CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com
– Agosto 17 de 2014). En el Auditorio de la "School of Love"
de Kkottongnae, donde normalmente se toman cursos de espiritualidad
activa, el Santo Padre FRANCISCO se encontró la tarde de ayer con
cerca de 5,000 religiosos y religiosas que desempeñan el servicio
pastoral en Corea.
Después de dirigir el slaudo a los dos Presidntes de las
Asociaciones - masculino y femenino – de Superiores Mayores en
Corea, el Papa pronunció su discurso:
Buenas tardes. Tenemos un pequeño problema. Si hay algo que no se
debe descuidar nunca es la oración, pero hoy la haremos cada uno por
nuestra cuenta. Les explico por qué no podemos rezar juntos las
Vísperas: tenemos un problema de horario con el despegue del
helicóptero. Si no sale a tiempo, corremos el riesgo de
"estrellarnos" en la montaña. Ahora haremos únicamente
una oración a María, nuestra Madre. Todos juntos, rezamos a la
Virgen todos juntos. Luego hablarán los presidentes y después
hablaré yo.
Dios te salva, María...
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Saludo a todos con afecto en el Señor. Es bello estar hoy con
ustedes y compartir este momento de comunión. La gran variedad de
carismas y actividades apostólicas que ustedes representan enriquece
maravillosamente la vida de la Iglesia en Corea y más allá. En este
marco de la celebración de las Vísperas, en la que hemos cantado
–¡deberíamos haber cantado!– las alabanzas de la bondad de
Dios, agradezco a ustedes, y a todos sus hermanos y hermanas, sus
desvelos por construir el Reino de Dios. Doy las gracias al Padre
Hwang Seok-mo y a Sor Escolástica Lee Kwang-ok, Presidentes de las
conferencias coreanas de religiosos y religiosas.
Las palabras del Salmo –«Se consumen mi corazón y mi carne,
pero Dios es la roca de mi corazón y mi lote perpetuo» (Sal 73,26)–
nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida. El salmista manifiesta
gozosa confianza en Dios. Todos sabemos que, aunque la alegría no se
expresa de la misma manera en todos los momentos de la vida,
especialmente en los de gran dificultad, «siempre permanece al menos
como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser
infinitamente amado» (Evangelii gaudium, 6). La firme certeza de ser
amados por Dios está en el centro de su vocación: ser para los
demás un signo tangible de la presencia del Reino de Dios, un
anticipo del júbilo eterno del cielo. Sólo si nuestro testimonio es
alegre, atraeremos a los hombres y mujeres a Cristo. Y esta alegría
es un don que se nutre de una vida de oración, de la meditación de
la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la
vida en comunidad, que es muy importante. Cuando éstas faltan,
surgirán debilidades y dificultades que oscurecerán la alegría que
sentíamos tan dentro al comienzo de nuestro camino.
Para ustedes, hombres y mujeres consagrados a Dios, esta alegría
hunde sus raíces en el misterio de la misericordia del Padre
revelado en el sacrificio de Cristo en la cruz. Sea que el carisma de
su Instituto esté orientado más a la contemplación o más bien a
la vida activa, siempre están llamados a ser «expertos» en la
misericordia divina, precisamente a través de la vida comunitaria.
Sé por experiencia que la vida en comunidad no siempre es fácil,
pero es un campo de entrenamiento providencial para el corazón. Es
poco realista no esperar conflictos; surgirán malentendidos y habrá
que afrontarlos. Pero, a pesar de estas dificultades, es en la vida
comunitaria donde estamos llamados a crecer en la misericordia, la
paciencia y la caridad perfecta.
La experiencia de la misericordia de Dios, alimentada por la
oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes son, a
todo lo que hacen. Su castidad, pobreza y obediencia serán un
testimonio gozoso del amor de Dios en la medida en que permanezcan
firmes sobre la roca de su misericordia. Ésta es la roca. Éste es
ciertamente el caso de la obediencia religiosa. Una obediencia madura
y generosa requiere unirse con la oración a Cristo, que, tomando
forma de siervo, aprendió la obediencia por sus padecimientos (cf.
Perfectae caritatis, 14). No hay atajos: Dios desea nuestro corazón
por completo, y esto significa que debemos «desprendernos» y «salir
de nosotros mismos» cada vez más.
Una experiencia viva de la diligente misericordia del Señor
sostiene también el deseo de llegar a esa perfección de la caridad
que nace de la pureza de corazón. La castidad expresa la entrega
exclusiva al amor de Dios, que es la «roca de mi corazón». Todos
sabemos lo exigente que es esto, y el compromiso personal que
comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza
en Dios, vigilancia, perseverancia y apertura de corazón al hermano
prudente o a la hermana prudente, que el Señor pone en nuestro
camino.
Mediante el consejo evangélico de la pobreza, ustedes podrán
reconocer la misericordia de Dios, no sólo como una fuente de
fortaleza, sino también como un tesoro. Parece una contradicción,
pero ser pobres significa encontrar un tesoro. Incluso cuando estamos
cansados, podemos ofrecer nuestros corazones agobiados por el pecado
y la debilidad; en los momentos en que nos sentimos más indefensos,
podemos encontrarnos con Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos
con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Esta necesidad fundamental de ser
perdonados y sanados es en sí misma una forma de pobreza que nunca
debemos olvidar, no obstante los progresos que hagamos en la virtud.
También debería manifestarse concretamente en el estilo de vida,
personal y comunitario. Pienso, en particular, en la necesidad de
evitar todo aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y
escándalo a los demás. En la vida consagrada, la pobreza es a la
vez un «muro» y una «madre». Un «muro» porque protege la vida
consagrada, y una «madre» porque la ayuda a crecer y la guía por
el camino recto. La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados
que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos,
daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia. Piensen también
en lo peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad
puramente funcional, mundana, que induce a poner nuestra esperanza
únicamente en los medios humanos, destruye el testimonio de la
pobreza, que Nuestro Señor Jesucristo vivió y nos enseñó. Y doy
las gracias, a propósito de este punto, al Padre presidente y a la
Hermana presidenta, porque han hablado justamente del peligro que la
globalización y el consumismo suponen para la pobreza religiosa.
Gracias.
Queridos hermanos y hermanas, con gran humildad, hagan todo lo que
puedan para demostrar que la vida consagrada es un don precioso para
la Iglesia y para el mundo. No lo guarden para ustedes solos;
compártanlo, llevando a Cristo a todos los rincones de este querido
país. Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por
atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes
tienen parte en la formación de los consagrados y consagradas que
vendrán después de ustedes, el día de mañana. Tanto si se dedican
a la contemplación o a la vida apostólica, sean celosos en su amor
a la Iglesia en Corea y en su deseo de contribuir, mediante el propio
carisma, a su misión de anunciar el Evangelio y edificar al Pueblo
de Dios en unidad, santidad y amor.
Encomiendo a todos ustedes, de manera especial a los ancianos y
enfermos de sus comunidades. Un saludo particular para ellos, de
corazón; los encomiendo a los cuidados amorosos de María, Madre de
la Iglesia, y les doy de corazón la bendición. Que los bendiga Dios
Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
(Fuente:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/08/16/0578/01282.html)
Al finalizar el encuentro, el Papa FRANCISCO se trasladó en auto al
Centro de Espiritualidad de Kkottongnae para reunirse con los líderes
del apostolado laico.