CIUDAD DEL VATICANO
(http://catolicidad.blogspot.com
- 3 de Agosto de 2014).- A las 12:00 horas de este domingo, el Santo
Padre FRANCISCO desde la ventana de su estudio en el Palacio
Apostólico Vaticano rezó el Ángelus con los fieles y peregrinos
reunidos en la Plaza de San Pedro.
Este es el texto
íntegro del Ángelus dominical publicado por
http://es.radiovaticana.va/news/2014/08/03/dios,_padre_providente_que_no_nos_hace_faltar_el_pan_de_cada_d%C3%ADa,/spa-817288
“Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
este domingo, el
Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes
y los pescados (Mt 14,13-21). Jesús lo realizó a lo largo del Mar
de Galilea, en un lugar aislado donde se había retirado con sus
discípulos después de enterarse de la muerte de Juan el Bautista.
Pero, muchas personas los siguieron y los alcanzaron; y Jesús, al
verlos, sintió compasión y curó a los enfermos hasta la noche.
Entonces los discípulos, preocupados por la hora tardía, le
sugirieron despedir a la muchedumbre para que ella pudiese ir a las
ciudades a comprarse lo necesario para comer. Pero Jesús,
tranquilamente, les respondió: «Denles de comer ustedes mismos»
(Mt 14,16); y haciéndose traer cinco panes y dos pescados, los
bendijo, y comenzó a partirlos y darlos a los discípulos, quienes
los distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e incluso,
¡sobró!
En este hecho
podemos captar tres mensajes. El primero es la compasión. Frente a
la multitud que lo busca y - por así decirlo – “no lo deja en
paz”, Jesús no reacciona con irritación. No dice “esta gente me
da fastidio”. No, no. Reacciona con un sentimiento de compasión,
porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero
estemos atentos: compasión, lo que siente Jesús, no es simplemente
sentir piedad. ¡Es más! Significa “padecer con”, es decir,
compenetrarse en el sufrimiento del otro, al punto de tomarlo sobre
sí. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con nosotros,
sufre por nosotros. Y el signo de esta compasión son las muchas
sanaciones que realizó. Jesús nos enseña a anteponer las
necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aunque
legítimas, nunca serán tan urgentes como las de los pobres, que
carecen de lo necesario para vivir. Nosotros hablamos seguido de los
pobres, pero cuando hablamos de los pobres, ¿oímos que aquel
hombre, aquella mujer, aquellos niños no tienen lo necesario para
vivir? ¿Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen
la posibilidad de medicinas? También los niños que no tienen la
posibilidad de ir a la escuela… Y por eso, nuestras exigencias -
aún legítimas - no serán jamás tan urgentes como aquellas de los
pobres, que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo
mensaje es el compartir. El primero es la compasión, aquello que
sentía Jesús, con el compartir. Es útil comparar la reacción de
los discípulos frente a la gente cansada y hambrienta, con la de
Jesús. Son diferentes. Los discípulos piensan que es mejor
despedirse de ellos, para que puedan ir a buscarse la comida. En
cambio, Jesús dice: denles de comer ustedes mismos. Dos reacciones
diferentes, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos
razonan de acuerdo con el mundo, por lo que cada uno debe pensar en
sí mismo; reaccionan como si dijeran: “arréglenselas solos”.
Jesús razona en cambio de acuerdo a la lógica de Dios, que es
aquella del compartir. ¡Cuántas veces nosotros nos damos vuelta
hacia otro lado con tal de no ver a los hermanos necesitados! Y esto,
mirar hacia otro lado, es un modo educado de decir con guantes
blancos: “arréglenselas solos”. Y esto no es de Jesús: esto es
egoísmo. Si Él hubiera despedido a la gente, muchas personas se
habrían quedado sin comer. En cambio, aquellos pocos panes y
pescados, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para
todos. Y atención ¿eh?: no es una magia, ¡es un “signo”! Un
signo que invita a tener fe en Dios, el Padre providente, que no nos
hace faltar “el pan nuestro de cada día”, si nosotros sabemos
compartirlo como hermanos.
Compasión,
compartir.
Y el tercer
mensaje: el milagro de los panes preanuncia la Eucaristía. Esto se
puede ver en el gesto de Jesús que “recita la bendición” (v.
19) antes de partir el pan y distribuirlo a la gente. Es el mismo
gesto que hará Jesús en la Última Cena, cuando instaura el
memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía, Jesús
no da un pan, sino el pan de vida eterna, se dona a Sí mismo,
ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Nosotros debemos ir a la
Eucaristía con aquel sentimiento de Jesús, es decir, la compasión,
y con aquel deseo de Jesús, compartir. Quien va a la Eucaristía sin
tener compasión por los necesitados y sin compartir, no se encuentra
bien con Jesús.
Compasión,
compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en
este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con fraternidad
las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de
este mundo, porque parte de Dios Padre y regresa a Él. Que la Virgen
María, Madre de la Divina Providencia, nos acompañe en este
Camino”.
Traducción del
italiano: Griselda Mutual, RV