CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 22 de octubre de 2016).-  Esta mañana, a las 10:00 horas, ha tenido lugar en la Plaza de San Pedro la
 Audiencia Jubilar, promovida por el Santo Padre FRANCISCO para reunirse
 con los numerosos grupos de peregrinos y de fieles procedentes de 
Italia y de todo el mundo con ocasión del Año de la Misericordia.
En el discurso en italiano, el Papa ha centrado su meditación en el tema “Misericordia y Diálogo”.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El fragmento del 
Evangelio de Juan que hemos escuchado narra el encuentro de Jesús con 
una mujer samaritana. Lo que conmueve de este encuentro es el diálogo
 tan cerrado entre la mujer y Jesús. Esto hoy nos permite subrayar un 
aspecto muy importante de la misericordia, que es precisamente el diálogo.
El diálogo permite a las personas conocerse y comprender las 
exigencias los unos de los otros. Sobre todo, es una señal de gran 
respeto, porque pone a las personas en actitud de escucha y en 
condiciones de acoger los mejores aspectos del interlocutor. En segundo 
lugar, el diálogo es expresión de caridad porque –aun sin ignorar las 
diferencias– puede ayudar a buscar y compartir el bien común. Por otra 
parte, el diálogo nos invita a ponernos delante del otro viéndolo como 
un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser reconocido.
Muchas veces no nos encontramos a los hermanos, incluso viviendo al 
lado, sobre todo cuando hacemos prevalecer nuestra posición sobre la del
 otro. No dialogamos cuando no escuchamos lo suficiente o tenemos a 
interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón. Pero cuántas 
veces, cuántas veces estamos escuchando a una persona, la paramos y 
decimos: “¡No!¡No!¡No es así!” y no dejamos que termine de explicar lo 
que quiere decir. Y esto impide el diálogo: esto es agresión. El 
verdadero diálogo, en cambio, necesita momentos de silencio, en los que 
acoger el don extraordinario de la presencia de Dios en el hermano.
Queridos hermanos y hermanas, dialogar ayuda a las personas a 
humanizar las relaciones y a superar las incomprensiones. Hay mucha 
necesidad de diálogo en nuestras familias, ¡y cómo se resolverían más 
fácilmente las cuestiones si se aprendiera a escucharse mutuamente! Es 
así en la relación entre marido y mujer, y entre padres e hijos. Cuánta 
ayuda puede venir también del diálogo entre los enseñantes y sus 
alumnos; o entre dirigentes y trabajadores, para descubrir las 
exigencias mejores del trabajo.
De diálogo vive también la Iglesia con los hombres y las mujeres de 
cada época, para comprender las necesidades que están en el corazón de 
cada persona y para contribuir a la realización del bien común. Pensemos
 en el gran don de la creación y en la responsabilidad que todos tenemos
 de salvaguardar nuestra casa común: el diálogo sobre un tema tan 
central es una exigencia ineludible. Pensemos en el diálogo entre las 
religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio de 
los hombres, y para contribuir a la construcción de la paz y de una red 
de respeto y de fraternidad.
Para concluir, todas las formas de diálogo son expresión de la gran 
exigencia de amor de Dios, que va al encuentro de todos y en cada uno 
pone una semilla de su bondad, para que pueda colaborar con su obra 
creadora.
El diálogo abate los muros de las divisiones y de las 
incomprensiones; crea puentes de comunicación y no consiente que uno se 
aísle, encerrándose en el propio pequeño mundo. No lo olvidéis: dialogar
 es escuchar lo que me dice el otro y decir con mansedumbre lo que 
pienso yo. Si las cosas son así, la familia, el barrio, el puesto de 
trabajo, serán mejores. Pero si yo no dejo que el otro diga todo lo que 
tiene en el corazón y comienzo a gritar –hoy en día se grita mucho– no 
irá a buen fin esta relación entre nosotros; no irá a buen fin la 
relación entre marido y mujer, entre padres e hijos. Escuchar, explicar,
 con mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón 
abierto.
Jesús conocía bien lo que había en el corazón de la samaritana, una 
grande pecadora; y a pesar de eso no le negó que se pudiera expresar, la
 dejó hablar hasta el final, y entró poco a poco en el misterio de su 
vida. Esta enseñanza vale también para nosotros. A través del diálogo 
podemos hacer crecer las señales de la misericordia de Dios y 
convertirlas en instrumento de acogida y de respeto".
Después de haber resumido su catequesis en distintas lenguas, el Papa ha saludado a los grupos de fieles presentes.
La Audiencia Jubilar ha concluido con el canto del Pater Noster y la Bendición Apostólica.
 
