CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 16 de julio de 2019).- Discurso que Mons. Antoine Camilleri, Subsecretario para las
Relaciones con los Estados, pronunció ayer en la Basílica de San
Bartolomé en la Isla (Roma), con motivo de la presentación del Persecution of Christians Review.
Intervención de Mons. Antoine Camilleri
Su Eminencia,
Excelencias,
Distinguidos participantes,
Señoras y señores,
Agradezco la invitación y me complace tener la oportunidad de ofrecer
algunas breves observaciones sobre la alarmante realidad de la
persecución de los cristianos, un tema que, como indica el Informe
preparado por el reverendo Philip Mountstephen, se hace cada vez más
extendida y urgente. La iniciativa de hoy es un ejemplo tangible de la
creciente preocupación por el problema de la discriminación y la
persecución a causa de las creencias religiosas y de la determinación de
contribuir a concientizar todavía más sobre la situación trágicas de
los cristianos en muchas partes del mundo y del esfuerzo por superar lo
que el Papa FRANCISCO ha descrito como "una especie de genocidio causado
por la indiferencia general y colectiva".[1]
Es apropiado, aunque tal vez no muy feliz, que llevemos a cabo la presentación en Roma del Persecution of Christians Review
en esta basílica dedicada al apóstol Bartolomé, quien, como sabéis, fue
víctima de la persecución religiosa, y sufrió el martirio a causa de su
fe cristiana siendo, según la leyenda, desollado y luego decapitado.
Para comenzar, quisiera subrayar que la discriminación injusta, la
violencia y la persecución de cualquier ser humano inocente, y
especialmente sobre la base de la religión y las creencias, es
moralmente inaceptable y reprensible. En los últimos años, hemos sido
testigos de atentados contra individuos y grupos de diversos orígenes
religiosos por parte de terroristas, grupos extremistas y fanáticos
religiosos que no respetan las vidas de quienes tienen creencias
diferentes a las suyas. Dada esta realidad trágica, no podemos ignorar
el hecho de que una variedad de comunidades, grupos e individuos
religiosos en muchas partes del mundo sufren persecución religiosa en un
contexto más amplio. Lamentablemente, la mayoría de estos crímenes
parecen continuar con impunidad y con poco más que un rubor vergonzoso
por parte de la comunidad internacional y muy a menudo se les concede
una escasa atención.
Naturalmente, para la Santa Sede, la perturbadora realidad de la
persecución religiosa es muy preocupante no solo a causa de los
cristianos que sufren, sino también del sufrimiento de los miembros de
cualquier convicción religiosa. Tal persecución es un ataque a la
libertad más fundamental de la persona humana, a saber, la capacidad de
adherirse libremente, y sin temor a la persecución, a una religión. Sin
duda, la difícil situación de los cristianos que sufren la tortura y la
muerte es particularmente angustiosa para aquellos de nosotros que
también compartimos con ellos un profundo vínculo espiritual.
No obstante el derecho internacional estipule que los Estados tengan
el deber primordial de proteger a sus propios ciudadanos, también es
crucial reconocer la importante responsabilidad de los líderes
religiosos en promover la coexistencia pacífica a través del diálogo y
la comprensión mutuos, de modo que sus comunidades y sus seguidores
respeten a aquellos con un patrimonio religioso diferente, en lugar de
fomentar la agresión y la violencia. Un buen ejemplo de esa colaboración
activa y clara entre líderes religiosos se puede encontrar en la
declaración conjunta firmada en Abu Dhabi el pasado 4 de febrero por el
Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, sobre la
"Fraternidad humana". Uno de los muchos puntos notables elaborados en
ese texto puede proporcionarnos una visión muy precisa, con precisión
quirúrgica, si puedo decirlo así, de la realidad actual de la
persecución basada en la religión y en las creencias.
Juntos, el Papa FRANCISCO y el Gran Imán declaran “firmemente— que
las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos
de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al
derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de
las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también
de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en algunas
fases de la historia— de la influencia del sentimiento religioso en los
corazones de los hombres para llevarlos a realizar algo que no tiene
nada que ver con la verdad de la religión, para alcanzar fines políticos
y económicos mundanos y miopes”.[2]
La comprensión de la "manipulación política de las religiones" es algo a
lo que debemos prestar especial atención. Tal subversión no debe
entenderse solo como una referencia a actores no estatales, es decir, a
extremistas religiosos o terroristas, que explotan o "politizan" la
religión para promover sus ideologías. Los gobiernos deben preguntarse
hasta qué punto están realmente comprometidos con la defensa de la
libertad religiosa y la lucha contra la persecución basada en la
religión y las creencias. ¿Cuántos se abstienen de justificar tales
actos, o incluso los condenan, y sin embargo "colaboran" política,
económica, comercial y militarmente o de otra manera, o simplemente
hacen la vista gorda, con algunos de los violadores más notorios de esta
libertad fundamental?
Además, y sería una negligencia por mi parte no mencionarlo, existen,
como todos sabemos, otras formas de discriminación religiosa y
persecución que, aunque quizás menos radicales a nivel de la persecución
física, son sin embargo perjudiciales para el pleno disfrute de la
libertad de religión y la práctica o la expresión de esa convicción, ya
sea en privado o en público. Me refiero aquí a una tendencia creciente,
incluso en las democracias establecidas, a criminalizar o penalizar a
los líderes religiosos por presentar los principios básicos de su fe,
especialmente con respecto a los ámbitos de la vida, el matrimonio y la
familia.
Además, el aumento de la tensión social, cultural y religiosa que
rodea la percepción del conflicto de los derechos entre sí, como ha
señalado el Papa Francisco, "no siempre ha contribuido a la promoción de
las relaciones de amistad entre las naciones, puesto que se han
afirmado nociones controvertidas de los derechos humanos que contrastan
con la cultura de muchos países, los cuales no se sienten por este
motivo respetados en sus propias tradiciones socio-culturales […].Al
mismo tiempo, es bueno tener presente que las tradiciones de cada pueblo
no pueden ser invocadas como un pretexto para dejar de respetar los
derechos fundamentales enunciados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.”.[3]
El derecho a la libertad religiosa está arraigado en la dignidad
misma de la persona humana, y no es solo el logro de una cultura
política y jurídica sólida, sino también una condición para la búsqueda
de la verdad que no se impone por la fuerza. De esta manera, las
religiones pueden representar un factor importante para la unidad y la
paz dentro de la familia humana a través de la búsqueda razonada del
bien común, que debe ser alimentado por el diálogo. A este respecto, si
bien todos los medios para superar esa persecución deberían recibir
apoyo, incluido la necesidad de un diálogo intercultural e
interreligioso abierto y honesto, un aspecto todavía más esencial es el
reconocimiento indispensable de todas y cada una de las personas como
conciudadanos. De ello se desprende el deber del Estado de proteger a
los creyentes de cualquier convicción religiosa, o de ninguna, porque
son ciudadanos iguales. En este contexto, el documento mencionado
anteriormente sobre “Fraternidad humana” subraya la dimensión básica de
respetar la igualdad de ciudadanía de todos los miembros en una sociedad
determinada, en cualquier Estado en particular.
“El concepto de ciudadanía se basa en la igualdad de derechos y
deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Por esta
razón, es necesario comprometernos para establecer en nuestra sociedad
el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías,
que trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara
el terreno para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los
derechos religiosos y civiles de algunos ciudadanos al
discriminarlos."[4]
Es cierto que las constituciones de la mayoría de los países afirman
que todos los ciudadanos, independientemente de su pertenencia étnica,
religiosa o sexual, son iguales en derechos y deberes. Sin embargo, el
resurgimiento del nacionalismo en algunos países, combinado con la
afirmación agresiva de la identidad religiosa, puede desembocar
fácilmente en el fundamentalismo religioso. Las personas o grupos que no
pertenecen a la mayoría del grupo étnico o religioso pueden no solo ser
objeto de discriminación, sino también de marginación y persecución.
Los ciudadanos que pertenecen a la mayoría pueden tener la sensación de
que el Estado es "suyo" más que de aquellos que no pertenecen a esa
religión. Efectivamente, como indica el Informe, en algunas partes del
mundo, asistimos a niveles de persecución que podrían considerarse como
una forma de genocidio, donde la presencia de los cristianos está siendo
sistemáticamente eliminada de las sociedades y culturas, incluso de las
áreas de su mismo origen. Dicha agresión objetivada no solo es un
ataque a la coexistencia pacífica fundada en el pluralismo religioso,
sino incluso más fundamentalmente al concepto esencial de la dignidad
igual e inviolable de toda persona humana.
El teólogo cristiano del siglo II, Tertuliano escribía que "la sangre
de los mártires es la semilla de los cristianos".[5] Motivados por su
amor a Dios, los mártires sucumbieron libremente a una violencia que no
fue auto-infligida, sino que llegó a manos de sus perseguidores .Su
sufrimiento proporciona un grandísimo ejemplo de integridad de
conciencia y testimonio de fe, esperanza y caridad.
Mantener la presencia de las comunidades cristianas, particularmente
en aquellas áreas donde no forman parte del grupo mayoritario, es mucho
más que simbólico; es un fuerte testimonio de fe y un testimonio de que
la coexistencia pacífica entre una pluralidad de religiones es posible
cuando se respeta la dignidad de cada persona.
[1] Papa FRANCISCO, Homilía en la misa para los fieles de rito armenio (12 de abril de 2015)
[2] Papa FRANCISCO y Ahamad Al- Tayyeb, Abu Dabi, 4 de febrero de 2019
[3] Papa FRANCISCO, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 8 enero 2018
[4] Íbid
[5] Tertuliano Apologeticum (ca.197)