CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com
– Agosto 15 de 2014). Ayer por la tarde en la sede de la
Conferencia Episcopal Coreana en Seúl, el Santo Padre FRANCISCO se
encontró con Obispos de Corea.
A su arribo, el Presidente de la CBCK y Obispo de Cheju, Monseñor
Peter Kang U-il, y dos purpurados coreanos, el Arzobispo Emérito de
Seúl, Cardenal Nicholas Cheong Jin-suk, y el Arzobispo de Seúl y
Administrador Apostólico de P’yŏng-yang, Cardenal Andrew Yeom
Soo-jung, acompañaron al Papa a la capilla donde lo esperaban
algunos sacerdotes y religiosos que viven allí, junto con algunos
misioneros ancianos de Maryknoll (Sociedad para las Misiones
Exteriores de los Estados Unidos de América).
Después de haber agradecido por su homenaje al Presidente de la
Conferencia Episcopal Coreana y Obispo de Cheju, Mons. Peter Kang
U-il, el Pontífice pronunció el siguiente discurso:
Agradezco a Mons. Peter U-il Kang las fraternas palabras de
bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos. Es una bendición
para mí estar aquí y conocer personalmente la vitalidad de la
Iglesia coreana. A ustedes, como Pastores, corresponde la tarea de
custodiar el rebaño del Señor. Son los custodios de las maravillas
que él realiza en su pueblo. Custodiar es una de las tareas
confiadas específicamente al Obispo: cuidar del Pueblo de Dios. Como
hermano en el Episcopado, me gustaría reflexionar hoy con ustedes
sobre dos aspectos centrales del cuidado del Pueblo de Dios en este
país: ser custodios de la memoria y ser custodios de la esperanza.
Ser custodios de la memoria. La beatificación de Pablo Yun
Ji-chung y de sus compañeros constituye una ocasión para dar
gracias al Señor que ha hecho que, de las semillas esparcidas por
los mártires, esta tierra produjera una abundante cosecha de gracia.
Ustedes son los descendientes de los mártires, herederos de su
heroico testimonio de fe en Cristo. Son además herederos de una
extraordinaria tradición que surgió y se desarrolló gracias a la
fidelidad, a la perseverancia y al trabajo de generaciones de laicos.
Ellos no tenían la tentación del clericalismo: eran laicos,
caminaban ellos solos. Es significativo que la historia de la Iglesia
en Corea haya comenzado con un encuentro directo con la Palabra de
Dios. Fue la belleza intrínseca y la integridad del mensaje
cristiano –el Evangelio y su llamada a la conversión, a la
renovación interior y a una vida de caridad– lo que impresionó a
Yi Byeok y a los nobles ancianos de la primera generación; y la
Iglesia en Corea mira ese mensaje, en su pureza, como un espejo, para
descubrirse auténticamente a sí misma.La fecundidad del Evangelio
en la tierra coreana y el gran legado transmitido por sus antepasados
en la fe, se pueden reconocer hoy en el florecimiento de parroquias
activas y de movimientos eclesiales, en sólidos programas de
catequesis, en la atención pastoral a los jóvenes y en las escuelas
católicas, en los seminarios y en las universidades. La Iglesia en
Corea se distingue por su presencia en la vida espiritual y cultural
de la nación y por su fuerte impulso misionero. De tierra de misión,
Corea ha pasado a ser tierra de misioneros; y la Iglesia universal se
beneficia de los muchos sacerdotes y religiosos enviados por el
mundo.
Ser custodios de la memoria implica algo más que recordar o
conservar las gracias del pasado. Requiere también sacar de ellas
los recursos espirituales para afrontar con altura de miras y
determinación las esperanzas, las promesas y los retos del futuro.
Como ustedes mismos han señalado, la vida y la misión de la Iglesia
en Corea no se mide en último término con criterios exteriores,
cuantitativos o institucionales; más bien debe ser considerada a la
clara luz del Evangelio y de su llamada a la conversión a
Jesucristo. Ser custodios de la memoria significa darse cuenta de que
el crecimiento lo da Dios (cf. 1 Co 3,6), y al mismo tiempo es fruto
de un trabajo paciente y perseverante, tanto en el pasado como en el
presente. Nuestra memoria de los mártires y de las generaciones
anteriores de cristianos debe ser realista, no idealizada ni
"triunfalista". Mirar al pasado sin escuchar la llamada de
Dios a la conversión en el presente no nos ayudará a avanzar en el
camino; al contrario, frenará o incluso detendrá nuestro progreso
espiritual.
Además de ser custodios de la memoria, queridos hermanos, ustedes
están llamados a ser custodios de la esperanza: la esperanza que nos
ofrece el Evangelio de la gracia y de la misericordia de Dios en
Jesucristo, la esperanza que inspiró a los mártires. Ésa es la
esperanza que estamos llamados a proclamar en un mundo que, a pesar
de su prosperidad material, busca algo más, algo más grande, algo
auténtico y que dé plenitud. Ustedes y sus hermanos sacerdotes
ofrecen esta esperanza con su ministerio de santificación, que no
sólo conduce a los fieles a las fuentes de la gracia en la liturgia
y en los sacramentos, sino que los alienta constantemente a responder
a la llamada de Dios hasta llegar a la meta (cf. Flp 3,14). Ustedes
custodian esta esperanza manteniendo viva la llama de la santidad, de
la caridad fraterna y del celo misionero en la comunión eclesial.
Por esta razón les pido que estén siempre cerca de sus sacerdotes,
animándolos en su labor cotidiana, en la búsqueda de santidad y en
la proclamación del Evangelio de la salvación. Les pido que les
transmitan mi saludo afectuoso y mi gratitud por su generoso servicio
al Pueblo de Dios. Estén cerca de sus sacerdotes, por favor,
cercanía, cercanía con los sacerdotes. Que puedan acceder a su
obispo. Esa cercanía fraterna del obispo, y también paterna: la
necesitan en muchas circunstancias de su vida pastoral. No obispos
lejanos o, lo que es peor, que se alejan de sus sacerdotes. Lo digo
con dolor. En mi tierra, oía decir con frecuencia a algunos
sacerdotes: «He llamado al obispo; le he pedido audiencia; han
pasado tres meses, y todavía no me ha respondido". Escucha,
hermano, si un sacerdote te llama hoy para pedirte audiencia,
respóndele enseguida, hoy o mañana. Si no tienes tiempo para
recibirlo, díselo: "No puedo porque tengo esto, esto, esto.
Pero me gustaría escucharte y estoy a tu disposición". Que
sientan la respuesta del padre, enseguida. Por favor, no se alejen de
sus sacerdotes.
Si aceptamos el reto de ser una Iglesia misionera, una Iglesia
constantemente en salida hacia el mundo y en particular a las
periferias de la sociedad contemporánea, tenemos que desarrollar ese
"gusto espiritual" que nos hace capaces de acoger e
identificarnos con cada miembro del Cuerpo de Cristo (cf. Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 268). En este sentido, nuestras comunidades
deberían mostrar una solicitud particular por los niños y los
ancianos. ¿Cómo podemos ser custodios de la esperanza sin tener en
cuenta la memoria, la sabiduría y la experiencia de los ancianos y
las aspiraciones de los jóvenes? A este respecto quisiera pedirles
que se ocupen especialmente de la educación de los jóvenes,
apoyando la indispensable misión no sólo de las universidades, que
son importantes, sino también de las escuelas católicas desde los
primeros niveles, donde la mente y el corazón de los jóvenes se
forman en el amor de Dios y de su Iglesia, en la bondad, la verdad y
la belleza, para ser buenos cristianos y honestos ciudadanos.
Ser custodios de la esperanza implica también garantizar que el
testimonio profético de la Iglesia en Corea siga expresándose en su
solicitud por los pobres y en sus programas de solidaridad, sobre
todo con los refugiados y los inmigrantes, y con aquellos que viven
al margen de la sociedad. Esta solicitud debería manifestarse no
sólo mediante iniciativas concretas de caridad –que son
necesarias– sino también con un trabajo constante de promoción
social, ocupacional y educativa. Podemos correr el riesgo de reducir
nuestro compromiso con los necesitados solamente a la dimensión
asistencial, olvidando la necesidad que todos tienen de crecer como
personas –el derecho a crecer como personas–, y de poder expresar
con dignidad su propia personalidad, su creatividad y cultura. La
solidaridad con los pobres está en el centro del Evangelio; es un
elemento esencial de la vida cristiana; mediante una predicación y
una catequesis basadas en el rico patrimonio de la doctrina social de
la Iglesia, debe permear los corazones y las mentes de los fieles y
reflejarse en todos los aspectos de la vida eclesial. El ideal
apostólico de una Iglesia de los pobres y para los pobres, una
Iglesia pobre para los pobres, quedó expresado elocuentemente en las
primeras comunidades cristianas de su nación. Espero que este ideal
siga caracterizando la peregrinación de la Iglesia en Corea hacia el
futuro. Estoy convencido de que si el rostro de la Iglesia es ante
todo el rostro del amor, los jóvenes se sentirán cada vez más
atraídos hacia el Corazón de Jesús, siempre inflamado de amor
divino en la comunión de su Cuerpo Místico.
He dicho que los pobres están en el centro del Evangelio; están
también al principio y al final. Jesús, en la sinagoga de Nazaret,
habla claro, al comienzo de su vida apostólica. Y cuando habla del
último día y nos da a conocer ese "protocolo" con el que
todos seremos juzgados –Mt 25–, también allí se encuentran los
pobres. Hay un peligro, una tentación, que aparece en los momentos
de prosperidad: es el peligro de que la comunidad cristiana se
"socialice", es decir, que pierda su dimensión mística,
que pierda la capacidad de celebrar el Misterio y se convierta en una
organización espiritual, cristiana, con valores cristianos, pero sin
fermento profético. En tal caso, se pierde la función que tienen
los pobres en la Iglesia. Es una tentación que han tenido las
Iglesias particulares, las comunidades cristianas, a lo largo de la
historia. Hasta el punto de transformarse en una comunidad de clase
media, en la que los pobres llegan incluso a sentir vergüenza: les
da vergüenza entrar. Es la tentación del bienestar espiritual, del
bienestar pastoral. No es una Iglesia pobre para los pobres, sino una
Iglesia rica para los ricos, o una Iglesia de clase media para los
acomodados. Y esto no es algo nuevo: empezó desde los primeros
momentos. Pablo se vio obligado a reprender a los Corintios, en la
primera Carta, capítulo 11, versículo 17; y el apóstol Santiago
fue todavía más duro y más explícito, en el capítulo 2,
versículos 1 al 7: se vio obligado a reprender a esas comunidades
acomodadas, esas Iglesias acomodadas y para acomodados. No se expulsa
a los pobres, pero se vive de tal forma, que no se atreven a entrar,
no se sienten en su propia casa. Ésta es una tentación de la
prosperidad. Yo no les reprendo, porque sé que ustedes trabajan
bien. Pero como hermano que tiene que confirmar en la fe a sus
hermanos, les digo: estén atentos, porque su Iglesia es una Iglesia
en prosperidad, es una gran Iglesia misionera, es una Iglesia grande.
Que el diablo no siembre esta cizaña, esta tentación de quitar a
los pobres de la estructura profética de la Iglesia, y les convierta
en una Iglesia acomodada para acomodados, una Iglesia del bienestar…
no digo hasta llegar a la "teología de la prosperidad",
no, sino de la mediocridad.
Queridos hermanos, el testimonio profético y evangélico presenta
algunos retos particulares a la Iglesia en Corea, que vive y se mueve
en medio de una sociedad próspera pero cada vez más secularizada y
materialista. En estas circunstancias, los agentes pastorales sienten
la tentación de adoptar no sólo modelos eficaces de gestión,
programación y organización tomados del mundo de los negocios, sino
también un estilo de vida y una mentalidad guiada más por los
criterios mundanos del éxito e incluso del poder, que por los
criterios que nos presenta Jesús en el Evangelio. ¡Ay de nosotros
si despojamos a la Cruz de su capacidad para juzgar la sabiduría de
este mundo! (cf. 1 Co 1,17). Los animo a ustedes y a sus hermanos
sacerdotes a rechazar esta tentación en todas sus modalidades. Dios
quiera que nos podamos salvar de esa mundanidad espiritual y pastoral
que sofoca el Espíritu, sustituye la conversión por la complacencia
y termina por disipar todo fervor misionero (cf. Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 93-97).
Queridos hermanos Obispos, gracias por todo lo que hacen: gracias.
Y con estas reflexiones sobre su misión como custodios de la memoria
y de la esperanza, he pretendido animarlos en sus esfuerzos por
incrementar la unidad, la santidad y el celo de los fieles en Corea.
La memoria y la esperanza nos inspiran y nos guían hacia el futuro.
Los tengo presentes a todos en mis oraciones y les pido que confíen
siempre en la fuerza de la gracia de Dios. No se olviden: «El Señor
es fiel". Nosotros no somos fieles, pero él es fiel. Él "les
dará fuerzas y los librará del Maligno» (2 Ts 3,3). Que las
oraciones de María, Madre de la Iglesia, hagan florecer plenamente
en esta tierra las semillas sembradas por los mártires, regadas por
generaciones de fieles católicos y trasmitidas a ustedes como
promesa de futuro para el país y el mundo. A ustedes y a cuantos han
sido confiados a su atención y custodia pastoral, les imparto de
corazón la Bendición. Y les pido, por favor, que recen por mí.
Gracias.
(Fuente:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/08/14/0573/01270.html)
Al finalizar el encuentro, después de la presentación individual de
los Prelados y de la Firma del Libro de oro, el Santo Padre FRANCISCO
regresó en auto a la Nunciatura Apostólica de Seúl donde cenó en
privado, en tanto Miembros del Séquito Papal participaron en una
cena con los Obispos coreanos.