Sittwe, MYANMAR (Agencia Fides, 30/07/2020) “Hay cinco sacerdotes católicos atrapados en el
área de Paletwa, en el estado Chin. La zona está prácticamente sellada y
es un problema llegar a ellos, así como a los habitantes de las aldeas
que están atrapados en la garra del conflicto”. En la Iglesia del
Sagrado Corazón de Sittwe, en el Estado birmano de Rakhine (en el oeste
de Myanmar), el padre Michael Kyi Lwin está preocupado, pero no pierde
el ánimo y no deja de hablar de esperanza. Aunque la esperanza se ve
puesta a dura prueba por la contingencia del conflicto civil, agravada
por el Covid-19: “Pero el próximo domingo - anuncia a la Agencia Fides,
mientras muestra la iglesia donde reside, que tiene más de 150 años de
antigüedad - podremos de nuevo celebrar misa públicamente. Sera la
primera vez en cuatro meses”.
Las restricciones del Coronavirus se han añadido a las del conflicto
armado ya existente y el servicio en 18 pueblos no es fácil: “En tiempos
normales, cada domingo llego a las comunidades para participar en la
misa. Tenemos 180 familias que se suman a las 35 residentes en Sittwe,
pero el conflicto lo hace todo más difícil”. Sittwe es la capital del
Estado de Rakhine, donde la guerra entre el ejército birmano y el
Ejército de Arakan se ha intensificado desde enero de 2019, una
organización autonómica que el Gobierno birmano ha incluido en la lista
de grupos terroristas, excluida tanto de la tregua nacional como del
laborioso proceso de paz con las diferentes facciones armadas que llevan
décadas luchando contra el Gobierno central.
Es un drama que se añade a otro drama: en 2012 las tensiones entre la
mayoría budista de Sittwe y la minoría musulmana rohingya estalló una
ola de violencia anti-musulmana, fomentada por grupos extremistas
radicales como la conocida organización "969" del monje Wirathu de quien
el Sangha budista se distanció, condenando sus sermones llenos de
veneno. Se produjo una masacre y la expulsión de las familias musulmanas
de la ciudad: 280 muertos, alrededor de 135.000 desplazados y la
destrucción de más de 10.000 viviendas, según las Ong.
Hoy Ambala, el barrio musulmán de Sittwe, es un gueto para unas pocas
familias que viven en condiciones precarias. Los demás han sido
"evacuados" ocho kilómetros más al norte o en los campos de desplazados
que rodean Sittwe donde el acceso se hace complicado a las mismas
organizaciones humanitarias, tanto de la ONU como del mundo de las ONG.
“Los musulmanes no pueden moverse de dónde están - añade el p. Michael -
y también para nosotros es difícil ayudarles”, como es difícil ayudar a
los que viven en el área de Paletwa, en la frontera entre el Estado
Chin y el Estado Rakhine.
“Muchos de nuestros estudiantes vienen del Estado de Chin - explica el
párroco de la parroquia del Sagrado Corazón que acoge entre 50 y 100
estudiantes llegados para asistir a la universidad - y cuando quieren
volver a casa sólo pueden llegar hasta Kyauktaw, a 60 millas de Sittwe;
luego tienen que caminar otras 40 millas”. Las pocas carreteras son
demasiado peligrosas. “La guerra es una realidad cotidiana también en
otras zonas del Rakhine. Pienso - concluye el P. Michael - en las áreas
de Myay Bon y de Min Bya, donde hay dos parroquias con 500 y 400
familias a las que asistir. Afortunadamente hay dos sacerdotes, pero
allí hay combates todos los días”. La paradoja es que, a 350 kilómetros
al sur, se va de vacaciones a los tranquilos resorts de Ngpali, entre
las playas más bellas del Rakhine y quizás de toda Myanmar.
El padre Michael no está solo: hay tres hermanas de la Congregación de
las Hijas de Nuestra Señora de las Misiones (Nuestra Señora de las
Misiones, conocidas también por su nombre francés Religieuses de Notre
Dame des Missions porque todo comenzó en Francia, en Lyon, en 1861
gracias a Adèle Euphrasie Barbier). Se encargan de la acogida de 35
chicas en las instalaciones cercanas a la iglesia. Son muchachas de
etnia chin porque la particularidad del estado Rakhine - cuya diócesis
de referencia es la de Pyay, provincia eclesiástica de Yangon - es que
prácticamente todos los católicos del Estado son de origen chin. El
Padre Michael es de Pyay y lleva aquí tres años. Sittwe un centro de
referencia importante en esta parte de Myanmar y también los sacerdotes
de Paletwa solían venir aquí para el retiro espiritual. “Estamos
contactando al ejército para tratar de conseguir que les envíen al menos
comida y medicinas. También la Cáritas de Pyay (la diócesis católica
que abarca todo el territorio del ststao Rakhine) se está moviendo”.
Pero es un camino cuesta arriba y esta parte del país sigue siendo un
lugar de inmenso dolor. Justo delante de la iglesia del Sagrado Corazón
se encuentra la cárcel de Sittwe. Los presos son en su mayoría
musulmanes.
Antes de la guerra con el Arakan Army (surgido en 2009, activo desde
2015 y reaparecido con vigor hace un año y medio) y después del 2012, el
Rakhine también asistió a la expulsión forzada en 2017 de más de
700.000 musulmanes de etnia rohingya que encontraron refugio en
Bangladesh. De la población originaria han quedado quizás 300.000
personas, aisladas o en guetos en los campos de refugiados dispersos por
el territorio. La gran mezquita de Sittwe, una obra maestra del arte
islámico del siglo XIX, ahora es solo un lugar abandonado con el
interior devastado y el exterior atacado por las plantas y la
intemperie. Está vigilada por los militares y está prohibido acercarse,
como ocurre con los que intentan entrar en el barrio cercano de Ambala.
Sin embargo, Sittwe está rodeada de playas de arena fina con vistas al
Golfo de Bengala y a un puñado de kilómetros de aquí, en Mrauk U, se
encuentra uno de los sitios arqueológicos más importantes de todo el
Sudeste asiático, que
podría fácilmente convertirse en patrimonio de la Unesco. Pero todo está
comprometido por la guerra, la intolerancia, y también, como afirman
algunos observadores, por los intereses sobre la tierra y los recursos.
Invertir en la paz siempre es difícil y se necesita valor. El padre
Michael, las tres hermanas de Sittwe, los cinco sacerdotes de Paletwa, y
los párrocos de Myay Bon y Min Bya forman parte de ese grupo de personas, dispuestos a desgastarse, con pasión y entrega, como apóstoles de paz, caridad, reconciliación.