jueves, 7 de agosto de 2014

FRANCISCO: Visita Pastoral a Campobasso-Boiano e Isernia-Venafro




ENCUENTRO CON EL MUNDO LABORAL Y DE LA INDUSTRIA

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Aula Magna de la Universidad de Molise (Campobasso)
Sábado 5 de julio de 2014





Señor rector,
autoridades, alumnos, personal de la Universidad, profesores,
hermanos y hermanas del mundo del trabajo:



Os agradezco vuestra acogida. Os agradezco, sobre todo, por haber compartido conmigo la realidad que vivís, las fatigas y las esperanzas. El señor rector ha retomado la expresión que pronuncié una vez: que nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Es verdad, cada día nos presenta una sorpresa. Así es nuestro Padre. Pero ha dicho otra cosa sobre Dios, que considero ahora: Dios rompe los esquemas. Y si nosotros no tenemos la valentía de romper los esquemas, jamás iremos adelante, porque nuestro Dios nos impulsa a esto: a ser creativos respecto al futuro.


Mi visita a Molise comienza a partir de este encuentro con el mundo del trabajo, pero el lugar en el que nos encontramos es la Universidad. Y esto es significativo: expresa la importancia de la investigación y de la formación también para responder a las nuevas y complejas cuestiones que plantea la crisis económica actual a nivel local, nacional e internacional. Lo testimoniaba hace poco el joven agricultor con su elección de seguir el curso de licenciatura en agronomía y trabajar la tierra «por vocación». La permanencia del campesino en la tierra no significa quedarse inmóvil, sino tener un diálogo, un diálogo fecundo, un diálogo creativo. Es el diálogo del hombre con su tierra, a la que hace florecer, a la que convierte en fecunda para todos nosotros. Esto es importante. Un buen itinerario formativo no ofrece soluciones fáciles, pero ayuda a tener una mirada más amplia y más creativa para valorar mejor los recursos del territorio.


Comparto plenamente lo que se dijo sobre «custodiar» la tierra para que dé fruto sin que sea «explotada». Este es uno de los desafíos más grandes de nuestra época: convertirnos a un desarrollo que sepa respetar la creación. Lo veo en América, y también en mi patria: tantas selvas despojadas, que se convierten en tierra que no se puede cultivar, que no puede dar vida. Este es nuestro pecado: explotar la tierra y no dejar que nos dé lo que tiene dentro, con la ayuda de nuestro cultivo.


Otro desafío ha surgido en la voz de esta animosa madre obrera, que también ha hablado en nombre de su familia: su esposo, su niño pequeño y el niño en su vientre. El suyo es un llamamiento por el trabajo y, al mismo tiempo, por la familia. Gracias por este testimonio. En efecto, se trata de buscar conciliar los tiempos del trabajo con los tiempos de la familia. Pero os diré una cosa: cuando voy al confesonario y confieso —ahora no tanto como lo hacía en la otra diócesis—, cuando se acerca una mamá o un papá joven, les pregunto: «¿Cuántos niños tienes?, y me lo dicen. Y hago otra pregunta, siempre: «Dime: ¿juegas con tus niños?». La mayor parte responde: «¿Cómo dice, padre?». «Sí, sí: ¿juegas? ¿Pierdes tiempo con tus niños?». Estamos perdiendo esta capacidad, esta sabiduría de jugar con nuestros niños. La situación económica nos impulsa a esto, a perder esto. Por favor, perdamos tiempo con nuestros niños. El domingo: usted (se dirige a la trabajadora) ha hecho referencia a este domingo en familia, a perder tiempo… Este es un punto «crítico», un punto que nos permite discernir, valorar la calidad humana del sistema económico en el que nos encontramos. Y dentro de este ámbito se sitúa también la cuestión del domingo laboral, que no interesa sólo a los creyentes, sino que interesa a todos, como elección ética. Es este espacio de la gratuidad lo que estamos perdiendo. La pregunta es: ¿a qué cosa queremos dar prioridad? El domingo libre del trabajo —excepto los servicios necesarios— significa que la prioridad no la tiene lo económico sino lo humano, lo gratuito, las relaciones no comerciales sino familiares, amistosas, y para los creyentes la relación con Dios y con la comunidad. Quizá ha llegado la hora de preguntarnos si trabajar el domingo constituye una verdadera libertad. Porque el Dios de las sorpresas es el Dios que rompe los esquemas, sorprende y rompe los esquemas para que lleguemos a ser más libres: es el Dios de la libertad.


Queridos amigos: Hoy quiero unir mi voz a la de tantos trabajadores y empresarios de este territorio para pedir que se realice un «pacto para el trabajo». He visto que en Molise se está tratando de responder al drama del desempleo uniendo las fuerzas de modo constructivo. Muchos puestos de trabajo podrían recuperarse a través de una estrategia concordada con las autoridades nacionales, un «pacto para el trabajo» que sepa aprovechar las oportunidades que ofrecen las normativas nacionales y europeas. Os aliento a ir adelante por este camino, que puede dar buenos frutos, tanto aquí como también en otras regiones.


Quiero retomar una palabra que tú (se dirige al trabajador) has dicho: dignidad. No tener trabajo no es solamente no tener lo necesario para vivir, no. Podemos comer todos los días: vamos a Cáritas, vamos a esta asociación, vamos al club, vamos allá y nos dan de comer. Pero este no es el problema. El problema es no llevar el pan a casa: esto es grave, y esto niega la dignidad. Esto niega la dignidad. Y el problema más grave no es el hambre, aunque el problema existe. El problema más grave es la dignidad. Por eso debemos trabajar y defender nuestra dignidad, la que da el trabajo.


En fin, quiero deciros que me ha emocionado el hecho que me hayáis regalado un cuadro que representa precisamente una «maternidad». Maternidad comporta trabajo, pero la fatiga del parto está orientada a la vida, está llena de esperanza. Entonces, no sólo os agradezco este regalo sino más aún el testimonio que encierra: el de un trabajo lleno de esperanza. Gracias. Y quiero añadir un hecho histórico, que me sucedió. Cuando era provincial de los jesuitas, hubo necesidad de enviar a un capellán a la Antártida, para que viviera allí diez meses del año. Pensé, y fue uno, el padre Bonaventura De Filippis. Pero, ¿sabéis?, había nacido en Campobasso, era de aquí. ¡Gracias!


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CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Antiguo Estadio Romagnoli (Campobasso)
Sábado 5 de julio de 2014


 

«La sabiduría, sin embargo, sacó de apuros a sus servidores» (Sab 10, 9).


La primera Lectura nos ha recordado las características de la sabiduría divina, que libra del mal y la opresión a cuantos se ponen al servicio del Señor. Él, en efecto, no es neutral, sino que con su sabiduría está del lado de las personas frágiles, de las personas discriminadas y oprimidas que se abandonan confiadas a Él. Esta experiencia de Jacob y de José, narrada en el Antiguo Testamento, hace surgir dos aspectos esenciales de la vida de la Iglesia: la Iglesia es un pueblo que sirve a Dios; y la Iglesia es un pueblo que vive en la libertad donada por Él.


Ante todo somos un pueblo que sirve a Dios. El servicio a Dios se realiza de diversos modos, en particular en la oración y en la adoración, en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la caridad. Y siempre el icono de la Iglesia es la Virgen María, la «sierva del Señor» (Lc 1, 38; cf. 1, 48). Inmediatamente después de haber recibido el anuncio del Ángel y haber concebido a Jesús, María parte a toda prisa para ir a ayudar a su anciana pariente Isabel. Y así muestra que el camino privilegiado para servir a Dios es servir a los hermanos que tienen necesidad.


En la escuela de la Madre, la Iglesia aprende a ser cada día «sierva del Señor», a estar lista para ir al encuentro de las situaciones de mayor necesidad, a estar atenta con los pequeños y excluidos. Pero el servicio de la caridad estamos todos llamados a vivirlo en las realidades ordinarias, es decir, en la familia, en la parroquia, en el trabajo, con los vecinos... Es la caridad de todos los días, la caridad ordinaria.


El testimonio de la caridad es el camino real de la evangelización. En esto la Iglesia ha estado siempre «en primera línea», presencia maternal y fraternal que comparte las dificultades y las fragilidades de la gente. De este modo, la comunidad cristiana busca infundir en la sociedad ese «suplemento de alma» que permite mirar más allá y esperar.
Es lo que también vosotros, queridos hermanos y hermanas de esta diócesis, estáis haciendo con generosidad, sostenidos por el celo pastoral de vuestro obispo. Os aliento a todos, sacerdotes, personas consagradas, fieles laicos, a perseverar en este camino, sirviendo a Dios en el servicio a los hermanos, y difundiendo por doquier la cultura de la solidaridad. Hay mucha necesidad de este compromiso, ante las situaciones de precariedad material y espiritual, especialmente ante la desocupación, una plaga que requiere todo el esfuerzo y mucho valor por parte de todos. El desafío del trabajo es un desafío que interpela de modo particular a la responsabilidad de las instituciones, del mundo empresarial y financiero. Es necesario poner la dignidad de la persona humana en el centro de toda perspectiva y de toda acción. Los otros intereses, aunque legítimos, son secundarios. ¡En el centro está la dignidad de la persona humana! ¿Por qué? Porque la persona humana es imagen de Dios, fue creada a imagen de Dios y todos nosotros somos imagen de Dios.


Así, pues, la Iglesia es el pueblo que sirve al Señor. Por eso es el pueblo que experimenta su liberación y vive en esa libertad que Él le da. La verdadera libertad la da siempre el Señor. La libertad ante todo del pecado, del egoísmo en todas sus formas: la libertad de donarse y de hacerlo con alegría, como la Virgen de Nazaret que es libre de sí misma, no se repliega en su condición —y habría tenido buen motivo para ello— pero piensa en quien, en ese momento, tiene más necesidad. Es libre en la libertad de Dios, que se realiza en el amor. Y esta es la libertad que nos ha dado Dios, y nosotros no debemos perderla: la libertad de adorar a Dios, de servir a Dios y de servirlo también en nuestros hermanos.


Esta es la libertad que, con la gracia de Dios, experimentamos en la comunidad cristiana, cuando nos ponemos al servicio los unos de los otros. Sin celos, sin partidos, sin habladurías... Servirnos los unos a los otros, ¡servirnos! Entonces el Señor nos libra de ambiciones y rivalidades que minan la unidad de la comunión. Nos libra de la desconfianza, de la tristeza —esta tristeza es peligrosa, porque nos tira abajo; es peligrosa, ¡estad atentos!—. Nos libra del miedo, del vacío interior, del aislamiento, de la nostalgia, de las lamentaciones. También en nuestras comunidades, en efecto, no faltan actitudes negativas que hacen a las personas autorreferenciales, preocupadas más por defenderse que por donarse. Pero Cristo nos libra de esta monotonía existencial, como proclamamos en el Salmo responsorial: «Tú eres mi ayuda y mi liberación». Por eso los discípulos, nosotros discípulos del Señor, aun permaneciendo siempre débiles y pecadores —¡todos lo somos!—, pero incluso permaneciendo débiles y pecadores, estamos llamados a vivir con alegría y valentía nuestra fe, la comunión con Dios y con los hermanos, la adoración a Dios y a afrontar con fortaleza las fatigas y las pruebas de la vida.


Queridos hermanos y hermanas, que la Virgen Santa, que veneráis especialmente con el título de «Madonna della Libera», os alcance la alegría de servir al Señor y de caminar en la libertad que Él nos ha dado: en la libertad de la adoración, de la oración y del servicio a los demás. Que María os ayude a ser Iglesia materna, Iglesia acogedora y atenta con todos. Que ella esté siempre junto a vosotros, a vuestros enfermos, a vuestros ancianos, que son la sabiduría del pueblo, a vuestros jóvenes. Que sea signo de consuelo y de esperanza segura para todo vuestro pueblo. Que la «Madonna della Libera» nos acompañe, nos ayude, nos consuele, nos dé paz y nos dé alegría.


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ENCUENTRO CON LOS JÓVENES DE LAS DIÓCESIS DE LOS ABRUZOS Y MOLISE

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO



Explanada del Santuario de Castelpetroso
Sábado 5 de julio de 2014

 

Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!


Os agradezco vuestra numerosa y alegre presencia. Doy las gracias a monseñor Pietro Santoro por su servicio a la pastoral juvenil; y gracias a ti, Sara, que has sido portavoz de las esperanzas y las preocupaciones de los jóvenes de Abruzzo y Molise.


El entusiasmo y el clima de fiesta que sabéis crear son contagiosos. El entusiasmo es contagioso. Pero, ¿sabéis de dónde viene esta palabra, entusiasmo? Viene del griego y quiere decir «tener dentro algo de Dios» o «estar dentro de Dios». El entusiasmo, cuando es sano, demuestra esto: que uno tiene dentro algo de Dios y lo expresa alegremente. Estáis abiertos —con este entusiasmo— a la esperanza y deseosos de plenitud, deseosos de dar significado a vuestro futuro, a toda vuestra vida, de entrever el camino apto para cada uno de vosotros y elegir la senda que os lleve a la serenidad y a la realización humana. Camino apto, elegir la senda…, ¿qué significa esto? No quedarse inerte —un joven no puede quedarse inerte— y caminar. Esto indica ir hacia algo; porque uno puede moverse y no ser uno que camina, sino un «errante», que da vueltas, vueltas, da vueltas por la vida… 
Pero la vida no es para «dar vueltas», es para «caminarla», y este es vuestro desafío.


Por un lado, estáis en busca de lo que cuenta verdaderamente, lo que permanece estable en el tiempo y es definitivo, estáis en busca de respuestas que iluminen vuestra mente e inflamen vuestro corazón no sólo durante el espacio de una mañana o de un breve tramo del camino, sino para siempre. La luz en el corazón para siempre, la luz en la mente para siempre, el corazón inflamado para siempre, definitivo. Por otro lado, experimentáis el gran temor de equivocaros —es verdad, el que camina puede equivocarse—, experimentáis el miedo de implicaros demasiado en las cosas —lo habéis escuchado muchas veces—, la tentación de dejar siempre abierta una pequeña vía de escape que, en caso de necesidad, pueda abrir siempre nuevos escenarios y posibilidades. Voy en esta dirección, elijo esta dirección, pero dejo abierta esta puerta: si no me gusta, vuelvo y me marcho. Esta provisionalidad no hace bien; no hace bien porque te oscurece la mente y te enfría el corazón.


La sociedad contemporánea y sus modelos culturales prevalentes —por ejemplo, la «cultura de lo provisional»— no ofrecen un clima favorable a la formación de elecciones de vida estables con vínculos sólidos, construidos sobre una roca de amor, de responsabilidad, más bien que sobre la arena de la emoción del momento. La aspiración a la autonomía individual llega hasta tal punto que siempre cuestiona todo y rompe con relativa facilidad elecciones importantes y largamente ponderadas, itinerarios de vida libremente emprendidos con empeño y entrega. Esto alimenta la superficialidad en la asunción de responsabilidades, puesto que en lo profundo del alma corren el riesgo de ser consideradas como algo de lo que uno se puede liberar de cualquier modo. Hoy elijo esto, mañana elijo lo otro…, como sopla el viento, así me muevo; o, cuando se termina mi entusiasmo, mi deseo, emprendo otro camino… Y así es este «dar vueltas» en la vida, propio del laberinto. Pero el camino no es el laberinto. Cuando os encontráis dando vueltas en un laberinto, que sigo por aquí, por aquí, por aquí…, ¡deteneos! Buscad el hilo para salir del laberinto; buscad el hilo: no se puede quemar la vida dando vueltas.


Sin embargo, queridos jóvenes, el corazón del ser humano aspira a cosas grandes, a valores importantes, a amistades profundas, a vínculos que se fortalecen con las pruebas de la vida en lugar de romperse. El ser humano aspira a amar y a ser amado. Esta es nuestra aspiración más profunda: amar y ser amado; y esto, definitivamente. La cultura de lo provisional no exalta nuestra libertad, sino que nos priva de nuestro verdadero destino, de las metas más verdaderas y auténticas. Es una vida a pedazos. Es triste llegar a cierta edad, mirar el camino que hemos recorrido y darnos cuenta de que lo hemos recorrido por tramos diferentes, sin unidad, sin opción definitiva: todo provisional… No os dejéis robar el deseo de construir en vuestra vida cosas grandes y sólidas. Esto es lo que os lleva adelante. No os contentéis con metas pequeñas. Aspirad a la felicidad, tened valentía, la valentía de salir de vosotros mismos, y de jugaros plenamente vuestro futuro junto con Jesús.


Solos no podemos lograrlo. Frente a la presión de los acontecimientos y las modas, solos jamás lograremos encontrar el camino justo, y aunque lo encontráramos, no tendríamos suficiente fuerza para perseverar, para afrontar las subidas y los obstáculos imprevistos. Y aquí está la invitación del Señor Jesús: «Si quieres… sígueme». Nos invita para acompañarnos en el camino, no para explotarnos, no para convertirnos en esclavos, sino para hacernos libres. En esta libertad, nos invita para acompañarnos en el camino. Es así. Sólo junto a Jesús, invocándolo y siguiéndolo, tenemos una visión clara y fuerza para llevarla adelante. Él nos ama definitivamente, nos ha elegido definitivamente, se ha entregado definitivamente a cada uno de nosotros. Es nuestro defensor y hermano mayor, y será nuestro único juez. ¡Cuán bello es afrontar las vicisitudes de la existencia en compañía de Jesús, tener con nosotros su Persona y su mensaje! Él no quita autonomía o libertad; al contrario, fortaleciendo nuestra fragilidad, nos permite ser verdaderamente libres, libres para hacer el bien, fuertes para seguir haciéndolo, capaces de perdonar y capaces de pedir perdón. Este es Jesús, que nos acompaña, así es el Señor.


Una expresión que me gusta repetir, porque la olvidamos a menudo: Dios no se cansa de perdonar. Esto es verdad. Es tan grande su amor, que siempre está cerca de nosotros. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él perdona siempre, todas las veces que se lo pedimos.


Él Perdona definitivamente, borra y olvida nuestro pecado, si nos dirigimos a Él con humildad y confianza. Nos ayuda a no desanimarnos ante las dificultades, a no considerarlas insuperables; y entonces, confiando en Él, echaréis nuevamente las redes para una pesca sorprendente y abundante, tendréis valentía y esperanza incluso para afrontar las dificultades derivadas de los efectos de la crisis económica. La valentía y la esperanza son dotes de todos, pero en particular son propias de los jóvenes: valentía y esperanza. Ciertamente, el futuro está en las manos de Dios, las manos de un Padre providente. Esto no significa negar las dificultades y los problemas, sino verlos, eso sí, como pasajeros y superables. Las dificultades, las crisis, con la ayuda de Dios y la buena voluntad de todos, se pueden superar, vencer, transformar.


No quiero terminar sin decir una palabra sobre un problema que os afecta, un problema que vivís en la actualidad: el desempleo. Es triste encontrar a jóvenes «ni-ni». ¿Qué significa este «ni-ni»? Ni estudian, porque no pueden, no tienen la posibilidad, ni trabajan. Y este es el desafío que comunitariamente todos nosotros debemos vencer. Debemos ir adelante para vencer este desafío. No podemos resignarnos a perder toda una generación de jóvenes que no tienen la fuerte dignidad del trabajo. El trabajo nos da dignidad, y todos debemos hacer lo posible para que no se pierda una generación de jóvenes. Desarrollar nuestra creatividad para que los jóvenes sientan la alegría de la dignidad que proviene del trabajo. Una generación sin trabajo es una derrota futura para la patria y para la humanidad. Debemos luchar contra esto. Y ayudarnos unos a otros para encontrar un medio de solución, de ayuda, de solidaridad. Los jóvenes son valientes, lo he dicho, los jóvenes tienen esperanza y —tercero— los jóvenes tienen la capacidad de ser solidarios. Y esta palabra solidaridad es una palabra que al mundo de hoy no le gusta oír. Algunos piensan que es una mala palabra. No, no es una mala palabra, es una palabra cristiana: ir adelante con el hermano para ayudarle a superar los problemas. Valientes, con esperanza y con solidaridad.


Estamos reunidos ante el santuario de la Virgen de los Dolores, erigido en el lugar donde dos muchachas de esta tierra, Fabiana y Serafina, tuvieron en 1888 una visión de la Madre de Dios mientras trabajaban en el campo. María es madre, nos socorre siempre: cuando trabajamos y cuando estamos en busca de trabajo, cuando tenemos las ideas claras y cuando estamos confundidos, cuando la oración brota espontáneamente y cuando el corazón es árido: ella siempre está allí para ayudarnos. María es Madre de Dios, madre nuestra y madre de la Iglesia. Muchos hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, se han dirigido a ella para decirle gracias y para suplicarle una gracia. María nos lleva a Jesús, y Jesús nos da la paz. Recurramos a ella confiados en su ayuda, con valentía y esperanza. Que el Señor bendiga a cada uno de vosotros en vuestra senda, en vuestro camino de valentía, de esperanza y de solidaridad. ¡Gracias!


Ahora todos juntos recemos a la Virgen: Dios te salve María… (Bendición)


Por favor, os pido que recéis por mí: por favor, hacedlo. Y no os olvidéis: «caminar la vida», jamás «dar vueltas en la vida». ¡Gracias!


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ENCUENTRO CON LOS RECLUSOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO



 Centro penitenciario (Isernia)
Sábado 5 de julio de 2014




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!


Os doy las gracias por vuestra acogida. Y os agradezco por el testimonio de esperanza, que he escuchado de las palabras de vuestro representante. También en el saludo de la directora me ha impresionado esta palabra: esperanza. Este es el desafío, como dije hace dos semanas en el centro penitenciario de Castrovillari: el desafío de la reinserción social. Y para esto se necesita un itinerario, un camino, tanto en lo externo, en la cárcel, en la sociedad, como en el interior, en la conciencia y en el corazón. Realizar el camino de reinserción, que todos debemos hacer. Todos. Todos cometemos errores en la vida. Y todos debemos pedir perdón por estos errores y hacer un camino de reinserción, para no cometerlos más. Algunos hacen este camino en la propia casa, en el propio trabajo; otros, como vosotros, en un centro penitenciario. Pero todos, todos... Quien dice que no tiene necesidad de hacer un camino de reinserción es un mentiroso. Todos nos equivocamos en la vida y también, todos, somos pecadores. Y cuando vamos a pedir perdón al Señor de nuestros pecados, de nuestros errores, Él nos perdona siempre, no se cansa nunca de perdonar. Nos dice: «desanda este camino, porque no te hará bien ir por aquí». Y nos ayuda. Esta es la reinserción, el camino que todos debemos hacer.

Lo importante es no estar inerte. Todos sabemos que cuando el agua se estanca se pudre. Hay un dicho en español que dice: «El agua estancada es la primera en corromperse». No permanecer estancados. Debemos caminar, dar un paso cada día, con la ayuda del Señor. Dios es Padre, es misericordia, nos ama siempre. Si nosotros lo buscamos, Él nos acoge y nos perdona. Como dije, no se cansa de perdonar. Es el lema de esta visita: «Dios no se cansa de perdonar». Nos hace levantar de nuevo y nos restituye plenamente nuestra dignidad. Dios tiene memoria, no es un desmemoriado. Dios no se olvida de nosotros, se acuerda siempre. Hay un pasaje de la Biblia, del profeta Isaías, que dice: Si incluso una madre se olvidara de su hijo —y es imposible— yo no te olvidaré jamás (cf. Is 49, 15). Y esto es verdad: Dios piensa en mí, Dios se acuerda de mí. Yo estoy en la memoria de Dios.


Y con esta confianza se puede caminar, día tras día. Y con este amor fiel que nos acompaña, la esperanza no defrauda. Con este amor la esperanza no defrauda jamás: un amor fiel para ir adelante con el Señor. Algunos piensan que hacen un camino de castigo, de errores, de pecados y que sólo es sufrir, sufrir, sufrir... Es verdad, es verdad, se sufre. Como dijo vuestro compañero, aquí se sufre. Se sufre dentro y se sufre también fuera, cuando uno ve que la propia conciencia no es pura, está sucia, y quiere cambiarla. Ese sufrimiento que purifica, ese fuego que purifica el oro, es un sufrimiento con esperanza. Hay algo hermoso, cuando el Señor nos perdona no dice: «Yo te perdono, ¡arréglatelas!». No, Él nos perdona, nos toma de la mano y nos ayuda a seguir adelante en este camino de la reinserción, en la propia vida personal y también en la vida social. Esto lo hace con todos nosotros. Pensar que el orden interior de una persona se corrija solamente «a bastonazos» —no sé si se dice así—, que se corrija solamente con el castigo, esto no es de Dios, esto es un error. Algunos piensan: «No, no, se debe castigar más, más años, de más». Esto no resuelve nada, ¡nada! Enjaular a la gente porque —disculpad la palabra— por el solo hecho de que si está dentro estamos seguros, esto no sirve, no nos ayuda. La cosa más importante es lo que hace Dios con nosotros: nos toma de la mano y nos ayuda a seguir adelante. ¡Y esto se llama esperanza! Y con esta esperanza, con esta confianza se puede caminar día tras día. Y con este amor fiel, que nos acompaña, la esperanza verdaderamente no defrauda.


Os doy las gracias por la acogida. Y quisiera... me viene ahora decirlo, porque siempre lo siento, también cuando cada quince días hablo por teléfono a una cárcel de Buenos Aires, donde hay jóvenes y hablamos un poco por teléfono. Os hago una confidencia. Cuando me encuentro con uno de vosotros, que está en un centro penitenciario, que está caminando hacia la reinserción, pero que está detenido, sinceramente me hago esta pregunta: ¿por qué él y no yo? Lo siento así. Es un misterio. Pero partiendo de este sentimiento, de este sentir yo os acompaño.


Podemos rezar juntos a la Virgen, nuestra Madre, para que nos ayude, nos acompañe. Es Madre. Avemaría...


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ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
Y CONVOCACIÓN DEL AÑO JUBILAR CELESTINIANO

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 

Plaza de la Catedral (Isernia)
Sábado 5 de julio de 2014





Queridos hermanos y hermanas:


Gracias por vuestra calurosa acogida. Agradezco a monseñor Camillo Cibotti, el nuevo obispo de Isernia, y a su predecesor, monseñor Salvatore Visco, al alcalde, a las distinguidas autoridades y a todos los que han colaborado en la realización de esta visita. Este es el último encuentro de hoy, y tiene lugar en un lugar simbólico: la plaza de la catedral. La plaza es el sitio donde nos encontramos como ciudadanos, y la catedral es el lugar donde nos encontramos con Dios, escuchamos su Palabra, para vivir como hermanos, ciudadanos y hermanos. En el cristianismo no existe contraposición entre sacro y profano, en este sentido: ciudadanos y hermanos.


Hay una idea fuerte que me ha conmovido, pensando en la herencia de san Celestino V. Él, como san Francisco de Asís, tuvo un fortísimo sentido de la misericordia de Dios, y del hecho que la misericordia de Dios renueva el mundo.


Pedro del Morrone, como Francisco de Asís, conocían bien la sociedad de su tiempo, con sus grandes pobrezas. Fueron muy cercanos a la gente, al pueblo. Tenían la misma compasión de Jesús hacia tantas personas cansadas y oprimidas; pero no se limitaban a dar buenos consejos, o piadosas consolaciones. Ellos, los primeros, hicieron una opción de vida a contracorriente, eligieron confiar en la Providencia del Padre, no sólo como ascesis personal, sino como testimonio profético de una paternidad y de una fraternidad, que son el mensaje del Evangelio de Jesucristo.


Y siempre me conmueve que con su fuerte compasión por la gente, estos santos sintieron la necesidad de dar al pueblo lo más grande, la riqueza más grande: la misericordia del Padre, el perdón. «Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». En estas palabras del Padrenuestro está todo un proyecto de vida basado en la misericordia. La misericordia, la indulgencia, la condonación de la deuda, no es sólo algo devocional, privado, un paliativo espiritual, una especie de óleo que ayuda a ser más suaves, más buenos, no. Es la profecía de un mundo nuevo: misericordia es profecía de un mundo nuevo, en el que los bienes de la tierra y del trabajo se distribuyen equitativamente y nadie se ve privado de lo necesario, porque la solidaridad y el acto de compartir son la consecuencia concreta de la fraternidad. Estos dos santos dieron el ejemplo. Ellos sabían que, como clérigos —uno era diácono, el otro obispo, obispo de Roma—, como clérigos, los dos tenían que dar ejemplo de pobreza, de misericordia y de despojamiento total de sí mismos.


He aquí, entonces, el sentido de una nueva ciudadanía, que percibimos con fuerza en este lugar, en esta plaza ante la catedral, desde donde nos habla la memoria de san Pedro del Morrone, Celestino V. He aquí el sentido actualísimo del Año jubilar, de este Año jubilar celestiniano, que desde este momento declaro inaugurado, y durante el cual se abrirá de par en par para todos la puerta de la divina misericordia. No es una fuga, no es una evasión de la realidad y de sus problemas, es la respuesta que viene del Evangelio: el amor como fuerza de purificación de las conciencias, fuerza de renovación de las relaciones sociales, fuerza de proyección para una economía distinta, que pone en el centro a la persona, el trabajo, la familia, en lugar del dinero y el beneficio.


Todo somos conscientes de que este camino no es el del mundo; no somos soñadores, ilusos, ni queremos crear oasis fuera del mundo. Creemos más bien que este camino es la senda buena para todos, es la senda que verdaderamente nos acerca a la justicia y a la paz. Pero sabemos también que somos pecadores, que nosotros somos los primeros en ser tentados de no seguir este camino y conformarnos a la mentalidad del mundo, a la mentalidad del poder, a la mentalidad de las riquezas. Por ello nos encomendamos a la misericordia de Dios, y nos comprometemos, con su gracia, a realizar frutos de conversión y obras de misericordia. Estas dos cosas: convertirse y realizar obras de misericordia. Este es el motivo conductor de este año, de este Año jubilar celestiniano. Que nos acompañe y nos sostenga siempre en este camino la Virgen María, Madre de misericordia.


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