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CIUDAD DEL VATICANO
(http://catolicidad.blogspot.com
– Agosto 16 de 2014). La tarde ayer el Santo Padre FRANCISCO salió
de Daejeon para visitar el Santuario de Solmoe, lugar del nacimiento
del mártir San Andrew Kim Taegon, primer sacerdote coreano. Fue
recibido por el Rector del Santuario, el Papa ha centrado su oración
delante de la pequeña casa del mártir
A las 17:30 fue a la
gran carpa donde se encontraban reunidos jóvenes católicos
provenientes de 23 Países asiáticos que participan en la VI
Jornada de la Juventud Asiática con el título: "Juventud de
Asia, levántate! La gloria de los mártires resplandece sobre de
tí".
El encuentro fue
abierto con algunos cantos y una exhibición artística de Indonesia.
El saludo de introducción estuvo a cargo del Obispo de Daejeon,
Monseñor Lazzaro You Heung-sik, han seguido los testimonios y las
preguntas de tres jóvenes provenientes de Camboya, Hong Kong y Corea
respectivamente.
Finalmente, un
musical coreano sobre la parábola del padre misericordioso, Papa
FRANCISCO se ha dirigido a jóvenes, leyendo primero en inglés el
discurso preparado para la ocasión, y después dialogando con los
jóvenes en lengua inglesa y parte en italiano.
Este es texto
completo del discurso Papal a los jóvenes:
Queridos jóvenes:
¡Qué bueno es
que estemos aquí!» (Mt 17,4). Estas palabras fueron pronunciadas
por san Pedro en el Monte Tabor ante Jesús transfigurado en gloria.
En verdad es bueno para nosotros estar aquí juntos, en este
Santuario de los mártires coreanos, en los que la gloria del Señor
se reveló en los albores de la Iglesia en este país. En esta gran
asamblea, que reúne a jóvenes cristianos de toda Asia, casi podemos
sentir la gloria de Jesús presente entre de nosotros, presente en su
Iglesia, que abarca toda nación, lengua y pueblo, presente con el
poder de su Espíritu Santo, que hace nuevas, jóvenes y vivas todas
las cosas.
Les doy las
gracias por su calurosa bienvenida. Muy calurosa, realmente calurosa.
Y les agradezco el don de su entusiasmo, sus canciones alegres, sus
testimonios de fe y las hermosas manifestaciones de sus variadas y
ricas culturas. Gracias especialmente a Smey, Giovanni y Marina, los
tres jóvenes que han compartido sus esperanzas, inquietudes y
preocupaciones; las he escuchado con atención, y no las olvidaré.
Agradezco a monseñor Lazzaro You Heung-sik sus palabras de
introducción y les saludo a todos ustedes de corazón.
Esta tarde
quisiera reflexionar con ustedes sobre un aspecto del lema de la
Sexta Jornada de la Juventud Asiática: «La gloria de los mártires
brilla sobre ti». Así como el Señor hizo brillar su gloria en el
heroico testimonio de los mártires, también quiere que resplandezca
en sus vidas y que, a través de ustedes, ilumine la vida de este
vasto Continente. Hoy, Cristo llama a la puerta de sus corazones, de
mi corazón. Él les llama a ustedes y a mí a despertar, a estar
bien despejados y atentos, a ver las cosas que realmente importan en
la vida. Y, más aún, les pide y me pide que vayamos por los caminos
y senderos de este mundo, llamando a las puertas de los corazones de
los otros, invitándolos a acogerlo en sus vidas.
Este gran
encuentro de los jóvenes asiáticos nos permite también ver algo de
lo que la Iglesia misma está destinada a ser en el eterno designio
de Dios. Junto con los jóvenes de otros lugares, ustedes quieren
construir un mundo en el que todos vivan juntos en paz y amistad,
superando barreras, reparando divisiones, rechazando la violencia y
los prejuicios. Y esto es precisamente lo que Dios quiere de
nosotros. La Iglesia pretende ser semilla de unidad para toda la
familia humana. En Cristo, todos los pueblos y naciones están
llamados a una unidad que no destruye la diversidad, sino que la
reconoce, la reconcilia y la enriquece.
Qué lejos queda
el espíritu del mundo de esta magnífica visión y de este designio.
Cuán a menudo parece que las semillas del bien y de la esperanza que
intentamos sembrar quedan sofocadas por la maleza del egoísmo, por
la hostilidad y la injusticia, no sólo a nuestro alrededor, sino
también en nuestros propios corazones. Nos preocupa la creciente
desigualdad en nuestras sociedades entre ricos y pobres. Vemos signos
de idolatría de la riqueza, del poder y del placer, obtenidos a un
precio altísimo para la vida de los hombres. Cerca de nosotros,
muchos de nuestros amigos y coetáneos, aun en medio de una gran
prosperidad material, sufren pobreza espiritual, soledad y callada
desesperación. Parece como si Dios hubiera sido eliminado de este
mundo. Es como si un desierto espiritual se estuviera propagando por
todas partes. Afecta también a los jóvenes, robándoles la
esperanza y, en tantos casos, incluso la vida misma.
No obstante, éste
es el mundo al que ustedes están llamados a ir y dar testimonio del
Evangelio de la esperanza, el Evangelio de Jesucristo, y la promesa
de su Reino. Éste es tu tema, Marina. Voy a hablar sobre él. En las
parábolas, Jesús nos enseña que el Reino entra humildemente en el
mundo, y va creciendo silenciosa y constantemente allí donde es bien
recibido por corazones abiertos a su mensaje de esperanza y
salvación. El Evangelio nos enseña que el Espíritu de Jesús puede
dar nueva vida al corazón humano y puede transformar cualquier
situación, incluso aquellas aparentemente sin esperanza. ¡Jesús
puede transformar cualquier situación! Éste es el mensaje que
ustedes están llamados a compartir con sus coetáneos: en la
escuela, en el mundo del trabajo, en su familia, en la universidad y
en sus comunidades. Puesto que Jesús resucitó de entre los muertos,
sabemos que tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68), y que su
palabra tiene el poder de tocar cada corazón, de vencer el mal con
el bien, y de cambiar y redimir al mundo.
Queridos jóvenes,
en este tiempo el Señor cuenta con ustedes. Sí, cuenta con ustedes.
Él entró en su corazón el día de su bautismo; les dio su Espíritu
el día de su confirmación; y les fortalece constantemente mediante
su presencia en la Eucaristía, de modo que puedan ser sus testigos
en el mundo. ¿Están dispuestos a decir «sí»? ¿Están listos?
Muchas gracias.
¿Están cansados? [No] ¿De verdad? [Sí] Queridos amigos, como
alguien me dijo ayer: "Usted no puede hablar a los jóvenes con
papeles; tiene que hablar, dirigirse a los jóvenes espontáneamente,
desde el corazón". Pero tengo una gran dificultad: mi inglés
es pobre. [No] Sí, sí. Pero, si quieren, puedo decirles otras cosas
espontáneamente. ¿Están cansados? [No] ¿Puedo continuar? [Sí]
Pero lo haré en italiano. [Volviéndose al traductor] ¿Puede usted
traducir? Gracias. Vamos.
Me ha llamado
poderosamente la atención lo que ha dicho Marina: su conflicto en la
vida. ¿Qué hacer? Si ir por el camino de la vida consagrada, la
vida religiosa, o estudiar para estar mejor preparada para ayudar a
los otros.
Se trata de un
conflicto aparente porque, cuando el Señor llama, llama siempre a
hacer el bien a los demás, sea en la vida religiosa, en la vida
consagrada, o sea en la vida laical, como padre y madre de familia.
La finalidad es la misma: adorar a Dios y hacer el bien a los otros.
¿Qué tiene que hacer Marina y cuantos de ustedes se hacen esta
misma pregunta? También yo me la hice en su momento: ¿Qué camino
he de elegir? ¡Tú no tienes que elegir ningún camino! Lo tiene que
elegir el Señor. Jesús lo ha elegido. Tú tienes que escucharle a
él y preguntarle: Señor, ¿qué tengo que hacer? Ésta es la
oración que un joven debería hacer: "Señor, ¿qué quieres de
mí?". Y con la oración y el consejo de algunos amigos de
verdad –laicos, sacerdotes, religiosas, obispos, papas… también
el Papa puede dar un buen consejo–, con su consejo, encontrar el
camino que el Señor quiere para mí.
Oremos juntos.
[Se
dirige al sacerdote traductor] Pídales que repitan en
coreano: "Señor, ¿qué quieres de mi vida?" Tres veces.
Oremos.
Estoy seguro que
el Señor les va a escuchar. También a ti, Marina. Seguro. Gracias
por tu testimonio. Perdón. Me he equivocado de nombre: la pregunta
la hizo Smey, no Marina.
Smey ha hablado
de otra cosa: de los mártires, de los santos, de los testigos. Y nos
ha dicho, con un poco de dolor, un poco de pena, que en su tierra, en
Camboya, todavía no hay santos. Pero veamos… Santos hay y muchos.
La Iglesia todavía no ha reconocido, no ha beatificado, no ha
canonizado a ninguno. Muchas gracias, Smey, por esto. Te prometo que,
cuando vuelva a casa, voy a hablar con el encargado de estas cosas,
que es una gran persona, se llama Angelo, y le pediré que estudie
esta cuestión y se ocupe de ella. Gracias, muchas gracias.
Ya es hora de
terminar. ¿Están cansados?
[No] ¿Seguimos un poco más?
[Sí]
Ocupémonos ahora
de lo que ha dicho Marina. Marina ha hecho dos preguntas… No dos
preguntas; ha hecho dos reflexiones y una pregunta sobre la
felicidad. Nos ha dicho una cosa que es verdad: la felicidad no se
compra. Y, cuando compras una felicidad, después te das cuenta de
que esa felicidad se ha esfumado… La felicidad que se compra no
dura. Solamente la felicidad del amor, ésa es la que dura.
Y el camino del
amor es sencillo: ama a Dios y ama al prójimo, tu hermano, que está
cerca de ti, que tiene necesidad de amor y de muchas otras cosas.
"Pero, padre, ¿cómo sé yo si amo a Dios?". Simplemente
si amas al prójimo, si no odias, si no tienes odio en tu corazón,
amas a Dios. Ésa es la prueba segura.
Y, después,
Marina ha hecho una pregunta –entiendo que se trata de una pregunta
dolorosa– y le agradezco que la haya hecho: la división entre los
hermanos de las Coreas. Pero, ¿hay dos Coreas? No, sólo hay una,
pero está dividida; la familia está dividida. Ahí está el dolor…
¿Cómo hacer para que esta familia se una? Digo dos cosas: en primer
lugar, un consejo, y luego una esperanza.
Antes que nada,
el consejo: orar; orar por nuestros hermanos del Norte: "Señor,
somos una familia, ayúdanos, ayúdanos a lograr la unidad. Tú
puedes hacerlo. Que no haya vencedores ni vencidos, solamente una
familia, que haya sólo hermanos". Ahora les invito a rezar
juntos –después de la traducción–, en silencio, por la unidad
de las dos Coreas.
Hagamos la
oración en silencio.
[Silencio]
Ahora la
esperanza. ¿Qué esperanza? Hay muchas esperanzas, pero hay una
preciosa. Corea es una, es una familia: ustedes hablan la misma
lengua, la lengua de familia; son hermanos que hablan la misma
lengua. Cuando [en la Biblia] los hermanos de José fueron a Egipto a
comprar de comer porque tenían hambre, tenían dinero, pero no
tenían qué comer. Fueron a comprar. Fueron a comprar alimento y
encontraron a un hermano. ¿Por qué? Porque José se dio cuenta que
hablaban su misma lengua. Piensen en sus hermanos del Norte: hablan
su misma lengua y, cuando en familia se habla la misma lengua, hay
también una esperanza humana.
Hace un momento
hemos visto algo hermoso, el sketch del hijo pródigo, ese hijo que
se marchó, malgastó el dinero, todo, traicionó a su padre, a su
familia, traicionó todo. Y en un momento dado, por necesidad, pero
con mucha vergüenza, decidió regresar. Y tenía pensado cómo pedir
perdón a su papá. Había pensado: "Padre, he pecado, he hecho
esto mal, pero quiero ser un empleado, no tu hijo", y tantas
otras cosas hermosas. Nos dice el Evangelio que el padre lo vio a lo
lejos. Y ¿por qué lo vio? Porque todos los días subía a la
terraza para ver si volvía su hijo. Y lo abrazó: no le dejó
hablar; no le dejó pronunciar aquel discurso, y ni siquiera le dejó
pedir perdón… e hizo fiesta. Hizo fiesta. Y ésta es la fiesta que
le gusta a Dios: cuando regresamos a casa, cuando volvemos a él.
"Pero, Padre, yo soy un pecador, una pecadora…". Mejor,
¡te espera! Es mejor y hará fiesta. Porque el mismo Jesús nos dice
que en el cielo se hace más fiesta por un pecador que vuelve, que
por cien justos que se quedan en casa.
Ninguno de
nosotros sabe lo que le espera en la vida. Y ustedes jóvenes: "¿Qué
me espera?". Podemos hacer cosas horribles, espantosas, pero,
por favor, no pierdan la esperanza; el Padre siempre nos espera.
Volver, volver. Ésta es la palabra. Regresar. Volver a casa porque
me espera el Padre. Y si soy un gran pecador, hará una gran fiesta.
Ustedes sacerdotes, por favor, acojan a los pecadores y sean
misericordiosos. Oír esto es hermoso. A mí me hace feliz, porque
Dios no se cansa de perdonar; nunca se cansa de esperarnos.
Había escrito
tres propuestas, pero ya he hablado de ellas: oración, Eucaristía y
trabajo por los otros, por los pobres, trabajo por los demás.
Ahora me debo ir.
[No] Espero contar con su presencia en estos días y hablar de nuevo
con ustedes cuando nos reunamos el domingo para la Santa Misa.
Mientras tanto, demos gracias al Señor por el don de haber
transcurrido juntos este tiempo, y pidámosle la fuerza para ser
testigos fieles y alegres, testigos fieles y alegres de su amor en
todos los rincones de Asia y en el mundo entero.
Que María,
nuestra Madre, los cuide y mantenga siempre cerca de Jesús, su Hijo.
Y que los acompañe también desde el cielo san Juan Pablo II,
iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Con gran afecto,
les imparto a todos ustedes mi bendición.
Y, por favor,
recen por mí, no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.
(Fuente:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/08/15/0576/01273.html)
Terminado
el encuentro con los jóvenes asiáticos el Pontífice regresó en
helicóptero a Seúl, antes de llegar a la Nunciatura Apostólica
para concluir la jornada, FRANCISCO fue a la Universidad de Sogang,
ateneo fundado por la Compañía de Jesús en Seúl en 1960, donde se
encontró con sus hermanos jesuitas coreanos.