
Imagen: VICENZO PINTO / AFP
CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com
– Agosto 15 de 2014). A las 8:30 horas de esta mañana, Solemnidad
de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María y Fiesta nacional
de la Liberación de la República de Corea, el Papa FRANCISCO salió
de la Nunciatura Apostólica de Seúl y se traslado en tren a n treno
a Daejeon.
A su llegada, el Pontífice fue recibido por el Obispo de la ciudad,
Monseñor Lazzaro You Heung-sik. Quindi, abordaron un auto con
destino al World Cup Stadium donde ha presidido la Santa Misa.
Estuvieron presentes a la Celebración Eucarística sobrevivientes y
familiares de las víctimas del naufragio del ferry Se-Wol que se
hundiera el 16 de abril pasado frente a la costa de Corea del Sur.
Esta es la Homilía Papal pronunciada después de la proclamación
del Evangelio:
En unión con toda la Iglesia celebramos la Asunción de Nuestra
Señora en cuerpo y alma a la gloria del cielo. La Asunción de María
nos muestra nuestro destino como hijos adoptivos de Dios y miembros
del Cuerpo de Cristo. Como María, nuestra Madre, estamos llamados a
participar plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y
sobre la muerte y a reinar con él en su Reino eterno. Ésta es
nuestra vocación.
La "gran señal" que nos presenta la primera lectura nos
invita a contemplar a María, entronizada en la gloria junto a su
divino Hijo. Nos invita a tomar conciencia del futuro que también
hoy el Señor resucitado nos ofrece. Los coreanos tradicionalmente
celebran esta fiesta a la luz de su experiencia histórica,
reconociendo la amorosa intercesión de María en la historia de la
nación y en la vida del pueblo.
En la segunda lectura hemos escuchado a san Pablo diciéndonos que
Cristo es el nuevo Adán, cuya obediencia a la voluntad del Padre ha
destruido el reino del pecado y de la esclavitud y ha inaugurado el
reino de la vida y de la libertad (cf. 1 Co 15,24-25). La verdadera
libertad se encuentra en la acogida amorosa de la voluntad del Padre.
De María, llena de gracia, aprendemos que la libertad cristiana es
algo más que la simple liberación del pecado. Es la libertad que
nos permite ver las realidades terrenas con una nueva luz espiritual,
la libertad para amar a Dios y a los hermanos con un corazón puro y
vivir en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Cristo.
Hoy, venerando a María, Reina del Cielo, nos dirigimos a ella
como Madre de la Iglesia en Corea. Le pedimos que nos ayude a ser
fieles a la libertad real que hemos recibido el día de nuestro
bautismo, que guíe nuestros esfuerzos para transformar el mundo
según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia de este país sea
más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana.
Que los cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de
renovación espiritual en todos los ámbitos de la sociedad. Que
combatan la fascinación de un materialismo que ahoga los auténticos
valores espirituales y culturales y el espíritu de competición
desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos
económicos inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan
a los trabajadores, así como la cultura de la muerte, que devalúa
la imagen de Dios, el Dios de la vida, y atenta contra la dignidad de
todo hombre, mujer y niño.
Como católicos coreanos, herederos de una noble tradición,
ustedes están llamados a valorar este legado y a transmitirlo a las
generaciones futuras. Lo cual requiere de todos una renovada
conversión a la Palabra de Dios y una intensa solicitud por los
pobres, los necesitados y los débiles de nuestra sociedad.
Con esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por
el mundo que ve en María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico
de alabanza nos recuerda que Dios no se olvida nunca de sus promesas
de misericordia (cf. Lc 1,54-55). María es la llena de gracia porque
«ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría (Lc
1,45). En ella, todas las promesas divinas se han revelado
verdaderas. Entronizada en la gloria, nos muestra que nuestra
esperanza es real; y también hoy esa esperanza, «como ancla del
alma, segura y firme» (Hb 6,19), nos aferra allí donde Cristo está
sentado en su gloria.
Esta esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos
ofrece el Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de
desesperación que parece extenderse como un cáncer en una sociedad
exteriormente rica, pero que a menudo experimenta amargura interior y
vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en muchos de nuestros
jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su
alegría y su confianza no se dejen nunca robar la esperanza.
Dirijámonos a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de
gozar de la libertad de los hijos de Dios, de usar esta libertad con
sabiduría para servir a nuestros hermanos y de vivir y actuar de
modo que seamos signo de esperanza, esa esperanza que encontrará su
cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar es servir. Amén.
(Fuente:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/08/15/0574/01271.html)
Al finalizar la Santa Misa, antes de rezar el Ángelus, el Obispo de
Daejeon, Mons. Lazzaro You Heung-sik, ha dirigido un discurso de
bienvenida al Santo Padre.