CIUDAD DEL VATICANO, 2 de junio de 2016 (VIS).- En la segunda meditación del Jubileo de los sacerdotes, que tuvo
lugar en la Basílica de Santa María la Mayor, el Papa FRANCISCO explicó que el
receptáculo de la misericordia divina era nuestro pecado, citando como
ejemplo los de algunos santos y la transformación que en ellos actúo la
misericordia. Así, San Pablo la recibe en el receptáculo duro e
inflexible de su juicio moldeado por la Ley y de ahí que la radicalidad
de sus juicios sobre la misericordia incondicional de Dios sea tal
porque es el recipiente de una mente susceptible a lo absoluto de la
verdad. El signo de Pedro crucificado cabeza abajo, es quizás el más
elocuente de este receptáculo de una cabeza dura que, para ser
misericordiada, se pone hacia abajo incluso al estar dando el testimonio
supremo de amor a su Señor. Juan será sanado en su soberbia y el que
era “el hijo del trueno”, terminará hablando solo del amor. Agustín fue
sanado en su nostalgia de haber llegado tarde a la cita con Dios y
encontrará la manera de llenar de amor el tiempo perdido escribiendo sus
Confesiones. Ignacio fue sanado en su vanidad, y tan grande era ese
deseo que se recreó en una búsqueda de la mayor gloria de Dios.
Al final, FRANCISCO, que improvisó varias veces a lo largo de su
meditación, citó a la Virgen María como recipiente simple y perfecto con
el cual recibir y repartir misericordia, porque integra una
misericordia a la vez muy suya, muy de nuestra alma y muy eclesial
porque como dice en el Magnificat: se sabe mirada con bondad en su
pequeñez y sabe ver cómo la misericordia de Dios alcanza a todas las
generaciones.
Sigue una amplia síntesis de la segunda meditación del Papa:
“El receptáculo de la misericordia es nuestro pecado. Pero suele
suceder que nuestro pecado es como un colador, como un cántaro
agujereado por el que se escurre la gracia en poco tiempo: «Porque dos
males ha hecho mi pueblo: me ha abandonado a mí, fuente de aguas vivas,
para hacerse cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua» .
De ahí la necesidad que el Señor explicita a Pedro de «perdonar setenta
veces siete». Dios no se cansa de perdonar,.. aunque vea que su gracia
pareciera que no termina de echar raíces fuertes en la tierra de nuestro
corazón, que es camino duro, lleno de maleza y pedregoso. ...Él vuelve a
sembrar su misericordia y su perdón.
CORAZONES RE-CREADOS
Sin embargo, podemos dar un paso más en esta misericordia de Dios que
es siempre «más grande que nuestra conciencia» de pecado. El Señor no
sólo no se cansa de perdonarnos sino que renueva también el odre en que
recibimos su perdón. Utiliza un odre nuevo para el vino nuevo de su
misericordia, para que no sea como un vestido con remiendos ni un odre
viejo. Y ese odre es su misericordia misma: su misericordia en cuanto
experimentada en nosotros mismos y en cuanto la ponemos en práctica
ayudando a otros. El corazón misericordiado no es un corazón emparchado
sino un corazón nuevo, re-creado. Ese del que dice David: «Crea en mí un
corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme» . Este corazón
nuevo, re-creado, es un buen recipiente. La liturgia expresa el alma de
la Iglesia cuando nos hace decir esa hermosa oración: «Oh Dios, tú que
maravillosamente creaste el universo, y más maravillosamente lo
recreaste en la redención» . Por lo tanto, esta segunda creación es más
maravillosa que la primera. Es un corazón que se sabe recreado gracias a
la fusión de su miseria con el perdón de Dios y, por eso, «es un
corazón misericordiado y misericordioso». Es así: experimenta los
beneficios que la gracia tiene sobre su herida y su pecado, siente cómo
la misericordia pacifica su culpa, inunda con amor su sequedad, reaviva
su esperanza. Por eso, cuando, al mismo tiempo y con la misma gracia,
perdona al que tiene alguna deuda con él y se compadece de los que
también son pecadores, esta misericordia arraiga en una tierra buena, en
la que el agua no se escurre sino que da vida. En el ejercicio de esta
misericordia que repara el mal ajeno, nadie mejor que el que tiene
fresca la sensación de haber sido misericordiado en el mismo mal para
ayudar a curarlo... Vemos cómo, entre los que trabajan en adicciones,
los que se han rescatado suelen ser los que mejor comprenden, ayudan y
exigen a los demás. Y el mejor confesor suele ser el que mejor se
confiesa.... Casi todos los grandes santos han sido grandes pecadores o,
como santa Teresita, tenían conciencia de que era pura gracia
preveniente el hecho de que no lo hubieran sido.
Así, el verdadero recipiente de la misericordia es la misma
misericordia que cada uno ha recibido y le ha recreado el corazón; ese
es el «odre nuevo» del que habla Jesús el «hueco sanado».
Nos situamos así en al ámbito del misterio del Hijo, de Jesús, que es
la misericordia del Padre hecha carne. La imagen definitiva del
receptáculo de la misericordia la encontramos a través de las llagas del
Señor resucitado, imagen de la huella del pecado restaurado por Dios,
que no se borra totalmente ni supura: es cicatriz, no herida
purulenta... En esa «sensibilidad» propia de las cicatrices, que nos
recuerdan la herida sin doler mucho y la curación sin que se nos olvide
la fragilidad, allí tiene su sede la misericordia divina.... En la
sensibilidad de Cristo resucitado que conserva sus llagas, no sólo en
sus pies y en sus manos, sino que también su corazón es un corazón
llagado, encontramos el sentido justo del pecado y de la gracia.
...Contemplando el corazón llagado del Señor nos espejamos en él. Se
asemejan, nuestro corazón y el suyo, en que los dos están llagados y
resucitados. Pero sabemos que el suyo era puro amor y quedó llagado
porque aceptó ser vulnerado; el nuestro, en cambio, era pura llaga, que
quedó sanada porque aceptó ser amada.
NUESTROS SANTOS RECIBIERON LA MISERICORDIA
Puede hacernos bien contemplar a otros que se dejaron recrear el
corazón por la misericordia y mirar en qué «receptáculo» la recibieron.
Pablo la recibe en el receptáculo duro e inflexible de su juicio
moldeado por la Ley. Su dureza de juicio lo impulsaba a ser un
perseguidor. La misericordia lo transforma de tal manera que, a la vez
que se convierte en un buscador de los más alejados, de los de
mentalidad pagana, por otro lado es el más comprensivo y misericordioso
para con los que eran como él había sido. Pablo deseaba ser considerado
anatema con tal de salvar a los suyos. Su juicio se consolida «no
juzgándose ni siquiera a sí mismo», dejándose justificar por un Dios que
es más grande que su conciencia, apelándose a Jesucristo que es abogado
fiel, de cuyo amor nada ni nadie lo puede separar. La radicalidad de
los juicios de Pablo sobre la misericordia incondicional de Dios, que
supera la herida de fondo, la que hace que tengamos dos leyes, (la de la
carne y la del Espíritu), es tal porque es el recipiente de una mente
susceptible a lo absoluto de la verdad, herida allí mismo donde la Ley y
la Luz se convierten en trampa. La famosa «espina» que el Señor no le
quita es el receptáculo en el que Pablo recibe la misericordia del Señor
.
Pedro recibe la misericordia en su presunción de hombre sensato. Era
sensato, con la sensatez maciza y trabajada de un pescador, que sabe por
experiencia cuándo se puede pescar y cuándo no. Es la sensatez del que,
cuando se entusiasma con esto de caminar sobre las aguas y de tener
pescas milagrosas y se excede en mirarse a sí mismo, sabe pedir ayuda al
único que lo puede salvar. Este Pedro fue sanado en la herida más honda
que puede haber, la de negar al amigo. Quizás el reproche de Pablo,
cuando le echa en cara su doblez, tiene que ver con esto. Parecería que
Pablo sentía que él había sido el peor «antes» de conocer a Cristo; pero
Pedro lo fue después de conocerlo, lo negó… Sin embargo, ser sanado
allí convirtió a Pedro en un Pastor misericordioso, en una piedra sólida
sobre la cual siempre se puede edificar, porque es piedra débil que ha
sido sanada, no piedra que en su contundencia lleva a tropezar al más
débil. Pedro es el discípulo a quien más corrige el Señor en el
Evangelio.... Lo corrige constantemente, hasta aquel último: «A ti qué
te importa, tú sígueme a mí» .... La tradición dice que se le aparece de
nuevo cuando Pedro está huyendo de Roma. El signo de Pedro crucificado
cabeza abajo, es quizás el más elocuente de este receptáculo de una
cabeza dura que, para ser misericordiada, se pone hacia abajo incluso al
estar dando el testimonio supremo de amor a su Señor. Pedro no quiere
terminar su vida diciendo: «Yo ya aprendí la lección», sino diciendo:
«Como mi cabeza nunca va a aprender, la pongo para abajo». Arriba del
todo, los pies que lavó el Señor. Esos pies son para Pedro el
receptáculo por donde recibe la misericordia de su Amigo y Señor.
Juan será sanado en su soberbia de querer reparar el mal con fuego y
terminará siendo ese que escribe «hijitos míos», y se parece a uno de
esos abuelitos buenos que sólo hablan de amor, él, que era «el hijo del
trueno» .
Agustín fue sanado en su nostalgia de haber llegado tarde a la
cita:... «Tarde te amé», y encontrará esa manera creativa de llenar de
amor el tiempo perdido escribiendo sus Confesiones.
Francisco es misericordiado cada vez más en muchos momentos de su
vida. Quizás el receptáculo definitivo, que se convirtió en llagas
reales, haya sido, más que besar al leproso, desposarse con la dama
pobreza y sentir a toda creatura como hermana, el tener que custodiar en
silencio misericordioso a la Orden que había fundado.... Francisco ve
cómo sus hermanos se dividen tomando como bandera la misma pobreza. El
demonio nos hace pelear entre nosotros defendiendo las cosas más santas
pero «con mal espíritu».
Ignacio fue sanado en su vanidad, y si ese fue el recipiente, podemos
vislumbrar lo grande que era ese deseo de vanagloria que se recreó en
una tal búsqueda de la mayor gloria de Dios.
En el Diario de un cura rural, Bernanos nos relata la vida de un cura
de pueblo, inspirándose en la vida del Santo Cura de Ars. Hay dos
párrafos muy hermosos que narran los pensamientos íntimos del cura en
los últimos momentos de su imprevista enfermedad: «Las últimas semanas
que Dios me conceda seguir sosteniendo la carga de la parroquia...
trataré de obrar menos preocupado por el porvenir, trabajaré tan sólo
para el presente. Esa especie de trabajo parece hecha a mi medida...
Pues no tengo éxito más que en las cosas pequeñas. Y si he sido
frecuentemente probado por la inquietud, tengo que reconocer que triunfo
en las minúsculas alegrías». Un recipiente de la misericordia pequeñito
tiene que ver con las minúsculas alegrías de nuestra vida pastoral,
allí donde podemos recibir y ejercer la misericordia infinita del Padre
en gestos pequeños.
El otro párrafo dice: «Todo ha terminado ya. La especie de
desconfianza que tenía de mí, de mi persona, acaba de disiparse, creo
que para siempre. La lucha ha terminado. No la comprendo ya. Me he
reconciliado conmigo mismo, con este despojo que soy. Odiarse es más
fácil de lo que se cree. La gracia es olvidarse. Pero si todo orgullo
muriera en nosotros, la gracia de las gracias sería apenas amarse
humildemente a sí mismo, como a cualquiera de los miembros dolientes de
Jesucristo». Este es el recipiente «amarse humildemente a sí mismo, como
a cualquiera de los miembros dolientes de Jesucristo». Es un recipiente
común, como un jarro viejo que podemos pedir prestado a los más pobres.
El «Cura Brochero»,... el beato argentino que pronto será canonizado,
«se dejó trabajar el corazón por la misericordia de Dios». Su
receptáculo terminó siendo su propio cuerpo leproso. Él, que soñaba con
morir galopando, vadeando algún río de las sierras para ir a dar la
unción a algún enfermo. Una de sus últimas frases fue: «No hay gloria
cumplida en esta vida»; «yo estoy muy conforme con lo que ha hecho
conmigo respecto a la vista y le doy muchas gracias por ello. Cuando yo
pude servir a la humanidad, me conservó íntegros y robustos mis
sentidos. Hoy, que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos
del cuerpo. En este mundo no hay gloria cumplida, y estamos llenos de
miserias». Nuestras cosas muchas veces quedan a medias y, por eso, salir
de sí es siempre gracia. Se nos concede «dejar las cosas» para que las
bendiga y perfeccione el Señor. No tenemos que preocuparnos mucho de
nosotros. Esto nos permite abrirnos a las penas y alegrías de nuestros
hermanos. Era el Cardenal Van Thuan el que decía que, en la cárcel, el
Señor le había enseñado a distinguir entre «las cosas de Dios», a las
que se había dedicado en su vida libre como sacerdote y obispo, y Dios
mismo, al que se dedicaba estando encarcelado.
MARÍA COMO RECIPIENTE Y FUENTE DE MISERICORDIA
Subiendo por la escalera de los santos, en esto de ir buscando los
recipientes para la misericordia, llegamos a nuestra Señora. Ella es el
recipiente simple y perfecto, con el cual recibir y repartir la
misericordia. Su «sí» libre a la gracia es la imagen opuesta del pecado
que llevó al hijo pródigo a la nada. Ella integra una misericordia a la
vez muy suya, muy de nuestra alma y muy eclesial. Como dice en el
Magnificat: se sabe mirada con bondad en su pequeñez y sabe ver cómo la
misericordia de Dios alcanza a todas las generaciones. Ella sabe ver las
obras que esa misericordia despliega y se siente «acogida», junto con
todo Israel, por esa misericordia. Ella guarda la memoria y la promesa
de la misericordia infinita de Dios para con su pueblo. El suyo es el
Magnificat de un corazón íntegro, no agujereado, que mira la historia y a
cada persona con su misericordia maternal.
En aquel rato a solas con María que me regaló el pueblo mexicano,
mirando a nuestra Señora la Virgen de Guadalupe y dejándome mirar por
ella, le pedí por ustedes, queridos sacerdotes, para que sean buenos
curas.... Y en el discurso a los obispos les decía que había
reflexionado largamente sobre el misterio de la mirada de María, sobre
su ternura y su dulzura que nos infunde valor para dejarnos
misericordiar por Dios. Quisiera ahora recordarles algunos «modos» de
mirar que tiene nuestra Señora, especialmente a sus sacerdotes, porque a
través de nosotros quiere mirar a su gente.
María nos mira de modo tal que uno se siente acogido en su regazo.
Ella nos enseña que «la única fuerza capaz de conquistar el corazón de
los hombres es la ternura de Dios.
Aquello que encanta y atrae, aquello
que doblega y vence, aquello que abre y desencadena, no es la fuerza de
los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente
del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la
promesa irreversible de su misericordia» . Lo que sus pueblos buscan en
los ojos de María es «un regazo en el cual los hombres, siempre
huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un
hogar». Y eso tiene que ver con sus modos de mirar: el espacio que abren
sus ojos es el de un regazo, no el de un tribunal o el de un
consultorio «profesional».
Si alguna vez notan que se les ha endurecido
la mirada,... que cuando ven a la gente sienten fastidio o no sienten
nada, vuelvan a mirarla a ella; mírenla con los ojos de los más pequeños
de su gente, que mendiga un regazo, y ella les limpiará la mirada de
toda «catarata» que no deja ver a Cristo en las almas, les curará toda
miopía que vuelve borrosas las necesidades de la gente, que son las del
Señor encarnado, y de toda presbicia que se pierde los detalles, «la
letra chica» donde se juegan las realidades importantes de la vida de la
Iglesia y de la familia.
Otro «modo de mirar de María» tiene que ver con el tejido: María mira
«tejiendo», viendo cómo puede combinar para bien todas las cosas que le
trae su gente. Les decía a los obispos mexicanos que, «en el manto del
alma mexicana, Dios ha tejido, con el hilo de las huellas mestizas de su
gente, el rostro de su manifestación en la Morenita» Un maestro
espiritual enseña que lo que se dice de María de manera especial, se
dice de la Iglesia de modo universal y de cada alma en particular . Al
ver cómo tejió Dios el rostro y la figura de la Guadalupana en la tilma
de Juan Diego podemos rezar contemplando cómo teje nuestra alma y la
vida de la Iglesia. Dicen que no se puede ver cómo está «pintada» la
imagen. Es como si estuviera estampada. Me gusta pensar que el milagro
no fue sólo «estampar o pintar la imagen con un pincel», sino que «se
recreó el manto entero», se transfiguró de pies a cabeza, y cada hilo
―esos que las mujeres aprenden a tejer desde pequeñas, y para las
prendas más finas usan las fibras del corazón del maguey (la penca de la
que se sacan los hilos)―, cada hilo que ocupó su lugar fue
transfigurado, asumiendo los detalles que brillan en su sitio y,
entretejido con los demás, de igual manera transfigurados, hacen
aparecer el rostro de nuestra Señora y toda su persona y lo que la
rodea. La misericordia hace eso mismo, no nos «pinta» desde fuera una
cara de buenos, no nos hace el photoshop, sino que, con los hilos mismos
de nuestras miserias y pecados, entretejidos con amor de Padre, nos
teje de tal manera que nuestra alma se renueva recuperando su verdadera
imagen, la de Jesús. Sean, por tanto, sacerdotes «capaces de imitar esta
libertad de Dios eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la
majestad de su rostro y de copiar esta paciencia divina en tejer, con el
hilo fino de la humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su
país espera. No se dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de
pueblo... como si el amor de Dios no tuviese bastante fuerza para
cambiarlo» .
El tercer modo es el de la atención: María mira con atención, se
vuelca toda y se involucra entera con el que tiene delante, como una
madre cuando es todo ojos para su hijito que le cuenta algo. ….«Como
enseña la bella tradición guadalupana, la Morenita custodia las miradas
de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la
encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada
uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no
volvernos impermeables a tales miradas.
...Custodiar en nosotros a cada
uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos. Sólo una
Iglesia capaz de resguardar el rostro de los hombres que van a tocar a
su puerta es capaz de hablarles de Dios.... Si no desciframos sus
sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, nada podremos
ofrecerles. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando encontramos la
poquedad de aquellos que mendigan, y dicho encuentro se realiza
precisamente en nuestro corazón de pastores» . A sus obispos les decía
que estén atentos a ustedes, sus sacerdotes, «que no los dejen expuestos
a la soledad y al abandono, presa de la mundanidad que devora el
corazón» . El mundo nos observa con atención pero para «devorarnos»,
para volvernos consumidores… Todos necesitamos ser mirados con atención,
con interés gratuito, digamos. «Ustedes estén atentos ―les decía a los
obispos― y aprendan a leer las miradas de sus sacerdotes, para alegrarse
con ellos cuando sientan el gozo de contar cuanto “han hecho y
enseñado” , y también para no echarse atrás cuando se sienten un poco
rebajados y no puedan hacer otra cosa que llorar porque “han negado al
Señor” , y también para sostener ... en comunión con Cristo, cuando
alguno, abatido, saldrá con Judas “en la noche”. En estas situaciones,
que nunca falte la paternidad de ustedes, obispos, para con sus
sacerdotes. Animen la comunión entre ellos; hagan perfeccionar sus
dones; intégrenlos en las grandes causas, porque el corazón del apóstol
no fue hecho para cosas pequeñas».
Por último, María mira de modo «íntegro», uniendo todo, nuestro
pasado, presente y futuro. No tiene una mirada fragmentada: la
misericordia sabe ver la totalidad y capta lo más necesario. Como María
en Caná, que es capaz de «compadecerse» anticipadamente de lo que
acarreará la falta de vino en la fiesta de bodas y pide a Jesús que lo
solucione, sin que nadie se dé cuenta, así toda nuestra vida sacerdotal
la podemos ver como «anticipada por la misericordia» de María, que
previendo nuestras carencias ha provisto todo lo que tenemos. Si algo de
«vino bueno» hay en nuestra vida, no es por mérito nuestro sino por su
«misericordia anticipada», esa que ya en el Magníficat canta cómo el
Señor «miró con bondad su pequeñez» y «se acordó de su (alianza de)
misericordia», una «misericordia que se extiende de generación en
generación» sobre sus pobres y oprimidos . La lectura que hace María es
la de la historia como misericordia.
Podemos terminar rezando la Salve Regina en cuyas invocaciones late
el espíritu del Magnificat. Ella es la Madre de la misericordia, vida,
dulzura y esperanza nuestra.... Sus ojos misericordiosos son los que
consideramos el mejor recipiente de la misericordia, en el sentido de
poder beber en ellos esa mirada indulgente y buena de la que tenemos sed
como sólo se puede tener sed de una mirada. Esos ojos misericordiosos
son también los que nos hacen ver las obras de la misericordia de Dios
en la historia de los hombres y descubrir a Jesús en sus rostros. En
ella encontramos la tierra prometida —el reino de la misericordia
instaurado por nuestro Señor― que viene, ya en esta vida, después de
cada destierro al que nos arroja el pecado.... De su mano y bajo su
mirada podemos cantar con alegría las grandezas del Señor. Podemos
decirle: Mi alma te canta, Señor, porque miraste con bondad la humildad y
pequeñez de tu servidor. Feliz de mí, que he sido perdonado. Tu
misericordia, la que practicaste con todos tus santos y con todo tu
pueblo fiel, también me ha alcanzado a mí. He andado disperso,
buscándome a mí mismo, por la soberbia de mi corazón, pero no he ocupado
ningún trono, Señor, y mi única exaltación es que tu Madre me alce a su
regazo, me cubra con su manto y me ponga junto a su corazón. Quiero ser
amado por ti como uno más de los más humildes de tu pueblo, colmar con
tu pan a los que tienen hambre de ti. Acuérdate, Señor, de tu alianza de
misericordia con tus hijos, los sacerdotes de tu pueblo. Que con María
seamos signo y sacramento de tu misericordia”.