CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 21 de diciembre de 2016).- En la última Audiencia General antes de Navidad, el Papa FRANCISCO ha
dedicado la catequesis al momento en que la esperanza entra en el mundo
con la encarnación del Hijo de Dios. "He aquí que la virgen concebirá y
dará a luz un hijo, se le dará el nombre de Emmanuel", “Brotará un
retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto” dijo,
citando las palabras del profeta Isaías que han guiado las catequesis
de las últimas semanas y “reflejan el significado de la Natividad: Dios
cumple la promesa haciéndose hombre, no abandone su pueblo, se acerca
hasta despojarse de su divinidad. De esta manera muestra su fidelidad
e inaugura un Reino nuevo, que da una nueva esperanza a la humanidad:
la vida eterna”.
“Cuando hablamos de esperanza –prosiguió el Santo Padre– a menudo nos
referimos a lo que no está en nuestro poder y tampoco es visible. De
hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y de nuestra
mirada. Pero el nacimiento de Cristo, marcando el comienzo de la
redención, nos habla de una esperanza diferente, de una esperanza
fiable, visible y comprensible, porque se funda en Dios que entra en el
mundo y nos da la fuerza para caminar con Él, Dios camina con nosotros
en Jesús y caminar con él hacia la plenitud de la vida nos da fuerzas
para estar de forma nueva en el presente aunque sea difícil. Esperar
para el cristiano significa, pues, la certeza de estar en camino con
Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza nunca está quieta,
siempre está en camino y hace que caminemos. Esta esperanza, que nos da
el Niño de Belén, proporciona una meta, un buen destino al presente, la
salvación de la humanidad, la dicha de aquellos que confían en la
misericordia de Dios. San Pablo resume todo esto con la expresión: "En
esperanza fuimos salvados".
“Es decir –añadió– caminando en este mundo, con esperanza, estamos
salvados. Y aquí podemos preguntarnos cada uno: ¿Yo camino con esperanza
o mi vida interior está cerrada, detenida? Mi corazón ¿es un cajón
cerrado o un cajón abierto a la esperanza que no me hace andar solo sino
con Jesús?".
Después recordó que en muchos hogares cristianos, durante el tiempo
de Adviento, se prepara el belén según la tradición que se remonta a
San Francisco de Asís y que, con su sencillez, transmite una atmósfera
de esperanza en la que están envueltos todos sus personajes.
“Empecemos por el lugar, Belén, una aldea de Judea, donde mil años antes
había nacido David, el pastorcillo elegido por Dios como rey de
Israel. Belén no es una capital, y por lo tanto es preferida por la
providencia divina, que ama actuar a través de los pequeños y los
humildes. Alli nace el "hijo de David" tan esperado, Jesús, en quien la
esperanza de Dios y la esperanza del hombre se encuentran”.
En el belén también esta María, Madre de la esperanza que con su
"sí" abrió a Dios la puerta de nuestro mundo. “Su corazón de muchacha
estaba lleno de esperanza –subrayó FRANCISCO–… por eso Dios la eligió y
ella creyó en su palabra. La que durante nueve meses fue el arca de la
alianza nueva y eterna, contempla al Niño en el pesebre y ve en él el
amor de Dios, que viene a salvar a su pueblo y toda la humanidad”. Y
junto a María, José, descendiente de Gesé y de David; José que creyó
en las palabras del ángel, y mirando a Jesús medita sobre ese niño que
viene del Espíritu Santo, y que Dios mismo pidió que se llamase así:
“Jesús” . En ese nombre está la esperanza para todos los hombres, porque
a través de ese hijo de mujer, Dios salvará a la humanidad de la muerte
y del pecado. ¡Por eso es importante contemplar el belén!”.
Otros personajes son los pastores que representan a los humildes y a
los pobres que esperaban al Mesías, al "consuelo de Israel", a la "redención de Jerusalén". “En ese Niño ven la realización de las
promesas y esperan que la salvación de Dios llegue finalmente para cada
uno de ellos. Los que confían en su propias seguridades, especialmente
en las materiales, no esperan la salvación de Dios. Tenemos que
meternos esto en la cabeza: nuestras seguridades no nos salvarán
–reiteró el Pontífice– la única seguridad que nos salva es la de la
esperanza en Dios. Nos salva porque es fuerte y nos hace caminar por la
vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con ganas de ser felices
por la eternidad. Los pequeños, los pastores, en cambio confían en
Dios, esperan en él y se alegran cuando reconocen en ese Niño el signo
indicado por los ángeles”.
Y el coro de los ángeles anuncia desde las alturas “el gran
designio que ese Niño cumple: "Gloria a Dios en las alturas y en la
tierra paz a los hombres que ama el Señor» . La esperanza cristiana se
expresa en la alabanza y en la acción de gracias a Dios, que ha
inaugurado su reino de amor, de justicia y de paz”.
“Estos días cuando miramos el belén nos preparamos para la Navidad
del Señor –terminó– Será verdaderamente una fiesta si
acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios pone en los surcos de
nuestra historia personal y comunitaria. Cada "sí" a Jesús que viene es
un germen de esperanza.Confiemos en este germen de esperanza, en este
sí: “Sí, Jesús, tu puedes salvarme ¡Feliz Navidad y esperanza a todos!”.
Antes de finalizar la catequesis de la Audiencia General, el Papa FRANCISCO hizo un llamamiento por la reconciliación y la paz en la República Democrática del Congo.
“Tras mi reciente encuentro con el Presidente y el Vicepresidente de la
Conferencia Episcopal de la República Democrática del Congo lanzo de
nuevo un llamamiento urgente a todos los congoleños para que en este
momento tan delicado de su historia sean artífices de reconciliación y
de paz. Los que tienen
responsabilidades políticas escuchen la voz de sus conciencias, sepan
ver los crueles sufrimientos de sus compatriotas y se preocupen del bien
común. Aseguro mi apoyo y mi afecto al amado pueblo de ese país, invito
a todos a dejarse guiar por la luz del Redentor del mundo y rezo para
que la Navidad del Señor abra caminos de esperanza”.