En el Capítulo General los Agustinos han querido revisar y poner ante Dios la vida de la Orden, con sus anhelos y desafíos, para que sea él quien les dé luz y esperanza. Como observó el Pontífce “para buscar la renovación y un impulso se necesita volver a Dios, y pedirle: «Danos lo que mandas». Pedimos el mandamiento nuevo que Jesús nos dio: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado»; es lo que nosotros le imploramos que nos dé: su amor para ser capaces de amar… Dios siempre nos está dando este amor y se hace presente en nuestra vida. Miramos al pasado y damos gracias por tantos dones recibidos” . “Y este recorrido histórico –subrayó– hemos de hacerlo de la mano del Señor, porque él es quien nos da la clave para interpretarlo; no se trata de hacer historia sin más, sino descubrir la presencia del Señor en cada acontecimiento, en cada paso de la vida. El pasado nos ayuda a volver de nuevo al carisma y a degustarlo en toda su frescura y entereza. También nos da la posibilidad de subrayar las dificultades que han surgido y cómo han sido superadas, para poder enfrentar los retos actuales, mirándose al futuro. Este camino junto a Jesús se convertirá en oración de acción de gracias y en purificación interior”.
La memoria agradecida de ese amor en el pasado “nos impulsa a vivir el presente con pasión y de manera cada vez más valiente; entonces podemos pedirle: «Manda lo que quieras». Pedir esto implica libertad de espíritu y disponibilidad. Dejarse mandar por Dios significa –afirmó el Obispo de Roma– que él es el patrón de nuestra vida y no hay otro; y bien sabemos que, si Dios no ocupa el lugar que le corresponde, otros lo harán por él. Cuando el Señor está en el centro de nuestra vida todo es posible; no cuenta ni el fracaso ni algún otro mal, porque él es quien está en el centro, y es él quien nos dirige”. En este momento de modo especial, nos pide que seamos “sus «creadores de comunión». Estamos llamados a crear, con nuestra presencia en medio del mundo, una sociedad capaz de reconocer la dignidad de cada persona y de compartir el don que cada uno es para el otro. Con nuestro testimonio de comunidad viva y abierta a lo que nos manda el Señor, a través del soplo de su Espíritu, podremos responder a las necesidades de cada persona con el mismo amor con el que Dios nos ha amado. Tantas personas están esperando que salgamos a su encuentro y las miremos con esa ternura que hemos experimentado y recibido de nuestro trato con Dios. Este es el poder que llevamos, no el de nuestros propios ideales y proyectos; sino la fuerza de su misericordia que trasforma y da vida”.
FRANCISCO terminó su discurso invitando a los participantes en el Capítulo a mantener con espíritu renovado el sueño de San Agustín, “de vivir como hermanos «con un solo corazón y una sola alma» que refleje el ideal de los primeros cristianos y sea profecía viviente de comunión en este mundo nuestro, para que no haya división, ni conflictos ni exclusión, sino que reine la concordia y se promueva el diálogo”. Y puso bajo el amparo de la Virgen María, las intenciones y proyectos de la Orden, para que los oriente y proteja, pidiéndoles que rezasen por él y transmitiesen su bendición a toda la familia Agustino–Recoleta.