CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.mx - Octubre 18 de 2015). A las 10.15 horas de hoy, XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, el Papa FRANCISCO ha celebrado en en el atrio de la Basílica Vaticana la
Santa Misa con el rito de Canonización de los Beatos: Vincenzo Grossi (1845-1917), sacerdote diocesano, fundador del Instituto de las Hijas del Oratorio; Maria de la Inmaculada Concepción (1926-1998), religiosa, superiora general de la Congregación de las Hermanas de la Compañía de la Cruz; Ludovico Martin (1823-1894) laico e padre de familia y Maria Azelia Guérin (1831-1877), laica y madre de familia, cónyuges.
Este es el texto íntegro de la homilía del Santo Padre:
"Las lecturas bíblicas de hoy nos hablan del servicio y nos llaman a
seguir a Jesús a través de la vía de la humildad y de la cruz.
El
profeta Isaías describe la figura del Siervo de Yahveh (53,10-11) y su
misión de salvación. Se trata de un personaje que no ostenta una
genealogía ilustre, es despreciado, evitado de todos, acostumbrado al
sufrimiento. Uno del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres
discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y
silenciosa y con su propio sufrimiento. Su misión, en efecto, se realiza
con el sufrimiento, que le ayuda a comprender a los que sufren, a
llevar el peso de las culpas de los demás y a expiarlas. La marginación y
el sufrimiento del Siervo del Señor hasta la muerte, es tan fecundo que
llega a rescatar y salvar a las muchedumbres.
Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio (cf. Flp 2,7), son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios. El kerigma,
corazón del Evangelio, anuncia que las profecías del Siervo del Señor
se han cumplido con su muerte y resurrección. La narración de san Marcos
describe la escena de Jesús con los discípulos Santiago y Juan, los
cuales –sostenidos por su madre– querían sentarse a su derecha y a su
izquierda en el reino de Dios (cf. Mc 10,37), reclamando puestos
de honor, según su visión jerárquica del reino. El planteamiento con el
que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización
terrena. Jesús entonces produce una primera «convulsión» en esas
convicciones de los discípulos haciendo referencia a su camino en esta
tierra: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis … pero el sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para
quienes está reservado» (vv. 39-40). Con la imagen del cáliz, les da la
posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero
sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta
es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio,
rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los
demás.
Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito,
para hacerse ver, frente a que quieren ser reconocidos por sus propios
meritos y trabajos, los discípulos están llamados a hacer lo contrario.
Por eso les advierte: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de
los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así
entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro
servidor» (vv. 42-43). Con estas palabras señala que en la comunidad
cristiana el modelo de autoridad es el servicio. El que sirve a los
demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia.
Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al
gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre
los demás y vivir la virtud de la humildad.
Y después de haber
presentado un ejemplo de lo que hay que evitar, se ofrece a sí mismo
como ideal de referencia. En la actitud del Maestro la comunidad
encuentra la motivación para una nueva concepción de la vida: «Porque el
Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida
en rescate por muchos» (v. 45).
En la tradición bíblica, el Hijo del hombre es el que recibe de Dios «poder, honor y reino» (Dn 7,14).
Jesús da un nuevo sentido a esta imagen y señala que él tiene el poder
en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en
cuanto que está disponible al don total de la vida. En efecto, con su
pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza
con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia.
Hay una
incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios
mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad
según la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Incompatibilidad entre las
ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad
entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica
de Cristo crucificado. En cambio, sí que hay compatibilidad entre Jesús
«acostumbrado a sufrir» y nuestro sufrimiento. Nos lo recuerda la Carta a
los Hebreos, que presenta a Cristo como el sumo sacerdote que comparte
totalmente nuestra condición humana, menos el pecado: «No tenemos un
sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que
ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (4,15).
Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de
compasión. Ha experimentado directamente nuestras dificultades, conoce
desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide
entender a los pecadores. Su gloria no está en la ambición o la sed de
dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su
debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura
infinita, acompañar su atormentado camino.
Cada uno de nosotros,
en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo; los fieles
laicos del sacerdocio común, los sacerdotes del sacerdocio ministerial.
Así, todos podemos recibir la caridad que brota de su Corazón abierto,
tanto por nosotros como por los demás: llegando a ser «canales» de su
amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los que están
angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos.
Los
santos proclamados hoy sirvieron siempre a los hermanos con humildad y
caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro. San Vicente
Grossi fue un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su
gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes. Distribuyó a
todos con ardor el pan de la Palabra y fue buen samaritano para los más
necesitados.
Santa María de la Purísima, sacando de la fuente de
la oración y de la contemplación, vivió personalmente con gran humildad
el servicio a los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos
de los pobres y enfermos.
Los santos esposos Luis Martin y María
Azelia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia,
construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima
brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño
Jesús.
El testimonio luminoso de estos nuevos santos nos
estimulan a perseverar en el camino del servicio alegre a los hermanos,
confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María.
Ahora, desde el cielo, velan sobre nosotros y nos sostienen con su
poderosa intercesión".
(Fuente: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/10/18/0796/01759.html)