lunes, 23 de abril de 2018

Homilía en la Misa de Ordenación Presbiterial a 16 diáconos y Mensaje para la 55ª JM de Oración por las Vocaciones

CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.mx - 22 de abril de 2018).-  A las  9.15 horas de hoy, IV Domingo de Pascua y 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, el Papa FRANCISCO ha presidico en la Basílica Vaticana la Santa Misa en el curso de la cual ha conferido la Ordenación Presbiterial a 16 diáconos, de los cuales 6 provenienen del Colegio Diocesano Redemptoris Mater, 5 del Pontificio Seminario Romano Mayor, 4 de la Familia de los Discípulos, 1 de la Obra Don Orione.


Han concelebrado con el Santo Padre: S.E. Mons. Angelo De Donatis, Vicario General de Su Santidad para la Diócesis de Roma; S.E. Mons. Gianrico Ruzza, Secretario General del Vicariato de Roma; los Obispos Auxiliares; los Superiores de los Seminarios interesados y los Párrocos de los Ordenados.












HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Basílica Vaticana
Domingo, 22 de abril de 2018


Hermanos queridísmos,


Estos nuestros hijos han sido llamado a la orden del presterio. Reflexionemos atentamente a cual ministerio serán elevados en la Iglesia. Como vosotros bien sabeís, el Señor Jesús es el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, pero en Él también todo el pueblo santo de Dios está constituido pueblo sacerdotal. Sin embargo, entre sus discípulos, el Señor Jesús quiere elegir a algunos en particular, para ejercer públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, así continuará su personal misión de maestro, sacerdote y pastor.



De hecho, para esto Él ha sido enviado por el Padre, así Él envió a su vez al mundo primero a los Apóstoles y después a los Obispos y a sus sucesores, los cuales fueron recibidos como colaboradores y presbíteros, que se unieron en el ministerio sacerdotal, están llamados al servicio del Pueblo de Dios.



Después de una reflexión madura, ahora vamos a elevar a la orden de los presbíteros a estos nuestros hermanos, para que al servicio de Cristo, Maestro, Sacerdote, Pastor, cooperen a edificar el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia en el Pueblo de Dios y Templo santo del Espíritu.



De hecho serán configurados para Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, o sea serán consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, y en este título, que los une en el sacerdocio al su Obispo, serán predicadores del Evangelio, Pastores del Pueblo de Dios, y presidirán las acciones de culto, especialmente en la celebración del sacrificio del Señor.



En cuanto a vosotros, hijos y hermanos amadísimos, que están próximos para pertenecer a la orden del presbiteriato, consideren que alejercer el ministerio dela Doctrina Sagrada sereís partícipes de la misión de Cristo, único Maestro. Dispensa a todos aquella Palabra de Dios, que vosotros habeís recibido con alegría.  Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor para creer lo que ha leído, enseñen lo que han aprendido en la fe, vivan lo que han enseñado.



Sea el alimento del Pueblo de Dios vuestra doctrina, alegría y apoyo a los fieles de Cristo el perfume de vuestra vida. Y que con la palabra y el ejemplo se vaya edificando la Casa de Dios que es la Iglesia. Vosotros continuad el trabajo santificador de Cristo. Mediante vuestro ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles viene perfecto, porque conjunto al sacrificio de Cristo, que por vuestras manos, en nombre de toda la Iglesia, viene ofrecido en forma incruenta sobre el altar en la celebración de los Santos Misterios.



Reconoced lo que hace. Imitar lo que celebran, poruqe participando en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, sientan la muerte de Cristo en vuestro ser y caminen con Él en una nueva vida.


Que con el Bautismo se agreguen nuevos fieles al Pueblo de Dios. Con el Sacramento de la Penitencia borre los pecados en el nombre de Cristo y de la Iglesia. Y aquí me detengo para preguntarles: por favor, no se cansen de ser misericordiosos. Pensad en vuestros pecados, en vuestras miserias que Jesús perdona. Sed misericordiosos. Con el olio santo dareís alivio a los enfermos. Celebrando los sagrados ritos y elevando durante el día la oración de alabanza y súplica, os hareis voz del Pueblo de Dios y de la humanidad entera.



Concientes de haber sido escogidos entre los hombre y constituidos a su favor para atender las cosas de Dios, ejercer en gozo y caridad sincera la obra sacerdotal de Cristo, únicamente intentando agradar a Dios y no a vosotros mismos o algunos hombres, por otros intereses.  Solo el servicio a Dios, por el bien del santo pueblo fiel de Dios. Finalmente, participando en la misión de Cristo, Jefe y Pastor, en comunión filial con vuestro Obispo, comprométanse en unir a los fieles en una única familia para condurlos a Dios Padre por medio de Cristo en el Espírito Santo. Tened siempre frente a sus ojos el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir y para buscar y salvar lo que estaba perdido.


[Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.mx]



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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 55
ª JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES


Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor


Queridos hermanos y hermanas:


El próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, introducción).


Esta es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.


También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.


Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).


Escuchar


La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.


Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.


Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.


También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.


Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.


Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).


Discernir


Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).


Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, II, 2).


Descubrimos, en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.


También hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión.


Vivir


Por último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente «hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,20).


La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.


Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre.


El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.


María Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.


Vaticano, 3 de diciembre de 2017.
Primer Domingo de Adviento.




FRANCISCO


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