''El
autor, presentando ante el hombre que quiere agradar a Dios dos
actitudes -explicó el prelado- no lo invita a elegir entre el sacrificio
y la misericordia (la docilidad), pero da a entender claramente que
Dios aprecia una más que otra, es decir, que su mirada no se queda en
las apariencias , sino en el corazón.... Y Samuel indica a Saúl que no
tienen el mismo valor la oferta del sacrificio y la escucha de la voz
del Señor cuando dice: ''Ciertamente la obediencia es mejor que los
sacrificios, y ser dóciles a Dios es lo que importa."
''A
lo largo de la historia de la Iglesia, por los senderos batidos por los
santos, esta afirmación nos ha iluminado y continúa haciéndolo. La
santidad -que es la comunión con Dios Amor y se expresa en el esfuerzo
de vivir con amor nuestros compromisos humanos y cristianos- no consiste
en la primacía del sacrificio, del culto externo y sin alma, sino en el
amoroso obedecer a Dios, poniendo en práctica su mandamiento por
excelencia que es el amor mutuo. En efecto, puede ser un engaño fatal
querer imponerse a toda costa sacrificios exorbitantes, no tanto para
hacer más serena y más buena nuestra vida y la de los demás, sino para
parecer mejores, más santos que los demás y, como el fariseo de la
parábola, alardear de los propios méritos y menospreciar al otro
considerado publicano, pecador. El fariseismo -ese que imperaba en la
época de Jesús- siempre está listo para aflorar donde no se escucha
suficientemente la Palabra que hay que acoger con alegría y poner en
práctica''.
“¡Que
cada uno de nosotros, sacrificando las muchas voces que nos instan a
encontrar la salvación en nuestras buenas obras, silenciando la voz del
Señor que nos invita a la comunión de amor con El, pueda confiar en
Aquel que todo lo puede y que mantiene constantemente los brazos
abiertos para acogernos!'', terminó el prelado.