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CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com
– Agosto 18 de 2014). A las 16.30 horas de ayer domingo, el Santo
Padre FRANCISCO se presidió en el Castillo de Haemi la Celebración
Eucarística conclusiva de la 6a.
Jornada de la Juventud
Asiática
con el tema: "Juventud de Asia ¡Despierta! La gloria de los
mártires resplandece sobre de tí". Estuvieron presentes unos
40 mil fieles en su mayoría jóvenes provenientes de 23 naciones de
Asia.
Después de la proclamación del Evangelio el Papa pronunció el
siguiente discurso:
Queridos amigos:
«La gloria de los mártires brilla sobre ti». Estas palabras,
que forman parte del lema de la VI Jornada de la Juventud Asiática,
nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia, ustedes son los
herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en
Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras vidas. Los
mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de toda
Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en
cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la
verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa
glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de nuestra
participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos
hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.
Esas palabras son una consolación. La otra parte del lema de la
Jornada –«Juventud de Asia, despierta»– nos habla de una tarea,
de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas
palabras.
En primer lugar, "Asia". Ustedes se han reunido aquí en
Corea llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y
un contexto singular en el que está llamado a reflejar el amor de
Dios. El continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y
religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio de
Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no
sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran
continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en
la vida de su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la
fe a todos los ámbitos de la vida social.
Además, como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro
todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus culturas y
tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene la
capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio.
Mediante la presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el
bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación, en unión
con sus Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las
diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de discernir lo
que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la
vida de la gracia en la que han sido injertados por el bautismo, y
qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos
y conducen a la muerte.
Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra
"juventud". Ustedes y sus amigos están llenos del
optimismo, de la energía y de la buena voluntad que caracteriza esta
etapa de su vida. Dejen que Cristo transforme su natural optimismo en
esperanza cristiana, su energía en virtud moral, su buena voluntad
en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste es el camino que
están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo
que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su
cultura. Así su juventud será un don para Jesús y para el mundo.
Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o estudiantes,
hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada al
matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman
parte del futuro de la Iglesia: son también una parte necesaria y
apreciada del presente de la Iglesia. Ustedes son el presente de la
Iglesia. Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de
Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a
edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde –una
Iglesia más santa, más misionera y humilde–, una Iglesia que ama
y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están
solos, a los enfermos y a los marginados.
En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los
discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al
extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón
destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del
Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea
es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con
Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas,
de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que
aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor,
socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones:
«Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a
las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese
reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo,
que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y
compasión.
Finalmente, la tercera parte del lema de esta Jornada:
«Despierta». Esta palabra habla de una responsabilidad que el Señor
les confía. Es la obligación de estar vigilantes para no dejar que
las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de los
otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad,
para la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos
invita repetidamente a "cantar de alegría". Nadie que esté
dormido puede cantar, bailar, alegrarse. No me gusta ver a los
jóvenes dormidos… ¡No! "¡Despierten!". ¡Vamos!
¡Vamos! ¡Adelante! Queridos jóvenes, «nos bendice el Señor
nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm
11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que
«con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus
amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y
todas las personas de este gran continente «alcancen misericordia»
(v. 31). Esta misericordia es la que nos salva.
Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la
Iglesia, sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y
antes de acercarnos a la mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María
nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí, María, Madre nuestra,
queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos a
llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en
todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén.
Juventud de Asia, ¡despierta!