparecen, junto a viudas y diaconisas, como
miembros institucionales de la comunidad cristiana.
[5] Cf. por ejemplo Atanasio, en: Athanasius, Apol. ad Constant. 33: PG 25, 640; Ambrosio, en: Ambrosius, De virginibus, lib. I, c. 8, n. 52: PL 16, 202.
[6] Expresiones que aparecen en Basilio: Basilius, Ep. 199 Ad Amphilochium: PG 32, 717.
[7] Cf. Ambrosius, De virginibus, lib. III, cc. 1-3, nn. 1-14: PL 16, 219-224; De institutione virginis, c. 17, nn. 104-114: PL 16, 333-336. Cf. Sacramentarium Leonianum XXX: PL 55, 129.
[8] Cyprianus, De habitu virginum III: PL 4, 443.
[9] Pontificale Romanum ex Decreto Sacrosancti Concilii
Œcumenici Vaticani II instauratum auctoritate PP. Pauli VI promulgatum,
Ordo Consecrations Virginum, Editio typica, Typis Polyglottis Vaticanis, Civitas Vaticana 1970.
[10] Juan Pablo II, Const. Ap. Pastor bonus (28 de junio de 1988), 105.
[11] Catecismo de la Iglesia Católica, 922-924.
[12] Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996).
[13] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio (19 de mayo de 2002), 19.
[14] Congregación para los Obispos, Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos Apostolorum Succesores (22 de febrero de 2004), 104.
[15] Juan Pablo II, Discurso a las participantes al Congreso Internacional del Ordo virginum, en el 25º aniversario de la promulgación del rito, Roma (2 de junio de 1995).
[16] Benedicto XVI, Discurso a las participantes al Congreso del Ordo virginum sobre el tema “Virginidad consagrada en el mundo: un don para la Iglesia y en la Iglesia”, Roma (15 de mayo de 2008).
[17] « Las palabras de Cristo (Mt 19, 11-12) parten
de todo el realismo de la situación del hombre y lo llevan con el mismo
realismo fuera, hacia la llamada en la que, aún permaneciendo, por su
naturaleza, ser “doble” (esto es, inclinado como hombre hacia su mujer, y
como mujer hacia el hombre), es capaz de descubrir en esta soledad
suya, que no deja de ser una dimensión personal de la duplicidad de cada
uno, una nueva e incluso aún más plena forma de comunión intersubjetiva
con los otros. Esta orientación de la llamada explica de modo explícito
la expresión: “Por el Reino de los cielos”: efectivamente, la
realización de este Reino debe encontrarse en la línea del auténtico
desarrollo de la imagen y semejanza de Dios, en su significado
trinitario, esto es, propio de “comunión”. Al elegir la continencia por
el Reino de los cielos, el hombre tiene concien-cia de poder realizarse
de este modo a sí mismo “diversamente” y, en cierto sentido, “más” que
en el matrimonio, convirtiéndose en “don sincero para los demás” »: Juan
Pablo II, Audiencia (7 de abril de 1982).
[18] « La continencia “por el Reino de los cielos”, la
opción por la virginidad o por el celibato para toda la vida, ha venido a
ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo,
un acto de respuesta especial al amor del Esposo divino y, por esto, ha
adquirido el significado de un acto de amor esponsálico, es decir, de
una donación esponsálica de sí, a fin de corresponder de modo especial,
al amor esponsálico del Redentor; una donación de sí, entendida como
renuncia, pero hecha sobre todo por amor »: Juan Pablo II, Audiencia (28 de abril de 1982).
[19] « El ser humano viviente, varón y mujer, […] elige
con libre voluntad la continencia “por el Reino de los cielos” […]
manifiesta […] la “virginidad” escatológica del hombre resucitado, en el
que se revelará, el absoluto y eterno significado esponsalico del
cuerpo glorificado en la unión con Dios mismo, mediante una perfecta
intersubjetividad, que unirá a todos los “partícipes del otro mundo”,
hombres y mujeres, en el misterio de la comunión de los santos. La
continencia terrena por “el Reino de los cielos” es, sin duda, un signo
que indica esta verdad y esta realidad. Es signo de que el cuerpo, cuyo
fin no es la muerte, tiende a la glorificación y, por esto mismo, es ya,
diría, entre los hombres un testimonio que anticipa la resurrección
futura. Sin embargo, este signo carismático del “otro mundo” expresa la
fuerza y la dinámica más auténtica del misterio de la “redención del
cuerpo”; un misterio que ha sido grabado por Cristo en la historia
terrena del hombre y arraigado por Él profundamente en esta historia.
Así, pues, la continencia “por el Reino de los cielos” lleva sobre todo
la impronta de la semejanza con Cristo, que, en la obra de la redención,
hizo Él mismo esta opción “por el Reino de los cielos” »: Juan Pablo
II, Audiencia (24 de marzo de 1982).
[20] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 1.
[21] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 1; Catecismo de la Iglesia Católica, 1667-1672; Código de Derecho Canónico, can. 1166-1169.
[22] Cf. Ordo consecrationis virginum, 17 y 22-23.
[23] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 1; Ordo consecrationis virginum, 16, 24.
[24] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 1.
[25] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Cost. past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 1.
[26] Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 7 y 42.
[27] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 604.
[28] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 368 y can. 381 § 2.
[29] Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 14.
[30] Cf. Ordo consecrationis virginum, 16.
[31] Cf. Juan Pablo II, Cart. Ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 17-20.
[32] « La castidad de los célibes y de las vírgenes, en cuanto manifestación de la entrega a Dios con corazón indiviso (cf. 1 Cor7,
32-34), es el reflejo del amor infinito que une a las tres Personas
divinas en la profundidad misteriosa de la vida trinitaria »: Juan Pablo
II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996),
21. « La integridad de la fe también se ha relacionado con la imagen de
la Iglesia virgen, con su fidelidad al amor esponsal a Cristo:
menoscabar la fe significa menoscabar la comunión con el Señor »:
Francisco, Cart. Enc. Lumen fidei (29 de junio de 2013), 48.
[33] « El amor esponsal comporta siempre una
disponibilidad singular para volcarse sobre cuantos se hallan en el
radio de su acción. En el matrimonio esta disponibilidad – aun estando
abierta a todos – consiste de modo particular en el amor que los padres
dan a sus hijos. En la virginidadesta disponibilidad está abierta a todos los hombres, abrazados por el amor de Cristo esposo »: Juan Pablo II, Cart. Ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 21.
[34] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, VIII.
[35] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 287.
[36] Cf. Ambrosius, De virginibus, lib. II, c. 3, n. 19: PL 16, 211.
[37] Cf. Juan Pablo II, Cart. Enc. Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987), 6.
[38] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 287.
[39] Ibíd, 288.
[40] Ibíd.
[41] Cf. Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 1.
[42] Benedicto XVI, Discurso a las participantes al Congreso del Ordo virginum sobre el tema “Virginidad consagrada en el mundo: un don para la Iglesia y en la Iglesia” (15 de mayo de 2008), 5; Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata(25 de noviembre de 1996), 18.
[43] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 2.
[44] « Los dones carismáticos, por lo tanto, se
distribuyen libremente por el Espíritu Santo, para que la gracia
sacramental lleve sus frutos a la vida cristiana de diferentes maneras y
en todos sus niveles. Dado que estos carismas “tanto los
extraordinarios como los más comunes y difundidos, de-ben ser recibidos
con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las
necesidades de la Iglesia” a través de su riqueza y variedad, el Pueblo
de Dios puede vivir en plenitud la misión evangelizadora, escrutar los
signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio. Los dones
carismáticos, de hecho, mueven a los fieles a responder libremente y de
manera adecuada al mismo tiempo, al don de la salvación, haciéndose a
sí mismos un don de amor para otros y un auténtico testimonio del
Evangelio para todos los hombres »: Congregación para la Doctrina de la
Fe, Cart. Iuvenescit Ecclesia (15 de mayo de 2016), 15.
[45] « Entre vosotras hay diversos estilos y modalidades
de vivir el don de la virginidad consagrada […]. Os exhorto a ir más
allá de las apariencias, captando el misterio de la ternura de Dios que
cada una lleva en sí y reconociéndoos como hermanas, dentro de vuestra
diversidad »: Benedicto XVI, Discurso a las participantes al Congreso al Ordo virginum sobre el tema “Virginidad consagrada en el mundo: un don para la Iglesia y en la Iglesia”, Roma (15 de mayo de 2008), 5.
[46] « Para progresar en el camino evangélico,
especialmente en el período de formación y en ciertos momentos de la
vida, es de gran ayuda el recurso humilde y confiado a la dirección espiritual,
merced a la cual la persona recibe ánimos para responder con
generosidad a las mociones del Espíritu y orientarse decididamente a la
santidad »: Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 95.
[47] Cf. Benedicto XVI, Discurso a las participantes en el Congreso del Ordo virginum sobre el tema “Virginidad consagrada en el mundo: un don para la Iglesia y en la Iglesia”, Roma (15 de mayo de 2008), 4-5.
[48] Agustinus, De sancta virginitate, c. 54: PL 40, 428.
[49] « La gran tradición patrística nos enseña que los
misterios de Cristo están unidos al silencio, y solo en él la Palabra
puede encontrar morada en nosotros, como ocurrió con María »: Benedicto
XVI, Ex. Ap. post-sinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 66.
[50] « La ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo »: Hieronymus, Commentarii in Isaiam, Prólogo, CCL 73, 1: PL 24, 17.
[51] « La Eucaristía es el sacramento del Esposo, de la
Esposa. La Eucaristía hace presente y realiza de nuevo, de modo
sacramental, el acto redentor de Cristo, que “crea” la Iglesia, su
cuerpo. Cristo está unido como el esposo con la esposa »: Juan Pablo II,
Cart. Ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 26.
[52] « Aquí se puede llevar a cabo en plenitud la
intimidad con Cristo, la identificación con Él, la total conformación a
Él, a la cual los consagrados están llamados por vocación »:
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de
Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio(19 de mayo de 2002), 26.
[53] Francisco, Bula Misericordiae vultus (11 de abril de 2015), 17.
[54] « Celebrar el Sacramento de la Reconciliación
significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la
infinita misericordia del Padre »: Francisco, Audiencia (19 de febrero de 2014).
[55] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 2.
[56] Ambrosius, De institutione virginis, c. 6, n. 46: PL 16, 320.
[57] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 663 § 4.
[58] « La ascesis, ayudando a dominar y corregir las
tendencias de la naturaleza herida por el pecado, es verdaderamente
indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a la propia
vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz »: Juan Pablo II, Ex.
Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 38.
[59] « La vocación de las personas consagradas a buscar
ante todo el reino de Dios es, principalmente, una llamada a la plena
conversión, en la renuncia de sí mismo para vivir totalmente en el
Señor, para que Dios sea todo en todos. Llamados a contemplar y
testimoniar el rostro “transfigurado” de Cristo, son llamados también a
una existencia transfigurada »: Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 35.
[60] « Esta es por tanto la regla de la conversión:
alejarse del mal y aprender a hacer el bien. Convertirse es un camino.
Es un camino que requiere valentía para alejarse del mal y humildad para
aprender a hacer el bien. Y que, sobre todo, tiene necesidad de cosas
concretas »: Francisco, Meditación matutina en la Capilla de la Casa Santa Marta, Aprender a hacer el bien (14 de marzo de 2017).
[61] Cf. Benedicto XVI, Discurso a las participantes al Congreso del Ordo virginum sobre el tema “Virginidad consagrada en el mundo: don para la Iglesia y en la Iglesia”, Roma (15 de mayo de 1998), 4-5.
[62] Cf. Francisco, Cat. Enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), 222-227.
[63] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 273.
[64] « Para ser evangelizadores de alma también hace falta
desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente,
hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La
misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su
pueblo. […] Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez
más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo, de tal
modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia »:
Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 268.
[65] Pablo VI, Ex. Ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 70.
[66] Cf. Ordo consecrationis virginum, 16; Juan Pablo II, Discurso a las participantes al Congreso internacional del Ordo virginum, en el 25º aniversario de la promulgación del rito, Roma (2 de junio de 1995), n. 6; Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium
(24 de noviembre de 2013), 197-216. « Para la Iglesia la opción por los
pobres es una categoría teológicas antes que cultural, sociológica,
política o filosófica »: Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 198.
[67] Francisco, Cart. En. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), 127.
[68] Ibíd, 220.
[69] Ibíd, 237.
[70] Cf. Juan Pablo II, Discurso a las participantes al Congreso internacional del Ordo virginum, en el 25º Aniversario de la promulgación del rito, Roma (2 de junio de 1995), 4.
[71] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 680.
[72] Cf. Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), 103-104.
[73] « El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio »: Francisco, Discurso con ocasión de la Conmemoración del 50º Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, Roma (17 de octubre de 2015).
[74] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 6.
[75] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 14 y 16.
[76] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 5; Ordo consecrationis virginum, 2 y 16.
[77] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 6.
[78] Cf. Congregación para los Obispos, Directorio para el Ministerio Pastoral de los Obispos Apostolorum Succesores (22 de febrero de 2004), 104.
[79] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1303 § 1.
[80] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 604 § 2.
[81] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Cart. Iuvenescit Ecclesia (15 de mayo de 2016), 16.
[82] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 684 y 685.
[83] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 695.
[84] Cf. Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata, (25 de marzo de 1996), 19.
[85] Ibíd, 69.
[86] Ibíd, 65 y 69-70.
[87] « Es muy importante que toda persona consagrada sea
formada en la libertad de aprender durante toda la vida, en toda edad y
en todo momento, en todo ambiente y contexto humano, de toda persona y
de toda cultura, para dejarse instruir por cualquier parte de verdad y
belleza que encuentra junto a sí. Pero, sobre todo, deberá aprender a
dejarse formar por la vida de cada día, por su propia comunidad y por
sus hermanos y hermanas, por las cosas de siempre, ordinarias y
extraordinarias, por la oración y por el cansancio apostólico, en la
alegría y en el sufrimiento, hasta el momento de la muerte »:
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de
Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio (19 de mayo de 2002), 15.
[88] « La tentación del individualismo. Es la
tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de
pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún
tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es
la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de
un miembro está vinculada a la santidad de todos. El individualismo es,
en cambio, motivo de escándalo y de conflicto »: Francisco, Discurso con ocasión del Encuentro de Oración con el Clero, los Religiosos, las Religiosas y los Seminaristas, El Cairo (29 de abril de 2017).
[89] Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio (19 de mayo de 2002), 18.
[90] Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1072.
[91] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 5 b).
[92] Cf. Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 5 a) y 5 b).
[93] Juan Pablo II, Ex. Ap. post-sinodal Vita consecrata (25 de marzo de 1996), 65.
[94] Cf. Juan Pablo II, Discurso a las participantes al Congreso internacional del Ordo virginum, en el 25º Aniversario de la promulgación del rito, Roma (2 de junio de 1995), 4
[95] « Decía Benedicto XVI que existe una “ecología del
hombre” por la cual “también el hombre posee una naturaleza que debe
respetar y que no puede manipular a su antojo” [Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín
(22 de septiembre de 2011)]. En esta línea, cabe reconocer que nuestro
propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con
los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de
Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del
Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el cuerpo se
transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación.
Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus
significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la
valoración del propio cuerpo en su feminidad o masculinidad es
necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente.
De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o
de la otra, obra de Dios creador, y enriquecerse recíprocamente »:
Francisco, Cart. Enc. Laudato si’ (24 de mayo de 2015), 155.
[96] Cf. Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el uso de la competencia psicológica en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio (29 de junio de 2008); Congregación para el Clero, El don de la vocación presbiteral. Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (8 de diciembre de 2016), 146-147 y 191-196.
[97] Cf. Congregación para el Clero, El don de la vocación presbiteral. Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (8 de diciembre de 2016), 194.
[98] « En la selección de los especialistas, además de sus
cualidades humanas y sus competencias específicas, se debe tener en
cuenta su perfil como creyente »: Congregación para el Clero, El don de la vocación presbiteral. Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (8 de diciembre de 2016), 146.
[99] Ordo consecrationis virginum, Prænotanda, 5 a).
[100] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio (19 mayo 2002), 25.
[101] Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio (19 mayo 2002), 15.