CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 15 de diciembre de 2016).-  El asombro ante las obras que Dios realiza: «El Poderoso ha hecho 
obras grandes por mí…», de un pasaje del Evangelio según San Lucas, es 
el título del Mensaje del Santo Padre FRANCISCO para la XXV Jornada Mundial del 
Enfermo que se celebra el 11 de febrero en la Festividad de Nuestra 
Señora de Lourdes. El texto que ofrecemos a continuación está fechado el
 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción.
Queridos hermanos y hermanas:
El próximo 11 de febrero se celebrará en toda la Iglesia y, 
especialmente, en Lourdes, la XXV Jornada Mundial del Enfermo, con el 
tema: El asombro ante las obras que Dios realiza: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí…» (Lc 1,49).
 Esta Jornada, instituida por mi predecesor san Juan Pablo II, en 1992, y
 celebrada por primera vez precisamente en Lourdes el 11 de febrero de 
1993, constituye una ocasión para prestar especial atención a la 
situación de los enfermos y de todos los que sufren en general; y, al 
mismo tiempo, es una llamada dirigida a los que se entregan en su favor,
 comenzando por sus familiares, los agentes sanitarios y voluntarios, 
para que den gracias por la vocación que el Señor les ha dado de 
acompañar a los hermanos enfermos. Además, esta celebración renueva en 
la Iglesia la fuerza espiritual para realizar de la mejor manera posible
 esa parte esencial de su misión que incluye el servicio a los últimos, a
 los enfermos, a los que sufren, a los excluidos y marginados (cf. Juan 
Pablo II, Motu proprio Dolentium hominum, 11 febrero 1985, 1). 
Los encuentros de oración, las liturgias eucarísticas y la unción de los
 enfermos, la convivencia con los enfermos y las reflexiones sobre temas
 de bioética y teológico-pastorales que se celebrarán en aquellos días 
en Lourdes, darán una aportación nueva e importante a ese servicio.
         Situándome ya desde ahora espiritualmente junto a la Gruta 
de Massabielle, ante la imagen de la Virgen Inmaculada, en la que el Poderoso ha hecho obras grandes
 para la redención de la humanidad, deseo expresar mi cercanía a todos 
vosotros, hermanos y hermanas, que vivís la experiencia del sufrimiento,
 y a vuestras familias; así como mi agradecimiento a todos los que, 
según sus distintas ocupaciones y en todos los centros de salud 
repartidos por todo el mundo, trabajan con competencia, responsabilidad y
 dedicación para vuestro alivio, vuestra salud y vuestro bienestar 
diario. Me gustaría animar a todos los enfermos, a las personas que 
sufren, a los médicos, enfermeras, familiares y a los voluntarios a que 
vean en María, Salud de los enfermos, a aquella que es para todos
 los seres humanos garante de la ternura del amor de Dios y modelo de 
abandono a su voluntad; y a que siempre encuentren en la fe, alimentada 
por la Palabra y los Sacramentos, la fuerza para amar a Dios y a los 
hermanos en la experiencia también de la enfermedad.
         Como santa Bernadette estamos bajo la mirada de María. La 
humilde muchacha de Lourdes cuenta que la Virgen, a la que llamaba «la 
hermosa Señora», la miraba como se mira a una persona. Estas sencillas 
palabras describen la plenitud de una relación. Bernadette, pobre, 
analfabeta y enferma, se siente mirada por María como persona. La 
hermosa Señora le habla con gran respeto, sin lástima. Esto nos recuerda
 que cada paciente es y será siempre un ser humano, y debe ser tratado 
en consecuencia. Los enfermos, como las personas que tienen una 
discapacidad incluso muy grave, tienen una dignidad inalienable y una 
misión en la vida y nunca se convierten en simples objetos, aunque a 
veces puedan parecer meramente pasivos, pero en realidad nunca es así.
         Bernadette, después de haber estado en la Gruta y gracias a 
la oración, transforma su fragilidad en apoyo para los demás, gracias al
 amor se hace capaz de enriquecer a su prójimo y, sobre todo, de ofrecer
 su vida por la salvación de la humanidad. El hecho de que la hermosa 
Señora le pida que rece por los pecadores, nos recuerda que los 
enfermos, los que sufren, no sólo llevan consigo el deseo de curarse, 
sino también el de vivir la propia vida de modo cristiano, llegando a 
darla como verdaderos discípulos misioneros de Cristo. A Bernadette, 
María le dio la vocación de servir a los enfermos y la llamó para que se
 hiciera Hermana de la Caridad, una misión que ella cumplió de una 
manera tan alta que se convirtió en un modelo para todos los agentes 
sanitarios. Pidamos pues a la Inmaculada Concepción la gracia de saber 
siempre ver al enfermo como a una persona que, ciertamente, necesita 
ayuda, a veces incluso para las cosas más básicas, pero que también 
lleva consigo un don que compartir con los demás.
La mirada de María, Consoladora de los afligidos, ilumina el 
rostro de la Iglesia en su compromiso diario en favor de los necesitados
 y los que sufren. Los frutos maravillosos de esta solicitud de la 
Iglesia hacia el mundo del sufrimiento y la enfermedad son motivo de 
agradecimiento al Señor Jesús, que se hizo solidario con nosotros, en 
obediencia a la voluntad del Padre y hasta la muerte en la cruz, para 
que la humanidad fuera redimida. La solidaridad de Cristo, Hijo de Dios 
nacido de María, es la expresión de la omnipotencia misericordiosa de 
Dios que se manifiesta en nuestras vidas ―especialmente cuando es 
frágil, herida, humillada, marginada, sufriente―, infundiendo en ella la
 fuerza de la esperanza que nos ayuda a levantarnos y nos sostiene.
         Tanta riqueza de humanidad y de fe no debe perderse, sino 
que nos ha de ayudar a hacer frente a nuestras debilidades humanas y, al
 mismo tiempo, a los retos actuales en el ámbito sanitario y 
tecnológico. En la Jornada Mundial del Enfermo podemos encontrar una 
nueva motivación para colaborar en la difusión de una cultura respetuosa
 de la vida, la salud y el medio ambiente; un nuevo impulso para luchar 
en favor del respeto de la integridad y dignidad de las personas, 
incluso a través de un enfoque correcto de las cuestiones de bioética, 
la protección de los más débiles y el cuidado del medio ambiente.
Con motivo de la XXV Jornada Mundial del Enfermo, renuevo, con mi 
oración y mi aliento, mi cercanía a los médicos, a los enfermeros, a los
 voluntarios y a todos los consagrados y consagradas que se dedican a 
servir a los enfermos y necesitados; a las instituciones eclesiales y 
civiles que trabajan en este ámbito; y a las familias que cuidan con 
amor a sus familiares enfermos. Deseo que todos sean siempre signos 
gozosos de la presencia y el amor de Dios, imitando el testimonio 
resplandeciente de tantos amigos y amigas de Dios, entre los que 
menciono a san Juan de Dios y a san Camilo de Lelis, patronos de los 
hospitales y de los agentes sanitarios, y a la santa Madre Teresa de 
Calcuta, misionera de la ternura de Dios.
Hermanos y hermanas, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, 
elevemos juntos nuestra oración a María, para que su materna intercesión
 sostenga y acompañe nuestra fe y nos obtenga de Cristo su Hijo la 
esperanza en el camino de la curación y de la salud, el sentido de la 
fraternidad y de la responsabilidad, el compromiso con el desarrollo 
humano integral y la alegría de la gratitud cada vez que nos sorprenda 
con su fidelidad y su misericordia.
María, Madre nuestra,
que en Cristo nos acoges como hijos,
fortalece en nuestros corazones la espera confiada,
auxílianos en nuestras enfermedades y sufrimientos,
guíanos hasta Cristo, hijo tuyo y hermano nuestro,
y ayúdanos a encomendarnos al Padre que realiza obras grandes.
Os aseguro mi constante recuerdo en la oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
8 de diciembre de 2016, Fiesta de la Inmaculada Concepción
 
