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CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com
– Agosto 18 de 2014). Esta mañana, en la Catedral de Myeong-dong
dedicada a la Inmaculada Concepción, en Seúl, el Santo Padre
FRANCISCO ha presidido la Santa Misa por la paz y la reconciliación
en Corea. Han concelebrado con el Papa todos los Obispos coreanos.
Estuvo presente la Presidente de la República de Corea, Señora Park
Geun-hye.
Después de la proclamación del Evangelio, el Papa FRANCISCO
pronunció la siguiente homilía
Queridos hermanos y hermanas:
Mi estancia en Corea llega a su fin y no puedo dejar de dar
gracias a Dios por las abundantes bendiciones que ha concedido a este
querido país y, de manera especial, a la Iglesia en Corea. Entre
estas bendiciones, cuento también la experiencia vivida junto a
ustedes estos últimos días, con la participación de tantos jóvenes
peregrinos, provenientes de toda Asia. Su amor por Jesús y su
entusiasmo por la propagación del Reino son un modelo a seguir para
todos.
Mi visita culmina con esta celebración de la Misa, en la que
imploramos a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Esta
oración tiene una resonancia especial en la península coreana. La
Misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la
reconciliación en esta familia coreana. En el Evangelio, Jesús nos
habla de la fuerza de nuestra oración cuando dos o tres nos reunimos
en su nombre para pedir algo (cf. Mt 18,19-20). ¡Cuánto más si es
todo un pueblo el que alza su sincera súplica al cielo!
La primera lectura presenta la promesa divina de restaurar la
unidad y la prosperidad de su pueblo, disperso por la desgracia y la
división. Para nosotros, como para el pueblo de Israel, esta promesa
nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios está preparando
ya para nosotros. Por otra parte, esta promesa va inseparablemente
unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de
todo corazón a su ley (cf. Dt 30,2-3). El don divino de la
reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente
relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del
corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra
historia, como personas y como pueblo.
Naturalmente, en esta Misa escuchamos esta promesa en el contexto
de la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de
división y de conflicto, que dura más de sesenta años. Pero la
urgente invitación de Dios a la conversión pide también a los
seguidores de Cristo en Corea que revisen cómo es su contribución a
la construcción de una sociedad justa y humana. Pide a todos ustedes
que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan
testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más
desfavorecidos, los marginados, cuantos carecen de trabajo o no
participan de la prosperidad de la mayoría. Les pide, como
cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad
fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y
promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del
Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano.
En el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: «Si mi hermano
me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete
veces?». Y el Señor le responde: «No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,21-22). Estas palabras son
centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús.
Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del
cielo que nos perdone nuestros pecados «como también nosotros
perdonamos a quienes nos ofenden». Si no estuviésemos dispuestos a
hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la
reconciliación?
Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que
conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros
hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también
nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano
parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús
lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz.
La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división,
sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor
fraterno.
Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a
Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su
gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás.
Les pido que den un testimonio convincente del mensaje de
reconciliación de Cristo en sus casas, en sus comunidades y en todos
los ámbitos de la vida nacional. Espero que, en espíritu de amistad
y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras
religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que
se preocupan por el futuro de la sociedad coreana, sean levadura del
Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por la
paz y la reconciliación llegarán a Dios desde corazones más puros
y, por el don de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos
deseamos.
Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de
encuentro, para que se superen las diferencias, para que, con
generosidad constante, se preste asistencia humanitaria a cuantos
pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción
de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una
única familia, de un solo pueblo. Hablan la misma lengua.
Antes de dejar Corea, quisiera dar las gracias a la Señora
Presidenta de la República, Park Geun-hye, a las Autoridades civiles
y eclesiásticas y a todos los que de una u otra forma han
contribuido a hacer posible esta visita. Especialmente, quisiera
expresar mi reconocimiento a los sacerdotes coreanos, que trabajan
cada día al servicio del Evangelio y de la edificación del Pueblo
de Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Les pido, como
embajadores de Cristo y ministros de su amor de reconciliación (cf.
2 Co 5,18-20), que sigan creando vínculos de respeto, confianza y
armoniosa colaboración en sus parroquias, entre ustedes y con sus
obispos. Su ejemplo de amor incondicional al Señor, su fidelidad y
dedicación al ministerio, así como su compromiso de caridad en
favor de cuantos pasan necesidad, contribuyen enormemente a la obra
de la reconciliación y de la paz en este país.
Queridos hermanos y hermanas, Dios nos llama a volver a él y a
escuchar su voz, y nos promete establecer sobre la tierra una paz y
una prosperidad incluso mayor de la que conocieron nuestros
antepasados. Que los seguidores de Cristo en Corea preparen el alba
de ese nuevo día, en el que esta tierra de la mañana tranquila
disfrutará de las más ricas bendiciones divinas de armonía y de
paz. Amén.
Al finalizar la homilía el Santo
Padre dirigió la siguiente
oración especial por
el
Cardenal
Fernando Filoni y por la
población de Irak.
"Por el Cardenal Fernando Filoni, que debería estar aquí,
pero no ha podido venir porque ha sido enviado por el Papa al sufrido
pueblo Iraquí, para ayudar a los hermanos perseguidos y expoliados,
y a todas las minorías religiosas que sufren en aquella tierra. Para
que el Señor le acompañe en su misión".
(Fuente:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/08/18/0582/01283.html)
Al terminar
la Celebración
Eucarística
el
Cardenal
Andrew Yeom Soo-jung , Azobispo
de Seúl,
ha salutado
y agradecido al Santo
Padre. Igualmente el
Papa ha salutado
individualmente a los Obispos
coreanos, ha bendecido la placa dedicada al nuevo edificio de la
Curia y ha ofrecido un regalo.
Posteriormente,
bajó a la cripta de la
Catedral, donde se conservan las reliquias de nueve mártires
asesinados durante las persecuciones entre 1839 y 1866. Luego se
trasladó en auto a la Base Aérea de Seúl para la ceremonia de
despedida de Corea.