Karamoja, UGANDA (Agencia Fides, 07/11/2017) - Permanecen sentados todo el día, hasta las
dos o las tres de la noche, al borde de las calles, con las manos
tendidas hacia los transeúntes para pedir alguna moneda. No pueden comer
algo caliente, ni ir a la escuela, jugar, lavarse o sentirse seguros.
Son niños del área de Karamoja, una de las más pobres del noreste de
Uganda, que se ven obligados por adultos a pedir limosna en la capital,
Kampala.
Para contrarrestar esta vergonzosa plaga social, alimentada por las
condiciones de absoluta miseria en las familias de los pequeños, la
hermana Fernanda Cristinelli, misionera comboniana, trabaja para poner
en marcha un centro de día para niños, donde poder realizar programas de
apoyo escolar y reintegración familiar.
La hermana Fernanda, lha estado diez años como misionera en Uganda,
otros diez en Kenia, después de un corto periodo en Roma, ahora está de
vuelta en Uganda, como coordinadora de la oficina para mujeres en la
diócesis de Moroto.
“El regreso a Uganda me ha puesto frente a un fenómeno que nunca había
visto en Kampala años atrás” dice en una nota recibida en la Agencia
Fides. “Niños de 3 a 10 años y niñas de 12 a 14 años de edad, en las
carreteras y calles, las más concurridas de la capital, mendigando y con
mujeres adultas que los controlan. Los pequeños saltan a las máquinas
en el tráfico impredecible de las calles de Kampala para pedir limosna y
las chicas, con bebés sobre sus hombros, hacen lo mismo.
Otros niños se ponen en el suelo con las manos abiertas para pedir y
permanecer allí durante horas, bajo temperaturas febriles o de
intemperie. Todo esto se suma al hecho de que viven en tiendas al borde
de la ciudad, entre el barro cuando llueve. Tienen una vida que no es
digna ni para niños ni para adultos”", continúa la misionera.
“Con las mujeres de la diócesis, hemos intentado crear programas de
concienciación y alfabetización, que en porque en Karamoja menos del 20%
sabe leer y escribir. Es por eso que pensamos crear un lugar cerca de
donde viven, para acompañarlos a tener una vida verdaderamente digna.
Tener un punto de referencia para ellos, donde puedan venir, darles la
bienvenida, jugar un poco, darles algo de comer, hablar con ellos y
entenderlos mejor, agruparlos y hacerles sentir que la infancia es algo
diferente de quedarse en la calle, este es el objetivo de nuestro
proyecto”, concluye la hermana Cristinelli.
La diócesis de Moroto tiene una población de 520,000 habitantes, de los
cuales 328,000 católicos, 6720 bautizados, divididos en 11 parroquias
con 14 sacerdotes.