CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 25 de octubre de 2016).- Se ha presentado esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede
la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe Ad
resurgendum cum Christo, acerca de la sepultura de los difuntos y la
conservación de las cenizas en caso de cremación. Han intervenido el Cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, el Padre Serge-Thomas Bonino, O.P., Secretario de
la Comisión Teológica Internacional y mons. Angel Rodríguez Luño, Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El documento, como recordó el Cardenal Müller está dirigido a los Obispos de la Iglesia Católica, pero atañe directamente a la vida de
todos los fieles, entre otras cosas porque ha habido un aumento
incesante en la elección de la cremación respecto al entierro en muchos
países y es previsible que en un futuro próximo esta sea una praxis
ordinaria. Además hay que tener en cuenta la difusión de otro hecho:
la conservación de las cenizas en el hogar, como recuerdos
conmemorativos o su dispersión en la naturaleza.
La legislación eclesiástica actual sobre la cremación de cadáveres
se rige por el Código de Derecho Canónico que dice: "La Iglesia
recomienda vivamente que se conserve la piadosa costumbre de dar
sepultura a los cuerpos de los difuntos; sin embargo, no prohíbe la
cremación, a no ser que ésta haya sido elegida por razones contrarias a
la doctrina cristiana. “Aquí cabe señalar -dijo el Cardenal Müller,
que, a pesar de esta legislación, también la cremación está muy
difundida en la Iglesia Católica. Con respecto a la práctica de la
conservación de las cenizas, no existe legislación canónica específica.
Por esta razón, algunas Conferencias Episcopales han recurrido a la
Congregación para la Doctrina de la Fe, planteando cuestiones relativas a
la praxis de conservar la urna funeraria en casa o, en lugares diversos
del cementerio, y especialmente a la dispersión de las cenizas en la
naturaleza”.
Así, después de haber escuchado a la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, al Consejo Pontificio para
los Textos Legislativos y a numerosas Conferencias Episcopales y
Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales, la Congregación para
la Doctrina de la Fe ha considerado oportuno publicar una nueva
Instrucción con un doble objetivo: en primer lugar - reafirmar las
razones doctrinales y pastorales sobre la preferencia de la sepultura de
los cuerpos; y en segundo lugar – emanar normas relativas a la
conservación de las cenizas en el caso de la cremación.
“La Iglesia, en primer lugar, sigue recomendando con insistencia que
los cuerpos de los difuntos se entierren en el cementerio o en otro
lugar sagrado –señaló el purpurado- En memoria de la muerte, sepultura
y resurrección del Señor, la inhumación es la forma más adecuada para
expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal. Además, la
sepultura en los cementerios u otros lugares sagrados responde
adecuadamente a la compasión y el respeto debido a los cuerpos de los
fieles difuntos. Mostrando su aprecio por los cuerpos de los difuntos
la Iglesia confirma la creencia en la resurrección y se separa de las
actitudes y los ritos que ven en la muerte la anulación definitiva de la
persona, una etapa en el proceso de reencarnación o una fusión del alma
con el universo”.
“Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver
–continuó - las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse
en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en
una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin. No está
permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de
graves y excepcionales circunstancias, el Ordinario, de acuerdo con la
Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos, puede conceder el
permiso para conservar las cenizas en el hogar. Para evitar cualquier
malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no se permite la
dispersión de cenizas en el aire, en tierra o en agua o en cualquier
otra forma, o la conversión de cenizas incineradas en recuerdos
conmemorativos”.
“Es de esperar que esta nueva Instrucción contribuya a que los
fieles cristianos tomen mayor conciencia de su dignidad como "hijos de
Dios" . Estamos frente a un nuevo desafío para la evangelización de la
muerte –advirtió el Cardenal- La aceptación de ser criaturas no
destinadas a la desaparición requiere que se reconozca a Dios como
origen y destino de la existencia humana; venimos de la tierra y a la
tierra volvemos, esperando la resurrección. Por lo tanto, es necesario
evangelizar el significado de la muerte, a la luz de la fe en Cristo
resucitado… Como escribía Tertuliano: "La resurrección de los muertos,
de hecho, es la fe de los cristianos, creyendo en ella, somos tales".
En su intervención el Padre Bonino destacó que la práctica de la
sepultura debido a su alto significado antropológico y simbólico, está
en sintonía, por una parte con el misterio de la resurrección y, por
otro con la enseñanza del cristianismo sobre la dignidad del cuerpo
humano.
“Como se afirma en los relatos evangélicos entre el Jesús de antes
de la Pascua y el Jesús resucitado hay , al mismo tiempo,
discontinuidad y continuidad –afirmó- Discontinuidad porque el cuerpo
de Jesús después de la resurrección está en un estado nuevo y tiene
propiedades que ya no son las del cuerpo en su condición terrena, hasta
el punto de que ni María Magdalena ni los discípulos lo reconocieron.
Pero, al mismo tiempo, el cuerpo de Jesús resucitado es el cuerpo que ha
nacido de la Virgen María, fue crucificado y enterrado, y lleva sus
huellas… Por lo tanto, no se puede negar la continuidad real entre el
cuerpo enterrado y el cuerpo resucitado; una señal de que la existencia
histórica, tanto la de Jesús como la nuestra, no es un juego, no es
abolida en la escatología, al contrario, se transfigura.La resurrección
cristiana no es, por lo tanto, ni una reencarnación del alma en un
cuerpo indiferente ni una re-creación ex nihilo. La Iglesia nunca ha
dejado de afirmar que efectivamente el cuerpo en el que vivimos y
morimos es el que resucitará en el último día.
Por otra parte, es el
motivo por el que los cristianos, guiados por el “sensus fidei”,
veneran las reliquias de los santos. No son sólo un recuerdo en la
estantería, sino que están relacionadas con la identidad del santo, una
vez templo del Espíritu Santo, y esperan la resurrección. Por supuesto,
sabemos que, incluso si la continuidad material se interrumpiera,
como es el caso de la cremación, Dios es muy poderoso para reconstituir
nuestro propio cuerpo a partir de nuestra propia alma inmortal, que
garantiza la continuidad de la identidad entre el momento la muerte y la
resurrección. Pero lo que queda en un nivel simbólico - y el hombre es
un animal simbólico - es que la continuidad se expresa de forma más
adecuada por medio del entierro - "el grano de trigo que cae en la
tierra" - en lugar de a través de la cremación que destruye el cuerpo”.
“El cristianismo, religión de la encarnación y resurrección,
promueve lo que la Instrucción llama "la alta dignidad del cuerpo humano
como una parte integral de la persona de la que el cuerpo comparte la
historia"… Para la fe cristiana, el cuerpo no es toda la persona, pero
es una parte integral, esencial, de su identidad. De hecho, el cuerpo es
como el sacramento del alma que se manifiesta en él y por él. Como
tal, el cuerpo participa en la dignidad inherente a la persona humana y
al respeto que se le debe. Por eso enterrar a los muertos ya es, en el
Antiguo Testamento, una de las obras de misericordia con el prójimo. La
ecología integral que anhela el mundo contemporáneo, tendría que empezar
por respetar el cuerpo, que no es un objeto manipulable siguiendo
nuestra voluntad de potencia, sino nuestra humilde compañero para la
eternidad”.
Por su parte Mons. Angel Rodríguez Luño refiriéndose a la cuestión
de la dispersión de las cenizas opinó que es una decisión que “a menudo
depende de la idea de que con la muerte el ser humano sea completamente
aniquilado, como si ese fuera su destino final. También se puede deber a
pura superficialidad, al deseo de ocultar o hacer privado cuanto se
refiera a la muerte o a la difusión de modas de gusto discutible”. “Se
podría objetar –añadió- que en algunos casos la decisión de conservar
en el hogar las cenizas de un pariente amado (padre, mujer, marido,
hijos), esté inspirada por un deseo de cercanía y de piedad que facilite
el recuerdo y la oración. No es el motivo más frecuente, pero en
algunos casos puede ser así. Sin embargo existe el peligro de que haya
olvidos o faltas de respeto, sobre todo una vez pasada la primera
generación, así como dar lugar a elaboraciones del luto poco sanas. Pero
sobre todo, hay que observar que los fieles difuntos forman parte de la
Iglesia, son objeto de oración y del recuerdo de los vivos y está bien
que sus restos sean recibidos por la Iglesias y conservados con respeto a
lo largo de los siglos en los lugares que la Iglesia bendice con ese
fin sin que se sustraigan al recuerdo y a la oración de los demás
parientes y al resto de la comunidad”.