CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 24 de noviembre de 2017).- Homilía pronunciada hoy por el arzobispo Giovanni Angelo Becciu,
Sustituto de la Secretaría de Estado durante la santa misa en la nueva
nunciatura apostólica de Kuala Lumpur (Malasia), inaugurada ayer:
Homilía de S.E.Mons. Giovanni Angelo Becciu
Su Eminencia, Sus Excelencias, queridos amigos:
En el pasaje del Evangelio de hoy, nuestro Señor le dice a San Pedro
que él es la roca sobre la cual fundará su Iglesia y que las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. Es significativo que Jesús señale
el futuro: "Sobre esta roca edificaré mi Iglesia" (Mt 16:18). La
Iglesia en Malasia se convertiría en parte de ese futuro. Por la gracia
de Dios, en nuestros días, la vida vibrante de la comunidad cristiana en
este país está cumpliendo la promesa del Señor de una manera
maravillosa.
San Pedro, la "roca" sobre la cual nuestro Señor construyó su
Iglesia, era, como sabemos, un hombre ordinario, un simple pescador.
Pedro se conocía muy bien y proclamó su propia debilidad ante Jesús.
Tampoco los Evangelios lo ocultan: hablan de su miedo paralizante en la
tormenta, de su negativa a permitir que Cristo lavase sus pies, y de su
triple negación del Señor en las horas previas a la crucifixión. Y, sin
embargo, conociendo bien a Pedro y viendo en su corazón, Jesús lo eligió
para ser el primero de los Apóstoles, princeps Apostolorum.
Aquí vemos la belleza de la gracia de Dios. Jesús hace de la
debilidad de Pedro una fuente de fortaleza, una fortaleza que se
evidencia claramente después de la resurrección y el descenso del
Espíritu Santo en Pentecostés. Pedro proclamó sin temor el Evangelio, en
Jerusalén, Antioquía y Roma, y finalmente dio el testimonio supremo
de Cristo con su martirio. En nuestro ministerio como obispos, también
nosotros experimentamos el poder de la gracia de Dios obrando a través
de nuestra propia debilidad, mientras luchamos con humildad por ser una
roca para aquellos a quienes servimos.
De manera particular, vosotros como obispos en unión con el Sucesor
de Pedro en Roma, estáis llamados a ser un signo visible de la presencia
de Dios como roca en la Iglesia universal y en cada una de sus Iglesias
particulares. Si hay ocasiones en que queremos proclamar nuestra
debilidad ante Cristo, como lo hizo Pedro, debemos confiar en la promesa
inquebrantable del Señor de estar siempre con nosotros, de
fortalecernos en nuestra misión como heraldos del Evangelio y pastores
del pueblo fiel de Dios. Su promesa nunca fallará.
El edificio que dedicamos hoy es la casa de Pedro; simboliza vuestra
unidad, y la de vuestras Iglesias locales, con el Santo Padre, cuyo
ministerio como el Sucesor de Pedro lo hace el fundamento visible y el
principio de la unidad de la Iglesia en la fe: ubi Petrus, ibi Ecclesia.
En el salmo responsorial cantamos: "¡Qué bueno , que dulce habitar los
hermanos todos juntos" (Sal 133). Recemos para que esta casa, y todos
los que trabajan y habitan aquí, sean siempre un signo del ministerio de
servicio del Santo Padre a nuestra comunión en la Iglesia Católica. Que
esta capilla también, como el corazón de la nueva nunciatura, sea una
fuente de luz espiritual y fortaleza para el nuncio y sus colaboradores
en sus esfuerzos diarios para compartir con el Sucesor de Pedro los
desafíos y las alegrías experimentadas por el Pueblo de Dios en sus
respectivas diócesis, y transmitir a su vez la preocupación y el aliento
pastoral del Santo Padre. De esta manera, la presencia de la Nunciatura
aquí puede contribuir a la unidad que los obispos disfrutan con el
Papa, entre ellos y con el clero, los religiosos y los fieles laicos de
las Iglesias locales. Alentará a toda la comunidad católica a dar
testimonio del Evangelio y a difundir, a través de buenas obras, el amor
misericordioso de Cristo por toda la humanidad.
El salmista describe la bondad de la unidad fraternal con la imagen
del aceite fragante que fluye por la barba de Aarón y sobre sus
vestiduras. Vemos aquí una profecía del Espíritu Santo derramado sobre
la Iglesia, en la riqueza de sus dones carismáticos y jerárquicos, para
su edificación en la fe, la esperanza y el amor. Cada uno de nosotros,
por la gracia de Dios, ha recibido ese regalo en abundancia,
especialmente el día de nuestra consagración. Que la bendición de esta
capilla sea la ocasión de una nueva efusión de los dones del Espíritu.
Que el aceite de su alegría pueda ungir nuestras vidas y fortalecernos
en santidad y celo por el apostolado. Si a veces nos sentimos débiles y
abrumados por los desafíos que enfrentamos, el Espíritu nos recuerda que
Cristo ha construido su Iglesia sobre la roca y continúa guiándola en
cada paso. Fortalezcámonos los unos a los otros en la unidad y la
confianza en la promesa del Señor.
Deseo renovar la gratitud del Papa FRANCISCO a toda la Conferencia
Episcopal y a cuantos han hecho posible la construcción de esta
nunciatura apostólica. Como sabemos, cada hogar también necesita una
madre. Dirijámonos a María, Madre de la Iglesia, y pidamos su
intercesión, confiando todos nuestros esfuerzos, nuestra gente, nuestras
esperanzas y nuestra persona a su cuidado materno. Que ella nos guíe a
nuestra patria celestial en la comunión del cuerpo de Cristo, la
Iglesia, y en la unidad de mente y corazón con el Sucesor de Pedro en
Roma.