sábado, 24 de agosto de 2019

Audiencia General del Papa FRANCISCO: «Entre ellos todo era común»

CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 18 de agosto de 2019).-  La Audiencia General de esta mañana se desarrolló a las 9.15 horas en el Aula Pablo VI del Vaticano, donde el Papa FRANCISCO se ha encontrado con grupos de fieles y peregrinos procedentes de Italia y de todas partes del mundo.


En el discurso en lengua italiana el Santo Padre, retomando el ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, ha centrado su meditación sobre el tema: “«Entre ellos todo era común» (Hc 4,32). La comunión integral en la comunidad de creyentes” (Pasaje bíblico: De los Hechos de los Apóstoles 4, 32. 34-35.).


Después de haber hecho un resumen de Su catequesis en diversas lenguas, el Pontífice dirigió particulares expresiones de saludo a los grupos de fieles presentes.


La Audiencia General concluyó con el canto del Pater Noster y la Bendición Apostólica.


PAPA FRANCISCO


AUDIENCIA GENERAL


Aula Pablo VI
Miércoles, 21 de agosto de 2019


Catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles: 6. «Entre ellos toda era común» (Hechos 4,32).


Queridos hermanos y hermanas, buenos días


La comunidad cristiana nace de la efusión superabundante del Espíritu Santo y crece gracias al fermento del compartir entre los hermanos y hermanas en Cristo. Existe un dinamismo de solidaridad que edifica a la Iglesia como familia de Dios, donde resulta central la experiencia de la koinonía. ¿Qué quiere decir esta palabra extraña? Es una palabra griega que quiere decir «poner en comunión», «poner en común», ser como una comunidad, no aislados. Esta es la experiencia de la primera comunidad cristiana, es decir, poner en comunión, «compartir», «comunicar, participar», no asilarse. En la Iglesia de los orígenes, esta koinonía, esta comunidad nos lleva, sobre todo, a la participación del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por esto, cuando recibimos la comunión nosotros decimos “nos comunicamos”, entramos en comunión con Jesús y de esta comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo, que se realiza en la Santa Misa, se traduce en unión fraterna y, por lo tanto, también en aquello que es más difícil para nosotros: poner en común los bienes y recoger el dinero para la colecta en favor de la Iglesia madre de Jerusalén (cf. Romanos 12,13; 2Corintios 8-9) y de las demás Iglesias. Si vosotros queréis saber si sois buenos cristianos tenéis que pagar, buscar acercaros a la comunión, al sacramento de la reconciliación. Pero esa señal, que tu corazón se ha convertido, es cuando la conversión llega de los bolsillos, cuando toca el propio interés: allí es donde se ve si uno es generoso con los demás, si uno ayuda a los más débiles, a los más pobres: Cuando la conversión llega ahí, quédate tranquilo que es una verdadera conversión. Si se queda sólo en las palabras no es una buena conversión.


La vida eucarística, las oraciones, la predicación de los Apóstoles y la experiencia de la comunión (cf. Hechos 2,42) hacen de los creyentes una multitud de personas que tienen –dice el libro de los Hechos de los Apóstoles– tienen «un solo corazón y una sola alma» y que no consideran de su propiedad lo que poseen, sino que ponen todo en común (cf. Hechos 4,32). Es un modelo de vida tan fuerte, que nos ayuda a ser generosos y no tacaños. Por este motivo, «no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían, —dice el libro— poseían campos o casas, las vendían, llevaban el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los Apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad» (Hechos 4,34-35).


Siempre la Iglesia he tenido este gesto de los cristianos que se despojaban de las cosas que tenían de más, de las cosas que no eran necesarias para darlas a aquellos que tenían necesidad. Y no sólo era dinero: también tiempo. ¡Cuántos cristianos —vosotros, por ejemplo, aquí en Italia— cuántos cristianos hacen voluntariado! Y esto es bellísimo. Es comunión, compartir mi tiempo con los demás, para ayudar a aquellos que tienen necesidad. Y así el voluntariado, las obras de caridad, las visitas a los enfermos; es necesario siempre compartir con los demás, y no buscar solamente el propio interés. La comuniad, o koinonía, se convierte de este modo en la nueva modalidad de relación entre los discípulos del Señor. Los cristianos experimentan una nueva modalidad de ser entre ellos, de comportarse. Y es la modalidad propia del cristiano, a tal punto que los paganos miraban a los cristianos y exclamaban: “Mirad cómo se aman”. El amor era la modalidad. Pero no amor de palabra, no amor fingido: amor de obras, de ayudarse unos a otros, al amor concreto, lo concreto del amor. El vínculo con Cristo establece un vínculo entre los hermanos que confluye y se expresa también en la comunión de los bienes materiales. Sí, esta modalidad del estar juntos, este amarse así llega hasta los bolsillos, llega al desprenderse también del obstáculo del dinero para darlo a los demás, yendo contra el propio interés. Ser miembros del cuerpo de Cristo hace a los creyentes corresponsables los unos de los otros. “Pero mira a aquel, el problema que tiene: a mí no me importa, es su asunto. No, entre los cristianos no podemos decir: “Pobre esa persona, tiene un problema en su casa, está pasando esta dificultad de familia”. Yo, sin embargo, tengo que rezar, yo lo tomo como mío, no soy indiferente. Ese es el cristiano. Por esto los fuertes sostienen a los débiles (cf. Romanos 15,1) y ninguno experimenta la indigencia que humilla y desfigura la dignidad humana, porque ellos viven esta comunidad; poner en común el corazón. Se aman. Esta es la señal: amor concreto. Santiago, Pedro y Juan, que son los tres apóstoles como las “columnas” de la Iglesia de Jerusalén, establecen en modo de comunión que Pablo y Bernabé evangelizan a los paganos mientras que ellos evangelizarán a los judíos, y piden solo a Pablo y Bernabé, cuál es la condición: para no olvidarse de los pobres, recordar a los pobres (cf. Gálatas 2,9-10). No solo los pobres materiales, sino también los pobres espirituales, la gente que tiene problemas y tiene necesidad de nuestra cercanía. Un cristiano parte siempre de sí mismo, del propio corazón, y se acerca a los demás como Jesús se acercó a nosotros. Esta es la primera comunidad cristiana.


Un ejemplo concreto de compartir y de comunión de bienes nos viene del testimonio de Bernabé: él posee un campo y lo vende para entregar el provecho de la venta a los Apóstoles (cf. Hechos 4,36-37). Pero junto a su ejemplo positivo aparece otro tristemente negativo: Ananías y su mujer Safira, vendiendo un terreno, deciden entregar solo una parte a los Apóstoles y tener para ellos una parte (Hechos 5,1-12). Este engaño interrumpe la cadena del compartir gratuito, del compartir sereno, desinteresado y las consecuencias son trágicas, son fatales (Hechos 5,5.10). El Apóstol Pedro desenmascara la falta de Ananías y de su mujer y les dice: «¿Cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo? […] No has mentido a los hombres, sino a Dios» (Hechos 5,3-4).


Podríamos decir que Ananías mintió a Dios por medio de una conciencia aislada, de una conciencia hipócrita, con una pertenencia eclesial “negociada”, parcial, y oportunista. La hipocresía es el peor enemigo de esta comunidad cristiana, de este amor cristiano: ese hacer finta de quererse mucho pero buscar sólo el propio interés. Traicionar la sinceridad del compartir, en efecto, o traicionar la sinceridad del amor, significa cultivar la hipocresía, alejarse de la verdad, volverse egoístas, apagar el fuego de la comunión y destinarse al frío de una muerte interior. Quien se comporta así camina en la Iglesia como un turista. Hay tantos turistas en la Iglesia que están siempre de paso, pero que nunca entran en la Iglesia: es el turismo espiritual que hace creer que ellos son cristianos, mientras que son solo turistas de las catacumbas. No, no debemos ser turistas en la Iglesia, sino hermanos los unos con los otros. Una vida dirigida solo por el sacar provecho y ventaja de las situaciones en detrimento de los demás, provoca inevitablemente la muerte interior. Y cuántas personas se dicen cercanas a la Iglesia, amigos de sacerdotes, de obispos, y mientras tanto, buscan solo el propio interés. Estas son las hipocresías que destruyen a la Iglesia. El Señor —lo pido para todos nosotros— vuelva a derramar sobre nosotros su Espíritu de ternura, que vence la hipocresía y hace circular esa verdad que nutre la solidaridad cristiana, la cual, lejos de ser actividad de asistencia social, es la expresión irrenunciable de la naturaleza de la Iglesia, madre tiernísima de todos, especialmente de los más pobres.



Catequesis y saludos en español:


La comunidad cristiana nace de la efusión del Espíritu Santo y crece cuando comparte con los demás todo lo que posee. El término griego Koinonia, que significa “poner en común”, “compartir”, tiene una dimensión importante desde los orígenes de la Iglesia. De la participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo, deriva la unión fraterna que llevaba a compartir todo lo que ellos tenían.

Según los Hechos de los Apóstoles, entre los creyentes no había necesitados, porque ponían todo en común. Encontramos el ejemplo de Bernabé, que vendió un campo y lo recaudado lo dio a los Apóstoles para distribuirlo a los necesitados. Y, junto a este buen ejemplo, se encuentra uno negativo: Ananías y su mujer Safira vendieron un terreno pero entregaron sólo una parte a los Apóstoles, quedándose con la otra. Este engaño los llevó a la muerte, porque habían mentido no sólo a los hombres sino a Dios.

Estos ejemplos nos enseñan que cuando la sinceridad en el compartir no se respeta se cae en la hipocresía, alejándose de la verdad, que provoca la muerte interior. Los que se comportan así transitan en la Iglesia como si fuera un albergue, y no la tienen como su casa, ni como su familia.



Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pido al Señor que nos conceda su Espíritu para vencer toda hipocresía y colocar al centro de nuestra vida la verdad, que alimenta la solidaridad cristiana, y está llamada a ofrecer a todos el amor de Dios con obras concretas.



Que Dios los bendiga.



[El Santo Padre se refiere a una pequeña que, durante la catequesis, se acercó a él]



Quisiera comenzar haciendo una reflexión. Todos nosotros hemos visto a esta pequeña tan hermosa —y pobrecita, víctima de una enfermedad y no sabe qué hacer.



Yo me pregunto algo. Pero cada uno responda en su corazón: ¿recé por ella?, viéndola, ¿recé para que el Señor la cure, la proteja? ¿Recé por sus padres y por su familia? Siempre cuando vemos a cualquier persona que sufre debemos rezar. Que esta situación nos ayude siempre a plantearnos esta pregunta: ¿Recé por esta persona que he visto, que se ve que sufre?.













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