domingo, 2 de octubre de 2016

FRANCISCO: Viaje Apostólico a Georgia y Azerbaiyán (Sp. 30 - Oct. 2)


(30 DE SEPTIEMBRE - 2 DE OCTUBRE DE 2016)


Viernes 30 de septiembre


SALUDO DEL SANTO PADRE A LOS PERIODISTAS
DURANTE EL VUELO ROMA-TBILISI

Vuelo Papal
Viernes 30 de septiembre de 2016


Burke:


Santo Padre, gracias por estar con nosotros. Quiero decir sobretodo gracias por la disponibilidad, por la paciencia. Hemos visto que el otro día que ha saludado a 400 periodistas, uno por uno ... ¡Gran paciencia!  Pero esperemos que hoy no pongamos a prueba Su paciencia. Este es un saludo que el Santo Padre hará, y así la conferencia de prensa será posteriormente, al regreso, no esta mañana.


Papa FRANCISCO:


¡Buenos días! Doy a todos vosotros la bienvenida. Gracias por la compañía. ò a tutti voi il benvenuto. Grazie per la compagnia. Y también doy la bienvenida al primer viaje de Greg [Burke].


Burke:


Gracias.


Papa FRANCISCO:


Gracias por la ayuda, gracias por vuestro trabajo.  Este viaje será breve, gracias a Dios: en tres días regresamos a casa. Muchas gracias, y nos saludamos.


(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx


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 ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO


DISCURSO DEL SANTO PADRE

Patio del Palacio Presidencial - Tiflis
Viernes 30 de septiembre de 2016


Señor Presidente,
Excelentísimas Autoridades,
Ilustrísimos miembros del Cuerpo Diplomático,
Señores y señoras



Agradezco a Dios Omnipotente el haberme dado la oportunidad de visitar esta tierra bendita, lugar de encuentro e intercambio vital entre culturas y civilizaciones, que ha encontrado en el cristianismo, desde la predicación de Santa Nino al inicio del siglo IV, su más profunda identidad y el fundamento seguro de sus valores. Como dijo San Juan Pablo II visitando vuestra Patria: «El cristianismo se ha convertido en semilla del sucesivo florecimiento de la cultura georgiana» (Discurso durante la ceremonia de bienvenida, 8 noviembre 1999), y esta semilla sigue produciendo sus frutos. Al recordar con gratitud nuestro encuentro en el Vaticano el año pasado, y las buenas relaciones que Georgia siempre ha mantenido con la Santa Sede, le agradezco vivamente a usted, Señor Presidente, su amable invitación y las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de las autoridades del Estado y de todo el pueblo georgiano.


La historia multisecular de vuestra patria manifiesta la raigambre en los valores expresados por su cultura, por su lengua y por sus tradiciones, incluyendo al país plenamente y de modo profundo y peculiar en el ámbito de la civilización europea; y, al mismo tiempo, como muestra su posición geográfica, es casi un puente natural entre Europa y Asia, una bisagra que facilita las comunicaciones y las relaciones entre los pueblos, y que a lo largo de los siglos ha hecho posible tanto el comercio como el dialogo y la confrontación de las ideas y de las experiencias entre mundos diferentes. Como recita con orgullo vuestro himno nacional: «Mi icono es mi Patria, […] resplandecientes montañas y valles son compartidos con Dios». La Patria es como un icono que define la identidad, traza los rasgos y las huellas de la historia, mientras que las montañas, elevándose libres hacia el cielo, en vez de ser una muralla infranqueable, dan esplendor a los valles, los diferencian y los coloca en relación, haciendo a cada una diferente de la otra y todas asociadas con el cielo común que las cubre y las protege.


Señor Presidente, han pasado 25 años desde la proclamación de la independencia de Georgia, que durante este periodo, renovando su libertad plena, ha construido y consolidado sus instituciones democráticas y ha buscado los caminos para garantizar un desarrollo lo más incluyente y auténtico posible. Todo esto no sin grandes sacrificios, que el pueblo ha afrontado valientemente para asegurarse la tan anhelada libertad. Deseo que el camino de paz y desarrollo prosiga con el compromiso solidario de todos los miembros de la sociedad, con el fin de crear las condiciones de estabilidad, equidad y respeto a las leyes que favorezcan el crecimiento e aumenten las oportunidades para todos.


Este progreso autentico y duradero tiene como condición preliminar indispensable el pacífico entendimiento entre todos los pueblos y los Estados de la región. Esto exige que crezcan sentimientos de mutua estima y consideración, los cuales no pueden descuidar el respeto de las prerrogativas soberanas de cada uno de los países en el marco del derecho internacional. Con el fin de abrir rutas que conduzcan a una paz duradera y a una verdadera colaboración, hay que tener en cuenta que los principios relevantes para una ecuánime y estable relación entre los Estados están al servicio de la concreta, ordenada y pacifica convivencia entre las naciones. En muchos lugares de la tierra, en efecto, parece prevalecer una lógica que hace difícil mantener las legítimas diferencias y controversias ―que siempre pueden surgir― en un ámbito de confrontación y diálogo civil, donde prevalezca la razón, la moderación y la responsabilidad. Esto es tanto más necesario en el momento histórico actual, en el que no faltan también extremismos violentos que manipulan y distorsionan principios de naturaleza civil y religiosa para subordinarlos a oscuros diseños de dominio y de muerte.


Es preciso que todos se preocupen en primer lugar por la suerte de los seres humanos en su concreción y realicen con paciencia todo intento para evitar que las divergencias desemboquen en violencia, que puede causar enormes daños para el hombre y la sociedad. Cualquier distinción de carácter étnico, lingüístico, político o religioso, en vez de ser usados como pretexto para transformar las divergencias en conflictos y los conflictos en interminables tragedias, puede y debe ser para todos fuente de enriquecimiento recíproco en favor del bien común. Esto requiere que cada uno ponga plenamente a disposición las propias capacidades, teniendo ante todo la posibilidad de vivir en paz en su tierra o de regresar libremente si, por cualquier motivo, fue obligado a abandonarla. Deseo que los responsables públicos continúen preocupándose por la situación de estas personas, afanándose en la búsqueda de soluciones concretas más allá de las cuestiones políticas no resueltas. Se requieren altas miras y valor para reconocer el bien autentico de los pueblos y perseguirlo con determinación y prudencia, y es indispensable tener siempre presente los sufrimientos de las personas para continuar con convicción el camino, paciente y laborioso pero apasionante y liberador, de la construcción de la paz.


La Iglesia Católica ―presente desde siglos en este País y que se ha distinguido particularmente por su compromiso en la promoción humana y en las obras de caridad― comparte las alegrías y las preocupaciones del pueblo de Georgia y tiene la intención de ofrecer su contribución al bienestar y a la paz de las naciones, colaborando activamente con las autoridades y la sociedad civil. Deseo vivamente que continúe favoreciendo genuinamente al crecimiento de la sociedad georgiana, gracias al testimonio común de las tradiciones cristianas que nos unen, en su esfuerzo en favor de los más necesitados y mediante un renovado y creciente dialogo con la antigua Iglesia Ortodoxa Georgiana y las otras comunidades religiosas del país.


Que Dios bendiga a Georgia y le conceda paz y prosperidad.


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ENCUENTRO CON SU SANTIDAD Y BEATITUD ELÍAS II,
CATHOLICÓS Y PATRIARCA DE TODA GEORGIA
Palacio del Patriarcado - Tiflis
Viernes 30 de septiembre de 2016



Gracias, Santidad. Me ha conmovido profundamente escuchar el «Ave María» que Su Santidad mismo ha compuesto. Sólo de un corazón que ama tanto a la Santa Madre de Dios, un corazón de hijo y también de niño, puede salir una composición tan bella.


Es para mí una gran alegría y una gracia especial encontrarme con Su Santidad y Beatitud y los Venerables Metropolitas, Arzobispos y Obispos, miembros del Santo Sínodo. Saludo al Señor Primer Ministro y a los ilustres representantes del mundo académico y de la cultura.


Santidad, con vuestra visita histórica al Vaticano, la primera de un Patriarca georgiano, usted abrió una nueva página en las relaciones entre la Iglesia Ortodoxa de Georgia y la Iglesia Católica. En aquella ocasión, intercambió con el Obispo de Roma el beso de la paz y la promesa de rezar el uno por el otro. Así se han reforzado los importantes lazos que existen entre nosotros desde los primeros siglos del cristianismo. Estos se han desarrollado y siguen siendo respetuosos y cordiales, como se pone de manifiesto también por la afectuosa acogida reservada a mis enviados y representantes; por la actividad de estudio e investigación de fieles ortodoxos georgianos en los Archivos Vaticanos y en las Pontificias Universidades; por la presencia en Roma de una comunidad vuestra, alojada en una iglesia de mi diócesis; y por la colaboración, sobre todo cultural, con la comunidad católica local. Como peregrino y amigo, he llegado a esta tierra bendita, cuando está a punto de concluir para los católicos el Año Jubilar de la Misericordia. También estuvo aquí el santo Papa Juan Pablo II, la primera vez de un Sucesor de Pedro, en un momento muy importante, en el umbral del Jubileo del 2000: vino a reforzar los «vínculos profundos y fuertes» con la Sede de Roma (Discurso en la ceremonia de bienvenida, Tiflis, 8 noviembre 1999) y a recordar lo importante que era, en el umbral del tercer Milenio, «la contribución de Georgia, esta antigua encrucijada de culturas y tradiciones, a la construcción […] de una civilización del amor» (Discurso en el Palacio patriarcal, Tiflis, 8 noviembre 1999).


Ahora, la Providencia divina ha querido que nos encontremos de nuevo y, frente a un mundo sediento de misericordia, de unidad y de paz, nos pide que se dé un nuevo impulso, un renovado fervor a los lazos que nos unen, signo elocuente de los cuales es el beso de la paz y nuestro abrazo fraternal. La Iglesia Ortodoxa de Georgia, enraizada en la predicación apostólica, especialmente en la figura del apóstol Andrés, y la Iglesia de Roma, fundada sobre el martirio del apóstol Pedro, tienen así la gracia de renovar hoy, en el nombre de Cristo y para su gloria, la belleza de la fraternidad apostólica. En efecto, Pedro y Andrés eran hermanos: Jesús los llamó a dejar sus redes para ser, juntos, pescadores de hombres (cf. Mc 1,16-17). Querido hermano, dejémonos mirar de nuevo por el Señor Jesús, dejémonos atraer aún por su invitación a dejar todo lo que nos impide dar, juntos, el anuncio de su presencia.


Nos sostiene en esto el amor que transformó la vida de los Apóstoles. Es el amor sin igual, que el Señor ha encarnado: « Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13); y que nos lo ha dado para que nos amemos unos a otros como él nos ha amado (cf. Jn 15,12). En este sentido, el gran poeta de esta tierra parece que nos dirige también a nosotros algunas de sus célebres palabras: «¿Has leído cómo los apóstoles escribieron del amor, cómo hablan, cómo lo alaban? Conócelo, dirige tu mente a estas palabras: el amor nos eleva» "(S. Rustaveli, El Caballero de la piel de tigre, Tiflis 1988, estancia 785). Realmente el amor del Señor nos eleva, porque nos permite alzarnos por encima de las incomprensiones del pasado, de los cálculos del presente y de los temores del futuro.


El pueblo georgiano ha dado testimonio durante siglos de la grandeza de este amor. Ha encontrado en él la fuerza para levantarse de nuevo después de muchas pruebas; gracias a él se ha elevado hasta las alturas de una extraordinaria belleza artística. Sin el amor, como ha escrito otro gran poeta, «el sol no reina en la bóveda del cielo», y para los hombres «no hay belleza ni inmortalidad» (G. Tabidze, «Senza l’amore», en Galaktion Tabidze, Tiflis 1982, 25). El amor es la razón de ser de la belleza inmortal de vuestro patrimonio cultural, que se expresa de muchas formas, como la música, la pintura, la arquitectura y la danza. Usted, querido Hermano, ha ofrecido una digna manifestación de ello, especialmente mediante la composición de apreciados himnos sagrados, algunos incluso en lengua latina y muy queridos en la tradición católica. Ellos enriquecen el tesoro de vuestra fe y cultura, un regalo único para la cristiandad y la humanidad, que merece ser conocido y apreciado por todos.


La gloriosa historia del Evangelio en esta tierra se debe de una manera especial a santa Nino, que suele ser equiparada a los Apóstoles: difundió la fe bajo el signo particular de la cruz hecha de sarmiento de vid. No se trata de una cruz desnuda, porque la imagen de la vid, además del fruto que en esta tierra es excelente, representa al Señor Jesús. Él, en efecto, es «la vid verdadera», y pidió a sus Apóstoles que, como sarmientos, permanecieran firmemente injertados en él para dar fruto (cf. Jn 15,1-8). Querido Hermano, para que también hoy el Evangelio dé fruto, se nos pide que permanezcamos todavía más enraizados en el Señor y unidos entre nosotros. Que la multitud de santos de este país nos anime a poner el Evangelio por encima de todo y a evangelizar como en el pasado y, más que en el pasado, libres de las ataduras de ideas preconcebidas y abiertos a la perenne novedad de Dios. Que las dificultades no sean un obstáculo, sino un estímulo que nos ayude a conocernos mejor, a compartir la sabia viva de la fe, a intensificar la oración de unos por otros y a cooperar con caridad apostólica en el testimonio común, para la gloria de Dios en el cielo y el servicio de la paz en la tierra.


Al pueblo georgiano le gusta ensalzar, brindando con el fruto de la vid, sus valores más apreciados. Junto al amor que eleva, se da un papel especial a la amistad. «Quien no busca un amigo, es enemigo de sí mismo», nos recuerda una vez más el poeta (S. Rustaveli, El Caballero de la piel de tigre, estancia 847). Quiero ser un amigo sincero de esta tierra y de este querido pueblo, que no olvida el bien recibido y cuyo carácter hospitalario se combina con un estilo de vida verdaderamente lleno de esperanza, aún en medio de las dificultades, que nunca faltan. También esta actitud positiva tiene sus raíces en la fe, que lleva a los georgianos a invocar, en torno a la mesa, la paz para todos, recordando incluso a los enemigos.


Con la paz y el perdón estamos llamados a vencer a nuestros verdaderos enemigos, que no son de carne y hueso, sino los espíritus del mal que están dentro y fuera de nosotros (cf. Ef 6,12). Esta tierra bendita está llena de héroes valientes según el Evangelio que, como san Jorge, fueron capaces de vencer al mal. Pienso en tantos monjes, y especialmente en los numerosos mártires, cuya vida ha triunfado «con la fe y la paciencia» (Ioane Sabanisze, Martirio de Abo, III): ha pasado por la prueba del dolor permaneciendo unida al Señor y ha dado así un fruto pascual, regando el suelo georgiano con la sangre derramada por amor. Que su intercesión alivie a tantos cristianos que todavía hoy en el mundo sufren persecuciones y atropellos, y fortalezca en nosotros el buen deseo de estar fraternalmente unidos para anunciar el Evangelio de la paz.


[Después del intercambio de obsequios]


Gracias, Santidad. Que Dios bendiga a Su Santidad y a la Iglesia Ortodoxa de Georgia. Y que siga adelante por el camino de la libertad.
[...]


Gracias, Santidad por la acogida y por sus palabras. Gracias por su benevolencia, y también por este compromiso fraterno de orar uno por otro tras haberse dado el beso de la paz. Gracias.

 
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ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD SIRO-CALDEA

ORACIÓN DEL SANTO PADRE POR LA PAZ

Iglesia católica caldea de San Simeón Bar Sabas - Tiflis
Viernes 30 de septiembre de 2016



Señor Jesús,
adoramos tu cruz,
que nos libra del pecado, origen de toda división y de todo mal;
anunciamos tu resurrección,
que rescata al hombre de la esclavitud del fracaso y de la muerte;
esperamos tu venida gloriosa,
que realiza el cumplimiento de tu reino de justicia, de gozo y de paz.


Señor Jesús,
por tu gloriosa pasión,
vence la dureza de los corazones, prisioneros del odio y del egoísmo;
por el poder de tu resurrección,
arranca de su condición a las víctimas de la injusticia y de la opresión;
por la fidelidad de tu venida,
confunde a la cultura de la muerte y haz brillar el triunfo de la vida.


Señor Jesús,
une a tu cruz los sufrimientos de tantas víctimas inocentes:
los niños, los ancianos, los cristianos perseguidos;
envuelve con la luz de la Pascua a quienes se encuentran profundamente heridos:
las persone abusadas, despojadas de su libertad y dignidad;
haz experimentar la estabilidad de tu reino a quienes viven en la incertidumbre:
los exiliados, los refugiados y quienes han perdido el gusto por la vida.


Señor Jesús,
extiende la sombra de tu cruz sobre los pueblos en guerra:
que aprendan el camino de la reconciliación, del diálogo y del perdón;
haz experimentar el gozo de tu resurrección a los pueblos desfallecidos por las bombas:
arranca de la devastación a Irak y Siria;
reúne bajo la dulzura de tu realeza a tus hijos dispersos:
sostén a los cristianos de la diáspora y concédeles la unidad de la fe y del amor.


Virgen María, reina de la paz,
tú que estuviste al pie de la cruz,
alcánzanos de tu Hijo el perdón de nuestros pecados;
tú que nunca dudaste de la victoria de la resurrección,
sostén nuestra fe y nuestra esperanza;
tú que has sido constituida reina en la gloria,
enséñanos la majestad del servicio y la gloria del amor.


Amén.


Sábado 1° de octubre


SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Estadio M. Meskhi - Tiflis
Sábado 1° de octubre de 2016


Entre los muchos tesoros de este espléndido país destaca el gran valor que representan las mujeres. Ellas —escribía santa Teresa del Niño Jesús, cuya memoria celebramos hoy— «aman a Dios en número mucho mayor que los hombres» (Manuscritos autobiográficos, Manuscrito A, 66). Aquí en Georgia, hay muchas abuelas y madres que siguen conservando y transmitiendo la fe, sembrada en esta tierra por santa Nino, y llevan el agua fresca del consuelo de Dios a muchas situaciones de desierto y conflicto.


Esto nos ayuda a comprender la belleza de lo que el Señor dice en la primera lectura de hoy: «Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo» (Is 66,13). Como una madre toma sobre sí el peso y el cansancio de sus hijos, así quiere Dios cargar con nuestros pecados e inquietudes; él, que nos conoce y ama infinitamente, es sensible a nuestra oración y sabe enjugar nuestras lágrimas. Cada vez que nos mira se conmueve y se enternece con un amor entrañable, porque, más allá del mal que podemos hacer, somos siempre sus hijos; desea tomarnos en brazos, protegernos, librarnos de los peligros y del mal. Dejemos que resuenen en nuestro corazón las palabras que hoy nos dirige: «Como una madre consuela, así os consolaré yo».


El consuelo que necesitamos, en medio de las vicisitudes turbulentas de la vida, es la presencia de Dios en el corazón. Porque su presencia en nosotros es la fuente del verdadero consuelo, que permanece, que libera del mal, que trae la paz y acrecienta la alegría. Por lo tanto, si queremos ser consolados, tenemos que dejar que el Señor entre en nuestra vida. Y para que el Señor habite establemente en nosotros, es necesario abrirle la puerta y no dejarlo fuera. Hay que tener siempre abiertas las puertas del consuelo porque Jesús quiere entrar por ahí: por el Evangelio leído cada día y llevado siempre con nosotros, la oración silenciosa y de adoración, la Confesión y la Eucaristía. A través de estas puertas el Señor entra y hace que las cosas tengan un sabor nuevo. Pero cuando la puerta del corazón se cierra, su luz no llega y se queda a oscuras. Entonces nos acostumbramos al pesimismo, a lo que no funciona bien, a las realidades que nunca cambiarán. Y terminamos por encerrarnos dentro de nosotros mismos en la tristeza, en los sótanos de la angustia, solos. Si, por el contrario, abrimos de par en par las puertas del consuelo, entrará la luz del Señor.


Pero Dios no nos consuela sólo en el corazón; por medio del profeta Isaías, añade: «En Jerusalén seréis consolados» (66,13). En Jerusalén, en la comunidad, es decir en la ciudad de Dios: cuando estamos unidos, cuando hay comunión entre nosotros obra el consuelo de Dios. En la Iglesia se encuentra consuelo, es la casa del consuelo: aquí Dios desea consolar. Podemos preguntarnos: Yo, que estoy en la Iglesia, ¿soy portador del consuelo de Dios? ¿Sé acoger al otro como huésped y consolar a quien veo cansado y desilusionado? El cristiano, incluso cuando padece aflicción y acoso, está siempre llamado a infundir esperanza a quien está resignado, a alentar a quien está desanimado, a llevar la luz de Jesús, el calor de su presencia y el alivio de su perdón. Muchos sufren, experimentan pruebas e injusticias, viven preocupados. Es necesaria la unción del corazón, el consuelo del Señor que no elimina los problemas, pero da la fuerza del amor, que ayuda a llevar con paz el dolor. Recibir y llevar el consuelo de Dios: esta misión de la Iglesia es urgente. Queridos hermanos y hermanas, sintámonos llamados a esto; no a fosilizarnos en lo que no funciona a nuestro alrededor o a entristecernos cuando vemos algún desacuerdo entre nosotros. No está bien que nos acostumbremos a un «microclima» eclesial cerrado, es bueno que compartamos horizontes de esperanza amplios y abiertos, viviendo el entusiasmo humilde de abrir las puertas y salir de nosotros mismos.


Pero hay una condición fundamental para recibir el consuelo de Dios, y que hoy nos recuerda su Palabra: hacerse pequeños como niños (cf. Mt 18,3-4), ser «como un niño en brazos de su madre» (Sal 130,2). Para acoger el amor de Dios es necesaria esta pequeñez del corazón: en efecto, sólo los pequeños pueden estar en brazos de su madre.


Quien se hace pequeño como un niño —nos dice Jesús— «es el más grande en el reino de los cielos» (Mt 18,4). La verdadera grandeza del hombre consiste en hacerse pequeño ante Dios. Porque a Dios no se le conoce con elevados pensamientos y muchos estudios, sino con la pequeñez de un corazón humilde y confiado. Para ser grande ante el Altísimo no es necesario acumular honores y prestigios, bienes y éxitos terrenales, sino vaciarse de sí mismo. El niño es precisamente aquel que no tiene nada que dar y todo que recibir. Es frágil, depende del papá y de la mamá. Quien se hace pequeño como un niño se hace pobre de sí mismo, pero rico de Dios.


Los niños, que no tienen problemas para comprender a Dios, tienen mucho que enseñarnos: nos dicen que él realiza cosas grandes en quien no le ofrece resistencia, en quien es simple y sincero, sin dobleces. Nos lo muestra el Evangelio, donde se realizan grandes maravillas con pequeñas cosas: con unos pocos panes y dos peces (cf. Mt 14,15-20), con un grano de mostaza (cf. Mc 4,30-32), con un grano de trigo que cae en tierra y muere (cf. Jn 12,24), con un solo vaso de agua ofrecido (cf. Mt 10,42), con dos pequeñas monedas de una viuda pobre (cf. Lc 21, 1-4), con la humildad de María, la esclava del Señor (cf. Lc 1,46-55).


He aquí la sorprendente grandeza de Dios, un Dios lleno de sorpresas y que ama las sorpresas: nunca perdamos el deseo y la confianza en las sorpresas de Dios. Nos hará bien recordar que somos, siempre y ante todo, hijos suyos: no dueños de la vida, sino hijos del Padre; no adultos autónomos y autosuficientes, sino niños que necesitan ser siempre llevados en brazos, recibir amor y perdón. Dichosa las comunidades cristianas que viven esta genuina sencillez evangélica. Pobres de recursos, pero ricas de Dios. Dichosos los pastores que no se apuntan a la lógica del éxito mundano, sino que siguen la ley del amor: la acogida, la escucha y el servicio. Dichosa la Iglesia que no cede a los criterios del funcionalismo y de la eficiencia organizativa y no presta atención a su imagen. Pequeño y amado rebaño de Georgia, que tanto te dedicas a la caridad y a la formación, acoge el aliento que te infunde el Buen Pastor, confíate a Aquel que te lleva sobre sus hombros y te consuela.


Quisiera resumir estas ideas con algunas palabras de santa Teresa del Niño Jesús, a quien recordamos hoy. Ella nos señala su «pequeño camino» hacia Dios, «el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre», porque «Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud» (Manuscritos autobiográficos, Manuscrito B, 1). Lamentablemente –como escribía entonces, y ocurre también hoy–, Dios encuentra «pocos corazones que se entreguen a él sin reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito» (ibíd.). La joven santa y Doctora de la Iglesia, por el contrario, era experta en la «ciencia del Amor» (ibíd.), y nos enseña que «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar»; nos recuerda también que «la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón» (Manuscrito C, 12). Pidamos hoy, todos juntos, la gracia de un corazón sencillo, que cree y vive en la fuerza bondadosa del amor, pidamos vivir con la serena y total confianza en la misericordia de Dios. 





SALUDO AL FINAL DE LA MISA



Agradezco a Mons. Pasotto las amables palabras que me ha dirigido en nombre de las Comunidades latina, armenia y asirio-caldea. Saludo al Patriarca Sako y a los Obispos caldeos, a Mons. Minassian y a los que han venido de la vecina Armenia, y a todos vosotros, queridos fieles de las diversas regiones de Georgia. Doy las gracias al Señor Presidente, a las autoridades, a los amigos queridos de la Iglesia Apostólica Armenia y de las confesiones cristianas que han venido, y en especial a los fieles de la Iglesia Ortodoxa de Georgia aquí presentes. Os Pido, por favor, que recéis por mí, al mismo tiempo que os aseguro mi recuerdo y os renuevo mi agradecimiento: Didi madloba [Muchas gracias].


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ENCUENTRO CON SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, SEMINARISTAS Y AGENTES DE PASTORAL

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Iglesia de la Asunción - Tiflis
Sábado 1° de octubre de 2016



Buenas tardes
Gracias, querido hermano, gracias.
Ahora hablaré para todos, mezclando las diversas preguntas.


Cuando tú [el sacerdote que presentó el testimonio] has hablado, al final me ha venido a la mente —y él [Mons. Minassian] es testigo— un episodio ocurrido al final de la misa en Gyumri [en Armenia]. Terminada la misa, he invitado a subir al «papamóvil» a Su Excelencia y también al Obispo de la Iglesia Apostólica Armenia de la misma ciudad. Éramos tres obispos: el Obispo de Roma, el Obispo católico de Gyumri y el Obispo Armenio Apostólico. Los tres: es una bonita «macedonia». Hemos dado una vuelta y después nos bajamos. Y cuando yo iba a montar en el coche, una viejecita me hizo un signo para que me acercara. ¿Cuántos años tenía? ¿Ochenta? No era viejecita... Parecía tener más, ochenta o más... Yo sentí en el corazón el deseo de acercarme a saludarla, porque estaba detrás de las vallas. Era una mujer humilde, muy humilde. Me ha saludado con amor... Tenía un diente de oro, como se usaba en otros tiempos... Y me dijo: «Yo soy armenia, pero vivo en Georgia. Y venido desde Georgia». Había viajado seis u ocho horas en autobús para estar con el Papa. Después, al día siguiente, cuando íbamos no sé dónde —dos horas o más— la encontré allí. La dije: «Pero señora, ha venido desde Georgia... Tantas horas de viaje. Y después dos horas más, al día siguiente para encontrarme...» —«¡Eh, sí!. Es la fe», me dijo. Tú has hablado de ser firmes en la fe. Ser firmes en la fe es el testimonio que me ha dado esta mujer. Creía que Jesucristo, Hijo de Dios, ha dejado a Pedro en la tierra, y ella quería ver a Pedro.


Firmes en la fe significa capacidad de recibir de los otros la fe, conservarla y transmitirla. Tú has dicho, hablando de este ser firmes en la fe: «Mantener viva la memoria del pasado, la historia nacional, y tener la valentía de soñar un futuro luminoso». Firmes en la fe significa no olvidar lo que hemos aprendido, más aún, hacerlo crecer y darlo a nuestros hijos. Por eso en Cracovia he dado como misión especial a los jóvenes el hablar con los abuelos. Son los abuelos los que nos han transmitido la fe. Y vosotros, que trabajáis con los jóvenes, debéis enseñarles a escuchar a los abuelos, a hablar con ellos, para recibir el agua fresca de la fe, elaborarla en el presente, hacerla crecer —no esconderla en un cajón, no—, elaborarla, hacerla crecer y transmitirla a nuestro hijos.


El apóstol Pablo, hablando a su discípulo predilecto, Timoteo, le decía en la Segunda Carta que conservara firme la fe que había recibido de su madre y de su abuela. Este es el camino que nosotros debemos seguir, y esto nos hará madurar mucho. Recibir la herencia, hacerla germinar y darla. Una fe sin las raíces de la madre y la abuela no crece. Y una fe que se me ha dado, y que yo no doy a los otros, a los más pequeños, a mis «hijos», tampoco crece.
Así pues, para resumir: para ser firmes en la fe hay que tener memoria del pasado, valentía en el presente y esperanza en el futuro. Esto por lo que se refiere al ser firmes en la fe. Y no olvidarse de aquella señora georgiana que fue capaz de ir en autobús —6 o 7 horas— a Armenia, a la ciudad de Gyumri, donde él [Mons. Minassian] es obispo, y al día siguiente ir a ver al Papa otra vez en Yerevan. No olvidar esa imagen. Es una mujer armenia, pero de Georgia. Y las mujeres georgianas tienen fama, una gran fama, de ser mujeres de fe, fuertes, que llevan adelante la Iglesia.


Y tú, Kote [seminarista], has dicho una vez a tu mamá: «Yo quiero hacer lo que hace ese señor [el sacerdote que celebra la misa]». Y al final de tu intervención has dicho: «Estoy orgulloso de ser católico y de hacerme sacerdote católico georgiano». Es todo un itinerario... No has dicho lo que dijo tu mamá... ¿Qué te dijo ante aquellas palabras tuyas: «Yo quiero hacer lo que hace ese señor» [responde: «Era pequeño, y mi mamá me dijo “está bien, haz lo que él hace”... pero era pequeño»]. Una vez más, la mamá, la mujer georgiana fuerte. Aquella mujer «perdía» un hijo, pero alababa a Dios. Lo ha acompañado en su camino. Y eso que la mamá de Kote perdía también la oportunidad de ser suegra... Esto es el comienzo de una vocación; ahí está siempre la madre, la abuela... Pero tú has dicho la palabra clave: memoria. Conservar la memoria de la primera llamada. Custodiar aquel momento como tú guardas ese recuerdo: «Yo quiero hacer lo que hace ese señor». Porque esto no es una fábula que te ha venido a la cabeza: ha sido el Espíritu Santo quien te ha tocado. Y guardar esto en la memoria es custodiar la gracia del Espíritu Santo. Hablo a todos los sacerdotes y religiosas.  


Todos nosotros tenemos —o tendremos— momentos oscuros en nuestra vida. También nosotros, los consagrados. Cuando parece que las cosas no marchan bien, cuando hay dificultades de convivencia en la comunidad, en la diócesis... En esos momentos, lo que se debe hacer es pararse, hacer memoria. Memoria del momento en el que he sido tocado o tocada por el Espíritu Santo. Como él ha dicho, del momento en que dijo: «Mamá, yo quiero hacer lo que hace ese señor»: el momento en que el Espíritu Santo nos toca. La perseverancia en la vocación radica en la memoria de aquella caricia que el Señor nos ha hecho y con la que nos ha dicho: «Ven, vente conmigo». Esto es lo que yo os aconsejo a todos vosotros, consagrados: no os volváis atrás cuando hay dificultades. Y si queréis mirar atrás, que sea a la memoria de aquel momento. El único. Así la fe permanece firme, la vocación permanece firme. Con nuestras debilidades, con nuestros pecados; todos somos pecadores y todos tenemos necesidad de confesarnos, pero la misericordia y el amor de Jesús son más grandes que nuestros pecados.


Ahora quisiera hablar de dos cosas que habéis dicho... Pero [antes] dime: ¿Es tanto el frío que hace en Kazajistán en invierno? ¿Sí?... Sigue igualmente adelante.


Y ahora, Irina. Hemos hablado con el sacerdote, con los religiosos, con los consagrados, de la fe firme. Pero ¿cómo es la fe en el matrimonio? El matrimonio es lo más bello que Dios ha creado. La Biblia nos dice que Dios ha creado el hombre y la mujer, los ha creado a su imagen (cf. Gn 1,27). Es decir, el hombre y la mujer que se hacen una sola carne son imagen de Dios. He comprendido, Irina, cuando explicabas las dificultades que tantas veces surgen en el matrimonio: las incomprensiones, las tentaciones... «¡Bah!, resolvamos esto por la vía del divorcio, y así yo me busco a otro y él se busca a otra, y comenzamos de nuevo. Irina, ¿tú sabes quién paga los costes del divorcio? Dos personas, pagan. ¿Quién Paga?


[Irina: los dos]


¿Los dos? Y otros más. Paga Dios, porque cuando se divide «una sola carne» se ensucia la imagen de Dios. Y pagan los niños, los hijos. Vosotros no sabéis, queridos hermanos y hermanas, no sabéis cuanto sufren los niños, los hijos pequeños, cuando ven las disputas y la separación de los padres. Se debe hacer de todo para salvar el matrimonio. Pero ¿es normal que se discuta en el matrimonio? Sí, es normal. Sucede. A veces «vuelan los platos». Pero si el amor es verdadero, entonces se hace enseguida la paz. Yo aconsejo a los esposos: discutid todo que queráis, pero no terminéis la jornada sin hacer las paces. ¿Sabéis por qué? Porque la «guerra fría» del día siguiente es peligrosísima. Cuántos matrimonios se salvan si tienen el valor al final del día, no de hacer un discurso, sino una caricia, y la paz está hecha. Pero es verdad que hay situaciones más complejas, cuando el diablo se entromete y pone ante el hombre una mujer que le parece más bella que la suya, o cuando presenta a una mujer un hombre que le parece mejor que el suyo. Pedid ayuda inmediatamente. Cuando viene esta tentación, pedid ayuda enseguida.


Esto es lo que tú [Irina] decías sobre eso de ayudar a las parejas. Y, ¿cómo se ayuda a las parejas? Se ayudan con la acogida, la cercanía, el acompañamiento, el discernimiento y la integración en el cuerpo de la Iglesia. Acoger, acompañar, discernir e integrar. En la comunidad católica se debe ayudar a salvar los matrimonios. Hay tres palabras: son palabras de oro en la vida del matrimonio. Yo preguntaría a una pareja: «¿Os queréis de verdad?». —«Sí», dirán. «Y, cuando alguno hace una cosa por el otro, ¿sabéis decir gracias?». «Y si uno de los dos hace una diablura, ¿sabéis pedir escusa?». «Y si queréis llevar a cabo un plan, como pasar un día en el campo o cualquier otra cosa, ¿sabéis pedir la opinión del otro?». Tres palabras: «¿Qué te parece? ¿Puedo?»; «gracias», «escusa». Si en la pareja se usan estas palabras: «Escusa, me he equivocado»; «¿Puedo hacer esto?»; «Gracias por la comida que me has preparado». «¿Puedo?», «gracias», «perdona»: si se usan estas tres palabras, el matrimonio irá bien. Es una ayuda.


Tú, Irina, has mencionado un gran enemigo de matrimonio hoy en día: la teoría del gender. Hoy hay una guerra mundial para destruir el matrimonio. Hoy existen colonizaciones ideológicas que destruyen, pero no con las armas, sino con las ideas. Por lo tanto, es preciso defenderse de las colonizaciones ideológicas.


Ante los problemas, hay que hacer las paces lo antes posible, antes de que termine la jornada, y no olvidar las tres palabras: permiso, gracias, perdóname.


Tú, Kakha, has hablado de una Iglesia abierta, que no se encierre en sí misma, que sea una Iglesia para todos, una Iglesia madre: la mamá es así. Hay dos mujeres que Jesús ha queridos para todos nosotros: su madre y su esposa. Ambas se asemejan. La madre es la madre de Jesús, y él nos la ha dejado como madre nuestra. La Iglesia es la esposa de Jesús, y también ella es nuestra madre. Con la madre Iglesia y la madre María se puede ir adelante seguros. Y aquí encontramos una vez más a la mujer. Parece que el Señor tiene una preferencia por llevar adelante la fe en las mujeres. María, la Santa Madre de Dios; la Iglesia, la Santa Esposa de Dios —aunque pecadora en nosotros, sus hijos— y la abuela y la mamá que nos han transmitido la fe.


Y será María, será la Iglesia, será la abuela, será la mamá quienes defenderán la fe. Vuestros antiguos monjes decían así, escúchenlo con atención: «Cuando hay turbulencias espirituales, es preciso refugiarse bajo el manto de la Santa Madre de Dios». María es el modelo de la Iglesia, es el modelo de la mujer, sí, porque la Iglesia es mujer y María es mujer.


Ahora una última cosa... ¿Quién lo ha dicho? Precisamente Kote, otra vez más: el problema del ecumenismo. Nunca litigar. Dejemos que los teólogos estudien los temas abstractos de la teología. Pero, ¿qué debo hacer con un amigo, un vecino, una persona ortodoxa? Ser abierto, ser amigo. ¿Acaso me debo esforzar en convertirlo? Hay un pecado gordo contra el ecumenismo: el proselitismo. Nunca se debe hacer proselitismo con los ortodoxos. Son hermanos y hermanas nuestros, discípulos de Jesucristo. Por circunstancias históricas muy complejas, hemos llegado a ser así. Ellos, como nosotros, creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo; creemos en la Santa Madre de Dios. ¿Qué debo hacer? No condenar, no, no puedo. Amistad, caminar juntos, rezar unos por otros. Rezar y hacer obras de caridad juntos, cuando es posible. Esto es el ecumenismo. Pero nunca condenar un hermano o una hermana, nunca dejar de saludarla porque es ortodoxa.


Quisiera terminar todavía con el pobre Kote. «Santo Padre —decías al final—, estoy orgulloso de ser católico y de hacerme sacerdote católico georgiano». A ti y a todos vosotros, católicos georgianos, os pido por favor que nos defendáis de la mundanidad. Jesús nos ha hablado con tanta energía contra la mundanidad; en el discurso de la Última Cena ha pedido al Padre: «Padre, defiéndelos [a los discípulos] de la mundanidad. Defiéndelos del mundo». Pidamos esta gracia todos juntos: que el Señor nos libre de la mundanidad; que nos haga hombres y mujeres de Iglesia, firmes en la fe que hemos recibido de la abuela y la mamá; firmes en la fe que está segura bajo la protección del manto de la Santa Madre de Dios.


Y, así como estamos, sin movernos, recemos a la Santa Madre de Dios el Ave María.


[Rezo del Ave María]


Ahora os impartiré la bendición. Y os pido, por favor, que recéis por mí


[Bendición]


Rezad por mí.


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ENCUENTRO CON LOS ASISTIDOS Y CON LOS OPERADORES DE LAS OBRAS DE CARIDAD DE LA IGLESIA

SALUDO DEL SANTO PADRE

Centro de asistencia de los Padres Camilos - Tiflis
Sábado 1° de octubre de 2016


Queridos hermanos y hermanas


Os saludo con afecto y me complace encontrarme con vosotros, que trabajáis en el ámbito de la caridad aquí en Georgia, y que con vuestra solicitud expresáis de manera elocuente el amor al prójimo, distintivo de los discípulos de Cristo. Agradezco al P. Zurab las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Vosotros representáis a los diversos centros caritativos del País: Institutos religiosos masculinos y femeninos, Caritas, Asociaciones eclesiásticas y otras organizaciones y grupos de voluntariado. A cada uno expreso mi gratitud por el generoso compromiso al servicio de los más necesitados.


Vuestra actividad es un camino de colaboración fraterna entre los cristianos de este País y entre los fieles de diversos ritos. Este encuentro bajo el signo de la caridad evangélica es testimonio de comunión y promueve el camino de la unidad. Os animo a continuar por esta senda exigente y fecunda: las personas pobres y débiles son la «carne de Cristo» que interpela a los cristianos de cualquier confesión, que los mueve a obrar sin intereses personales, siguiendo únicamente el impulso del Espíritu Santo.


Dirijo un saludo especial a los ancianos, a los enfermos, a cuantos sufren y a las personas atendidas en las diversas obras de caridad. Me alegra estar un momento con vosotros y animaros: Dios nunca os abandona, siempre está cerca, pronto a escucharos, a daros fortaleza en los momentos de dificultad. Vosotros sois los predilectos de Jesús, que quiso identificarse con las personas que sufren, sufriendo él mismo en su pasión.


Las iniciativas caritativas son el fruto maduro de una Iglesia que sirve, que ofrece esperanza y manifiesta la misericordia de Dios. Por lo tanto, queridos hermanos y hermanas, tenéis una misión muy grande. Continuad viviendo la caridad en la Iglesia y manifestándola en toda la sociedad, con el entusiasmo del amor que viene de Dios. Que la Virgen María, icono del amor gratuito, os guíe y proteja. Que os sostenga también la bendición del Señor que invoco de corazón sobre todos vosotros.


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VISITA A LA CATEDRAL PATRIARCAL DE SVETITSKHOVELI

SALUDO DEL SANTO PADRE

Misjeta
Sábado 1° de octubre de 2016



Santidad,
Señor Primer Ministro,
Distinguidas Autoridades
e ilustres Miembros del Cuerpo Diplomático,
Queridos Hermanos Obispos y Sacerdotes,
Queridos hermanos y hermanas:


Al concluir mi peregrinación en Georgia, doy gracias a Dios por tener un momento de recogimiento en este templo santo. Deseo también dar gracias de corazón aquí por la acogida recibida, por vuestro emotivo testimonio de fe, por el buen corazón de los georgianos. Me vienen a la mente, Santidad, las palabras del Salmo: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza» (Sal 133,1-2). Querido hermano, el Señor, que nos ha concedido la alegría de encontrarnos y de intercambiar el beso santo, rocíe sobre nosotros el ungüento perfumado de la concordia y derrame abundantes bendiciones sobre nuestro camino y el de este amado pueblo.


La lengua georgiana está llena de expresiones significativas que describen la fraternidad, la amistad y la cercanía entre las personas. Hay una, noble y genuina, que manifiesta la disponibilidad para reemplazar al otro, la voluntad de hacerse cargo de él, de decirle con la vida «me gustaría estar en tu lugar»: shen genatsvale. Compartir en la comunión de la oración y en la unión de las almas las alegrías y las angustias, llevando los unos las cargas de los otros (cf. Ga 6,2): que nuestro caminar juntos esté marcado por esta fraterna actitud cristiana.


Esta magnífica catedral, que alberga muchos tesoros de fe y de historia, nos invita a hacer memoria del pasado. Es muy importante, ya que «la caída del pueblo comienza allí, dónde termina la memoria del pasado» (I. Chavchavadze, El pueblo y la historia, en Iveria, 1888). La historia de Georgia es como un libro antiguo en el que cada página nos habla de testimonios santos y de valores cristianos, que han forjado el alma y la cultura del país. Este valioso libro narra, también gestas de gran apertura, acogida e integración. Son valores inestimables y siempre válidos, para esta tierra y para toda la región, tesoros que reflejan bien la identidad cristiana, la cual se mantiene cuando permanece bien fundamentada en la fe y al mismo tiempo está siempre abierta y disponible, nunca rígida o cerrada.


El mensaje cristiano —este lugar sagrado nos lo recuerda— fue durante siglos el pilar de la identidad georgiana: ha dado estabilidad en medio de tantas agitaciones, incluso cuando el destino del País ha sido abandonado por desgracia tantas veces amargamente a su propia suerte. Pero el Señor nunca ha abandonado a la amada tierra de Georgia, porque él es «fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones, sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan» (Sal 145,13-14).


La tierna y compasiva cercanía del Señor está aquí representada de manera particular por el signo de la túnica sagrada. El misterio de la túnica «sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo» (Jn 19,23), ha atraído la atención de los cristianos desde los comienzos. Un Padre antiguo, san Cipriano de Cartago, dijo que en la túnica indivisa de Jesús aparece ese «vínculo de concordia, que une inseparablemente», esa «unidad que viene de lo alto, es decir del cielo y del Padre, que no podía ser desgarrada de ninguna manera» (De catholicae Ecclesiae unitate, 7). La túnica sagrada, misterio de la unidad, nos exhorta a experimentar un gran dolor por las divisiones de los cristianos habidas a lo largo de la historia: son desgarros reales infligidos en la carne del Señor. Al mismo tiempo, sin embargo, la «unidad que viene de lo alto», el amor de Cristo que nos ha reunido dándonos no solamente su túnica, sino también su propio cuerpo, nos impulsa a no conformarnos y a ofrecernos a nosotros mismos siguiendo su ejemplo (cf. Rm 12,1): nos animan al amor sincero y a la comprensión recíproca para recomponer las laceraciones, impulsados por un espíritu de límpida hermandad cristiana. Todo esto requiere ciertamente un camino paciente, que hay que cultivar con confianza en los demás y con humildad, sin miedo y sin desalentarse, sino más bien con la alegre certeza que la esperanza cristiana nos hace pregustar. Ella nos anima a creer que se pueden remediar las contraposiciones y remover los obstáculos, nos invita a no renunciar nunca a las oportunidades de encuentro y de diálogo, así como a custodiar y mejorar juntos lo que ya existe. Pienso, por ejemplo, en el diálogo que se está desarrollando en la Comisión Mixta Internacional y en otras fecundas ocasiones de intercambio.


San Cipriano afirmaba también que la túnica de Cristo, «única, indivisible, toda de una sola pieza, indica la inseparable concordia de nuestro pueblo, de nosotros que nos hemos revestido de Cristo» (ibíd.). Aquellos que han sido bautizados en Cristo, dice el apóstol Pablo, se han revestido de Cristo (cf. Ga 3,27). Por lo tanto, a pesar de nuestros límites y más allá de cualquier distinción histórica y cultural, estamos llamados a ser «uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28) y a no poner en primer lugar la discordia y las divisiones entre los bautizados, porque realmente es mucho más lo que nos une que lo que nos divide.


En esta Catedral Patriarcal muchos hermanos y hermanas reciben el bautismo, que en la lengua georgiana expresa muy bien la vida nueva recibida en Cristo, indicando una iluminación que da sentido a todo, porque conduce fuera de la oscuridad. En georgiano, incluso la palabra «educación» viene de la misma raíz y por lo tanto está estrechamente emparentada con el bautismo. La nobleza de la lengua induce así a pensar en la belleza de una vida cristiana que desde el comienzo es luminosa y se mantiene así si permanece en la luz del bien y rechaza la oscuridad del mal; si, manteniendo la fidelidad a las propias raíces, no cede a las cerrazones que ensombrecen la vida, sino que está siempre bien dispuesta a aceptar y aprender, a ser iluminada por todo aquello que es bello y verdadero. Que las espléndidas riquezas de este pueblo sean conocidas y apreciadas; que podamos compartir cada vez más, para el enriquecimiento común, los tesoros que Dios da a cada uno, y nos ayudemos mutuamente a crecer en el bien.


Aseguro de corazón mi oración para que el Señor, que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5), por la intercesión de los santos hermanos Apóstoles Pedro y Andrés, de los mártires y de todos los santos, aumente el amor entre los creyentes en Cristo y la búsqueda luminosa de todo aquello que nos pueda acercar, reconciliar y unir. Que la hermandad y la colaboración crezcan en todos los ámbitos; que la oración y el amor nos ayuden a acoger cada vez más el ardiente deseo del Señor para todos los que creen en él por la palabra de los Apóstoles: que todos sean «uno» (cf. Jn 17,20-21).


Domingo 2 de octubre de 2016


SANTA MISA EN LA IGLESIA DE LA INMACULADA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Centro Salesiano - Bakú
Domingo 2 de octubre de 2016



La palabra de Dios nos presenta hoy dos aspectos esenciales de la vida cristiana: la fe y el servicio. A propósito de la fe, le hacen al Señor dos peticiones concretas.


La primera es del profeta Habacuc, que suplica a Dios para que intervenga y restablezca la justicia y la paz, que los hombres han destruido con la violencia, las disputas y las contiendas: «¿Hasta cuándo, Señor —dice—, pediré auxilio sin que tú me escuches?» (Ha 1,2). Dios, en su respuesta, no interviene directamente, no resuelve la situación de modo brusco, no se hace presente con la fuerza. Al contrario, invita a esperar con paciencia, sin perder nunca la esperanza; sobre todo, subraya la importancia de la fe. Porque el hombre vivirá por su fe (cf. Ha 2,4). Así actúa Dios también con nosotros: no favorece nuestros deseos de cambiar el mundo y a los demás de manera inmediata y continuamente, sino que busca ante todo curar el corazón, mi corazón, tu corazón, el corazón de cada uno; Dios cambia el mundo cambiando nuestros corazones, y esto no puede hacerlo sin nosotros. El Señor quiere que le abramos la puerta del corazón para poder entrar en nuestra vida. Esta apertura a él, esta confianza en él es precisamente lo que ha vencido al mundo: nuestra fe (cf. 1 Jn 5,4). Porque cuando Dios encuentra un corazón abierto y confiado, allí puede hacer sus maravillas.


Pero tener fe, una fe viva, no es fácil, y de ahí la segunda petición, esa que los Apóstoles dirigen al Señor en el Evangelio: «Auméntanos la fe» (Lc 17,6). Es una hermosa súplica, una oración que también nosotros podríamos dirigir a Dios cada día. Pero la respuesta divina es sorprendente, y también en este caso da la vuelta a la petición: «Si tuvierais fe...». Es él quien nos pide a nosotros que tengamos fe. Porque la fe, que es un don de Dios y hay que pedirla siempre, también requiere que nosotros la cultivemos. No es una fuerza mágica que baja del cielo, no es una «dote» que se recibe de una vez para siempre, ni tampoco un superpoder que sirve para resolver los problemas de la vida. Porque una fe concebida para satisfacer nuestras necesidades sería una fe egoísta, totalmente centrada en nosotros mismos. No hay que confundir la fe con el estar bien o sentirse bien, con el ser consolados para que tengamos un poco de paz en el corazón. La fe es un hilo de oro que nos une al Señor, la alegría pura de estar con él, de estar unidos a él; es un don que vale la vida entera, pero que fructifica si nosotros ponemos nuestra parte.


Y, ¿cuál es nuestra parte? Jesús nos hace comprender que es el servicio. En el Evangelio, en efecto, el Señor pone las palabras sobre el servicio después de las referidas al poder de la fe. Fe y servicio no se pueden separar, es más, están estrechamente unidas, enlazadas entre ellas. Para explicarme, quisiera usar una imagen que os es familiar, la de una bonita alfombra: vuestras alfombras son verdaderas obras de arte y provienen de una antiquísima tradición. También la vida cristiana de cada uno viene de lejos, y es un don que hemos recibido en la Iglesia y que proviene del corazón de Dios, nuestro Padre, que desea hacer de cada uno de nosotros una obra maestra de la creación y de la historia. Cada alfombra, lo sabéis bien, se va tejiendo según la trama y la urdimbre; sólo gracias a esta estructura el conjunto resulta bien compuesto y armonioso. Así sucede en la vida cristiana: hay que tejerla cada día pacientemente, entrelazando una trama y una urdimbre bien definidas: la trama de la fe y la urdimbre del servicio. Cuando a la fe se enlaza el servicio, el corazón se mantiene abierto y joven, y se ensancha para hacer el bien. Entonces la fe, como dice Jesús en el Evangelio, se hace fuerte y realiza maravillas. Si avanza por este camino, entonces madura y se fortalece, a condición de que permanezca siempre unida al servicio.
Pero, ¿qué es el servicio? Es posible pensar que consista sólo en ser fieles a nuestros deberes o en hacer alguna obra buena. Pero para Jesús es mucho más. En el Evangelio de hoy, él nos pide, incluso con palabras muy fuertes, radicales, una disponibilidad total, una vida completamente entregada, sin cálculos y sin ganancias. ¿Por qué Jesús es tan exigente? Porque él nos ha amado de ese modo, haciéndose nuestro siervo «hasta el extremo» (Jn 13,1), viniendo «para servir y dar su vida» (Mc 10,45). Y esto sucede aún hoy cada vez que celebramos la Eucaristía: el Señor se presenta entre nosotros y, por más que nosotros nos propongamos servirlo y amarlo, es siempre él quien nos precede, sirviéndonos y amándonos más de cuanto podamos imaginar y merecer. Nos da su misma vida. Y nos invita a imitarlo, diciéndonos: «El que quiera servirme que me siga» (Jn 12,26).


Por tanto, no estamos llamados a servir sólo para tener una recompensa, sino para imitar a Dios, que se hizo siervo por amor nuestro. Y no estamos llamados a servir de vez en cuando, sino a vivir sirviendo. El servicio es un estilo de vida, más aún, resume en sí todo el estilo de vida cristiana: servir a Dios en la adoración y la oración; estar abiertos y disponibles; amar concretamente al prójimo; trabajar con entusiasmo por el bien común.


También los creyentes sufren tentaciones que alejan del estilo de servicio y terminan por hacer la vida inservible. Donde no hay servicio, la vida es inservible. Aquí podemos destacar dos. Una es dejar que el corazón se vuelva tibio. Un corazón tibio se encierra en una vida perezosa y sofoca el fuego del amor. El que es tibio vive para satisfacer sus comodidades, que nunca son suficientes, y de ese modo nunca está contento; poco a poco termina por conformarse con una vida mediocre. El tibio reserva a Dios y a los demás algunos «porcentajes» de su tiempo y de su corazón, sin exagerar nunca, sino más bien buscando siempre recortar. Así su vida pierde sabor: es como un té que era muy bueno, pero que al enfriarse ya no se puede beber. Estoy convencido de que vosotros, viendo los ejemplos de quienes os han precedido en la fe, no dejaréis que vuestro corazón se vuelva tibio. Toda la Iglesia, que tiene una especial simpatía por vosotros, os mira y os anima: sois un pequeño rebaño pero de gran valor a los ojos de Dios.


Hay una segunda tentación en la que se puede caer, no por ser pasivos, sino por ser «demasiado activos»: es la de pensar como dueños, de trabajar sólo para ganar prestigio y llegar a ser alguien. Entonces, el servicio se convierte en un medio y no en un fin, porque el fin es ahora el prestigio, después vendrá el poder, el querer ser grandes. «Entre vosotros —nos recuerda Jesús a todos— no será así: el que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor» (Mt 20,26). Así se edifica y se embellece la Iglesia. Retomo la imagen de la alfombra, aplicándola a vuestra hermosa comunidad: cada uno de vosotros es como un espléndido hilo de seda, pero sólo si los distintos hilos están bien entrelazados crean una bella composición; solos, no sirven. Permaneced siempre unidos, viviendo humildemente en caridad y alegría; el Señor, que crea la armonía en la diferencia, os custodiará.


Que nos ayude la intercesión de la Virgen Inmaculada y de los santos, en particular santa Teresa de Calcuta, los frutos de cuya fe y servicio están entre vosotros. Acojamos algunas de sus espléndidas palabras, que resumen el mensaje de hoy: «El fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz» (Camino de sencillez, Introducción).


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ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO


Centro Salesiano - Bakú
Domingo 2 de octubre de 2016


Queridos hermanos y hermanas:


En esta celebración eucarística he dado gracias a Dios con vosotros, pero también por vosotros: aquí la fe, después de los años de persecución, ha hecho maravillas. Quisiera recordar a tantos cristianos valientes, que han tenido fe en el Señor y han sido fieles en la adversidad. A vosotros os digo, como hizo san Juan Pablo II, las palabras del apóstol Pedro: «¡Honor a vosotros, que creéis!», (1 P 2,7; Homilía, Bakú, 23 Mayo 2002).


Nuestro pensamiento se dirige ahora a la Virgen María, venerada en este país también por los no cristianos. Nos dirigimos a ella con las palabras con las que el ángel Gabriel le anunció la buena noticia de la salvación, que Dios había preparado para la humanidad.


Queridos fieles de Azerbaiyán, al resplandor de la luz que brilla en el rostro materno de María, os dirijo un cordial saludo, alentándoos a testimoniar con alegría la fe, la esperanza y la caridad, unidos entre vosotros y con vuestros Pastores. Saludo y doy las gracias en particular a la familia salesiana, que os cuida tanto y promueve diversas buenas iniciativas, y a las Misioneras de la Caridad: Continuad con entusiasmo vuestro trabajo al servicio de todos.


Encomendamos estos deseos a la intercesión de la Santísima Madre de Dios e invocamos su protección sobre vuestras familias, los enfermos y los ancianos, y sobre cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu.


[Ángelus]


[Bendición]


Alguno puede pensar que el Papa pierde mucho tiempo: hacer tantos kilómetros de viaje para visitar una pequeña comunidad de 700 personas, en un país de dos millones... Además, no es una comunidad uniforme, porque entre vosotros se habla azerí, italiano, inglés, español... Muchas lenguas... Es una comunidad de periferia. Pero el Papa imita en esto al Espíritu Santo: también él ha bajado del cielo en una comunidad de periferia, cerrada en el Cenáculo. Y a esta comunidad, que tenía miedo, se sentís pobre y tal vez perseguida o dejada de lado, le infunde valor, fuerza, parresia para seguir adelante y proclamar el nombre de Jesús. Y las puertas de aquella comunidad de Jerusalén, que estaban cerradas por temor o vergüenza, se abren de par en par y sale la fuerza del Espíritu. El Papa pierde tiempo como lo ha perdido el Espíritu Santo en aquel tiempo.


Sólo dos cosas son necesarias: en aquella comunidad estaba la Madre —nunca olvidar a la Madre—, y en aquella comunidad estaba la caridad, el amor fraterno que el Espíritu Santo ha derramado sobre ellos. ¡Ánimo! ¡Adelante! ¡Go ahead! Sin miedo, ¡adelante!


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ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Centro “Heydar Aliyev” - Bakú
Domingo 2 de octubre de 2016



Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Ilustres miembros del Cuerpo Diplomático,
Señoras y Señores:


Me alegro mucho de visitar Azerbaiyán y os agradezco la cordial acogida en esta ciudad, capital del país, en la orilla del Mar Caspio, ciudad que ha trasformado radicalmente su  rostro con construcciones recientes, como en la que se desarrolla este encuentro. Señor Presidente, le agradezco vivamente las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre del gobierno y del pueblo azerí, y por haberme ofrecido la posibilidad, gracias a su cortés invitación, de devolver la visita que junto a su consorte realizó el año pasado al Vaticano.


He llegado a este país llevando en el corazón la admiración por la complejidad y riqueza de su cultura, fruto de la aportación de tantos pueblos que a lo largo de la historia han habitado estas tierras, dando vida a un tejido de experiencias, valores y peculiaridades que caracterizan la sociedad actual y se traducen en la prosperidad del moderno Estado azerí. El próximo 18 de octubre Azerbaiyán celebrará el 25 aniversario de su independencia, y esa fecha ofrece la posibilidad de tener una visión de conjunto de todos los acontecimientos de estos decenios, de los progresos alcanzados y de las problemáticas que el país está afrontando.


El camino recorrido hasta aquí muestra claramente los notables esfuerzos que se han hecho para consolidar las instituciones y favorecer el crecimiento económico y civil de la nación. Es una trayectoria que exige una constante atención a todos, especialmente a los más débiles; una trayectoria posible gracias a una sociedad que reconoce los beneficios de la multiculturalidad y de la necesaria complementariedad de las culturas, de manera que entre los distintos componentes de la comunidad civil y entre los que pertenecen a diferentes confesiones religiosas se instauren relaciones de mutua colaboración y respeto.


Este esfuerzo común en la construcción de una armonía entre las diferencias es particularmente importante en este tiempo, porque muestra que es posible testimoniar las propias ideas y la propia concepción de la vida sin conculcar los derechos de los que tienen otras concepciones o formas de ver. Toda pertenencia étnica o ideológica, como todo auténtico camino religioso, debe repudiar actitudes y concepciones que instrumentalizan las propias convicciones, la propia identidad o el nombre de Dios para legitimar intentos de opresión y dominio.


Deseo vivamente que Azerbaiyán prosiga por este camino de colaboración entre las distintas culturas y confesiones religiosas. Que la armonía y la coexistencia pacífica alimenten cada vez más la vida social y civil del país en sus múltiples aspectos, asegurando a todos la posibilidad de aportar la propia contribución al bien común.


El mundo experimenta lamentablemente el drama de muchos conflictos que se alimentan de la intolerancia, fomentada por ideologías violentas y por la negación práctica de los derechos de los más pobres. Para oponerse eficazmente a estas peligrosas desviaciones, es necesario que crezca la cultura de la paz, la cual se nutre de una incesante disposición al diálogo y de la conciencia de que no existe otra alternativa razonable que la continua y paciente búsqueda de soluciones compartidas, mediante leales y constantes negociaciones. 


Así como dentro de los confines de una nación se debe fomentar la armonía entre los distintos grupos que la componen, del mismo modo, también entre los Estados es necesario proseguir, con sabiduría y valor, por el camino que conduce al verdadero progreso y a la libertad de los pueblos, abriendo itinerarios originales que tiendan a alcanzar acuerdos duraderos y a la paz. De este modo, se ahorrarán a los pueblos grandes sufrimientos y dolorosas heridas, difíciles de curar.


También respecto a este país, deseo expresar ardientemente mi cercanía a quienes han debido abandonar su tierra y a tantas personas que sufren a causa conflictos sangrientos. Espero que la comunidad internacional sepa ofrecer con constancia su indispensable ayuda. Al mismo tiempo, con el fin de hacer posible la apertura de una fase nueva, abierta a una paz estable en la región, invito a todos a hacer todo lo posible  para alcanzar una solución satisfactoria. Confío en que, con la ayuda de Dios y mediante la buena voluntad de las partes, el Cáucaso pueda ser un lugar donde, a través del diálogo y las negociaciones, las controversias y las divergencias logren componerse y superarse, de modo que esta área, «puerta entre Oriente y Occidente», según la hermosa imagen usada por San Juan Pablo II cuando visitó vuestro país (cf. Discurso en la ceremonia de bienvenida, 22 mayo 2002), se convierta también en una puerta abierta hacia la paz y un ejemplo en el que fijarse para resolver antiguos y nuevos conflictos.


La Iglesia Católica, aun siendo en este país una presencia numéricamente exigua, está inserta en la vida civil y social de Azerbaiyán, participa en sus alegrías y es solidaria para afrontar sus dificultades. El reconocimiento jurídico, hecho posible tras la ratificación del Acuerdo internacional con la Santa Sede en 2011, ha ofrecido además un cuadro normativo más estable para la vida de la comunidad católica en Azerbaiyán.


Me alegro además particularmente de las cordiales relaciones que la comunidad católica tiene con la musulmana, la ortodoxa y la judía, y espero que se incrementen los signos de amistad y de colaboración. Estas buenas relaciones tienen un alto significado para la pacífica convivencia y para la paz del mundo, y muestran que entre los fieles de distintas confesiones religiosas son posibles las relaciones cordiales, el respeto y la cooperación con vistas al bien común.


La adhesión a los genuinos valores religiosos es totalmente incompatible con el tentativo de imponer con la violencia a los otros las propias formas de ver, escudándose en el santo nombre de Dios. Que la fe en Dios sea más bien fuente de inspiración para la mutua compresión, el respeto y la ayuda recíproca, en favor del bien común de la sociedad.


Que Dios bendiga Azerbaiyán con la armonía, la paz y la prosperidad.

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ENCUENTRO INTERRELIGIOSO CON EL JEQUE DE LOS 
MUSULMANES DEL CÁUCASO Y CON REPRESENTANTES DE 
LAS DEMÁS COMUNIDADES RELIGIOSAS DEL PAÍS

 
DISCURSO DEL SANTO PADRE

 Mezquita “Heydar Aliyev” - Bakú
Domingo 2 de octubre 2016


Es una bendición encontrarnos aquí juntos. Deseo dar las gracias al Presidente del Consejo de la comunidad musulmana del Cáucaso, que, con su habitual cortesía nos acoge, y a los Líderes religiosos locales de la Iglesia Ortodoxa Rusa y de la Comunidad judía. Es un gran signo reunirnos en amistad fraterna en este lugar de oración, un signo que manifiesta esa armonía que las religiones juntas pueden construir a partir de las relaciones personales y de la buena voluntad de los responsables. Aquí se comprueba, por ejemplo, la ayuda concreta que el Presidente del Consejo de la comunidad musulmana ha garantizado en diversas ocasiones a la comunidad católica, y los sabios consejos que, en un espíritu de familia, comparte con ella; hay que destacar también el hermoso lazo que une a los católicos con la comunidad ortodoxa, en una fraternidad concreta y en un afecto cotidiano que es un ejemplo para todos, así como la cordial amistad con la comunidad judía.


De esta concordia se beneficia Azerbaiyán, que se distingue por la acogida y la hospitalidad, dones que he podido experimentar en esta memorable jornada, por la cual estoy muy agradecido. Aquí se desea custodiar el gran patrimonio de las religiones y se busca al mismo tiempo una mayor y fecunda apertura: aunque el catolicismo, por ejemplo, encuentra lugar y armonía entre otras religiones mucho más numerosas, signo concreto que muestra cómo no la contraposición, sino la colaboración, es lo que ayuda a construir sociedades mejores y pacíficas. Nuestro encuentro está también en continuidad con las muchas reuniones que tienen lugar en Bakú para promover el diálogo y la multiculturalidad. Abriendo las puertas a la acogida y a la integración, se abren las puertas de los corazones de cada uno y las puertas de la esperanza para todos. Confío en que este país, «puerta entre el Oriente y el Occidente» (Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida, Bakú, 22 Mayo 2002), cultive siempre su vocación de apertura y de encuentro, condiciones indispensables para construir puentes sólidos de paz y un futuro digno del hombre.


La fraternidad y el intercambio que queremos aumentar no será apreciado por aquellos que quieren hacer hincapié en las divisiones, reavivar tensiones y sacar ganancias de conflictos y controversias; sin embargo, son invocados y esperados por quienes desean el bien común, y sobre todo agradan a Dios, compasivo y misericordioso, que quiere a los hijos e hijas de la única familia humana más unidos entre sí y siempre en diálogo. Un gran poeta, hijo de esta tierra, escribió: «Si eres humano, mézclate con los humanos, porque los hombres están bien entre ellos» (Nizami Ganjavi, El libro de Alejandro). Abrirse a los demás no empobrece, sino que más bien enriquece, porque ayuda a ser más humanos: a reconocerse parte activa de un todo más grande y a interpretar la vida como un regalo para los otros; a ver como objetivo no los propios intereses, sino el bien de la humanidad; a actuar sin idealismos y sin intervencionismos, sin ninguna interferencia perjudicial o acción forzada, sino siempre respetando la dinámica histórica de las culturas y de las tradiciones religiosas.


Las religiones tienen precisamente una gran tarea: acompañar a los hombres en la búsqueda del sentido de la vida, ayudándoles a entender que las limitadas capacidades del ser humano y los bienes de este mundo nunca deben convertirse en un absoluto. Nizami ha escrito también: «No te establezcas firmemente sobre tus propia fuerza, hasta que en el cielo no hayas encontrado un hogar. Los frutos del mundo no son eternos, no adores aquello que perece» (Leylā y Majnūn, Muerte de Majnūn sobre la tumba de Leylā). Las religiones están llamadas a hacernos comprender que el centro del hombre está fuera de sí mismo, que tendemos hacia lo Alto infinito y hacia el otro que tenemos al lado. Hacia allí está llamada a encaminarse la vida, hacia el amor más elevado y más concreto: sólo este puede ser el culmen de toda aspiración auténticamente religiosa; porque —dice también el poeta— «amor es aquello que nunca cambia, amor es aquello que no tiene fin» (ibíd., Desesperación de Majnūn).


Por lo tanto, la religión es una necesidad para el hombre, para realizar su fin, una brújula para orientarlo hacia el bien y alejarlo del mal, que está siempre al acecho en la puerta de su corazón (cf. Gn 4,7). En este sentido, las religiones tienen una tarea educativa: ayudar al hombre a dar lo mejor de sí. Y nosotros, como guías, tenemos una gran responsabilidad para ofrecer respuestas auténticas a la búsqueda del hombre, a menudo perdido en las vertiginosas paradojas de nuestro tiempo. En efecto, vemos cómo en nuestros días, arrecia por un lado el nihilismo de los que ya no creen en nada, excepto en sus propios intereses, ventajas y provechos, de los que tiran sus vidas adaptándose al dicho «si Dios no existe todo está permitido» (cf. F. M. Dostoievski, Los hermanos Karamazov, XI, 4.8.9); por otro lado, surgen cada vez más las reacciones duras y fundamentalistas de aquellos que, con la violencia de la palabra y de los gestos, quieren imponer actitudes extremas y radicalizadas, las más lejanas del Dios vivo.


Las religiones, por el contrario, ayudan a discernir el bien y ponerlo en práctica con las obras, con la oración y con el esfuerzo del trabajo interior, están llamadas a edificar la cultura del encuentro y de la paz, hecha de paciencia, comprensión, pasos humildes y concretos. Así se sirve a la sociedad humana. Esta, por su parte, debe vencer la tentación de instrumentalizar el factor religioso: las religiones nunca han de ser manipuladas y nunca pueden favorecer conflictos y enfrentamientos.


En cambio, es fecundo un vínculo virtuoso entre la sociedad y las religiones, una alianza respetuosa que se debe construir y preservar, y que quisiera simbolizar con una imagen apreciada en este país. Me refiero a las artísticas vidrieras que hay desde hace siglos en estas tierras, hechas solamente de madera y cristales de color (Shebeke). En la producción artesanal, hay una característica única: no se utilizan pegamentos ni clavos, sino que se mantienen unidos la madera y el cristal, encajándolos entre sí por un trabajo largo y laborioso. Así, la madera sujeta el cristal y el cristal deja pasar la luz. Del mismo modo, toda sociedad civil tiene la tarea de apoyar la religión, que permite la entrada de una luz indispensable para vivir: para ello es necesario garantizar una efectiva y auténtica libertad. No se han de utilizar, pues, «pegamentos» artificiales que obliguen al hombre a creer, imponiéndole un determinado credo y privándolo de la libertad de elección; tampoco han de entrar en las religiones los «clavos» externos de los intereses mundanos, de la ambición de poder y de dinero. Porque Dios no puede ser invocado por intereses partidistas y fines egoístas, no puede justificar forma alguna de fundamentalismo, imperialismo o colonialismo. Una vez más, desde este lugar tan significativo, se eleva el grito afligido: «¡Nunca más violencia en nombre de Dios!». Que su santo nombre sea adorado, no profanado y ni mercantilizado por los odios y los conflictos humanos.


Honramos, sin embargo, la providente misericordia divina sobre nosotros con la oración asidua y con el diálogo concreto, «condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto deber para los cristianos, así como para las otras comunidades religiosas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 250). La oración y el diálogo están profundamente relacionados entre sí: nacen de la apertura del corazón y se inclinan hacia el bien de los otros, enriqueciéndose así y reforzándose mutuamente. La Iglesia Católica, en continuidad con el Concilio Vaticano II, con convicción, «exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socioculturales que en ellos existen» (Decl. Nostra aetate, 2). Ningún «sincretismo conciliador», ni «una apertura diplomática, que dice que sí a todo para evitar problemas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 251), sino dialogar con los demás y orar por todos: estos son nuestros medios para cambiar sus lanzas en podaderas (cf. Is 2,4), para hacer surgir amor donde hay odio, y perdón donde hay ofensa, para no cansarse de implorar y seguir los caminos de la paz.


Una paz verdadera, fundada sobre el respeto mutuo, sobre el encuentro y el intercambio, sobre la voluntad de ir más allá de los prejuicios y los errores del pasado, sobre la renuncia a las falsedades y a los intereses partidistas; una paz duradera animada por el valor de superar las barreras, de erradicar la pobreza y la injusticia, de denunciar y detener la proliferación de armas y las ganancias inicuas obtenidas sobre la piel de los otros. La voz de mucha sangre grita a Dios desde la tierra, nuestra casa común (cf. Gn 4,10). Ahora tenemos el reto de dar una respuesta que no puede aplazarse por más tiempo, para construir juntos un futuro de paz: no es tiempo de soluciones violentas y bruscas, sino la hora urgente de emprender procesos pacientes de reconciliación. El verdadero problema de nuestro tiempo no es cómo llevar adelante nuestros intereses –este no es el verdadero problema-, sino qué perspectiva de vida ofrecer a las generaciones futuras, cómo dejar un mundo mejor del que hemos recibido. Dios, y la historia misma, nos preguntarán si hemos trabajado hoy por la paz; ya nos lo piden con ardor las jóvenes generaciones, que sueñan con un futuro diferente.


En la noche de los conflictos que estamos atravesando, las religiones son auroras de paz, semillas de renacimiento entre devastaciones de muerte, ecos de diálogo que resuenan sin descanso, caminos de encuentro y reconciliación para llegar allí donde los intentos de mediación oficiales parecen no surtir efecto. Especialmente en esta querida región del Cáucaso, que yo tanto quería visitar y a la cual he venido como peregrino de paz, que las religiones sean vehículos activos para superar las tragedias del pasado y las tensiones de hoy. Que las riquezas inestimables de estos países sean conocidas y valoradas: los tesoros antiguos y siempre nuevos de la sabiduría, la cultura y la religiosidad de las gentes del Cáucaso son un gran recurso para el futuro de la región y, en particular, para la cultura europea, bienes preciosos a lo que no podemos renunciar. Muchas gracias.


*     *     *


Muchas gracias a todos. Muchas gracias por la compañía… Y les pido, por favor, que recen por mí.







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CONFERENCIA DE PRENSA DEL SANTO PADRE
DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA


Domingo 2 de octubre de 2016


Papa FRANCISCO

Buenas tardes. Muchas gracias por vuestro trabajo, por vuestra ayuda. Es verdad, ha sido un viaje breve —tres días—, pero vosotros habéis tenido mucho trabajo. Estoy a vuestra disposición, y os agradezco mucho vuestro trabajo. Preguntad lo que queráis.

Ketevan Kardava, de la televisión georgiana

Muchas Gracias, Santo Padre, por su primer viaje a Georgia. Para mí ha sido muy importante dar cobertura periodística a esta visita y seguir su visita a mi país. Todos nosotros ciudadanos de Georgia nos hemos conmovido por su discurso, y, en modo especial, la foto en la que aparece con el Patriarca de Georgia ha sido compartida miles y miles de veces en las redes sociales. Ha sido una visita alentadora para nuestra comunidad católica, ciertamente muy pequeña. Después de su encuentro con el Patriarca de Georgia, ¿percibe usted las bases para una colaboración futura y un diálogo constructivo entre usted y las Iglesias ortodoxa y católica sobre las diferencias doctrinales que existen? Usted nos ha dicho que tenemos mucho en común, que nos une, más de cuanto nos separa. Gracias, espero su respuesta.

Papa FRANCISCO


He tenido dos sorpresas en Georgia. Una es Georgia. Jamás he imaginado tanta cultura, tanta fe, tanta cristiandad. Es un pueblo creyente y una cultura cristiana antiquísima, un pueblo de tantos mártires. Y he descubierto algo que yo no conocía: las profundas raíces de esta fe georgiana. La segunda sorpresa ha sido el Patriarca: es un hombre de Dios, este hombre me ha emocionado. Las veces que me he encontrado con él he salido con el corazón conmovido, y con la sensación de haber encontrado a un hombre de Dios. De verdad, un hombre de Dios. Acerca de las cosas que nos unen y nos separan, diré: no nos pongamos a discutir las cuestiones de doctrina, esto dejadlo a los teólogos, ellos saben hacerlo mejor que nosotros. Debaten y son competentes, son buenos; los teólogos de una parte y de la otra tienen buena voluntad. ¿Qué tenemos que hacer nosotros, el pueblo? Rezar los unos por los otros. Esto es importantísimo: la oración. Y segundo, hacer cosas juntos: están los pobres, trabajemos juntos con los pobres; está esto y este problema, ¿podemos afrontarlo juntos?, lo hacemos juntos; están los inmigrantes, hagamos algo juntos... Hagamos algo bueno por los demás, juntos, esto podemos hacerlo. Y este es el camino del ecumenismo. No sólo el camino de la doctrina, esta es la última cosa, a la que se llegará al final. Comencemos a caminar juntos. Con buena voluntad, esto se puede hacer. Se debe hacer. Hoy el ecumenismo se debe construir caminando juntos, rezando los unos por los otros. Y que los teólogos sigan hablando entre ellos, estudiando entre ellos. Pero Georgia es maravillosa, es algo que no me lo esperaba; una Nación cristiana, ¡pero en el centro!

Tassilo Forchheimer, de la radio alemana ARD

Santo Padre, después de haber hablado con todas las personas que pueden cambiar la dura historia entre Armenia y Azerbaiyán, ¿qué debe suceder para llegar a una paz permanente que tutele los derechos humanos? ¿Cuáles son los problemas y qué papel puede tener Su Santidad?

Papa FRANCISCO


Dos veces, en dos discursos he hablado de esto. En el último he hablado del papel de las religiones para ayudar a este fin. Creo que el único camino es el diálogo, el diálogo sincero, sin cuestiones bajo cuerda, sincero, cara a cara. La negociación sincera. Y si no se puede llegar a esto, hay que tener la valentía de ir a un Tribunal internacional, ir a La Haya, por ejemplo, y someterse al juicio internacional. No veo otra vía. La alternativa es la guerra, y la guerra destruye siempre, con la guerra se pierde todo. Y, además, para los cristianos, existe la oración: rezar por la paz, para que los corazones elijan esta vía del diálogo, de la negociación, o de ir a un tribunal internacional. Pero no se pueden tener estos problemas... Pensad que los tres países caucásicos tienen problemas: también Georgia tiene un problema con Rusia, no se sabe mucho... pero tienen un problema, que puede ir en aumento... pero no se conoce; y Armenia es un país sin fronteras abiertas, tiene problemas con Azerbaiyán. Hay que recurrir al tribunal internacional si no se avanza con el diálogo y la negociación: no hay otra vía. Y la oración, la oración por la paz.

María Elena Ribezzo, de la revista «La Presse».

Usted habló ayer de una guerra mundial en acto contra el matrimonio, y en esta guerra ha usado palabras muy fuertes contra el divorcio: ha dicho que ensucia la imagen de Dios; mientras que, en los meses pasados, también durante el Sínodo, se había hablado de acogida en relación a los divorciados. Quería saber si estos criterios se concilian entre ellos y en qué modo.

Papa FRANCISCO

Todo está contenido, todo lo que dije ayer, con otras palabras —porque ayer hablé de forma espontánea y un poco improvisadamente—, todo está en Amoris laetitia. Cuando se habla del matrimonio como unión entre hombre y la mujer, como lo hizo Dios, a imagen de Dios, es hombre y mujer. La imagen de Dios no es el hombre [masculino]: es el hombre con la mujer. Juntos. Que son una sola carne cuando se unen en matrimonio. Esta es la verdad. Es verdad que en esta cultura los conflictos y tantos problemas no están bien afrontados, y hay también filosofías del «hoy me caso con este [matrimonio], cuando me canse me caso con otro, luego un tercero, y más tarde un cuarto matrimonio». Es esta la «guerra mundial» que usted dice contra el matrimonio. Tenemos que estar atentos y que no calen en nosotros estas ideas. Antes que nada: el matrimonio es imagen de Dios, hombre y mujer en una sola carne. Cuando se destruye esto, se «ensucia» o se desfigura la imagen de Dios. Luego Amoris laetitia habla acerca de cómo tratar estos casos, cómo tratar a las familias heridas, y es ahí donde entra la misericordia. Hay una oración muy bonita de la Iglesia, que hemos recitado la semana pasada. Decía así: «Dios, que de modo admirable has creado el mundo y más admirablemente lo has recreado», es decir con la redención y la misericordia. El matrimonio herido, las parejas heridas: allí entra la misericordia. El principio es ese, pero las debilidades humanas existen, los pecados existen, y siempre la última palabra no la tiene la debilidad, la última palabra no la tiene el pecado: ¡la última palabra la tiene la misericordia! Me gusta contar —no sé si lo he dicho, porque lo repito mucho— que en la iglesia de Santa María Magdalena en Vézelay hay un capitel bellísimo, del 1200 más o menos. En la Edad Media se daba catequesis a través de las esculturas de las catedrales. En una parte del capitel está Judas, ahorcado, con la lengua afuera, los ojos hacia afuera, y por la otra parte del capitel está Jesús, el Buen Pastor, que lo coge y lo lleva consigo. Y si miramos bien la cara de Jesús, los labios de Jesús están tristes por una parte pero con una pequeña sonrisa de complicidad por otra. ¡Estos habían entendido lo que es la misericordia! ¡Con Judas! Por ello, en Amoris laetitia se habla del matrimonio, del fundamento del matrimonio como es, pero luego vienen los problemas. Cómo prepararse para el matrimonio, cómo educar a los hijos; y luego, en el capítulo octavo, cuando llegan los problemas, cómo se resuelven. Se resuelven con cuatro criterios: acoger a las familias heridas, acompañar, discernir cada caso e integrar, rehacer. Este sería el modo de colaborar en esta «segunda creación», en esta re-creación maravillosa que ha hecho el Señor con la redención. ¿Se entiende así? Sí, si tienes en cuenta sólo una parte no funciona. En Amoris laetitia —esto quiero decir—: todos van al capítulo octavo. No, no. Hay que leer desde el inicio hasta el final. ¿Y cuál es el centro? Eso depende de cada uno. Para mí el centro, la esencia de Amoris laetitia es el capítulo cuarto, que sirve para toda la vida. Pero hay que leerla por entero y releerla toda, discutirla toda; es un conjunto de cosas. Existe el pecado, está la ruptura, pero está también la misericordia, la redención, la atención. ¿Me expliqué sobre esto?

Joshua McElwee, del periódico estadounidense «National Catholic Reporter».

En ese mismo discurso de ayer en Georgia, usted ha hablado, como en tantos otros países, de la teoría del gender, diciendo que es el gran enemigo, una amenaza contra el matrimonio. Pero quisiera preguntar: ¿Qué le diría a una persona que ha sufrido durante años con su sexualidad y se siente verdaderamente que hay un problema biológico, que su aspecto físico no corresponde con aquel que él o ella considera que es su propia identidad sexual? ¿Usted, como pastor y ministro, cómo acompañaría a estas personas?

Papa FRANCISCO

Ante todo, yo he acompañado en mi vida de sacerdote, de obispo —también de Papa—, he acompañado a personas con tendencia y también con prácticas homosexuales. Las he acompañado, las he acercado al Señor, algunos no pueden, pero las he acompañado y nunca he abandonado a nadie. Esto es lo que se debe hacer. A las personas hay que acompañarlas como lo hace Jesús. Cuando una persona que tiene esta condición se presenta ante Jesús, seguramente Jesús no le dirá: «¡Vete de aquí porque eres homosexual!». No. Lo que yo he dicho se refiere a esa maldad que hoy se siembra con el adoctrinamiento de la teoría del gender. Me contaba un papá francés que en la mesa estaban hablado con los hijos —él católico, la mujer católica, los hijos católicos, algo tibios, pero católicos— y preguntó al chico de diez años: «¿Tú qué quieres ser cuando seas mayor?» —«Una chica». Y el papá se dio cuenta de que en los libros de la escuela se enseñaba la teoría del gender. Y esto es contrario a las cosas naturales. Una cuestión es que una persona tenga esta tendencia, elija esta opción, y también hay quien cambia de sexo. Otra cosa es la enseñanza en las escuelas siguiendo esta línea, para cambiar la mentalidad. A esto yo lo llamo «colonizaciones ideológicas». El año pasado recibí una carta de un español que me contaba su historia de niño y de joven. Era una niña, una joven, y sufrió mucho, porque se sentía un chico, pero físicamente era una chica. Se lo contó a la madre, cuando ya tenía 22 años, y le dijo que quería operarse y todas esas cosas. Y la madre le pidió que no lo hiciera mientras ella estuviese viva. Era anciana, murió al poco tiempo. Se operó. Es empleado en un ministerio de una ciudad de España. Recurrió al obispo, y el obispo lo acompañó mucho, un buen obispo: «perdía» tiempo para acompañar a este hombre. Luego se casó. Cambió su identidad civil, se casó y me escribió en una carta que para él sería un consuelo venir con su esposa: él, que era ella, pero es él. Y los recibí. Estaban contentos. Y en el barrio donde el vivía había un anciano sacerdote, de unos ochenta años, el viejo párroco, que había dejado la parroquia y ayudaba a las religiosas, allí, en la parroquia... Y también el nuevo [párroco]. Cuando el nuevo lo veía, lo regañaba desde la acera: «¡Irás al infierno»! Cuando se encontraba con el antiguo párroco le decía: «¿Desde cuándo no te confiesas? Ven, ven, vamos que te confieso y así podrás recibir la Comunión». ¿Has entendido? La vida es la vida, y las cosas se deben tomar como vienen. El pecado es el pecado. Las tendencias o los desequilibrios hormonales causan muchos problemas, tenemos que estar atentos y no decir: «Es todo lo mismo, hagamos fiesta». No, esto no. Sino estudiar cada caso, acompañarlo, estudiarlo, discernir e integrarlo. Esto es lo que Jesús haría hoy. Por favor, no digáis: «El Papa santificará a los trans». ¡Por favor! Porque veo ya los títulos de los periódicos... No, no. ¿Hay alguna duda sobre lo que he dicho? Quiero ser claro. Es una cuestión de moral. Es un problema. Es un problema humano. Y se debe resolver como se pueda, siempre con la misericordia de Dios, con la verdad, como hemos dicho en el caso del matrimonio, leyendo por entero la Amoris laetitia, pero siempre así, siempre con el corazón abierto. Y no os olvidéis del capitel de Vézelay: es muy bonito, muy bonito.

Gianni Cardinale, del diario italiano «Avvenire»

Dos preguntas: una personal y una pública. La personal es ―relacionada con mi nombre― cuando creará los nuevos cardenales y en qué criterios se inspira para esta elección. La segunda, más seria, por así decirlo, es pública, como italiano: ¿Cuándo irá a visitar las poblaciones que han sufrido el terremoto y cuál será la característica de esta visita?

Papa FRANCISCO

En cuanto a la segunda, me han propuesto tres fechas posibles. Dos son números que no recuerdo bien; la tercera la recuerdo bien, es el primer domingo de Adviento. He dicho que al regresar elegiré la fecha. Son tres, tengo que elegir. Y lo haré de forma privada, solo, como sacerdote, como obispo, como Papa. Pero solo. Quiero hacerlo así. Y quisiera estar cerca de la gente. Aún no sé cómo.

Acerca de los cardenales: los criterios serán los mismos que los de los otros dos consistorios. [Elegirlos] un poco de todas las partes, porque la Iglesia está en todo el mundo. Sí, tal vez... todavía estoy estudiando los nombres, pero tal vez serán tres de un continente, dos de otro y uno de otra parte, uno de otra, uno de un país... pero no se sabe. La lista es larga y hay sólo 13 sitios. Y hay que pensar en mantener un equilibrio. A mí me gusta que se vea en el Colegio cardenalicio la universalidad de la Iglesia: no sólo el centro —por decir— «europeo»; sino de todas las partes. Los cinco continentes, si se puede.

¿Hay ya una fecha?

No, porque tengo que estudiar la lista y establecer la fecha. Puede ser hacia finales de año, puede ser a inicios del año próximo. Para finales de año está el problema del Año Santo, pero se puede resolver... O a inicios del año próximo. Pero será próximamente.

Aura Vistas Miguel, de la emisora portuguesa «Rádio Renascença».

Santo Padre, buenas tardes. Mi pregunta es sobre su agenda de viajes fuera de Italia, en tres partes. Usted ha dicho ya en estos días a los argentinos que su agenda está ya muy llena, y ha hablado de África y de Asia: ¿Podemos saber qué países? Y está aquí también un colega de Colombia que le espera en Colombia, naturalmente, y yo en Portugal, le esperamos en Portugal, concretamente ¿Cómo será? ¿el 12 y 13?¿ Lisboa y Fátima?.

Papa FRANCISCO

Con seguridad, al día de hoy, iré a Portugal, e iré sólo a Fátima. Eso hasta hoy. ¿Por qué? Hay un problema. Durante este Año Santo se han suspendido las visitas [de los obispos] ad limina; y en el año próximo tengo que recibir las visitas ad limina de este año y del próximo. Y hay poco espacio para los viajes. Pero a Portugal iré. A India y Bangladesh, casi seguro. A África, todavía no es seguro el lugar, todo depende del clima, en qué mes, porque si es África del noroeste es una cosa y si es en el sudoeste es otra. Y también depende de la situación política y de las guerras... Pero hay posibilidades de África que se están estudiando. A América, he dicho que cuando el proceso de paz [en Colombia]... si se da, yo quisiera ir, cuando todo quede «blindado». Es decir, cuando todo —si gana el plebiscito— sea seguro, seguro, cuando no se pueda dar un paso hacia atrás, o sea, que el mundo internacional, todas las naciones estén de acuerdo, en que no se pueda apelar, no, que esté acabado, si es así, podría ir. Pero si la cuestión es inestable... Todo depende de lo que dirá el pueblo. El pueblo es soberano. Nosotros estamos acostumbrados a mirar más las formas democráticas que la soberanía del pueblo, y las dos tienen que ir juntas. Por ejemplo, se ha hecho una costumbre en algunos continentes donde, cuando termina el segundo mandato, quien está en el Gobierno trata de cambiar la Constitución para tener un tercer mandato. Y esto es sobrestimar la así llamada democracia, contra la soberanía del pueblo, que está en la Constitución. Todo depende de ello. Y el proceso de paz se resolverá hoy, en parte, con la voz del pueblo: es soberano. Lo que dirá el pueblo, creo que debe hacerse.

¿Fátima será el 12 y 13 (de mayo)?

Hasta ahora el 13. Pero puede ser, no lo sé...

Jean-Marie Guénois del diario francés «Le Figaro».

Una pregunta sobre sus viajes: ¿Por qué en su respuesta no ha hablado de China? Y ¿Cuáles son las razones por las que usted como Papa no puede tener el billete para Pekín? ¿Razones al interno de la Iglesia China? ¿Razones de problemas entre la Iglesia de China y el Gobierno Chino, o razones, problemas entre el Vaticano y el Gobierno Chino? Y si me permite, una pregunta reciente, porque hace unas horas, Mons. Lebrun, arzobispo de Rouen, ha anunciado que usted ha dado autorización para comenzar el proceso de beatificación del Padre Hamel, sin tener en cuenta la regla de esperar cinco años. ¿Por qué ha tomado esta decisión?

Papa FRANCISCO


Sobre esto último he hablado con el cardenal Amato [Prefecto de la Congregación para las causas de los santos], haremos los estudios y él dará la noticia última. Pero la intención es seguir esa línea, hacer las investigaciones necesarias y ver si hay razones para hacerlo.
Ha anunciado que estaba abierto el proceso de beatificación.

No, que se deben buscar testimonios para abrir el proceso. No perder los testimonios, esto es muy importante. Porque los testimonios frescos, lo que ha visto la gente, luego con el tiempo alguno muere, alguno se olvida... y esto sucede. En latín se dice: ne pereant probationes.

China. Vosotros conocéis bien la historia de China y de la Iglesia: la Iglesia patriótica, la Iglesia clandestina... Nosotros tenemos buenas relaciones, se estudia y se habla, hay comisiones de trabajo... Yo soy optimista. Ahora creo que los Museos Vaticanos han hecho una exposición en China, los chinos harán otra en el Vaticano... Hay muchos profesores que van a enseñar a las universidades chinas, muchas religiosas, muchos sacerdotes que pueden trabajar bien allí. Las relaciones entre el Vaticano y los chinos... Se deben establecer en una relación, y para ello se está hablando, lentamente... Las cosas lentas van bien, siempre. Las cosas que se hacen de prisa no van bien. El pueblo chino cuenta con mi más alta estima. Hace unos días, por ejemplo, hubo un congreso de dos días, creo, en la [Pontificia] Academia de ciencia sobre la Laudato si’, y había una delegación china del Presidente. Y el Presidente chino me envió un regalo. Hay buenas relaciones.

¿El Papa hará el viaje?

Ah, me gustaría..., pero aún no lo pienso.

Juan Vicente González Boo, del diario español «ABC».

En el grupo de lengua española, hemos visto que el vencedor del Premio Nobel de la Paz será anunciado el próximo día 7 de octubre. Hay más de 300 nominaciones: por ejemplo, el pueblo de Lesbos por lo que ha hecho en favor de los refugiados, o los Cascos Blancos de Siria, estos voluntarios que rescatan a la gente de entre los escombros después de los bombardeos: han salvado sesenta mil al precio de la vida de 132 de ellos. O también el presidente Santos de Colombia y el comandante Timoshenko de las FARC, que han firmado el Acuerdo de paz. Y tantos otros. Entonces, la pregunta es: ¿Cuál es su candidato favorito o cuáles son las personas o las organizaciones que merecen más reconocimiento por el trabajo que hacen en favor de la paz?

Papa FRANCISCO

Hay mucha gente que vive para provocar la guerra, para fomentar la venta de armas, para matar, hay mucha gente así. Pero también hay mucha gente que trabaja por la paz, mucha, mucha. No sabría decir a quien elegiría entre tanta gente que hoy trabaja por la paz, es muy difícil. Usted ha mencionado algunos, hay muchos más. Está siempre la inquietud de dar un premio por la paz... Espero que también a nivel internacional, dejando a un lado el Premio Nobel de la paz, se tenga un recuerdo, un reconocimiento, una declaración sobre los niños, los discapacitados, los menores de edad, los civiles muertos bajo las bombas. Creo que eso es un pecado. Es un pecado contra Jesucristo, porque la carne de esos niños, de esa gente enferma, de esos ancianos indefensos, es la carne de Cristo. Sería necesario que la humanidad dijese algo por las víctimas de las guerras. En las Bienaventuranzas, los que fomentan la paz Jesús dijo que son bienaventurados: «Los que trabajan por la paz». Pero de las víctimas de las guerras tenemos que decir algo y tomar conciencia. Te lanzan una bomba sobre un hospital de niños y mueren allí treinta, cuarenta... O sobre una escuela... Esto es una tragedia de nuestros días.

John Jeremiah Sullivan, del «New York Times Magazine».

Santo Padre, como usted sabe, los Estados Unidos se están acercando al final de una larga campaña presidencial, muy dura, a la que se le ha prestado mucha atención en el mundo. Muchos católicos americanos y personas de conciencia encuentran dificultad en la elección entre los dos candidatos, uno de los cuales se aleja de algunos aspectos de las enseñanzas de la Iglesia y el otro que ha hecho declaraciones que denigran a los inmigrantes y a las minorías religiosas. ¿Qué consejo daría a los fieles de allí en América? Y ¿a qué sabiduría usted les exhortaría el próximo mes, cuando se celebrarán las elecciones?

Papa FRANCISCO


Usted me hace una pregunta en la que describe una elección difícil, porque según su opinión hay dificultad en uno y hay dificultad en el otro. En la campaña electoral nunca digo una palabra. El pueblo es soberano, y sólo diré: estudia bien las propuestas, reza y elige en conciencia. Luego salgo del problema y voy a una «ficción» [un caso imaginario], porque no quiero hablar del problema concreto. Cuando sucede que en un país cualquiera hay dos, tres, cuatro candidatos que no son satisfactorios, significa que la vida política de ese país tal vez está demasiado politizada pero no tiene mucha cultura política. Y una de las tareas de la Iglesia y de la enseñanza en las facultades es enseñar a tener cultura política. Hay países —pienso en América Latina— que están demasiado politizados pero no tienen cultura política: son de este partido o de este otro o de aquel otro, pero afectivamente, sin un pensamiento claro en las bases, en las propuestas.

Caroline Pigozzi, del semanal francés «Paris Match».

Santidad Buenas tardes. Esta pregunta no podía hacérsela antes. El testimonio para la historia, según usted, ¿es más importante que el testamento de un Papa? Me explico: El Papa Wojtyla había dejado en su testamento que fueran quemados muchos documentos y muchas cartas que han sido publicadas posteriormente en un libro. ¿Quiere decir esto que la voluntad de un Papa no es respetada? ¿Quería saber qué es lo que piensa? Después, la segunda pregunta es más fácil: ¿Quisiera saber por qué milagro, usted que todas las semanas da la mano a miles de personas, no tiene todavía una tendinitis? ¿Cómo lo hace? El Presidente Chirac estrechaba manos, él se ponía una tirita…

Papa FRANCISCO


Aún no siento tendinitis... La primera pregunta. Usted dice: un Papa que manda quemar papeles, cartas... esto es el derecho de todo hombre y de toda mujer, tiene el derecho de hacerlo antes de morir.

Pero no fue respetado con el Papa Wojtyła...

Ah, eso... Quien no ha respetado eso, será culpable, no lo sé, no conozco bien el caso. Pero toda persona, cuando dice: «Esto hay que destruirlo», es porque hay algo concreto. Pero tal vez hay una copia en otra parte, y esto él no lo sabía... Pero es un derecho de toda persona hacer el testamento como quiere.

Pero él no fue respetado.

De tanta gente no se ha respetado el testamento...

Pero el Papa es más importante.

No. El Papa es un pobre pecador, como los demás. Gracias.

Dr. Burke, Director de la Oficina de prensa

El Papa ha dicho que hay espacio para una pregunta todavía, pero no hay nadie en mi lista.
Quisiera decir que hoy [al final de la Misa en Bakú] ha respondido a una pregunta, sobre porqué hace estos viajes en lugares donde hay tan poquísimos católicos, y esto nos ha gustado. Tampoco nosotros pensamos que perdemos el tiempo: hacemos estos viajes cortos pero intensos. Pero si usted quiere hacer uno largo y relajante, también podemos hacerlo…

Papa FRANCISCO


No... Después del primer viaje, que fue a Albania, me dijeron: «¿Por qué eligió ir a Albania en el primer viaje en Europa? Un país que no es de la Unión Europea». Luego fui a Sarajevo, a Bosnia y Herzegovina, que no es de la Unión Europea. El primer país de la Unión Europea que visité fue Grecia, la Isla de Lesbos. Fue el primero. ¿Por qué hacer viajes a estos países? Estos tres son caucásicos. Los tres presidentes han ido al Vaticano a invitarme. Y con fuerza. Los tres tienen una actitud religiosa distinta: los armenios son orgullosos —y esto sin ofender—, orgullosos de su «ser armenio», tienen una historia, y ellos son cristianos, la gran mayoría, casi todos cristianos apostólicos, luego cristianos católicos y un poquito de cristianos evangélicos, pocos. Georgia es un país cristiano, totalmente cristiano, pero ortodoxo. Los católicos son pocos, un grupo, pero son ortodoxos. En cambio Azerbaiyán es un país, creo, donde el 96-98 por ciento es musulmán. No sé cuántos habitantes tiene, porque yo dije dos millones, pero creo que son veinte.

Casi diez...

Casi diez, eso. Cerca de diez millones. Los católicos, al máximo, son 600: pequeñitos. Y yo, ¿por qué voy allí? Por los católicos, para ir a la periferia de una comunidad católica, que está precisamente en la periferia, es muy pequeña. Y hoy en la misa he dicho que me hacía recordar a la comunidad «periférica» de Jerusalén, encerrada en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo, esperando poder crecer, salir... Es pequeña. No es perseguida, no, porque en Azerbaiyán hay un gran respeto religioso, una gran libertad religiosa. Esto es verdad, lo he dicho hoy en el discurso. Y también estos tres países son países periféricos, como Albania, como Bosnia y Herzegovina... Y os he dicho: la realidad se comprende mejor y se ve mejor desde las periferias que desde el centro. Por ello elijo ir allí. Pero esto no quita la posibilidad de ir a un gran país como Portugal, Francia, no lo sé... Veremos...

Muchas gracias por vuestro trabajo. Ahora descansad un poco. Y buena cena. Gracias. Y rezad por mí.

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