CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 14 de octubre de 2016).- Se han abierto hoy las celebraciones de la Jornada Mundial de la
Alimentación, instituida por la FAO el 16 de octubre de 1945, cuando 42
países se reunieron en Quebec (Canadá) para fundar la Organización de
las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura con el
objetivo de liberar a la humanidad del hambre y la malnutrición y
administrar eficazmente los sistemas alimentarios mundiales. A partir
de entonces, cada año el 16 de octubre, 150 países en todo el mundo
celebran con diversos eventos esa jornada, sensibilizando sobre el
hambre y la necesidad de garantizar a todos seguridad alimentaria y
dietas nutritivas.
También el Santo Padre se une cada año a la celebración, cuyo tema
este año es, «El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura
también», con un mensaje, a su Director General, José Graziano de Silva
que reproducimos a continuación y que ha sido leído esta mañana por Mons. Fernando Chica Arellano, Observador Permanente de la Santa Sede
ante la FAO, cuya sede está en Roma, con motivo de la Ceremonia
inaugurale de la Jornada Mundial de la Alimentación.
Muy ilustre Señor:
1. El que la FAO haya querido dedicar la actual Jornada Mundial de la Alimentación al tema «El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también»,
nos lleva a considerar la dificultad añadida que supone para la lucha
contra el hambre la presencia de un fenómeno complejo como el del cambio
climático. Con el fin de hacer frente a los retos que la naturaleza
plantea al hombre y el hombre a la naturaleza (cf. Enc. Laudato si’,
25), me permito ofrecer algunas reflexiones a la consideración de la
FAO, de sus Estados miembros y de todas las personas que participan en
su actividad.
¿A qué se debe el cambio climático actual? Tenemos que
cuestionarnos sobre nuestra responsabilidad individual y colectiva, sin
recurrir a los fáciles sofismas que se esconden tras los datos
estadísticos o las previsiones contradictorias. No se trata de abandonar
el dato científico, que es más necesario que nunca, sino de ir más allá
de la simple lectura del fenómeno o de la enumeración de sus múltiples
efectos.
Nuestra condición de personas necesariamente relacionadas y
nuestra responsabilidad de custodios de la creación y de su orden, nos
obligan a remontarnos a las causas de los cambios que están ocurriendo e
ir a su raíz. Hemos de reconocer, ante todo, que los diferentes efectos
negativos sobre el clima tienen su origen en la conducta diaria de
personas, comunidades, pueblos y Estados. Si somos conscientes de esto,
no bastará la simple valoración en términos éticos y morales. Es
necesario intervenir políticamente y, por tanto, tomar las decisiones
necesarias, disuadir o fomentar conductas y estilos de vida que
beneficien a las nuevas y a las futuras generaciones. Sólo entonces
podremos preservar el planeta.
Las acciones que hay que realizar han de estar adecuadamente
planificadas y no pueden ser el resultado de las emociones o los
motivos de un instante. Es importante programarlas. En este cometido,
las instituciones, llamadas a trabajar juntas, tienen un papel esencial,
ya que las acciones individuales, si bien son necesarias, sólo son
eficaces si se integran en una red compuesta de personas, entidades
públicas y privadas, estructuras nacionales e internacionales. Esta red,
sin embargo, no puede quedar en el anonimato; esta red tiene el nombre
de fraternidad y debe actuar en virtud de su solidaridad fundamental.
2. Todas las personas que trabajan en el campo, en la ganadería,
en la pesca artesanal, en los bosques, o viven en zonas rurales en
contacto directo con los efectos del cambio climático, experimentan que,
si el clima cambia, también sus vidas cambian. Su diario acontecer se
ve afectado por situaciones difíciles, a veces dramáticas, el futuro es
cada vez más incierto y así se abre camino la idea de abandonar casas y
afectos. Prevalece una sensación de abandono, de sentirse olvidados por
las instituciones, privados de la ayuda que puede aportar la técnica,
así como de la justa consideración por parte de todos los que nos
beneficiamos de su trabajo.
De la sabiduría de las comunidades rurales podemos aprender
un estilo de vida que nos puede ayudar a defendernos de la lógica del
consumo y de la producción a toda costa; lógica que, envuelta en buenas
justificaciones, como el aumento de la población, en realidad sólo busca
aumentar los beneficios. En el sector del que se ocupa la FAO está
creciendo el número de los que piensan que son omnipotentes y pueden
pasar por alto los ciclos de las estaciones o modificar indebidamente
las diferentes especies de animales y plantas, provocando la pérdida de
esa variedad que, si existe en la naturaleza, significa que tiene ―y ha
de tener― una función. Obtener una calidad que da excelentes resultados
en el laboratorio puede ser ventajoso para algunos, pero puede tener
efectos desastrosos para otros. Y el principio de precaución no es
suficiente, porque muy a menudo se limita a impedir que se haga algo,
mientras que lo que se necesita es actuar con equilibrio y honestidad.
Seleccionar genéticamente un tipo de planta puede dar resultados
impresionantes desde un punto de vista cuantitativo, pero, ¿nos hemos
preocupado de las tierras que perderán su capacidad de producir, de los
ganaderos que no tendrán pastos para su ganado, y de los recursos
hídricos que se volverán inutilizables? Y, sobre todo, ¿nos hemos
preguntado si ―y en qué medida― contribuirán a cambiar el clima?
Por tanto, no precaución, sino sabiduría. Esa que los
campesinos, los pescadores, los ganaderos conservan en la memoria de las
generaciones, y que ahora ven cómo está siendo ridiculizada y olvidada
por un modelo de producción que sólo beneficia a pequeños grupos y a una
pequeña porción de la población mundial. Recordemos que se trata de un
modelo que, con toda su ciencia, consiente que cerca de ochocientos
millones de personas todavía pasen hambre.
3. La cuestión se refleja directamente en las emergencias
diarias que las instituciones intergubernamentales, como la FAO, están
llamadas a afrontar y tratar, conscientes de que el cambio climático no
pertenece exclusivamente a la esfera de la meteorología. No podemos
olvidar que es también el clima el que contribuye a que la movilidad
humana sea imparable. Los datos más recientes nos dicen que cada vez son
más los emigrantes climáticos, que pasan a engrosar las filas de esa
caravana de los últimos, de los excluidos, de aquellos a los que se les
niega tener incluso un papel en la gran familia humana. Un papel que no
puede ser otorgado por un Estado o por un estatus, sino que le pertenece
a cada ser humano en cuanto persona, con su dignidad y sus derechos.
Ya no basta impresionarse y conmoverse ante quien, en cualquier
latitud, pide el pan de cada día. Es necesario decidirse y actuar.
Muchas veces, también en cuanto Iglesia Católica, hemos recordado que
los niveles de producción mundial son suficientes para garantizar la
alimentación de todos, a condición de que haya una justa distribución.
Pero, ¿podemos continuar todavía en esta dirección, cuando la lógica del
mercado sigue otros caminos, llegando incluso a tratar los productos
básicos como una simple mercancía, a usar cada vez más los alimentos
para fines distintos al consumo humano, o a destruir alimentos
simplemente porque son muchos y se buscan más las ganancias, en vez de
atender a las necesidades? En efecto, sabemos que el mecanismo de la
distribución se queda en teoría si los hambrientos no tienen un acceso
efectivo a los alimentos, si siguen dependiendo de la ayuda externa, más
o menos condicionada, si no se crea una relación adecuada entre la
necesidad alimenticia y el consumo y, no menos importante, si no se
elimina el desperdicio y se reducen las pérdidas de alimentos.
Todos estamos llamados a cooperar en este cambio de rumbo:
los responsables políticos, los productores, los que trabajan en el
campo, en la pesca y en los bosques, y todos los ciudadanos. Por
supuesto, cada uno en sus ámbitos de responsabilidad, pero todos con la
misma función de constructores de un orden interno en las Naciones y un
orden internacional, que consienta que el desarrollo no sea solo
prerrogativa de unos pocos, ni que los bienes de la creación sean
patrimonio de los poderosos. Las posibilidades no faltan, y los ejemplos
positivos, las buenas prácticas, nos proporcionan experiencias que se
pueden seguir, compartir y difundir.
4. La voluntad de actuar no puede depender de las ventajas que
se puedan obtener, sino que es una exigencia que está unida a las
necesidades que surgen en la vida de las personas y de toda la familia
humana. Necesidades materiales y espirituales, pero en cualquier caso
reales, que no son el resultado de la decisión de unos pocos, de las
modas o de estilos de vida que convierten a la persona en un objeto, a
la vida humana en un instrumento, incluso de experimentación, y a la
producción de alimentos en un mero negocio económico, al que hay que
sacrificar hasta el alimento disponible, cuya finalidad natural es
conseguir que todo el mundo tenga cada día una alimentación suficiente y
saludable.
Estamos muy cerca de la nueva fase que convocará en Marrakech a los Estados Miembros de la Convención sobre el Cambio Climático
para poner en práctica sus compromisos. Creo interpretar el deseo de
muchos al pedir que los objetivos recogidos en el Acuerdo de París no
queden en bellas palabras, sino que se concreten en decisiones valientes
para que la solidaridad no sea sólo una virtud, sino también un modelo
operativo en la economía, y que la fraternidad ya no sea una simple
aspiración, sino un criterio de gobernabilidad nacional e internacional.
Estas son, Señor Director General, algunas reflexiones que quisiera
hacerle llegar en este momento en el que se avecinan preocupaciones,
agitaciones y tensiones causadas también por la cuestión del clima, que
está cada vez más presente en nuestra vida cotidiana y que grava, ante
todo, sobre las condiciones de vida de muchos de nuestros hermanos y
hermanas más vulnerables y marginados. Que el Todopoderoso bendiga sus
esfuerzos al servicio de toda la humanidad.
Vaticano, 14 de octubre de 2016